Tema 43. SOMOS PUEBLO DE DIOS Y CUERPO DE CRISTO, IGLESIA SANTA

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

  • que Dios "eligió a Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo" (LG 9). Todo esto sucede como figura y preparación de la Nueva Alianza;

  • que la Alianza nueva y la revelación completa se hacen en Cristo, el cual nos convoca, a judíos y gentiles, a formar el nuevo Pueblo mesiánico. La Iglesia es Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo.

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    Llegamos a ser lo que somos en medio de un pueblo

    13. Todo hombre nace en el contexto de una familia, de un pueblo, de una sociedad. Así vive y llega a ser lo que es en un mundo complejo de relaciones y en medio de un pueblo que tiene un pasado, un presente y un futuro. Quien no pertenece a un pueblo no tiene identidad.

    Somos creyentes en medio del pueblo de Dios. Iglesia santa

    14. La identidad del creyente se realiza también en el seno de un pueblo, el Pueblo de Dios: "Dios ha dispuesto salvar y santificar a los hombres, no por separado, sin conexión alguna entre sí, sino constituyéndolos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente" (LG 9). El Pueblo de Dios tiene un pasado (Israel), un presente (la Iglesia Santa, Nuevo Israel) y un futuro (un inmenso proyecto de comunión para todos los hombres).

    15. El pueblo de Israel tiene conciencia profunda de su peculiaridad en medio de los demás pueblos. Dicha conciencia surge al reconocer la acción de Dios en su historia. La Palabra de Dios, hecha acontecimiento, constituye a las tribus nómadas salidas de Egipto en pueblo, el pueblo de Dios. Se cumple fielmente la Palabra de Dios dicha a Moisés: "Yo estoy contigo; y ésta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña" (Ex 3, 12). Israel queda constituido definitivamente como Pueblo de Dios en la Asamblea del Desierto, reunida para dar culto a Yahvé, el Dios vivo, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Desde entonces es la Asamblea de Yahvé (Nm 20, 4; Ne 13, 1).

    Israel, pueblo elegido de Dios

    16. En la acción de Dios, Israel toma conciencia de ser Pueblo elegido: "Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi escogido; estirpe de Abrahán, mi amigo. Tú, a quien cogí en los confines del orbe, a quien llamé en sus extremos, a quien dije: Tú eres mi siervo, te he escogido y no te he rechazado. No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios" (Is 41, 8-10). Dios elige a Israel no por su nombre, su fuerza o sus méritos (Dt 7, 7; 8, 17; 9, 4), sino por amor (Dt 7, 8; Os 11, 1).

    Israel, pueblo de la alianza

    17. Al tomar conciencia viva de la acción de Dios en su seno, Israel va conociendo de manera cada día más profunda su condición de pueblo elegido, convocado por Dios. Esta conciencia se afianza con la Alianza: "Pondré mi morada entre vosotros y no os detestaré. Caminaré entre vosotros y seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo. Yo soy el Señor vuestro Dios, que os saqué de Egipto, de la esclavitud, rompí vuestras coyundas, os hice caminar erguidos" (Lv 26, 11-13; cfr. Dt 29, 12; Jr 7, 23; Ez 11, 20).

    Israel, pueblo santo, testigo del Dios único, en medio de las naciones

    18. De este modo se establece un vínculo absolutamente .peculiar entre Dios y una comunidad humana. Israel viene a ser el pueblo santo, consagrado a Yahvé, reino de sacerdotes (Ex 19, 6), propiedad personal suya (Dt 7, 6; 14, 2), su herencia (Dt 9, 26), su rebaño (Sal 79, 2; 94, 7), su viña (Is 5, 1; Sal 79, 9), su hijo (Ex 4, 22; Os 11, 1), su esposa (Os 2, 4; Jr 2, 2; Ez 16, 8). Israel viene a ser testigo del Dios único en medio de las naciones (Is 44, 8), pueblo mediador por el que se reanuda el vínculo entre Dios y el conjunto de la humanidad, de modo que se eleve a Dios la alabanza de la tierra entera (Is 45, 14-15.23ss).

    Israel, pueblo pecador

    19. Pero el pueblo de Israel no mantiene su fidelidad al Dios de la alianza. Es pueblo de dura cerviz (Ex 32, 9; 33, 3; Dt 9, 13), p.'ceblo de protesta contra Yahvé (Ex 15-17; Nm 14-17), pueblo idólatra (Ex 32; Dt 9, 12-21), esposa infiel (Os 2; Jer 2-4; Ez 16), viña que produce agraces (Is 5, 2.4.7).

