SEGUIMIENTO/IMITACIÓN
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. Seguimiento/ imitación como móviles de vida humana. 

II. Seguimiento/imitación en la Escritura: 
1.
En el Antiguo Testamento; 
2. En el Nuevo Testamento: 
    a)
En los sinópticos, 
    b)
En san Pablo, 
    c) En san Juan. 

III. Seguimiento/imitación de Cristo en la tradición teológica: 
1. Vida divina comunicada en la Iglesia mediante Cristo; 
2. La vivencia histórica del seguimiento/imitación de Cristo. 

IV. Indicación ecuménica acerca del seguimiento/imitación de Cristo: 
1. Premisa 
2. Seguimiento en las Iglesias reformadas de Occidente; 
3. Seguimiento/ imitación según la espiritualidad oriental; 
4. Seguimiento/imitación de Cristo en la teología católica. 

V. Cómo actualizar en moral el seguimiento/imitación de Cristo.


 

I. Seguimiento/imitación como móviles de vida humana

En el lenguaje ético, el seguimiento caracteriza el comportamiento de quien acompaña a alguien reconociéndole como su jefe, poniéndose a su servicio, aceptando su programa de vida, siguiendo sus prescripciones. La imitación, en cambio, es un uniformarse, consciente o inconsciente, con una persona a la que se admira como modelo. La imitación es practicada en cierta forma por toda persona. El niño se orienta hacia su propio estado adulto autónomo a través de la imitación, pero también la persona madura desarrolla conductas imitativas en el percibir, hablar y obrar dentro del contexto social.

Seguimiento e imitación tienen un diferente alcance ético. El jefe se impone por su autoridad, el modelo por la fascinación de su valor. Se imita a una persona no tanto por su autoridad, sino por su personalidad destacada. Max Scheler precisa que hacia el modelo se nutre una fidelidad vital, por lo general no advertida con una conciencia clara. No se tiene clara conciencia ni de la naturaleza del influjo recibido ni de su alcance. "La persona (o el grupo) que sigue a un  modelo no tiene m siquiera necesidad de conocerlo de un modo consciente y de saber que lo tiene por modelo, y que, día tras día, va formando su propio ser y elaborando su propia personalidad según él. Me atrevería a afirmar que rara vez la persona conoce el modelo como un ideal cuyo contenido positivo sabe definir" (M. SCHELER, Le saint, 28).

Regularmente el modelo no se impone de forma que haya que copiarlo materialmente. El que imita está en una situación dialéctica: permanece en su decisión independiente, si bien ya no autónoma como antes. Sabe que es él mismo quien se determina a obrar, aunque el principio remoto de su obrar no reside ya exclusivamente en su intimidad. El que imita se determina por sí mismo a obrar, aunque sea bajo la atracción plena de amor y de fascinación del modelo.

Si en el seguimiento se testimonia obediencia a los preceptos recibidos, en la imitación se expresa amor al que fascina; se nutre ardiente deseo de compartir su esplendor de bondad; nos sentimos interiormente renovados hasta permanecer fieles al ideal leído en la persona del modelo. En el seguimiento nos gusta mantenernos fieles a reglamentos a veces muy precisos; en la imitación ocupan un primer plano las relaciones con la persona ejemplar.

Henri Bergson (+ 1941) opone la moral cerrada (constituida por el conjunto de fórmulas impersonales imperativas) a la moral abierta (como vivencia de imitación de una personalidad privilegiada, que se constituye en ejemplar). Pregunta él: "¿Por qué los santos tienen imitadores? ¿Por qué los grandes hombres han arrastrado detrás de sí a las multitudes? Ellos no piden nada; sin embargo, lo obtienen. Los santos y grandes hombres no tienen necesidad de exhortar; simplemente deben existir; su existencia es una llamada" (H. BERGSON, 29).

¿Puede una ética del modelo ser una ética personalista? ¿Puede uno dependiendo de un modelo realizarse como personalidad autónoma? ¿Puede expresar todavía su carácter espiritual propio? El modelo no constituye el guión de acciones concretas que uno deba realizar, sino sólo el recuerdo de valores que uno estima recrear con autonomía y estilo personal: mirando el modelo realiza un ideal con creatividad propia, ya sea por motivación, por contenido, por modalidad. Solamente así su acción será típicamente personal. Y esta preocupación de autonomía personal debe estar presente también en el que sigue a una persona acreditada. Una orden exige que se la valore y concretice según la propia experiencia autorrealizadora.

II. Seguimiento/imitación en la Escritura

1. EN EL ANTIGUO TESTAMENTO. La frase "seguir a Yhwh" encuentra dificultades. La imagen de seguir hacía pensar en quienes iban detrás de las divinidades paganas. Además, el pensamiento hebreo, que se caracteriza por su concretez, no admitía que se pudiese seguir a un Dios trascendente.

