Tema 24. EL PECADO

LA EXPERIENCIA DEL MAL. EL PECADO, LA RAÍZ MÁS PROFUNDA DE LA MISERIA HUMANA

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

                Anunciar:

— Que Dios no es el responsable de la presencia del mal en el mundo, sino el hombre.

— Que Dios ama a este mundo pecador y que la cruz es signo de este amor.

 

Experiencia del mal: ¿Quién es el responsable?

27. El preadolescente vive ocasiones en que puede tener experiencias de sufrimiento, dolor, injusticia, enfermedad, muerte. En definitiva, aparece para él, como para cada hombre, la experiencia del mal. Ante esta experiencia, surge una y otra vez, desde lo más profundo del corazón humano la inquietante pregunta: ¿quién es el responsable? Esta pregunta no es pura y simplemente teórica; sino la formulación disfrazada de una sospecha dolorosa, que surge del fondo de nuestro corazón y a la que vence siempre la fe: ¿será Dios el responsable del mal del mundo?

Una reacción extrema e impía ante el mal del mundo: "No hay Dios"

28. La experiencia del mal parece desvirtuar la primera enseñanza bíblica, a saber, que el mundo y la vida son don de Dios, y constituye una objeción insistentemente dirigida al propio corazón de la fe: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8.16). Si esto es así, ¿cómo es posible el mal? Por eso esta experiencia del mal desencadena a veces la afirmación impía: No hay Dios (Sal 10, 4; 13, 1), esta es la relación de algunos contemporáneos nuestros ante el mal: Dios no es justo, no es bueno (tolera el sufrimiento de los inocentes), luego no existe. En este contexto se produce otra gran proclamación bíblica (Gn 2 y 3), la de la justicia y la inocencia de Dios ante el mal del mundo. El relato yahvista del pecado de la primera pareja, recogido en el Génesis, está orientado principalmente a proclamar y confesar que Dios no tiene la culpa. La raíz más profunda de la miseria humana no está en Dios, sino en el hombre mismo. Y en forma figurada reproduce el drama original, cuyas consecuencias vienen a decidir la condición del hombre y toda su historia.

Se introdujo el pecado y la muerte en el inundo. Así se introduce todavía hoy

29. Según las primeras páginas del Génesis, entre el mundo de nuestra experiencia y la creación originaria no hay una continuidad perfecta: en un lugar se produce una fractura. Era el mundo bueno, muy bueno al salir de las manos de Dios (Gn 1 y 2). Se ha introducido un elemento perturbador: el pecado del hombre (Gn 3). El pecado, rebeldía del hombre contra el designio salvador de Dios, constituye la raíz más profunda de la miseria humana. Con este relato, busca la Biblia no tanto especular sobre los orígenes de la historia, cuanto iluminar la vida del hombre en orden a su conducta, mostrándole cómo vino la desgracia y la miseria al mundo y sigue viniendo aún hoy y cómo de ellas es el hombre y no Dios el responsable.

El dolor y la cruz, escándalo para los judíos, necedad para los griegos

30. El carácter desconcertante de la experiencia del mal aparece, una y otra vez, en los corazones de los hombres: de unos y de otros, de judíos y de griegos.
Para el judío, prototipo clásico del hombre religioso, el dolor y la cruz aparecen como un escándalo. Este tipo de hombre no acepta que puedan darse juntas estas dos cosas: que el justo sufra y que Dios le siga amando. Tampoco el griego, prototipo del hombre caviloso y culto, comprende este tipo de discurso: la cruz es una necedad para él. Así, dice Pablo: "los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos— un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres" (1 Co 1, 22-25).

No eliminemos el escándalo de la Cruz. Un misterio oculto le da sentido

discípulos no eliminaron el escándalo de la Cruz, es señal de que un misterio oculto le da sentido. Antes de Pascua, Jesús afirma que El debía ir a Jerusalén y sufrir mucho (Mt 16, 21). Después de Pentecostés, los discípulos, fuertes por la Gloria del Resucitado, proclaman a su vez esta necesidad, colocando el escándalo de la cruz en su verdadero puesto dentro del designio de Dios.

