LO QUE EL PAPA LE DIJO A HAWKING.

(Lic. Néstor Martínez).


Es conocido el dicho del físico Stephen Hawking en su libro "Historia del tiempo":

HAWKING, Stephen, Historia del tiempo, Ed. Crítica, Barcelona, 1988, trad. Miguel Ortuño.

"Durante la década de los setenta me dediqué principalmente a estudiar los agujeros negros, pero en 1981 mi interés por cuestiones acerca del origen y el destino del universo se despertó de nuevo cuando asistí a una conferencia sobre cosmología, organizada por los jesuitas en el Vaticano. La Iglesia Católica había cometido un grave error con Galileo, cuando trató de sentar cátedra en una cuestión de ciencia, al declarar que el Sol se movía alrededor de la Tierra. Ahora, siglos después, había decidido invitar a un grupo de expertos para que la asesorasen sobre cosmología. Al final de la conferencia, a los participantes se nos concedió una audiencia con el Papa. Nos dijo que estaba bien estudiar la evolución del universo después del "big bang", pero que no debíamos indagar en el "big bang" mismo, porque se trataba del momento de la Creación y por tanto de la obra de Dios. Me alegré entonces de que no conociese el tema de la charla que yo acababa de dar en la conferencia: la posibilidad de que el espacio-tiempo fuese finito pero no tuviese ninguna frontera, lo que significaría que no hubo ningún principio, ningún momento de la Creación. ¡Yo no tenía ningún deseo de compartir el destino de Galileo, con quien me siento fuertemente identificado en parte por la coincidencia de haber nacido exactamente 300 años después de su muerte!" (p. 156).

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Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que el Papa Juan Pablo II le dijo a Hawking y a los otros científicos que estaban con él? Veámoslo:

JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en la sesión plenaria de la Pontificia Academia de Ciencias, 3 de Octubre de 1981.

"Toda hipótesis científica sobre el origen del mundo, como la de un átomo primitivo, del que procedería el conjunto del Universo físico, deja abierto el problema referente al comienzo del Universo. La ciencia no puede por sí misma resolver dicha cuestión (*); hace falta ese saber del hombre que se eleva por encima de la física y de la astrofísica, y que recibe el nombre de metafísica; hace falta, sobre todo, el saber que viene de la revelación de Dios. Hace treinta años, el 22 de noviembre de 1951, mi predecesor el Papa Pío XII, hablando del problema del origen del universo con ocasión de la semana de estudios sobre la cuestión de los microseísmos, organizada por la Pontificia Academia de las Ciencias, decía lo siguiente:

"Sería inútil esperar una respuesta de las ciencias de la naturaleza, las cuales, por el contrario, declaran con lealtad hallarse ante un enigma insoluble. Igualmente, es cierto que el espíritu humano, entregado a la meditación filosófica, penetra más profundamente en el problema. No se puede negar que una mente iluminada y enriquecida con los conocimientos científicos modernos y que investiga con serenidad el problema, es llevada a romper el cerco de una materia totalmente independiente y autónoma - bien por ser increada o por haberse creado ella misma - y a elevarse hasta un Espíritu creador. Con la misma mirada diáfana y crítica con que examina y juzga los hechos, llega a vislumbrar y a reconocer en ellos la obra de la Omnipotencia creadora, cuya virtud, suscitada por el poderoso "fiat" pronunciado hace miles de millones de años por el Espíritu Creador, se desplegó dentro del Universo, llamando a la existencia, en un gesto de amor generoso, a la materia desbordante de energía"."

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(*) Versión original francesa: "La science ne peut par elle-même résoudre une telle question:..."

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Como vemos, en su texto Hawking sufre una confusión, esperemos que involuntaria, entre "no puede" ("ne peut") y "no debe" ("ne doit").

Lo que el Papa dice no es que la ciencia "no debe" ("ne doit") estudiar el origen radical de la materia, sino que "no puede" ("ne peut") hacerlo. No se trata de un "no poder" de "no estar permitido", sino de un "no poder" de "no ser capaz por sus propios medios", como se ve claramente por el texto.

