Tema 21. EL MISTERIO DE DIOS: DIOS ES AMOR Y AMOR ENTRE PERSONAS. LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente:

 

Un Dios vivo y amante

219. La Biblia no es un tratado científico sobre Dios. Presenta a Dios en tanto que interviene en los acontecimientos humanos y naturales y habla al hombre abriéndole su voluntad, su juicio, su gracia, su amor. Recoge, de este modo, una profunda experiencia de Dios promovida en el hombre por Dios mismo. Nos invita, pues, no sólo a hablar de Dios, sino, sobre todo, a escucharle cuando habla y a responderle confesando su gloria y acogiendo su acción. Todo el que escucha su palabra y se abre a su voluntad divina, percibe y proclama la gloria de Dios.

Por los caminos del Dios viviente: "Hazme saber el camino a seguir, porque hacia ti levanto mi alma" (Sal 142, 8)

220. El gran misterio consiste en reconocer los caminos de Dios y seguirlos, pero, como dice el libro de la Sabiduría, "pues, ¿qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastra del alma y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. Apenas adivinamos lo terrestre y con trabajo encontramos lo que está a mano: pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo; ¿quién conocerá tu designio, si tú no le das la sabiduría enviando tu santo espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los terretres, los hombres aprendieron lo que te agrada y la sabiduría los salvó" (Sb 9, 13-18).

Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios

221. En efecto, Dios es el más profundo misterio. Los creyentes anunciamos lo que ni el ojo vio ni el oído oyó: "Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. ¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él? Pues lo mismo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 10-11).

El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob

222. No obstante, Dios ha decidido salir al encuentro del hombre. El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es un Dios vivo que interviene, actúa en la historia humana y en la naturaleza y se da a conocer a los hombres liberándolos de dioses y poderes que les asedian y esclavizan.

Reconocer los caminos de Yahvé, Señor de la historia: "Yo estoy contigo"

223. El Dios que sale al encuentro del hombre es el Dios de Moisés. Moisés recibe de Dios una misión: liberar a su pueblo del poderoso Faraón egipcio. Esto le parece disparatado, imposible: "¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto?" (Ex 3, 11). "Yo estoy contigo" (3, 12), es la respuesta de Dios. Moisés comienza la aventura del Exodo, fiándose de esta palabra de Dios. Poco después, él y todo el pueblo experimentarán que Dios cumple lo que anuncia, que Dios actúa en su historia, que Dios está con ellos, que Dios les ama.
"Estar con"
es la fórmula ordinaria de la Alianza. Amar a Dios es estar con Dios. Amar al hermano es estar con el hermano. Dios está con nosotros. Dios nos ama: "¿Puede una madre olvidarse de su criatura, no conmover-se el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada (oh Sión)" (Is 49, 15-16).

Reconocer los caminos de Jesús, Señor de la historia: "Yo estoy con vosotros"

22. Dios está con nosotros. Dios nos ama. El Dios de Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés es el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito (Jn 3, 16). Jesús es el Hijo Unigénito del Padre. Las confesiones de fe de la Iglesia primitiva proclaman Señor a Jesús, como en la Antigua Alianza el mismo Yahvé fue denominado Señor. Jesús también promete a los suyos su asistencia eficaz en la tarea de comunicar el evangelio a los pueblos: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del inundo" (Mt 28, 20). Los apóstoles comienzan la aventura de la predicación, fiándose de esta palabra de Jesús. En seguida reconocen que la palabra de Jesús se cumple, que Jesús actúa en medio de ellos, que está con ellos, que colabora con ellos (Me 16, 20).

Jesús, Dios vivo, presente entre nosotros

225. Jesús es el Dios vivo que se hace presente entre nosotros. Su presencia no es accesible a la carne (Mt 16, 17), ni reservada a un pueblo (Col 3, 11), ni ligada a un lugar (Jn 4, 21): es el don del Espíritu (Rm 5, 5; Jn 6. 63).

El Espíritu Santo estará con vosotros

226. El Espíritu es la gran promesa de Jesús a sus apóstoles: "Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros" (Jn 14, 16). Y también: "él dará testimonio de mí" (Jn 15, 26). El Espíritu estará con ellos, como dijo Jesús (utilizando también aquí la fórmula ordinaria de la Alianza). Y no, sólo el Espíritu, sino Jesús y el Padre, pues el día en que se cumpla esta palabra "entonces sabréis —dice Jesús—que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros" (Jn 14, 20).