    Un resto fiel continuará la misión de Israel

    20. Una y otra vez los profetas denuncian la transgresión de la Alianza e invitan al pueblo a la conversión. Pero Israel y sus dirigentes sólo tomarán conciencia de la gravedad de su pecado merced a la experiencia catastrófica del destierro, que echa por tierra todas sus ilusiones (Jr 5, 19; 13, 23; 16, 12-13; Is 1, 2-3; 2, 5-8; Ez 17, 19ss). No obstante, Dios rico en piedad y leal, es fiel a sí mismo y a sus promesas. Del destierro volverá un resto, que continuará la misión de Israel: "Mas ahora, en un instante, el Señor nuestro Dios nos ha concedido la gracia de dejarnos un Resto y de darnos una liberación en su lugar santo: nuestro Dios ha iluminado así nuestros ojos y nos ha reanimado en medio de nuestra esclavitud. Porque esclavos fuimos nosotros, pero en nuestra esclavitud Dios no nos ha abandonado" (Esd 9, 8-9).

    Un nuevo éxodo, una nueva marcha por el desierto, un nuevo retorno, una nueva alianza

    21. Toda la historia del pueblo pasa a ser símbolo de los acontecimientos futuros: se producirá un nuevo éxodo con la liberación de la esclavitud (Jr 31, 11), ,una nueva marcha por el desierto acompañada de prodigios (Os 2, 16), un nuevo retorno a la tierra prometida (Ez 37, 21), una nueva alianza: "No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: Ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: Reconoce al Señor. Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande —oráculo del Señor—, cuando perdone sus crímenes, y no recuerde sus pecados" (Jr 31, 31-34).

    Un nuevo pueblo, abierto a la humanidad entera

    22. Al mismo tiempo se ensanchan las fronteras del pueblo de Dios, pues las naciones van, a unirse a Israel (Is 2, 2ss); tendrán parte con él en la bendición prometida a Abrahán (Jr 4, 2; cfr. Gn 12, 3) y en la alianza, cuyo mediador será el siervo de Yahvé (Is 42, 6); tras el destierro, como pueblo nuevo, Israel es llamado abiertamente a rebasar el marco nacional.

    La Iglesia, nuevo Israel: de toda tribu, nación y lengua

    23. De este modo participa del misterio de Israel toda la humanidad: Dios elige a sus predilectos entre las naciones "procurándose entre los gentiles un pueblo para su nombre" (Hch 15, 14). Esto se cumple en la Comunidad de la Nueva Alianza, la Iglesia, compuesta por hombres y mujeres de toda tribu, nación y lengua (Ap 5, 9; 7, 9; 11, 9; 13, 7; 14, 6): "Ya no hay distinción entre judíos y gentiles. Esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28).

    La Iglesia, el nuevo pueblo anunciado por los profetas

    24. Desde el principio, los cristianos tienen conciencia de ser el Nuevo Pueblo anunciado por los profetas. Así, lo que se dijo de Israel en el pasado, se dice ahora de la Iglesia: Pueblo de Dios (Tt 2, 14; cfr. Dt 7, 6), raza elegida, nación santa, pueblo adquirido (1 P 2, 9; cfr. Ex 19, 5; Is 43, 20-21), rebaño (Hch 20, 28; 1 P 5, 2; Jn 10, 16), esposa del Señor (Ef 5, 25; Ap 19, 7; 21, 2). Por la nueva alianza, realizada en el Espíritu de Jesús, Dios crea un nuevo pueblo en el que se cumple plenamente la palabra de la Escritura: "Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios" (2 Co 6, 16; cfr. Lv 26, 12; Hb 8, 10; Jr 31, 33; Ap 21, 3).

