Tema 39. LIMPIEZA DE CORAZÓN (6.° Y 9.° MANDAMIENTOS)

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

  • Ayudar al preadolescente a tomar progresivamente conciencia de la fuerza e impulsos que en sí mismo se despiertan, y a integrarlos en la construcción de su personalidad.

  • Presentar los Mandamientos 6º. y 9º. del Decálogo: "No cometerás adulterio", "No codiciarás la mujer de tu prójimo".

  • Presentar el ideal evangélico de Jesús sobre la sexualidad y el matrimonio: una fidelidad total, de corazón, posibilitada desde la fe. Hacia la glorificación de Dios a través del propio cuerpo.

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    Educación sexual para niños y jóvenes

    114. Niños y jóvenes tienen derecho a ser informados, y educados en todos los campos. El silencio —si todavía hoy fuera posible— sobre las realidades de la vida sexual sería un error: una educación verdadera debe favorecer el desarrollo de todo el hombre. El Concilio Vaticano II dice que niños y jóvenes "deben ser instruidos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual" (GE 1). Y más recientemente, Pablo VI orienta en este mismo sentido a padres y educadores: "Sin ambajes ni vueltas atrás se trata de favorecer una educación que ayude al niño y al adolescente a tomar progresivamente conciencia de la fuerza, de los impulsos .que en ellos se despiertan, y a integrarlos en la construcción de su personalidad" (A los equipos de Notre Dame, 4 de mayo de 1970).

    Un cuerpo que cambia

    115. El cuerpo del preadolescente se transforma. Nuevas formas dan lugar poco a poco a una distinta constitución anatómica, a la que acompañan diversos fenómenos fisiológicos. La estatura aumenta. En el chico, sus músculos adquieren más fuerza y volumen; en la chica, sus formas corporales aparecen ya casi como las de la mujer adulta. Estas transformaciones hacen que el preadolescente se encuentre con un cuerpo que cambia, un cuerpo diferente al cual se ha de habituar y con el cual ha de establecer una relación adecuada.

    Nuevos pensamientos, nuevos sentimientos

    116. Aparecen también en el preadolescente nuevas formas de razonar, nuevos modos de comprender las cosas. Su inteligencia llega en esta edad casi al final de su evolución. Nacen asimismo nuevos sentimientos, nuevos deseos, a los que matizan las pulsiones sexuales, más intensas en esta edad que en las anteriores.

    El preadolescente y las tendencias sexuales

    117. El instinto sexual se manifiesta con mayor intensidad. A medida que avanza en edad, el preadolescente experimenta que las tendencias sexuales pueden alterar el equilibrio emocional y espiritual que aparecía tan seguro en la etapa anterior de su vida.

    En relación con los iguales de distinto sexo, el preadolescente comienza a sentir una fuerte atracción, al mismo tiempo que experimenta un cierto miedo, derivado de su propia inseguridad. Lograr una autenticidad en la relación chico-chica, en la que se compromete ya de un modo acentuado la persona como ser sexuado, supone una auténtica conquista que es necesario llevar a cabo para no dificultar el desarrollo normal de la personalidad. El preadolescente, que alcanza una etapa terminal desde el punto de vista fisiológico y genital, aún ha de recorrer un camino de maduración psicológica y afectiva que le capacite para el establecimiento de una relación personal de amor.

    La sexualidad humana, integrada en el contexto del amor

    118. La vida sexual humana debe manifestarse como una posibilidad de diálogo y de comunicación. La sexualidad aparece entonces integrada en el contexto interpersonal del amor. La relación sexual implica, aún más que muchos otros gestos humanos, una decisión que afecta a toda la persona, una opción de la que depende el futuro de la misma. De ahí que sea algo radicalmente serio, incompatible con toda componenda: o someterse al círculo vicioso de la experiencia sexual egoísta, o seguir el camino de una entrega personal y total al otro. El verdadero amor se compromete para siempre.

