Forjar una nueva cultura

Javier Palos

Sumario

I. Introducción.- II. Algunas muestras de la crisis (separación) entre fe y cultura: a) Imposibilidad de alcanzar la verdad (relativismo). El cienticismo; b) El laicismo imperante; c) El dominio de la técnica en la cultura ilustrada. Un libertad débil; d) Una consecuencia en el terreno ético: el "pansexualismo" de la cultura actual; e) Los desafíos a la vida y la "ideología del género". Modelos alternativos de familia.- III. Una nueva cultura: a) Comprender la cultura actual; b) Forjadores de una nueva cultura.

I. Introducción

Vivimos una época de grandes peligros y grandes oportunidades para el hombre y para el mundo, un momento de gran responsabilidad para todos nosotros. Una época en que se abren grandes esperanzas a la vez que plantea importantes interrogantes para la cultura y el evangelio. Uno de los problemas contemporáneos más graves, decía Pablo VI, es el de la separación entre el Evangelio y la cultura. Juan Pablo II, de una manera o de otra, ha tratado de esta cuestión en diversos momentos: "asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana" (Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, n. 9). Recuperar esta unidad es uno de los grandes desafíos que tenemos por delante.

Encontramos dos problemas fundamentales. El primero es la aparición de una nueva cultura. Aunque sea un tópico, no deja de ser verdad que la evolución del mundo moderno resulta vertiginosa. Hace tan solo unos días aparecía en un periódico que ya va a ser posible recibir información en los móviles y en las palms desde las vallas publicitarias. Pero es tan sólo un pequeño ejemplo. Las posibilidades de intercomunicación y de interacción personal se aceleran, se facilitan y se modifican de manera impresionante: móviles, móviles con vídeo, videoconferencias, webcams, etc. Y, con esas modificaciones, y eso es lo que nos interesa ahora, cambia el hombre. Las experiencias básicas de los jóvenes se originan en este mundo multimediático y, por eso, son diferentes de las experiencias de las generaciones anteriores. ¿Consecuencias? Cambian los modos de entender la existencia y las actitudes vitales, pero en profundidad, no sólo superficialmente; es decir, se piensa de modo diferente, se siente de modo diferente, quizá incluso se ama de manera diferente.

El segundo problema es que la nueva cultura parece abrirse camino independientemente del Evangelio, o en su contra. La hostilidad es ciertamente muy negativa, pero la indiferencia es peor. La primera, en el fondo, siempre esconde una dependencia, el rechazo de algo que se considera poderoso aunque contrario. Y por eso se le hostiga. La indiferencia supone la pérdida de relevancia social: la invisibilidad. No hay oposición al Evangelio porque ha dejado de interesar. Se ha convertido en una antigualla histórica prescindible en la construcción del proyecto de vida personal o colectivo.

Dicho todo esto, el problema, sin embargo, persiste: una lenta pero, al parecer, inexorable separación entre cristianismo y cultura. El cristianismo sigue caminando por una venerable senda que ha fecundado la sociedad occidental, pero esta sociedad, si bien vive de esa fecundación, traza cada vez con más decisión un camino paralelo e independiente. Asume parte de ese legado (los derechos humanos, por ejemplo) pero lo separa de la tradición cristiana y además ensalza valores anticristianos (una sexualidad exacerbada, la proliferación de formas familiares deficientes, el relativismo moral). El pronóstico de esta tendencia es muy negativo, pero a largo plazo. Dos mil años de historia no desaparecen de un plumazo. Europa seguirá siendo cristiana durante mucho tiempo. Pero, si la tendencia no se invierte, la desaparición lenta pero progresiva e ineluctable del cristianismo parece asegurada (1).

