¿Está hecho el Universo para el hombre?

Mariano Artigas

 

Cfr. El hombre a la luz de la Ciencia, Libros MC. 1992

 

Sumario

El lugar de la Tierra en el universo.- Vivimos de milagro.- ¿Otras formas de vida?.- El principio antrópico.- Críticas al principio antrópico.- Ciencia y teleología.- El paradigma científico vigente.- Ciencia y creencia.- La objetividad científica.

 

 

            Las condiciones físicas que hacen posible la vida humana son enormemente específicas. ¿Son el resultado de un proceso necesario?, ¿demuestran que existe un plan superior?

            Estos interrogantes constituyen un aspecto de la pregunta, vieja pero siempre actual, sobre el puesto del hombre en el cosmos. En nuestra época, han dado lugar a discusiones que se centran en torno a lo que se ha denominado el principio antrópico. Este principio ha provocado polémicas y se ha interpretado de modos diversos. De algún modo, es un eco de la sensación clara de que el hombre ocupa un lugar rector en el mundo. La novedad estriba en que ahora es posible concretar esa sensación mediante conocimientos científicos detallados.

 

El lugar de la Tierra en el universo

 

            ¿Ocupa la Tierra un lugar privilegiado en el universo? Así se creyó en la antigüedad. Se pensaba que la Tierra estaba quieta en el centro del universo, y esta idea parecía ir de acuerdo con el puesto central que el hombre ocupa en el mundo.

            Sin embargo, el geocentrismo recibió un primer golpe cuando se publicó en 1543 la teoría heliocéntrica del canónigo polaco Nicolás Copérnico. En su modelo del sistema solar, la Tierra giraba alrededor del Sol, como los demás planetas. La mecánica de Isaac Newton, publicada en 1687, proporcionó una explicación científica de ese hecho, a través de las leyes que determinan el movimiento de los cuerpos.

            Más tarde se supo que el Sol es una estrella más entre otras. Por fin, en el siglo XX, la perspectiva se extendió a una escala mucho mayor. En efecto, Edwin Hubble demostró en 1925 que existen galaxias diferentes de la nuestra. La conclusión es que vivimos en un planeta que gira alrededor del Sol, el cual es una entre los miles de millones de estrellas de nuestra galaxia, la cual es, a su vez, una entre los miles de millones de galaxias que hay en el universo. Parece, por tanto, que somos unos seres perdidos en la inmensidad. Sin embargo, ésta no es toda la historia, ni mucho menos. La ciencia tenía preparadas nuevas sorpresas.

 

Vivimos de milagro

 

            A pesar de todo, realmente nos encontramos en un lugar privilegiado. Por ahora, no conocemos otro que se le parezca. La Tierra es un paraíso para la vida, puesto que su atmósfera tiene un 20 por ciento de oxigeno, y una capa de ozono que protege de las radiaciones perjudiciales. Los valores de la temperatura y la presión oscilan dentro de un estrecho margen y son bastante moderados. Hay agua en la superficie, y otras condiciones físicas y químicas a las que estamos acostumbrados, que sin embargo son bastante especiales y únicas, por lo que sabemos.

            Tales condiciones son el resultado de procesos muy singulares. Dependen de leyes físicas altamente específicas. Si la fuerza de la gravedad fuese un poco mayor de lo que en realidad es, las estrellas consumirían rápidamente su hidrógeno; en consecuencia, el Sol no habría existido de modo estable y durante un tiempo suficiente como para permitir el desarrollo de la vida que conocemos. Si la gravedad fuese algo menor, el Sol sería demasiado frío, y el resultado hubiese sido igualmente funesto para la vida.

            La intensidad de las fuerzas básicas, que determinan el mundo en el que vivimos, dependen de las circunstancias del universo primitivo. La vida, tal como la conocemos, está relacionada con los resultados de la Cosmología, que estudia el origen del universo. Por ejemplo, la expansión del universo parece depender de la relación que existía entre el número de fotones y el de partículas nucleares en una fase primitiva del universo. Si la expansión fuese más rápida, no se habrían formado las estrellas, y por tanto no existirían el Sol ni la Tierra. Algo semejante sucede con los valores de ciertas magnitudes básicas de la Física. Si se alterase ligeramente la relación entre las masas del protón y del neutrón, de modo que el protón fuese más pesado que el neutrón, los átomos de hidrógeno no serían estables. Como el hidrógeno constituye las tres cuartas partes de la materia conocida, el universo sería muy diferente. Los ejemplos pueden multiplicarse.

            Incluso vivimos en una época privilegiada de temperaturas moderadas. La cantidad de calor que recibimos del Sol depende del tamaño y de la forma de la órbita de la Tierra, así como de la inclinación de su eje. Estos factores cambian con el tiempo y provocan grandes cambios de temperatura, como ha sucedido en las glaciaciones. La fase actual es, en conjunto, una auténtica primavera.