El justo es objeto de odio, condición permanente en la historia humana

32. Jesús el inocente, el Hijo de Dios, el Predilecto del Padre murió en la Cruz. El sufrimiento y la muerte de Jesús, el sufrimiento y la muerte de todos los inocentes a lo largo de la historia no se debe a falta de amor por parte de Dios Padre. El justo es objeto de odio. Desde los orígenes remotos, la secuencia "envidia-odio-homicidio" se realiza siempre en el mismo sentido: el impío odia al justo y es su enemigo. Así Caín lo es de Abel; Esaú, de Jacob; los hijos de Jacob lo son de José; los egipcios, de Israel (Sal 104, 25); los reyes impíos, de los profetas (1 R 22, 8); los malos, de los piadosos de los salmos; los extranjeros, del ungido de Yahvé (Sal 17 y 20), de Sión (Sal 128), de Jerusalén (Is 60, 14). Es, pues, una condición permanente en la historia humana: aquel a quien Dios ama, es odiado (Sb 2, 10-20). En todo caso, Dios mismo, a través de su elegido, es tomado por blanco y hecho objeto de odio (1 S 8, 7; Jr 17, 14 ss).

Lo inaudito: Dios ama a este mundo pecador

33. El mundo no soporta al justo y en ello manifiesta su pecado. Sin embargo, he aquí lo inconcebible, lo inaudito: a pesar de todo, Dios ama a este mundo pecador: "Tanto amó Dios al mundo, dice Jesús a Nicodemo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3, 16-17; cfr. Rm 8, 32; 1 Jn 4, 9-10). Dios envía a su Hijo al mundo, como Jesús envía a sus discípulos (Jn 17, 18). Ni el Padre es cruel con Jesús ni Jesús con sus discípulos. "Os mando como ovejas entre lobos" (Mt 10, 16). Porque el mundo es pecador y cruel, enviarlos significa entregarlos. Dios envía al mundo a quienes quiere (ihe aquí lo impensable!), porque Dios ama a ese mundo pecador y quiere que el mundo se salve, reconociendo el camino del amor. El rostro de Dios se nos ha manifestado en el amor que ha mostrado al mundo pecador.

La Cruz, signo de amor

34. Con su muerte en cruz, Cristo atestigua su amor al Padre (Jn 14, 31), su confianza en el Padre (Sal 21) y, al mismo tiempo, el amor con que su Padre le ama a él y en él ama a todos los hombres (Jn 14, 20; 16, 32). A pesar del pecado y del odio del mundo, Dios ama y salva este mundo (Rm 5, 8.10), no se deja vencer por el mal, sino vence el mal a fuerza de bien (Rm 12, 21). Este es el secreto de la cruz: la fuerza y sabiduría de Dios, que dan el último sentido y razón de ser al curso de todas las cosas.
 


 

LA RAIZ DE TODO PECADO: EL PECADO ORIGINAL. LA TRIPLE RUPTURA: CON DIOS, CON LOS OTROS, CONSIGO MISMO. CONSECUENCIAS UNIVERSALES DEL PECADO
 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Presentar que por el pecado, el hombre busca ser como un dios, pero sin Dios.

Descubrir que el pecado se caracteriza por una serie de rupturas: con Dios, con los demás, consigo mismo.

Presentar el pecado como acontecimiento universal: Todos somos pecadores, el pecado se ha hecho en nosotros como una segunda naturaleza.

 

El riesgo de la autosuficiencia con respecto a los demás y con respecto a Dios

35. El preadolescente deja atrás poco a poco su infancia, época de calma y seguridad, de dependencia protegida. Ahora, deja paulatinamente su manera infantil de comprender y vivir lo religioso. Esta misma necesidad íntima de romper con la etapa anterior le lleva a un cierto sentimiento de soledad, de inseguridad y hasta de culpa..., que se instala en el fondo de su intimidad naciente. Este sentimiento, normal en ciertos momentos de la vida preadolescente, a veces se resuelve mal, se enquista, manifestándose en una autosuficiencia respecto a Dios y a los demás, que es, de algún modo, la mera compensación de la propia inseguridad.