El Espíritu Santo, don de Dios

227. Jesucristo resucitado, en unión con el Padre nos envía su Espíritu Santo. El Espíritu nos hace verdaderos hijos de Dios. El Espíritu es el don del Padre, de cuya vida El nos hace partícipes. Por la acción del Espíritu somos capaces de transfigurar nuestras relaciones, de amarnos unos a otros, de vivir como hijos de Dios (Ga 4, 6; Rm 8, 15-16. 26). El conocimiento de Dios, propio de los que han nacido de Dios, se relaciona con la experiencia del amor fraterno: "todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor" (1 Jn 4, 7-8).

Dios es amor

228. "Dios es amor. Estos dos nombres, Ser y Amor, expresan de manera inefable la misma esencia divina de Aquel que se nos quiso manifestar a Sí mismo y que, habitando la luz inaccesible, está en sí mismo sobre todo nombre y sobre todas las cosas e inteligencias creadas" (Pablo VI, CPD 9). Tal es el secreto... Tal es el secreto al que se tiene acceso sólo por medio de Jesucristo (1 Jn 4, 8-16). En Jesucristo reconocemos el amor que Dios nos tiene: "Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4, 15-16). La fe en Jesucristo y la caridad fraterna manifiestan que permanecemos en Dios y Dios en nosotros.
En el Antiguo Testamento Dios se manifiesta lleno de amor por nosotros: "Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Misericordioso hasta la milésima generación, que perdona culpa, delito y pecado" (Ex 34, 6). El amor a Dios es el gran mandamiento (Dt 6, 5; Mt 22, 37). Én Jesucristo Dios nos revela plenamente su amor. Al entregar Dios a la muerte por nosotros a su Hijo muy amado (Mc 1, 11; 12, 6) nos demostró (Rm 5, 8) que su actitud definitiva para con nosotros consiste en amar al mundo (Jn 3, 16) y con esta entrega suprema e irrevocable nos ama con el amor que tiene a su Hijo; nos hace el don de su amor, es decir, el don del Espíritu Santo, en quien se unen amorosamente el Padre y el Hijo.

Imagen de Dios: nuestra vida en este mundo imita lo que es Jesús (cfr 1Jn 4, 17). El misterio divino de amor interpersonal

229. El hombre ha sido hecho a imagen de Dios. El hombre es eminentemente imagen de Dios cuando ama, pues Dios es amor. Podemos amar nosotros, "porque El nos amó primero" (1 Jn 4, 19). Ahora bien, el amor humano no es posible sino en relación a otros. Por esto, podemos afirmar que cuando amamos a los demás reflejamos hondamente este amor de Dios. Dios es amor y por consiguiente, amor entre personas. El misterio de Dios no es un misterio de soledad, sino de comunión de amor. En Dios, el que ama (el Padre), el amado (el Hijo) y el don del amor (el Espíritu Santo) viven en comunión la misma insondable riqueza divina.

Padre, Hijo y Espíritu Santo: el misterio de la unidad y Trinidad de Dios

230. La distinción real de las Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, no sólo no se opone a que Dios sea uno, sino que precisamente las tres personas divinas son el Dios uno a causa de las relaciones y vínculos mutuos que se dan entre ellas: "Los mutuos vínculos que constituyen a las tres Personas desde toda la eternidad, cada una de las cuales es el único y mismo Ser divino, son la vida íntima y dichosa del Dios santísimo, la cual supera infinitamente todo aquello que nosotros podemos entender según, el modo humano" (Pablo VI, CPD 9); "en en las tres Personas divinas, que son eternas entre sí e iguales entre sí, la vida y felicidad del Dios enteramente Uno..., se consuman de manera máximamente excelente" (CPD 10).

