Son muchos los que se convierten: muchos más de los que algunos piensan. La
mayoría lo hace calladamente, pero a veces —dice — «nos encontramos con casos de
intelectuales que han vivido conscientemente su conversión como un proceso y son
capaces de relatar sus etapas. Tiene un gran interés que personas con vida
intelectual nos cuenten su conversión. Porque son más capaces de analizar y
describir sus situaciones y evolución. Así su relato adquiere una fuerza, que es
verdaderamente literaria, no por artificio, sino por la realidad que toca, que
es profundamente humana.»
De G. K. Chesterton ha dicho Juan Manuel de Prada que «quizá ha sido el gran
escritor católico del siglo XX, y uno de los grandes escritores de ese siglo».
Dice en Alfa y Omega, hablando del mismo Chesterton: «Murió en 1936, pero
predijo el Holocausto, la guerra más horrible de la Historia (y dónde
empezaría), el nacimiento y la caída del comunismo ruso; que «se exaltaría la
lujuria y se prohibiría la fertilidad», que el aborto sería un signo de
progreso…; que el Estado sustituiría a la autoridad paterna; que algunos
cristianos alabarían «todos los credos menos el propio». Así vio Chesterton un
mundo del que decía que había que odiarlo tanto como para querer cambiarlo, y
amarlo tanto para creer que vale la pena cambiarlo.»
El siglo XX ha estado marcado por choques ideológicos muy fuertes que influyeron
en el modo de pensar de sus personajes más lúcidos, entre los cuales, sin duda,
se encuentran los escritores.
Joseph Pearce ha publicado recientemente Escritores Conversos,
ed. Palabra, 2006. (Literary Converts, ed. Ignatius Press, 2000). Estudia
en este extenso libro las repercusiones que las teorías de Marx y Nietszche
tuvieron en escritores como Bernard Schaw o H.G. Wells y en muchos otros, y
como, en ese ambiente, se produjo un importante renacimiento artístico y
espiritual que alcanzó a intelectuales y artistas que, desde el mundo
anglosajón, ejercieron y siguen ejerciendo notable influencia en el mundo de
trata de los que Pearce califica «Escritores conversos», entre los que se
encuentran C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien, Evelyn Waugh, Chesterton, T.S. Eliot,
Hilaire Belloc, Graham Greene, Christopher Dawson, Malcolm Muggeridge, Ronald
Knox, Robert Benson, Dorothy Sayers, Edith Sitwell, Maurice Baring, Siegfred
Sassoon, etc., con cuyas vidas se cruzan actores como Alec Guinnes o Ernest
Milton.
A una época marcada fuertemente por la incredulidad de una filosofía
materialista, se le ofreció el contrapeso de una literatura más profunda,
cargada de valores trascendentes, que constituyó una «red» de inteligencias
sensibles, que generó un renacimiento cultural, un nuevo testimonio de la fuerza
creadora del cristianismo.
Dice Joseph Pearce: «Personalmente, yo soy un converso al catolicismo a través
de la lectura de Chesterton, Belloc, Tolkien, Lewis y otros. Si no hubiera sido
por esta corriente, puede que nunca me hubiera hecho católico. En mis viajes y
mi correspondencia conozco a mucha gente que ha llegado o ha vuelto a Roma, al
menos en parte, leyendo a estos grandes escritores. Todo lo que hace cada
persona tiene consecuencias permanentes, porque estamos hechos para la
eternidad, y en ella está nuestro destino. Estoy seguro de que el renacimiento
católico ha ayudado a mucha gente a llegar al Cielo, o la ha salvado del
infierno -¡quizá a mí también!-»
Se dice en Almudí sobre el libro de Pearce: «Llama la atención que, dejando de
lado el influjo de la gracia de Dios, la mayor parte de esas conversiones
obedecieron —como había ocurrido anteriormente con J.H. Newman— más a motivos
racionales que a factores afectivos. Así, son frecuentes los casos de polemistas
anticatólicos que acaban pasándose al lado de sus ‘adversarios’. En este
sentido, admira su vigor y honradez intelectual.»
«Prácticamente todos ellos, a raíz de su conversión y hasta el fin de sus vidas,
realizaron una eficaz labor apologética, acometida incluso con mayor entusiasmo
al de su anterior combate contra la fe.»
«Son conscientes de que cuando desarrollan ese apostolado están prestando un
impagable servicio a la cultura y civilización de un mundo que ha perdido sus
referencias, no ya específicamente religiosas, sino humanas. Esta convicción
resulta estimulante para los católicos del siglo XXI.»
Publicamos a continuación un escrito de titulado Conversos del siglo XX.
«No se trata sólo de conversos en el mundo anglosajón, sino que habla de otras
vetas»: francesa, germánica, hispánica, eslava,…
Este texto procede en su origen de una conferencia publicada en Diálogos de
Teología, V, Edicep, Valencia 2003, pp. 31- sido notablemente ampliado y
puesto al día por el autor.]
La fe cristiana, desde el principio, ha suscitado conversiones a su alrededor.
Porque es una llamada a la conversión («convertíos y creed en el Evangelio» Mc
1,15). Por eso son muchos los casos de conversiones a lo largo de la historia.
De la mayoría no nos queda testimonio o solo un testimonio genérico. En parte,
por el comprensible pudor con que estas cosas se tratan. En parte también por la
dificultad de poner por escrito un itinerario interior tan delicado: que exige
percibir a cada paso lo que sucede y conservarlo con claridad en la memoria.
Pero algunas veces nos encontramos con casos de intelectuales que han vivido
conscientemente su conversión como un proceso y son capaces de relatar sus
etapas. Ya lo hizo, de una manera magistral, san Agustín. Y sus Confesiones han
quedado como un modelo en este género de literatura religiosa. Y también
mostraron su interés y su papel para el mejor conocimiento y la difusión del
mensaje evangélico.
Tiene un gran interés que personas con vida intelectual nos cuenten su
conversión. Son más capaces de analizar y describir evolución, las distintas
situaciones por las que han pasado con su contexto, y el peso que tuvieron
diversos elementos e ideas. Así su relato adquiere una fuerza, que es
verdaderamente literaria, no por artificio, sino por la realidad que toca, que
es profundamente humana.
No es que, necesariamente, estas conversiones sean, en sí mismas, más perfectas,
más valiosas o más auténticas que otras menos conocidas o que no han dejado
huella literaria. No se pueden establecer tales baremos en estas experiencias.
Se trata simplemente de que, al haber sido expresadas, se prestan al análisis. Y
éste tiene un alto interés, tanto para la teología, que piensa el mensaje
cristiano en sus implicaciones intelectuales, como para la evangelización, que
trata de difundirlo y hacer que llegue a los corazones de los hombres.