Una especial ceguera para reconocer a Dios en medio de la vida

36. La autosuficiencia es una tentación de todo hombre: sentirse suficiente, omnipotente, capaz de dominar y controlarlo todo. Sentirse como un dios, pero sin Dios. Sentirse un superhombre... frente a los demás. El hombre como autosuficiente siente una especial ceguera que le incapacita para reconocer a Dios, no tanto especulativa, como práctica y existencialmente. De hecho, lo más opuesto al pecado es la fe, es decir, la entrega confiada en el Dios que salva. Todo pecado es, en el fondo, idolatría; es rehuir a Dios, negarle. La fe, por el contrario, es el reconocimiento y acogida de un Dios que está en medio de nosotros. Como dice el libro del Deuteronomio: "No seguiréis a dioses extranjeros, dioses de los pueblos vecinos. Porque el Señor, tu Dios, es un Dios celoso en medio de ti" (Dt 6, 14-15). Los ídolos de este mundo ejercen un profundo poder sobre el corazón del hombre, que queda así vendido y engañado (Rm 7, 14; Jn 8, 42 ss).

La gran mentira: "Dios, rival del hombre y envidioso de su felicidad". Falsa autonomía religiosa y moral

37. El relato de Gn 3 manifiesta la radical perversión del hombre pecador e "hijo del padre de la mentira" (Jn 8, 44). Dios se le presenta al hombre según el tentador, como su rival, envidioso de su bien y felicidad. El hombre pretende ser un dios, pero sin Dios. Quiere, ante todo, conseguir la ciencia del bien y del mal, decidir por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo y obrar en consecuencia: una falsa autonomía por la que pueda hacerse por sí mismo y desde sí mismo su propio proyecto de vida, configurado por la ruptura del orden religioso de la existencia y del consiguiente orden moral. "Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal" (Gn 3, 5). El autor del relato de Gn 3 describe la tentación de la "serpiente" con los rasgos de la tentación que para los israelitas significaron los cultos de los cananeos, habitantes como ellos de la Palestina. Mientras el Dios de Israel prometía la vida a los israelitas, si cumplían con las exigencias de la justicia de la Alianza, los cananeos creían asegurarse la fecundidad sagrada para sus tierras y ganados mediante sólo ritos orgiásticos.

La mentira primordial: "Ser como un dios, pero sin Dios"

38. La mentira primordial cautiva más fácilmente por su falsa apariencia de bien. El fruto prohibido aparece "apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia" (Gn 3, 6). La utopía de ser como un dios, pero sin Dios, que alimenta el propio proyecto cananeo de vida aparece realizable y apetecible. La fruta prohibida está al alcance de la mano. El hombre la come y cumple la experiencia radical del pecado, experiencia que le configura bíblicamente como hombre viejo.

El pecado trastorna la vida del hombre. Este trastorno está caracterizado por una costelación de rupturas con Dios, con los demás, consigo mismo.

Ruptura con Dios, ruptura fundamental en el orden de la fe

39. La ruptura con el Dios de la Alianza, con su proyecto de salvación, es la ruptura radical fundamento de las demás. Es una ruptura en el orden de la fe, de esta fe que es acogida del Dios que se complace en comunicarse personalmente con el hombre. Habiendo pecado, el hombre no acoge a Dios, rehuye su rostro y su presencia, se oculta. Ocurre lo contrario a lo que acontece en la conversión. El pecador se refugia en las tinieblas, pues, como dice San Juan, "todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras" (Jn 3, 19-20). El hombre se oculta porque se siente desnudo. La conciencia de desnudez implica conciencia de desamparo, impotencia y deshonor y, por ello, avergüenza. El hombre, con su pretensión de ser un dios, pero sin Dios, se siente por ello mismo reducido a su humanidad desnuda, impotente y desamparada. El hombre que pierde a Dios, pierde el fundamento de su propia consistencia (Is 7, 9; 28, 16; 30, 15); es pura fantasmagoría y sombra que pasa. Es todo lo contrario del hombre que vive de acuerdo con la Alianza y, consiguientemente, se encuentra consigo mismo, cuando encuentra a Dios.

