SEGUNDA PARTE

CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DE DIOS


CAPITULO I.
Cristo es el Señor de mi vida y de la Historia.


Tema 13.
-Los primeros cristianos proclaman que Jesús es el Señor.

Tema 14.-Nacido de mujer que no conoció varón.

Tema 15.-Años de vida oculta de Jesús.

Tema 16.—Vida pública de Jesús. Bautismo. Predicación. Signos.

Tema 17.—(,Quién es Jesús? Mesías. Siervo. Señor. Hijo del Hombre. Hijo de Dios.

Tema 18.—Misterio Pascual de Jesús. Paso de este mundo al Padre: Pasión y Glorificación de Jesús, nuestro Redentor.


CAPITULO II. Dios Padre y el Espíritu. La Santísima Trinidad.

Tema 19.-El rostro de Dios Padre.

Tema 20.-La hora del Espíritu ha llegado.

Tema 21.-El misterio de Dios: Dios es amor y amor entre personas. La Santísima Trinidad.

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Presentar el Misterio de Dios como la realidad más profunda que puede experimentar el hombre creyente. Esta experiencia supone:

-proclamar y aceptar, con fe, que Cristo es el Señor de mi vida y de la historia.

-reconocer a través de Cristo —el Hijo— el verdadero rostro de Dios Padre,

-aceptar en nosotros la presencia eficaz del Espíritu que Dios Padre y su Hijo Jesucristo nos envían gratuitamente.

 



CAPITULO I. CRISTO ES EL SEÑOR DE MI VIDA Y DE LA HISTORIA


OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente:

— descubra a Cristo como Señor de su vida y de la historia, a fin de vivir en comunión con El.

 

Tema 13. LOS PRIMEROS CRISTIANOS PROCLAMAN QUE JESÚS ES EL SEÑOR


OBJETIVO CATEQUÉTICO

-Presentar al preadolescente la experiencia que los primeros cristianos tienen de Jesús Resucitado como Señor de la historia. El Señor desvela y transforma la realidad más profunda del sentido de su vida.

-Anunciar al preadolescente que esta experiencia hoy se cumple en los creyentes y proponerle que, por el don de la fe, también él puede, en cierta medida, participar de esta experiencia de Cristo como Señor de la historia y de su vida: el Señor continúa enviando la luz y la fuerza de su Espíritu y ofreciendo a los creyentes el verdadero —y siempre nuevo— sentido de la vida.

 

Una fe fundamental: Yahvé es el Señor de la historia y está con su pueblo

1. El pueblo de Israel descubrió una cosa muy importante, tan importante como para que ocupara con todo derecho el centro de la vida del pueblo. En principio, parecían casualidades. Pero no, se fue imponiendo la buena noticia por sí misma: Dios actúa eficazmente en medio de los acontecimientos y es reconocido como Señor de la historia. La historia tiene su Señor.

Su nombre es Yahvé: "Soy el que soy" (Ex 3, 14), el Señor. El Dios verdadero es un Dios trascendente, a quien el hombre no puede verdaderamente nombrar. "Yo soy el Señor... Os adoptaré como pueblo mío y seré vuestro Dios; para que sepáis que soy el Señor vuestro Dios, el que os saca de debajo de las cargas de los egipcios; os llevaré a la tierra que prometí con juramento a Abrahán, Isaac y Jacob, y os la daré en posesión:

Yo, el Señor" (Ex 6, 6-8). El Dios verdadero estaba siempre con su pueblo: su nombre evoca toda la gesta divina de la liberación del pueblo elegido, con sus atributos de bondad, misericordia, fidelidad, poder. "Yo soy el Señor, este es mi nombre, no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos" (Is 42, 8). El Dios verdadero opone su existencia sin restricción a la "nada" de los ídolos. Con esta fe monoteísta de fondo, que afirma que el Dios único estará siempre con su pueblo y manifestará eficazmente su presencia, emprende Moisés la aventura del éxodo.

Los primeros cristianos proclaman que Jesús es el Señor

2. Los primeros cristianos son constituidos como tales en virtud de una experiencia semejante, referida a Jesús de Nazaret. Jesús de Nazaret, un hombre ejecutado por la turbia justicia del mundo, ha sido establecido Señor de la Historia. Jesús ejerce el señorío en ella lo mismo que Yahvé. Algo ciertamente inconcebible para un judío: en el propio corazón del monoteísmo hebraico aparece un hombre a quien los acontecimientos posteriores a la Pascua manifiestan como Señor, esto es, como Dios.