    La historia de Israel, símbolo de los nuevos acontecimientos que vive la Iglesia

    25. La historia de Israel se convierte en símbolo de los nuevos acontecimientos que vive la Iglesia de Jesús. Este es el nuevo Moisés que dirige a su Pueblo en el Exodo (Cfr. Hch 3, 15-22). Es el verdadero Cordero Pascual, inmolado por nosotros y cuya sangre nos purifica; es el verdadero Maná que ha bajado del cielo (Jn 6, 30-58). Jesús es el verdadero heredero de David que inaugura un nuevo Reino (Lc 1, 32-33; Mc 11, 10; Jr 23, 5-6). Los acontecimientos de salvación que vive el nuevo pueblo de Dios se expresan en los escritos del Nuevo Testamento en categorías y términos que recuerdan la experiencia de fe del viejo Israel. Al designar a la Iglesia con la expresión "pueblo de Dios" (Cfr. Rm 9-11; 1 P 2, 4-10; 5, 1-4), se pone de manifiesto la continuidad que existe entre la Iglesia y el Antiguo Testamento, si bien, al tratarse de un pueblo cuya cabeza es Cristo, se afirma también su novedad como pueblo de la Nueva Alianza. La Iglesia es pueblo llamado por Dios, consagrado a Dios, pueblo sacerdotal constituido para la glorificación y la alabanza del Señor (Ap 1, 6; 5, 9-10; 1 P 2, 4-10; Rm 12, 1). Es una comunidad de hombres, cuyos miembros son fundamentalmente iguales, aun cuando desempeñen oficios diferentes. Es un pueblo en marcha: va realizando el plan de Dios a través del tiempo de manera progresiva. La comunión con Dios que la Iglesia realiza en el tiempo no se consumará cabalmente hasta el final (Ap 21, 3; 1 Co 15, 28).

    Elementos constitutivos del nuevo Pueblo de Dios

    26. La Iglesia, nuevo pueblo mesiánico, "tiene por cabeza a Cristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación (Rm 4, 25) y teniendo ahora un nombre que está sobre todo nombre, reina gloriosamente en los cielos. La condición de este pueblo es la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cfr. Jn 13, 34). Y tiene en último lugar, como fin, el dilatar más y más el reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que al final de los tiempos El mismo también le lleve a su consumación" (LG 9).

    Germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación

    27. "Este pueblo mesiánico..., aunque no incluya a todos los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como de instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra (cfr. Mt 5, 13-16)" (LG 9).

    El pueblo de la Nueva Alianza posee íntegramente la revelación divina, recibida de Jesucristo y de los Apóstoles

    28. El nuevo pueblo de Dios conserva, medita y trasmite íntegramente la revelación divina. Lo que Dios ha comunicado a los hombres por medio del pueblo de la antigua alianza y por medio de Jesucristo y de los Apóstoles, ha sido confiado a la Iglesia, el pueblo de la Nueva Alianza. A través de la Iglesia, Dios comunica en nuestros días a todos los hombres lo que en otro tiempo nos manifestó. El pueblo de la Nueva Alianza, la Iglesia, posee íntegramente la revelación divina recibida de Jesucristo y de los Apóstoles. Misión suya es comunicarla a todos los hombres. Esta revelación de Dios se contiene en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia.

    Revelación divina en el Antiguo Testamento: historia de salvación recogida en la Escritura

    29. El pueblo de la Antigua Alianza había recorrido los caminos de Dios: el éxodo, la alianza, el desierto, la tentación. Dios hizo primero su alianza con Abrahán (Cfr. Gn 15, 18); después, por medio de Moisés (Cfr. Ex 24, 8), la hizo con el pueblo, con obras y palabras, como Dios vivo y verdadero. De este modo Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios con los hombres, la fue comprendiendo cada vez mejor al hablar Dios por medio de los profetas y fue difundiendo este conocimiento entre las naciones (Cfr. Sal 21, 28-29; 95, 1-3; Is 2, 1-4; Jr 3, 17). Esta economía de salvación "anunciada, contada y explicada por los escritores sagrados, se encuentra, hecha palabra de Dios, en los libros del Antiguo Testamento; por eso dichos libros inspirados conservan para siempre su valor y su autoridad" (DV 14; cfr. Rm 15, 4). El fin principal de esta etapa de la historia de salvación era "preparar la venida de Cristo, redentor universal, y de su reino mesiánico, anunciarla proféticamente (cfr. Le 24, 44; Jn 5, 39; 1 P 1, 10), representarla con diversas imágenes (cfr. 1 Co 10, 11). Los libros del Antiguo Testamento, según la condición de los hombres antes de la salvación establecida por Cristo, muestran a todos el conocimiento de Dios y el modo como. Dios, justo y misericordioso, trata a los hombres. Estos libros, aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros, nos enseñan la pedagogía divina" (DV 15).

