Tema 18. MISTERIO PASCUAL DE JESÚS. PASO DE ESTE MUNDO AL PADRE: PASIÓN Y GLORIFICACIÓN DE JESÚS, NUESTRO REDENTOR

 

OBJETIVO CATEQUETICO

  • Que el preadolescente descubra el misterio pascual de Jesús como el paso de la humillación y de la muerte a la glorificación y la vida.

  • Que el preadolescente trate de profundizar personalmente en el misterio pascual de Jesús, misterio de muerte y resurrección, de descenso y de subida, de humillación y levantamiento: que procure comprender, en su vida de fe, que este Misterio posibilita la reconciliación de Dios con el hombre y la victoria total sobre el mal y, consiguientemente, da todo su sentido y eficacia a la lucha de nuestra propia vida, también en sus manifestaciones y experiencias diarias.

  • Que el preadolescente experimente en su vida de fe la necesidad de la fuerza de Dios, de la confianza inquebrantable en el Padre, para vencer el miedo al sufrimiento, a las dificultades y a la muerte.

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    El proceso de Jesús en el orden religioso. Condenado como un blasfemo

    130. "Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que dijeron: Este ha dicho. Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: ¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti? Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Jesús le respondió: Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís; Y ellos contestaron: Es reo de muerte" (1vIt 26, 59-66).

    El proceso de Jesús en la esfera civil. Motivaciones de interés político

    131. Los judíos no podían ejecutar a nadie (Jn 18, 31), pues los romanos se habían reservado el derecho de vida y muerte. Por ello, Jesús fue conducido al pretorio, para que la autoridad romana pusiera fin al proceso. El gobernador Poncio Pilato reconoció en Jesús un hombre justo (Jn 18, 38; Lc 23, 22), pero pesaron decisivamente sobre él motivaciones de orden político: a) El fuero judío: `"Los judíos le contestaron: Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios" (Jn 19, 7). b) La amistad del César: "Los judíos gritaban: Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César" (Jn 19, 12).

    Causa oficial de la condena: delincuente político

    132. "Entonces se lo entregó para que lo crucificaran" (Jn 19, 16). El Salmo 21 alcanza cumplimiento pleno: "Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos" (v. 17-18). "Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: Este es Jesús, el Rey de los judíos. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda" (Mt 27, 37-38). La corrupción del orden religioso y del orden civil dio como resultado conjunto la ejecución de Jesús. Como un malhechor entre dos malhechores. Causa oficial de la condena: delincuente político.

    Bautismo de muerte y pecado del mundo. "Me han odiado sin motivo"

    133. Jesús acepta las últimas consecuencias de su bautismo. Son el cáliz que tiene que beber. Son las aguas en las que debe ser sumergido (Mc 10, 38-39; Lc 12, 50): "Me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie; he entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente" (Sal 68, 3). 0 también: "La afrenta me destroza el corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hay" (Sal 68, 21). Todo el odio de un mundo pecador se ceba sobre Jesús; se percibe en el inocente un enemigo que debe morir. Así se cumple lo que está escrito en la Ley: Me han odiado sin motivo (Jn 15, 25).

    El cumplimiento de un salmo: "Repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica" (Sal 21, 19)

    134. "Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: No la rasguemos, sino echemos a suerte y ver a quien le toca. Así se cumplió la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica" (Jn 19, 23-24; cfr. Mt 27, 35; Mc 15, 24; Le 23, 34).

    "Al verme se burlan de mí"

    135. "Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: "Tú, que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. Los sumos sacerdotes, con los escribas y los ancianos, se burlaban también diciendo: A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios? Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban" (Mt 27, 39-44; cfr. Mc 15, 29-32; Lc 23, 35-37). También así se cumplió el salmo 21: "Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: "Acudió al Señor que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere" (Sal 21, 7-9).