Ir detrás se usaba para indicar la acción de quien sigue a una persona importante (el hijo al padre, la esposa al esposo, el guerrero al jefe, etc.): implicaba una dependencia servicial sin valor alguno religioso.

En el mundo rabínico del AT aprender era fundamentalmente un ejercitarse en la práctica de la torah, de modo que el alumno obedecía no tanto al maestro cuanto a la voluntad de Yhwh. El israelita piadoso se consideraba miembro del pueblo elegido, cuya vida consistía en estar disponible para conocer y aceptar la voluntad de Dios. También al seguir a Moisés (Éx 24,13; Núm 11,25) o a los profetas (1 Re 19,19ss; 2Re 4,12), el pueblo se declaraba no ya alumno suyo, sino disponible para la voluntad divina. Moisés y los profetas no enseñaban una doctrina propia que expresara una autoridad magisterial suya; al enseñar se calificaban como simples servidores de Yhwh.

En el sucesivo mundo rabínico, el talmid (discípulo) era instruido también en toda la tradición judaica, tanto escrita como oral, pero en una perspectiva nueva. Bajo el influjo del pensamiento griego, el rabinismo tardío estima que el estudio de la ley tiene el primado respecto a la observancia de la misma. El talmid adquiere el saber que el maestro ha adquirido con el estudio personal de la torah; profundiza el comentario del rabino, más que remitirse directamente a la voluntad de Yhwh presente en la torah. La autoridad del rabino adquiere en relación a la torah un valor autónomo desconocido hasta entonces. El influjo helenístico ha llevado a una intelectualización y a un dogmatismo pronunciado de la revelación divina.

¿Propuso el AT la imitación de Yhwh santo, como los antiguos habían propuesto la imitación de los dioses? En el Levítico (19,2) se prescribe: "Sed santos, porque yo, Yhwh, vuestro Dios, soy santo". Dios es santo, y santo debe ser Israel por fidelidad a la alianza; pero cada uno a su manera y según una modalidad propia. No se inculca la imitación de la santidad divina. Dios está por encima de cualquier imaginación o conducta nuestra. Se prohíbe incluso toda imagen suya (Ex.20,4).

2. EN EL NUEVO TESTAMENTO. a) En los sinópticos. Jesús, aunque a veces parece incitar al seguimiento de Dios Padre (Mt 5,48; 6,35s), de hecho pidió al discípulo que fuera seguidor suyo. Él personalmente, en cuanto Hijo de Dios, más que imitar, convive en una unidad existencial con Dios Padre ("el Hijo no puede hacer nada de por sí que no vea hacerlo al Padre, y lo que éste hace lo hace igualmente el Hijo": Jn 5,1920), mientras que como hombre obedece enteramente a la voluntad del Padre ("mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado": Jn 4,34; 6,38). El trata como hermano al que se ajusta a la voluntad de su Padre (Mt 12,50; Mc 10,17; Jn 8,12).

Jesús exige que el discípulo le siga. Seguir a Jesús es completamente diverso de seguir a un rabí judío. En oposición a cuanto sucedía en la escuela rabínica, Jesús mismo elige y llama con autoridad a sus discípulos (Mc 1,16ss; Mt 8,22); los educa en no conducirse según la tradición, sino en disponerse para la inminente venida del reino (Lc 9,59).

Ser discípulo de Jesús es una llamada escatológica, es decir, una llamada a participar al servicio del reino de Dios (Mc 1,15). El discípulo es iniciado no en el servicio material a favor del maestro (Jesús dirá más bien que él está en medio de ellos como el que sirve: Lc 22,27), sino en ejercer la misma misión del maestro (Mt 4,17 y Mc 3,14) con vistas al reino.

¿Qué le propone Jesús al discípulo? Cortar tajantemente con la vida pasada y comenzar una vida nueva. Esto en concreto se traduce en caminar en pos de él. Hay que seguirle, no por ser maestro y modelo, sino por ser el Señor. Jesús no propone un programa de vida, no dicta un ideal ético. Ser discípulo (mathetés) significa tener con Jesús un lazo personal que informa toda la vida propia, incluso la íntima. El discípulo no es un simple aprendiz.

Entre Jesús y los discípulos subsiste siempre una relación interpersonal, que constituye la fuerza determinante de la realidad del discipulado.

Incluso después de la resurrección, Jesús los recupera para el discipulado con un contacto o relación personal (Lc 24,36ss; Jn 20,24ss; Mt 28,17). Los discípulos, después de la partida de Jesús,no se limitan a transmitir su enseñanza; son los testigos de la revelación que han recibido en su persona (Lc 24 38; He 1,8).

