En la bula papal que
convocaba el gran jubileo del año 2000
[1] , después de
describir los ?signos que ya forman parte de la tradición jubilar? (la
peregrinación y la indulgencia), el Santo Padre añadía tres signos propios del
jubileo que celebramos: la purificación de la memoria histórica; la
misericordia con la pobreza y la marginación; y el recuerdo agradecido de los
mártires. Estos tres signos propios, que colorean de modo especial el actual
jubileo que celebramos, se hallaban ya indicados por el Papa hace seis años en
la carta apostólica Tertio millennio adveniente
[2] , fueron más ampliamente desarrollados en la posterior bula
Incarnationis Mysterium. Conviene, pues, que volvamos a la Tertio
millennio adveniente, para leer desde ella cuanto se nos dice de la
purificación de la memoria histórica, objeto directo de nuestra reflexión.
1. Qué dice Tertio
millennio adveniente de la memoria histórica y de la remisión del tiempo
Conviene retener dos ideas o principios, ofrecidos por el Papa en su carta apostólica, que afectan directamente a nuestro discurso.
a) En primer lugar, Tertio
millenio enuncia un criterio básico para nuestro tema: ?En el cristianismo
el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el
mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su
culmen en la ?plenitud de los tiempos? de la encarnación y su término en el
retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos?
[3] .
Es evidente que la ?parusía?
no es, en sí misma, un mero acontecimiento histórico, como tampoco lo fue la
resurrección de Cristo al tercer día, de entre los muertos. Con todo, la
?parusía? es un acontecimiento salvífico, que colma las esperanzas cristianas;
por consiguiente, no pueden separarse por completo ?historia? y ?parusía?, so
peligro de dejar a la ?historia? sin salvación. Es obvio también que la
parusía no postula necesariamente el fin de la historia; pero es innegable que
la segunda venida de Cristo está íntimamente imbricada con la conclusión o
término de la historia. De aquí, es decir, de la no necesidad del fin de la
historia nacen, precisamente, las dificultades al explicar la segunda venida
de Cristo. Algunos, por ejemplo, sitúan incorrectamente la parusía en la misma
historia (por ejemplo, los ?milenarismos?). Advierten que la parusía es una
irrupción en la historia, pero descuidan que ella misma no es de suyo
histórica.
Hay que mantener, pues, el
carácter trascendente de la parusía, al tiempo que debe considerarse ?esta
venida de Cristo a juzgar a vivos y muertos? como un verdadero acontecimiento
de la historia humana. Esto implica una continuidad/discontinuidad entre el
más acá y el más allá. Tal consideración vale también para el tema de la
resurrección de la carne, cuando se plantea la identidad entre nuestro cuerpo
mortal y el cuerpo resucitado. La identidad es indiscutible, según Tomás de
Aquino; pero, tal identidad no significa la pura y simple recuperación carnal
del cuerpo anterior; será, eso sí, el mismo cuerpo, pero no idéntico cuerpo,
como tampoco mi cuerpo de hoy es idéntico al que yo tenía al nacer, aunque sea
siempre mi cuerpo a lo largo de toda mi vida.
b) La segunda idea de
Tertio millennio que interesa subrayar aquí suena del siguiente modo: ?[?]
hoy miramos con sentido de gratitud y también de responsabilidad ?dice el
Papa? cuanto ha sucedido en la historia de la humanidad a partir del
nacimiento de Cristo, principalmente los acontecimientos entre el 1000 y el
2000. De un modo particular dirigimos la mirada de fe a nuestro siglo,
buscando en él aquello que da testimonio no sólo de la historia del hombre,
sino también de la intervención divina en las vicisitudes humanas?
[4] . Por consiguiente, el examen de conciencia debe dirigirse, en
primer lugar, con oportunas iniciativas ecuménicas, a superar las divisiones
entre cristianos surgidas a lo largo del segundo milenio
[5] .
?Otro capítulo doloroso [de
este segundo milenio] sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con
ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia
manifestada, especialmente en algunos siglos, con los métodos de intolerancia
e incluso de violencia en el servicio de la verdad?