    "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

    136. "Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: "¡Elí, Elí! ¿lamá sabaktaní?". (Es decir: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?) (Mt 27, 45-46; cfr. Mc 15, 33-34). Este no es un grito de desesperación, sino el comienzo del Salmo 21 (v. 2). Es la oración angustiosa del justo perseguido a muerte, pero oración también esperanzada: "En ti confiaban nuestros padres; confiaban, y los ponías a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres; en ti confiaban, y no los defraudaste... Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme" (Sal 21, 5-6.20). Es la proclamación abierta y potente de que todo lo que está sucediendo a su alrededor supone el cumplimiento de la Palabra de Dios.

    "Tengo sed"

    137. "Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca" (Jn 19, 28-29; cfr. Mt 27, 48; Mc 15, 36; Le 23, 36). La identificación del Salmo 21 resulta sencilla: "Mi paladar está seco lo mismo que una teja y mi lengua pegada a mi garganta" (v. 16).

    Muerte de Jesús. No podía ya bajar más abajo

    138. "Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: Está cumplido. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu" (Jn 19, 30). San Lucas añade que murió dando un fuerte grito y diciendo: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46; cfr. Sal 30, 6). Con este gesto supremo Jesús desciende a lo más profundo, donde puede caer un hombre, al reino de la muerte. Jesús muere realmente. Esto es lo que dice especialmente el Símbolo Apostólico con esta expresión cuyo significado no siempre se entiende bien: "Descendió a los infiernos". Jesús no podía ya bajar más abajo. La muerte del hombre en general no es nunca un acontecimiento puramente biológico. La muerte, después del pecado, constituye la más profunda de todas las humillaciones: la muerte es la señal de una humanidad no rescatada, de una humanidad abandonada a su propia suerte, de una humanidad pecadora (Rm 5, 12). En Virtud de la muerte de Cristo, el morir, con toda su humillación, puede transformarse en cumplimiento de fe en Dios y confianza en El y por tanto convertirse en cauce de salvación.

    Resurrección de Jesús: no era posible que Jesús se quedara en la muerte

    139. Lo que pasó después es proclamado por Pedro el día de Pentecostés como el centro del anuncio cristiano: "Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de gentiles, lo matásteis en una cruz. Pero Dios le resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio... Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos. Ahora exaltado por la diestra de Dios ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que vais viendo y oyendo" (Hch 2, 22-24.32-33).

    Resurrección, Ascensión, Pentecostés: tres aspectos de un solo misterio, la glorificación de Jesús

    140. El misterio de la Resurrección de Jesús (su victoria sobre la muerte) es inseparable del misterio de su Ascensión (su exaltación a la derecha de Dios) y está íntimamente unido al misterio de Pentecostés (la acción del Espíritu que da testimonio a favor de El). Son estos tres aspectos de un único misterio: la glorificación de Jesús. En la liturgia las tres fiestas correspondientes son celebradas en el contexto unitario del tiempo pascual.

    Ascensión: quien descendió a lo más bajo, fue levantado a lo más alto

    141. "Ellos lo rodearon preguntándole: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? Jesús contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén y en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo. Dicho esto lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse" (Hch 1, 6-11).

    Ascensión: Cristo, presente en nuestro mundo

    142. Jesús pasa de este mundo al Padre (Jn 13, 1). Se va "sobre las nubes al cielo" (la "nube" es un símbolo bíblico que indica la presencia de Dios). Quien había descendido a lo más bajo, fue levantado a lo más alto: sentado a la derecha del Padre (Mc 14, 62). Con ello, Jesús no abandona nuestro mundo, sino que de un modo nuevo se hace presente en él: "Me voy y vuelvo a vuestro lado" (Jn 14, 28).
    Así lo proclama la liturgia en el prefacio de la Ascensión: "Porque Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha ascendido (hoy), ante el asombro de los ángeles a lo más alto del cielo, como mediador entre Dios y los hombres, como juez de vivos y muertos. No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino". En
    su ascensión, Jesús no marcha a un lugar lejano, sino que participa en alguna manera del modo de presencia según el cual Dios está en medio del inundo. El Reino de Dios se realiza sobre nuestro mundo concreto, el mundo en que vivimos.