De una manera semejante a lo que sucede con los experimentos cruciales en
el ámbito de una ciencia, con estos testimonios podemos acceder a estratos del
espíritu humano y de la vida cristiana, que, en las circunstancias normales, no
se nos muestran tan claramente. La conversión afecta a muchas dimensiones del
ser humano: Desde el punto de vista antropológico, nos sumerge en las
profundidades de los resortes del espíritu. Desde el punto de vista literario,
es un tema privilegiado, por su dramatismo y profundidad. Desde el punto de
vista teológico, nos descubre con trazos vivos la verdad existencial de los
misterios cristianos (Palabra, Gracia, Sacramentos, Iglesia). Desde el punto de
vista de la evangelización, nos señala prioridades y nos sugiere formas mejores
de ofrecer el mensaje. Y siempre nos recuerdan la absoluta primacía de la gracia
de Dios.
Los grandes relatos de Newman, Edith Stein, Chesterton, García Morente y Lewis,
siguen la huella trazada por San Agustín en sus Confesiones, y se
convierten, ellos mismos, en grandes testimonios humanos y literarios y en
caminos de conversión.
El converso es un antídoto contra la mediocridad, contra el acostumbramiento,
contra la inercia de las sociedades sociológicamente cristianas. El converso
percibe la novedad, se da cuenta de la maravilla de la fe. Tiene la sensibilidad
entera y despierta: lo ve todo junto, con ojos nuevos, no acostumbrados, con
todos sus perfiles. Tiene capacidad de admirarse ante lo admirable. Está en una
situación peculiar (que no resiste la naturaleza humana por mucho tiempo). Es un
revulsivo para los cristianos acostumbrados. Nos presta ese extraordinario
servicio. Abre un camino y su vida se convierte en un argumento, en una manera
particularmente viva de mostrar la fe. (En cambio, para el converso, la
mediocridad de lo que encuentra a su alrededor, la falta de entusiasmo en la fe,
frecuentemente se convierte en una nueva prueba). Y, en muchos casos, los
grandes relatos de conversos son una ayuda inestimable para los que están en el
mismo camino de conversión y pasan por pruebas semejantes. Se sienten animados y
acompañados.
Hay que tener en cuenta que el ser humano es un ser profundamente social. Aunque
hoy esté de moda pensar que cada uno puede hacerse una fe a su medida, el hecho
es que cada persona es muy dependiente de sus tradiciones y de las posiciones
que existen en su ambiente. Ni se parte de cualquier sitio, ni se llega de
cualquier modo. Ordinariamente, sólo con una gran honestidad y esfuerzo
personal, y conducido por alguna manifestación de lo cristiano (y por la gracia
de Dios), se consigue el grado de independencia necesario para convertirse. Por
eso, son, en general, casos solitarios, bastante conscientes de su proceso
espiritual.
La palabra «conversión» (metanoia; en griego) tiene un sentido dinámico:
significa un cambio de dirección de la mirada o del avance; en sentido
espiritual, es un volverse hacia Dios y caminar hacia Él. Lo contrario de la
famosa definición de pecado atribuida a San Agustín: «aversio a Deo et
conversio ad creaturas»: separarse de Dios para convertirse a las criaturas.
Ahora se trata de apartarse de otras cosas y volverse hacia Dios. Convertirse,
para el cristianismo, es encontrar el verdadero rostro de Dios, tal como nos ha
sido revelado en Cristo, «Camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como desea la
hermosa bendición israelita, «que el Señor te muestre su rostro» (Nm 6, 24-26).
Generalmente, cuando hablamos de conversiones, nos referimos a procesos de
personas que llegan a la fe. Pero también existen conversiones morales. Siempre
ha habido personas que han sentido una llamada apremiante a seguir de cerca a
Jesucristo. Así nos consta de San Bernardo, San Francisco de Asís, B. Ramón
Llull, Pico della Mirandola, S. Ignacio de Loyola, Pascal, Chateaubriand, los
románticos alemanes Friedrich von Schlegel y Novalis. En algunos casos, es sólo
decidirse a vivir la vocación cristiana en serio. En la literatura espiritual,
se llama « segunda conversión», a este cambio. Y el ejemplo tradicional es el de
santa Teresa, cuando, después de muchos años de ser monja, siente una vibrante
llamada a tomárselo definitivamente en serio.
Las conversiones a la fe son otra cosa. Parten, obviamente, de una situación de
increencia. Los protagonistas tienen que ser personas que han abandonado la fe,
o que pertenecen a grupos que tienen otra fe o ninguna. En la antigüedad, en la
primera expansión del cristianismo, se dieron muchas conversiones de personas
que procedían de otras religiones. Era un caso normal y estadísticamente
frecuente, y lo siguió siendo durante varios siglos, cuando se convirtieron los
pueblos de Europa. Durante el primer milenio, Europa se convirtió en un espacio
cristiano, con escasas minorías religiosas (sobre todo, judíos y, en el sur,
musulmanes).
Desde la mitad del segundo milenio (s. XVI), el cristianismo se expandió hacia
otras zonas geográficas y fueron evangelizados los pueblos americanos, africanos
(subsaharianos) y asiáticos (Filipinas). Es una época misional, que después será
continuada hasta bien entrado el siglo XX. En la misma mitad del siglo XVI se
produjo también la ruptura de la unidad religiosa del occidente cristiano y
aparecieron varias confesiones cristianas (anglicanos, luteranos, calvinistas,
etc.), que después darían lugar a muchas otras al trasladarse a los Estados
Unidos.
En un tercer momento, después de cien años de guerras religiosas y, en parte por
cansancio de ellas, se desarrolló en Occidente un proceso de secularización,
impulsado por una rama de la Ilustración (francesa y alemana). Por primera vez,
surgieron formas sociales de increencia, con sus propias tradiciones, que se
perpetúan. Desde entonces, hay familias y ambientes «laicos», refractarios,
ajenos o críticos ante la fe: materialista-cientifista,
republicano-laicista-liberal, socialistas y comunistas; y más modernamente,
algunos grupos verdes, alternativos y libertarios. Esta es una nueva clase de
ateos o incrédulos con respecto al mundo antiguo.
Con este breve marco histórico, podemos establecer las distintas situaciones de
las que proceden los conversos del siglo XX y dividirlos en cinco grupos:
- los católicos que habían pedido la fe o apenas la llegaron a tener y la
recuperan;
- los que proceden de una tradición «laica», materialista, atea o agnóstica; son
muchos.
- los que proceden de otras confesiones religiosas en las que se ha dividido
históricamente el cristianismo (luteranos, calvinistas, anglicanos, baptistas,
metodistas, etc.) o de sectas de origen más o menos cristianos.
- los que proceden del judaísmo; que es un grupo significativo en la primera
mitad del siglo XX.
- los que proceden de otras religiones no cristianas (Islam, Budismo, Hinduismo,
etc.): esto sucede principalmente en los territorios de misión propiamente
dicha.