            En definitiva, la vida humana es posible gracias a la coincidencia de muchos factores que remiten, en último término, al universo primitivo. Vistas así las cosas, vivimos de milagro.

 

¿Otras formas de vida?

 

            ¿Existe vida en otros lugares del universo?, ¿puede darse una vida diferente de la que conocemos?

            Hay tantos miles de millones de estrellas, que puede parecer presuntuoso pensar que sólo hay vida en la Tierra. ¿Es así? La verdad es que no sabemos casi nada sobre ello. Roman Smoluchowski, del Consejo de Ciencias del Espacio de los Estados Unidos, y destacado especialista en el estudio del origen y evolución de los planetas, ha escrito al respecto: «Las diferentes ecuaciones que se han propuesto para calcular la probabilidad de que exista vida, y especialmente vida inteligente, en otros sistemas planetarios sólo sirven para poner de relieve las profundas incertidumbres que tenemos acerca de la vida y de su evolución. Dependiendo de las preferencias personales, los científicos adoptan, para las diversas cantidades y probabilidades que aparecen en esas ecuaciones, valores que pueden ser centenares, miles o millones de veces diferentes de los adoptados por otros» '.

            ¿Hay otras formas de vida? Veamos de nuevo lo que escribe Smoluchowski: «Todavía no se ha contestado de manera decisiva a la pregunta de si podrían existir otras formas de vida bajo otras condiciones, pero la respuesta probablemente será negativa».

            Existen opiniones diferentes. En la ciencia ficción, aparecen incluso vivientes bajo formas gaseosas. Hay también científicos que proponen la existencia de otros universos. No parece haber razones decisivas para negar que puedan existir otros universos o formas de vida. En un futuro quizá lo sepamos. De momento, es interesante reflexionar sobre los datos reales que conocemos.

 

El principio antrópico

 

            El principio antrópico afirma que el universo posee las características que de hecho conocemos, porque, en caso contrario, no podríamos existir y no las conoceríamos. Por tanto, nuestra existencia pone límites a las propiedades posibles del universo. En concreto, no son admisibles las explicaciones que sean incompatibles con los resultados que de hecho se han dado.

            Esta idea fue propuesta por G. J. Whitrow en 1955. Robert H. Dicke, de la Universidad de Princeton, la articuló en 1957; argumentó que los factores biológicos ponen condiciones a los valores de las constantes físicas básicas. En 1974, Brandon Carter propuso la expresión principio antrópico. Carter afirmó que el hombre no ocupa un lugar central en el universo (en el sentido pre-copernicano), pero sí un lugar privilegiado.

            Otros científicos han invocado este principio. En 1973, Stephen Hawking y Barry Collins, de la Universidad de Cambridge, mostraron que la isotropía del universo sólo sería compatible con unas condiciones iniciales muy específicas. La isotropía es la propiedad según la cual las características del universo son independientes de la dirección en que se observe, y está bien fundamentada cuando se considera el universo a gran escala. En un universo que no fuese isotrópico, no se formarían estrellas ni planetas, ni por tanto existiría la vida que conocemos.

            J. D. Barrow y F. J. Tipler, dos científicos de reconocida reputación, publicaron en 1986 un libro muy amplio donde exponen una amplia defensa del principio antrópico..

 

Críticas al principio antrópico

 

            H. R. Pagels, director adjunto de la Academia de Ciencias de Nueva York, ha etiquetado al principio como una Cosmología casera y ha negado su valor científico. En sus críticas, Pagels alude a la posibilidad de que exista vida diferente de la que conocemos. Añade que un conocimiento más profundo de las leyes físicas, probablemente mostrará que no existen elementos arbitrarios en la evolución del universo: el principio antrópico sería una simple expresión de nuestra ignorancia de esas leyes. Señala además que del principio antrópico no pueden deducirse consecuencias empíricamente comprobables, tal como debe suceder con un enunciado de la ciencia experimental. Pagels concluye que no hay lugar en la ciencia para el principio antrópico.

            ¿Cuál es el valor de estas críticas? Ya se ha aludido a la posibilidad de otras formas de vida o de que en otros lugares haya vida semejante a la que conocemos. ¿Qué sucedería en ese caso? Podría pensarse que, en lugar de un solo tipo de milagros, tendríamos muchos. ¿Y si las leyes naturales condujesen necesariamente a las condiciones que hacen posible la vida? Entonces, podría añadirse, el milagro sería de primera categoría. Estas conclusiones no son científicas, pero parecen razonables.