    El misterio pascual: un movimiento de descenso y de subida

    143. Jesús pudo arrostrar su propia muerte y esperar con segura confianza que en ella había de triunfar su Padre. De ello dan testimonio sus palabras ante el sanedrín (Mc 14, 62), o las tres solemnes predicciones de su misterio pascual, tal como nos la relatan los sinópticos (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33-34 y par.). Jesús nos describe su destino con un ritmo a tres tiempos: el Hijo del hombre es desechado por el pueblo y entregado a los gentiles; luego es atormentado, humillado, inmolado; y al tercer día resucita. El anuncio de la resurrección al término de la pasión no tiene por única finalidad iluminar el cuadro con una ráfaga de luz. A los ojos de Jesús la resurrección forma parte de su misión junto con la muerte; por eso está vinculada a su destino mesiánico y así se lo explica a sus discípulos: "Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los sumos sacerdotes y de los ancianos, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21).

    El tercer día: una esperanza cierta, como la aurora

    144. A pesar de todos sus esfuerzos, los hombres no pueden suprimir el sufrimiento, ni tampoco pueden vencer la muerte. Ante esta experiencia desconcertante, Jesús confía en Dios, tiene la seguridad de que el Padre le librará: "Yahvé da muerte y vida, hace bajar al seol y retornar" (1 S 2, 6). Dios saca de la muerte la vida. Esta es la confianza del pueblo creyente, que aparece de diversos modos en el Antiguo Testamento (Cfr. Ez 37; Jon 2, lss; Jb 19, 25-26; Dn 12, 2; 2 M 7; 12, 43-46) y que subyace en este texto del profeta Oseas: "En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de El. Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra" (Os 6, 2-3). Para Oseas, sin embargo, los crímenes de Israel hacen presuntuosa y vana esta confianza: el pueblo carece del verdadero conocimiento de Dios; su amor es efímero y falso. Dios les dejará de su mano (Cfr.Os 6, 4.6; 5, 15).
    En Jesús, cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre, la confianza no será vana, sino que se cumplirá totalmente: al tercer día resucitará (Mt 16, 21; 17, 23; 20, 19). Para quien vaya en pos del conocimiento de Dios, siguiendo a Jesús, Dios le prepara un "tercer día" más allá del dolor y de la muerte. Tras un breve tiempo, es liberado todo aquel que cumple la voluntad de Dios. Esta esperanza es tan cierta como la salida del sol.

    El cumplimiento más profundo de lo que estaba escrito

    145. Varios salmos (15, 21, 29, 30, 34, 39, 40, 48, 54, 68, 101, 108, 117) refieren sufrimientos similares a los de Cristo y una liberación providencial que prefigura su resurrección. Ahora bien, como e] Antiguo Testamento no llegó a percibir sino tardíamente la supervivencia del hombre tras la frontera de la muerte, esta plenitud de vida no pudo ser expresada perfectamente. Palpita en los salmos una intuición que no pueden reproducir enteramente, y se queda a mitad de camino. Esta profundísima tendencia irradia por doquier. Esta intuición no se manifestó claramente hasta la plenitud de la revelación. Jesús cumplió en sí los salmos de liberación, lo mismo que cumplió las profecías sobre el reino de Dios; en la medida en que realizó el sentido más profundo de lo que estaba escrito. La liberación en el umbral de la muerte se convierte, por obra suya, en liberación más allá del umbral de la muerte. Así se cumplieron en El los salmos, alcanzando su consumación el sentido último al que se orientaban.

    Cara y cruz del misterio pascual: unidas en una misma hora

    146. San Juan nos ayuda a descubrir que los dos aspectos opuestos del misterio pascual (descenso-subida, sombra-luz, humillación-glorificación) se hallan ineludiblemente unidos en la misma hora. Unas veces tiembla Jesús ante esta hora, otras suspira por ella como por su gloria y su gozo. Cierto que las más de las veces aparece bajo un aspecto severo (Jn 7, 30; 8, 20; 12, 27). Si Jesús la llama una hora de gloria (17,1), no se deduce de ello que la muerte en sí misma no sea en absoluto para San Juan un abatimiento. La pasión es la hora del príncipe de este mundo (14, 30), el tiempo de la humillación que teme Jesús (12, 27). Si la hora es magnífica, lo es por razón no de la muerte misma, sino de la gloria a que pasa Jesús en su muerte. "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre" (12, 23).