[6] . En este punto, el Santo Padre reconoce que ?un correcto
juicio histórico no puede prescindir de un atento estudio de los
condicionamientos culturales del momento, bajo cuyo influjo muchos pudieron
creer de buena fe que un testimonio de la verdad comportaba la extinción de
otras opiniones o al menos su marginación?. También conviene ?interrogarse
-añade- sobre las responsabilidades que ellos [los cristianos] tienen también
con relación a los males de nuestro tiempo. La época actual junto con muchas
luces presenta igualmente no pocas sombras?
[7] . Con todo, no exculpa de pecado a las generaciones
precedentes, por su intolerancia y por su violencia a las conciencias.
Recapitulando: El Pontífice
desea una purificación de la memoria histórica, particularmente del segundo
milenio de ella, que incida especialmente en las causas de las divisiones, de
las intolerancias y de las violencias. Y el argumento que se ofrece, para esta
purificación histórica, es de carácter teológico especulativo, no
estrictamente pastoral o de prudencia de gobierno: que el tiempo (se supone el
tiempo histórico, no simplemente el tiempo como medida del movimiento, según
el antes y el después) tiene una importancia primordial en el cristianismo. En
definitiva: también hay que salvar o redimir el tiempo histórico, como nadie
duda, por ejemplo, que hay que salvar las estructuras sociales o las
manifestaciones de la cultura o los progresos de la ciencia.
2. La historia en clave
teológica y la Iglesia como ?familia de Dios?
Después de señalar
genéricamente los temas sobre los que el Papa desea una purificación de la
memoria histórica, comienza la tarea de los teólogos, tratando de justificar
tal purificación; y de los historiadores, para individualizar los hechos
históricos sobre los que convenga volver una mirada arrepentida. Me
corresponde centrarme sobre todo en el juicio teológico, por decisión que han
tomado los organizadores de estos ?diálogos de teología?, y voy a hacerlo
partiendo de unas declaraciones del teólogo napolitano Bruno Forte. ?Lo que
nosotros [los teólogos] hacemos es precisar las condiciones de posibilidad
para que estos pronunciamientos estén plenamente fundados. Por ejemplo,
subrayamos la necesidad de conjugar el juicio histórico y el juicio teológico.
Un juicio histórico absoluto podría caer en el historicismo, que relativiza
todo, pues analiza todo desde el punto de vista de los diferentes momentos
históricos y, por tanto, nos impide pensar que un acto del pasado pueda ser
evaluado hoy en relación con un criterio moral permanente?
[8] .
Para que se comprenda la
relativización a que conduciría un juicio estrictamente histórico al margen de
argumentaciones teológicas, podríamos traer a colación unas palabras recientes
del Cardenal Paul Poupard, presidente del Pontificio Consejo de la Cultura:
?Hoy nuestra conciencia juzga execrable utilizar la hoguera, o cualquier otra
pena, para coartar la libertad de conciencia; pero esto no nos autoriza a
juzgar la mentalidad de los europeos de hace cuatro siglos?
[9] . La historia que se pretende purificar es, pues, una historia
inseparable de la historia de la salvación; una historia de las maravillas de
la gracia, en la que se desarrolla la redención operada por Cristo, el cual se
encarnó en la plenitud de los tiempos (cfr. Eph. 1,10); ante todo, una
historia teológica, no una historia exclusivamente secular y profana. Una
historia, en definitiva, en que conviven, indisolublemente unidas, aunque sin
mezcla y sin confusión ?diríamos parangonando a Calcedonia? la historia
profana y la historia salutis.