            En cuanto a las predicciones, es cierto que el principio antrópico no permite deducirlas de cara al futuro. Pero también lo es que, si miramos al pasado, conduce a consecuencias teóricas y experimentales importantes. En efecto, exige que las formulaciones científicas sean compatibles con resultados bien conocidos.

            Detrás del principio antrópico, Pagels ve una motivación no científica, que guardaría relación con la religión. Y parece que esto tampoco le gusta. De acuerdo con lo que él denomina principio teista (que él no parece admitir), la razón de que el universo parezca hecho a medida para nuestra existencia es que realmente fue hecho a medida para que albergara vida inteligente: el universo sería el resultado de un plan divino. Según Pagels, algunos científicos encuentran poco atrayente esta idea, puesto que piensan que ciencia y religión se excluyen (éste parece ser su caso). Cuando tropiezan con cuestiones que no se explican mediante la ciencia, prefieren no recurrir a explicaciones religiosas. Pero la curiosidad sigue viva. De ahí concluye que el principio antrópico «es lo más cerca que algunos ateos pueden llegar a Dios». Por tanto, sería la expresión de un cierto sentido quasi-religioso por parte de algunos científicos que no admiten la existencia de Dios. Y a Pagels, esto no le va. Parece que le molesta el principio antrópico porque piensa que de un modo u otro, tiene que ver con la religión. Y, aunque no explicita sus convicciones, da la impresión de que no quiere saber nada de religión, pensando equivocadamente que es incompatible con la ciencia.

 

Ciencia y teleología

 

            Otras críticas se centran en el tema de la teleología, o sea, la finalidad. Éste es el caso de William H. Press, físico de la Universidad de Harvard. En una recensión al mencionado libro de Barrow y Tipler, reconoce que encierra grandes méritos y trata cuestiones interesantes. Pronostica que será muy citado, alabado y debatido. Incluso dice que merece encontrarse en la estantería de todo científico serio Pero no le gusta. ¿Por qué?

            Press señala algunos rasgos que, a su juicio, desorientan al lector del libro, por ser demasiado unilaterales. En concreto, se refiere a algunas cuestiones matemáticas y al método seguido por los autores. Pero esto es secundario. Al fin, señala claramente que, en su opinión, los defectos del libro se deben a que los autores defienden el resurgimiento de la teleología en la ciencia.

            ¿Qué hay de reprobable en ello? Press recuerda, al comienzo de su recensión, qué se entiende por teleología: «la doctrina según la cual los fenómenos naturales están guiados no sólo por fuerzas causales inmediatas, sino también por ciertos objetivos pre-determinados y distantes.» Añade que el paradigma científico vigente rechaza con vehemencia e incluso con desprecio la teleología. Pues bien, Barrow y Tipler afirman que en la ciencia hay sitio para la teleología. Éste sería, en opinión de Press, su gran error. ¿Por qué? Según Press, porque «este objetivo es nada menos que la fusión de materias de ciencia con materias de fe y creencia individual. Nos ha costado mucho tiempo separar esas materias, colocándolas en su lugar legitimo en los asuntos humanos. No deberíamos permitir fácilmente que se mezclen de nuevo». La conclusión de Press es que, si bien el libro resulta entretenido y fascinante, «busca unos objetivos que la mayoría de nosotros, en último término, desea rechazar».

            Hay otro dato que parece interesante. Press reconoce que, en su libro, Barrow y Tipler se limitan a una formulación débil del principio antrópico, según la cual las cantidades físicas tienen valores restringidos por la exigencia de que deben permitir el desarrollo de la vida tal como la conocemos. Dice que esta formulación no se presta a controversias. Lo que, según él, resulta inaceptable son las formulaciones fuertes del principio, según las cuales el universo se ha formado de acuerdo con un plan. Pues bien, Press acusa a Barrow y Tipler de que, si bien se limitan al enfoque débil, e incluso evitan decir que quieren hacernos creer en las formulaciones fuertes, «uno no puede leer su libro sin sentir que ellos lo quieren, y que son unos creyentes agudos y con amplia visión que hacen prosélitos». En definitiva Press critica a Barrow y Tipler por su intención, aunque reconoce que en su libro no manifiestan expresamente la intención que les atribuye.

 

El paradigma científico vigente

            Una cuestión mencionada por Press merece más atención: su alusión al paradigma científico generalmente admitido en la actualidad. O sea, la concepción sobre qué es la Ciencia y, por tanto, qué puede y qué no puede ser admitido como científico.

            Según dicho paradigma, todo enunciado de la ciencia experimental debe relacionarse con observaciones controlables. El principio antrópico, en su formulación débil, parece cumplir ese requisito (Press, a pesar de sus criticas, lo reconoce). Por otra parte, no son pocos los biólogos que admiten hoy día que, en su ciencia, la teleología correctamente entendida tiene un lugar propio e incluso resulta indispensable. ¿A qué se deben, pues, las reticencias a admitir el posible valor científico del principio antrópico?