Es decir, lo que dice Juan Pablo II, y que es lo mismo que dice Pío XII en el texto citado por el Papa, es que la ciencia por sí sola no está constitutiva y metodológicamente capacitada para abordar y resolver un problema filosófico como es el del origen radical de la materia. La intervención papal, hasta donde podemos ver, está basada en la tradicional distinción escolástica entre "ciencias particulares" y "filosofía". Esta distinción se apoya en la tesis de que las ciencias se especifican y distinguen entre sí por sus "objetos" (es decir, aproximadamente, sus temas de estudio), que son a su vez los que determinan sus métodos, y que las ciencias particulares y la filosofía tienen objetos formales esencialmente diferentes, por lo que son radicalmente incapaces cada una de ingresar en el campo específico de la otra.

Por supuesto que Hawking es libre de estar en desacuerdo con esta forma de ver del Papa, pero no es libre de interpretar el dicho del Papa como diciendo otra cosa, es decir, no es libre de interpretar una palabra dicha en "indicativo", ("no te es posible") como si hubiese sido dicha en "imperativo" ("no te está permitido"), simplemente porque no fue eso lo que se quiso decir y lo que se dijo, como vemos por los textos.

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Hawking se divierte bastante en esta cita con sus referencias a Galileo y su supuesto (afectado) temor de ser quemado vivo en pleno siglo XX en el Vaticano en medio de una asamblea de científicos de todas las creencias convocados por el Papa para "asesorarse" en cuestiones científicas, como él dice, y para "asesorarlos" a ellos en cuestiones filosóficas y teológicas. Del contraste entre estos dos textos, surge que la única actitud de cerrazón intolerante que vemos aquí es la del mismo Hawking, que habiendo sido capaz de sondear los espacios y los tiempos con su poderoso intelecto, no fue capaz de entender correctamente un sencillo mensaje papal dicho en francés común y corriente, para lo cual no podemos menos de pensar que a un genio como él le hubiera bastado con un poco de atención, voluntad y curiosidad, y en definitiva, ganas.

Éste es tal vez el lugar para una melancólica reflexión acerca de la exactitud con que se comprenden y se trasmiten a los medios de comunicación, "creadores de opinión", las palabras del Magisterio de la Iglesia...

Por lo que toca a Galileo, y simplemente porque sale en la cita, recordemos que no fue el Magisterio infalible de la Iglesia, que es siempre el Magisterio universal del Papa o de los Obispos del mundo, el que se pronunció contra su teoría, sino un tribunal local de la diócesis de Roma, tribunal que no gozaba, según la teología católica, del carisma de la infalibilidad.

Recordemos también que Galileo, católico convencido, argumentaba a sus adversarios eclesiásticos que su teoría no debía ser rechazada, porque la fe no podía estar en desacuerdo con la razón.

Es interesante, entre paréntesis, señalar que al parecer, por lo que dice Hawking, fue esa iniciativa jesuítica y vaticana la que reavivó su interés por el tema del comienzo del mundo, lo cual a la larga benefició a la ciencia con sus brillantes teorías. 

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Citemos ahora otro pasaje de Hawking en el mismo libro, que es uno de los que más nos gusta, porque es donde se ve, no a la ciencia física, sino a la inteligencia filosófica de Hawking que, cumpliendo lo que dice el Papa Pío XII en el fragmento citado, saca las lógicas consecuencias de lo que la ciencia nos informa sobre la realidad:

"Incluso si hay una teoría unificada posible, se trata únicamente de un conjunto de reglas y de ecuaciones. ¿Qué es lo que insufla fuego en las ecuaciones y crea un universo que puede ser descrito por ellas? El método usual de la ciencia de construir un modelo matemático no puede responder a las preguntas de porqué debe haber un universo que sea descrito por el modelo. ¿Porqué atraviesa el universo por todas las dificultades de la existencia? ¿Es la teoría unificada tan convincente que ocasiona su propia existencia? ¿O se necesita un creador y, si es así, ¿tiene éste algún otro efecto sobre el universo? ¿Y quién lo creó a él? " (p. 223).

En la primera parte de este fragmento Hawking demuestra en forma contundente que la ciencia física no le ha arrebatado el sentido común. Lo que dice acerca de lo que puede y no puede hacer el modelo matemático como explicación de la realidad parece el eco de lo que el Papa Pío XII dice en el fragmento arriba citado por Juan Pablo II. 