II. Algunas muestras de la crisis (separación) entre fe y cultura

Durante estos últimos años, en la Biblioteca Almudí, hemos reflexionado en diversas mesas redondas, en las que han participado destacados especialistas, sobre la situación cultural contemporánea. Se han publicado los trabajos respectivos. He considerado de interés citar algunas de las conclusiones más relevantes. Se citan a pie de página los trabajos correspondientes para facilitar ampliar e ir a las fuentes.

a) Imposibilidad de alcanzar la verdad (relativismo). El cienticismo (2).- El cientificismo postula que sólo se puede conocer la realidad siguiendo el método propio de las ciencias experimentales. El cientificismo como ideología tendría que ser claramente diferenciado de la realidad de la ciencia (cfr. Enc. Fides et ratio, 81 y 106). Esta última, aunque trabaje con la razón analítica, es decir, aunque analice una parte de la realidad, se mueve en el horizonte sapiencial, tiene en general sentido del límite y también puede abrirse a la dimensión de la verdad y la trascendencia. Algo radicalmente distinto es el cientificismo.

El cientificismo, como ideología dominante en la cultura contemporánea, haría un uso reducido de la razón que operaría en diversas dimensiones: en primer lugar, este uso reductivo de la razón se caracterizaría por ser una razón fragmentaria. La reducción no está en el análisis o en el estudio del fragmento, la reducción está en la elevación del fragmento a pretendido y falso todo, en reducir el todo a ese fragmento analizado desde la ciencia. Esta reducción de la razón a la razón fragmentaria conduce a su vez a una cultura de la desunión, de la división, de la desintegración: lo que había permanecido unido aparece ahora como separado e irreconciliable. Esta razón fragmentaria se opone, ante todo, a la aceptación de la dimensión de la metafísica, de la dimensión del sentido, de la dimensión de la verdad como verdad trascendente y conduce, por lo tanto, a la ruptura de la unidad humana.

La primera consecuencia del cientificismo es la reducción de la razón, a la razón fragmentaria y, con ello, la eliminación del sentido. Como segunda consecuencia, la razón en el cientificismo aparece como razón instrumental, lo que a su vez produce la caracterización de la cultura contemporánea como una cultura tecnocrática, como una cultura dominada por la técnica en cuanto se considera que el único conocimiento riguroso sería el conocimiento que puede ser verificado desde la ciencia y desde la tecnología.

La negación de la verdad llevaría a reducir el ser a lo fáctico y los valores a pura emotividad. La ciencia y la técnica aparecerían así como algo que carece de límites, de tal forma, que lo que técnicamente puede hacerse o es realizable tendería a presentarse como moralmente admisible. Sobre ello, Juan Pablo II, en la encíclica Fides et ratio dice: «si a los medios técnicos les falta la ordenación hacia un fin no utilitario, podrían trasformarse en potenciales destructores del genero humano». Esto es lo que en efecto ocurre no sólo con determinados usos de la energía nuclear, para la guerra y para la industria, sino también con determinados usos de la genética. Pensemos, por ejemplo, en la noticia aparecida en la revista SCIENCE, en la que sesenta y siete premios Nobel, entre ellos Watson, el descubridor de la estructura del código genético, pedían de modo conminatorio, presionando a los gobiernos, en especial al gobierno Norteamericano, a que se autorice la creación artificial de embriones para producir tejidos y órganos con los que se pudieran combatir enfermedades. Naturalmente, esta visión denota una reducción de la vida humana, al menos de la vida humana inicial, a simple objeto de experimentación en laboratorio.

b) El laicismo imperante.- Siguiendo la estela de cierta forma de racionalidad, se ha desarrollado una cultura que, de un modo antes desconocido para la humanidad, excluye a Dios de la conciencia pública, sea negando abiertamente su existencia, o pensando que no se puede demostrar, porque es incierta y, por tanto, pertenece al ámbito de una elección subjetiva.