Ruptura con los demás: ruptura del orden del amor

40. La moral bíblica es una moral de Alianza fundamentada en un orden de gracia. Dios llama al hombre a la justicia, a la fidelidad y al amor. El hombre debe responder con fe viva y con amor a los requerimientos de Dios. La fe es la raíz de la moral de Alianza. Rota la alianza con Dios por la infidelidad del hombre, se rompe también la alianza entre los hombres y el orden moral y viceversa. El segundo mandamiento es semejante al primero (Mt 22, 39). La ruptura del orden moral supone la ruptura del amor al hermano, a quien vemos (1 Jn 4, 20) y la instalación en el propio egoísmo. En el relato del Génesis, la ruptura de la alianza entre hombre y mujer se manifiesta ya en la acusación: "La mujer..." (Gn 3, 12). El proyecto original de Dios de hacer de marido y mujer "una sola carne" (Gn 2, 24), se resquebraja también por el pecado. En la acusación aparece el síntoma de la fisura. No se asume la propia responsabilidad y se descarga sobre otro, sea quien sea: "La mujer...", "la serpiente" (3, 13). Prácticamente, la capacidad para autojustificarse falsamente el hombre no tiene término. Nadie quiere hacerse cargo ni de los pecados del mundo no de los pecados propios.

Aprisionado en el propio egoísmo

41. Así pues, el hombre que, como creyente, vive según el proyecto de la Alianza configurado por relaciones de fidelidad, justicia y amor, cuando rompe con el Dios de la Alianza y sus exigencias, queda cautivo en su propio egoísmo, cerrado a Dios y a los otros, con un corazón no circuncidado (Jr 4, 4; Rm 2, 25-29) y dividido (Rm 7). Y no se da cuenta de ello. Su conciencia es todo menos trasparente a sí misma, se oculta y enmascara inagotablemente. Como dice la Escritura: "Y con todo eso, dices: 'Soy inocente; basta ya de ira contra mí'. Pues bien, aquí me tienes para discutir contigo eso que has dicho: 'No he pecado' (Jr 2, 35). Aquel que en el proyecto divino hubiera debido encontrar su identidad consigo mismo y su plenitud en la apertura a los demás, queda dividido en sí mismo y esclavo ciego de su propio egoísmo y de sus ilusiones.

El hombre anda dividido dentro de sí mismo. "Por eso toda la vida humana, individual o colectiva, se nos presenta como una lucha, por añadidura dramática, entre el mal y el bien, entre las tinieblas y la luz. Más aún, el hombre se encuentra incapacitado para resistir eficazmente por sí mismo a los ataques del mal, hasta sentirse como aherrojado con cadenas. Y el pecado, ciertamente, empequeñece al hombre, alejándole de la consecución de su propia plenitud" (GS 13).

Impacto del pecado en el ámbito de la familia y del amor humanos

42. El pecado afecta a las funciones y actividades esenciales del hombre. A la mujer le dijo: "Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos, con dolor, tendrás ansia de tu marido y él te dominará" (Gn 3, 16). Este versículo supone la contradicción existencial que el pecado introduce en el orden de la familia y del amor humanos. Esta es la miseria de la mujer, que —rota por el pecado la comunidad de la Alianza— no sirve (dentro de la cultura del Oriente Antiguo) para otra cosa sino para engendrarle hijos a su marido. No es la "reina" del hogar, sino la "esclava". Por ello vivirá la maternidad como una carga y dará a luz a sus hijos con trabajo (en sentido existencial, no meramente fisiológico). Por otro lado, la relación interpersonal del amor conyugal queda rebajada y desvirtuada en relaciones meramente instintivas y ciegas, de deseo, dominio y fuerza. Es lo que modernamente llamamos dialéctica de los sexos, una situación en que el hombre vive su incapacidad para amar.