            En parte, como ya se ha señalado, a su posible conexión con creencias religiosas. Se trata de un problema de gran actualidad. El paradigma científico vigente parece presentarse como detentador del monopolio de la objetividad. Lo científico sería objetivo, y todo lo demás sería materia de creencias subjetivas. Esta idea goza de gran difusión. Sin embargo, se basa en equívocos que vale la pena analizar.

 

Ciencia y creencia

 

            Quizá pueda molestar a algunos que el principio antrópico conecte con la teleología, y que ésta se relacione, en último término,  con la existencia de un Dios personal que ha creado el universo de acuerdo con un plan. Y que, en consecuencia, la ciencia pudiera tener alguna relación con la religión.

            No es deseable, en modo alguno, defender los saltos injustificados desde la ciencia hasta la religión. Tales mezclas suelen tener efectos perjudiciales para ambas y, en todo caso, no se ajustan a la verdad. Pero debe evitarse igualmente otro peligro: el de identificar la objetividad científica con una negación práctica de la religión.

            Este peligro es real. Desde el punto de vista sociológico, resulta un tanto sorprendente el trato desigual que, en ocasiones, se da a las opiniones favorables y a las contrarias a la religión. No es difícil tropezarse con escritos donde se presentan afirmaciones anti-religiosas como si fuesen un resultado de los avances de la ciencia. Basta pensar en las presuntas pruebas científicas de la posibilidad de una autocreación del universo, defendidas, entre otros, por P. W. Atkins y Paul Davies. El lector no especialista puede sentirse deslumbrado por razonamientos en los que se habla del nacimiento de estructuras espacio-temporales a partir de la nada como resultado de fluctuaciones que se darían en el vacío cuántico, recurriendo a la teoría de la gravedad cuántica; sin embargo, esas argumentaciones contienen, además de datos científicos, una mezcla de especulaciones hipotéticas y extrapolaciones arbitrarias. Los ejemplos pueden multiplicarse.

 

La objetividad científica

 

            En tales casos, los especialistas suelen sonreír y no hacen mucho caso. Pero el público tiene derecho a que las publicaciones científicas divulgativas se planteen con el necesario rigor. Esto tiene una importancia especial en una época como la nuestra, en la que la ciencia goza de una autoridad social enorme.

            Concretamente, el respeto al rigor científico lleva a reconocer que pueden darse razonamientos objetivos fuera del ámbito de la ciencia experimental. La dicotomía entre lo científico-objetivo y la creencia-subjetiva, tal como se plantea con frecuencia, es demasiado superficial. Si bien es cierto que en la ciencia se da un control peculiar, eso no significa, en modo alguno, que lo que cae fuera de las ciencias no pueda estudiarse objetivamente.

            En el caso de la teleología, parece que la existencia de fines en la naturaleza es innegable. Las leyes científicas expresan tendencias objetivas. Cuanto más se avanza en la ciencia, mayor es nuestro conocimiento del orden natural sin el cual la ciencia no podría existir. En los procesos naturales se da una finalidad intrínseca Se trata de cuestiones que pueden estudiarse objetivamente con rigor.

            Resulta sorprendente que existan fuertes resistencias frente a la teleología y, en cambio, se admita con facilidad que la selección natural explica todo tipo de procesos pasados, presentes y futuros, yendo mucho más allá de lo que realmente puede comprobarse. ¿Por qué este trato tan diferente?, ¿es quizá porque la teleología conduce con facilidad a la existencia de un plan divino sobre el universo?, ¿por qué no se dan resistencias análogas cuando se atribuye un valor excesivo al principio de la selección natural, o cuando se explican las características del hombre como si fueran una simple prolongación de las de los animales?

            La objetividad científica exige que se dé a cada afirmación el valor que realmente tiene. A veces parece interpretarse de otro modo. Como si todo lo que pueda relacionarse con el espíritu y la religión careciera de validez objetiva. Y como si cualquier presunta explicación naturalista, que niega las realidades espirituales y religiosas, fuese una posible hipótesis respetable. Este planteamiento es a todas luces falso. Utiliza el método científico como máscara de una ideología injustificable.

            Debe señalarse que, en relación con el principio antrópico, se han propuesto especulaciones sorprendentes. Se puede adoptar ante ellas una actitud de reserva e incluso de rechazo. Pero, en su formulación débil, el principio antrópico plantea problemas interesantes y legítimos. Su fecundidad científica es una cuestión abierta.

            Y la relación del principio antrópico con la teleología, más bien exige un examen atento de la objetividad científica, que permita evitar una utilización arbitraria de la ciencia en favor de ideologías reduccionistas.