Son casos muy distintos. Para aquellos que han perdido la fe o no llegaron a
tenerla muy viva, se trata de un redescubrimiento, cosas que sabían vagamente se
vuelven vivas y operativas. Para los que proceden del agnosticismo o del ateísmo
o de otras religiones, la fe es una luz que cambia totalmente el sentido y el
marco de sus vidas. En el caso de los que proceden de otras confesiones
cristianas, se trata de una recuperación de la unión original de la Iglesia:
frecuentemente, sienten la incorporación como un volver a casa, sin que tengan
que separarse de lo auténticamente cristiano que ya han vivido. Para los que
proceden del judaísmo, si han tenido formación religiosa, perciben la relación
entre el Antiguo y Testamento y recorren un camino semejante al que recorrieron
los primeros cristianos al encontrar a Cristo y reconocerlo como el Mesías
esperado por Israel; en muchos otros casos, más bien proceden del ateísmo
materialista o del agnosticismo.
El caso de los judíos centroeuropeos resulta particular por varios motivos.
Hasta finales del siglo XX ha sido la minoría religiosa no cristiana más
importante en Europa (ahora son los musulmanes). Hay que recordar que, hasta
principios del XIX, vivía segregada, manteniendo su identidad, aunque en medios
pobres y poco cultos, salvo excepciones. Con la expansión de las nuevas ideas
políticas democráticas, se desarrolla un proceso de emancipación e integración
política y civil, de las minorías judías europeas (Prusia y el Imperio
Austrohúngaro, Rusia, Holanda, Suiza, Francia e Italia).
En una segunda o tercera generación, las familias judías centroeuropeas
adineradas y cultas tendieron a la asimilación cultural y se bautizaron o
educaron a sus hijos en el cristianismo (Max Scheler). En muchos casos, no
significaba gran cosa. Especialmente, en los estados de tradición luterana, muy
descristianizados, donde las iglesias llevaban el registro civil. El poeta Heine
dijo que se bautizaba como si se tratara de un pasaporte social. Así sucede
también con la familia de Wittgenstein, o con el propio Husserl); su bautismo
apenas tuvo significado religioso (aunque más tarde ambos manifestaran cierto
interés por el cristianismo).
En otros casos, supuso una verdadera y plena incorporación a la Iglesia, como se
aprecia, por ejemplo, en la novelista de origen ruso y judío Irène Némirovsky.
Muchos intelectuales judíos se interesaron personalmente por el cristianismo (Gustav
Mahler, Franz Werfel, Henri Bergson). Una minoría mantuvieron y en algunos casos
renovaron la fe judía (Buber o Rosenzweig). En otros muchos casos tendieron
hacia el materialismo agnóstico o hacia posiciones de izquierda radical
(comunistas). La tremenda experiencia del genocidio judío a manos de los nazis
dio una nueva identidad (más histórica que religiosa) a la minoría judía
restante, muy reducida. Y haría las conversiones más raras y más conscientes (Zolli,
Lustiger). Hoy, además de Israel, la minoría judía más importante está en los
Estados Unidos, donde hay que señalar también algunas conversiones (Nathanson.
Novak).
Sin ningún ánimo de exhaustividad, vamos a hacer un repaso de algunos conversos
que han tenido mayor impacto cultural. Nos limitaremos al área occidental. Sin
olvidar nunca que la Iglesia está muy viva y crece en otras áreas geográficas,
como Corea, el Africa subsahariana, la India, China o Taiwan. Donde también son
frecuentes las conversiones, incluidas conversiones de intelectuales.
Nuestro objetivo es trazar una panorámica, que nos permita identificar un poco
las dimensiones de este fenómeno. Vamos a agrupar a los conversos por áreas
lingüísticas. Se trata de un criterio algo arbitrario, pero nos permitirá
ordenarlos según una cierta homogeneidad cultural. Son individualidades que no
siempre es posible conectar entre sí, como si formaran una red o una secuencia.
Lo más característico de una conversión es lo que tiene de relación personal con
Dios, cosa que difícilmente se somete a clasificaciones. En todo caso,
dividiremos la exposición en dos periodos: la «primera mitad» de siglo (que
hacemos llegar hasta la preparación del Concilio Vaticano II; y la «segunda
mitad», a partir de los años sesenta.
La primera mitad de siglo significa en Francia un gran crecimiento de la
presencia cristiana. Aunque esto no quiere decir que sea un crecimiento general,
o que se hayan resuelto las dificultades culturales arrastradas desde la
Revolución francesa y la instauración de un régimen republicano de fuerte sesgo
laicista. El siglo XIX fue un siglo de renovación cristiana y de muchas
fundaciones, después del tremendo trauma de la Revolución. Entre muchos otros,
llama la atención la actividad de un converso, el P. Lacordaire, refundador de
los dominicos en Francia, después de que esta orden de tanto arraigo hubiera
sido suprimida por la Revolución. Al inicio del siglo XX, tenemos una pléyade de
grandes dominicos intelectuales. Y, en otro grado, lo mismo sucede en otras
órdenes y congregaciones. Como muestra del vigor intelectual de la época, tan
llena de personalidades, ha quedado un notable conjunto de obras enciclopédicas
cristianas, además de una infinidad de revistas.
En ese clima de vigor intelectual y espiritual, se producen algunas conversiones
de enorme y permanente impacto. Basta pensar en los poetas Charles Péguy o Paul
Claudel; y en los pensadores como el matrimonio Maritain (Jacques y Raissa) y
Gabriel Marcel. Es difícil exagerar la importancia que tienen estos cinco
personajes dentro de la cultura católica francesa de la primera mitad de siglo.
Tanto por su actividad como escritores, como por sus contactos con muchas otras
personas a las que ayudan en el camino de la fe.
Pero también hay más poetas, novelistas y dramaturgos (Max Jacob, Leon Bloy,
Charles du Bos, Jean Cocteau, Huysmans, Julien Green); científicos (Alexis
Carrel, Pierre Lecomte du Noüy); y militares (Charles de Foucault). Es de notar
la del teólogo Louis Bouyer (Du protestantisme à l Église), después
sacerdote oratoriano, experto en muchos temas de liturgia y diálogo
interconfesional. Más adelante, la conversión de Lustiger, que sería cardenal
arzobispo de París y procedía del judaísmo.
El clima de origen de casi todos los conversos franceses es el republicanismo
radical típicamente francés, más o menos teñido de socialismo, según los casos.
Son hijos tardíos de la ilustración laicista y anticlerical, que domina la
mentalidad y las estructuras del Estado, y, de manera especial, la educación
oficial, en los liceos y en las universidades. Como testimonio de toda esta
época de conversiones, quedan los volúmenes de Convertis du 20 siècle,
que editó Casterman, en los años cincuenta. Eran cuadernillos con las
narraciones de las conversiones de mayor interés, muchas de ellas francesas,
aunque no se limita al ámbito francés.
