Tema 58. SACERDOCIO MINISTERIAL: AL SERVICIO DE LA MISIÓN DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Presentar el Sacramento del Sacerdocio Ministerial como la celebración de la presencia eficaz del Espíritu que consagra de modo especial al creyente al servicio de la misión de Cristo y de la Iglesia.

Destacar que este servicio es, ante todo, un don del Espíritu para la construcción del Reino de Dios.

 

Todos responsables en la Iglesia

149. Los miembros de la Iglesia están unidos a Cristo nor la fe y por el Bautismo. Todos participan de alguna manera en la misión que Cristo recibió del Padre. Todos deben contribuir al crecimiento de la Iglesia. Todos deben colaborar en la difusión del Evangelio con el testimonio de su vida y de su palabra. Todos pueden y deben ofrecer al Padre el sacrificio único de Cristo, participando activamente en la celebración de la Eucaristía. Pero Cristo estableció su Iglesia de manera que en ella hubiera quienes sirvieran a todo el pueblo de Dios con una potestad especial para anunciar la palabra de Dios, celebrar los sacramentos, conducir y gobernar a toda la Iglesia: Obispos, presbíteros y diáconos. Cada uno según el grado en que ha sido ordenado representa a Cristo en la Iglesia, y ejerce el ministerio propio en nombre de Cristo y al servicio del pueblo de Dios.

Cristo eligió a los Apóstoles

150. Jesucristo eligió en primer lugar a los doce Apóstoles. En sustitución de Judas, los once, iluminados por el Espíritu Santo, eligieron a Matías como testigo y apóstol de Cristo, incorporándole al grupo. Igualmente Pablo recibió de Cristo resucitado la misma misión y autoridad que los demás Apóstoles. A los Apóstoles confió Cristo la plenitud de la misión que El recibió del Padre. Puso al frente del grupo de los Apóstoles a Pedro. Este Colegio Apostólico constituido por el conjunto de los Apóstoles presididos por Pedro recibieron una misión y una potestad que había de permanecer hasta el fin de los tiempos. Los Apóstoles fueron eligiendo colaboradores que les sucedieran en su oficio apostólico hasta el fin de los siglos (Cfr. 1 Tm 5, 22). En algunos aspectos la misión de los Apóstoles era intransferible: vgr. ellos fueron testigos directos de la vida, muerte y resurrección de Cristo. Misión de los sucesores de los Apóstoles y de toda la Iglesia ha sido trasmitimos con toda fidelidad el testimonio de los Apóstoles.

El ministerio de los Apóstoles pertenece a la estructura misma de la Iglesia, desde los orígenes

151. En los escritos del Nuevo Testamento aparece claro que a la estructura original de la Iglesia pertenecen los Apóstoles y la comunidad de los fieles, unidos entre sí por mutua conexión, bajo Cristo cabeza y bajo el influjo de su Espíritu. Los Apóstoles tuvieron colaboradores en el ministerio (Cfr. Hch 6, 2-6; 11, 30; 13, 1; 14, 23; 20, 17; 1 Ts 5, 12-13; Flp 1, 1; Col 4, 11-12), y con el fin de que la misión a ellos confiada se continuase después de su muerte, dejaron a modo de testamento a sus inmediatos colaboradores el encargo de perfeccionar y confirmar la obra comenzada por ellos (Cfr. Hch 20, 25-27; 2 Tm 4, 5; 1 Tm 5, 22; 2 Tm 2, 2; Tt 1, 5; Clemente Romano, Ad Cor 44, 3), encomendándoles que atendieran a toda la grey, en medio de la cual les había puesto el Espíritu de Dios (Cfr. Hch 20, 28). Así establecieron colaboradores y les dieron además la orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran cargo de su ministerio (Cfr. Clemente Romano, ad Cor 44, 2; LG 20). Las cartas de San Pablo muestran que él mismo era consciente de actuar en virtud de la misión y del mandato de Cristo (Cfr. 2 Co 5, 18ss). Los poderes confiados al apóstol en favor de las Iglesias eran entregados en cuanto comunicables a otros varones (Cfr. 2 Tm 1, 6), los cuales a su vez quedaban obligados a entregarlos de nuevo (Cfr. Tt 1, 5). "Aquella estructura esencial de la Iglesia, constituida por la grey y los pastores expresamente designados (Cfr. 1 P 5, 1-4), fue siempre y sigue siendo normativa en conformidad con la tradición de la misma Iglesia" (II Sínodo 'de los Obispos de 1971, el Sacerdocio ministerial. [SM]).

Los Obispos, sucesores de los Apóstoles

152. El sucesor de Pedro como cabeza del Colegio Apostólico es el Papa. Sucesores de los Apóstoles son los Obispos. Desde los primeros tiempos de la vida de la Iglesia, los Apóstoles y sus sucesores inmediatos, guiados por el Espíritu Santo, y con potestad recibida de Cristo, establecieron otros ministerios, siempre vinculados al ministerio apostólico. "Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo (In 10, 36), ha hecho participantes de su consagración y de su misión a los obispos por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Ellos han encomendado legítimamente el oficio de su ministerio en diverso grado a diversos sujetos en la Iglesia (S. Ignacio, Mártir, Ad Ephes 5, 1). Así el ministerio eclesiástico de divina institución es ejercitado en diversas categorías por aquellos que ya desde antiguo se llamaron obispos, presbíteros, diáconos" (LG 28). En la Iglesia primitiva la distribución de los ministerios eclesiásticos no se logró de golpe, sino que se fue desarrollando de manera progresiva, según las necesidades. Muy pronto aparecen en la Iglesia no sólo los Obispos como sucesores de los Apóstoles, sino también los presbíteros y diáconos como colaboradores del ministerio apostólico, si bien la terminología que encontramos en los escritos del Nuevo Testamento no corresponde con toda exactitud a la actual terminología de la Iglesia.

