Tema 27. SIN EL ESPÍRITU DE CRISTO NO PODEMOS SERVIR. DOMINIO DEL HOMBRE SOBRE EL HOMBRE

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO:

Anunciar:

— que la autoridad, cuando se ejerce bajo la seducción del pecado, pierde su sentido de servicio. Por el pecado del hombre la autoridad muchas veces se degrada y se transforma en un simple medio de dominio o de provecho propio.

— que el hombre por sus propias fuerzas se encuentra incapacitado para servir. Sólo por la acción de Dios el hombre puede estar al auténtico servicio del hombre, recuperando su verdadero rostro.

 

Incapacitados para servir, unidos para dominar

67. El preadolescente necesita del grupo o pandilla; en ella descubre sus posibilidades, desarrolla su creatividad, va perfilando la imagen de sí mismo. El educador debe ser consciente de que el grupo es fundamental en la vida del preadolescente; en el grupo encuentra la aceptación que posiblemente no encuentra en otros ambientes (familia, colegio...). La pandilla, sin embargo, puede degenerar en formas antisociales, que se desarrollan en el grupo cerrado y agresivo. La pandilla se convierte en una escuela de aprendizaje del enfrentamiento y de la lucha con los demás y de diversos aspectos de la delincuencia precoz (es importante el influjo sobre el preadolescente de las películas de violencia, con cuyos héroes violentos tiende fácilmente a identificarse). El preadolescente queda incapacitado para el verdadero servicio, se une para el dominio y la violencia.

Dominio del hombre sobre el hombre: la carcoma social de una convivencia pacífica

68. Esa incapacidad para servir y esa tendencia profunda al dominio de los demás se manifiesta también en la sociedad adulta. Con consecuencias y repercusiones mucho más serias. Los grupos cerrados de la sociedad adulta desarrollan una delincuencia no siempre denunciada como la carcoma de una convivencia pacífica. Lo mismo sucede entre las naciones, donde el nacionalismo y la ambición imperialista de cualquier cuño vienen a deshacer la convivencia entre los pueblos.

La autoridad como servicio, no como poder y mando en provecho propio

69. El pecado corrompe también el concepto y ejercicio de la autoridad. Esta corrupción es de la mayor trascendencia en el orden individual y colectivo (social, político y religioso). La Escritura la denuncia, por ejemplo, en Sb 6, 1-6. Pero el trastorno de las relaciones sociales por la perversión de la autoridad y el poder aparece en toda su verdad, si lo apreciamos desde las exigencias del Evangelio.
El Evangelio de Jesús (Mc 10, 35-45) nos coloca en el corazón del problema. El deseo de poder de los hijos del Zebedeo indigna al resto de los apóstoles que, a su vez, mantienen la misma aspiración. Jesús, llamándoles, les dice: "Sabéis que los que son tenidos cono jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder.
Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros será vuestro servidor y el que quiera ser el primero entre vosotros será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos".
Jesús señala la profunda contradicción existente entre la actitud evangélica de servicio a los demás y una interpretación de la autoridad como poder y mando en provecho propio. En nuestro tiempo, la autoridad como servicio tiene en el orden social y político un nombre: la participación (GS 31).

El creyente ante el abuso de autoridad y la idolatría del poder político

70. La corrupción del poder culmina cuando éste se ejerce contra los creyentes (los "santos"), los pobres de Yahvé (Jn 16, 2; Mt 10, 17 ss.; Lc 6, 26). El capítulo 7 del libro de Daniel —esbozo de teología de la historia aplicable a cualquier tiempo— pone de manifiesto la dura condición histórica del creyente ante esta forma de idolatría que hace del poder una bestia. En este relato, las bestias (que simbolizan reyes, naciones, imperios...) atacan a "los santos del Altísimo" (vv. 18-25); éstos resisten en todo tiempo a la idolatría de la bestia, expresada incomparablemente en Ap 13, 4: "¿Quién como la Bestia?". Pero, en tales circunstancias, surgirá siempre un enviado de Dios que asuma y encarne la función de Miguel, que significa ¿Quién como Dios? Ambos gritos recorren la historia de los hombres de un extremo a otro del tiempo.

La Bestia y el Hijo del Hombre, frente a frente: "¡No serviré!" "¡Serviré!"

71. La Bestia no sirve a nadie. Encarna históricamente el grito satánico: ¡No serviré! Es la suprema manifestación de poder ("señores absolutos", Mc 10, 42), poder que termina oprimiendo al hombre, particularmente a los débiles y pequeños. El Hijo del Hombre ha venido, por lo contrario, a servir y en este servicio al hombre que, en el fondo, es amor, el hombre recupera su verdadero rostro. La paradoja evangélica consiste en que el hombre se humaniza sirviendo, es decir, amando. Y así cumple la voluntad de Dios, se diviniza.

Cristo, sirviendo, revela el rostro más perfecto de lo humano

72. En el mensaje simbólico del sueño de Daniel (cap. 7) las figuras del Anciano y del Hijo del Hombre (figuras humanas) aparecen como contrapunto dialéctico de esas otras figuras no humanas o, mejor, inhumanas, bestiales: sólo lo divino es profundamente humano y el hombre, cuando se aparta de Dios, se degrada hasta la condición de bestia. La expresión semita "Hijo del Hombre" equivale ordinariamente a Hombre. Según ello, la definición propia del hombre no es la bestia, sino el Hijo del Hombre. Cristo, de una forma inconcebible para el mundo (isirviendo!), deja al descubierto el rostro más perfecto de lo humano: "Cristo revela plenamente el hombre al hombre" (GS 22). Desde ahí podemos rastrear lo hondo de la perversión en el modo de entender y ejercer los hombres el poder y la autoridad.