Los cincuenta primeros años del siglo XX son muy importantes para la historia de
la Iglesia católica en Inglaterra. Está dando sus primeros pasos desde el cisma
provocado por Enrique VIII. A lo largo del siglo XIX el Estado ha suprimido
progresivamente las leyes discriminatorias que existían contra los católicos. Se
ha establecido la jerarquía católica y están creciendo todas sus instituciones
con notable vigor. Por contraste, el anglicanismo padece una crisis doctrinal y
espiritual que le lleva hacia posturas cada vez más liberales y, como ellos
dicen, latitudinarias, ampliando constantemente los límites para no perder
adeptos. Se puede decir que el proceso ha seguido hasta nuestros días,
originando un flujo constante de recepciones en la Iglesia católica entre los
elementos más preocupados por la identidad cristiana o con mayor amor por la
tradición.
En este contexto, tiene una gran importancia, en el siglo XIX, el «movimiento de
Oxford». Fue un intento, nacido en el seno de la Universidad de Oxford, para
recuperar la identidad espiritual de la Iglesia anglicana. Supone un
renacimiento en el terreno de los estudios doctrinales, de la práctica litúrgica
y sacramental y de la devoción cristiana. Pero no consigue vencer los obstáculos
interiores: por eso, una parte importante de sus miembros pasarán a la Iglesia
Católica (Newman), mientras otros permanecen anglicanos (Keble), reforzando su
corriente anglocatólica hasta el final del siglo XX. Todo esto será bellamente
contado por el historiador Charles Dawson, él mismo converso. Dejará una huella
muy honda en la tradición anglocatólica.
Evidentemente, la figura más relevante es el cardenal Newman, quien, al ser
obligado a justificar su conversión escribe, probablemente, el relato más famoso
que existe sobre una conversión, después de Las confesiones de San Agustín (Apología
pro vita sua).
A su vez, Newman influye mucho en otros dos grandes conversos que nos han dejado
también espléndidos relatos de sus itinerarios espirituales: G, K, Chesterton
(Ortodoxia, Autobiografía), ensayista y columnista, lleno de simpatía y
vitalidad. Y C. S. Lewis (Cautivado por la alegría), inteligente
ensayista y profesor de literatura en Oxford y Cambridge (después de haber
perdido su fe protestante en la infancia, se incorporó a la Iglesia anglicana).
Son conversiones, preciosamente narradas, verdaderas obras maestras de la
literatura. Se han convertido, ellas mismas, en camino de conversión, con un
permanente impacto dentro del mundo anglosajón.
Además, hay notables incorporaciones al catolicismo entre clérigos anglicanos
intelectuales (Hugh Benson, Ronald Knox, que llegarán a ser capellanes de
Cambridge y Oxford), filósofos (Elisabeth Ascombe y Peter Geach), novelistas (Evelyn
Waugh, Graham Greene, Muriel Spark) poetas (Gerard Manley Hopkins, Edith Sitwell);
incluso notables actores (Sir Alec Guinnes). De muchas de ellas nos quedan
interesantes testimonios. Todo este ambiente está maravillosamente narrado por
Joseph Pearce, Escritores conversos. La inspiración espiritual en una época de
incredulidad. En 1925 pasó del anglicanismo al catolicismo Frederic Copleston
(1902-1994), mientras estudiaba en Oxford: después, jesuita y autor de una
monumental historia de la filosofía. También fue importante el acercamiento de
Thomas S. Eliot a la Iglesia anglicana, en su versión anglocatólica.
Este movimiento tiene un amplio impacto al otro lado del Atlántico, donde los
tres autores (Newman, Chesterton, Lewis) marcan el itinerario de muchos
conversos al catolicismo, hasta nuestros días. El mundo americano merecería por
sí solo un estudio, teniendo en cuenta su honda tradición de revivals
religiosos. El catolicismo ha tenido una presencia creciente y los testimonios
de conversos son muy numerosos; algunos muy famosos. Especialmente, Thomas
Merton, (1915-1968), de origen cuáquero, se convirtió en 1938, después de muchos
viajes y el encuentro con El espíritu de la filosofía medieval, de Gilson. Se
haría trapense. Lo cuenta en La montaña de los siete círculos. También se
convirtió en 1927, la activista Dorothy Day (1897-1980), alma del Catholic
Worker Movement. Lo contó en su novela de fondo autobiográfico The Eleventh
Virgin. Menos famosa en su día, pero significativa, la conversión de Avery
Dulles, hijo de un Secretario de Estado norteamericano, de origen presbiteriano
no practicante. Sería jesuita y famoso teólogo, hecho cardenal por Juan Pablo II.
Contó su itinerario en unas primeras memorias (A testimonial to Grace). También
se convirtió en 1937, Marshall Mc Luham que llegaría a ser un famoso ensayista.
Tras la primera guerra mundial, se produce en Alemania (y Austria) una
convulsión política y cultural, que produce un fuerte efecto espiritual. Hay una
crisis de identidad y de sentido que mueve todas las preguntas. Esto produce
también un aluvión de conversiones. Las más importantes proceden del
luteranismo, muchas veces con una tradición ilustrada laicista (kantiana y
ghoetiana), y desde el judaísmo, generalmente no confesante.
Merece la pena recordar a dos grandes profesores de Sagrada Escritura luteranos,
Erik Peterson y Heinrich Schlier que se integraron en la Iglesia católica.
También cabe recordar a pensadores como Peter Wust, que recupera la fe, y a
Theodor Haecker, que, impresionado por la figura de Newman (y de Kierkegaard) se
incorpora a la Iglesia desde el luteranismo. Pero el grupo más interesante,
desde el punto de vista intelectual, es el que rodeó a Husserl en Gotinga: los
primeros discípulos de la fenomenología, el Círculo de Gotinga.
La fenomenología propiciaba una gran apertura a las cosas y obligaba a poner
cuidado en evitar los prejuicios. Esto hizo que entre los fenómenologos de la
primera hora se diera algo así como un esfuerzo de sinceridad, una apertura ante
los misterios de la realidad, que los hizo abiertos y respetuosos ante las
realidades del espíritu. De este modo, pudieron escuchar las distintas voces del
mensaje cristiano. Muchos de ellos, procedentes de un judaísmo apenas
practicante, se convirtieron sinceramente al cristianismo luterano (Von Reinach)
o católico (E. Stein, Von Hildebrand; y Max Scheler que, después de varias
oscilaciones, acabaría fuera de la Iglesia). Son particularmente importantes el
testimonio de Edith Stein, en sus escritos biográficos; y el de Von Hildebrand,
cuyas memorias todavía no se han publicado (pero existe una agradable biografía
escrita por su esposa Alice). Edith Stein, después carmelita exterminada en un
campo nazi de concentración, sería canonizada por Juan Pablo II y se convertiría
en patrona de Europa. Hildebrand llegaría a ser un gran pensador de filosofía y
ética en los Estados Unidos (Fordham) y dejaría una gran huella intelectual.
Intervino en otras conversiones, por ejemplo de Hellmut Laun (Cómo encontré a
Dios).