?Nunca hay que olvidar
-añadía Forte en sus declaraciones a Radio Vaticano- que, a diferencia del
resto de las comunidades humanas, la Iglesia se reconoce como un sujeto
histórico único, pues sentimos como nuestro lo que han hecho nuestros padres
en la fe, y nos sentimos solidarios en la unidad de la fe y del espíritu con
la Iglesia en todos los momentos de su historia. Quien olvida esta
peculiaridad del misterio de la Iglesia no comprenderá nunca la fuerza, la
valentía, y la importancia de estos actos?. Aquí apunta Forte a la dimensión
eclesiológica de la historia, puesta de relieve ya por los antiguos, y
recientemente recordada por la Constitución Lumen gentium del Vaticano
II: ?[El Padre Eterno] dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa
Iglesia. Esta aparece prefigurada ya desde el origen del mundo y preparada
maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza;
se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por efusión del Espíritu y
llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos? (LG 2). El
Catecismo de la Iglesia Católica glosa este pasaje subrayando que esta
"familia de Dios" se constituye y se realiza gradualmente a lo largo de las
etapas de la historia humana, según las disposiciones del Padre (CEC 759).
Por su hondo significado
eclesiológico, el Papa encargó a la Comisión Teológica Internacional, y lo
estudió después atentamente, un documento que justificase teológicamente la
petición de perdón por las culpas pasadas, no cometidas directamente por
nosotros mismos. En la homilía que pronunció durante la solemne ceremonia
litúrgica de petición de perdón por los pecados históricos de los hijos de la
Iglesia, que tuvo lugar en Roma, el día 12 de marzo
[10] , aludió ampliamente a tal documento.
Entre tanto, dentro de la
Iglesia católica habían surgido algunos desacuerdos en relación con esa
petición de perdón. Monseñor Forte, presidente de la subcomisión que preparó
el citado documento, reconocía que ?quien no vive desde dentro el misterio de
la Iglesia, puede interpretar estos pronunciamientos como una manera de dar la
razón a los enemigos de la Iglesia. Pero no es así. La intención del Papa,
verdaderamente profética, es la de obedecer a la verdad. Y esto hace a la
Iglesia todavía más creíble en su anuncio al mundo. De hecho, el documento [?]
de la Comisión Teológica Internacional [sobre la petición de perdón]
[11] no es una apología de los gestos realizados por el Papa, sino
una reflexión sobre las condiciones teológicas de posibilidad de esos gestos
de arrepentimiento. De este modo, la reflexión teológica se convertirá en una
ayuda para que estos actos, también en el ámbito de episcopados locales o de
Iglesias particulares, puedan ser realizados de manera atenta y responsable
para no herir la conciencia eclesial?. Por consiguiente, "la finalidad del
texto [de la Comisión] no era [?] someter a examen casos históricos
particulares, sino esclarecer los presupuestos que funden el arrepentimiento
relativo a las culpas pasadas"
[12] .
3. Apuntes teológicos
sobre la ?petición de perdón?
La petición de perdón posee, más allá de los debates concretos y de la valoración histórica de las circunstancias particulares de los hechos, una enjundia eclesiológica notable, que merece la pena apuntar, aunque con brevedad. El que la Iglesia se reconozca como un sujeto histórico único tiene su fundamento último en la unidad del género humano y en los sutiles pero firmes vínculos que nacen de la unidad de naturaleza, trascendiéndola con implicaciones sobrenaturales. La Iglesia se reconoce como único sujeto por "el vínculo que une a unos y otros en el Cuerpo místico", según expresión de Juan Pablo II [13] .
a) En primer lugar, la
petición de perdón por los antitestimonios expresa la idea ?esencial para la
eclesiología católica? de que los bautizados constituimos un solo "linaje", o
sea, una sola familia o un solo pueblo, como recuerda San Pedro: ?Linaje
escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido? (1 Ptr. 2,9). En
caso contrario, no podría considerarse el pecado original como un verdadero
pecado, es decir, un pecado estrictamente propio, verdaderamente tenido (por
transmisión de naturaleza), aunque no cometido. En línea de máxima, la
argumentación bíblica de que Cristo cargó con nuestros pecados (Hebr. 9,28 y
Mt. 8,17, citando a Is. 53,4-6), se apoya en el hecho de que Cristo es de
nuestro linaje (cfr. 2 Tim. 2,8). Si no hubiese sido realmente ?uno de
nosotros?, nosotros permaneceríamos todavía en nuestro pecado. Así pues, la
unidad de linaje confiere a la Pasión ?bajo Poncio Pilato? todo su valor
soteriológico. Este es el tema que desarrolla ampliamente el apóstol San Pablo
en la epístola a los Romanos, cuando establece una cierta simetría
(evidentemente no una simetría perfecta) entre el primer Adán y el segundo
Adán, el Adán pecador y el Adán redentor. Ambos son cabeza del género humano:
por la transgresión de uno todos fuimos hechos pecadores, y por obra de uno
solo hemos recibido gracia sobreabundante (Rom. 5,12-21).