    La sexualidad, una dimensión fundamental de la vida humana

    119. La sexualidad es una de las dimensiones fundamentales de la vida humana: "La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está de tal manera marcada por la sexualidad, que ésta es parte principal entre los factores que caracterizan la vida de los hombres. A la verdad en el sexo radican las notas características que con.,tituyen a las personas como hombres y mujeres en el plan biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad (Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual [CES], 1). En el plan de Dios, hombres y mujeres están llamados a la colaboración, a la mutua comprensión, a promover el amor fraterno entre los hombres, y por lo que se refiere al uso de la función sexual, ésta logra "su verdadero sentido y su rectitud moral tan sólo en el matrimonio legítimo" (CES 5).

    El plan de Dios: "Una sola carne"

    120. A partir del hombre y de la mujer, Dios forma un ser único, "una sola carne" (Gn 2, 24). Dios creó al hombre como varón y como mujer (Gn 1, 27); en su humanidad, varón y mujer son de igual categoría y dignidad ("hueso de mis huesos y carne de mi carne", Gn 2, 23), pero no de igual constitución. Están referidos el uno al otro. Por la cooperación de ambos puede desplegarse plenamente la vida humana. Jesús empleará la misma fórmula del Génesis para subrayar la unidad de la pareja matrimonial: "Ya no son dos, sino una sola carne" (Mt 19, 6). Como dice el Concilio Vaticano II: "Dios no creó al hombre solo, sino que desde el principio "los creó varón y mujer" (Gn 1, 27); su unión crea la primera forma de sociedad personal. De modo que el hombre, por su íntima naturaleza, es un ser social; sin relación con los demás no puede ni vivir ni desarrollar sus capacidades" (GS 12).

    Doble función de la sexualidad humana: Alteridad, fecundidad. En un contexto social

    121. Desde el principio de la Escritura, la diferencia sexual del hombre y de la mujer aparece vinculada a dos funciones fundamentales: a) La alteridad de los sexos; ordenada a redimir la soledad del hombre: "No está bien que el hombre esté solo. Voy a hacerle alguien como él que le ayude" (Gn 2, 18); b) La fecundidad, ordenada a la transmisión de la vida y al dominio del universo: "Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla" (Gn 1, 28). Estas dos funciones de la sexualidad humana sitúan al individuo en un contexto social.

    Bondad y valor de la relación sexual matrimonial

    122. La bondad y el valor de la relación sexual en el matrimonio nunca fueron puestos en duda en la Biblia. Así lo manifiesta el libro de los Proverbios: "Goza con la esposa de tu juventud: cierva querida, gacela hermosa, que siempre te embriaguen sus caricias y continuamente te deleite su amor" (5, 18-19; cfr. Ct 4, 1ss; 6, 4ss; Ez 24, 15ss; Si 26, 16ss). Por su parte, Pablo, contra los deseos ilusorios de continencia manifestados por los corintios, les recuerda el deber de las relaciones sexuales: "El marido dé a su mujer lo que debe y lo mismo la mujer al marido; la mujer ya no es dueña de su cuerpo, lo es el marido; y tampoco el marido es dueño de su cuerpo, lo es la mujer" (1 Co 7, 3-4). El Concilio Vaticano II, eco reciente de la doctrina tradicional de la Iglesia, manifiesta la dignidad de la relación sexual matrimonial con estas palabras: "Los actos por los que los espososi se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud" (GS 49).

    Un misterio que no debe ser mancillado

    123. El plan de Dios, que consiste en hacer del hombre y de la mujer "una sola carne", es un misterio de alteridad y fecundidad que no puede ser mancillado y violado. Así lo dice el profeta Malaquías: "... Yahvé es testigo entre ti y la esposa de tu juventud, a la que tú traicionaste, siendo así que ella era tu compañera y la mujer de tu alianza. ¿No ha hecho él un solo ser que tiene carne y aliento de vida? Y este uno, ¿qué busca? ¡Una posteridad dada por Dios! Guardad, pues, vuestro espíritu; no traicionéis a la esposa de vuestra juventud. Pues yo odio el repudio, dice Yahvé Dios de Israel, y al que encubre con su vestido la violencia, dice Yahvé Sebaot. Guardad, pues, vuestro espíritu y no cometáis tal traición"  (MI 2, 14-16).