En el ámbito de la literatura alemana, merece la pena recordar a Gertrud von Le
fort (antes luterana); y al novelista Alfred Döblin (antes judío); también a
Franz Werfel, checo, de cultura alemana, que estaría siempre a las puertas del
bautismo. Después, el dominio nazi y la Segunda Guerra mundial producirán una
amarga crisis en la conciencia alemana, con un alto grado de problematización,
que afecta también a los intelectuales cristianos (Heinrich Böll). Y se
agudizará, mezclándose con problemas doctrinales (y también con el «complejo
antirromano»), produciendo una situación difícil. Con todo, después de una
dilatada vida narrada en sus diarios, al final del siglo, hay que notar la
conversión del casi centenario Ernst Jünger, premio Nobel de Literatura.
En España o, más en general, en el ámbito de habla española, no tenemos muchos
grandes relatos de conversión. En parte, porque el clima general es católico y
las conversiones pueden suscitar menos impacto. En parte también porque se
realizan de una manera progresiva. En nuestro ámbito escasean las grandes
conversiones intelectuales, aunque sean frecuentes las conversiones de
intelectuales. Ha sido frecuente, por ejemplo, el caso de pensadores laicistas,
bautizados en su infancia, que, por la influencia de una esposa practicante, con
la edad, se reconcilian con la Iglesia.
Aparte del caso singular de Donoso Cortés en el XIX, en la primera mitad del
siglo veinte, encontramos otros casos notables. Quizá el más interesante, desde
el punto de vista intelectual, es el de Manuel García Morente, amigo y
colaborador de Ortega, Decano de la renovada facultad de filosofía de la
Universidad Central de Madrid. Gran intelectual que deja un estupendo relato de
su conversión (El hecho extraordinario), que podría ponerse dentro del grupo de
los grandes relatos, junto a los de Chesterton o Lewis.
También se puede destacar el caso de la novelista Carmen Laforet, autora de una
famosa novela premiada (Nada), que refleja el vacío existencial y de una segunda
novela, de menos éxito, pero donde se reflejan aspectos de su conversión (La
mujer nueva). Y el de la poetisa Ernestina de Champourcin, conversa durante su
exilio en México, después de la Guerra Civil. Además, en el ambiente de la
guerra civil, se puede añadir la conversión de Ramiro de Maeztu. Posteriormente,
los libros-entrevistas de José Mª Gironella, 100 españoles y Dios; y Nuevos 100
españoles y Dios, permiten reconocer otros rastros e impactos varios. Hay muchas
historias interiores, pero, quizá, el pudor español a mostrar la interioridad y
también la politización de la posguerra, han hecho que no abunden o no sean
conocidos.
En Rusia, un cierto sector de la Intelligentsia, muy desengañado de las
ofertas de la ideología comunista, redescubrió sus raíces cristianas (y
ortodoxas). Rebroto en ellos el carisma del viejo cristianismo del pueblo ruso.
Tenemos el precedente, en el XIX, de la conversión moral de Dostoievsky (y en
parte, también, de Soloviev). Dostoievsky sufrió una honda transformación
espiritual mientras estaba deportado en Siberia, en lo que él interpretó como un
profundo encuentro con las honduras del alma rusa.
Un proceso paralelo se observa en la conversión de Alexander Solzhenitsyn,
premio Nobel de Literatura y desvelador del Archipiélago Gulaj. Su itinerario
personal está jalonado de encuentros con cristianos en los campos de
concentración soviéticos. Allí muchos recuperaron la fe. Muchos testimonios de
fe, vivida en los campos de concentración, y en otras circunstancias de
martirio, han sido recogidas por Andrea Ricardi, Ils sont morts pour leur foi.
La persécution des chrétiens au XX siècle (Plon/Mame, Paris 2002), a petición de
Juan Pablo II.
También hay que notar los testimonios de Tatiana Goricheva, que narra su propia
conversión y refleja un ambiente de recuperación de lo cristiano entre algunas
minorías intelectuales, antes de la caída del muro de Berlín.
Hay más por supuesto, que los que hemos visto. Podríamos incluir, por ejemplo, a
la historiadora holandesa Cornelia J. de Vogel. A la novelista sueca y premio
Nobel, Sigrid Undset. En Italia, es notable el caso de Israel Zolli (Zoller),
rabino de la Sinagoga de Roma, que se hizo católico tras la segunda guerra
mundial y dejó un gran relato. Y del escritor Giovanni Papini. En Canadá, el
psiquiatra K. Stern, también de origen judío, dejó un estupendo testimonio,
además de una honda influencia intelectual.
Constituye un testimonio del todo singular, el de la conversión del doctor Paul
(Takashi) Nagaï, médico japonés de cultura sintoísta, pero ateo convencido.
Removido por su experiencia clínica, se removió su materialismo y acabó
encontrando la fe católica. Era profesor de medicina en Nagasaki cuando calló la
bomba atómica y se convirtió en un héroe de la ciudad por su trabajo humanitario
y social, y sus publicaciones, que ayudaron a la reconstrucción moral de la
posguerra. Cuenta hermosamente sus recuerdos en Les cloches de Nagasaki (Las
campanas de Nagasaki).
El proceso intelectual de la primera mitad de siglo cambia bruscamente alrededor
del Concilio Vaticano II. En un doble sentido. El Concilio es uno de los grandes
hitos de la historia de la Iglesia. Supuso un fermento y una gran renovación
cristiana. Acogió muchas de las perspectivas que procedían de algunos conversos
que hemos citado (Newman, Marcel, Maritain). E inauguró una época de nueva
evangelización en la que todavía nos encontramos y que ha sido relanzada por el
Papa Juan Pablo II.
El Concilio quería abrirse al mundo e iniciar una nueva evangelización, con un
diálogo más vibrante, que es un proyecto para siglos. Sin embargo, la renovación
eclesial fue unida a una grave crisis, que se desató de forma colateral e
inesperada. Y produjo sentimientos de inseguridad, desafección, pérdida de
entusiasmo evangelizador. Esta mezcla de renovación y crisis posconciliar, con
la interferencia de muchos factores culturales ambientales, ha durado casi hasta
la última década del siglo XX, pero truncó muchos de los procesos intelectuales
que estaban en curso.
Al cabo de los años, el vigor intelectual y moral del Pontificado de Juan Pablo
II provocó un vibrante despertar cultural cristiano. De una parte, habiendo
participado activamente en el Concilio, afianzó las líneas de mejora y redujo la
perplejidad. Por otro lado, recuperó a muchos de estos autores que hoy podemos
considerar como clásicos del pensamiento cristiano. El pontificado de Juan Pablo
II, además del asombroso proceso de disolución del comunismo del Este de Europa,
produjo un notable impacto cultural especialmente intenso en Estados Unidos y en
Italia. En todo este periodo, hay que notar algunas conversiones importantes,
que vamos a repasar rápidamente.
En medio de sus problemas, los Estados Unidos ha vivido en los últimos decenios
del siglo XX un nuevo revival cristiano. El pontificado de Juan Pablo II
fue seguido con gran interés y admiración por minorías protestantes descontentas
con la deriva liberal de sus confesiones o grupos religiosos, especialmente del
luteranismo. A hacerse católico se le llama «cruzar el Tíber» o «volver a Roma».
