Tema 31. SIN EL ESPÍRITU DE CRISTO, NO PODEMOS VENCER LA TENTACIÓN DE LA VIOLENCIA

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO:

        Anunciar:

  • que por el pecado del hombre aparece en el mundo el problema de la violencia. Este tiene como raíz el egoísmo, el deseo de dominio sobre los demás y, al mismo tiempo, el miedo a ser dominado por los otros;

  • que el hombre, por sí mismo, se encuentra incapacitado para con sus solas fuerzas rechazar la tentación de la violencia. La figura del Siervo de Yahvé pone ante los ojos de los creyentes la única salida al problema de la violencia.

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    El héroe violento, ¿modelo de identificación?

    109. Desde el punto de vista social, la educación que hoy el muchacho está recibiendo en la televisión, en el cine y a través del comportamiento de los mismos adultos, contribuye a que piense que la agresividad antisocial, es decir, la violencia, es el recurso normal y eficaz en las relaciones humanas. A menudo, el único recurso posible. De este modo, el prisma a través del cual observa las relaciones entre los hombres está hecho de agresividad y violencia. Ante esta situación el preadolescente intentarla en muchas ocasiones identificarse con el modelo de la violencia (el héroe violento) como el único capaz de solucionar sus propios conflictos en el grupo y con los adultos.

    El dominio de los otros, intento constante

    110. En la historia humana nos encontramos con este hecho: el intento constante del hombre por dominar a sus semejantes en provecho propio, incluso sin que ellos se den cuenta. El egoísmo, el deseo de dominio sobre los demás y, al mismo tiempo, el miedo a ser dominado por los otros, es muchas veces la raíz de la mentira, de la simulación, del fraude, de la coacción, de la violencia moral disimulada, de la manipulación egoísta y de las guerras.

    La espiral de la violencia

    111. La violencia es fruto muchas veces de la injusticia, implantada en muchos rincones de la tierra; la rebelión contra esa situación injusta, y la represión por parte del orden establecido, como respuesta a la rebelión. La violencia del mantenimiento de una situación injusta engendra irremisiblemente la aparición de movimientos de resistencia violenta y éstos, a su vez, provocan una acción represiva cada vez más violenta. Este es el engranaje de la violencia, el círculo de la violencia: agresión, reacción vengadora, rencor y nueva agresión, odio y represalias de nuevo, y así sucesivamente, inacabablemente.

    Quien a espada mata, a espada muere

    112. El ejemplo y la palabra de Jesús nos apartan del camino de la violencia. "Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá" (Mt 26, 50-52). Jesús enuncia aquí una ley histórica: aquellos que empuñan la espada y desencadenan la violencia, perecen por la agresión, ya que ésta se vuelve contra ellos mismos.

    La violencia, destrucción de la vida social. El siervo de Yahvé

    113. La violencia se percibe también a través de su efecto mayor: la destrucción de la vida social. En este caso el término va asociado frecuentemente con otro que significa explotación, opresión, devastación, ruina. Los profetas se lamentan del estado de violencia en que se halla sumergido el pueblo (Am 3, 10; Jr 6, 7; 20, 8; Is 60, 18). Y recurren a Yahvé, único que puede remediar este estado de injusticia. Así, constantemente, se oyen los gritos de los oprimidos que quieren ser liberados de los hombres violentos (2 S 22, 3; Sal 17, 49; 139, 2-5). Estas víctimas ponen su esperanza en una réplica de la misma naturaleza: que el hombre violento sea presa del infortunio, que se le devuelva golpe por golpe (Sal 139, 12). Sin embargo, poco a poco, se irá imponiendo por su fuerza moral la figura única del Siervo de Yahvé, que ha renunciado definitivamente a la violencia: "Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca" (ls 53, 7).

    Dios condena progresivamente toda violencia injusta

    114. Indudablemente, Dios condena toda violencia injusta. Pero lo hace progresivamente, teniendo en cuenta las diferentes épocas en que vive su pueblo. Así se apropia la ley del Talión (Ex 21, 24), que representa un progreso considerable con respecto a los tiempos de Lamec, quien se venga sin medida (Gn 4, 23ss). El Dios del Antiguo Testamento no es un Dios cruel, es un Dios con entrañas. Se pone de parte del pueblo oprimido en Egipto (Ex 3, 9) y le exige un comportamiento semejante con el débil: "No vejarás al forastero; conocéis la suerte del forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto" (Ex 23, 9). Dios se constituye, pues, en defensor de las víctimas de la injusticia de los hombres,'y más en particular del huérfano, de la viuda, del pobre (Dt 24, 20). Pero surge una dificultad: ¿No aparece en el Antiguo Testamento la imagen terrible de un Dios guerrero, que extermina a los primogénitos de Egipto (Ex 12), se pone a la cabeza del combate (2 S 5, 24), aprueba la fuerza vengadora y destructora de Sansón (Jc 15, 16) y su celo va hasta el extremo de matar al transgresor de la Alianza?

    Progreso de la revelación y maduración religiosa del hombre

    115. En la lectura de la Escritura, se ha de tener en cuenta que existe un progreso en toda la revelación, condicionado por el momento de maduración religiosa del hombre y por su "dureza de corazón". Así sucede con otros problemas, como el del juramento (Mt 5, 33-37), o el del "acta de repudio" (Mt 19, 7-8): "Al principio no fue así." El corazón de Dios no cambia. Su verdadero rostro se manifiesta progresivamente a los hombres. Y se manifiesta en plenitud en el evangelio de Cristo. Sería ilegítimo servirse de un momento precedente del progreso de la Revelación para tomar posiciones veterotestamentarias en nombre del Nuevo Testamento.