El talmud tenía relación con el rabí por su conocimiento de la torah; el discípulo estaba ligado a Sócrates por la doctrina que defendía, mientras que Jesús vincula los discípulos a su persona, crea relaciones cuyo determinante es la fe en él. Se obedece a Jesús no tanto por su doctrina sobre la torah, cuando porque se le cree el mesías. La posición del talmud rabínico es provisional: aspira a convertirse en un rabí independiente. Para el discípulo cristiano estar junto a Jesús no es ya el comienzo de una prometedora carrera, sino el cumplimiento mismo del destino del discipulado.

El discípulo, puesto que se constituye tal por la llamada y la dependencia de Jesús, tiene una existencia apostólica en nada autónoma del Señor. Si Jesús se encaminó hacia la cruz, también el discípulo se encuentra encaminado hacia ella (Mt 10,17ss; Jn 15,18ss; 16,1ss); si el Señor es llamado a sufrir, el sufrimiento acompaña también a los apóstoles; viceversa, el grupo de los discípulos es dispersado cuando huyen ante el peligro a que les expone el arresto de Jesús. Aquí están las raíces de la gozosa prontitud para sufrir que los cristianos, como discípulos de Jesús, han demostrado desde el principio y luego en el curso de los siglos; el suyo ha sido y es exclusivamente un vivir en Cristo, dando así testimonio del convivir con el Señor.

En los sinópticos se habla de seguimiento, no de imitación de Jesús. Seguimiento es un convivir sobre todo la experiencia misionera de Cristo (Mc 3,14). Para poder ser misionero, el discípulo debe desprenderse de todo (Mt 8,21; Lc 9,59), e incluso renunciar a su autonomía personal. Todo cristiano está llamado, no a una simple imitación moral de Jesús, sino a formar comunidad de vida con él (Mc 3,4).

San Agustín dirá que seguir a Jesús significa imitarlo ("quid est enim sequi nisi imitar¡?": De sancta virginitate, 27: PL 40,411). Martín Lutero reaccionará recordando que nos acercarnos a Cristo, Hijo de Dios, mediante la gracia, y no mediante una orgullosa imitación personal meritoria.

b) En san Pablo. A diferencia de los sinópticos, que expresan fundamentalmente el carácter del discípulo en el caminar en pos del Jesús histórico, Pablo no usa nunca la palabra seguimiento (akolouthéen), tampoco se presenta personalmente como discípulo (mathetés), sino siempre como el apóstol de Cristo resucitado.

En relación con la imitación de Dios atestigua: "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos queridos" (Ef 5,1). Y explica: "Sed bondadosos y compasivos; perdonaos unos a otros, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo" (Ef 4,32). Pablo no intenta sugerir una imitación de Dios. Se limita a recordar que, en cuanto somos hijos de Dios, estamos llamados a vivir en el contexto de su amor compartiendo su perdón difundido entre los hombres.

¿Propone Pablo a los cristianos la imitación de Cristo? De un modo un tanto tradicional lo han afirmado los católicos. Para Pablo, puesto que Cristo vive en nosotros (Gál 2,20), debemos tener "los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Flp 2,57). Según la exégesis protestante, en cambio, Pablo no admite una imitación de la vida terrena de Jesús (en sus rasgos singulares o en su expresión global, en sentido exterior o en los sentimientos internos), ni tampoco una imitación como relación mística con el Señor glorioso, aunque la comunión con Cristo comprende aceptar la uniformización con él.

Para Pablo imitar a Jesús se reduce a renunciar al juicio propio, a fin de poder acoger el de Cristo (manifestado en su palabra y en su vida); significa tener fe en la persona de Jesús, dando testimonio de ella con la propia conducta; equivale a vivir con él, aprendiendo a conocerlo. En esto consiste el reproche que Pablo hace a los efesios: "No habéis aprendido a conocer a Cristo" (4,20). El conocimiento de Jesús nace de convivir prácticamente con él, de uniformarse con su palabra y con su voluntad.

¿Quiere Pablo que los cristianos le imiten también a él? Él prescribe a sus comunidades: "Bien sabéis lo que debéis de hacer para seguir nuestro ejemplo" (2Tes 3,7). Se presenta como modelo por haber ganado el pan con su propio trabajo, por no haber servido de carga a nadie en la comunidad. Pero, ¿qué significa imitarle? Pablo se considera imitado cuando se reconoce su autoridad apostólica, se escucha su predicación y se ajusta uno a su conducta. "Hermanos, seguid todos mi ejemplo y observad a los que se conducen conforme al modelo que tenéis en mí" (Flp 3,17). Imitación, no como repetición de modelo, sino como expresión de obediencia (cf 1 Cor 4,16s).

