Tema 41. CAMINAR EN LA VERDAD (8.° MANDAMIENTO)

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

  • Presentar el 8.0 Mandamiento del Decálogo, "No darás falso testimonio contra tu prójimo", "No mentirás".

  • Anunciar que Jesús, en el Evangelio, nos invita no sólo a no dar falso testimonio, sino a perdonar siempre, y no sólo a no mentir, sino a caminar en la verdad, can sencillez, sin hipocresía. Jesus nos invita a ser de la verdad. Es un modo importante de amar al hermano.

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    La sinceridad, condición indispensable. Idealización y fantasía

    171. El preadolescente comienza a valorar la sinceridad como condición indispensable para una buena relación con el otro. Estima a quien se manifiesta como es. Cuando hay sinceridad en la relación mutua, surge la comunicación, el diálogo, la cooperación. Sin ella, no es posible la amistad, el amor, el encuentro con los otros. Probablemente, la sinceridad que el preadolescente exige a los. demás es mayor que la que él mismo es capaz de aportar. La realidad es dura para él. Entonces, la salida fácil consiste en negarla. Con ello trata inconscientemente de reconstruir de modo ideal las situaciones y también las personas. Se refugia así en la idealización y la fantasía.

    La máscara, una situación ficticia, inauténtica, falsa

    172. Por la sinceridad caminamos hacia la verdad, a la que profundamente aspiramos. Esto supone una lucha constante con la máscara que podemos ponemos en la relación con los demás e incluso ante nosotros mismos. No nos mostramos como somos, sino según la representación, el papel que tenemos que hacer ante los demás. La máscara establece al individuo en una situación ficticia, inauténtica. Motivaciones falsas (ambiente, prestigio social, querer aparentar) pueden decidir sobre opciones muy importantes: profesión, amigos, estado de vida. La máscara es un modo de no caminar en la verdad.

    La mentira, fraude en la relación con el otro

    173. Junto a la máscara (generalmente menos consciente) aparece la mentira, el desacuerdo entre lo que se manifiesta y lo que se piensa o se siente. La mentira es un fraude en la relación personal. Es algo que impide una relación auténtica, destruye la relación con el otro, a quien se ve como enemigo y de quien uno se defiende o se sirve.

    "No darás testimonio falso contra tu prójimo": octavo mandamiento

    174. La Ley y los profetas llevan a efecto una defensa de la verdad en las relaciones humanas. La mentira y el falso testimonio son un pecado contra la Alianza: destruyen la convivencia entre los hombres. En el Antiguo Testamento, la prohibición de la mentira atiende originariamente a un contexto social preciso: el del falso testimonio en los procesos. Así surge el precepto del Decálogo: "No darás testimonio falso contra tu prójimo" (Dt 5, 20; cfr. Ex 20, 16).

    Esta mentira, dicha bajo juramento, es además una profanación del nombre de Dios (Lv 19, 12). Este sentido restringido subsiste en la enseñanza moral de los profetas y de los sabios (Pr 12, 17; Za 8, 17).

    No mentirás

    175. La defensa de la verdad, que lleva a efecto el Antiguo Testamento, desborda el marco particularmente grave y solemne de los procesos judiciales para afectar también al de la vida ordinaria (Os 4, 2; 7, 1; Jr 9, 7; Na 3, 1). "El Señor aborrece el labio embustero" (Pr 1-2, 22); a El no se le puede engañar (Jb 13, 9). El mentiroso camina hacia su ruina (Sal 5, 7; Pr 12, 19). Como dice el libro del Eclesiástico: "La mentira es una infamia para el hombre, no se cae de la boca de los necios; mejor es el ladrón que el embustero: los dos heredarán la perdición; el mentiroso vive deshonrado y siempre lo acompaña su afrenta" (Si 20, 24-26). Así, con unas y otras palabras, la Ley y los profetas vienen a decir: no mentirás.

    No sólo no dará falso testimonio contra tu prójimo, sino que además perdonarás

    176. Una vez más, el Evangelio asume y supera las perspectivas del Decálogo: no sólo "no darás testimonio, falso contra tu prójimo", sino que, además, "disculparás, perdonarás". Este progreso había sido preparado en los siglos inmediatamente precedentes a Jesús. Así, por ejemplo, el libro del Eclesiástico presenta como necesario el perdonar al prójimo para obtener el perdón de Dios: "Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?" (Si 28, 2-5). El libro de la Sabiduría completa esta lección recordando al justo que en sus juicios debe tomar como modelo la misericordia del Señor (Sb 12, 19.22).

    Es preciso perdonar siempre

    177. La parábola del deudor inexorable inculca con fuerza la necesidad del perdón (Mt 18, 23-35); en ella insiste Jesús (Mt 6,14-15) y nos invita a recordarla cada día: "Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido" (Mt 6, 12). Con ello, nos insta a ser misericordiosos, como el Padre es misericordioso (Lc 6, 35-38; Mt 5, 43-48). En el Evangelio, el perdón no es sólo una condición previa de la vida nueva, sino uno de sus elementos esenciales; Jesús prescribe, por tanto, a Pedro que perdone sin cesar: "Hasta setenta veces siete" (Mt 18, 22).