El rito de la imposición de las manos

153. Los Apóstoles transmiten a sus colaboradores y sucesores mediante el rito de la imposición de las manos (Cfr. 1 Tm 1, 18; 4, 14; 2 Tm 1, 6; 2, 2; Tt 1, 5), la potestad y misión que ellos recibieron de Cristo. Por este rito de la imposición de las manos Cristo comunica el "carisma de Dios" (2 Tm 1, 6), es decir, el don del Espíritu que capacita a quien lo recibe para desempeñar el ministerio. Este carisma ministerial se comunica de una vez para siempre; puede ser descuidado o "reavivado". Esta imposición de manos se hace en la Iglesia primitiva guardando un cierto ceremonial que fundamentalmente consiste en una oración (Cfr. Hch 13, 3; 14, 23), en la entrega de la doctrina apostólica, próbablemente mediante la recitación de alguna fórmula breve y en la confesión _de fe por parte del elegido (Cfr. 1 Tm 6, 12).

La fórmula actual de la ordenación del Obispo

154. También en la Iglesia de hoy el rito del sacramento del Orden consiste en lo fundamental, en una imposición de manos del Obispo y en una oración especial del mismo. Suele celebrarse el sacramento del Orden dentro de la celebración de la Eucaristía.

En la consagración u ordenación del Obispo suelen intervenir variosObispos para significar que el nuevo consagrado se incorpora al Colegio Episcopal. El Concilio Vaticano II enseña que con la consagración episcopal se confiere, la plenitud del sacramento del Orden: "Este Santo Sínodo enseña que con la consagración episcopal se confiere la plenitud del Sacramento del Orden, que por esto se llama en la liturgia de la Iglesia y en el testimonio de los Santos Padres "supremo sacerdocio" o "cumbre del ministerio sagrado". La ordenación episcopal confiere también, junto con el oficio de santificar, el oficio de enseñar y regir... con la imposición de las manos y las palabras consecratorias se confiere la gracia del Espíritu Santo y se imprime el sagrado carácter, de tal manera que los obispos en forma eminente y visible hagan las veces de Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice y obren en su nombre" (LG 21).

En la oración consecratoria los Obispos consagrantes con las manos extendidas sobre el elegido dicen, entre otras cosas: "... Derrama ahora también sobre este siervo tuyo la fuerza que procede de Ti; el Espíritu Santo que comunicaste a tu Hijo, Jesucristo, y que El transmitió a los Apóstoles, Quienes fundaron en todo lugar lir Iglesia como santuario suyo, para alabanza y gloria de tu nombre. ¡Oh, Padre!, conocedor de los corazones, concede a este hijo tuyo, elegido para el Episcopado, apacentar tu pueblo santo, ejercer ante Ti, sin reprehensión, el sumo sacerdocio, servirte día y noche e interceder siempre por el pueblo, ofreciendo los dones de tu santa Iglesia. Que en virtud del sumo sacerdocio tenga el poder de perdonar los pecados, según tu voluntad. Que distribuya los ministerios de la Iglesia siguiendo tus designios; ate y desate todo vínculo conforme al poder que diste a los Apóstoles..."

La fórmula actual de la ordenación del presbítero y del diácono

155. En la ordenación de los presbíteros el Obispo, con las manos extendidas sobre los elegidos, dice: "... Por lo cual, Señor, concede también a mi humilde ministerio esta misma ayuda, para 'mí más necesaria porque mayor es mi fragilidad, te pedimos, pues, Padre Todopoderoso, que concedas a estos tus siervos la dignidad del presbiterado; infunde en su interior el Espíritu Santo; que reciban de ti, ¡oh Dios!, el ministerio de segundo orden, y que su vida sea ejemplo para los demás. Sean sinceros colaboradores del Orden Episcopal, para que la palabra del Evangelio llegue a toda la tierra, y todos los pueblos congregados en Cristo formen el pueblo santo de Dios...". En la ordenación de los diáconos el Obispo dice en su oración también con las manos extendidas sobre los que reciben el sacramento: "... Derrama en ellos, Señor, el Espíritu Santo, para que, robustecidos con la fuerza de su gracia septiforme, cumplan con fidelidad el servicio del diaconado, resplandezcan en su vida todas las virtudes: el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los pobres, la autoridad moderada..."

Los presbíteros son verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento a imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote

156. En virtud del sacramento del Orden los presbíteros son verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento: "Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del pontificado y en el ejercicio de su potestad dependen de los Obispos, con todo están unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, según la imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5, 1-10; 7, 24; 9, 11-28), para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino" (LG 28).

En nombre de Cristo, predican el Evangelio, celebran el sacrificio del Nuevo Testamento, perdonan los pecados, ofrecen oraciones por los hombres y guían la familia de Dios: "Participando en el grado propio de su ministerio en el oficio de Cristo, único Mediador (1 Tm 2,5), anuncian a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercen sobre todo en el culto eucarístico o comunión, en donde, representando la persona de Cristo y proclamando su Misterio, juntan con el sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles (Cfr. 1 Co 11, 26), representando y aplicando en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor, el único Sacrificó del Nuevo Testamento; a saber, el de Cristo, que se ofrece a sí mismo al Padre como hostia inmaculada (Cfr. Hb 9, 14-28). Para con los fieles arrepentidos o enfermos desempeñan principalmente el ministerio de la reconciliación y del alivio. Presentan a Dios Padre las necesidades y súplicas de los fieles (Cfr. Hb 5, 1-4). Ellos, ejercitando, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada y dirigida hacia la unidad, y por Cristo en el Espíritu, la conducen hasta el Padre Dios" (LG 28).