Los testimonios son muy abundantes, incluso casi constituyen un género. Aquí
sólo nos interesan aquellos que ofrecen más interés desde el punto de vista
intelectual.
En primer lugar, hay que notar, en 1990, la incorporación del pastor luterano
Richard John Neuhaus (1936-) que, ordenado sacerdote católico, había fundado una
revista interesada en el diálogo cultural cristiano (First Things), a la que
atraería a otros conversos (Robert Novack, antes judío). Después se han
producido otras incorporaciones (Leonard Klein, Robert Wilken), procedentes del
luteranismo. Otros intelectuales luteranos se han encaminado, en cambio, hacia
la Iglesia ortodoxa, que vive un momento de gran vitalidad en Estados Unidos (Jaroslav
Pelikan). También hay que notar la incorporación a la Iglesia católica, del
pastor presbiteriano Scott Hahn y su mujer, Kimberly, que han dejado espléndidos
relatos.
Un poco antes del pontificado de Juan Pablo II, en 1971, se había convertido E.
F. Schumacher, economista mundialmente famoso por su libro Lo pequeño es
hermoso, de origen luterano. En 1979, fue Alasdair MacIntyre conocido filósofo
inglés, de pasado marxista, afincado en EE.UU y autor de famosos ensayos.
Acabando el siglo, y ya en el ocaso de su vida casi centenaria, se incorporó a
la Iglesia católica, Mortimer Adler (1902-2001), muchos años Chairman de la
Britannica y famoso pensador humanista, que procedía del ateísmo, pasando por el
anglicanismo. También se incorporó allí Peter Kreeft, pensador de origen
luterano danés. Por otros motivos, es de notar la conversión del Dr. Bernard
Nathanson, famoso médico abortista de origen judío.
A finales del XX, en la medida en que la Iglesia anglicana cambiaba su
disciplina en relación a la ordenación de mujeres, divorcio y homosexualidad, se
incrementó el paso a la Iglesia católica; como sucedió con el antiguo Obispo
anglicano de Londres, Mons. Graham Leonard. E influida por la personalidad de
Juan Pablo II y de la Madre Teresa de Calcuta, se incorporó el famoso
periodista, presentador de televisión y ensayista Malcolm Muggeridge, que ha
dejado un buen testimonio.
En Italia, destaca la conversión del periodista y ensayista Vittorio Messori, de
tradición comunista (aunque no la ha contado todavía pormenorizadamente). La del
empresario Leonardo Mondadori, de tradición laicista, que sí nos la ha contado (La
conversión), precisamente con la ayuda de Messor. Y la de Alessandra
Borguese, heredera joven de un ilustre apellido, que también ha hecho un hermoso
relato (Con ojos nuevos). Además, habría que tener en cuenta a la
novelista Susanna Tamaro. Por otros motivos, tiene interés el testimonio de
Domenico del Rio, religioso que abandonó el sacerdocio, fue «vaticanista» en la
prensa «laica» y recuperó la fe siguiendo el pontificado de Juan Pablo II. Lo
cuenta en su última biografía de Juan Pablo II.
En Francia, hay que señalar al final de siglo la recepción del pastor luterano
Michel Viot, que dirigía el luteranismo francés. En los países nórdicos también
se han integrado en la Iglesia católica varios pastores luteranos, como Ola
Tjorhom, especialista en ecumenismo. Y la diplomática, también noruega, Janne
Haaland Matlary (El amor escondido. La búsqueda del sentido de la vida).
En Alemania, hay que notar el testimonio del periodista Peter Seewald, que hizo
dos famosos libros entrevistas al cardenal Ratzinger, y recuperó la fe (Cuando
comencé a pensar de nuevo en Dios). En España, y también en relación con
Juan Pablo II, se podría citar al novelista Juan Manuel de Prada.
Al acercarnos a las últimas décadas del siglo XX, nos encontramos además con el
vigoroso desarrollo de algunas nuevas realidades eclesiales, que han surgido a
lo largo del siglo XX y que se orientan, de manera especial a la formación y
acción apostólica de los laicos: El Opus Dei, Movimiento Neocatecumenal,
Comunión y Liberación, movimiento de los focolari, etc. Aunque tienen muy
distintas configuraciones canónicas y espiritualidad, coinciden en ser fenómenos
de gran vigor apostólico. Han suscitado gran cantidad de conversiones, tanto de
católicos, más o menos alejados, que recuperan una fe viva (que quizá nunca
tuvieron), como de miembros de otras confesiones religiosas o de ateos. Pocas de
ellas han sido vertidas en literatura, aunque los testimonios menores son muy
abundantes.
Volvamos a los procesos descritos, ¿qué podemos obtener de ellos? ¿cabe sacar
alguna conclusión? ¿se puede establecer alguna regla? No parece fácil debido a
su gran diversidad. Hay procesos repentinos y otros largos. Paul Claudel cae de
rodillas al escuchar las vísperas de Navidad en la Catedral de Notre Dame de
París. Frossard entra en una capilla con el Santísimo expuesto, y adquiere la
convicción de que el Señor está allí. A los Maritain, los acerca a la fe un
escritor entusiasta, converso y extraño como Leon Bloy.
C. S. Lewis procede de un largo itinerario intelectual en el que colaboran
lecturas y amigos. Manual García Morente, en cambio, sufre un proceso rápido,
donde los argumentos se le acumulan en una noche, en parte sugeridos por una
audición musical en la radio (L enfance de Jesus, de Berlioz). A Edith
Stein, le decide un encuentro con la vida de Santa Teresa, leída compulsivamente
durante una noche. Al doctor Nagaï, le sacan de su materialismo ateo y le ponen
a buscar, el destello de los ojos de su madre cuando muere.
El actor Alec Guinnes cae en la cuenta de lo que significa la Iglesia católica
cuando, en el descanso de una filmación, da un paseo vestido con sotana y se
encuentra con un niño que, sin conocerle de nada, le coge de la mano y le
empieza a hablar con toda confianza. Tatiana Goritcheva se encuentra con el
cristianismo al repasar un libro de Yoga, en el que se recomendaba repetir,
entre otras «mantras», el Padrenuestro. A Solzhenitsyn, le lleva a la fe el
testimonio ejemplar de algunos amigos en prisión y la intuición de las raíces
espirituales de Rusia A Scott Hahn, le lleva del protestantismo al catolicismo,
la investigación sobre la propia Biblia.
Fuera de algunas características comunes obvias, no parece haber nada más.
Cuando nos ponemos a analizar el fenómeno, nos encontramos con dos
protagonistas: Dios y un ser humano. Además, está el decorado de fondo que son
las circunstancias históricas y culturales en que se mueve cada converso. La
conversión es un encuentro entre un hombre que busca o que está abierto al
misterio, y Dios que se hace presente. Pero Dios se puede hacer presente de
muchas formas, a través del decorado (de destellos cristianos presentes en la
cultura ambiental) o bien a través del testimonio de otras personas.