3. El Dios de los antiguos Patriarcas y de Moisés y de los Profetas ha manifestado su Nombre de un modo máximo por medio de Jesús: "He manifestado tu Nombre a los hombres, que me diste de en medio del mundo" (Jn 17, 6). Para los hebreos el nombre de una persona se identifica con lo que la persona misma es. Jesús es "Yo soy": "... si no creéis que Yo Soy, moriréis por vuestros pecados" (Jn 8, 24). La aplicación de este nombre a Jesús es la profesión de que él es el único Salvador, hacia el cual tendían toda la fe y la esperanza del Antiguo Israel.

Jesús de Nazaret es el "Dios-con-nosotros" (Emmanuel) de la profecía de Isaías (cc. 7-12); es la "presencia" de Dios en su Pueblo, confirmada ya de un modo definitivo. En él se cumple la Promesa: "Pondré entre ellos mi santuario para siempre" (Ez 37, 26). La visión del Apocalipsis contempla la consumación del ideal del Exodo que se ha alcanzado ya: "Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos y será su Dios" (Ap 21, 3); "... Santuario no vi ninguno (En la Ciudad Santa), porque es su Santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero" (Ap 21, 22). Un acontecimiento está en la base de estas profesiones de fe: ;Jesús de Nazaret ha resucitado!

Encuentro y reconocimiento del Señor en medio de unos hechos que no son casualidades, sino signos

4. Los enemigos de Jesús no aceptan unos hechos que consideran en el mejor de los casos como casualidades; en el peor, como trampa y engaño. Los amigos, sin embargo, y otros muchos, perciben signos de su resurrección: Jesús se deja ver por ellos, los cuales comienzan a ser los primeros testigos. La resurrección no es un gesto de espectacularidad teatral percibido por cualquier observador, sino un acontecimiento que es captado en el ámbito interpersonal de la fe. Es un encuentro en el que Jesús es suficientemente reconocido a través de unos acontecimientos, en medio de los cuales tiene a bien manifestarse.

Porque Cristo Resucitado no es sólo un cadáver reanimado, reconducido a continuar la existencia interrumpida del pasado, es "primicias de los que durmieron" (1 Co 15, 20), y, por tanto, con El se inicia una existencia nueva y plena, a la que todos estamos llamados. Por una parte hay una continuidad entre la vida de Jesús Resucitado y su existencia anterior. Por otra hay una discontinuidad; la resurrección es una vida nueva y plena, no sometida a las leyes de este mundo nuestro.

Y, sin embargo, los Apóstoles tienen conciencia de que Cristo vive Resucitado, es el mismo que sufrió y murió en la cruz. Hay una identidad entre su existencia terrena y su existencia gloriosa totalmente libre.

Signos históricos del hecho real de la resurrección

5. La tumba vacía y el testimonio de las apariciones del resucitado son hechos que la historia no puede ignorar. Es verdad que el suceso mismo de la resurrección ha acontecido solamente ante Dios, pero El se ha dignado manifestarlo de una manera evidente para los primeros discípulos, "a los testigos, que él había designado" (Hch 10, 41).

La Iglesia apostólica no considera la Resurrección como una pura experiencia subjetiva ni como la mera irrupción del Cristo vivo en la interioridad de los Apóstoles. Los relatos de las apariciones nos transmiten no experiencias puramente subjetivas de los Apóstoles, sino el testimonio de unos hombres sorprendidos que han vuelto a encontrar a Aquél, con quien conviviron largo tiempo. Para los Apóstoles, la Resurrección es una realidad misteriosa. En cuanto misteriosa y portadora de un mensaje de salvación, sólo el Espíritu introduce en ella: pertenece a la fe y sólo es asequible desde la fe. La fe cristiana de todos los siglos se apoya firmemente en el testimonio de la fe apostólica.

Jesús ayer, hoy y por siempre

6. Así pues, Jesús Resucitado no es, para la primera comunidad, un mero recuerdo: es "el que estuvo muerto y volvió a la vida" (Ap 2, 8); "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre" (Hb 13, 8). Y es la fuente del Espíritu que inaugura la vida nueva: en su nuevo modo de existencia, se mantiene el costado traspasado (Cfr. Jn 20, 20.25.27), del que brotaron las aguas vivas del Espíritu (Cfr. Jn 19, 34). No hay ruptura ni solución verdadera de continuidad entre su cuerpo resucitado y el cuerpo en que se realizaron los sucesos salvíficos: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré... Pero él hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2, 19.21).

Jesús no es reconocido de pronto

7. En los relatos de apariciones del Señor, nos llama la atención el que los discípulos no lo reconozcan de pronto. Por otra parte, comprueban que es El. Esto tiene un profundo sentido. Naturalmente, es, ante todo, una prueba más de que la imagen del Señor Resucitado les viene de la realidad y no es creación de su fantasía. Necesitan tiempo hasta reconocerlo. Pero esto nos hace ver algo aún más profundo que atañe al mismo Jesús: su novedad. Jesús no es ya enteramente el mismo.