Y lo que pregunta acerca de cómo viene a la existencia, que es algo tan distinto de la posibilidad o necesidad matemáticas, un conjunto de fórmulas matemáticas, podría presentarse como la versión moderna de la Tercera Vía de Santo Tomás de Aquino. El "esse" o acto de ser, en Santo Tomás, siendo realmente distinto de la esencia alcanzada en el concepto, es precisamente ese "fuego" que el Ser Necesario, Fuego Puro y Subsistente, cuya Esencia se identifica con el Esse  Subsistente mismo, "insufla" en las esencias para que éstas existan y dejen así de ser meras posibilidades.

Y nótese que esto no tiene nada que ver, en el fondo, con que ese conjunto de fórmulas comience a existir en un momento determinado o no, al menos, según Santo Tomás. En un mundo en el que no hubiera sido dada la Revelación divina contenida en el Génesis, el Aquinate no habría tenido en el fondo problema alguno en que se demostrara que el universo, aún siendo finito, "no tuviese ninguna frontera" espacio - temporal, ni tampoco por tanto un comienzo. Un conjunto de fórmulas abstractas no es más existente por el hecho de no haber comenzado a existir, y la diferencia entre lo existente y lo meramente posible sigue siendo igual de infinita, como lo ha visto muy bien Hawking, tanto si se supone un posible comienzo, como si se supone una posible existencia sin comienzo.

La razón, por tanto, por la cual Santo Tomás se opone a que se niegue el comienzo del mundo, no es la necesidad de afirmar la existencia de Dios, sino más precisamente, la necesidad de testimoniar la verdad de la Revelación divina judeocristiana.

Pero de nuevo, esta negación del comienzo del mundo hecha por la ciencia experimental no podría pretender un alcance filosófico, metafísico, para lo cual la ciencia física, como dicen Pío XII y Hawking, es incompetente, y dejaría entonces necesariamente el lugar para la afirmación del comienzo radical del mundo hecha por la fe en la Revelación bíblica.

Curiosamente, eso también le dejaría a ella lugar para seguir manteniendo su pretensión de validez, siempre y cuando se entendiese siempre rigurosamente a sí misma como hipótesis científica útil que no pretende trasmitir la verdad última sobre la cuestión del comienzo del Universo.

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Con todo, para dar una imagen más balanceada, vamos a citar un párrafo de la interesante conferencia del Dr. Henry Schaeffer, Profesor de Química Cuántica de la Universidad de Georgia, traducido por nosotros. Hablando del modelo de universo "sin fronteras" de Hawkings, que se basa en un concepto matemático de "tiempo imaginario", dice: 

"El uso de tiempo imaginario es un truco matemático poderoso que es utilizado en ocasiones por los químicos y físicos teóricos. Mi mejor amigo en Berkeley, William Miller, usó en 1969 el tiempo imaginario para entender la dinámica de las reacciones químicas e hizo de ello un término habitual. Es una poderosa herramienta. 

En la propuesta "sin fronteras" de Hawking y Hartle, la noción de que el universo no tiene ni comienzo ni fin es algo que existe solamente en términos matemáticos. En el tiempo real, que es a lo que estamos confinados los seres humanos, más que en el tiempo imaginario como lo usa Hawking, siempre habrá una singularidad, es decir, un comienzo del tiempo.

Entre las afirmaciones contradictorias que hay en "Historia del tiempo", Hawking concede que esto es verdad. Escribe que "cuando volvemos al tiempo real en el que vivimos, sin embargo, aún parecerá haber singularidades...". "En el tiempo real el universo tiene un comienzo y un fin en singularidades que forman una frontera del espaciotiempo y en las cuales las leyes científicas dejan de funcionar". Sólo si vivimos en el tiempo imaginario encontraremos que no hay singularidades. De modo que aquí él ha realmente contestado su propia pregunta." 