Colaboradores del orden episcopal al servicio del Pueblo de Dios

157. Los presbíteros son, por su propia vocación y ministerio, colaboradores natos del orden episcopal al servicio del Pueblo de Dios. Los presbíteros, en cada comunidad de fieles, representan al Obispo; actúan en comunión de fe y caridad con el Obispo. Bajo la autoridad del Obispo, santifican y rigen al Pueblo de Dios y hacen visible la Iglesia universal. "Los presbíteros, como próvidos colaboradores del orden episcopal, como ayuda e instrumento suyo llamados para servir al pueblo de Dios, forman, junto con su obispo, un presbiterio dedicado a diversas ocupaciones. En cada una de las congregaciones de fieles, ellos representan al obispo, con quien están confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercitan en el diario trabajo. Ellos, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos confiada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda a la edificación del cuerpo total de Cristo (Cfr. Ef 4, 12)" (LG 28).

Los presbíteros, unidos entre sí por la común ordenación y por la misma misión

158. Los presbíteros están unidos entre sí por la común ordenación sagrada y por la misma misión: "En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad" (LG 28).

Los diáconos sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad

159. También el ministerio del diaconado se confiere por el sacramento del Orden. El ministerio diaconal fue establecido por los Apóstoles. Tuvo mucha importancia en la Iglesia antigua. En siglos posteriores, en la Iglesia de rito latino sólo se admitía al diaconado al que estaba dispuesto a llegar a ser sacerdote. El Concilio Vaticano II ha abierto la posibilidad de desarrollar de nuevo este ministerio según lo exijan las actuales necesidades de la Iglesia: "Teniendo en cuenta que, según la disciplina actualmente vigente en la Iglesia latina, en muchas regiones no hay quien fácilmente desempeñe estas funciones tan necesarias para la vida de la Iglesia, se podrá restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente de la Jerarquía. Tocará a las distintas conferencias episcopales el decidir, con la aprobación del Sumo Pontífice, si se cree oportuno para la atención de los fieles, y en dónde, el establecer estos diáconos.

Con el consentimiento del Romano Pontífice, este diaconado se podrá conferir a hombres de edad madura, aunque estén casados, o también a jóvenes idóneos; pero para éstos debe mantenerse firme la ley del celibato" (LG 29).

El ministerio diaconal

160. El Concilio Vaticano II describe así el ministerio diaconal: "En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio. Así confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según la autoridad competente se lo indicare, la administración solemne del bautismo, el conservar y distribuir la Eucaristía, el asistir en nombre de la Iglesia y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir los ritos de funerales y sepelios. Dedicados a los oficios de caridad y administración, recuerden los diáconos el aviso de San Policarpo: "Misericordiosos, diligentes, procedan en su conducta conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos "(LG 29).

Jesucristo-Sacerdote

161. Tanto el sacerdocio de todo el Pueblo de Dios como el de aquellos cristianos que han recibido además el sacerdocio ministerial, no son sacerdotes por vía de adaptación del sacerdocio existente en otras religiones o incluso en el Antiguo Testamento. El fundamento del sacerdocio del Nuevo Testamento es Cristo.

En su entrega sacrificial

162. Jesucristo es sacerdote en su entrega sacrifical. Numerosos pasajes del Nuevo Testamento hablan de la entrega sacrificial de Jesucristo. El ha venido "a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45). En la celebración de la última cena, la Eucaristía aparece como la realidad de la ofrenda que de sí mismo hará en la cruz: "Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos" (Mc 14, 24). "Considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro, corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha" (1 P 1, 18-19; cfr. 1 Co 5, 7; Ga 2, 20; Ef 5, 25; Jn 6, 51; 17, 19; 1 Jn 2, 2). El sacerdocio de Cristo es objeto de especial atención en la Carta a los Hebreos. Por el hacho de haberse ofrecido a sí mismo, obedeciendo la voluntad del Padre, el autor de la carta lo llama expresamente "pontífice" (Hb 2, 17; 3, 1; 4, 14; 7, 26) a quien Dios ha constituido sacerdote para siempre (Hb 7, 20-21). Lo nuevo en el sacrificio de Cristo es la entrega total de sí mismo aceptando libremente por amor la muerte de cruz: "Por lo cual entrando en este mundo, dice: no quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: heme aquí que vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad" (Hb 10, 5-7).

Sacrificio redentor

163. El Sacrificio de Cristo es redentor. Mediante el sacrificio en la entrega de sí mismo realiza para su pueblo y para todos los hombres la expiación, el perdón, la purificación, la santificación: "Ni por .la sangre de los machos cabríos y de los becerros sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el santuario, realizada la redención eterna... Por esto es el mediador de una alianza núeva, a fin de que, por su muerte, para redención de las transgresiones cometidas bajo la primera alianza, reciban los que han sido llamados las promesas de la vida eterna" (Hb 9, 12-15; cfr. 2, 11.17; 8, 1ss; 10, 10.22.29; 13, 12). De este modo fundó la "nueva alianza" entre Dios y su pueblo (Cfr. Hb 8, 8ss; 9, 15; 10, 16; 12, 24).

Jesucristo, verdadero y eterno sacerdote

164. El sacerdocio de Cristo sustituye definitivamente el sacerdocio del Antiguo Testamento. Cuando el autor de la Carta a los Hebreos llama a Jesús "sacerdote para siempre" (Hb 5, 6), no ve en este título una metáfora, sino una realidad. El sacerdocio de Cristo ha sustituido definitivamente el sacerdocio del Antiguo Testamento. El sacerdocio de Cristo es único y sin precedentes. Cristo ha puesto fin al sacerdocio del Antiguo Testamento y a su culto. La ley y el culto existentes antes de Cristo no son sino una sombra de la verdadera realidad que es el sacrificio de Cristo (Hb 10, 1).

Jesucristo, sacerdote, maestro, pastor

165. Cristo, en cuanto sacerdote, es también pastor, maestro, testigo, etc. Este sacerdocio de Cristo no puede ser considerado aisladamente, independientemente de toda su obra salvífica, y de las demás funciones que Cristo realiza. Cristo en cuanto pontífice es también el pastor de la Comunidad de la nueva alianza: Dios "sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al gran pastor de las ovejas descarriadas; mas ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas" (1 P 2, 25). Si la misión de los presbíteros es apacentar el "rebaño de Dios" (1 P 5, 2), Cristo es el "pastor soberano" (Cfr. 1 P 5, 4), el testigo fiel (Ap 1, 5; 3, 14). Exaltado a la diestra de Dios El es nuestro mediador (Rm 8, 34), es nuestro abogado ante el Padre (1 Jn 2, 1) y vive siempre para interceder por nosotros. El sacerdocio de Cristo es manifestación del amor redentor de Dios, plenitud de su ministerio profético y de su realeza.

