Tema 44. NACEMOS A LA FE EN UNA COMUNIDAD. LA IGLESIA ES MADRE

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar al preadolescente:

  • que el hombre nuevo nace en una comunidad de fe;

  • que nacer de nuevo supone acoger la Palabra de Dios bajo la influencia del Espíritu. Quienes son bautizados de niños, son bautizados en la fe de la Iglesia; después han de ir acogiendo personalmente la gracia del Bautismo. En todo caso, la Palabra de Dios es como una semilla depositada en el corazón del hombre y destinada a crecer en el seno materno de la comunidad eclesial.

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    La madre, tierra fecunda de la que nacemos

    45. La madre ocupa un lugar único y primordial en la vida ordinaria de los hombres. Ella es la tierra fecunda de la que nacemos. Ella es Eva, es decir, madre de los vivientes (Gn 3, 20). Su amor materno presenta dos aspectos fundamentales: uno es el cuidado y la responsabilidad absoluta-mente necesarios para la conservación de la vida del niño y su crecimiento. El otro va más allá de la mera conservación; es la actitud que engendra en el niño el amor a la vida.

    Como una tierra que mana leche y miel

    46. La misma idea se expresa en este simbolismo bíblico. La madre es como la tierra prometida una tierra que mana leche y miel (Ex 3, 8). No es una tierra adusta donde simplemente se sobrevive, sino una tierra fértil y espaciosa donde además se hace dulce el vivir. Una madre debe ser una persona feliz, amante de la vida. El amor de la madre a la vida es contagioso, lo mismo que su ansiedad.

    Jerusalén, ciudad madre en Israel

    47. La madre constituye un símbolo utilizado frecuentemente en la historia de la salvación para expresar lo .que es Jerusalén y la Iglesia. Jerusalén, centro de la tierra prometida, es en Israel la ciudad madre por excelencia (2 S 20, 19), de la que sus hijos obtienen alimento y protección. Y, sobre todo, la justicia y la fe en Yahvé, como Señor de los acontecimientos de su historia.

    La Iglesia, nueva Jerusalén, madre de pueblos

    48. Como Rebeca, a quien se desea una descendencia inmensa (Gn 24, 60), Jerusalén vendrá a ser madre de pueblos; será la verdadera patria de los paganos, nacidos aquí o allá (Cfr. Sal 86, 4-5). Hacia ella se lanzan corno palomas hacia el palomar todos los pueblos de la tierra (Is 60, 1-8; 2, 1-5). Pero la Jerusalén histórica, replegándose sobre sí misma, se cierra a esta maternidad universal proyectada por Dios. Por ello será sustituida por otra Jerusalén que será verdaderamente "nuestra madre" (Ga 4, 26). Esta ciudad nueva es la Iglesia, que fecundada por el Espíritu, engendra a los hombres como hijos suyos e hijos de Dios en la experiencia de fe. La Iglesia se concreta en cada comunidad cristiana en particular (2 Jn 1). Está destinada a dar a Cristo la plenitud de su cuerpo y a reunir a todos los pueblos en la unidad de la fe y en el conocimiento pleno del Hijo de Dios (Ef 4, 13). Para esto es preciso nacer de nuevo.