La Santísima Trinidad en el Nuevo Testamento

231. Algunos pasajes del Nuevo Testamento presentan a tres sujetos personales que, en íntima conexión entre sí, son el agente único de la obra de la Revelación de Dios y de su comunicación al hombre. Entre otros podemos citar: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros" (2 Co 13, 13). Gracia ("jaris"), amor ("ágape") y comunión ("koinonia") son tres dimensiones de una única realidad: Revelación de Dios y participación del hombre en ella. Esa única realidad es atribuida aquí, como a su único origen a la vez al Señor, a Dios y al Espíritu Santo. El don de Cristo es revelación del amór de Dios, nombre con el que San Pablo designa de ordinario al Padre, y consiguientemente el Amor del Padre en dicho don se hace presente y efectivo para los cristianos en la comunicación del Espíritu Santo. Los tres sujetos personales divinos, origen de la única acción reveladora y salvadora de Dios, son presentados como iguales y en íntima conexión entre sí.
"Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu...: un mismo Dios que uura todo en todos" (1 Co 12. 4-11). Frente a los muchos y diversos dones, dice San Pablo, hay un único Espíritu; frente a las muchas prestaciones de servicios a la comunidad, hay un único Señor de ella; y frente a las muchas y diversas funciones hay un único Dios Padre, activo en todo. El Espíritu, Jesús el Señor, y Dios Padre están contemplados aquí en la más estrecha unidad; los tres sujetos personales-divinos obran lo mismo, pues carisma o don, servicio y función son tres dimensiones de una misma realidad. Además, así como Dios obra con entera libertad en todo, también "el Espíritu del Señor" (2 Co 3, 18) da con entera libertad sus dones (1 Co 12, 11). Es, pues, inequívocamente una realidad personal.
En Mt 28, 19 leemos: "Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo." En el Bautismo se dedica religiosamente el bautizado al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; pero no se vincula religiosamente un hombre a una cosa, sino a una persona; nuestro texto afirma que el Bautismo vincula al bautizado a tres sujetos personales. Otros pasajes del Nuevo Testamento agrupan también a Dios Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la obra del Bautismo (Tt 3, 4-7). Dios nos ha salvado por el baño de la regeneración. Tres son los sujetos aquí de la definitiva y plena comunicación de Dios al hombre.
Es la misma fe que, relacionada con el lenguaje de las doxologías cultuales, se recoge en el Apocalipsis: "me mostró el río de agua viva (cfr. Jn 4, 14: ríos de agua viva = Espíritu)... que salía del trono de Dios (Padre) y del Cordero" (22, 1).

La Santísima Trinidad en los símbolos de la Iglesia y la Liturgia

232. La fe de la Iglesia expresada en los Símbolos, Reglas y Profesiones de fe, está en continuidad con el contenido de la revelación bíblica sobre este Misterio. La formulación teológica (expresada fundamentalmente en los Credos o Símbolos) sobre la Trinidad de personas en Dios, ha ido elaborándose a lo largo de los siglos con ayuda de conceptos filosóficos, y ha sido defendida contra negaciones y falsas interpretaciones. Cuanto más sutiles han sido éstas, más necesidad ha habido de afinar las nociones empleadas para guardar siempre la fidelidad al misterio revelado.
En el Credo de la Misa (Símbolo Nicenoconstantinopolitano) en que coinciden todas las confesiones cristianas, confesamos:
Creo en un solo Dios Padre Todopoderoso... En un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre...
En el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria...
Una vía más catequéticamente apropiada es la de la liturgia que se mantiene en mayor proximidad a las expresiones bíblicas del Misterio trinitario: Al final de la plegaria eucarística se proclama: "Por Cristo, con El y en El, a Ti Dios Padre Omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén." La actitud del hombre más apropiada para el acceso a este Misterio es la Adoración. En realidad, el Misterio de la Santísima Trinidad es el Misterio de la Fe Cristiana visto desde su aspecto más divino. Por lo que si el Misterio Cristiano es siempre insondable, el Misterio Trinitario es el Misterio insondable por excelencia.

Las relaciones mutuas entre las Divinas Personas son dinámicas. Toda actividad divina es común a las tres personas: Ellas constituyen un solo principio de acción

233. Estas relaciones y mutuos vínculos que constituyen a las tres divinas personas desde toda la eternidad son la vida íntima y dichosa de Dios mismo, por tanto no son relaciones estáticas, sino entrañadamente dinámicas. El Padre, Principio sin principio, porque de ninguno otro trae su origen, engendra al Hijo; el Hijo nace del seno del Padre; y del Padre y del Hijo como único principio procede el Espíritu Santo. La generación y nacimiento del Hijo y la aspiración y procedencia del Espíritu Santo son eternas.