Cuando Cristo actúa como Maestro, como Profeta, como Camino, Verdad y Vida, como Cabeza, como Rey y como Pastor, lo hace siempre en orden a la plena manifestación del amor de Dios en su muerte y resurrección. La acción salvífica de Cristo en favor de los hombres se consuma en su pasión,, muerte y resurrección.

Obispos, presbíteros y diáconos participan de la misión de Cristo

166. El ministerio del Obispo, del presbítero y del diácono es participación de la misión de Cristo. Es Cristo mismo quien actúa por medio del Obispo, del presbítero y del diácono cuando éstos ejercen el ministerio sagrado en su triple función: enseñar, santificar y regir.

Cristo actúa como Maestro en la predicación de la palabra de Dios

167. Cristo actúa como Maestro cuando el Obispo, o el presbítero o el diácono explican la Sagrada Escritura o predican de diversas maneras la palabra de Dios. Corresponde de modo especial al Obispo la autoridad apostólica para discernir cuál es la verdadera doctrina de la fe católica, la enseñanza auténtica de los Apóstoles: "Entre los oficios principales de los obispos destaca la predicación del Evangelio... Los obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como los testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, tienen obligación de aceptar y adherirse con religiosa sumisión del espíritu al parecer de su obispo en materia de fe y de costumbres cuando él la expone en nombre de Cristo. Esta religiosa sumisión de la voluntad y del entendimiento, de modo particular se debe al magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable "ex cathedra"..." (LG 25).

Cristo actúa como Sacerdote en la celebración de la fe

168. Cristo actúa como Sacerdote cuando el Obispo o el presbítero presiden la celebración de la Eucaristía, o perdonan los pecados, o cuando el diácono administra el Bautismo, etc. El grado supremo del sacerdocio corresponde al Obispo : "El obispo, revestido como está de la plenitud del sacramento del Orden, es "el administrador de la gracia del supremo sacerdocio", sobre todo en la Eucaristía, oue él mismo distribuye, ya sea por sí, ya sea por otros, y que hace vivir, crecer a la Iglesia. Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles que, unidos a sus pastores, reciben también el nombre de Iglesias en el Nuevo Testamento... En todo altar, reunida la comunidad bajo el ministerio sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y "unidad del Cuerpo Místico de Cristo, sin la cual no puede haber salvación"... toda legítima celebración de la Eucaristía la dirige el obispo, al cual ha sido confiado el oficio de ofrecer a la Divina Majestad el culto de la religión cristiana y de administrarlo conforme a los preceptos del Señor y las leyes de la Iglesia..." (LG 26). El presbítero preside la celebración de la Eucaristía en nombre del Obispo. Sólo el presbítero —como también el Obispo— puede actuar representando a la persona de Cristo para presidir y realizar verdaderamente el banquete sacrificial, la Eucaristía, en la que se hace realmente presente el Sacrificio de Cristo bajo las especies del pan y del vino. Ni el diácono, ni ninguna otra persona que no sea el sacerdote (el presbítero o el Obispo) puede presidir la Eucaristía, ni hacer que haya verdadera Eucaristía. El Pueblo de Dios al participar en la Eucaristía se asocia a la oblación de Cristo (Cfr. LG 28).

Cristo actúa como Pastor en la guía de la comunidad cristiana

169. Cristo actúa como Pastor y Cabeza, cuando el Obispo, el presbítero o el diácono reúnen a todo el Pueblo de Dios en la unidad de la fe y de la caridad, cuando guían y gobiernan la comunidad cristiana. En el ejercicio de su autoridad ministerial actúan en nombre de Cristo, al servicio de la fe y de la caridad del Pueblo de Dios, y siguiendo los ejemplos de Cristo con toda humildad y mansedumbre. Corresponde de modo especial al Obispo el ministerio de regir a todo el Pueblo de Dios: "Los obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo las Iglesias particulares que se les han encomendado, con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y con su potestad sagrada que ejercitan únicamente para edificar su grey en la vérdad y la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el menor, y el que ocupa el primer puesto, como el servidor (Cfr. Lc. 22, 2627)" (LG 27). También los presbíteros ejercen su misión, en comunión con el Obispo, con una autoridad que proviene de Jesucristo. Ejercen su ministerio al servicio del Pueblo de Dios, para edificación de la Iglesia: "Los presbíteros, ejerciendo según su parte de autoridad el oficio de Cristo, Cabeza y Pastor, reúnen., en nombre del obispo, a la familia de Dios, como una fraternidad alentada unánime, y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu (Cfr. LG 28). Mas para el ejercició de este ministerio, lo mismo que para las otras funciones del presbítero, se confiere la potestad espiritual, que, ciertamente, se da para la edificación.

En la edificación de la Iglesia los presbíteros deben vivir con todos con exquisita delicadeza a ejemplo del Señor. Deben comportarse con ellos no según el beneplácito de los hombres, sino conforme a las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana, enseñándoles y amonestádoles como a hijos amadísimos, a tenor de las palabras del Apóstol: "Insiste a tiempo y destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad y doctrina" (2 Tm 4, 2)" (PO 6).

El sacerdocio de todos los bautizados

170. Cuando consideramos el ministerio de la Iglesia, hemos de ver en ella no sólo las diversas responsabilidades y funciones de los miembros, sino ante todo el nosotros de un orden original creado por el Espíritu Santo, entre aquellos que están unidos a Cristo y que oran al Padre; un nosotros que la Escritura llama Templo del Espíritu, Cuerpo de Cristo. Es un pueblo sacerdotal. En efecto, todo el Pueblo de Dios participa en el sacerdocio de Cristo. Cada uno de los miembros de la Iglesia, participa, por el Bautismo, en el sacerdocio de Jesucristo: "Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (Cfr. Hb 5, 1-5), a su nuevo pueblo "lo hizo reino y sacerdote para Dios, su Padre" (Cfr. Ap 1, 6; 5, 9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable (Cfr. 1 P 2, 4-10)" (LG 10).

