Artículo 1.-Impacto del pecado en los diversos órdenes de la vida.

Tema 25.-Sin la gracia, no podernos amar al prójimo con amor auténtico.

Tema 26.-Sin la acción del Espíritu, no podemos colaborar verdaderamente con los demás: explotación y utilización del hombre.

Tema 27.-Sin el Espíritu de Cristo, no podemos servir al prójimo con amor verdadero. Dominio del hombre sobre el hombre.

Tema 28.-Sin la gracia del Espíritu, no podemos adorar al Dios verdadero en espíritu y en verdad.



Tema 25. SIN LA GRACIA, NO PODEMOS AMAR CON AMOR AUTÉNTICO
 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

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Egocentrismo, rasgo típico preadolescente

52. El egocentrismo es un rasgo típico del preadolescente. Supone un encerrarse en sí mismo, un replegarse sobre sí y al mismo tiempo, una postura de rechazo para el otro, una cerrazón instintiva, una repulsa a la forma de ser o de manifestarse el otro; repulsa quizá motivada por determinadas incapacidades físicas, sociales, intelectuales. Estos rechazos, evidentes en los grupos de clase o en las pandillas de amigos, marcan fuertemente con un signo negativo la postura de unos preadolescentes hacia otros y son ocasión de grandes sufrimientos por parte del no aceptado. El egocentrismo preadolescente es una etapa que debe superarse en el desarrollo paulatino de la personalidad. La plena superación de este egocentrismo, dentro de las exigencias del Evangelio, sólo se logrará bajo el influjo del Espíritu Santo.

La persona egoísta, básicamente incapaz de amar a los demás y a sí misma

53. Toda actitud humana que de alguna manera cierra al individuo sobre sí mismo, que no favorece su apertura e integración, que fomenta el aislamiento o la soledad es un camino que no conduce hacia la propia identidad. Es una actitud egoísta. La persona egoísta sólo se interesa por sí misma, desea todo para sí misma, no siente satisfacción en dar, sino únicamente en tomar. Considera el mundo exterior sólo desde el punto de vista de lo que puede obtener de él. Carece de interés por las necesidades ajenas y de respeto por la dignidad e integridad de los demás. No ve más que a sí misma, juzga a todos según su utilidad; es básicamente incapaz de amar de verdad. Pero el egoísta no sólo es incapaz de amar a los demás; ni siquiera puede amarse de verdad a sí mismo.

Lo contrario del amor fraterno

54. El excluir a alguien de nuestro amor se opone directamente al mandato del Señor, cuando dice: ama a tu prójimo como a ti mismo. El amor fraterno es el amor incondicional a todos los seres humanos: el amor al desvalido, al pobre, al desconocido, al enemigo, es su signo distintivo. Amar a los de nuestra propia carne y sangre no es hazaña alguna. Los animales aman a sus vástagos y los protegen. El desvalido ama a su dueño, porque en el fondo depende de él; el niño ama a sus padres, pues los necesita. El amor fraterno sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales. "Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?" (Mt 5, 46-48).

Dios ama al frágil e inseguro ser humano. Sin acepción de personas

55. En forma harto significativa, en el Antiguo Testamento, el objeto central del amor del hombre es el pobre, el extranjero, la viuda y el huérfano y, eventualmente, el enemigo nacional, el egipcio y el edomita. Al tener compasión del desvalido el hombre comienza a desarrollar el amor a sus hermanos; y al amar a su hermano, se ama también a sí mismo y a todo el que necesita ayuda: amar al frágil e inseguro ser humano, a quien Dios ama: "No endurezcáis vuestra cerviz; que el Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, fuerte y terrible, no es parcial ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al forastero, porque forasteros fuisteis en la tierra de Egipto" (Dt 10, 16-19). La carta de Santiago, en el Nuevo Testamento, insiste en estas ideas: "Hermanos, no juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas... Si mostráis favoritismos, cometéis un pecado" (2, 1.9).

Amplitud del amor cristiano al prójimo

56. El sermón de la montaña nos revela toda la amplitud del amor cristiano al prójimo: "Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado no le rehúyas. Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos" (Mt 5, 38-45).

¿Necedad, utopía o incapacidad no confesada?

57. La razón humana, si se toma sólo a sí misma como punto de partida, viene a decir cosas como éstas: "Yo (y mi familia) tengo razón; yo no puedo prescindir de esto o de lo otro"; "La caridad bien entendida empieza por uno mismo" (en realidad, quiere decir que comienza, sigue y termina en uno mismo). O también: "El que me la hace, me la paga", "Perdono, pero no olvido", "Por ahí no paso". El mundo considera necedad y utopía la modalidad evangélica de amar. En ello se revela su incapacidad de amar así, aunque dicha incapacidad no sea confesada y reconocida. En realidad, todos somos principiantes en el amor. El egoísmo, a insinceridad, la incapacidad e inmadurez interiores hacen de nosotros inexpertos que tienen que ir aprendiendo siempre. El hombre, si se apoya sólo en sus propias fuerzas, es incapaz de amar al prójimo con los sentimientos de Cristo y según la ley del Espíritu.

Incomunicación y lucha en el ámbito del amor y de la familia

58. Esta incapacidad de amar llega a ser tan honda en el hombre que penetra incluso en el árnbito más íntimo de la vida humana: el amor conyugal, la familia. Por el pecado la relación personal de amor queda desvirtuada en relaciones instintivas y ciegas, de deseo y dominio, de predominio y fuerza: "Tendrás ansia de tu marido y él te dominará" (Gn 3, 16). El pecado introduce la contradicción y la incomunicación en el orden de la familia y del amor humanos.

Un corazón de piedra

59. El pecado destruye, disgrega. Introduce la división en medio de los hombres: en cada uno de ellos se oculta un corazón de piedra que debe ser quitado, sustituido por uno de carne: "Esto dice el Señor: Os reuniré de entre los pueblos, os recogeré de los países en los que estáis dispersos, y os daré la tierra de Israel. Entrarán y quitarán de ella todos sus ídolos y abominaciones. Les daré un corazón íntegro e infundiré en ellos un espíritu nuevo: les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne para que sigan mis leyes y pongan por obra mis mandatos; serán mi pueblo y yo seré su Dios" (Ez 11, 17-20).

El amor es de Dios. La era del corazón nuevo, corazón de carne

60. Tener un corazón de carne significa amar: amar a la manera evangélica, a la manera de Dios. "El amor es de Dios" (1 Jn 4, 7). El amor es, pues, don de Dios: "Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (id). Adán descartó ese amor, queriendo usar contra la voluntad de Dios lo que le estaba destinado como don. Este es también nuestro pecado, el pecado actual del mundo y el pecado de todos los tiempos. Si somos hombres que amamos como nos enseña Jesucristo, lo somos no por nuestros méritos, sino por una donación de Dios, que no está a nuestro alcance. En realidad, ¿cómo seríamos nosotros misericordiosos como el Padre celestial (Le 6, 36), si no nos lo enseñara el Señor (1 Ts 4, 9), si no lo derramara el Espíritu en nuestros corazones (Rm 5, 5; 15, 30)? Jesús es quien inaugura la nueva era que anunciaban los profetas: La era del corazón nuevo, corazón de carne.