En realidad, vale la pena leer completa la conferencia del Dr. Schaefer que se puede encontrar aquí

La respuesta de Hawking a esto, en su libro, parece ser  la siguiente: 

"Si el Universo estuviese realmente en un estado cuántico como el descrito, no habría singularidades en la historia del universo en el tiempo imaginario. Podría parecer, por lo tanto, que mi trabajo más reciente hubiese anulado completamente los resultados de mi trabajo previo sobre singularidades. Sin embargo, como se indicó antes, la importancia real de los teoremas sobre la singularidad es que prueban que el campo gravitatorio debe hacerse tan fuerte que los efectos gravitatorios cuánticos no pueden ser ignorados (...) El pobre astronauta que cae en un agujero negro sigue acabando mal: sólo si viviese en el tiempo imaginario no encontraría ninguna singularidad.

Todo esto podría sugerir que el llamado tiempo imaginario es realmente el tiempo real, y que lo que nosotros llamamos tiempo real es solamente una quimera." (p. 184 - 185). 

En este fragmento se dicen dos cosas: 

1) Efectivamente, las singularidades siguen contando, porque son inevitables en el tiempo real. En ese tiempo, un astronauta que cae en un agujero negro se convierte realmente  en "spaghetti", como dice Hawking. 

2) Pero, sorpresivamente, resulta que ¡ese tiempo en que las "singularidades" pueden acabar con nuestra vida no es finalmente el real, sino el tiempo matemático, el imaginario, en el que Hawking, al decir que si el astronauta "viviese en el tiempo imaginario" no sufriría ninguna consecuencia desagradable, está reconociendo que no vivimos nosotros! 

El Dr. Schaefer, con toda razón, diría, creo yo, que aquí Hawking vuelve a darle la razón a él.

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Lástima grande que al final de párrafo que veníamos comentando inicialmente Hawking, o su subconsciente, parece recordar la necesidad de ser un hombre moderno, incluso aunque ello implique mandar de vacaciones al sentido común recién brillantemente utilizado. Sólo podemos remitir, para respuesta de sus preguntas, a estos lugares:

¿Tiene Dios algún otro efecto sobre el mundo?

¿Y a Dios, quién lo creó?

Y recordar aquí nada más la gran ley de la "analogía" en nuestro hablar sobre Dios. Es decir, que la Fuente Subsistente de ese torrente ígneo de existencia que no puede salir de las solas fórmulas matemáticas ha de ser necesariamente Trascendente, y que entonces, merece por así decir un tratamiento lingüístico y epistemológico "especial", gracias al cual nos ahorraremos gran número de "dificultades" surgidas de la aplicación indiscriminadamente unívoca de nuestras categorías corrientes al Creador y fuente del todo el ser.

 Reconocemos que esto último debe ser lo más difícil de entender para una mentalidad exclusivamente formada en las ciencias particulares, y que sólo puede lograrse después de un estudio más o menos largo y paciente de la filosofía escolástica.

Dejamos para otra ocasión el presentar más en detalle nuestra opinión acerca del valor del argumento tomado del "Big Bang" en favor de la existencia de Dios. 

Solamente queremos dejar constancia aquí del error de fondo que hay en el planteo de Hawking, según otro de los pasajes famosos de su libro: 

"La idea de que espacio y tiempo puedan formar una superficie cerrada sin frontera tiene también profundas implicaciones sobre el papel de Dios en los asuntos del universo. Con el éxito de las teorías científicas para describir acontecimientos, la mayoría de la gente ha llegado a creer que Dios permite que el universo evolucione de acuerdo con un conjunto de leyes, en las que él no interviene para infringirlas. Sin embargo, las leyes no nos dicen qué aspecto debió tener el universo cuando comenzó; todavía dependería de Dios dar cuerda al reloj y elegir la forma de ponerlo en marcha. En cuanto en cuanto el universo tuviera un principio, podríamos suponer que tuvo un creador. Pero si el universo es realmente autocontenido, si no tiene ninguna frontera o borde, no tendría ni principio ni final: simplemente sería. ¿Qué lugar queda, entonces, para un creador?" (p. 187).

En este texto se establece una oposición entre "acción de Dios sobre el mundo", y "acción de las leyes naturales sobre el mundo". La acción divina se contempla solamente, o bien como una "infracción" de esas leyes, que se rechaza, o bien, como la "patada inicial" que pone en movimiento la maquinaria y establece las leyes de la misma, pero luego deja la máquina cósmica funcionar "sola", de acuerdo con esas leyes. 