La vida del cristiano como sacrificio de alabanza a Dios

171. Esta condición sacerdotal de todo cristiano le obliga a hacer de su vida una alabanza a Dios, una ofrenda, un sacrificio: "Por ello todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (Cfr. Hch 2, 42. 47) han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (Cfr. Rm 12, 1), han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se la pidiere han de dar razón de la esperanza que tienen en la vida eterna (Cfr. 1 P 3, 15)" (LG 10).

Los cristianos, capacitados para recibir los sacramentos y dar culto a Dios

172. En virtud de esta participación en el sacerdocio de Cristo, todos los cristianos están capacitados para recibir los sacramentos y para participar activamente en el culto de la Iglesia, y están todos llamados a vivir en conformidad con el Evangelio: "La condición sagrada y orgánicamente constituida de la comunidad sacerdotal se actualiza tanto por los sacramentos como por las virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y regenerados como 'hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe con su palabra y sus obras como verdaderos testigos de Cristo. Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica no confusamente, sino cada uno según su condición. Pero una vez saciados con el cuerpo de Cristo en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del pueblo de Dios, aptamente significada y maravillosamente producida por este augustísimo sacramento" (LG 11).

El sacerdocio ministerial es diferente del sacerdocio de los fieles "no sólo en grado, sino esencialmente"

173. Esta participación común de los bautizados en el sacerdocio único de Cristo difiere, según la tradición católica, "no sólo en grado, sino esencialmente", de la participación de los ministros que han recibido el sacramento del Orden (o sacerdocio ministerial): "Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico, ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo; los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, asisten a la oblación de la Eucaristía, y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante" (LG 10).

Teniendo en cuenta esto, el Concilio Vaticano II ha subrayado la 'relación entre fieles y ministros ordenados: "el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunoue diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo" (LG 10).

El carácter sacerdotal

174. Por el sacramento del Orden, el Obispo, el presbítero y el diácono reciben la misión y el sacerdocio de Cristo no de manera funcional, como si fuera sólo un oficio o cargo análogo a los de la sociedad civil. Esta singular participación en el sacerdocio de Cristo supone algo más profundo, que afecta a lo más hondo de la persona, y la transforma en su mismo ser, del mismo modo que el sacerdocio de Cristo pertenece al ser mismo de Cristo Mediador. El Concilio Vaticano II se expresa así a propósito de los presbíteros: "El sacerdocio de los presbíteros... se confiere por aquel especial sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza" (PO 2).

El Concilio de Trento había afirmado, confirmando la tradición de los Padres, que el sacramento del Orden, como el Bautismo y la Confirmación, imprime carácter, esto es, un signo espiritual e indeleble, que no permite sea reiterado (Cfr. DS 1,609). Este sello o carácter sacerdotal permanece en el sacerdote para siempre. El sacerdote es siempre sacerdote. Por ello, el sacramento del Orden no se puede repetir. Cristo sigue actuando a través del sacerdote aun cuando su conducta no sea buena. Cuando el Obispo o el presbítero, actúan como sacerdotes, es Cristo mismo quien actúa, sea cual sea la virtud personal de cada uno de ellos. Por el carácter sacerdotal el hombre está consagrado a Dios de manera especial, le pertenece plenamente; queda particularmente vinculado a Cristo, a su persona y a su misión.

El carácter sacerdotal es un signo de la constante y libre iniciativa de Dios en la obra de la salvación, independientemente de los méritos personales de los ministros sagrados. El ministro sagrado es, ante la comunidad eclesial, signo vivo de la iniciativa del amor de Dios en orden a la salvación ofrecida al hombre. Nos encontramos en la línea de la alianza: Dios siempre fiel, siempre con el brazo extendido, una vez que se ha comprometido; el hombre puede ser infiel, pero siempre encontrará la fidelidad de Dios, si decide de nuevo buscarle.

El sacerdote, configurado con la misión de Cristo en autoridad y servicio

175. El Sínodo de Obispos de 1971 expuso las siguientes reflexiones en torno al carácter sacerdotal: "Por la imposición de manos se comunica el don imperecedero del Espíritu Santo (Cfr. 2 Tm 1, 16). Esta realidad configura y consagra al ministro ordenado a Cristo Sacerdote (Cfr. PO 2) y le hace partícipe de la misión de Cristo en su doble aspecto, a saber, de autoridad y de servicio. Esta autoridad no es propia del ministro: es una manifestación exousiae (es decir, de la potestad) del Señor, en razón de la cual el sacerdote cumple una misión de enviado en la obra escatológica de reconciliación (Cfr. 2 Co 5, 18-20). El mismo está al servicio de la conversión de las libertades humanas hacia Dios, para edificación de la comunidad cristiana.

"La permanencia de esta realidad que marca una huella para toda la vida —doctrina de la fe conocida en la tradición de la Iglesia con el nombre de carácter sacerdotal— demuestra que Cristo asoció a sí irrevocablemente la Iglesia para la salvación del mundo y que la misma Iglesia está consagrada definitivamente a Cristo para cumplimiento de su obra. El ministro cuya vida lleva consigo el sello del don recibido por el sacramento del orden, recuerda a la Iglesia que el don de Dios es definitivo. En medio de la comunidad cristiana que vive del Espíritu, y no obstante sus deficiencias, es prenda de la presencia salvífica de Cristo.

"Esta peculiar participación en el sacerdocio de Cristo no desaparece de ningún modo, aunque el sacerdote sea dispensado o removido del ejercicio del ministerio por motivos eclesiales o personales" (SM).