A1 invitar a los filipenses a ser imitadores suyos, Pablo añade: "Como yo también (soy imitador) de Cristo" (1Cor 11,1), o sea, como también yo estoy a las órdenes de Cristo. Pablo dice en la práctica: yo os lo he ordenado, pero Cristo me lo ha ordenado a mí: sed mis imitadores obedeciendo a mis exhortaciones (10,32) como yo soy imitador de Cristo realizando mi servicio apostólico como él lo quiere. En el contexto paulino imitar no es ser semejante o igual a un modelo, tomar a uno como modelo que copiar, sino aceptar la autoridad apostólica de aquél cuyas órdenes hay que cumplir, aceptando a la vez las exhortaciones de su buen ejemplo: "Y vosotros habéis seguido mi ejemplo y el del Señor" (1Tes 1,6).

Al invitar a la imitación, Pablo incitaba al seguimiento de Cristo y a testimoniarlo, bien con la obediencia a la autoridad del Señor y de los apóstoles, bien anunciando el evangelio de Cristo resucitado. Pedía a los fieles que fuesen apóstoles como lo era él (1Tes 1,6ss), que se comprometiesen a difundir la palabra evangélica (1Cor 4,6ss) de la manera que él mismo lo hacía imitando a Jesús.

La imitación paulina no es otra cosa que un complemento del seguimiento. Recuerda que es necesario caminar en la obediencia a Cristo y a la Iglesia apostólica hacia un estado pneumático para vivir filialmente en la vida divina y trinitaria, y juntamente comprometerse a suscitar ese seguimiento también en todos los demás hombres, haciéndoles apóstoles según el espíritu misionero vivido por Jesús y por el mismo Pablo. Haciéndolo así, se está en el seguimiento e imitación de Cristo y de Pablo.

Siguiendo una exégesis predominante entre los teólogos católicos, Pablo recuerda que el evangelio no es sólo mensaje, sino fuerza de Dios que se despliega bajo la acción del Espíritu y exige el compromiso personal del predicador. La evangelización incluye el testimonio activo de los cristianos mismos. Por eso Pablo se propone como ejemplo: el predicador está obligado a manifestar los valores evangélicos con su existencia. "Soy yo quien, por el evangelio, os ha formado en Cristo Jesús. Os conjuro, pues, a que os mostréis imitadores míos" (1Cor 3,11). "Hermanos, seguid todos mi ejemplo y observad a los que se conducen conforme al modelo que tenéis en mí" (Flp 3,17).

¿Invita Pablo también a los cristianos a una imitación recíproca? Escribe él a los fieles de Tesalónica: "Os habéis convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya, de modo que desde vosotros se ha difundido la palabra del Señor a todas estas regiones" (1Tes 1,7-8; cf 2,14). Los tesalonicenses se han convertido en imitadores de Pablo y del Señor aceptando la palabra de Dios. Por esta ejemplaridad ayudan a desvelar el sentido y la fiabilidad de la Palabra misma. Pero no es su actitud ejemplar en sentido material lo que propone como imitable su conducta, sino porque con esa actitud han testimoniado mediante la fe que han sido aferrados directamente por Cristo y están guiados por él.

c) En san Juan. El seguimiento de Jesús se describe como un camino pascual que nos conduce a una intimidad y amor progresivos con el Señor (Jn 1,43; 15,14s), orientándonos al goce escatológico de la vida caritativa trinitaria. El seguimiento no es ante todo un compromiso en la misión apostólica, sino un camino para el progresivo descubrimiento del misterio de Jesús, que en la intimidad revela a sus amigos sus secretos más profundos (Jn 15,14-15). Así pues, un seguimiento no reducido a simple obediencia ni a simple sumisión a una voltad exterior, sin adhesión de corazón.

Juan habla también de imitación de Jesús. Según el cuarto evangelio, Jesús atestigua que así como él (el Hijo) hace "sólo lo que ve hacer al Padre" (Jn 5,19), también los discípulos deben comportarse como obra él (Jn 17,21). Al lavarles los pies, Jesús atestigua: "Yo os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros lo mismo que he hecho yo" (Jn 13,14-15). Existe una intimidad de relaciones entre Cristo y .aquéllos a quienes él envía para realizar el designio divino: "Que como yo os he amado, así también os améis unos a otros. En esto reconocerán todos que sois mis discípulos: en que todos os amáis unos a otros" (Jn 13,34-35).

III. Seguimiento/imitación de Cristo en la tradición teológica

I. VIDA DIVINA COMUNICADA EN LA IGLESIA MEDIANTE CRISTO. Dios es vida que mana en comunicación trinitaria de conocimiento y de amor y aspira a derramarse sobre las criaturas según la disponibilidad de éstas para acogerla.