    No sólo no mentirás, sino que además caminarás en la verdad con sencillez

    178. No sólo "no mentirás", sino que, además, "caminarás en la verdad", con sencillez, sin hipocresía. En el Nuevo Testamento formula Jesús la obligación de una sinceridad total: "A vosotros os baste decir sí o no" (Mt 5, 37; St 5, 12), y Pablo hace de ello su regla de conducta (2 Co 1, 17ss.). Así vemos reiteradas las enseñanzas del Antiguo Testamento, aunque con una motivación más profunda: "No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras. Y revestíos del nuevo" (Col 3, 9-10); "dejaos de mentiras, hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros" (Ef 4, 25). La mentira sería una vuelta a la naturaleza pervertida; iría contra nuestra solidaridad en Cristo. Se comprende que, según los Hechos, Ananías y Safira al mentir a Pedro mintieran en realidad al Espíritu Santo (Hch 5, 1-11). La perspectiva de las relaciones sociales queda desbordada cuando entra en juego la comunidad cristiana.

    La convivencia civil auténtica se funda en la verdad

    179. La convivencia fraterna entre los miembros de la sociedad debe apoyarse en la verdad. El Papa Juan XXIII decía: "la convivencia civil sólo puede juzgarse ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana, si se funda en la verdad. Es una advertencia del apóstol San Pablo: Despojémonos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos miembros unos de otros (Ef 4, 25). Esto ocurrirá, ciertamente, cuando cada cual reconozca, en la debida forma, los derechos que le son propios y los deberes que tiene para con los demás" (Juan XXIII, PT 35).

    El derecho a la información

    180. Uno de los aspectos fundamentales de una convivencia social fundada en la verdad es hoy la información objetiva: "El hombre exige, además, por derecho natural el débido respeto a su persona, la buena reputación social, la posibilidad de buscar la verdad libremente y dentro de los límites del orden moral y del bien común, manifestar y difundir sus opiniones y ejercer una profesión cualquiera, y, finalmente, disponer de una información objetiva de los sucesos públicos" (Juan XXIII, PT 12). Los informadores tienen obligación de dar una información lo más exacta posible de aquellos acontecimientos de la vida pública, cuyo conocimiento es necesario para que los ciudadanos se formen una opinión recta y actúen en consecuencia de acuerdo con las exigencias de la justicia y del bien común. Causa daños graves a la comunidad la información falsa, la deformación tendenciosa de los hechos, las insinuaciones calumniosas, la falta de respeto a la vida privada, la calumnia, la difamación, los ataques a los valores morales y religiosos, etc. Los que reciben la información deben tener suficiente espíritu crítico para formarse una opinión sólidamente fundada en la verdad de los hechos y en los criterios morales conforme con el Evangelio.

    Sin hipocresía

    181. Caminar en la verdad supone alejarse de la hipocresía; son hipócritas aquellos cuya conducta no expresa los pensamientos del corazón. Jesús los llama ciegos (Mt 23, 25-26). El hipócrita, a fuerza de querer engañar a los otros, se engaña a sí mismo y se vuelve ciego para con su propio estado, siendo incapaz de ver la luz. El hipócrita parece obrar para Dios, pero, en realidad, obra para sí mismo. Engaña al prójimo para conquistar su estima, para hacerse notar. Deseoso de quedar bien, sabe elegir entre los preceptos o disponerlos con una casuística sutil. Así puede filtrar el mosquito y tragarse el camello (Mt 23, 24). La hipocresía es una tentación permanente (1 P 2, 1-2). El hipócrita no ama a Dios, tampoco a los demás, ni siquiera se ama verdaderamente a sí mismo.

    "La verdad os hará libres"

    182. Jesús nos dice: "La verdad os hará libres" (Jn 8, 32). El hombre que miente, o el que no es sincero consigo mismo o con los demás, trata  de defender sus propios intereses, busca una autojustificación, y en todo caso es esclavo del parecer de los demás, no pretende dar gloria a Dios sino su propia gloria (Cfr. Jn 5, 44). El hombre que ama la verdad no busca la aprobación de lo que hace, sino que desea sinceramente ajustar su conducta a la luz de Dios, diciendo la verdad, haciendo la verdad, siendo verdad. La fidelidad a la verdad, es una actitud fundamental de la personalidad verdaderamente madura. El amor auténtico a la verdad implica amor a los demás: amarles tal como ellos son, reconocer la dignidad de cada persona a pesar de sus pecados y limitaciones. Quien se aparta conscientemente de la verdad, rompe la coherencia de su propia unidad interior. Para el cristiano, la plenitud de la verdad es Cristo. El es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6).

    Caminar en la verdad, don de Dios. Si amamos, somos de la verdad

    183. Caminar en la verdad es don de Dios, don del Espíritu. Jesús concluye su revelación, anunciando a sus discípulos la venida del Paráclito. El es, según dice Jesús insistentemente, el Espíritu de la verdad (Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Guía hasta la verdad completa (16, 13), y hace posible en nosotros el cumplimiento del amor. Si amamos somos de la verdad. Como dice San Juan: "Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad" (1 Jn 3, 18-19).

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