Por estos mutuos vínculos el Padre está todo en el Hijo, y también en el Espíritu; el Hijo está todo en el Padre y también en el Espíritu; y el Espíritu está enteramente en el Padre y en el Hijo. Y consiguientemente las Tres Personas son un único Poder, un único Saber, un único Querer, único origen de cualquier otra realidad diversa de Dios.

El amor del Padre, fuente de la misión de las Divinas Personas "Pro Mundi Vita"

234. Jesús en la última Cena afirma explícitamente su procedencia de Dios y su vuelta al Padre: "Salí del Padre y he venido al mundo. Otra vez dejo el mundo y me voy al Padre" (Jn 16, 28). Y en estos mismos términos de procedencia y misión, Jesús nos revela la condición del Espíritu, al decir: "El Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre..." (Jn 14, 26); "cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, El dará testimonio de mí" (Jn 15, 26). La procedencia y la misión del Hijo y del Espíritu Santo cumplen entre nosotros el designio salvador del Padre; esto es: la Historia de la Salvación es prologación y manifestación de la misma vida trinitaria. Mediante el envío del Hijo, por el don del Espíritu Santo, el "amor fontal" del Padre se ha comunicado al hombre y al mundo para recogerlos en sí, a través del Hijo y del Espíritu y salvarlos (Cfr. AG 2ss).

Que todos sean uno, para que el inundo crea

235. Dios es el único ser que no está dividido. Es puro don, es amor. Jesús ora para que nosotros seamos también "una sola cosa", reflejo de la unidad trinitaria. Nuestra unidad será un testimonio que convenza al mundo, radicalmente necesitado del don de la concordia pacífica: "Que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21): Esta es la raíz de la unidad de la Iglesia: "Toda la Iglesia aparece como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). Así se expresa el Concilio Vaticano II, citando a San Cipriano de Cartago. También el Concilio Vaticano II, al tratar de la actividad misionera de la Iglesia, contempla toda la misión eclesial como vocación entrañada en la naturaleza misma de la comunidad de Cristo "por-que (la Iglesia) tiene su origen en la misión del Hijo y en la misión del Espíritu Santo, según el proyecto de Dios Padre" (AG 2).

El camino de los creyentes hacia el Dios vivo

236. El conocimiento recto y más pleno de la realidad divina, Dios nos lo otorga al revelarse como Padre, Hijo y Espíritu Santo, "de cuya vida eterna estamos llamados por la gracia a participar" (Pablo VI, CPD 9). Pero importa advertir que el Dios uno y trino, revelado por Jesucristo, es el mismo Dios que se manifestó a los Padres de Israel, que no conocieron, sin embargo, las profundidades de su vida misteriosa, desveladas para nos-otros por el Espíritu de Dios y de Cristo (Cfr. 1 Co 2, 11-14). De igual modo muchos creyentes no cristianos, también hoy "pueden testificar con nosotros ante los hombres la unidad de Dios, aunque no conozcan el misterio de la Santísima Trinidad" (Pablo VI, CPD 9).

Las huellas del Dios vivo en las obras creadas

237. El Dios uno y trino, origen y realidad última para los creyentes, es también fundamento de todos los seres creados: los hombres que no participan de la fe revelada por Jesucristo pueden, aunque trabajosamente, descubrir y reconocer a Dios como origen y fin de su propia existencia. La Iglesia, siguiendo la tradición bíblica (Sb 13, 1-9; Rm 1, 18-23), ha profesado, a lo largo de la su historia, que el hombre, por la contemplación sapiencial de las obras creadas, puede conocer al Dios vivo como origen y fin de todas las cosas.
El Concilio Vaticano II reitera así, resumiéndola, la enseñanza del Vaticano I, al proclamar: "Confiesa el Santo Concilio que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza, a partir de las cosas creadas, por la luz natural de la razón humana (cfr. Rin 1, 20); con todo, enseña que hay que acudir a la revelación para que todos (los hombres), también en la actual condición del género humano, puedan conocer con facilidad, con certeza firme y sin mezcla de error alguno aquellas realidades divinas que de suyo no son inaccesibles a la razón humana" (DV 6).