Toda vida creada, que brota de la divina, no sólo permanece fundamentalmente dependiente de su fuente trascendente, sino que a la vez aspira de modo insaciable a sumergirse de nuevo en ella. En el fondo de nuestro ser yace la inquieta nostalgia de dejarnos transformar, asimilándonos a la vida misma trinitaria. Dios Padre ha secundado la aspiración profunda que las criaturas tienen a resumergirse en la fuente trinitaria al ejecutar su designio sálvífico en Jesucristo. $I envió al Hijo, a fin de. que asumiese la carne humana y la hiciese espíritu resucitado en virtud del Espíritu, es decir, que fuese hecha capaz de vivir dentro de la vida trinitaria.

El acontecimiento salvífico para nosotros no es otra cosa que ser partícipes de la transformación divinizadora ya actuada y presente en la carne de Jesús; es un ser introducidos como familiares en la vida divina en virtud de nuestra participación en la experiencia pascual de Jesucristo; es hacernos de algún modo capaces de recibir y compartir el amor del espíritu propio de las relaciones divinas interpersonales; es un situarnos en la intimidad de la existencia divina como personas engendradas por el Padre en el Hijo mediante el Espíritu.

La participación en el misterio pascual de Cristo se comunica a los cristianos mediante la sacralidad difundida por el Espíritu Santo en la Iglesia. Puede afirmarse que la comunidad eclesial es la humanidad en vías de trinitarización. Orígenes podía exclamar: "La Iglesia está llena de Trinidad" (Carta, 1,13).

2. LA VIVENCIA HISTÓRICA DEL SEGUIMIENTO/IMITACIÓN DE CRISTO: La comunidad cristiana no sólo disfrutó de modo constante de la sacramentalidad pascual del Espíritu de Cristo, sino que estimó que su misma conducta debía ser reflejo de la vida pascual de Jesús. En todas las épocas espirituales el seguimiento/ imitación de Jesús ha sido concebido y vivido con modalidades propias. Aquí n0 es posible describir todas las formasen que se ha concretizado entre los cristianos. Recuerdo sólo alguna indicación a título de ejemplo.

En los primeros siglos se vive el martirio como testimonio de seguimiento de Cristo Señor (Esteban en He 7,54-60). Ignacio de Antioquía, martirizado hacia el 110-117, en su Carta a los Romanos suplica: "Permitidme imitarla pasión de mi Dios", porque en ella ve él el vértice de la vida cristiana. En virtud de esta dolorosa experiencia la Iglesia primitiva llega a afirmar que no sólo los mártires imitan a Cristo, sino que Cristo mismo sufre en ellos.

A la experiencia del martirio sigue la del monaquismo. Aunque este nuevo estilo de vida ascético n0 se introduce para imitar a Cristo, entre los monjes se atestigua explícitamente que con el hecho mismo de renunciar a los bienes del mundo y a sí mismos se sigue a Cristo.

Los padres de la Iglesia proponen unánimemente como obligatoria la imitación de Cristo. Juan Crisóstomo ( f 407) atestigua: "Que Cristo no cese de mostrarse en nosotros. ¿Y cómo se mostrará? Mediante los actos que hacemos a imitación suya" (Hom. in epist. ad Rom., 24,4: PG 60,627). Puesto que Jesús practicó las virtudes morales para permitirnos imitarle, de lo profundo de su amor brotan nuestras obras buenas. San Bernardo (j' 1153) enseña que el alma, partiendo del conocimiento y del amor en Cristo, se expresa a su imitación. La fe que se tiene en Cristo se traduce en su imitación, ya que únicamente en él somos conscientes de la propia inhabitación en Dios; en Jesucristo, Dios mismo se hace imitable. El misterio de la bondad se nos manifiesta por la humildad de Jesús, y no por la que nace del conocimiento de sí mismo.

Francisco de Asís ( + 1226) concibe la vida espiritual como simple seguimiento/imitación del Jesús histórico, buscando con todas las fuerzas adherirse al evangelio aceptado en su expresión literal sin glosa o comentario ("sequi vestigia et paupertatem suam", Carta, 7 al hermano León). Por consiguiente, Francisco quiere que el hermano menor no tenga ni oro, ni plata, ni alforja, ni bastón (Mt 10,7-14); envía a los hermanos de dos en dos (como envió Jesús a los apóstoles); rehúsa la celda para sí (ya que Jesús no la tuvo); quiere morir desnudo en tierra (como Jesús desnudo en la cruz); lleva los estigmas en sus manos.

Ignacio de Loyola ( + 1556) propone el seguimiento de Jesús caudillo, mediador ante el Padre y perfecto servidor suyo, nuestro modelo, al que servimos en su cuerpo, que es la Iglesia. El evangelio nos indica las acciones y las actitudes espirituales necesarias para seguirlo y vivir con él en su Iglesia. Ignacio sugiere una imitación fundamentalmente ascética de perspectiva apostólica al servicio de la Iglesia.