"...Como en persona de Cristo Cabeza" (PO 2)

176. El carácter del sacerdocio es una realidad dinámica. Se trata de la configuración de toda la persona del ministro con Cristo, que le hace partícipe de su misión como Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. En el cumplimiento de esta misión, Cristo sigue realizando su mediación de único sacerdote: bajo las diversas formas del sacerdocio ministerial, se manifiesta la acción personal del mismo Cristo, como Cabeza de la Iglesia y Buen Pastor de su rebaño. Los ministros sagrados no son simples delegados de la comunidad. El Obispo, el presbítero, el diácono actúan no directamente en nombre de los fieles, sino en nombre de Cristo. Indirectamente también representan a los fieles, a todos los fieles, en cuanto que éstos constituyen el Cuerpo de Cristo. Como ministros de Cristo-Cabeza no es su función suplir la presencia de Cristo, sino ser signos en los que se actualiza su misma presencia. El sentido central del sacerdocio ministerial de la Iglesia es el ministerio mismo de Jesucristo, que en virtud de la ordenación sacramental continúa viviendo en el sacerdocio ministerial de la Iglesia (Cfr. PO 6). Ese actuar como en persona de Cristo significa que el sacerdote hace visible al mismo Cristo, recordando así a la comunidad que sólo en el encuentro con Cristo y en la vinculación con El podrá llegar hasta Dios. Ahí reside el fundamento de la autoridad del ministerio jerárquico: en Cristo. Es una autoridad que incumbe a los ministros sagrados en cuanto representantes de Cristo para la comunidad y, por tanto, una autoridad que ha de ser ejercida con los sentimientos de Cristo.

La autoridad pastoral como servicio

177. El Obispo, el presbítero, el diácono, han de actuar en todo momento según la enseñanza de Jesús: "Sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera llegar a ser el primero entre vosotros será esclavo vuestro; de la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido,, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 25-28). El ministro actúa en nombre de Jesús, con la autoridad de Jesús, en virtud de la misión que El le ha encomendado; y ha de hacerlo, como Jesús, siguiendo en todo su ejemplo. El sacerdocio de Jesús es entrega total a la gloria de Dios, servicio de salvación para todos los hombres.

El sacerdote es un educador

178. Entre los ministros de la Iglesia está el sacerdote. El guía a la comunidad cristiana con la predicación de la palabra de Dios, con sus consejos, con sus orientaciones y ejemplos, con su actitud de diálogo, de acogida, de comprensión, con su fidelidad a Jesucristo. Es, ante todo, un educador: "Por lo cual, atañe a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, el procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sean conducidos en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó" (PO 6).

Atención preferente a los pobres

179. El sacerdote deberá prestar atención preferente a los pobres y a los más débiles: "Aunque se deban a todos, los presbíteros tienen encomendados a sí, de una manera especial, a los pobres y a los más débiles, a quienes el Señor se presenta asociado, y cuya evangelización se da como prueba de la obra mesiánica" (PO 6; cfr. Mt 25, 34-45; Lc 4, 18).

La vocación sacerdotal

180. El Espíritu Santo es quien suscita los diversos carismas y ministerios (1 Co 12, 4-11). Nadie puede atribuirse ministerio alguno si no es elegido para ello, si no le es dado. Nadie tiene derecho a exigir que se le conceda el ministerio jerárquico. Ha de ser llamado por Dios. Es lo que entendemos por vocación. En su discernimiento, la comunidad eclesial durante siglos ha desempeñado un papel importante. Compete a los Pastores de la Iglesia valorar las posibilidades concretas para que la comunidad intervenga, de algún modo, en la designación del ministro o en el discernimiento de la vocación. Antes de admitir a un candidato al sacerdocio siempre se tiene en cuenta su buena fama, el juicio que la comunidad cristiana y los demás sacerdotes, etc.,. tienen de él, de su conducta, de sus cualidades. La vocación sacerdotal presupone en el candidato unas cualidades físicas, intelectuales, espirituales, de carácter, de conducta ejemplar, de preocupación apostólica que le hagan apto para ejercer dignamente el ministerio sagrado. La verdadera vocación sacerdotal exige del candidato al sacerdocio una intención recta, evangélica, auténticamente eclesial, libre de cualquier interés egoísta o ajeno a la misión de la Iglesia. Es preciso, además, que el Obispo consienta libremente con admitirle al ministerio sacerdotal. Sin este llamamiento del Obispo no hay verdadera vocación al sacerdocio en su sentido pleno. A veces el aspirante al sacerdocio se ha sentido antes movido interiormente o inclinado espiritualmente a elegir el sacerdocio como "su" camino para realizarse como persona al servicio de la Iglesia y de los hombres; pero no es necesario experimentar de manera sensible esta inclinación para que haya vocación auténtica, con tal que tenga sincera y firme voluntad de ser fiel a Cristo al elegir el sacerdocio.

A veces ha habido quienes han recibido el Orden sacerdotal sin verdadera vocación, con gran daño para la Iglesia. Pero también hay que señalar que muchos han sido, en verdad, llamados por el Señor, como el joven rico del Evangelio, pero por falta de generosidad rehusaron la llamada de Dios o fueron infieles a su vocación.

El celibato, imitación de Cristo

181. La perpetua y perfecta continencia por el reino de los cielos fue recomendada por el Señor (Cfr. Mt 19, 12). En el decurso de los siglos fue aceptada con alegría y generosidad por muchos fieles cristianos, que de este modo quisieron imitar plenamente a Jesucristo. Fue siempre tenida en mucho aprecio por la Iglesia especialmente para la vida sacerdotal. No es exigida por la naturaleza misma del sacerdocio como aparece en la práctica de la Iglesia primitiva (Cfr. 1 Tm 3, 2-5; Tt 1, 6) y en las iglesias orientales.