43. Al hombre pecador le dijo: "Porque le hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol del que te prohibí comer, maldito sea el suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; brotará para ti cardos y espinas, y comerás hierba del campo. Con sudor de tu frente comerás el pan..." (Gn 3, 17-19). Este pasaje pretende únicamente exponer las condiciones existenciales en que el hombre vive su trabajo y las contradicciones que el pecado ha introducido en el orden del mismo. A causa del pecado, el trabajo no será ya siempre una actividad creadora, gratificador y plenificante, sino más bien algo duro e ingrato expresado bajo las imágenes de fatiga, espinas y sudor. Proyectando esta luz sobre la complejidad creciente del mundo del trabajo —particularmente en nuestro mundo industrializado— aparece este configurado en un marco de relaciones de dominio, opresión y esclavitud.

Ruptura del orden de la esperanza

44. El autor del relato de Gn 3 quiere mostrar también que por el pecado se hunde el hombre en una situación de suyo sin salida, sin fundamento para la esperanza. Rota la alianza con Dios, el hombre queda abandonado a sí mismo y a los acontecimientos naturales. La imagen del polvo (v. 19) expresa la inconsistencia del hombre, apartado de Dios. El hombre ha encontrado la muerte; éste es el salario del pecado (Rm 6, 23; 7, 11). Así, por el pecado queda el hombre despojado de toda esperanza, aun de la esperanza de vivir gozosa y plenamente para siempre; sin Dios, el hombre queda también sin futuro, abandonado al proceso de suyo natural de la muerte.

Una situación de la que el hombre, por sí mismo, no puede salir

45. Por el pecado, el hombre queda fuera del paraíso, se produce la escisión entre lo sagrado y lo profano, entre el lugar donde mora Dios y el lugar donde el hombre hace su historia. Así el hombre vive fuera del paraíso y fuera del templo. "Echó al hombre, y a oriente del jardín de Edén colocó a los querubines y la espada llameante que se agitaba, para cerrar el camino del árbol de la vida" (Gn 3, 24). "Querubin" corresponde al nombre de los Káribu babilónicos: genios que guardaban los templos, centinelas de lo sagrado. Con su espada de llama vibrante, el querubín expresa de forma difícilmente superable el estatuto teológico en que queda el hombre pecador. El hombre ha entrado por el pecado en una situación de la que no puede salir por sí mismo, sin la acción salvadora de Dios.

La naturaleza, creada para el hombre, participa de su destino

46. La naturaleza, creada para el hombre, participa de su destino. A causa del pecado, actualmente se encuentra violentada: "La creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto" (Rm 8, 19-22). Así pues, el mundo acusa también el impacto del pecado, como dice el salmista: "El cambia los ríos en desierto, y en sequedad los manantiales, la tierra fértil en salinas, por la malicia de sus habitantes" (Sal 106, 33-34).

El pecado, acontecimiento universal: "El mundo entero yace en poder del maligno" (1dn5,19)

47. El relato del Gn 3 anuncia, en el fondo, un acontecimiento de consecuencias universales: el hombre es pecador, todos somos pecadores. Después de este relato, la historia bíblica primitiva describe el fratricidio, la corrupción de los contemporáneos de Noé, la construcción de la Torre de Babel, caídas que prefiguran nuestros grandes pecados; la historia bíblica posterior irá haciéndonos tomar cada vez más clara conciencia de que el pecado es un acontecimiento universal. "No hay hombre que no peque" (1 R 8, 46); ésta es una de las tesis fundamentales de la teología profética. Para los profetas el pecado ha venido a ser como una segunda naturaleza ya en el pueblo de Israel: "¿Muda el cusita su piel o el leopardo sus pintas?" "¡También vosotros podéis entonces hacer el bien los avezados a hacer el mal!" (Ir 13, 23). La humanidad se ha hundido en el pecado como en un pantano sin fondo. Job se pregunta si es posible sacar pureza de lo impuro (14, 4). San Pablo asegura que "todos, judíos y paganos, están bajo el dominio del pecado... Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios" (Rm 3, 10.23). Como dice San Juan: "El mundo entero yace en poder del Maligno" (1 Jn 5, 19).

