CAPITULO I

CRISTO HA RESUCITADO Y VIVE.

 

Tema 2. CRISTO VIVE

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente llegue a descubrir vitalmente:

—.que humanamente no hay una esperanza en la que el hombre pueda ser salvo.

— que por la fe se nos ha dado esa esperanza y en ella el 'sentido de la vida: se llama Cristo Resucitado.

 

Quiero vivir, ¿dónde está el sentido de mi vida?

23. El preadolescente por encima de todo quiere vivir. Pero hay momentos en que se siente no aceptado o no se acepta él mismo en su propia realidad. No percibe por ningún lado el sentido de la vida. Sin embargo, para vivir, que es su vocación más honda, necesita encontrar un sentido a la vida. Porque una vida sin sentido ¿es vida?

El sentido de la vida no lo encontramos en superficie

24. Estamos profundamente convencidos de que la vida tiene un sentido. Pero al mismo tiempo cambiamos muchas veces de opinión sobre este sentido. El sentido hondo de la vida no lo encontramos en la superficie de las cosas.

Noticia no esperada: los ídolos caen

25. Puede ocurrir que un día descubramos con sorpresa que aquellas cosas en que nosotros poníamos toda nuestra confianza se nos vienen abajo. A esas cosas la Escritura las llama ídolos, falsas imágenes de Dios, dioses falsos. Los ídolos son creación del egoísmo humano, en los que el hombre pretende encontrar equivocadamente la respuesta del sentido de la vida (dinero, poder, sexo). Todos estos ídolos están destinados a caer.

Al descubierto las ilusiones que ocultan la verdadera situación

26. Al denunciar la caída de los ídolos, la Escritura no pretende dar una mala noticia, sino poner al descubierto todas las ilusiones, que perjudican al hombre y le ocultan su verdadera situación: la necesidad que tiene de ponerse delante de Dios, porque sólo Dios puede salvar su vida, dándola plenitud y verdadero sentido.

No hay salvación más que en Jesucristo

27. Por consiguiente, no hay ninguna realidad humana en la que el hombre pueda salvarse. La verdadera salvación no es del orden de lo meramente humano. Toda esperanza puesta en realidades mundanas acaba por defraudarnos. La esperanza que no falla está fuera de nuestro alcance, nos es dada; es una esperanza gratuita, regalada. El fundamento y meta de la esperanza de salvación humana se llama Cristo, Cristo resucitado: "Bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos" (Hch 4, 12).

Obra de Dios que no creeréis aunque os la cuenten: sin ídolos, con esperanza

28. Sólo en el nombre de Cristo Resucitado podemos vivir sin ídolos. Y con esperanza. "Por tanto, sabedlo bien, hermanos, se os anuncia el perdón de los pecados por medio de él, y que todo el que crea queda justificado por su medio de todo lo que no pudísteis ser justificados por la ley de Moisés. Cuidado con que os suceda lo que dicen los Profetas: Mirad, burlones, desmayaos de espanto, porque en vuestros días haré una obra tal, que si os la cuentan no la creeréis" (Hch 13, 38-41).

No busquéis entre los muertos al que vive: Cristo ha resucitado

29. Cristo ha resucitado, Cristo es el Señor. Las reacciones primarias ante el acontecimiento son de asombro, sorpresa, duda, incredulidad (Lc 24, 11.12.16.21.37.41; Hch 2, 13.15). Pero por encima de todos estos sentimientos se impone una convicción más fuerte: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado" (Lc 24, 5-6).

Jesús es el Señor

30. San Pablo dice: "Os recuerdo ahora, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados... Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue ésto: que Cristo murió por nuestros pecados, según, las Escrituras..., que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce" (1 Co 15, 1-5; cfr. Rm 10, 9; Le 24, 34). Esta predicación es hecha por los Apóstoles no sólo como notificación de un hecho histórico, sino sobre todo como proclamación del acontecimiento salvador de Dios en favor de los hombres. Este Jesús, que por nosotros murió y que ha resucitado, es reconocido como Señor. El día de Pentecostés decía San Pedro: "Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos... Por lo tanto, todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificásteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías" (Hch 2, 32.36). Según el testimonio de los Apóstoles, los acontecimientos posteriores a la Pascua manifiestan a Jesús como Señor de la historia, esto es, como Dios. Los Apóstoles proclaman acerca de Jesús de Nazaret lo que los judíos proclamaban de Dios: es el Señor (Cfr. Jn 21, 7).

"Habiendo sido muerto, he aquí que vivo para siempre"

31. El Apocalipsis de San Juan pone en labios de Jesús resucitado estas palabras: "Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin" (Ap 22, 13; 1, 8; 21, 6). "Al verla —dice el autor—, caí a sus pies como muerto. El puso la mano derecha sobre mí y dijo: No temas: Yo soy el Primero y el Ultimo, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 17-18). Cristo es el Señor de los que viven y de los que mueren: "Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos" (Rm 14, 9). Nos-otros somos, pues, contemporáneos de Cristo. En adelante, vivir para Dios es vivir para Cristo: "ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor" (Rm 14, 7-8). Unidos por la fe a Cristo resucitado, los primeros discípulos dieron testimonio de que Jesús vive.

¿No reconocéis que Cristo está en vosotros?

32. Cristo ha resucitado, Cristo es el Señor. Nosotros podemos reconocer, por la fe, en nuestra propia vida el "señorío", el dominio, el poder de Jesús Resucitado, como los primitivos creyentes, como los creyentes de nuestro tiempo. Es el Señor y lo manifiesta. Puedes ser testigo tú mismo. A cualquiera de nosotros puede ir dirigida esta pregunta de Pablo: "Poneos a la prueba, a ver si os mantenéis en la fe, someteos a examen; ¿no sois capaces de reconocer que Cristo Jesús está entre vosotros?" (2 Co 13, 5). Los cristianos podemos ser "testigos" enraizándonos en la fe que nos han transmitido los primeros testigos y participando en los misterios sacra-mentales de salvación que ellos nos han legado: los creyentes alcanzan su seguridad acudiendo a la doctrina de los Apóstoles y a la fracción del pan que acontecen en el seno de la comunidad fraterna que es comunidad de oración (Cfr. Hch 2, 42).