Es obvio que el término
"linaje" admite varias acepciones: en su sentido más lato, son del mismo
linaje todos los hombres, por tener la comunidad de naturaleza, o sea, la
estirpe de Adán; más restrictivamente, son del mismo linaje quienes pertenecen
a la familia de Abraham, padre del pueblo elegido y padre de todos en la fe;
estrictísimamente, son del mismo linaje (sería el significado elegido por San
Pedro) quienes han recibido un común bautismo, y por él se han incorporado
sacramentalmente a Cristo. En cualquiera de los tres sentidos, la Iglesia es
un sujeto histórico único, pues propiamente y en su sentido teológico más
preciso por Iglesia se entiende "la comunidad de los bautizados,
inseparablemente visible y operante en la historia bajo la guía de los
pastores y unificada en la profundidad de su misterio por la acción del
Espíritu vivificante"
[14] ; que, instituida por Cristo, empezó su andadura en
Pentecostés.
b) En segundo lugar, la
solidaridad de unos con otros, por encima del tiempo, no ya de todos con Adán
(orden de naturaleza), sino con Abraham y principalmente con Cristo (orden de
la elección y de la redención), constituye un tema bíblico recurrente. Citemos
algunos casos. Abraham fue bendecido en sus descendientes, particularmente en
el Mesías (Gen. 22,16-18); David edificó el "templo" (tipo de Cristo) en su
hijo Salomón (1 Cro. 17,12); el mismo David purgó su pecado en el hijo
adulterino que murió (2 Reg. 12,14); y por la soberbia de David, el pueblo
israelita sufrió la peste (2 Reg. 24,1ss.). Ajab, arrepentido a última hora,
recibió la condena en su sucesor (3 Reg. 21,29). María Santísima, por su
humildad, será bendita por todas las generaciones (Lc. 1,48). Jesús mismo,
camino del Gólgota, anunció un castigo terrible que se abatiría sobre una
generación judía posterior (Lc. 23,28-31). San Pablo se angustió, sintiéndose
solidario con su pueblo: ?Os digo la verdad en Cristo, no miento, y conmigo da
testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo, que siento gran tristeza y un
dolor continuo en mi corazón, porque desearía yo mismo ser anatema de Cristo
por mis hermanos, mis deudos según la carne, los israelitas, cuya es la
adopción y la gloria, y las alianzas, y la legislación y el culto, y las
promesas [?]? (Rom. 9,1-3).
Muchos son los católicos que
han intuido la misteriosa unidad del género humano y sus consecuencias. La
humanidad, en efecto, constituye como un cuerpo viviente que supera las
barreras de espacio y de tiempo. Mucho más, por tanto, si se contempla la
humanidad en el plan salvífico general. Las consecuencias teológicas de este
aserto son innumerables y de suma importancia. Por ejemplo: entre los teólogos
proféticos de la evangelización fundante americana (Bartolomé de las Casas
entre ellos) se lee con frecuencia que la ?destrucción? demográfica de las
Indias, especialmente dramática en las Antillas mayores, fue un castigo divino
infligido a la metrópoli por el mal comportamiento de los conquistadores.