    "No cometerás adulterio." "Avergonzaos de la fornicación": sexto mandamiento

    124. Con la prohibición del adulterio, el Antiguo Testamento lleva a cabo una defensa de la vida matrimonial y de la familia. "No cometerás adulterio", dice el Decálogo (Dt 5, 18; Ex 20, 14; cfr. Jr 7, 9; Ml 3, 5). El adulterio recibe en la ley una definición restringida: es el acto que viola la pertenencia de una mujer a su marido, o a su prometido (Lv 20, 10; Dt 22, 22-23). La mujer aparece más como propiedad del hombre (Ex 20, 17) que como una persona que forma con él una sola cosa en la fidelidad de un amor mutuo (Gn 2, 23-24). Este rebajamiento de la mujer está vinculado a la poligamia, que se remonta a los tiempos de Lamec (Gn 4, 19). La poligamia será tolerada durante largo tiempo (Dt 21, 15; cfr. 17, 17; Lv 18, 18). Sin embargo, los libros sapienciales, que muestran la gravedad del adulterio (Pr 6, 24-29; Si 23, 22-26), invitan al hombre a reservar su amor a la mujer de su juventud (Pr 5, 15-19) y a condenar la prostitución, aunque ella no haga al hombre adúltero (Pr 23, 27; Si 9, 3-6; 41, 22).

    Contra todas las formas del mal

    125. Con la prohibición del adulterio, comenta el Catecismo Romano, prohíbe Dios todo pecado deshonesto e impuro. Explícitamente lo afirman San Ambrosio y San Agustín. E igualmente lo confirman con absoluta evidencia las Sagradas Escrituras; consta en muchos de sus pasajes que Dios castiga, además del adulterio, otras especies de pecados deshonestos. En el Génesis, por ejemplo, se nos narra la sentencia de Judá contra su nuera; en el Deuteronomio se prohíbe a las israelitas convertirse en prostitutas; Tobías exhorta a su hijo para que se guarde de toda fornicación, y el Eclesiástico dice: "Avergonzaos de la fornicación..., de fijar la mirada sobre mujer ajena" (41, 17.23).

    "No codiciarás la mujer de tu prójimo": noveno mandamiento. El deseo culpable

    126. Ya en el Antiguo Testamento el pecado afecta no sólo al hecho del adulterio, sino también al deseo. El deseo incuba el pecado. Así, David, cediendo a su deseo, se apodera de Betsabé (2 S 11, 2ss), y desencadena una serie de desgracias y atropellos. Los dos ancianos desean a Susana hasta perder la cabeza (Dn 13, 8-20). El libro del Eclesiástico aconseja avergonzarse de mirar a mujer prostituta y de clavar los ojos en mujer casada (41, 22-23). Y el Decálogo, apuntando al corazón, prohibe el deseo culpable: "No codiciarás la mujer de tu prójimo" (Dt 5, 21).

    "Lo que Dios unió no lo separe el hombre"

    127. Respecto al Antiguo, el Nuevo Testamento representa, también aquí, la continuidad y, a un mismo tiempo, la superación. Jesús condena el adulterio, suprimiendo las concesiones que Moisés hubo de hacer ante la dureza de corazón de su pueblo: "Se le acercaron unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: ¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo? El les respondió: ¿No habéis leído que el Creador en el principio los creó hombre y mujer, y dijo: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? De modo que ya no son dos sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. Ellos insistieron: ¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse? El les contestó. Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero al principio no era así. Ahora os digo yo que si uno se divorcia de su mujer —no hablo de unión ilegal— y se casa con otra comete adulterio" (Mt 19, 3-9).

    "Está mandado... Pues yo os digo"...

    128. En el sermón de la montaña Jesús se expresa de forma semejante, haciendo resaltar más la novedad del Evangelio: "Está mandado: El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio. Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer —excepto en caso de unión ilegal— la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio" (Mt 5, 31-32).

    Experiencia de fe, experiencia de gratuidad

    129. Los discípulos perciben perfectamente la novedad del programa evangélico de Jesús y la viven como algo que los supera y desborda: "Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse" (Mt 19, 10). Jesús remite a la experiencia de fe, que es experiencia de gratuidad: "No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don" (19, 11). Y aún hay cosas más difíciles —añadirá Jesús— que se vuelven posibles en la experiencia de fe, el carisma de la virginidad: "Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el Reino de los Cielos. El que pueda con esto, que lo haga" (Mt 19, 12).

