Tema 69. NI COMPROMISO SIN FE NI FE SIN COMPROMISO

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

  • Que el preadolescente descubra la necesidad de comprometerse, desde su fe, en la construcción de un mundo nuevo y mejor, más humano, más fraterno y más de Dios.

  • Que el preadolescente descubra que, con su compromiso cristiano, está preparando la venida del Señor y la consiguiente consumación de todas las cosas en el Reino de Dios.

  •  

    Novedad del Reino y esfuerzo presente. La esfera del Reino y el compromiso serio con las tareas de este mundo

    34. El futuro no llega por sí solo; hemos de prepararlo por el esfuerzo y la lucha. No puede caer sobre el hombre por una suerte de decisión exterior y arbitraria, respecto a la cual quedase del todo extraño. Todo futuro trae, sin duda, consigo algo nuevo; pero eso nuevo llega preparado por nuestro pasado y presente y en una cierta vinculación y continuidad con ellos. Lo dicho vale para todo futuro; vale también para el futuro último (escatológico). El futuro último no tiene por qué dejar sin significado, valor y eficacia a los futuros anteriores y relativos. La esperanza en Dios y en su Reino venidero no elimina el interés del creyente por el mundo presente y por los proyectos del hombre dentro de este mundo y por su realización. Antes al contrario, perdería toda seriedad y fundamento la esperanza que se conformase con aguardar pasivamente el advenimiento del último futuro.

    La esperanza, como la fe y el amor, a través de las criaturas

    35. El creyente no puede utilizar la esperanza cristiana como coartada en favor de un desinterés por los compromisos con los demás hombres en las tareas comunes de este mundo. El cristiano ha de atestiguar y verificar ante el mundo su esperanza participando seria y activamente en lo que la humanidad espera. La fe y la caridad cristiana requieren la mediación de las creaturas: el conocimiento de Dios pasa a través del conocimiento del mundo (Rm 1, 18ss); el amor a Dios pasa a través del amor a los hermanos (1 Jn 4, 20). De igual modo, la esperanza ha de pasar a través de aquellos proyectos y sus realizaciones en que el cristiano interviene, solidariamente con los demás hombres, para cumplir con el mandato divino de perfeccionar la tierra (Gn 2, 15; 1, 28).

    Ni compromiso sin fe, ni fe sin compromiso

    36. En definitiva, ni la fe sin compromiso, ni compromiso sin fe. Una opción cristiana ha de evitar la separación de ambos extremos. Así lo enseña el Concilio Vaticano II: "Se equivocan los cristianos que, bajo pretexto de que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no, es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época" (GS 43; cfr. 21; 34-39; 57).

    El compromiso, expresión necesaria de la fe

    37. La fe compromete la vida entera del hombre. Todo lo pone en venta quien descubre el Reino de Dios (Cfr. Mt 13, 44ss). Pero el compromiso se traduce en obras concretas. Las obras del creyente son la consecuencia, la expresión y la ratificación necesarias de la fe. Santiago lo subraya (St 2, 14-26), como también Pablo (Cfr. Ef 2, 10). Hay obras de la fe que son fruto del Espíritu (Ga 5, 22-23). La fe que Cristo anuncia es la que actúa por la caridad (Ga 5, 6). La fe, en efecto, transforma la vida entera, como dice San Pablo a los creyentes de Tesalónica: "Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor" (1 Ts 1, 3). Por lo demás, Jesús enseñó que mientras se aguarda su venida en majestad hay que tener la lámpara encendida (Mt 25, 1-13), hacer que fructifiquen los talentos (25, 14-30), amar a los hermanos (25, 31-46).

    Fe y compromiso en la construcción de un mundo más justo y humano

    38. El verdadero creyente no puede limitarse a servir y amar al prójimo con quien en cada caso se encuentra. En una u otra forma, la fe exige, hablando en general, el compromiso en la construcción de un mundo más justo, más humano/y, por lo mismo, más de Dios. Por la fe, Moisés emprende la gran aventura de la liberación de un pueblo (Ex 3, 11-12). Por la fe, las tribus nómadas salidas de Egipto se convierten en un pueblo que tiene su razón de ser de pueblo de Dios en el ejercicio de la justicia (Dt 5, 1-22). Por la fe, los profetas comprometen su vida en la proclamación de las exigencias de justicia de la Alianza y en la denuncia de la injusticia (Jr 20, 7-11).

    El compromiso de la evangelización

    39. El verdadero creyente coopera en la gran obra de Cristo, prevista desde toda la eternidad: edificación de su Cuerpo que es la Iglesia, mediante la evangelización de todos los pueblos, según el mandato del Señor: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20). De este modo, la fe compromete al creyente en la realización del designio eterno de Dios Padre: reconciliar en Cristo toda la humanidad con Dios y en sí misma, pues la Iglesia, Cuerpo de Cristo, es prenda, señal, testimonio, principio y germen de esa reconciliación.