Refiriéndose en concreto a
esta misteriosa solidaridad, y partiendo de ella como ocasión para pedir
perdón, la cuarta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
celebrada en Santo Domingo, en 1992, declaró: ?Los grandes evangelizadores
defendieron los derechos y la dignidad de los aborígenes, y censuraron ?los
atropellos cometidos contra los indios en la época de la conquista?
[15] . [?] Así, pues, ?la Iglesia, que con sus religiosos,
sacerdotes y obispos ha estado siempre al lado de los indígenas, ¿cómo podría
olvidar en este V Centenario los enormes sufrimientos infligidos a los
pobladores de este Continente durante la época de la conquista y la
colonización? Hay que reconocer con toda la verdad los abusos cometidos debido
a la falta de amor de aquellas personas que no supieron ver en los indígenas
hermanos e hijos del mismo Padre Dios?
[16] . Lamentablemente estos dolores se han prolongado, en algunas
formas, hasta nuestros días. Uno de los episodios más tristes de la historia
latinoamericana y del Caribe fue el traslado forzoso, como esclavos, de un
enorme número de africanos. En la trata de negros participaron entidades
gubernamentales y particulares de casi todos los países de la Europa atlántica
y de las Américas. El inhumano tráfico esclavista, la falta de respeto a la
vida, a la identidad personal y familiar y a las etnias son un baldón
escandaloso para la historia de la humanidad. Queremos con Juan Pablo II pedir
perdón a Dios por este ?holocasuto desconocido? en el que ?han tomado parte
personas bautizadas que no han vivido según su fe?
[17] ?
[18] .
La patrística y la catequesis
bajomedieval y renacentista, inspirándose quizá en el Apocalipsis de San Juan
[19] , intuyeron incluso una estrecha solidaridad entre el mundo
humano y el mundo angélico. Las ?sillas vacías? de la fiesta celestial,
vacantes por la infidelidad de los demonios, serán cubiertas, poco a poco, por
los hombres que se salven. Cuando se alcance el número de los elegidos,
entonces cesará la historia. El juicio universal, tan bellamente descrito por
Cristo y transmitido sobre todo por el evangelista San Mateo, constituye un
prueba definitiva de que no somos mutuamente extraños en nuestra suerte, sino
que, por el contrario, somos solidarios y corresponsables en Cristo, de todos
nuestros actos: ?Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me
disteis de comer [?] Señor, ¿cuándo te vimos hambriento [?]? En verdad os
digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de mis hermanos menores, a mi me lo
hicisteis [?] (cfr. Mt. 25,31-46). Los relatos de la conversión de San Pablo
se expresan con toda claridad: "Saule, Saule, quid me persequeris?"
[20] . Nuestras actuaciones, incluso las inmanentes, tienen una
repercusión social.
Los anteriores ejemplos,
tanto bíblicos como patrísticos e históricos, que podrían multiplicarse,
muestran una profunda e inequívoca solidaridad humana, por encima de las
categorías espacio?temporales; o, para ser más exactos, una solidaridad humana
posible por la unidad natural del género humano, y por la unidad de la Iglesia
como sujeto histórico. Tal solidaridad traduce en categorías históricas la
misteriosa unidad del Cuerpo místico, al tiempo que significa las bodas
escatológicas del Cordero celestial con la Jerusalén celeste, ?ataviada como
una esposa se engalana para su esposo? (Apoc. 21,2). La Iglesia in terris
es sacramento de la Iglesia in Patria, donde nadie se sentirá
extranjero, es decir, donde los santos vivirán unidos y todo lo tendrán en
común, llevando a la plenitud la experiencia de Pentecostés (Act. 2,4.9-12).
4. La Iglesia conoce la
experiencia del pecado
La Comisión Teológica se
plantea, en su documento, un tema que nos llevaría a una discusión muy
compleja. Por ello, vamos a pasar como de puntillas, aunque no podemos
orillarlo por completo.
El Romano Pontífice aludía a
este asunto en su breve alocución del pasado día 12 de marzo, con motivo del
rezo del Angelus. "El Año Santo es tiempo de purificación: la Iglesia
es santa, porque Cristo es su Cabeza y su Esposo, el Espíritu es su alma
vivificante, y la Virgen María y los santos son su manifestación auténtica.