    El pecado nace en el corazón del hombre

    130. Además, Jesús lleva a su plenitud la línea que, comenzada en el Antiguo Testamento, recoge esa dimensión interior del pecado que es el deseo incubado en el corazón: "Porque del corazón salen los designios perversos, los homicidios, adulterios, inmoralidades, robos, testimonios falsos, calumnias. Eso es lo que mancha al hombre..." (Mt 15, 19-20). Es de notar que el hebreo habla del corazón en un sentido má9 amplio que nosotros, que lo reducimos a la vida afectiva. Para el hebreo el corazón es lo más íntimo del hombre, donde nacen los recuerdos, los sentimientos, los pensamientos, los razonamientos y los proyectos. Esta dimensión interior del pecado es, para Jesús, tan importante y grave como la dimensión exterior de los actos. Por ello la complacencia deliberada y voluntaria en pensamiento y deseos lujuriosos es pecado grave. El pecado se realiza ya en el corazón del hombre.

    La fidelidad es problema de corazón

    131. Si el pecado nace en el corazón del hombre, es el corazón la raíz que necesita ser saneada. La defensa evangélica de la vida matrimonial no se queda solamente en la prohibición del adulterio, sino, que llega a su raíz más profunda: la fidelidad es problema de corazón. Es el corazón del hombre, el hombre entero, el que se manifiesta en cada uno de sus gestos. Por ejemplo, en la mirada o en la acción: "Habéis oído el mandamiento: no cometerás adulterio. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno" (Mt 5, 27-30).

    El amor, fuente de la fidelidad

    132. El amor es la fuente de la fidelidad, el secreto de la vida humana. En efecto, dice San Pablo: "no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás, y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera" (Rm 13, 9-10).

    "Cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor"

    133. El mismo San Pablo, sobre todo en el ambiente de corrupción del puerto de Corinto, se ve precisado a atacar todas las formas del mal: "No os llaméis a engaño, los inmorales, idólatras, adúlteros, afeminados, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores, o estafadores no heredarán el reino de Dios" (1 Co 6, 9-10). Y en diversos lugares insiste particularmente en la fornicación: "Huid de la fornicación" (1 Co 6, 18); "esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios" (1 Ts 4, 3-5), "la fornicación y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos" (Ef 5, 3).

    La masturbación

    134. Las experiencias sexuales pueden adoptar con frecuencia en preadolescentes y adolescentes la forma de autoerotismo, masturbación o sexualidad solitaria. A veces se da también en adultos, sobre todo si, por alguna razón, permanece en ellos la inmadurez de la adolescencia, un desequilibrio psíquico o hábitos contraídos. Los trastornos afectivos y algunas situaciones neuróticas provocan frecuentemente manifestaciones de autoerotismo, que alcanza, a veces, un carácter compulsivo claramente patológico. La masturbación habitual, en muchos casos, viene a ser una especie de droga como huida de una existencia a la que no se encuentra sentido, o que resulta conflictiva y dolorosa.

    El juicio negativo sobre la masturbación, tradicional en la moral católica, tiene su más sólido fundamento en el carácter imperfecto e insatisfactorio de la sexualidad solitaria. La sexualidad humana, en efecto, además de la finalidad biológica de la reproducción, tiene en el plano integralmente humano, un' carácter esencial de expresión del amor. La sexualidad solitaria se opone a la dignidad esencial de la persona humana. No es extraño que deje ordinariamente un sentimiento de profundo vacío y soledad. Más aún: con frecuencia ese sentimiento de frustración empuja a la búsqueda urgente de relaciones sexuales improvisadas, es decir, a desórdenes más serios y comprometedores. La masturbación constituye en sí un grave desorden moral.