En cualquier caso, la existencia de Dios es totalmente irrelevante para la vida pública. Ese racionalismo, por así decir puramente funcional, ha traído consigo un trastorno de la conciencia moral desconocido en las culturas precedentes, porque afirma que sólo es racional lo que se puede probar por medio de experimentos. Y como la moral pertenece a una esfera completamente distinta, desaparece como categoría autónoma, de modo que habrá que buscarla por otros caminos, porque en cualquier caso hay que admitir que la moral sigue siendo necesaria (3)

Una consecuencia de esta forma de entender la separación de las esferas civil y religiosa es ir prescindiendo de cualquier influencia religiosa en las leyes y por tanto en la configuración de las relaciones sociales entre nosotros y de los bienes que en nuestra convivencia podamos encontrar. Se pretende una sociedad laica, en la que la religión sea, a lo más, una afición privada de algunos ciudadanos, tolerable sólo en la medida en que no pretenda aparecer ni ser tenida en cuenta en la vida pública, en las leyes, en la cultura, en los comportamientos, en los usos y costumbres, en los criterios morales y normativos de nuestras conductas. No se trata sólo de impedir que los eclesiásticos influyan en la vida política, se trata más bien de que no influyan tampoco las convicciones religiosas de nadie, ni siquiera de los políticos. Esto es tanto como amordazar las conciencias, destruir la fuerza vital de la religiosidad y de la fe (4).

c) El dominio de la técnica en la cultura ilustrada. Un libertad débil.- Señalaba en su día el entonces Cardenal Ratzinger (3) como vivimos en una cultura ilustrada, consecuencia de una filosofía ilustrada que corta conscientemente sus propias raíces históricas y, de ese modo, se priva de las fuentes originarias de las que ella misma ha brotado, es decir, de la memoria fundamental de la humanidad, sin la que la razón pierde su punto de referencia.

En realidad, sigue siendo válido en ese planteamiento de la cultura actual  el principio de que la capacidad del hombre es el comienzo de su acción, sin más referentes éticos. Lo que se sabe hacer, también se puede hacer. No existe un saber hacer separado del poder hacer, porque iría contra la libertad, que es el valor supremo en absoluto. Pero el hombre, que sabe hacer tantas cosas, siempre sabe hacer más; y si su saber hacer no encuentra su medida en una norma moral, el resultado será inevitablemente, como se puede comprobar, un poder de destrucción.

El hombre sabe hacer hombres; y por eso, los hace. El hombre sabe usar hombres como «banco» de órganos para otros hombres, y por eso lo hace; lo hace porque parece ser una exigencia de su libertad. El hombre sabe fabricar bombas atómicas, y por eso las hace; y en principio está dispuesto también a usarlas. A fin de cuentas, también el terrorismo se basa en esta modalidad de «auto-autorización» que se arroga el hombre, más que en los principios del Corán. La separación radical de sus raíces que caracteriza a la filosofía ilustrada, no es, en último análisis, otra cosa que un desprecio de las capacidades del ser humano.

Para los portavoces de las ciencias naturales, el hombre, en el fondo, no tiene ninguna libertad; pero eso está en flagrante contradicción con el punto de partida de todo este problema. El hombre no debe creer que sea una realidad distinta de los demás seres vivos, por lo que deberá recibir el mismo trato. Así se expresan los representantes más audaces y más avanzados de una filosofía claramente separada de las raíces de la memoria histórica de la humanidad. Reducir el hombre a su capacidad técnica lleva, en definitiva a restringir y empobrecer notablemente su libertad: una libertad en el hacer, pero no en el ser

d) Una consecuencia en el terreno ético: el "pansexualismo" de la cultura actual.- Siempre ha sido difícil hablar de la sexualidad, es una realidad tan rica y con unas implicaciones morales tales que desbordan los precarios equilibrios con los que a veces se quiere mostrar su realidad