    "Hasta setenta veces siete"

    116. Frente a la violencia que reina en el mundo, Jesús se muestra más radical que el Antiguo Testamento. La ley del Talión requería la equidad en la venganza, que restablece la justicia lesionada; Jesús exige el perdón (Mt 6, 12.14ss; Mc 11, 25) hasta setenta veces siete (Mt 18, 22). A todos les ordena: "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mt 5, 44; Le 6, 27). A sus discípulos les dice: "No hagáis frente al que os agravia" (Mt 5, 39). Jesús no formula un juicio sobre el acto de violencia, cuya causa pueda ser conforme a derecho, sino que señala un camino que trasciende todo derecho, el de quien —en orden de gracia— tiene la fuerza de actuar conforme al Evangelio. Quien no devuelve mal por mal, pone las cosas en un plano totalmente nuevo.

    "Mi gente habría combatido." El reino de Dios no se instaura por medios violentos

    117. Jesús fue por delante. Resiste a la tentación de instaurar el Reino de Dios por medios violentos: no quiere dominar a los hombres por la fuerza (Mt 4, 8ss), se niega a ser un político revolucionario (Jn 6, 15) y a obtener la gloria sin pasar por el sacrificio de la cruz (Mt 16, 22ss). En el huerto de los Olivos renuncia al derecho que tiene de ser defendido por la violencia: "¡Dejad! ¡Ya basta!" Va hasta el extremo de curar a su adversario (Le 22, 49ss). Y ante Pilatos declara la diferencia de procedimiento propia de su Reino:

    "Mi reino no es de este mundo.
    Si mi reino fuera de este mundo,
    mi guardia habría luchado
    para que yo no cayera en manos de los judíos" (Jn 18, 36).

    La bienaventuranza de los perseguidos. El juicio, en las manos de Dios. Oferta presente de reconciliación

    118. ¿Por qué, pues no resistir al malvado? No por ninguna técnica de no violencia, sino por el espíritu de amor, único medio de obtener la reconciliación entre el violento y su víctima. El Reino de Dios no se establece con la fuerza. Como anuncia el profeta Isaías: "Fundirán sus espadas para hacer rejas de arado y sus lanzas para hacer hoces" (Is 2, 4). A diferencia de los jefes de las naciones, que hacen pesar sobre ellas su poder y su dominio, el discípulo de Jesús debe hacerse el servidor de los otros (Mt 20, 25). Cuando Jesús se bate en retirada, como el Siervo de Dios ante la maldad de sus enemigos (Mt 12, 15.18-21; 14, 13; 16, 4) se remite a Dios y realiza la bienaventuranza de los perseguidos (Mt 5, 10ss), profetizada en los cantos del Siervo (Is 50, 5; 53, 9). Pero cuando perdona a los que lo crucifican injustamente (Lc 23, 34), cuando exige a su discípulo que ofrezca la otra mejilla, Jesús no sólo remite al juicio de Dios (1 P 2, 23), ,sino que ofrece al violento una reconciliación que puede ser obtenida ya desde ahora.

    La carrera de armamentos, gravísima plaga de la humanidad

    119. En relación con el problema de la violencia y de la guerra, el Concilio Vaticano II denuncia en el momento presente la "carrera de armamentos" como una "gravísima plaga de la humanidad", que, además, "perjudica intolerablemente a los pobres": "Hay que declarar una vez más: la carrera de armamentos es una gravísima plaga de la humanidad y perjudica intolerablemente a los pobres. Y es muy de temer que si continúa, termine por ocasionar todas las fatales catástrofes para las que ya prepara los medios... La divina Providencia requiere de nosotros con insistencia que nos liberemos de la antigua esclavitud de la guerra. Si no queremos hacer este esfuerzo, no sabemos a dónde iremos a parar por este mal camino en que nos hemos metido" (GS 81).

    ¡Todos contra la guerra!

    120. El Concilio convoca a todos a un esfuerzo común en contra de ese viejo azote, que esclaviza a la humanidad, la guerra: "Es, pues, evidente que hemos de hacer un esfuerzo para preparar con todas las fuerzas los tiempos en que, con el consentimiento de las naciones, pueda ser proscrita totalmente toda clase de guerra" (GS 82). Sin embargo, se reconoce el servicio que prestan las fuerzas armadas a la seguridad y a la paz de las naciones, así como el derecho de la autoridad pública a mantener un eficaz dispositivo de defensa que garantice la necesaria protección de los ciudadanos contra agresiones exteriores. "Los que al servicio de la patria, se hallan en el ejército, considérense instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien esta función contribuyen realmente a estabilizar la paz" (GS 79).

    La objeción de conciencia

    121. Pero dice también el Concilio sobre los objetores de conciencia: "Parece equitativo que las leyes provean humanitariamente al caso de quienes por objecciones de conciencia se niegan a emplear las armas, con tal que acepten otra forma de servir a la comunidad" (GS 79).

    No basta una paz impuesta, sino una paz fundada en la reconciliación de los ánimos

    122. El uso de la violencia por parte de las fuerzas armadas puede ser necesario en algunos casos para defensa y protección de los ciudadanos. Pero la verdadera paz no se construye con las armas. Como ha dicho Pablo VI: "No basta reprimir las guerras, suspender las luchas, imponer treguas y armisticios, definir confines y relaciones, crear fuentes de intereses comunes, paralizar las hipótesis de contiendas radicales mediante el terror de inauditas destrucciones y sufrimientos; no basta una paz impuesta, una paz utilitaria y provisoria; hay que tender a una paz amada, libre, fraterna, es decir, fundada en la reconciliación de los ánimos" (Mensaje para la celebración de la Jornada de la Paz, 1." enero 1975).