Pero en toda la Iglesia se vio siempre la perfecta castidad como muy conforme con la misión propia del sacerdote. Con esto no se desconoce el valor propio del matrimonio cristiano, como camino para expresar el amor de Cristo a su esposa la Iglesia (Cfr. Ef 5, 25ss). Pero este amor de Cristo a su Iglesia y a todos los hombres se expresa más plenamente a través de la virginidad o de la castidad perfecta cuando ésta es elegida por amor a Cristo y a la Iglesia, "Los presbíteros, pues, por la virginidad o celibato conservado por el reino de los cielos, se consagran a Cristo de una forma nueva y exquisita, se unen a El más fácilmente con un corazón indiviso, se dedican más libremente en El y por El al servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la obra de la regeneración sobrenatural, y con ello se hacen más aptos para recibir más ampliamente la paternidad en Cristo" (PO 16).

El celibato es coherente con la misión del sacerdote

182. El celibato de los sacerdotes está totalmente de acuerdo con la vocación que cada sacerdote tiene de seguir plenamente a Cristo, con las exigencias de entrega incondicional a Cristo que implica el ministerio sacerdotal. Por el celibato asumido como forma de imitación y seguimiento de Cristo, el sacerdote se muestra plenamente disponible. Si el celibato va unido a la caridad y a la humildad, a la oración y a la pobreza, y, sobre todo, a la alegría en el servicio a la misión apostólica de la Iglesia, es un verdadero testimonio de fe viva en Jesucristo, una manifestación del carácter radical del Evangelio. Si el celibato nace del amor a Cristo y a los hombres es un camino de auténtica madurez humana y de verdadera libertad, como lo muestra la vida de tantos santos y fieles que, viviendo una vida célibe por Dios y por los hombres, se entregaron plenamente a promover el progreso humano y cristiano. En la cultura actual, en la que los valores del espíritu están tan apagados, el celibato del sacerdote nos recuerda la presencia del Dios absoluto. Cuando el erotismo crece de manera que se olvida el amor genuino entre los seres humanos, el celibato elegido por el reino de Cristo es una llamada a la sublimidad del amor fiel.

El Sínodo de los Obispos de 1971 se expresó en estos términos: "El celibato sacerdotal es, además, testimonio no sólo de una persona, sino que, por razón de la comunión peculiar que vincula a los miembros del presbiterio entre sí, reviste también un aspecto social en cuanto testimonio de todo el orden sacerdotal que está destinado a enriquecer el pueblo de Dios."

La Iglesia tiene el deber y el derecho de determinar cuál es para el sacerdote la forma de vida más conforme con el Evangelio

183. "La Iglesia tiene el derecho y el deber de determinar la forma concreta del ministerio sacerdotal, y por tanto, también de escoger los candidatos más aptos, dotados de ciertas cualidades humanas y sobrenaturales. Cuando la Iglesia latina exige el celibato como condición indispensable para el sacerdocio (Cfr. PO 16), no lo hace porque piense que este modo de vida sea el único camino para conseguir la santificación. Lo hace teniendo en cuenta seriamente la forma concreta de ejercer el ministerio en la comunidad para edificación de la Iglesia.

"Dada la íntima y multiforme coherencia existente entre la misión pastoral y la vida célibe, se mantiene la ley vigente: en efecto, quien libremente quiere la disponibilidad total, nota distintiva de esta misión, acepta libremente la vida célibe. El candidato debe sentir esta forma de vida no como algo impuesto desde fuera, sino más bien como la manifestación de su libre donación, que es aceptada y ratificada por la Iglesia a través del obispo. De este modo, la ley se convierte en tutela y defensa de la libertad con la que el sacerdote se da a Cristo, y resulta como un "yugo suave" (SM).

Cristo y la comunidad eclesial

184. Entre Cristo, la Iglesia y los ministros sagrados existe una relación profunda de amor y de unidad. Cristo, por medio de su Espíritu, reúne y construye continuamente a su Iglesia. El es quien llama. Así lo reconoce Pablo escribiendo a los romanos: "Entre los cuales os contáis vosotros, llamados a Jesucristo" (Rm 1, 6); lo mismo dice a los corintios: "Los llamados a ser santos" (1 Co 1, 2). Dios es, además, quien da el crecimiento a la mies plantada por los Apóstoles (1 Co 3, 6). Este crecimiento en la fe es un acontecimiento comunitario, eclesial. Será el mismo Cristo quien da cohesión y trabazón a todo el conjunto. Se realiza "el crecimiento del Cuerpo para su edificación en el amor" (Ef 4, 16).

La comunidad cristiana se constituye como tal, cuando un grupo de hombres responde afirmativamente a la llamada que Dios le dirige por medio del testimonio y de la predicación de los Apóstoles o sus colaboradores; en otras palabras, cuando se acepta explícitamente el don de la fe. La comunidad eclesial incluye indefectiblemente la presencia eficaz de Cristo, el Señor. Cristo se hace presente por su Espíritu y se constituye en el fundamento último de su Iglesia. En cuanto cabeza de la Iglesia es, además, cabeza de la humanidad y recapitulación del cosmos. La Iglesia es su cuerpo en continua realización y desarrollo. El es la cabeza en plenitud (Cfr. Col 1, 15-18; LG 7).

Los ministros sagrados y la comunidad eclesial

185. Esta comunidad eclesial es en sí misma una comunidad estructurada. No existe como Iglesia de Cristo si faltan en ella, en cuanto componentes constitutivos, los ministros. Así lo vemos atestiguado en los escritos del Nuevo Testamento, y así lo ha reconocido la tradición católica. Quienes han recibido el sacramento del Orden mantienen también relación de total dependencia de Cristo, el Señor. Es su Espíritu quien suscita los diversos carismas y ministerios (1 Co 12, 4-11), quien imprime en los ordenados el sello espiritual del carácter y les hace partícipes del sacerdocio de Cristo.