    Sobre el fondo del éxodo: una brecha abierta por Dios más allá de la muerte

    147. El misterio pascual de Jesús se desenvuelve sobre el fondo del éxodo. En el contexto de la pascua judía, Jesús celebra su muerte como un paso, como un éxodo: "He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios" (Lc 22, 15-16). Los cantos de liberación y acción de gracias (Salmos 112-117) que cierra la celebración de la Pascua judía adquieren entonces una dimensión inenarrable de confianza incondicional en Dios Padre, más allá de la propia muerte: "Empujaban y empujaban para derribarme, pero el Señor me ayudó; el Señor es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación" (Sal 117, 13-14).

    La victoria de Cristo sobre la muerte, una victoria para todos

    148. Para los discípulos la muerte de Jesús fue un escándalo; podía ser la prueba de que Cristo no era el "redentor" esperado: "nosotros esperábamos, dicen los de Emaús, que él fuera el futuro liberador de Israel" (Le 24, 21). Iluminados por la acción del Espíritu y hechos testigos de la resurrección (Hch 1, 8; 2, 32), comprenden que la pasión y la muerte de su maestro, lejos de fustrar el plan salvador de Dios, lo realizan "según las Escrituras" (1 Co 15, 4). La muerte de Cristo, aparentemente una derrota, era en realidad una victoria no sólo para El, sino para la humanidad y para el mundo: "la piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente" (Sal 117, 22-23; cfr. Mt 21, 42; Hch 2, 33).

    Redimidos por la muerte de Jesús

    149. Jesús nos ha rescatado mediante su muerte. La palabra hace recordar cómo Dios rescató a Israel de Egipto. En ambos casos la palabra "rescate" es una imagen: la realidad expresada es que Dios salva. El gran misterio consiste en que el Reino de Dios se ha difundido aún cuando los hombres dimos muerte a Jesús, el Inocente, "y una muerte de cruz" (Flp 2, 8). En el mayor pecado brilló el mayor amor. Así hemos sido redimidos por la muerte de Jesús, de forma que "donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido" (Prefacio de la cruz).

    El juicio del mundo

    150. Por su muerte y resurrección, Jesús es vencedor del mundo, de ese mundo que, como dice San Juan, no le ha conocido (Jn 1, 10) y le ha odiado (Jn 15, 18). Jesús no es del mundo (Jn 8, 23; 17, 14), por eso le odia el mundo. Odio loco que domina aparentemente el drama evangélico, odio que provoca finalmente la condena a muerte de Jesús. Pero en este mismo momento se invierte la situación: entonces tiene lugar el juicio del mundo y la caída de su príncipe (Jn 12, 31), porque Jesús, dejando este mundo, vuelve al Padre (Jn 16, 28), donde está sentado junto a El (Jn 17, 5), y desde donde dirige la historia. Desde entonces el Espíritu hace la revisión del proceso de Jesús, mostrando a sus discípulos que el pecado está de parte del mundo, que la justicia está de parte de Jesús, y que el verdadero condenado, en ese proceso, es el príncipe de este mundo (Cfr. Jn 16, 8211; Cfr. Tema 20).

    La nueva alianza, realizada en la sangre de Cristo

    151. El marco pascual de la última cena (Mt 26, 2; Jn 11, 55ss; 12, 1; 13, 1) establece una relación intencionada entre la muerte de Cristo y el sacrificio del cordero pascual. Jesús viene a ser nuestra pascua (1 Co 5, 7; Jn 19, 36), el cordero inmolado (1 P 1, 19; Ap 5, 6), inaugura en su sangre la nueva alianza (1 Co 11, 25), realiza la expiación de los pecados (Rm 3, 24ss), la reconciliación entre Dios y los hombres (2 Co 5, 19ss; Col 2, 14). La muerte de Jesús, su sangre, no es tanto ofrenda a Dios cuanto ofrenda de Dios. Jesús da su sangre no a un Padre que reclama castigo, sino a nosotros. La sangre de Dios es derramada en favor nuestro. Por ella estamos unidos: la nueva alianza es en su sangre. Así lo dice Jesús en la cena de despedida: "Esta es mi sangre, sangre de la Alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados" (Mt 26, 28; cfr. Ex 24, 8).

