2. Novedad profético-evangélica:
Jesucristo centro de su actividad y de su vida
El amor mueve el mundo.
La "tiranía" de la gracia. "Cristoactividad".
Hoy se habla mucho, sobre todo dentro de la
Iglesia, de lo “profético”.
Parece que la imagen de aquellos hombres del Antiguo Testamento, recobra
actualidad en nuestro tiempo. ¿A qué se debe esto? ¿A que entonces como ahora
era necesario que se alzasen voces para denunciar la catástrofe que causa el
alejamiento de los hombres de Dios? ¿Tal vez a que los hombres de todos los
tiempos necesitamos que se nos anuncie -para acabar de creérnoslo- un mañana
mejor, y la posibilidad real de un presente feliz? Seguramente por una y por
otra razón, hoy surgen entre nosotros, y todos
buscamos descubrirlos: Necesitamos
encontrarlos.
Pero, no nos conformemos sólo con
eso. Volvamos nuestra mirada a quien puede ser para nosotros una encarnación
diferente del profetismo: Catalina, que desde la hondura de su ser de mujer y de
la profundidad de su alma dominicana, nos revela lo que Dios nos pide hoy, lo
que Él nos anuncia y lo que espera de nosotros, dominicos y dominicas del
segundo y tercer milenio. Desde el corazón de Dios, supo ser una lectora de la
historia, y con su corazón centrado en Él, pudo suscitar entre sus coetáneos una esperanza renovada, rasgo fundamental para verificar la
autenticidad del profetismo.
Más allá de su “actividad”
profética, hay que dejar claro, que su vida, por sí misma, fue la encarnación
del auténtico profetismo; aquel que ayuda a “avivar el amor primero” por
Jesucristo. Su figura equilibrada y su radicalidad sin medianías, puede, si nos
abrimos a la aventura de la Vida, despertarnos del letargo en el que no pocas
veces permanecemos, acallando en nuestro corazón la sed de Dios y de lo eterno.
Ella es una profeta de la vida y de la historia, porque es capaz de despertar,
en todos los tiempos -más allá de las coyunturas presentes- la “profunda
nostalgia de Dios” que nos dispone a dejar que nuestras vidas se consuman
al calor y al abrigo del Evangelio
de las Bienaventuranzas vivido en el día a día de nuestras vidas; en la
intimidad profunda con nuestro Dios, en la cotidiana “hora
de la cita” cuando nos encontramos cara a cara con nuestro Dios, habiéndolo
descubierto en el cara a cara de nuestros hermanos.
¿Cuál es la novedad de su
“estilo” profético? La misma que la de Domingo, y seguramente, de todos los
que queremos seguir sus pisadas. La profecía dominicana, en su fuente más auténtica
-Domingo y Catalina-, es
la que surge de dentro, como un anuncio. A diferencia de otro tipo
de profetas, que al constatar una realidad la denuncian, y después, anuncian el
mensaje que traen de parte de Dios; la profecía dominicana, se
caracteriza, sobre todo, por un anuncio positivo de la Buena Noticia de
Jesucristo y de su realidad más íntima. Este anuncio, por sí
mismo, se convierte en una llamada a buscar la verdad. Es un anuncio que entusiasma, conmueve, aviva la sed de Dios y de los valores eternos,
y despierta, necesariamente la urgencia de comprometerse con el hombre, teniendo
los mismos sentimientos que Jesucristo. Para vivir esta profecía,
no hay otro camino que el equilibrio de la vida en la que se habla con Dios
-oración y estudio- y de Dios - predicación y testimonio-.
El profetismo dominicano es el que,
se gesta en la oración, y se hace
palabra y vida como una necesidad de comunicar la superabundancia de Dios que se
da generosamente. Por eso, el dominico o la dominica, no pueden predicar si
antes no “han contemplado” y se han dejado penetrar por la Palabra, moldear
por Jesucristo, trabajar por la fuerza de su gracia, que todo lo hace nuevo.