No todos los autores espirituales jesuitas se han uniformado a la experiencia espiritual de san Ignacio. Por ejemplo, Louis Lallement (+ 1635) inculcó la docilidad del Espíritu a fin de unirnos al Señor con una unión que se realiza de tres modos: por conocimiento, por amor y por imitación. La imitación se justifica porque las perfecciones de Dios se nos comunican en la humanidad de Cristo. Las virtudes son más agradables a Dios si se realizan por imitación de Cristo antes que por su motivación interna. Por eso Lallement no presenta nunca las virtudes en sí mismas; piensa él, por ejemplo, que la pobreza tiene valor porque Cristo quiso ser pobre; y así dígase de las demás virtudes. En la encarnación del Verbo tenemos motivos nuevos para la práctica de las virtudes que antes no existían; aparecen como deificadas en Cristo. El hombre-Dios es el modelo más noble, más perfecto y más completo de las virtudes que jamás pueda concebirse.

Pedro de Bérulle (+ 1629) estima que nuestra vuelta a Dios es posible sólo en Jesucristo. El Hijo de Dios, igual que asumió la naturaleza humana en Jesús uniéndola a su persona divina, así ahora, en cuanto Cristo resucitado, se propone entrar en nuestro espíritu una vez disponible para la participación en el misterio pascual. Los misterios de la vida de Cristo, aunque realizados en el pasado, están destinados a subsistir en su virtualidad dentro de nuestras disposiciones virtuosas. Vivir en perfecta imitación y conformidad con Cristo significa estar orientados a él, como él está orientado al Padre; renunciar a la propia subsistencia para estar en la de Jesús; establecerse en el voto o estado de servidumbre al Señor; renunciar a la propia autonomía para ser todo y solamente de Cristo; practicar las virtudes participando del mismo espíritu con que nuestro Señor practicó las suyas.

Para san Pablo de la Cruz (+ 1775) la imitación de Cristo se identifica con la voluntad que Dios tiene de uniformarnos a la persona de Cristo en mística intimidad. Charles de Foucauld (j' 1916) se siente seducido por el rostro espiritual de Jesús. Estima que espiritualmente Jesús se caracterizó como el que ocupó el último puesto, de suerte que nadie puede quitárselo. Por eso Ch. de Foucauld no desea otra cosa que ocupar el último puesto entre los hombres. A este fin primero se consagra con la vida de la trapa, aceptando el sacerdocio como una profundización de la imitación de Cristo; sucesivamente se convierte en eremita del Sahara; se hace criado de las clarisas de Nazaret para uniformarse así a la vida oculta de Jesús en su patria. A las clarisas les explica así la imitación de Cristo: "Para estar enteramente desprendidas de vosotras, olvidaos totalmente; y para obrar en todo por la mayor gloria de Dios, el mejor medio, me parece, es adquirir el hábito de preguntaros en todas las cosas lo que Jesús pensaría, diría o haría en vuestro lugar, y pensar, decir y hacer lo que él haría... Para esto vino él entre nosotros, a fin de que nosotros tengamos un medio fácil al alcance de todos de practicar la perfección. No hay más que mirarle y hacer como él... Mirarle, imitarle, obedecerle y a través de esto unirnos a él en el amor, formando una cosa sola con él mediante la pérdida total de nuestra voluntad en la suya". Espiritualidad del amor de Jesús que se traduce en imitarlo.

Es fácil comprobar cómo ha cambiado a menudo la idea del seguimiento/ imitación de Cristo en la historia de la moral y de la espiritualidad cristiana. ¿Cuál es el sentido de ese cambio? La imitación de Cristo no es una simple actividad humana. Para comprender su valor, amarla y realizarla, es necesario estar ya (aunque aún no definitivamente) resucitados en Cristo. Martín Lutero precisaba: "Non imitatio fecit filios; sed filiatio fecit imitatores" (WA 2,518). Sólo por don gratuito del Espíritu es posible estar injertados en el Cristo integral. Esto significa que únicamente el Espíritu puede descubrirnos los misterios del Cristo resucitado, en el cual "están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 12,3).

El Espíritu injerta en el Cristo integral a cada uno de nosotros según una vocación carismática propia. Por eso varía entre los creyentes el modo espiritual de imitar a Cristo. El Espíritu, al distribuir de modo multiforme la imitación de Cristo, atestigua desde el presente la inagotable riqueza espiritual del Señor, aunque sin manifestarla íntegramente. Todo santo, aunque imitador de Cristo, debe considerarse un pobre que de algún modo carece aún del conocimiento y amor integral de su Señor. El santo ciertamente refleja el rostro del Señor por don recibido del Espíritu, pero siempre y sólo dentro de determinados límites, y en general también deformantes.