    Incorporados al misterio de la muerte y resurrección de Cristo

    152. Jesús ha entrado totalmente en este mundo nuestro marcado por el pecado y la muerte. Se ha hecho uno de nosotros, para que nosotros seamos como El. Se ha convertido en hombre maldito colgado del madero para librarnos a nosotros de la maldición que supone la violación de la Ley (Cfr. Ga 3, 10-14; 2 Co 5, 21; 1 P 2, 21-25). Jesús coge el mal por su raíz, por el pecado. Y lo hace así por su obediencia hasta la muerte: "sus cicatrices nos curaron" (Is 53, 5). Hasta el fracaso deja de ser un destino solitario, puesto que significa que somos sumergidos en la muerte de Cristo. Por el Bautismo entramos en este misterio (cfr. Rm 6, 3ss) y cuantas veces celebramos la Eucaristía participamos de él: "Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1 Co 11, 26; cfr. 11, 23ss). No se le quita al dolor su amargura, pero sí su fatalidad. Debemos ante todo asumir el dolor hasta el final, beber el cáliz (Cfr. Mc 10, 38-39), confiando, como Jesús, que nosotros también seremos liberados. Los cristianos creemos que la muerte y la desgracia no son lo último, un destino oscuro, pues Dios nos hace ver que de ahí puede El sacar la vida y la felicidad.

    Una situación objetiva y nueva en las relaciones del hombre con Dios

    153. Por la muerte y resurrección de Cristo se crea una situación objetiva nueva en las relaciones del hombre con Dios. La muerte de Cristo abre a todos los hombres el camino del encuentro definitivo con Dios, da a todos la posibilidad de participar plenamente de la vida y del amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

    El misterio pascual de Jesús, en la lucha diaria del creyente

    154. El misterio pascual de Jesús debe abrirse paso cada día en la vida del creyente como el fundamento único de la esperanza, como la garantía de que podemos superar el fracaso, sobre todo, el aparente fracaso de la muerte. Ese misterio nos sostiene en las dificultades de nuestra vida diaria, como sostuvo a Pablo en su lucha cotidiana: "Continuamente damos prueba de que somos ministros de Dios con lo mucho que pasamos: luchas, infortunios, apuros, golpes, cárceles, motines, fatigas, noches sin dormir y días sin comer; procedemos con limpieza, saber, paciencia y amabilidad, con dones del Espíritu y amor sincero, llevando la palabra de la verdad y la fuerza de Dios. Con la derecha y con la izquierda empuñamos las armas de la justicia, a través de la honra y afrenta, de mala y buena fe. Somos los impostores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los penados nunca ajusticiados, los afligidos siempre alegres, los pobretones que enriquecen a muchos, los necesitados que todo lo poseen" (2 Co 6, 4-10).

    Fe inquebrantable ante el horror de la cruz: "Tú levantas mi cabeza"

    155. La vida del creyente está señalada por la cruz, necedad para unos, escándalo para otros (1 Co 1, 23). "En el país donde crece el peor de los árboles, la cruz, no hay nada digno de alabanza", decía un pensador no cristiano. El creyente, sin embargo, acepta la cruz de Cristo, no en cuanto la cruz sea un lugar de dolor, sino porque en ella se manifiesta la fuerza de Dios (1 Co 1, 18) : Llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús, dice Pablo, pues así también la vida de Jesús se manifiesta en nuestra carne (2 Co 4, 10). En el misterio pascual de cada día experimentamos hasta qué punto es realidad operante esta fe inquebrantable en el Padre: "Tú levantas mi cabeza" (Sal 3, 4).