Tema 5. ENCONTRAMOS A CRISTO EN EL DESIERTO: DONDE LOS HOMBRES EXPERIMENTAN LAS DIFICULTADES DE LA LIBERACIÓN. DONDE EL HOMBRE SE PONE EN DIÁLOGO CON DIOS

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar que Cristo está en los hombres que experimentan las dificultades de la liberación.

Proclamar que el Espíritu abre caminos donde aún no hay ninguno.

Presentar la experiencia bíblica del desierto:

  • El desierto es una "tierra que Dios no ha bendecido". Es lugar de paso, no de permanencia.

  • El desierto es el lugar de la tentación y del encuentro del hombre con Dios.

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    La incomodidad de la crisis o el precio del crecimiento

    82. El preadolescente se encuentra en crisis de crecimiento. Camina hacia la mayoría de edad. Pero el crecimiento tiene su precio de miedo, de inseguridad, de riesgo. La incomodidad de la crisis se manifiesta diversamente. Con la crisis aparece la confusión; no se acierta a elaborar una clara jerarquía de valores; se vive como muy difícil la elección de una vocación, de un camino.

    No hay liberación sin dificultades ni futuro sin doloroso abandono del pasado

    83. Con ello el preadolescente puede ir comprendiendo por propia experiencia la verdad de determinadas expresiones elementales, como éstas: "No hay atajo sin trabajo", "no hay crecimiento sin crisis", "no hay ganaacia sin riesgo". En definitiva, no hay liberación sin dificultades, ni tampoco hay futuro sin doloroso abandono de realidades y experiencias del pasado.

    El desierto, experiencia bíblica ante las dificultades de la liberación

    84. Con ello el preadolescente tiene la oportunidad de vivir en propia carne la experiencia bíblica del desierto. Porque el desierto, en la Escritura, más que un lugar geográfico es una experiencia profundamente religiosa y profundamente humana, que se produce siempre en una circunstancia típica: cuando el hombre experimenta las dificultades de la propia liberación.

    El desierto, experiencia de todos los días

    85. El Salmo 94 (7-11) actualiza para Israel la experiencia del desierto. El desierto no es algo que pertenece a una historia pasada. Es de todos los días, y todos los días Israel, en una forma u otra, se ve confrontado con el desierto, sometido a la prueba y a la encrucijada de obedecer al plan de Dios o endurecer su corazón como en los días antiguos.

    El desierto, tierra inhóspita; lugar de paso, no de permanencia; lugar donde no hay camino, pero lugar que debe cruzarse

    86. El desierto es una tierra inhóspita, "tierra que Dios no ha bendecido", lugar donde no hay camino, como en el mar. Simbólicamente, el desierto se opone a la tierra habitable y fértil como la maldición a la bendición. El desierto es, pues, una tierra maldita. Ahora bien, Dios quiso hacer pasar a su pueblo por esta "tierra espantosa" (Dt 1, 19), para hacerle entrar en una "tierra que mana leche y miel". En efecto, el desierto es un lugar de paso, no de permanencia; lugar donde no hay camino, pero lugar que debe cruzarse.

    El desierto, lugar de la tentación y de la prueba; ¿se fía el hombre de Dios?

    87. En el fondo, el desierto es el lugar de la tentación y, al mismo tiempo, el lugar del encuentro del hombre con Dios. Es el lugar de la tentación, el lugar de la prueba, donde queda al descubierto lo que hay en el corazón del hombre: si el hombre se fía realmente de Dios, si vive de su Palabra: "Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para humillarte para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos, o no. El te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná —que tú no conocías ni conocieron tus padres— para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto sale de la boca de Dios" (D4 8, 2-3). (Humillar significa aquí el reconocimiento de la necesidad que el hombre tiene de Dios para vivir.)

    El desierto, lugar del encuentro del hombre con Dios. La lección del maná, el alimento del desierto

    88. El desierto es, también, el lugar del encuentro del hombre con Dios. Dios está en medio de su pueblo cuando éste cruza el desierto. Dios le manda el maná, el alimento del desierto: cuida de que su pueblo no desfallezca. El maná proporcionaba el sustento día a día. No quedaba asegurado el día de mañana: si alguno tomaba doble provisión, ésta se pudría. La lección del maná es un elemento fundamental en la experiencia israelita del desierto y, en general, de la experiencia religiosa de Israel a lo largo de su historia: el hombre ha de confiar en Dios y no en su propia fuerza (Dt 8, 17-18).