    "La razón principal es que el uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice esencialmente a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine... La psicología moderna ofrece diversos datos válidos y útiles en tema de masturbación para formular un juicio equitativo sobre la responsabilidad moral y para orientar la acción pastoral. Ayuda a ver cómo la inmadurez de la adolescencia, que a veces puede prolongarse más allá de esa edad, el desequilibrio psíquico o el hábito contraído pueden influir sobre la conducta, atenuando el carácter deliberado del acto, y hacer que no haya siempre falta subjetivamente grave. Sin embargo, no se puede presumir como regla general la ausencia de responsabilidad grave. Eso sería desconocer la capacidad moral de las personas" (CES 9).

    Actitud bondadosa y comprensiva, sin reducir desmesuradamente la responsabilidad de las personas

    135. ¿Qué tratamiento pastoral es el adecuado para personas, especialmente jóvenes, que practican habitualmente la masturbación? Sería un gravísimo error ciertamente inculcarles un fuerte sentimiento de culpabilidad capaz de destruir todo estímulo de vida y de producir un permanente complejo de inferioridad e incapacidad. No se olvide que la irrupción de la sexualidad es vivida como algo misterioso y amenazador, que domina y humilla. Para no pocos jóvenes la necesidad de liberarse de un asfixiante sentimiento de culpabilidad ha sido el factor desencadenante de un proceso que les ha llevado a romper con una fe religiosa que parecía respaldar dicho sentimiento.

    Tampoco sería educativo destruir en los jóvenes su capacidad para la superación moral, anulando en ellos todo sentido de responsabilidad personal. No es lícito hacer vanos los mandamientos de Dios. Jesucristo fue intransigente con el mal y misericordioso con los hombres.

    Se impone, pues, una actitud bondadosa y comprensiva, sin que ello suponga reducir desmesuradamente la responsabilidad de las personas (Cfr. CES 10).

    Es preciso abrir horizontes a dichos jóvenes hacia expresiones más plenas de generosidad y de responsabilidad, hacia una afectividad más madura y hacia tareas culturales, profesionales, sociales y religiosas que den sentido a sus vidas.

    La homosexualidad

    136. En algunos ambientes se dan casos de relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Esto se explica por falta de normal evolución sexual, razones de educación falsa, hábitos contraídos, malos ejemplos y, quizás en algún caso, por factores de constitución patológica. La homosexualidad constituye uno de los trastornos más profundos de la conducta sexual. ¿Qué juicio moral merece la homosexualidad? No se trata, claro está, del hecho de tener inclinaciones homosexuales, pues su adquisición no es voluntaria, y no puede ser, por tanto, objeto de juicio ético. Se trata del hecho de dejarse llevar por tales inclinaciones; es decir, cuando no han adquirido el carácter de una irrefrenable compulsión neurótica. La moral cristiana fundamenta su rechazo de la homosexualidad en que tal práctica está en contradicción con la estructura y finalidad anatómica, fisiológica y psicológica de la sexualidad integral de la persona humana. Por eso, dicha práctica es en sí gravemente desordenada y no puede recibir aprobación en ningún caso (Cfr. CES 8).

    Actitud pastoral comprensiva y eficaz

    137. En cuanto a la actitud pastoral ante la homosexualidad, las personas homosexuales "deben ser acogidas con comprensión, y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia" (CES 8).

    Es preciso lograr que el invertido no se considere un ser aparte, segregado de la sociedad humana, hay que hacerle sentir que su problema es uno entre tantos de los que afligen al hombre, ante el que cabe también una actitud ética. Es preciso también paliar su vacío afectivo mediante una acogida sincera en una comunidad que le incorpore sin prevenciones y mediante el desarrollo de actividades profesionales, culturales, sociales, asistenciales y religiosas que le hagan sentirse útil en las múltiples esferas de la vida, que no tienen que estar condicionadas por su problemática peculiar.

    Hombres y mujeres, muchachos y muchachas, niños y niñas

    138. En la familia y en la calle, en el trabajo y en las recreaciones están juntos hombres y mujeres, muchachos y muchachas. Esto es bueno, porque los sexos se completan mutuamente. El joven conoce las cualidades de la muchacha, la muchacha las del joven. Se ayudan mutuamente y aprenden a respetarse y estimarse. Ellos y ellas juegan juntos de niños, sin prestar particular atención a que son distintos.