Bien sea de un modo o de otro, los conversos descubren providencialmente algún
signo de la trascendencia. Como Verdad que les ofrece sentido y seguridad
intelectual. Como Belleza que entusiasma, percibida en la misma doctrina, en la
armonía del mundo o en la celebración litúrgica. Como Bondad que conmueve, al
entrar en contacto con el sorprendente esplendor de la caridad. La elevación
moral de los santos, especialmente, el testimonio de la caridad despierta la
admiración de la gente honesta, que se siente atraída, y ve confirmadas y
realizadas en ellos sus intuiciones interiores.
El cristianismo ofrece metas a las que aspira naturalmente el corazón humano,
sobre todo en la medida en que es honesto. Ofrece una relación personal,
con un Dios Padre, que realiza el deseo de amar y de ser amado; ofrece una
familia y un clima espiritual (la Iglesia); ofrece también salvación y consuelo
ante el dolor y la muerte. Y, además nutre la esperanza en un más allá, que
promete la pervivencia y la plenitud personal, el reencuentro con los seres
queridos, y la superación de las dolorosas heridas del mal y la injusticia en el
mundo.
El que la conversión sea vivida como una enorme convulsión espiritual o el que
sea repentina puede darle un tono excepcional, como en los casos que hemos
repasado; y sin embargo, como decíamos al principio, el anuncio cristiano es, en
sí mismo, una invitación a la conversión, tanto para los que no son cristianos
como para los que lo somos. Es decir, que no considera la conversión como algo
excepcional, para unos privilegiados que lo descubren, sino que es una llamada
universal que responde a la vocación más profunda del hombre: «convertíos y
haced penitencia». Todos los seres humanos estamos hechos para recibir este
mensaje de salvación, que responde a nuestros anhelos más auténticos.
Por eso, en el fondo, la pregunta no es ¿por qué se han convertido unos pocos?,
sino más bien ¿por qué no se convierten todos? Si queremos plantear bien la
cuestión, es preciso darle la vuelta. Es verdad que algunos han tenido la suerte
de percibir la luz y convertirse. Pero ¿por qué la luz no llega a todos? ¿Por
qué las conversiones son, en el fondo, un fenómeno minoritario?
1.
La difusión de la fe sigue caminos humanos. Esto es una sorpresa. Pero
pertenece al misterio de la salvación. La Encarnación no pudo ser en todas
partes. Tuvo un momento y un lugar. Tampoco la Evangelización, aunque nació con
una vocación universal («id y predicad a todas las gentes») se hace de un golpe.
Se expandió, con esfuerzo y poco a poco, desde la primera comunidad de
cristianos que rodeó al Señor y a los Apóstoles. Y siguió los cauces por los que
se comunican los mensajes humanos: en primer lugar, por el testimonio personal
de los cristianos. Sigue siendo verdad el reclamo de San Pablo: «¿Cómo creerán
si no oyen hablar de él? ¿Y cómo oirán si no hay alguien que predique? ¿Y cómo
predicarán si no han enviados? Según está escrito: «Qué hermosos los pies de los
que anuncian la Buena Nueva»» (Rm 10, 14-15). Además, el mensaje cristiano, al
encarnarse en la cultura, deja también muchos destellos de luz en las obras de
pensamiento, de literatura, de arte, que son llamadas de la verdad.
2. El antitestimonio cristiano. Los cristianos somos, a la vez, luz y
sombra. Es una dificultad importante para que la luz brille. Con nuestras vidas
poco ejemplares, poco cristianas, hacemos mucho humo. Indudablemente no estamos
a la altura del mensaje que llevamos. Con frecuencia, los cristianos estamos
acostumbrados al cristianismo y los que no son cristianos están acostumbrados a
no ver en nosotros nada extraordinario: Nietzsche bromeaba: «me gustaría que los
testigos tuvieran más pinta de haber sido salvados». Este hiato entre lo que es
y lo que debería ser, es, para los cristianos, un motivo de humildad y también
una invitación a una mayor intensidad espiritual. Por motivos históricos y
culturales, también por importantes prejuicios, nuestros contemporáneos tienen
dificultades para encontrar suficientemente atractivas nuestras vidas o la
historia de la Iglesia. Pero los que encuentran en esto una excusa para no
convertirse, no conocen bien ni las cosas humanas ni las cosas de Dios.
3. Los anticuerpos de la verdad. Si el mensaje no brilla como debería o
no tiene el impacto deseado, se debe también a prejuicios consistentes y muy
arraigados. Son el fruto de una tradición ilustrada y crítica, que ha pretendido
justificarse y crear un mundo al margen del cristiano. Desde hace dos siglos,
hay una dialéctica muy perseverante en todos los países tradicionalmente
cristianos (Italia, Francia, Bélgica, España, países latinoamericanos), que
acumula argumentos contra el cristianismo (sobre todo, la Iglesia) o mantiene
vivos los de siempre (Cruzadas, Galileo, Inquisición, Conquista de América). Es
un mundo laico, que se defiende así, como por instinto, de la fuerza vital del
cristianismo. Esta crítica oscurece mucho la luz de la fe presente en el mundo,
actúa como un verdadero anticuerpo de la verdad, y crea verdaderas costras
culturales, que intentan impedir el paso de la luz.
4. Una nueva evangelización. Con todo, la verdad tiene sus caminos. Y, en
tierras cristianas, como la nuestra, la cultura está sembrada de destellos de la
verdad cristiana. Sobre la relación entre el cristianismo y el laicismo planea
todavía el espectro de la Guerra Civil. Algunos pueden pensar que no hay otro
modo de tratarlo que el de una oposición en dos frentes. Pero no es así. Estamos
en condiciones de lanzar un diálogo evangelizador, que necesita una mayor
conciencia de lo que se ofrece, y una mayor osadía y entusiasmo en el modo de
ofrecerlo. En un medio cultural donde ya se han producido casi todas las
transgresiones, es preciso provocar una nueva transgresión, pero esta vez
reparadora. La transgresión cristiana consiste en hacer brillar la luz en las
tinieblas. Con el lenguaje de la verdad (en una doctrina que ilumina), con el
lenguaje del bien (el testimonio de la caridad), con el lenguaje de la belleza
(en la liturgia y el arte cristianos). En una cultura mediatizada por los medios
de comunicación, hay que hacer patentes, también por este medio, las ideas, el
testimonio moral y el espectáculo (la celebración) de la fe cristiana.
Existen varias colecciones de testimonios o relatos de conversiones,
especialmente, de la primer mitad de siglo. Por ejemplo, S. Lamping,
Hombres que vuelven a la Iglesia, Ediciones y publicaciones españolas,
Madrid 1954; Testimonios de la fe. Relatos de conversiones. Ed. de M.
Nédoncelle y R. Girault, Rialp, Madrid 1953 (J ai rencontré le Dieu vivant,
Révue des jeunes, París 1952). Este volumen va precedido de un importante
estudio preliminar de M. Nédoncelle.