Sin embargo, los hijos de la Iglesia conocen la experiencia del pecado, cuyas
sombras se reflejan en ella [en la Iglesia], oscureciendo su belleza. Por eso,
la Iglesia no deja de implorar el perdón de Dios por los pecados de sus
miembros". Es el tema clásico que la tradición cristiana ha leído en el pasaje
del Cantar, desde San Ambrosio hasta nuestros días: "nigra sum sed
formosa, filiae Ierusalem" (Cant. 1,5).
Sin embargo, puesto que la
Iglesia es santa, como recuerda el Símbolo de la Fe, ¿cómo entender que sea
santa y pecadora? He aquí una cuestión muy discutida en los años del Vaticano
II
[21] , que ahora ha retomado la Comisión Teológica Internacional,
al distinguir entre "la santidad de la Iglesia y la santidad en la Iglesia. La
primera, fundada en las misiones del Hijo y del Espíritu, [?]"
[22] ; y la segunda, inscrita en la respuesta que debe dar el
bautizado con toda su existencia, alcanzando plenamente aquello que ya está
incoado y que, de algún modo ya posee, por la consagración bautismal.
El pecado de los fieles,
cuando no se comportan conforme a su dignidad de cristianos, salpica, de un
modo misterioso pero real, a la Iglesia misma, que, aun siendo santa, ve
afeado su rostro. La plenitud de la santidad, como recuerda Tomás de Aquino,
aquí citado por la Comisión Teológica Internacional, "pertenece al tiempo
escatológico; mientras [tanto] la Iglesia peregrinante no debe engañarse,
afirmando estar libre de pecado"
[23] .
5. Conclusiones
Veíamos, al comienzo de la
disertación, que el Papa desea que uno de los signos característicos del
jubileo del 2000 sea la purificación de la memoria histórica. Tal purificación
deberá encaminarse, sobre todo, en dos direcciones: la petición de perdón por
las faltas contra la unidad, cometidas por los cristianos en el segundo
milenio de nuestra era, y el arrepentimiento por las violaciones y los pecados
contra la libertad de las conciencias. Estamos, pues, en presencia de un
acontecimiento religioso, y como tal debe enjuiciarse. No se trata, por tanto,
de un juicio histórico, en el sentido técnico del término, aunque no puede
prescindir de la información facilitada por las disciplinas históricas.
La petición de perdón pivota,
a nuestro entender, sobre tres apoyos teológicos, que la hacen posible y
auténtica, y la justifican: primero, la innegable implicación del tiempo, o
mejor, del tiempo histórico, en el orden de la salvación; en segundo lugar,
que la Iglesia se reconoce como un sujeto histórico único, desde el comienzo
de los tiempos históricos hasta la parusía, muy particularmente entre la
primera y segunda venida del Mesías; y tercero, y como consecuencia del
presupuesto eclesiológico anterior, que el género humano constituye un linaje
único, con estrechos vínculos solidarios entre sus miembros. Tales vínculos,
fundados en la unidad de la naturaleza, tienen también, como consecuencia del
decreto salvífico universal, profundas consecuencias en el orden sobrenatural.
Tal solidaridad, indiscutible para el bien, como rezan el artículo de la fe
sobre la comunión de los santos y los dogmas soteriológicos, debe afirmarse
así mismo, aunque no con un perfecta simetría, con respecto del mal. Existe,
pues, una cierta solidaridad de unos con otros en el orden del pecado, cosa
que queda probada con la lectura de la Sagrada Escritura. San Pablo fue
particularmente sensible a la corresponsabilidad para el bien y, en cierto
sentido, también para el mal, estableciendo su conocida dialéctica entre el
primer y el segundo Adán, el Adán pecador y Cristo.