    Compromiso con el esfuerzo y trabajo humanos

    40. La fe exige a los cristianos el serio compromiso de compartir con los demás hombres el esfuerzo y trabajo común en la construcción del mundo presente, para cumplir "el plan de Dios manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de someter la tierra (Gen 1, 28) y perfeccionar la creación" (GS 57).

    Algunos cristianos de la comunidad de Tesalónica interpretan de tal modo la inminencia del Día del Señor, que ya ni siquiera trabajan. Todo esfuerzo les parece inútil. San Pablo no intenta apagar su esperanza ante el futuro. Quiere que preparen esta venida del Señor con un trabajo sosegado, dedicados al servicio de los demás y sin cansarse de hacer el bien: "Por lo que respecta a la venida de Nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos... que os haga suponer que está inminente el día del Señor... Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desconcertados, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan. Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien" (2 Ts 2, 1-2; 3, 11-13).

    El creyente afronta el sufrimiento

    41. El creyente no rehuye el sufrimiento. Tampoco lo soporta con sola resignación pasiva. Sale, por lo contrario, al encuentro de los sufrimientos que le traen consigo, por un lado, la vida misma en este mundo —que el creyente recibe de Dios como un regalo y, a la vez, trata de mejorar—y, por otro lado, sus compromisos de fe y amor: "Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal" (2 Co 4, 8ss).

    El cristiano se gloría, incluso, en las tribulaciones, "sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 3-5). El gozo en la tribulación (2 Co 1, 3-10) es fruto del Espíritu (1 Ts 1, 6; Hch 13, 52; cfr. Ga 5, 22) y, al mismo tiempo, signo de la presencia del Reino de Dios en este mundo.

    El creyente afronta con esperanza la persecución por la causa de Jesús

    42. El creyente afronta con esperanza la persecución; por ello la afronta fiel, perseverante y gozosamente (2 Ts 1, 4; Rm 12, 12). La alegría es el fruto de la persecución así soportada: "Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos" (Mt 5, 11-12). En particular, la denuncia profética, compromiso de la comunidad creyente, provoca en todo tiempo y también hoy la persecución: "También nosotros debemos llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia" (GS 38). El Apocalipsis, espejo de la vida de la Iglesia, escrito durante una terrible prueba, alimenta una esperanza en el corazón de los perseguidos. A cada uno de ellos, como a toda la Iglesia, no cesa el Señor resucitado de dirigir este mensaje: "No temas por lo que vas a sufrir: el diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días (un breve espacio de tiempo). Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (Ap 2, 10). El Apocalipsis es siempre un mensaje de esperanza en medio de las dificultades del tiempo presente.

    Ni dualismo ni materialismo

    43. El cristiano cree que el mundo, el hombre y el `^to de su actividad no están destinados a la destrucción, sino a una última y definitiva consumación. Frente a la ideología del progreso indefinido, el cristiano afirma que esa consumación rebasará las virtualidades inmanentes de toda la realidad, pues es don de Dios. Pero esta reserva escatológica no empaña la sinceridad ni disminuye la eficacia del compromiso temporal del creyente.

    El cristiano sabe que el inmenso esfuerzo por transformar el mundo y ordenar la sociedad humana de modo justo y fraterno, lejos de caer en una especie de fondo perdido, dispone elementos que en cierta forma y medida integrarán la nueva creación, sin que ésta se identifique con las metas alcanzadas por el esfuerzo del hombre. También sabe que "los bienes que proceden de la dignidad humana, de la comunión fraterna y de la libertad, bienes que son un producto de nuestra naturaleza y de nuestro trabajo, una vez que el Espíritu del Señor, y según su mandato, los hayamos propagado en la tierra, los volveremos a encontrar, pero limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados..." (GS 39) en la plenitud del Reino de Dios. Sabe, en fin, que el hombre no podrá contar con otro tiempo y con otro mundo después del presente, para poder colaborar en la preparación del Reino.

    Continuidad entre el mundo presente y el venidero. Trascendencia del Reino de Dios

    44. Al mismo tiempo, el cristiano radicaliza y relativiza la construcción de la "ciudad terrestre". En realidad, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Hb 13, 14). Por ello, aunque no establezca una separación entre fe y compromiso, puede el cristiano, según la vocación de cada uno, ordenar de diversa forma su vida al mundo venidero: "Los dones del Espíritu son diversos: mientras llama a unos a dar con su deseo vehemente un testimonio explícito de la morada celeste y a conservarla viva en medio de la familia humana, otorga a otros la vocación de dedicarse al servicio temporal de los hombres preparando con este ministerio suyo la materia del reino celestial" (GS 38).

    395