En cambio, posiblemente, nunca la sexualidad ha estado tan presente en nuestra sociedad no sólo en las conversaciones, sino en cualquier anuncio, en todo espectáculo, en toda realidad cotidiana. Freud al diagnosticar como neurótica la sociedad puritana de principios de siglo XX, promovió un aumento de la libertad sexual con la intención de mejorar la salud psíquica de tal sociedad. A pesar de ello, en la actualidad la obsesión sexual, lejos de disminuir, ha alcanzado incluso nuevas cotas con la aparición de una auténtica "adicción al sexo" que ya circula como una verdadera patología en algunos circuitos. No es un fenómeno casual, detrás de él se entrevén grandes intereses y un apoyo más o menos tácito de toda una sociedad que parece inerme o que contempla con una cierta satisfacción tal situación. Es a este fenómeno, difuso y difícil de delimitar, pero terriblemente real, lo que algunos han venido a denominar a modo de aproximación "pansexualismo". Su estallido, sin duda alguna, se ha de remontar a la "revolución sexual" de los años 60 y su consolidación se ha de atribuir a la evolución posterior de ésta.

Aunque pueda parecer curioso, esta auténtica invasión de mensajes de contenido sexual, de programas sobre el sexo, de la misma sexología como una pretendida ciencia, ha hecho mucho más ambiguo el lenguaje sexual que ha sufrido posiblemente como ningún otro una fortísima presión ideológica. En cierta medida, se debe al mismo objeto que quiere tratar: el sexo nos es en parte opaco, un oculto objeto de deseo, pero que no se apaga con su mera satisfacción ya que ésta enciende más fuertemente la voluptuosidad. La falta de claridad para aprehender en su totalidad todas las implicaciones de la sexualidad en el hombre y en la mujer permite la extensión de la ambigüedad y de la desorientación con la que las personas viven actualmente este fenómeno y esto mismo despierta su curiosidad e interés.

Ante la dificultad de encontrar un lenguaje ajustado a la comprensión de las personas, muchas veces, dentro de la Iglesia, se ha acudido al recurso del silencio. Es una falsa respuesta, pues produce el efecto nocivo de que se oye hablar de sexo en todas partes menos en la Iglesia, la que a los ojos de tantos parece no saber iluminar esa realidad en la vida de las personas. No es un hecho aislado, porque se añade a la notable ausencia de contenidos de una presentación sistemática de la moral en la predicación y en la catequesis. Con el paso del tiempo se ha podido ya verificar lo inadecuado de esta actitud porque hace crecer la confusión y la sospecha de que el cristianismo es incapaz de dar una solución a las nuevas cuestiones que se despiertan en este campo

Señala el profesor Pérez Soba (5), en su acertado estudio sobre el pansexualismo, el desafío cultural con el que se encuentra la Iglesia. No vale el ignorarlo, ni el condenarlo sin más. Tampoco cabe una cultura alternativa que se de sólo en pequeños círculos. Es necesaria una evangelización en su sentido más amplio que sepa hacer vida la riqueza inmensa que Dios ha mostrado al hombre como una auténtica "vocación al amor". En consecuencia el Evangelio del matrimonio y de la familia es inseparable de la construcción de la "civilización del amor" en todas sus dimensiones.

e) Los desafíos a la vida y la "ideología del género" (6). Modelos alternativos de familia.- La unión de un cierto liberalismo y un cierto socialismo ha engendrado una ideología que alimenta una violencia sin precedentes contra la vida humana, además de extender la ideología del género.

Algunos autores han propiciado una filosofía pesimista de la historia, según la cual, si no se toman medidas, la humanidad está abocada a la pobreza "natural". Ya que los alimentos crecen en progresión aritmética, mientras que el aumento de la población es en progresión geométrica (Malthus). La necesidad de intervenir desde la Administración estatal en este supuesto futuro sombrío para la humanidad, ha venido reforzada por los herederos del racionalismo iluminista y del despotismo ilustrado (marxismos y socialismos). A partir de ahí se ha desarrollado una verdadera cultura de control de la población a cualquier precio que ha propiciado la eliminación de innumerables vidas humanas (aborto), llegándose a una verdadera cultura de la muerte. A esto se añade que se concibe el aborto como un remedio "in extremis", pero de gran extensión, a los efectos no directamente queridos ?hijos no deseaos- a que lleva la cultura "pansexualista", con lo que no es difícil imaginarse el enorme alcance de esta lacra social.