Cristo, la comunidad y el sacerdocio ministerial

186. Tanto la comunidad cristiana, la Iglesia, como los que en diverso grado participan del sacerdocio de Cristo en virtud del sacramento del Orden se sitúan en un estadio de dependencia común respecto a Cristo. Ni los que han recibido el carácter sacerdotal son antes que la comunidad, ni ésta se constituye como tal sin la presencia de quienes han recibido el ministerio jerárquico. Los Apóstoles no fueron sólo jerarquía, sino que a la vez constituyeron la primera comunión eclesial. Así dice el Concilio Vaticano II: "Los apóstoles fueron los gérmenes del nuevo Israel y, al mismo tiempo, origen de la sagrada jerarquía" (AG 5). Los escritores cristianos del siglo II y III se expresaban así: "Las Iglesias de los apóstoles, los apóstoles de Cristo, Cristo de Dios" (Tertuliano, De praescr. haer. XXI; Ignacio de Antioquía, Ad Magn, VIss, etc.).

Ministerio sacerdotal y comunidad mantienen entre sí una relación esencial. La misión del Obispo y del presbítero tienen sentido en la comunidad eclesial, y para la comunidad. Esta idea está claramente formulada por Pablo cuando habla de la finalidad de los carismas. Todos ellos no tienen otro objetivo que el bien de la comunidad, el provecho común (1 Co 12, 7; cfr. Ef 4, 12).

Promover la vida comunitaria

187. El ministerio sacerdotal tiene como exigencia interna el promover la vida comunitaria, la unidad de la Iglesia. El sacerdote ha de entregarse a la evangelización para hacer que los hombres se unan entre sí en Cristo-Jesús. No vive el sacerdote para sí, ni sólo para la comunidad concreta que preside, sino para toda la Iglesia. Su preocupación no se orienta sólo a transformar interiormente a los individuos, sino a crear vida comunitaria. Dice el Concilio Vaticano II: "El deber del pastor no se limita al cuidado particular de los fieles, sino que se extiende propiamente también a la formación de la auténtica comunidad cristiana. Mas para atender debidamente al espíritu de comunidad, debe abarcar no sólo la Iglesia local, sino la Iglesia universal. La comunidad local no debe atender solamente a sus fieles, sino que, imbuída también por el celo misionero debe preparar a todos los hombres el camino hacia Cristo" (PO 6).

El Sínodo de los Obispos de 1971 se expresa así: "El sacerdote, por más que su ministerio se ejerza dentro de una comunidad particular, sin embargo no puede estar centrado exclusivamente en un grupo singular de fieles. Su ministerio tiende siempre a la unidad de toda la Iglesia y a congregar en ella todas las gentes. Cualquier comunidad singular de fieles tiene necesidad de la comunión con el Obispo y con la Iglesia universal. De este modo el ministerio sacerdotal es también esencialmente comunitario en torno al presbiterio y con el Obispo, el cual, conservando la comunión con el sucesor de Pedro, forma parte del colegio episcopal. Este es también aplicable a los sacerdotes que no están dedicados al servicio inmediato de una comunidad o para aquellos que trabajan en territorios lejanos y aislados."

"Toda la vida y actividad del sacerdote ha de estar impregnada por el espíritu de catolicidad, es decir, por el sentido de la misión universal de la Iglesia, de manera que reconozca con complacencia todos los dones del Espíritu, les abra el campo de su libertad y los oriente al bien común."

Raíz de la vida comunitaria, la celebración de la Eucaristía

188. El sacerdote debe promover la celebración de la Eucaristía, como raíz de la vida comunitaria.

"No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Sagrada Eucaristía; por ella, pues, hay que empezar toda la formación para el espíritu de comunidad. Esta celebración, para que sea sincera y cabal, debe conducir lo mismo a las obras de caridad y de mutua ayuda de unos para con otros, que a la acción misional y a las varias formas del testimonio cristiano" (PO 6).

La vida comunitaria cristiana, germen de amor y de justicia en la sociedad

189. Esta vida de comunión eclesial que el sacerdote promueve es germen de unidad, de amor, de justicia y de paz en la sociedad humana. El evangelio que predica suscita en el corazón de los hombres actitudes de amor fraterno, de servicio a los más pobres, de respeto a la justicia social, de diálogo fraterno.

El sacerdote, defensor de los derechos humanos

190. Siendo el mensaje de Cristo un mensaje de liberación, puede afirmarse que toda la vida del sacerdote está dedicada a procurar a los hombres la libertad de los hijos de Dios. Cristo salva al hombre de la esclavitud del pecado, y no sólo del pecado individual, sino también de las manifestaciones colectivas del pecado. Todas las formas de opresión y de injusticia son en su raíz oposición al plan de Dios, pecado. El sacerdote, al anunciar a los hombres la salvación en Cristo, llamándoles en nombre de Dios a la conversión, les ofrece la auténtica liberación. El Sínodo de los Obispos de 1971 expone así este aspecto del ministerio sacerdotal: "En verdad la palabra del Evangelio, que él mismo anuncia en nombre de Cristo y de la Iglesia, y la gracia eficaz de la vida sacramental que administra, deben liberar al hombre de sus egoísmos personales y sociales y promover entre los hombres las condiciones de justicia, que sean signo de la caridad de Cristo presente entre nosotros (Cfr. GS 58)." (Sínodo de los obispos de 1971, El sacerdocio ministerial.)

El sacerdote, al servicio de la liberación de los hombres

191. Es también misión del sacerdote promover la justicia social siempre con medios .onformes al Evangelio; y sobre todo, es tarea suya formar a los cristianos seglares para que promuevan la justicia y la paz en el campo de la economía, de la educación, de la política, etc.

"Los presbíteros, juntamente con toda la Iglesia, están obligados, en la medida de sus posibilidades, a adoptar una línea clara de acción cuando se trata de defender los derechos humanos, de promover integralmente la persona y de trabajar por la causa de la paz y de la justicia, con medios siempre conformes al Evangelio. Todo esto tiene valor no solamente en el orden individual, sino también social; por lo cual los presbíteros han de ayudar a los seglares a formarse una recta conciencia propia" (Sínodo de los obispos de 1971, El sacerdocio ministerial).