Si recorremos los escritos y la
vida de Catalina, veremos cómo al comienzo al centro
y al final de sus cartas, diálogos, intervenciones, etc. aparece nítida,
insistente, y repetitivamente, la idea, la imagen y la referencia a Jesucristo o
a alguna verdad fundamental de la fe y del Evangelio.
¿Dónde se gestó esta profeta de
la historia? Hay que decir, sin lugar a equívocos, que en su identificación
con Jesucristo, acrisolada, fundamentalmente, en aquellos años de persecución
familiar y de difamación, de vida oculta, en los que tuvo que construir en su
corazón “su celda interior”, su
lugar de reposo y de encuentro con el Dios que la llenaba. Allí descubrió que
él estaba, Jesús, y que su sola presencia era capaz de darle una felicidad,
que nada ni nadie podía quitarle.
¿Quién fue Jesucristo para Catalina?
¿Cómo pudo ser “tan fecunda” en tan poco tiempo?
Fue decisivo en su vida, el diálogo
que tuvo Catalina con Jesucristo, en el momento de una lucha tremenda contra el
tentador, que transcribimos, tal como lo relata Jörgensen, y que nos dará pie
para entender lo que nos proponemos:
“Catalina,
hija mía, murmuró -nuestro Señor-. Inflamada de amor, bañada en lágrimas,
se posternó a sus pies:`¡Oh bueno y dulce Jesús!¿Dónde estabas cuando mi
alma era presa de semejantes tormentos?´ ´Estaba en tu corazón, Catalina -fue
la dulce respuesta- porque no me aparto más que de aquellos que primero se
apartan de Mí.`¿En mi corazón, Señor, en medio de todas estas tentaciones y
de estas visiones impuras? -preguntó la joven asombrada-. Si estabas en mi
corazón, ¿cómo no me daba cuenta de ello?¿Cómo podía estar cerca del fuego
sin sentirme confortada por su llama? Yo no experimentaba más que frialdad,
desolación y amargura, y me parecía estar llena de pecados mortales´. `Dime
Catalina -replicó el Señor-, estas tentaciones, ¿te causaban alegría o pena?´`Me
horrorizaban y me desesperaban terriblemente´.`¿Y por qué sucedía así?¿Crees
tú que si no hubiera estado en tu alma y no hubiera cerrado todas las puertas
de este asilo, esas malas imágenes no habrían penetrado por ellas? Estaba en
tu corazón igual que en la Cruz, padeciendo, y sin embargo, dichoso. No sentías
mi presencia pero estaba allí con mi gracia, y cuando ofreciste espontáneamente
soportar todos los tormentos, incluso la condenación
eterna, antes que abandonar mi servicio, te viste libre, porque no me
complazco en atormentar un alma, antes bien me regocijo cuando por amor mío
consiente en sufrir y perseverar en el sufrimiento. Por eso, en lo sucesivo,
tendré contigo una mayor intimidad, y te visitaré más a menudo”
Para Catalina, JESUCRISTO ES ¡EL
HOMBRE! Culmen de sus ideales y
realidad de sus ensueños. Él, sobrepasa todas sus aspiraciones, porque es el
hombre completo y Dios real; el Dios-Hombre que la seduce y la conforta; que la
habita y la identifica con Él. Esto
es lo que supo vivir y lo que no
dejó de transmitir: Dios en ella y ella en Dios, en identificación de amor y
vida.
Todo ser humano está condicionado
por su afectividad hasta límites insospechados, y esto, si miramos a nuestro
entorno, y dentro de nosotros mismos, es algo que podemos constatar. Intentar
conocer a Jesucristo y quedar "atrapados" por su realidad es una
consecuencia lógica. El amor a Él se
hace imprescindible, irresistible y determinante. Esta es la verdad de la
“vida afectiva de Catalina”, y debe serlo, también, de los que siguiendo a
Domingo, queremos que Jesucristo sea nuestro centro, nuestro punto de referencia
y la óptica, desde la cual poder mirar al mundo y a los hombres ,y amarlos con
y desde el corazón de Dios.
