Tema 30. SIN LA GRACIA DE DIOS, NO PODEMOS ESTABLECER UNA RELACIÓN ADECUADA CON LAS COSAS. EN UNA SOCIEDAD DE CONSUMO

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO:

    Anunciar:

 

El preadolescente, ¿aprendiz de consumista?

99. Los preadolescentes de hoy están afectados en mayor o menor grado por las características propias de la que se ha dado en llamar sociedad de consumo. Se advierte con frecuencia en ellos una valoración exagerada de los aspectos materiales. El entorno social, los medios de comunicación y la publicidad contribuyen a ello. Esta especie de educación para el consumo estorba las posibilidades de hacer una ordenación jerárquica de valores tan necesaria para una correcta formación de la identidad personal. El preadolescente corre así el riesgo de convertirse en un simple aprendiz de consumista.

Sociedad de consumo: una relación inadecuada con las cosas

100. La sociedad de consumo es una forma de vida que no sólo supone una teoría concreta de las realidades económicas, sino que implica, al menos de hecho, una concepción de la totalidad de la existencia. No se define exclusivamente por el consumo de productos, sino también por un aumento en el grado de deshumanización: así da origen a un tipo de hombre desinteriorizado, materializado, cerrado en el círculo de la producción y del consumo. El "consumismo" comienza allí donde acaba la satisfacción de las necesidades para una vida digna. Se crean nuevas necesidades que son presentadas como imprescindibles, pero que son superfluas. Pasan a segundo plano las necesidades realmente importantes. La persona se convierte así en una máquina no sólo productora, sino además consumidora de los productos que fabrica. El mismo hombre acaba por materializarse y convertirse en objeto, en cosa, en una pieza más del engranaje frenético y esclavizante de la sociedad de consumo. Por tener más el hombre prefiere ser menos: no acierta a establecer una relación adecuada con las cosas (bienes materiales, riqueza, dinero).

La codicia, avidez violenta

101. La experiencia bíblica, desde un contexto distinto, ilumina, sin embargo, las raíces más profundas del consumismo de hoy. Más allá de los condicionamientos sociológicos, encontramos en el hombre la sed de poseer cada vez más sin ocuparse de los otros, e incluso muchas veces a sus expensas. Esto es lo que la Biblia entiende por codicia: la codicia coincide ampliamente con la avidez y la perversión del deseo, pero parece acentuar algunos de sus caracteres: es una avidez violenta y casi frenética (Ef 4, 19), especialmente contraria al amor del prójimo, sobre todo al amor de los pobres, y que, en primer lugar, va dirigida a los bienes materiales: la riqueza, el dinero... La codicia inflige una herida al prójimo y constituye una verdadera idolatría, ofendiendo, por tanto, al Dios de la Alianza.

La codicia, contraria al amor al prójimo

102. La codicia aparece directamente opuesta al amor al prójimo, sobre todo de los pobres, a los que la Ley protege contra ella (Ex 20, 17; 22, 24; Dt 24, 10-22). Mientras que Yahvé prescribe: "No endurezcas el corarón" Dt 15. 7), el codicioso es un malvado con el alma desecada (Si 14. 9), que se muestra despiadado (27, 1). Profetas y sabios de Israel denuncian los atentados contra los derechos del prójimo inspirados por la codicia. Esta conduce al mercader con frecuencia falto de conciencia (Si 26, 29-27, 2), a falsear las balanzas, a especular y hacer dinero de todo (Am 8, 5ss), al rico a hacer extorsiones (5, 12), a acaparar las propiedades (Is 5, 8; Mi 2, 2-9), a explotar a los pobres (Ne 5, 1-5; Am 2, 6), incluso negando el salario merecido (Jr 22, 13), al jefe y al juez a proceder por cohecho (Mi 3, 11; Pr 28, 16), para violar el derecho (Is 1, 23; 5, 23; Mi 7, 3). Los jefes codiciosos, cautivados por su interés, como lobos que desgarran su presa, recurren incluso a la violencia para aumentar sus lucros (Jr 22, 17) y afirmar su voluntad de dominio (Ez 22, 27)