IV. Indicación ecuménica acerca del seguimiento/ imitación de Cristo

1. PREMISA. El Espíritu, sumamente rico en sus comunicaciones de amor, orienta al pueblo de Dios a insertarse en el Cristo integral, a ser un pueblo de hijos en el Hijo de Dios, a sumergirse y a participar de la experiencia trinitaria.

Las Iglesias de las diversas confesiones han formulado indicaciones propias sobre cómo los cristianos pueden disponerse a entrar en la paz trinitaria. Pero de hecho atestiguan que nos dividimos también cuando nos colocamos frente a Cristo, aunque sea el principio de la última unidad. El l ecumenismo es una gracia del Espíritu que nos empuja continuamente hacia la unidad en Cristo. ¿Conseguiremos alguna vez obtenerla en la tierra? La unidad en Cristo es un camino, no una realidad del todo adquirida.

El espíritu ecuménico invita a interpretar las indicaciones espirituales de cada una de las Iglesias no tanto como concepciones teológicas contrapuestas cuanto como concepciones integrables entre sí. Cada una de las indicaciones espirituales pone de relieve un aspecto del camino salvífico, que es tan rico que no soporta una expresión adecuada y exhaustiva mediante una única formulación teológica.

2. SEGUIMIENTO EN LAS IGLESIAS REFORMADAS DE OCCIDENTE. Según los protestantes, el hombre está radicalmente corrompido por el pecado original. Sólo la fe en Cristo salvador le predispone a acoger el don de la justificación y de la salvación personal. Toda realidad humana aparece absolutamente escindida y susceptible de aproximación contradictoria.

El aspecto ético positivo de nuestras acciones se funda en la sola gracia de Dios en Cristo, en la fe en la redención operada gratuitamente por el salvador. En todo mi obrar personal, en el esfuerzo mismo por imitar a Jesús, soy siempre pecador. La acción que yo realizo, aunque dictada por la caridad; por mi parte es sólo un acto roto, descompuesto; es acto de caridad sólo en virtud de la gracia.

No se trata de deducir el carácter moral de nuestras acciones de premisas de fe, ni presentar la fe en la salvación como consecuencia de actitudes éticas precisas. Somos siempre el hombre viejo, que sólo Cristo sabe transformar en hombre nuevo.

Lutero admite la imitación de Cristo, pero con una precisión que es fundamental. Estima él que es posible adherirse a Cristo de dos modos. "En primer lugar como a un modelo puesto ante ti y que debes seguir e imitar". Mas esto no nos hace todavía cristianos. La auténtica imitación de Cristo exige que, "antes de tomar al Señor como modelo, debes acogerlo y reconocerlo como un don, un regalo que te ha dado Dios, y hacerlo tuyo". "Por tanto, el que quiere conformarse a Cristo como a un modelo debe primero acoger en la fe que Cristo ha sufrido y ha muerto por él como signo divino (sacramentum). Por eso yerran gravemente las personas que intentan enseguida extirpar los pecados con obras y esfuerzos de penitencia y en cierto modo comienzan con el modelo (exemplum), donde en cambio deberían comenzar con el signo (sacramentum) divino" (WA 57, III, 114).

Recibido el don sacramental de Cristo; en palabras de D. Bonhöffer, la vida cristiana de imitación se reduce a ser una "simple obediencia al Señor. Si te basas también en algo distinto, introduces un principio escriturista no evangélico". El seguimiento de Cristo es una simple amplificación y profundización de la obediencia; incluye una fe que hace convivir con él, hasta el punto de amar también la cruz si él lo pide. El discípulo se esfuerza en hacer, no obras imponentes ni nuevas realizaciones, sino en mostrarse en todo uno con el querer del Señor.

Para Bonhdffer el seguimiento de obediencia es todo obra de la gracia, pero incluye también nuestro esfuerzo personal. Se califica como "gracia a caro precio" para nosotros. "Gracias a caro precio es el tesoro oculto en el campo, por amor del cual el hombre va y vende todo lo que tiene con alegría; la perla preciosa, para cuya adquisición el comerciante da todos sus bienes; el señorío de Cristo, por el cual el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; la llamada de Cristo Jesús, que empuja al discípulo á dejar sus redes y a seguirlo... La gracia es a caro precio sobre todo porque ha costado mucho a Dios; a Dios le ha costado la vida de su Hijo "habéis sido comprados a gran precio" y porque para nosotros no puede valer poco lo que a Dios le ha costado caro" (D. BONHVFFER, 23).

También para Calvino la imitación de Cristo se incluye en una doctrina de la elección. Únicamente porque estamos ya antecedentemente incorporados a Cristo por una decisión libre de la gracia divina, tenemos la posibilidad de imitarle; y esta imitación sella nuestra comunión con él.