    Unidad de la Sagrada Escritura: Antiguo y Nuevo Testamentos

    30. La Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, medita la historia de salvación en su etapa de Antiguo Testamento relacionándola con el Nuevo Testamento. "Dios es el autor que inspira los libros de ambos Testamentos, de modo que en el Antiguo se contuviera de manera latente el Nuevo y el Nuevo manifestara claramente el Antiguo. Pues, aunque Cristo estableció con su sangre la Nueva Alianza (cfr. Lc 22, 20; 1 Co 11, 25), los libros del Antiguo Testamento, incorporados a la predicación evangélica, alcanzan y muestran su plenitud de sentido en el Nuevo Testamento (cfr. Mt 5, 17; Lc 24, 27; Rm 16, 25-26; 2 Co 3, 14-16) y a su vez lo iluminan y lo explican" (DV 16).

    Revelación divina en el Nuevo Testamento: Cristo y los Apóstoles. Los escritos del Nuevo Testamento

    31. La revelación divina alcanza su pleno desarrollo en el Nuevo Testamento, la nueva etapa de la historia de salvación: "La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree (cfr. Rm 1, 16), se encuentra y despliega su fuerza de modo excelente en el Nuevo Testamento. Cuando llegó la plenitud de los tiempos (cfr. Ga 4, 4), la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros llena de gracia y de verdad (cfr. Jn 1, 14). Cristo estableció en la tierra el reino de Dios, se manifestó a sí mismo y a su Padre con obras y palabras, llevó a cabo su obra muriendo, resucitando y enviando el Espíritu Santo. Levantado de la tierra atrae a todos hacia sí (cfr. Jn 12, 32 gr.), pues es el único que posee palabras de vida eterna (cfr. Jn 6, 68). A otras edades no fue revelado este misterio como lo ha revelado ahora el Espíritu Santo a los Apóstoles y Profetas (cfr. Ef 3, 4-5 gr.) para que prediquen el Evangelio, susciten la fe en Jesús Mesías y Señor y congreguen la Iglesia. De esto dan testimonio divino y perenne los escritos del Nuevo Testamento" (DV 17).

    Revelación divina en el Nuevo Testamento, recogida en la tradición recibida de los Apóstoles

    32. Los Apóstoles y sus sucesores, el Papa y los Obispos, y toda la Iglesia, son portadores de la revelación divina. "Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos, se conservara íntegro y fuera trasmitido a todas las edades. Por eso Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación (cfr. 2 Co 1, 20 y 3, 16-4, 6), mandó a los Apóstoles a predicar a todo el mundo el Evangelio Domo fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos, el Evangelio prometido por los profetas, que El mismo cumplió y promulgó con su boca. Este mandato se cumplió fielmente, pues los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además, los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo.

    Para que este Evangelio se conserve siempre vivo y entero en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los Obispos, "dejándoles su cargo en el magisterio" (S. Ireneo, Adv Haer III, 3; PG 7,848). Esta Tradición, con la Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en que la Iglesia peregrina contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta el día en que llegue a verlo cara a cara, como El es (cfr. 1 Jn 3, 2)" (DV 7).

    La tradición viva de la Iglesia hoy: "La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree"

    33. La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, tiene el deber de conservar, conocer cada día con mayor profundidad y transmitir esta predicación de los Apóstoles. Es un elemento constitutivo y esencial de la Iglesia. "La predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin del tiempo. Por eso los Apóstoles, al transmitir lo que recibieron, avisan a los fieles que conserven las tradiciones aprendidas de palabra o por carta (cfr. 2 Ts 2, 15) y que luchen por la fe ya recibida (cfr. Judas 3). Lo que los Apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios; así, la Iglesia, con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree.

    Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cfr. Lc 2, 19.51), cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los Obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad. La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios" (DV 8).

    Dios continúa hablando a los hombres de hoy por medio de la Iglesia

    34. Por medio de esta Tradición viva de la Iglesia, Dios continúa hablando a los hombres de hoy. No comunica una revelación nueva, distinta de la que concluyó con la muerte del último Apóstol. No hay que esperar otra revelación pública, antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor (Cfr. 1 Tm 6, 14; Tt 2, 13; DV 4). Pero Dios continúa comunicando a los hombres hoy, .por medio de la Iglesia, lo que nos comunicó en Jesucristo y por los Apóstoles. "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así, el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo (cfr.. Col 3, 16)" (DV 8). La continuidad de la Tradición, su actualidad viva, la comprensión que la Iglesia tiene de ella, es obra del Espíritu Santo. Testimonios de esta tradición viva de la Iglesia se encuentran principalmente en los escritos de los santos Padres y en los textos litúrgicos.