Catalina luchó por no ser
atrapada. El mundo era para ella, -y lo es para nosotros- seductor. Su rica
personalidad no podía anestesiarse con lo menos, tenía que lanzarse hacia lo MÁS.
Fue un selecto campo de batalla donde venció Cristo y su
gracia. Las radiaciones de Aquel
"de quien salía una virtud..."la bloqueron, y ella misma fue luego
elemento "cristoactivo" para los que la rodearon. Consiguió
aprovechar “la energía
liberada” por Jesucristo, transformándose, ella misma en un foco de energía,
para cuantos se acercaban a ella y percibían “eso”, que los desafiaba a
convertirse, a “sentir añoranzas de lo eterno”, a vivir atraídos
irresistiblemente por la fuerza de la gracia que se hacía evidencia.
En este buscar quién nos diga
“algo” de parte de Dios, quién o qué nos ponga en camino firme hacia Él,
no está nada mal, mirar a Catalina, que además de irradiar a Jesucristo, nos
ayudará a descubrirlo, y a su luz, re-descubrirnos a nosotros mismos.
Su
doctrina del Conocimiento, ilustrará muy bien, el que ella tuvo de Dios, de sí
y de los hombres.
Este es el conocimiento fundamental que sirve a Catalina de base para su
vida y su doctrina. Vive en el intento de despojarse de la propia voluntad para
revestirse con la de Dios, porque el mundo pasa. Así, es como se explica, que
teniendo los mismos sentimientos que Cristo, amando a su estilo, queriendo lo
que Él quiere, pueda decirle tan decididamente, tan imperativamente:
“Catalina lo quiere”. Porque Catalina, no quiere otra cosa que no sea
Jesucristo.
Estos sentimientos son los que
gobiernan la vida de Catalina, que sabe que el servidor debe seguir el camino de
Cristo, y que el del placer fácil, no es el camino del Crucificado. Ella, se
hace semejante a Él, y desde Él asume las pruebas y cuanto se le presenta:
Revestida de Cristo desea vivir su vida; en el amor verdadero que nace del amor
limpio, oblativo, a Dios y a los hermanos.
El cambio de corazones, que tiene
con Jesucristo, la hace experimentar la plenitud: Dios que crea en ella un corazón
nuevo, que la renueva con espíritu generoso y que le da la seguridad confiada
del que sabe que su vida está en manos de su Creador y Redentor.
¿Cambio de Corazones? Esto, que
hoy puede resultarnos demasiado “imaginativo”, y hasta un poco
“ficticio”, tiene un significado muy actual, en este final de Siglo y a las
puertas de un Tercer milenio, que todos deseamos, sea enriquecido por una mayor
humanización de la vida y las relaciones. Emilio Barcelón O.P. llama a la
nuestra, la cultura del corazón de
piedra. Nos hemos endurecido y acostumbrado a lo más inhumano y duro; poco
a poco hemos ido aprendiendo a pasar de todo y a hacer nuestra vida egoístamente.
Esto, nos ha llevado a un alejamiento de Dios y de los valores eternos, que son
los que nos plenifican, y los que desesperadamente buscamos por caminos errados.
Contemplar la esena del “cambio de corazones” que nos relatan los biógrafos
de Catalina, en la línea de la sagrada Escritura, nos ayudará a comprender
aquel Oráculo del Señor -y a dejar que sea una realidad en nosotrso- que
afirmaba: ”Les daré un corazón nuevo,
y les infundiré un espíritu nuevo, arrancaré de su carne el corazón de
piedra y les daré un corazón de carne, para que conozcan y observen mis
preceptos. Así, ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. En cuanto a aquellos
cuyo corazón va detrás de sus ídolos y de sus abominaciones, yo haré recaer
sobre sus cabezas su mala conducta” Ez 11,19-21.
Con idéntica actitud que Catalina,
cuando ocurrió este fenómeno, podemos pedir humildemente, con el salmista:”Dame
Señor un corazón nuevo, renuévame con espíritu firme”. La actitud
de fe en su poder y el abandono en sus manos, acabarán por renovarnos y
realizar el proyecto que se nos ha encomendado según el corazón de Dios.