Pedir perdón supone, en
definitiva, contribuir a la aplicación subjetiva de la Redención operada por
Cristo, librando a la humanidad de las responsabilidades de orden social o
colectivo contraídas a lo largo de la historia. Implica purificar a los fieles
con vistas a la parusía y a su ingreso en la Iglesia in Patria. En
algún sentido, constituye como un adelanto del juicio final, pero todavía
dentro de la historia, en el tiempo en que todavía se puede pedir perdón;
porque, acabada la historia, ya nadie podrá merecer.
<![endif]>
* Director del Instituto de Historia de la Iglesia, de la Universidad de Navarra, y miembro del Pontificio Comité de Ciencias Históricas.
[1] JUAN PABLO II, Bula Incarnationis Mysterium, de 29 de noviembre de 1998, nn. 11-13.
[2] Ibidem, n. 11.
[3] JUAN PABLO II, Carta apostólica Tertio millennio adveniente, de 10 de noviembre de 1994, n. 10.
[4] Ibidem, n. 17.
[5] Ibidem, n. 36.
[6] Ibidem, n. 35.
[7] Ibidem, n. 36.
[8] Declaraciones de Bruno Forte a Radio Vaticana, difundidas, vía internet, por la Agencia ZENIT (ZS99120108).
[9] Declaración del Cardenal Paul Poupard durante un debate sobre Giordano Bruno, dominico prófugo de su Orden, condenado a la hoguera por la Inquisición romana en el año 1600. Palabras tomadas de los resúmenes de prensa (?Diario de Navarra?, 4.02.2000).
[10] "Esta exhortación [Incarnationis Mysterium] ha suscitado en la comunidad eclesial una profunda y provechosa reflexión, que ha llevado a la publicación, en días pasados, de un documento de la Comisión Teológica Internacional, titulado Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas de pasado. Doy las gracias a todos los que han contribuido a la elaboración de este texto. Es muy útil para una comprensión y aplicación correctas de la auténtica petición de perdón, fundada en la responsabilidad objetiva que une a los cristianos, en cuanto miembros del Cuerpo místico, e impulsa a los fieles de hoy a reconocer, además de sus culpas propias, las de los cristianos de ayer, a la luz de un cuidadoso discernimiento histórico y teológico. En efecto, 'por el vínculo que une a unos y otros en el Cuerpo místico, y aun sin tener responsabilidad personal ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quines nos han precedido' [Incarnationis Mysterium, 11]. Reconocer las desviaciones del pasado sirve para despertar nuestra conciencia ante los compromisos del presente, abriendo a cada uno el camino de la conversión" (JUAN PABLO II, Homilía en la Santa Misa de la Jornada del perdón del Año Santo 2000, primer domingo de Cuaresma, 12 de marzo, n. 3).
[11] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado, dado a conocer en el Vaticano, el 7 de marzo de 2000 por el Cardenal Joseph Ratzinger y el Cardenal Roger Etchegaray.
[12] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Memoria y reconciliación?, Introducción.
[13]
Bula Incarnationis Mysterium, n. 11.
[14] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Memoria y reconciliación?, Introducción. Aquí, la Comisión Internacional remite a LG 8.
[15] Juan Pablo II, Mensaje a los indígenas, de 12 de octubre de 1992, n. 2.
[16] Ibidem.
[17] ID., Discurso en la Isla de Gorea, Senegal, el 21 de febrero de 1992; Mensaje a los afroamericanos, Santo Domingo, 12 de octubre de 1992.
[18] Santo Domingo. Conclusiones, n. 20.
[19] ?¿Hasta cuándo, Señor, Santo, Verdadero, no juzgarás y vengarás nuestra sangre en los que moran sobre la tierra? (Es la súplica de los mártires) Y a cada uno le fue dada una túnica blanca, y les fue dicho que estuvieran callados un poco de tiempo aún, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos, que también habían de ser muertos como ellos? (Apoc. 6, 10-11).
[20] Act. 9,4 y paralelos: Act. 22,7; 26,14.
[21] "Santa [?] y siempre necesitada de purificación" (LG 8).
[22] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, Memoria y reconciliación?, cit., n. 3.2.
[23] Ibidem,3.3.