    Luego viene un tiempo en que por lo general los chicos no quieren saber nada de las chicas y hasta les parecen tontas y necias. También las muchachas se separan de los muchachos, que a su juicio son rudos, alborotadores y sinvergüenzas. Pero este tiempo pasa rápidamente. Al comenzar la madurez, vuelven a mirarse uno a otro y hasta traban auténticas amistades.

    El joven y la joven

    139. Más tarde, de esa amistad nace con frecuensia el amor: muchachos y muchachas no quieren separarse nunca. En esta época del amor los jóvenes se muestran tiernos uno con otro. Se quieren, se percatan de sus fuerzas sexuales y se alegran de pensar que pronto serán marido y mujer. Querrían, sobre todo, unirse entera y carnalmente en su amor, como lo hacen los casados.

    Sin embargo, esa unión exigiría una gran responsabilidad del uno con el otro, responsabilidad que sólo puede asumirse en el matrimonio. Sólo por el consentimiento irrevocable al contraer matrimonio quedan los novios unidos ante Dios y ante los hombres. Además, la unión carnal se ordena a la generación de nueva vida. Un hijo sólo puede nacer y crecer en al matrimonio, con el padre y la madre y en un verdadero hogar. Por eso sólo en el matrimonio está el amor sexual conforme con la voluntad de Dios y con la naturaleza del hombre.

    Según la enseñanza permanente de la Iglesia, todo acto genital humano debe mantenerse dentro del cuadro del matrimonio; la unión carnal no puede ser legítima sino cuando se, ha establecido una definitiva comunidad de vida entre un hombre y una mujer (Cfr. CES 7).

    La castidad cristiana es una forma de libertad

    140. Los muchachos y muchachas no deben tener entre sí trato carnal ni buscar en el pecado solitario satisfacción a su placer. Como miembros que son del Cuerpo de Cristo, deben ser castos. La castidad es virtud que exige dominio de sí mismo, lucha permanente contra la inclinación al mal. La castidad es una forma de libertad espiritual, una fuente de verdadera y profunda alegría. El joven y la joven pueden lograr esta liberación ;por la gracia de Jesucristo (Cfr. Rm 7, 23).

    La castidad cristiana es una manifestación del triunfo de Jesucristo resucitado en nosotros, un signo de la presencia santificadora del Espíritu Santo en nuestra alma y en nuestro cuerpo. La castidad cristiana generosa y alegre es un camino de maduración de la personalidad: supone superación del propio egoísmo, capacidad de sacrificio por el bien de los demás, nobleza y lealtad en el servicio a un ideal elevado. Es una excelente preparación para un matrimonio según el plan de Dios.

    Para ser castos hemos de apoyarnos en Cristo

    141. Para ser fieles a Dios en la castidad es necesario apoyarnos en Cristo: "... hoy también, y más que nunca, deben emplear los fieles los medios que la Iglesia ha recomendado siempre par mantener una vida casta: disciplina de los sentidos y de la mente, prudencia atenta a evitar las ocasiones de caídas, guarda del pudor, moderación en las diversiones, ocupación sana, recurso frecuente a la oración y a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.

    Los jóvenes, sobre todo, deben empeñarse en fomentar su devoción a la Inmaculada Madre de Dios y proponerse como modelo la vida de los santos y de aquellos otros fieles cristianos, particularmente jóvenes que se señalaron en la práctica de la castidad.

    En particular es importante que todos tengan un elevado concepto de la virtud de la castidad, de su belleza y de su fuerza de irradiación. Es una virtud que hace honor al ser humano y que le capacita para un amor verdadero, desinteresado, generoso y respetuoso de los demás" (CES 12).

    Elementos necesarios para la gravedad moral del pecado

    142. El sexto mandamiento se rige por las mismas normas y principios generales que regulan el resto de la moral. Como en los demás casos, sólo se comete un pecado mortal cuando hay conciencia de que la materia es grave y se da la necesaria deliberación y la libertad requerida por parte del inidividuo.

    La sexualidad humana, integrada en el contexto de la experiencia de fe

    143. La sexualidad humana alcanza su nivel más profundo cuando queda integrada en el contexto de la vida de fe. El respeto al propio cuerpo se traduce en gloria de Dios y cumplimiento de su voluntad. Es la voluntad de Dios la que resplandece a través del cuerpo, esto es, de la vida humana en cada una de sus dimensiones (Cfr. Hb 10, 5-7), también la sexual.