    Tradición y Escritura, íntimamente relacionadas

    35. Tradición y Escritura están entre sí íntimamente relacionadas. "La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y por el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a sus sucesores, para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. Por eso la Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así ambas se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción" (DV 9).

    El Magisterio de la Iglesia interpreta, en nombre de Jesucristo, la Tradición y la Escritura. El Magisterio de la Iglesia, al servicio de la Palabra de Dios

    36. Esta palabra de Dios contenida en la Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia es el alimento de la fe del pueblo de Dios. El oficio de interpretarla de manera auténtica corresponde al Magisterio de la Iglesia. "La Tradición y la Escritura constituyen el depósito de la palabra de Dios confiado a la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo santo entero unido a sus Pastores en la doctrina de los Apóstoles persevera en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones (cfr. Hch 2, 42 gr.), de modo que se realiza una singular cooperación entre los fieles y los Pastores en conservar, practicar y profesar la fe recibida.

    El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida por Tradición ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en nombre de,, Jesucristo. Este Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar solamente lo que ha sido transmitido, en cuanto que por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, la escucha devotamente, la custodia celosamente y la expone fielmente, y de este depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído" (DV 10). El mismo Espíritu de Dios que inspiró a los autores sagrados en la redacción de las Sagradas Escrituras, y que mantiene a la Iglesia fiel a la Tradición recibida de los Apóstoles, asiste al Magisterio de la Iglesia y sostiene la fe de los miembros de la Iglesia.

    La Iglesia, Pueblo de Dios santificado y santificador

    37. A los ojos de la fe, la Iglesia es santa en cuanto que es el pueblo de Dios cuya íntima estructura es la comunión de Dios con los hombres en Jesucristo. En efecto, "creemos que es indefectiblemente santa, pues Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado el único Santo, amó a la Iglesia como a su Esposa, entregándose a Sí mismo por ella para santificarla (cfr. Ef 5, 25-26), la unió a Sí como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios" (LG 39). De un modo más preciso habría que decir que la Iglesia es santa por un doble título: a) en el sentido de que ella es Dios mismo santificando a los hombres en Cristo por su propio Espíritu (a este aspecto la teología lo ha llamado la santidad "objetiva" o "santificante" de la Iglesia); b) la Iglesia es santa, por otra parte, en el sentido de que ella es la humanidad en vías de santificación por Dios (es el misterio de la participación o aspecto de la santidad "subjetiva"). Los primeros miembros de la Iglesia adoptaron el nombre de "santos" (Hch 9, 13) incluso antes de utilizar el de "cristianos". Con ello se reconocían a sí mismos como hombres llamados por Dios a la santidad (Cfr. 1 Ts 4, 3; Ef 1, 4); hombres trabajados en este sentido por la gracia de Dios, y hombres que se esfuerzan por responder personalmente a esa llamada.

    Iglesia santa y necesitada de purificación

    38. Según la fe de la Iglesia, los pecadores mismos forman parte de la comunidad eclesial, salvo en caso de apostasía o de exclusión dictada por la autoridad legítima por razones gravísimas. En cierto modo, excepción hecha a la Virgen María, todos los miembros de la Iglesia son en este mundo pecadores (1 Jn 1, 8; St 3, 2). Esta presencia en su seno de miembros pecadores es un paralelismo más de la condición actual de la Iglesia con la historia de Israel. "Mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cfr. 2 Co 5, 21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cfr. Hb 2, 17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8).

    Entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, la Iglesia camina hacia su plenitud final

    39. Al igual que Israel, la Iglesia que camina sufre las persecuciones que vienen de los poderes terrenos que encarnan la bestia diabólica (Ap 13, 1-7; cfr. Dn 7). "La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cfr. 1 Co 11, 26). Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos" (LG 8).

    La Iglesia, cuerpo de Cristo

    40. San Pablo expresa la relación de los cristianos con Cristo y de los cristianos entre sí contemplándola como el cuerpo de Cristo. Esta profunda penetración del misterio cristiano toma algunos rasgos, sobre todo en la carta a los Romanos (12, 4-5) y primera a los Corintios (12, 12-30) del apólogo clásico que compara la sociedad humana con un cuerpo que es uno en sus diversos miembros. Pablo verá a Cristo como principio aglutinador y vivificador de los que han acogido con fe la predicación apostólica: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10, 16-17). Esta comunidad que reúne a tantos hombres diferentes por la raza, fortuna, educación, ambiente cultural y social, no es una comunidad sino en Cristo y en su Espíritu. "En ese cuerpo, la vida de Cristo se comunica a los creyentes, quienes están unidos a Cristo paciente y glorioso por los sacramentos, de un modo arcano, pero real" (LG 7; cfr. Santo Tomás, Suma Teológica III, q. 62 a. 5 ad 1).