Jesús ha cambiado profundamente. Su identidad se hace presente con un modo de presencia distinto

8. Sus apariciones no significan que quiera continuar unas semanas más su vida terrena, sino que inician ya a sus discípulos y a su Iglesia en una nueva manera de su presencia. El hecho de que súbitamente puede ser visto en medio de sus discípulos no significa sólo que puede entrar "con las puertas cerradas", sino que está siempre presente, aunque no lo vean. El Señor resucitado es ya la nueva creación prometida, que ha comenzado a irrumpir entre nosotros. Las apariciones son índices de su presencia permanente.

Reconocido en su palabra

9. A María en el huerto, a los discípulos en el cenáculo, sobre un monte y a las orillas del mar, se les manifiesta en su palabra. Esto nos llama señaladamente la atención en el relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús. Se les junta en persona en el camino, pero esto parece no decirles nada. Sin embargo: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Le 24, 32). En la palabra encontraron al Señor.

Reconocido en la fracción del pan

10. Una segunda manera de darse a conocer es un gesto preciso: la "fracción del pan" en Emaús. Que Jesús celebrara entonces la eucaristía con los discípulos de Emaús o no la celebrara es punto irrevelante. En ambos casos este gesto tenía el sentido de aludir a la eucaristía, en que en adelante se daría a conocer. También el pescado que Jesús come, alude a ella, pues en la primitiva Iglesia se juntaba a la celebración eucarística dicha comida. Son indicaciones de su presencia en la eucaristía. Así, pues, al aperecerse visiblemente, nos ilustró sobre su presencia invisible.

Reconocido en el Espíritu y en la función sacramental de la Iglesia

11. Por lo mismo sopló también sobre sus discípulos y les dio el Espíritu Santo, por el que en lo sucesivo nos uniríamos con El. En las apariciones se habla igualmente del oficio pastoral de Pedro y del perdón de los pecados. Todo esto son modos de la presencia permanente de Jesús.

Jesús es reconocido solamente por los creyentes

12. Esta presencia de Jesús será reconocida por la fe. También esto nos hacen ver las apariciones. Ya vimos cómo los discípulos de Emaús sólo lo reconocieron cuando la fe comenzó a abrir su corazón. El verdadero reconocimiento no se lo dieron los ojos corporales, sino los de la fe. Es una idea consoladora el que también a los testigos oculares se les exija la fe. No están, pues, tan lejos de nosotros, que recibimos la señal del profeta Jonás, es decir, primero la predicación de Jesús (Lc 11, 30) y luego el mensaje de su resurrección (Mt 12, 40), en la actual predicación de la Iglesia. No basta una simple mirada para percibir la realidad de la resurrección de Cristo, la nueva creación. Para ello es menester algo más radical: el hombre nuevo.

Dios levanta para siempre la cabeza humillada de Jesús

13. Los primeros cristianos comprenden, a través de todo ello, que lo que comienza a renovar la historia universal no es una obra humana, sino una acción de Dios, que levanta para siempre la cabeza humillada de Jesús. Así lo cantan en un himno, de entonces: "El, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó, obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre" (F1p 2, 6-11).

Los primeros cristianos se vuelven "locos"

14. Una cosa es importante: es el impacto que el acontecimiento del señorío de Cristo produce en la vida de los que le reconocen. Cambia el sentido de la vida y su manera de comprender el pasado y el futuro. Captan el por qué de muchos acontecimientos: así los de Emaús comprenden por qué ardía su corazón por el camino, cuando Jesús les explicaba el sentido de las Escrituras (Lc 24, 32). Los primeros cristianos se vuelven "locos": todo lo ponen en común (Hch 2, 42-44). Y los que habían conocido anteriormente a Pablo, quedaban atónitos cuando en las sinagogas le oían predicar a Jesús de Nazaret: "¿No es éste el que se ensañaba en Jerusalén contra los que invocan ese nombre?" (Hch 9, 20).

Señor de mi vida

15. Cristo ha sido constituido Señor; Señor de la Historia, pero también Señor de mi vida. De nada serviría lo primero, si no fuera verdad lo segundo: Cristo seria algo abstracto y lejano. También aquí, creer no es meratnente admitir la existencia de Dios y de Cristo, sino creer que Dios en Cristo interviene dentro de la historia humana concreta: "Ser cristiano yo" significa "vivir que Cristo ha sido constituido Señor también para mí".