CAPÍTULO II

BAJO EL DOMINIO DEL PECADO. EL HOMBRE VIEJO.

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO


 

Tema 23. CONVENCIDOS DE PECADO POR EL ESPIRITU: CONCIENCIA DE PECADO A LA LUZ DE LA FE

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

  • Anunciar que sólo delante de Dios el hombre adquiere conciencia de pecado.

  • Descubrir nuestra situación de pecado y aceptar con docilidad y confianza el juicio de Dios sobre el propio pe-cado.

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    Aversión del hombre a reconocer sus propios fallos

    20. El preadolescente manifiesta con frecuencia aversión a reconocer sus propios fallos. Una y otra vez, en actos y actitudes, la disculpa salta como un resorte. También el adulto muestra una capacidad ilimitada de auto-justificación que le impide llegar a una aceptación de la realidad objetiva de los propios fallos, injusticias, impurezas, egoísmos. Se trata, pues, de una falsa justificación, que debe ser evitada del mismo modo que debe serlo la falsa acusación de sí mismo, originada por un insano sentimiento de culpabilidad.

    Sólo delante de Dios el hombre adquiere conciencia del pecado.

    21. El creyente es el hombre que vive en relación con Dios. Sólo delante de Dios puede adquirir el hombre conciencia de pecado. En la medida en que creemos en Dios vamos reconociendo, a la vez, el propio pecado, el pecado de la humanidad y el pecado del mundo. Hay en el corazón humano como una profunda aversión a reconocerse pecador, aversión que sólo la presencia eficaz del Espíritu va lentamente dominando con una pedagogía inseparable de la pedagogía de la fe. Como bien se ha dicho, no puede uno verse pecador sino por comparación, no se ve uno pecador sino por gracia de Dios, no se conoce a uno a sí mismo sino conociendo a Dios, no sabe uno lo que tendría que ser sino cuando conoce Yo que Dios le propone ser, no sabe uno lo que le falta hasta que se lo dan. Dice el libro de los Proverbios: "Al hombre le parecen rectos todos sus caminos, pero es Yahvé quien pesa los corazones" (21, 2).

    Una personalidad de pecador, un cuerpo de pecado. Pasa desapercibida la raíz más profunda de la miseria humana

    22. El pecado arraiga profundamente y se hace como connatural al hombre, estableciendo en él una personalidad de pecador, un cuerpo de pecado (Rm 6, 6). El pecado endurece los oídos, cierra los ojos y embota el corazón (Mt 13, 15), y así pasa desapercibida la raíz más profunda de la miseria humana. Porque el pecado consiste también en no reconocer el propio pecado. Como dice San Juan: "Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y no poseemos su palabra" (1 Jn 1, 8-10). La aversión a reconocer el propio pecado se manifiesta con especial sinuosidad en el caso de la hipocresía farisaica (Cfr. Mt 23, 23ss) y llega a su extremo en la actitud demoníaca.

    Padecemos los efectos, pero ¿vemos el pecado?

    23. El hombre padece sus propios crímenes y miserias; padece las guerras, que parecen brotar como por necesidad y como si nadie las quisiera; padece la acumulación de bienes económicos, con la ambición, la soberbia y las grandes fachadas de falsedad que hay detrás de ella; padece también el envenenamiento de la atmósfera social por la lucha de clases y una fe ciega en el recurso de la violencia; padece profundas contradicciones y equívocos: en el seno de una Europa que se decía culta y cristiana han muerto —no hace tanto tiempo— millones de personas en las cámaras de gas; padece el hombre una incapacidad profunda para romper el círculo del propio egoísmo y amar.

    El incumplimiento del Decálogo señala e identifica al hombre viejo

    24. Frente a la ceguera del hombre para reconocer su propio pecado, la Palabra de Dios levanta acta de acusación por medio del Decálogo "para que toda boca enmudezca y el mundo entero se reconozca reo delante de Dios" (Rm 3, 19). El Decálogo señala al hombre como pecador, le identifica como hombre viejo. Todo aquello que, saliendo de dentro del corazón, supone una transgresión del Decálogo, mancha y desfigura al hombre. Como dice Jesús: "de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15, 19-20; cfr. Ga 3, 19ss).

    Todos somos pecadores

    25. Todos somos pecadores: "todos, judíos y gentiles, están bajo el dominio del pecado; así dice la Escritura: Ninguno es justo, ni uno solo, no hay ninguno sensato, nadie que busque a Dios. Todos se extraviaron, igualmente obstinados, no hay uno que obre bien, ni uno solo. Su garganta es un sepulcro abierto, mientras halagan con la lengua, con veneno de víboras en sus labios. Su boca está llena de maldiciones y fraudes, sus pies tienen prisa para derramar sangre; destrozos y ruinas jalonan sus caminos, no han descubierto el camino de la paz. El temor de Dios no existe para ellos" (Rm 3, 10-18). "Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios" (Rm 3, 23). Por la palabra de Dios y la fe en Cristo llegamos a reconocernos pecadores. Alcanzar la verdad sobre uno mismo es don de Dios. Que el mundo sea convencido de pecado es señal de la acción del Espíritu (Jn 16, 8).

    Aceptar esperanzadamente el juicio de Dios sobre el propio pecado

    26. Sólo desde la fe que nos hace capaces de una nueva experiencia, se puede aceptar la verdad sobre el pecado humano. Y además esperanzada-mente, sin derrotismos; sabemos que "a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Rm 8, 28). San Pablo subraya las seguridades de la fe cuando escribe: "Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros...? Dios es quien justifica, ¿quién condenará?" (Rm 8, 31.33). El mismo reconocimiento del propio pecado viene a ser signo evangélico, "buena noticia".