Nacemos en pecado

48. El salmista considera al hombre concebido en maldad y en pecado (Sal 50, 7). Jesús proclama la necesidad de un nuevo nacimiento para entrar en el Reino de Dios (Jn 3, 5) y librar al hombre del Príncipe de este mundo (Jn 12, 31). En relación a Dios somos sordos y ciegos de nacimiento. Todos, a excepción de la Inmaculada Virgen María, enemiga del mal desde su concepción (Cfr. Tema 51), nacemos extraños a Dios, nacemos en pecado: ..."por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores"... (Rm 5, 19). El pecado de Adán no se transmite por vía de imitación y mal ejemplo, sino por propagación o como por un contagio universal, que da una personalidad de pecador —un cuerpo de pecado—a cada hombre en tanto que es hijo de Adán. Por eso no puede salvarse por sí mismo el hombre; para ello ha de nacer de nuevo, de lo alto, por la acción de Dios. Este nacimiento y esta acción ha tenido ya lugar en Jesús. Por él, por $u obediencia, "todos se convertirán en justos". "Con el don no sucede como con la culpa. Si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos". "Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia" (Rm 5, 15.19.20).

La naturaleza humana: herida, responsable, necesitada de Cristo

49. Según la enseñanza de la Iglesia a lo largo de los siglos, el pecado original ha dañado a la naturaleza humana, pero no la ha corrompido. Ha cambiado al hombre y le ha situado "en un estado peor" (Cfr. II Concilio de Orange, DS 371 y Concilio de Trento, DS 1511), le ha alejado "de la consecución de su propia plenitud" (Concilio Vaticano II, GS 13, b). Por el pecado, la libertad humana no fue extinguida, "aunque sí atenuada y desviada en sus fuerzas" (Concilio de Trento, DS 1521). Es decir, el hombre sigue siendo libre y responsable de su vida, aunque a consecuencia del pecado esté parcialmente condicionado y debilitado (Cfr. GS 15, a). Puede hacer el bien. No todas sus obras son pecado. Sin embargo, para orientarse hacia Dios con "plena eficacia", "ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios" (GS 17). Más aún, la gracia de Dios manifestada en Cristo es el origen de la justificación humana (Cfr. DS 1523 y 1525). Por Cristo "verdaderamente nos llamamos y somos justos" (DS 1529), somos hijos de Dios. Al hombre, así justificado y transformado por la gracia, le es posible observar los mandamientos de Dios y guardar las palabras de Cristo (Cfr. 1 Jn 5, 2 ss.; Jn 14, 23; DS 1536).

Salvados por medio de Jesucristo

50. A pesar del pecado, puede haber salvación para el hombre. Cristo es nuestra salvación: "Así pues, ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios" (Rm 5, 1-2). Aun después de la redención de Cristo siguen actuando ciertas consecuencias del pecado original: la inclinación al pecado, la dificultad para discernir el camino del bien moral, el dolor, la enfermedad, la muerte... Pero estas consecuencias del pecado han cambiado de signo por la acción redentora de Cristo. Para el hombre, son ahora ocasión y estímulo para una vida de fe y de amor fiel a Dios Padre en unión con Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo. Dice San Pablo: "Por eso, muy a. gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Co 12, 9-10). "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (F1p 4, 13). Cristo es la imagen perfecta del Padre. El hombre, en virtud de la gracia de Critso, puede recobrar poco a poco en la presente situación histórica, lo que según el proyecto original de Dios está llamado a ser: imagen de Dios, verdadero hijo de Dios.

La naturaleza humana, caída

51. En nuestro tiempo, el Papa Pablo VI ha propuesto esta fórmula en el Credo del Pueblo de Dios como profesión de fe de la Iglesia sobre el pecado original: "Creemos que todos pecaron en Adán". Y explica este hecho así: "Lo cual significa que la culpa original cometida por él hizo que la naturaleza humana, común a todos los hombres, cayera en un estado tal en el que padeciese las consecuencias de aquella culpa. Este estado ya no es aquel en el que la naturaleza se encontraba al principio en nuestros primeros padres, ya que estaban constituidos en santidad y justicia, y en el que el hombre estaba exento del mal y de la muerte. Así pues, esta naturaleza humana, caída de esta manera, destituida del don de la gracia del que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues, siguiendo al Concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y que se halla como propio en cada uno" (CPD 16).