Por lo que se refiere a la ideología del "género", ésta se remonta al informe Kinsey en los años 50, cuyos resultados son potenciados tras los primeros efectos de la revolución sexual de los años 60 del siglo XX. La teoría del género se fundamenta en la consideración de que la identidad sexual depende de la propia voluntad. Más que de sexo masculino y femenino se habla de "género" y, de este modo, se quiere hacer justicia a la configuración cultural de la sexualidad.

A partir de ahí, algunos sacan la consecuencia de que hay entonces otros "géneros" además del masculino y femenino: por ejemplo, los que se manifiestan en los distintos tipos de homosexualidad que se van a considerar al mismo nivel que los anteriores. Dada la supuesta igualdad de los distintos géneros, se pide que la sociedad civil y la Administración pública adopten una actitud "neutral" ante la elección ?por parte de cada individuo? de un género u otro. Para justificar la necesidad de esa actitud, la ideología del género vincula la identidad sexual al ejercicio de algunas virtudes cívicas (como la igualdad y la tolerancia).

Pero la difusión de la ideología del género se ha debido especialmente a las resoluciones políticas que algunos gobiernos occidentales han tomado respecto a la familia. Y ello a pesar de que la historia de la humanidad ha ido dejando de manifiesto la persistencia de la familia

Al mismo tiempo se ha generalizado por parte de algunos antropólogos sociales y culturales la consideración de la familia como una estructura más o como un construcción meramente convencional.

En suma, se acepta seguir hablando de familia, pero siempre dentro de un abanico de "modelos familiares" elegidos por los individuos (familia polimorfa), para los que se pide el mismo tratamiento. Así se busca amparar los contenidos de la revolución sexual. El hecho es que en los tratados internacionales sobre la población o la mujer, se ha dado por supuesta y aplicado sistemáticamente la ideología del género, junto con neologismos ?como son los de "derechos sexuales", "derechos reproductivos" y "modelos familiares".

El resultado es que la ideología del género ?al lado de la amenaza que para la vida humana supone la ya mencionada alianza entre liberalismo y socialismo? quiere deshacer la sociedad para rehacerla.

III. Una nueva cultura (7)

a) Comprender la cultura actual.- El panorama hasta aquí expuesto reviste cierta complejidad. La tarea que tenemos por delante es ardua y conviene recordar que sería imposible llevarla a cabo sin una estrecha unión con Cristo. Los mayores adelantos de la cultura se deben al influjo del Verbo Encarnado y del Espíritu Santo sobre tantas nobles iniciativas humanas. Podríamos decir que lo alcanzado con Cristo no puede mantenerse sin Él. Es claro también que una nueva evangelización y una nueva cultura sólo son posibles con Jesucristo.

1) Transformar la cultura significa esforzarse por comprender el mundo actual, sus problemas, sus esperanzas, su evolución. En una situación de gran complejidad, puede haber una tentación casi imperceptible de no entrar en el debate, por ejemplo, porque uno considera que "está mal planteado de raíz" o que hay mucha corrupción e intereses de parte en el mundo artístico, político, económico, etc. Esta comprensión exige lectura, estar al corriente de los cambios, participar en el diálogo cultural, superar los aspectos positivos y negativos, las tendencias, etc.

2) Superar la fragmentación del saber es una tarea en parte nueva y específica de nuestro tiempo si bien el problema no es completamente nuevo. Se trataría, en líneas generales, de que los saberes comuniquen más entre ellos y con el mundo profesional. Comunicación entre los saberes sectoriales (científicos y humanísticos), teniendo en cuenta la centralidad de la persona y su dignidad trascendente, y comunicación con los saberes más universales, como son la filosofía y la teología. Juan Pablo II en la Encíclica Fides et ratio menciona este punto como una de las tareas de este milenio que empieza. A este propósito MacIntyre advierte que tampoco en el pasado se realizó el ideal de que la teología sirviese para la unidad orgánica de los saberes.