    Diversidad de miembros, pero un solo Espíritu

    41. Entre los miembros de este Cuerpo que es la Iglesia hay diversidad de vocaciones, carismas, oficios. Todos deben complementarse entre sí, y actuar para la común edificación y el crecimiento del cuerpo de Cristo. Entre todos los miembros de la Iglesia debe haber una profunda caridad (Cfr. 1 Co 12-14). Todos deben unirse cada día más íntimamente a Cristo: "Es necesario que todos los miembros se hagan conformes a El hasta el extremo de que Cristo quede formado en ellos (cfr. Ga 4, 19). Por eso somos incorporados a los misterios de su vida, configurados con El, muertos y resucitados con El, hasta que con El reinemos (cfr. Flp 3, 21; 2 Tm 2, 11; Ef 2, 6; Col 2, 12)" (LG 7 e). El Espíritu Santo vivifica y unifica todo el cuerpo. Cristo nos concedió "participar de su Espíritu, quien siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano" (LG 7, g).

    La Iglesia, esposa de Cristo

    42. La Iglesia ha sido también descrita en el Nuevo Testamento como Esposa de Cristo. Es una imagen frecuente en el Antiguo Testamento para expresar las relaciones entre Dios y su pueblo. En esta imagen se llama la atención sobre el mutuo amor entre Cristo y la Iglesia: Cristo se entregó por ella hasta la muerte. La Iglesia se sabe amada por Cristo (Cfr. Ef 5, 25). El verdadero discípulo de Cristo debe amar a la Iglesia como Cristo la ama. Y al mismo tiempo, sintiéndose miembro de esta Iglesia, amada de Cristo, debe corresponder al amor de Cristo con generosidad (Cfr. Ap 22, 17). Si al contemplar a la Iglesia como cuerpo de Cristo advertimos claramente la unión íntima y vital que hay entre Cristo y la Iglesia, al contemplarla como esposa vemos de manera más clara la distinción que existe entre la Iglesia y Cristo. La Iglesia manifiesta en este caso una personalidad colectiva, distinta de Cristo, aunque unida a El por la fe viva y el amor. La Iglesia es al mismo tiempo Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Esposa de Cristo. En el Nuevo Testamento se la describe también con otras imágenes: rebaño en el que cada oveja es conocida personalmente por el Pastor que da su vida por ella (Jn 10, 1-20); templo del Espíritu Santo (Cfr. 1 P 2, 5; 1 Co 3, 9; Ap 21, 2-3; Ef 2, 19-22) la nueva Jerusalén que es libre (Ga 4, 26); la vid verdadera (Jn 15, lss; Mt 21, 33; 1 Co 3, 9; Rm 11, 16-25). Cada una de estas descripciones pone de relieve un aspecto especial de la Iglesia como misterio de comunión del hombre con Dios en Cristo-Jesús (Cfr. LG 6).

    Hacia una más profunda experiencia comunitaria de la fe

    43. El Concilio Vaticano II, para expresar el misterio de la Iglesia, privilegia la realidad bíblica —que es más que mera metáfora o imagen— de Pueblo de Dios, sin separarla, por otra parte, de la de Cuerpo de Cristo. Este Pueblo de Dios, pueblo universal, se concreta en comunidades de fe. Frente al individualismo y a la masificación, la renovación conciliar nos convoca a una más profunda experiencia comunitaria de la fe. El apostolado individual "debe desarrollarse de modo que, al mismo tiempo, se acentúe el dinamismo comunitario de la vida cristiana a través de la vinculación a comunicades cristianas concretas. Los seglares deben, pues, encontrar el camino de inserción responsable y activa en comunidades eclesiales" (Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, El apostolado seglar en España, 1).

    El misterio de la Iglesia, un hecho vivido

    44. "El misterio de la Iglesia no es simple objeto del conocimiento teológico; debe ser un hecho vivido, del que, aun antes de su clara noción, el alma fiel puede tener experiencia casi connatural; y la comunidad de los creyentes puede hallar la íntima certeza de su participación en el Cuerpo místico de Cristo..." (Pablo VI, Ecclesiarn Suam, 33).