Son muy famosos los testimonios recogidos por F. Lelotte, Convertis du XX
siècle, Casterman, 6 vols., Paris –Tournai 1950-1960, publicados antes en
forma de folletos. Esta colección ha merecido una tesis. D. Tourneux-Raymond,
Le phénomène de la conversion au catholicisme d\'après la collection «Convertis
du XXè siècle» (1951-1961) publiée sous la direction de Fernand Lelotte et
dans la littérature religieuse des années 1950, Univ. Paris XII, 1991. También
del ámbito francés, señalamos el trabajo de F. Gugelot, Conversions au
catholicisme en milieu intellectuel 1880-1930. Univ. Lyon II, 1991, 95p.
Se pueden encontrar interesantes análisis literarios y de conjunto en la
famosa obra de Charles Moeller, Literatura del siglo XX y cristianismo,
6 vols., Gredos, Madrid. Nos interesan especialmente los artículos sobre
Graham Green, Gabriel Marcel, Sigrid Undset, entre otros. Además, C. Pujol,
Siete escritores conversos, Palabra, Madrid 1994, recoge testimonios de
escritores conversos (Joseph Joubert, G.M. Hopkins, Léon Bloy, G.K. Chesterton,
Max Jacob, Edith Sitwell y Evelyn Waugh).
J. M. Österreicher, Siete filósofos judíos encuentran a Cristo,
Aguilar, Madrid 1961 (tit. or. Walls Are Crumbling, Devin-Adair, New York,
1952). Se centra más en el área alemana y recoge varios testimonios de
fenomenólogos (Husserl, Von Reinach, Max Scheler y E. Stein, aunque también
Max Picard, Maritain y Bergson). Mons. Österreicher –él mismo converso del
judaísmo- tenía información de primera mano sobre el ambiente de la primera
fenomenología. También son interesante los estudios de Jacques Vidal,
Phénomenologie et Conversions, en «Archives de Philosophie», 35 (1972),
209-243; y los artículos panorámicos de A. Pintor Ramos, Vicisitudes del
Movimiento fenomenológico aléman, en «Naturaleza y Gracia», 18 (1971),
367-411.
Procedente del ámbito norteamericano, destaca 24 Aventuras del alma.
Veinticuatro experiencias personales, Palabra, Madrid 1993. Forma parte de
un tipo de literatura apologética hoy abundante en EE. UU. Se puede consultar
fácilmente en Amazon. En este libro, llama la atención el enorme influjo de
Newman, Chesterton y, en particular, Lewis en los procesos de conversión,
sobre todo de intelectuales.
Recientemente, hay que destacar la serie de biografías y trabajos emprendidas
por Josef Pearce, él mismo converso. Comenzó por una estupenda biografía de G.
K. Chesterton (Encuentro 1998). Y ha seguido publicando otras sobre
Sholzhenitsyn, Wilde, Hilaire Belloc, C. S. Lewis (también, sobre Tolkien),
algunas traducidas. Destaca un magnífico libro de conjunto Escritores
conversos. La inspiración espiritual en una época de incredulidad,
Palabra, Madrid 2006 (Litteray Converts, Ignatius Press, NY 2002).
En la misma línea, Ch. Connor, Classic Catholic Converts (Ignatius Press,
2003); Stephen K. Ray, Crossing the Tiber. Evangelical protestant discover the
historical Church (Ignatius Press 1997); Ian Kerr, The Catholic Revival in
English Literature (1845-1961) (Gracewing 2003); Patrick Allit, Catholic
Converts, British and American Intellectuals turn to Rome (Cornell University
Press 1997).
Hay algunas biografías de conversos que tienen gran fuerza. Por ejemplo, J. P.
Six, Itinerario espiritual de Carlos de Foucauld, Herder, Barcelona 1998. Y,
la de A. Von Hildebrand, Alma de león. Biografía de Dietrich von Hildebrand,
Palabra, Madrid 2001, entre otras muchas.
San Agustín, Confesiones
J. H. Newman, Apologia pro vita sua, Encuentro, Madrid 1997
G. K. Chesterton, Autobiografía
- Ortodoxia
C. S. Lewis, Cautivado por la alegría, Encuentro, Madrid 1002
Alec Guinness, Memorias, Espasa Calpe, Madrid 1987
Malcolm Muggeridge, Conversión: un viaje espiritual, Rialp, Madrid 1991
(Confessions of a 20th-Century Pilgrim, Harper & Row, San Francisco 1988)
Avery Dulles, A testimonial to Grace (1946; reeditado mejorado en 1996)
Thomas Merton, La montaña de los siete círculos, Edhasa, Madrid 1981
Dorothy Day, La larga soledad. Autobiografía, Sal Terrae, Santander
2000.
Scott y Kimberly Hahn, Roma, dulce hogar, Rialp, Madrid 2003
Bernard Nathanson, La mano de dios. Autobiografía y conversión,
Palabra, Madrid 1997
Richard John Neuhaus, How I became the Catholic I was (texto de la
revista First Things, en Internet)
Raïssa Maritain, Les grands amitiés 1949): Las grandes amistades
Jean Cocteau, Lettre a Jacques Maritain (1926)
Alexis Carrel, Viaje a Lourdes, Iberia, Madrid 1970
André Frossard, Dios existe y yo me lo encontré, Rialp, Madrid 2001
Louis Bouyer, Du protestantisme à l Église, Cerf, Paris 1959
J. M. Lustiger, La elección de Dios, Planeta, Madrid 1989
P. Nagaï, Les cloches de Nagasaki, Casterman, París 1953
Karl Stern, Le Buisson Ardent, Ed. du Seuil, París 1951
Edith Stein, Autobiografía, (tit. or. Aus dem Leben einer jüdischer Familien),
traducido como Estrellas Amarillas, Ed. de Espiritualidad, Madrid 1992 también
en el vol. I de sus Obras Completas, Madrid 2002.
Hellmut Laun, Cómo encontré a Dios, Rialp, Madrid 1986
Manuel García Morente, El hecho extraordinario, Rialp, Madrid 1996
Tatiana Goricheva, Nosotros soviéticos conversos, Ed. Encuentro, Madrid
1986
Tatiana Goricheva, Hablar de Dios resulta peligroso, Herder, Barcelona
1988
Janne Haaland Matláry, El amor escondido: la búsqueda del sentido de la
vida, Belacqua, Barcelona 2002.
Peter Seewald, Mi vuelta a Dios. Cuando comencé a pensar de nuevo en Dios,
Palabra, Madrid 2006
Eugenio (Israel) Zolli, Mi encuentro con Cristo, Rialp Madrid 1947
L. Mondadori y V. Messori, La conversión: una historia personal,
Grijalbo, Barcelona 2004.
Alessandra Borghese, Con ojos nuevos, Palabra, Madrid 2006.
por Juan Luis Lorda
Gentileza de Fluvium.org
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