La conexión entre fe y cultura exige respuestas en parte inéditas. La formación teológica ?Cristo como verdad- no agota su eficacia de ayuda vertebral para la vida cristiana en algunos aspectos de la vida espiritual y de la labor evangelizadora, sino que se extiende a ser una luz para dar una dimensión cristiana a las distintas profesiones ?y a los saberes correspondientes- y para la configuración humana y cristiana de la sociedad y de las estructuras temporales.

En relación con estos dos puntos anteriores, se halla la tarea de ofrecer de modo adecuado al debate cultural contemporáneo la antropología elaborada en los últimos decenios (Juan Pablo II y Benedicto XVI, junto con otros muchos autores cristianos y pensadores de orientación trascendente). Parece importante subrayar la necesidad de saber presentar lo que es de orden natural con argumentaciones racionales (8). Esa antropología no puede ser sólo teológica y filosófica, sino que ha de contar con otros saberes particulares, quizá hoy especialmente con la medicina (aspectos psicológicos y neurológicos), pero también con la antropología cultural, con la historia, la pedagogía, etc.

La sociedad democrática y plural exige una nueva cultura social y política bien enraizada en una comprensión profunda de la persona. Son importantes las concepciones innovadoras en este campo, pero también la formación de una cultura de solidaridad y de participación entre los profesionales. La capacidad de dialogar y de debatir temas de modo riguroso y sereno es un elemento necesario, que por razones históricas puede faltar quizá en no pocos países.

b) Forjadores de una nueva cultura.- Quizá un primer aspecto sea la conciencia clara, explícita y optimista de que se puede impulsar la "cultura", sin dejarse engullir por un estilo de vida de bajo nivel cultural, que domina en el debate político-social de muchos países, en la opinión pública, en los espectáculos, etc., que va erosionando la cultura media, aunque se advierten buenas reacciones.

En último término, la cuestión está en las personas: procurar ser hombres profundamente identificados con Cristo, a la vez que de profunda cultura, enraizada en esa unión con Cristo. Con una mayor participación activa en la vida cultural y social por medio de un fermento cristiano se obtendrán cada vez frutos mayores en este campo.

Una persona es culta porque ha adquirido un conjunto de hábitos intelectuales y morales, teóricos y prácticos, y unos conocimientos profundos y ordenados que pueden exponerse de modo eficaz y atrayente. Estos dos aspectos ?objetivo y subjetivo, contenidos y hábitos- son inseparables.

Estamos ante una tarea en la que se debe contar con muy diversos tipos de personas. Con más cristianos de alta cultura es posible llegar a muchos intelectuales, artistas, científicos, humanistas, etc. Y establecer con ellos un diálogo del que podemos beneficiarnos todos. Es significativo que Benedicto XVI haya buscado desde hace muchos años el diálogo con los intelectuales de relieve. En tiempos relativamente recientes lo hizo con Jürgen Habermas, con un buen número de pensadores en la Universidad de la Sorbona el año 2000, con políticos de cierto nivel cultural (por ej. Marcello Pera, presidente del Senado en Italia). Participó con varios intelectuales de varias tendencias en una mesa redonda en la Universidad de la Santa Cruz sobre el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe acerca de la acción de los laicos en la vida política.

Por una parte, en el mundo hay muchos esfuerzos de cristianos que proceden de modo aislado. Buscar una cierta colaboración puede ahorrar pérdidas de tiempo y permitir niveles más altos de acción cultural. Por otra parte, en la situación contemporánea parece que una nueva cultura no se puede lograr si un diálogo fecundo con personas no cristianas, pero de buen nivel.

Quizá especialmente hoy las tareas de gobierno en la Iglesia no son sólo principalmente funcionales o administrativas, sino que requieren una buena preparación cultural, que nunca se puede considerar acabada, como cualquier aspecto del saber. La tarea de promover una nueva cultura es fruto de la colaboración de muchos, pero pasa por una mejora de nosotros mismos. El centro es siempre la persona, no tomada sólo individual o aisladamente sino en colaboración con otros, naturalmente respetando siempre la libertad de todos, porque en este campo hay muchos temas opinables.