    En la experiencia de fe, la moral sexual depende ya de la relación directa que el cuerpo tiene con el Señor. Nuestros cuerpos son miembros de Cristo y templos del Espíritu. Así lo vio San Pablo: "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? y ¿voy a quitarle un miembro a Cristo para hacerlo miembro de una prostituta? ¡Ni pensarlo! ¿No sabéis que unirse a una prostituta es hacerse un cuerpo con ella? Lo dice la Escritura: Serán los dos una sola carne. El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre, queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica, peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? El habita en vosotros, porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestros cuerpos!" (1 Co 6, 15-20).

    Maduración humana y cristiana: exigencias del amor humano

    144. Ningún logro como el del amor. Es algo que no tiene precio. Como dice el Cantar de los Cantares: "Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable" (8, 7). Ahora bien, el logro humano del amor se prepara no sólo por la adquisición de unos conocimientos, sino en un clima de auténtico, desarrollo que se manifiesta en la amistad, la alegría, el dominio de sí mismo, el respeto al otro, el sentido de responsabilidad y la experiencia de la oración. Por lo que a la sexualidad se refiere, el equilibrio de la persona no se consigue solamente por la información sobre las realidades de la vida sexual. Requiere la educación de la afectividad, la formación del carácter, el descubrimiento del sentido de la propia existencia y el desarrollo de una; vida de fe.

    En cualquier situación el hombre ha de amar

    145. El matrimonio es, ciertamente, una de las formas de vida a través de las cuales se realiza la persona humana, si realmente está orientada y sostenida por un amor profundo y generoso (Cfr. GS 49). Sin embargo, la persona humana también puede realizarse plenamente a través de otras formas de vida que no son la del matrimonio; por ejemplo, en el celibato, consagrado o simplemente aceptado. Para ello es necesario que quienes han elegido o aceptado una vida de celibato, entreguen también su vida al bien de los demás. En cualquier situación el hombre ha de amar. Esta es su fundamental vocación. El cuerpo no sirve sólo para la unión sexual. En el cuerpo se manifiesta la bondad del hombre, su sinceridad, el compromiso de proclamar la verdad; a través del cuerpo realiza el hombre su entrega al servicio de los demás; en suma, el cuerpo expresa de mil modos lo que hay en el hombre, mejor, lo que el hombre es. El hombre ha de servir a los demás con todo su ser espiritual y corporal. Contribuye a la transformación del mundo y al bien de la sociedad, con todo su ser. Su vida puede ser fecunda de muchas maneras, con su trabajo inteligente, con su servicio a los demás.

    Hombre y mujer casados o célibes, expresiones complementarias del Reino de Dios

    146. Si se renuncia al matrimonio, no se renuncia por ello a la personalidad masculina o femenina. La condición sexual del hombre en su doble función de alteridad y fecundidad (creativa) no puede ser negada, sino orientada. Aunque no todas las posibilidades sexuales se ejerciten, no disminuye por ello la personalidad, o la dignidad del hombre o de la mujer. Conviene además recordar que el sexo no se reduce exclusivamente a la dimensión genital, ni menos aún al placer. Las diversas cualidades del cuerpo, del corazón, de la inteligencia, etc., del hombre y la mujer configuran y distinguen la personalidad de cada uno. El hombre y la mujer, el célibe y el casado, son insustituibles para expresar de manera complementaria la vocación humana y la plenitud del Reino de los Cielos (Cfr. Mt 19, 10-12).

    Hacia la plenitud humana por el camino evangélico

    147. Tanto los casados, como los célibes están llamados a una vida santa. La conducta del cristiano debe orientarse en un caso y en otro, no de acuerdo con el automatismo del instinto o según los imperativos del egoísmo humano, sino según las exigencias liberadoras de la castidad evangélica. La plena realización de la vocación humana y el secreto de la felicidad auténtica no consiste en vivir para el placer, sino para los otros y para Dios. Lograremos nuestra plenitud humana si andamos generosamente el camino evangélico de las Bienaventuranzas.

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