    En el seno de la comunidad eclesial se gesta el hombre nuevo

    49. El simbolismo del nuevo nacimiento es bastante común en las religiones de la humanidad, pero en la Escritura expresa realidades de orden peculiar. En efecto, al nacimiento natural del hombre opone el Nuevo Testa-mente un nacimiento "de lo alto" (Cfr. Jn 3, 3). Nuestro nuevo nacimiento es consecuencia de una "semilla" de Dios depositada en nosotros (1 Jn 3, 9), la Palabra de Dios, es decir, Cristo (1 Jn 2, 14; 5, 18). Acoger la predicación del evangelio es, por tanto, acoger la Palabra de Dios. Acoger la Pa-labra de Dios es ser concebido como hombre nuevo. Como dice Santiago, "Dios nos engendró por su propia voluntad, con Palabra de verdad" (St 1, 18), palabra sembrada en nosotros que debemos recibir con docilidad (Cfr. St. 1, 21). Desde que es acogida, la Palabra de Dios es una semilla destinada a crecer. Esta semilla crece en el seno materno de la comunidad eclesial. Así, el que se prepara al bautismo no es un individuo aislado; vive en una Comunidad que lentamente le va gestando hacia su nacimiento como hombre nuevo. La institución catecumenal responde a esta función maternal de la Iglesia. En el caso ordinario del Bautismo de los niños, la educación y desarrollo de la fe ha de ser, lógicamente, posterior.

    Nacemos a la fe incorporándonos a una comunidad creyente

    50. El hombre que nace a la fe, se convierte en creyente en virtud de la acción maternal de la Iglesia que, con el testimonio de fe y caridad de los cristianos, la predicación, los sacramentos, etc., y con la fuerza del Espíritu Santo, suscita la vida de la fe y la hace crecer. Nacemos a la vida de fe por la acción de la comunidad y en el seno de la comunidad. Pero la fe de cada uno de los miembros de la Iglesia no es sólo un acto individual. Es participar de la fe de la Iglesia. El hombre que secunda la predicación apostólica y se convierte a la fe se incorpora a la comunidad creyente congrega-da por el Padre en Jesucristo y mediante el Espíritu Santo. Convertirse a la fe viva en Cristo Jesús, anunciado por los enviados de Jesús, es asociarse a la comunidad de fe que es la Iglesia. Nacemos a la fe en una comunidad de fe. El creyente que desde niño ha sido educado en la fe, crece como creyente en el seno de la Iglesia participando de la fe de toda la Iglesia (Cfr. Hch 2, 47; 2, 41; Ef 4, 1-6; 1 Co 10, 17). Esta Iglesia Madre en la que nacemos no es sólo la comunidad local. Es la Iglesia universal, una, santa, católica y apostólica presente en cada comunidad local.

    La comunidad eclesial da a luz al hombre nuevo

    51. El proceso de gestación del hombre nuevo concluye en el nacimiento. Así el bautismo, sacramento de la fe, es el misterio por el que un hombre nace a la fe: La Iglesia celebra este acontecimiento como una gran fiesta suya. El Espíritu ha abierto su seno y le ha nacido un nuevo hijo, que lo es también de Dios. El cristiano debe amar a la Iglesia con amor filial. Como dice San Cipriano: "Para que uno pueda tener a Dios por Padre, que tenga antes a la Iglesia por Madre."

    Como niños recién nacidos en busca de la mayoría de edad

    52. Con el nacimiento del hombre nuevo, no termina la función materna de la Iglesia. Los bautizados son como niños recién nacidos que deben crecer hasta la mayoría de edad: "como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para- la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno" (1 P 2, 2). La Iglesia ha de suscitar y alimentar el gozo, fruto del Espíritu Santo, el gozo de la celebración (especialmente de la Eucaristía), el gozo de las Bienaventuranzas, el gozo de la fraternidad cristiana. "Ved; ¡qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos!" (Sal 132, 1).

    La Iglesia es Madre

    53. "¡Alabada sea esta gran Madre llena de majestad, en cuyas rodillas yo lo he aprendido todo!", exclama un cristiano contemporáneo. San Agustín, por su parte, expresa así la maternidad de la Iglesia: "La Iglesia es para nosotros una Madre... Espiritualmente es de ella de quien hemos nacido. Nadie podrá encontrar un acogimiento paternal junto a Dios, si desprecia a su madre la Iglesia". Y el Concilio Vaticano II dice: "La Iglesia, cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se convierte en Madre por la Palabra de Dios fielmente recibida: por la predicación y por el Bautismo, engendra una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64).