    El desierto, lugar del encuentro del hombre con Dios. La acción de Yahvé, saldo favorable. Dios abre caminos donde no existen: "Yahvé provee"

    89. En mirada retrospectiva, el pueblo puede reconocer con asombro la acción de Dios, pues la amenaza aniqiuiladora del desierto ha quedado despojada de su terrible aguijón al paso del pueblo. El Deuteronomio lo expresa en bella fórmula: "Tus vestidos no se han gastado, no se te han hinchado los pies durante estos cuarenta años" (Dt 8, 4). Lo que podía haber sido la tumba del pueblo (Ex 17, 3), lo convirtió Yahvé en un lugar de paso hacia una tierra espléndida, habitable, fértil (Dt 8, 7-10). La explicación es solamente ésta: Dios abre caminos donde no existen. Abraham expresa esta misma fe de otra forma: "Yahvé provee" (Gn 22, 1-14).

    La reacción de un pueblo que no se fía de Yahvé. Los "pecados del desierto"

    90. El desierto, como la cruz y el dolor, se experimenta con un test que revela lo que hay en el corazón del hombre. El hombre describe en esa situación su verdadera orientación profunda. Pablo recuerda a la comunidad de Corinto que la experiencia del desierto dejó al descubierto a un pueblo codicioso del mal; era un pueblo que no se fiaba de Yahvé. Pablo recuerda también cuáles son los "pecados del desierto" en los que se concreta la reacción desconfiada del pueblo: idoltría y fornicación, tentar a Dios, murmuración (1 Co 10. 6-10).

    Los pecados del desierto. Idolatría y fornicación

    91. El relato del becerro de oro (Ex 32) resume la actitud idolátrica de Israel a través del desierto: Israel no acepta a Yahvé como Yahvé es; prefiere un dios a su alcance, hecho a imagen y semejanza propia, cuya ira pueda ser aplacada con sacrificios, aunque no marque un camino para la propia historia: querría no estar a la escucha de Dios, sino tener a Dios a su servicio. En definitiva, Israel no aguanta el desierto y plasma todo su deseo de tierra fértil en el símbolo de la fertilidad que es el toro, y en los festejos y orgías sexuales propios del viejo culto pagano: "Sentóse el pueblo a comer y a beber y se levantó a divertirse" (1 Co 10, 7-8; Ex 32, 6; Nm 25, I ss).

    Los pecados del desierto. "Tentar a Dios"

    92. El "tentar a Dios" puede adquirir formas diferentes: o bien el hombre quiere salir de la prueba intimando a Dios a ponerle fin (Cfr. Ex 15, 22-25 y 17, 1-7) o bien se pone en una situación sin salida: "para ver si" Dios es capaz de sacarlo de ella; o también se obstina, a pesar de los signos evidentes, en pedir otras "pruebas" de la voluntad de Dios (Sal 94, 9; Mt 4, 7). Todo, en definitiva, se reduce a no creer en el Dios que traza caminos en la historia y preferir las seguridades de su precaria situación en el país de Egipto.

    Los pecados del desierto. La murmuración

    93. Lo que había en el corazón del pueblo se manifiesta frecuentemente a través de la murmuración: desde las primeras etapas el pueblo se cansa y habla contra Dios y contra su plan: ni seguridad, ni agua, ni carne... La murmuración aparece una y otra vez en los relatos del desierto (Ex 14, 11; 16, 2-3; 17, 2-3; Nm 14, 2ss; 16, 13ss; 20. 4-5; 21, 5). El pueblo echa de menos la vida ordinaria: vale más una vida de esclavos que la muerte que amenaza; el pan y la carne, más que el insípido maná.

    La rebeldía de un pueblo frente a Dios. Una equivocación radical

    94. Los pecados del desierto dejan al descubierto la rebeldía de un pueblo de dura cerviz: "Habéis sido rebeldes al Señor, desde el día que os conocí" (Dt 9, 24), dice Moisés. Y el salmo 94 se expresa en términos semejantes: "Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: 'Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino' " (Sal 94, 10). Lo que pierde a Israel es la equivocación radical de confundir, o mejor, identificar el camino de Dios con el camino del éxito, y ése será siempre en la historia de la religión el gran obstáculo a la constancia de la fe. La lucha de Moisés, el portavoz de Dios, será contra esta "manía de éxito" espectacular en Israel.

    Cristo ha colgado en la cruz lo que suele recibir el nombre de vida, porque la vida del hombre está en otra parte

    95. Desierto y cruz son, en cierto sentido, realidades equivalentes. "El que quiera seguirme —dice Jesús— que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará" (Lc 9, 23-24). Dice también: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente de bronce en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna" (In 3, 14-15). Efectivamente, Jesús ha colgado sobre la cruz todo lo que suele recibir el nombre de vida, la "manía del éxito". Y a través de esa señal, necia para el griego y escandalosa para el judío (1 Co 1, 23), ha desenmascarado el equívoco que ciega a la humanidad: la confianza en la propia fuerza, y no en la fuerza de Dios (Dt 8,17-18). Porque sólo Dios pone un camino en nuestro desierto y senderos en nuestros páramos (Is 43, 19).