Es importante la actuación en la familia y la enseñanza elemental. En gran parte en los primeros años de la enseñanza se adquieren aficiones de tipo cultural. En algunos países, un cierto nivel artístico y cultural alto, de comportamiento y de educación, de diálogo, se deben a una enseñanza elemental de calidad. Muchas veces empieza entonces el interés por la lectura, por la música, por la pintura, etc. Cuando los padres leen, normalmente los hijos se contagian con ese ejemplo. Una nueva cultura requiere un gran cuidado de los profesores y de los planes de estudio en los colegios o centros de enseñanza previos a la universidad. Un alto nivel en el profesorado es importante.

Las universidades juegan un papel decisivo en la innovación. Parece claro que en una universidad, en el sentido estricto del término, la investigación es el elemento más caracterizante. Para hacer surgir una nueva cultura se necesita tener investigación de altura, proponerse planes de investigación interdisciplinares, abordar cuestiones también de actualidad en el campo de las humanidades, moverse a nivel internacional. Estos y otros puntos pueden ser objetivos en la formación de los nuevos profesores. Especialmente en el campo universitario es necesario coordinar los esfuerzos de las varias universidades. Es elocuente que una de las primeras visitas de Benedicto XVI dentro del Vaticano haya sido a la Pontificia Academia de las Ciencias sociales en su sede en los jardines vaticanos: la Casina de Pío IV.

Se trata de pasar de la afirmación genérica de que "los estudios humanísticos son importantes" a la aplicación práctica de las humanidades para resolver cuestiones de la existencia cotidiana, de la educación, de la familia, de la vida pública. Esto supone un amplio bagaje cultural, haber leído mucho ?o al menos lo suficiente-; haber leído bien, seleccionando adecuadamente los libros, permite evitar las simplificaciones, facilita el diálogo sereno y constructivo, el reconocimiento de la parte de verdad que haya en las varias posiciones.

Como en el caso de los primeros cristianos nos dedicamos a esta profunda y entusiasmante tarea con la alegre esperanza de que la vida de Cristo en nosotros y en otras muchas personas que colaborarán dará muy buenos frutos para la Iglesia y para la humanidad.

Notas

(1) Cfr. Juan Manuel Burgos, Una antropología para Europa, Almudí, 2005, http://www.almudi.org/app/asp/articulos/articulos.asp?n=445

(2) Cfr. Jesús Ballesteros, La interpretación de la cultura actual en la Encíclica "Fides et ratio", Almudí 1999, http://www.almudi.org/app/asp/articulos/articulos.asp?n=62

(3) Cfr. Joseph Ratzinger, Las crisis de las culturas, http://www.almudi.org/app/asp/articulos/articulos.asp?n=499

(4) Cfr. Mons. Fernando Sebastián, El laicismo que viene, http://www.almudi.org/app/asp/articulos/articulos.asp?n=395

(5) Cfr. Juan José Pérez Soba, El "Pansexualismo" de la cultura acutal, Almudí 2004, http://www.almudi.org/app/asp/articulos/articulos.asp?n=338

(6) Cfr. Eduardo Ortiz, Almudí 2005, Una antropología para Europa, http://www.almudi.org/app/asp/articulos/articulos.asp?n=462

(7) Algunas de las ideas aquí expuestas se pueden ver reforzadas en el libro del Cardenal Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, Ed. Sígueme, Salamanca, 2005.

(8) Cfr. Enc. Deus Caritas est, especialmente n.28; y Congr. Para la Doctrina de la Fe, Considerazioni circa i progetti di riconoscimento legale delle unión tra persone omosessuali, 3 giugno 2003, en la que se ofrecen varios argumentos racionales contra el reconocimiento legal de uniones homosexuales.