La codicia, en eI fondo, una idolatría

103. El Antiguo Testamento presiente su carácter idolátrico y la tradición yahvista presenta con la fisonomía de la codicia (Gn 3, 6) al acto por el que Adán y Eva queriendo ser como dioses (3, 5) negaron a Dios su confianza y su dependencia propias de criaturas. El Génesis sugiere así que la codicia es el origen de todo pecado. El pecador, queriendo poseer solo para sí mismo lo que viene del amor de Dios para su servicio, pone un bien creado y, finalmente, se pone él mismo en lugar de Dios. Por esto, el comentario que la Biblia hace sobre el precepto de no codiciar (Ex 20, 17) identifica a los paganos, pecadores por excelencia, con "los que codician". Pablo, por su parte, pensando probablemente en el relato del Génesis, reduce al mismo precepto toda la Ley (Rm 7, 7) y resume todos los pecados de la generación del desierto en la codicia (i Co 10, 6), expresión del repudio de la experiencia espiritual propuesta por Dios (Dt 8, 3; Mt 4, 4). El codicioso, que corre tras bienes precarios (Si 6, 2), siempre insatisfecho (Pr 27, 20; Qo 4, 8), será castigado por su desprecio de Dios y por las injusticias infligidas al prójimo. La codicia acaba por matar al que la tiene (Pr 1, 19), mientras que el que aborrece la codicia prolongará sus días (28, 16).

"Dónde está tu tesoro, allí está tu corazón"

104. En el Nuevo Testamento la codicia se presenta también como opuesta al amor: el codicioso sacrifica a los otros a sí mismo y, si es necesario, con violencia: "Codiciáis y no tenéis; matáis", dice Santiago (4, 2). La codicia aparece también como opuesta a la fe, como idolatría (Le 16, 13ss; Col 3, 5); es ocupar totalmente con los bienes creados un corazón que sólo pertenece a Dios: "No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Amontonad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roan, ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón" (Mt 6, 19-21).

"Aunque uno ande sobrado, la vida no depende de sus bienes"

105. "Dijo uno del público a Jesús: Maestro dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. El le contestó: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Y les propuso una parábola: Un hombre tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: dérribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios" (Lc 12, 13-21).

Muchedumbres enteras carecen de las cosas indispensables

106. Como se ha dicho anteriormente, el pecado corrompe la relación del hombre con las cosas. En esa relación manifiesta también su corazón egoísta e insolidario. El Concilio Vaticano 1I se hace eco profético de un problema grave de nuestro mundo. Muchedumbres enteras carecen aún de las cosas indispensables: "Mientras una ingente multitud carece aún de las cosas indispensables, algunos, también en las regiones menos desarrolladas, viven opulentamente o malgastan los bienes. El lujo y la miseria coexisten. Mientras unos pocos gozan de la máxima posibilidad de elegir, muchos carecen, casi por completo, de toda posibilidad de actuar con iniciativa y responsabilidad propia, encontrándose muchas veces en condiciones de vida y de trabajo indignas de la persona humana" (GS 63).

Deben desaparecer las grandes desigualdades económicas

107. Y frente a un mundo que lucha frenéticamente en la competición del confort y del lujo, denuncia las grandes desigualdades económicas como una situación que no satisface a las exigencias de la justicia y de la equidad: "Para satisfacer a las exigencias de la justicia y de la equidad, se ha de intentar enérgicamente que, salvaguardados de los derechos de las personas y la índole peculiar de cada pueblo, las ingentes desigualdades económicas que existen ahora y que muchas veces aumentan, acompañadas de discriminaciones individuales y sociales, desaparezcan lo antes posible" (GS 66).

El poseer no es el fin último del hombre. La codicia, subdesarrollo moral

108. El Papa Pablo VI decía en la Encíclica Populorum Progressio: "Así, pues, el tener mis, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último. Todo crecimiento es ambivalente. Necesario para permitir que el hombre sea más hombre, lo encierra como en una prisión desde el momento en que se convierte en el bien supremo, que impide mirar más alla. Entonces los corazones se endurecen y los espíritus se cierran; los hombres ya no se unen por amistad, sino por interés, que pronto les hace oponerse unos a otros y desunirse. La búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser y se opone a su verdadera grandeza; para las naciones, como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral" (PP 19).