Esto depende de un concepto totalmente antropomórfico e insuficiente de Dios y de su acción. Se confunde aquí la acción creadora de Dios, con la acción fabricatriz del hombre. Dios no es un agente más que se entromete o no en el funcionamiento del Universo, sino que su acción creadora es el fundamento permanente de la existencia misma del Universo y de las leyes que lo rigen, y por tanto, también del funcionamiento del Universo acorde con esas leyes. 

Para usar algo que sigue siendo una imagen, pero menos imperfecta que la del mecánico que fabrica un automóvil, pensemos más bien en una persona que imagina una historia. Esta persona no necesita "entrometerse" en el funcionamiento de su relato, ni siquiera necesita aparecer como un personaje del mismo. El relato, además, obedecerá ciertamente a las leyes de la sintaxis y de la composición literaria. Pero si esa persona dejara por un instante de imaginarlo, todo el universo imaginario de su relato desaparecería inmediata y totalmente. 

Es claro que la diferencia principal entre esta imagen y Dios Creador, es que el mundo producido por el Pensamiento, la Voluntad, y la Palabra divinos, no es imaginario, sino real. 

Demás está decir que tampoco en este caso es vital que el relato haya tenido un comienzo. No dejaría de ser totalmente imaginario por el hecho de haber sido imaginado desde siempre, al contrario. A cada instante dependería, igualmente, y totalmente, de la imaginación del autor, según los principios de Santo Tomás.  

Se podrá discutir si es posible o no que un relato no comience, pero no se puede negar que incluso en la hipótesis, imposible si se quiere, de que no haya comenzado, sigue siendo algo que depende continuamente de su autor. 

No olvidemos, por otra parte, que las leyes naturales no son cosas. Son modos estables de "comportarse" las cosas. Esos modos estables dependen de la naturaleza de las cosas. Esa naturaleza de las cosas, la reciben ellas de Dios Creador, como los personajes de nuestro relato imaginario reciben de su autor su fisonomía y carácter. 

Pero lo reciben continuamente, en tanto son imaginados por él. Dichos personajes, además, deben moverse ciertamente acorde con ciertas leyes, por ejemplo, no sería lógico que el hijo de un personaje tuviese mayor edad que él. Pero eso no quiere decir que los personajes se muevan por sí solos, sin influjo del autor. 

Si un personaje toma libremente una decisión, de acuerdo por otra parte con la personalidad con que lo ha dotado el autor, es porque así lo ha querido imaginar el autor del relato. Es imposible, en esa hipótesis, que esa decisión no sea imaginada como libre, y no figure como tal en el relato, si precisamente ha sido imaginada como libre.

Es claro que en realidad los personajes de nuestros relatos imaginarios no son libres. Ésa es precisamente otra diferencia entre nuestra "creación" de relatos imaginarios, y la Creación del Universo por Dios. Sin embargo, sigue siendo cierto que los personajes de nuestros relatos son libres, en su nivel, que es el de personajes imaginarios (son imaginariamente libres, como imaginariamente existen), así como nosotros somos, en nuestro nivel, realmente libres, en tanto reales creaturas de Dios.    

Por otra parte, si bien no es lo frecuente que el autor haga actuar a un personaje en contra del carácter que él mismo le ha dado, puede ser que su especial concepción del arte lo lleve precisamente a ello. En ese caso, si es un genio, el resultado será un relato artísticamente más perfecto aún. Se habrá infringido una ley, para obedecer a una ley artística aún superior. De todos modos, no es probable que alguien venga a reclamarle. Ahora bien, Dios es el autor de las leyes naturales, y no hay nadie por encima de él para intimarle continuamente su exacto cumplimiento. 

Para ver algo más preciso sobre esto último, cliquear aquí. 

En realidad, si Hawking hubiera aplicado aquí su imagen anterior del "fuego" de la existencia que viene a sacar a las fórmulas matemáticas de la pura posibilidad, se habría ahorrado tener que escribir este párrafo. Ese "fuego" no se vuelve un ápice más propiedad de las fórmulas después de recibido que antes. Sigue siendo un "préstamo" todo el tiempo que mantiene en el ser a esas estructuras que de suyo sólo tienen la posibilidad. Su efecto esencial no es hacer que las fórmulas o teorías empiecen a existir, sino simplemente que existan, y eso, todo el tiempo que existen.