Calvino observa que cuanto Dios Padre "inició en Cristo, su Hijo primogénito, lo prosigue con todos los demás"; hizo de la vida de Cristo una cruz continua para todos. "De ahí se sigue para nosotros un singular consuelo: superando todas las miserias que llamamos adversidad y maldad, tenemos comunión con la cruz de Cristo, a fin de que, como él entró en la gloria celestial a través de un abismo de mal, también nosotros lleguemos a través de diversas tribulaciones... Cuanto más seamos afligidos y soportemos los sufrimientos, con tanta mayor certeza nuestra comunión con Cristo recibe confirmación" (CALVINO, Istit., III, 8,1).

3. SEGUIMIENTO/ IMITACIÓN SEGÚN LA ESPIRITUALIDAD ORIENTAL.. Según el hesicasmo oriental, revestirse de Cristo no significa propiamente imitarlo, sino interiorizarlo, o sea, tomar conciencia de nuestra connaturalidad virtual con el HombreDios, actualizando la presencia total de Dios en la humanidad en su Hijo. La transformación en Cristo constituye no tanto la aplicación al hombre de los méritos de la encarnación y de la redención cuanto la prolongación en el hombre de la encarnación misma, ya que esta encarnación es perpetuada por el misterio eucarístico.

El mismo nombrar a Cristo es hacerlo presente. La invocación ferviente y concentrada del nombre de Jesús en el corazón es una prolongación de su encarnación; es una eucaristía interior. Por esta invocación consciente y voluntaria del nombre de Jesús "el corazón absorbe al Señor y el Señor absorbe al corazón". "Dios está presente a todas las cosas, pero no todas las cosas están presentes a él" (Dionisio Areopagita); a través de la oración del corazón el hombre -y a través de él el mundo- se hacen presentes a Dios.

La presencia de Dios en el mundo por inmensidad es elevada e introducida en la presencia de inhabitación de Dios en el hombre, a medida que el alma humana es reintegrada en la gracia y el corazón es iluminado por el Espíritu. Todo es conducido y se orienta hacia la presencia total de Dios ("presencia de unión hipostática): precisamente por esto san Pablo invita a "alcanzar la medida de la edad de la plenitud de Cristo" (Ef 4,13). Estamos llamados a secundar la plenitud cosmogónica de Cristo, a fin de poder exclamar con Pablo: "Ya no soy yo quien vive, sino es Cristo quien vive en mí" (Gál 2,20).

La théósis (divinización) hesicasta desemboca en la dimensión de la trascendencia irreducible del Dios personal. Por eso el santo no cesa de tender hacia Dios. La vida trinitaria, como gracia increada, se presenta como un fin jamás alcanzado definitivamente y que resulta tanto más trascendente cuanto más nos elevamos en él. No existe una contemplación total de la omnipotencia de Dios. El hesicasmo estima luciferina la aspiración a un estado espiritual coextensivo a la esencia divina porque Dios (al decir de Evagrio Pontico) es contemporáneamente el único inteligible y el inaccesible; la fuente incognoscible y el fin de todo conocer; el misterio que nuestro conocimiento no aclara, siendo él quien aclara nuestro conocimiento. He ahí por qué estar en Cristo es siempre un estar en camino; no sólo con él, sino hacia él; un imitarlo en la convicción de deber seguir aprendiendo a imitarle. El alma, cuando llega a los confines superiores del conocimiento, percibe plenamente que Dios es inaccesible.

4. SEGUIMIENTO/IMITACIóN DE CRISTO EN LA TEOLOGÍA CATÓLICA. Según la teología católica, el creyente, justificado en sentido pascual por el Espíritu, se hace capaz de realizar acciones virtuosas a imitación de las del Señor Jesús. Todo el pueblo de Dios está obligado en la Iglesia sacramento a vivir la experiencia pascual de la caridad de Cristo. En virtud del Espíritu de Cristo, el mismo conjunto de las normas morales es arrancado de su carácter puramente humano natural para convertirse en ley evangélica, en normativa cristiana; de modo que en todo su obrar ético el creyente es invitado a escrutar si y cuándo su acción está conforme con el modelo espiritual. Él vive una vida nueva mantenida por la gracia y por la palabra de Cristo. En las mismas actividades mundanas y profanas el cristiano, siendo hombre nuevo, es un imitador de Cristo; se confronta con el evangelio para encontrar en él una indicación sobre la intención espiritual que debe nutrir para indagar si y cómo sus acciones son buenas en relación a la Palabra.

Este enfoque evangélico de la ética cristiana caracterizó la época de la Iglesia primitiva y a la de los Padres, aunque con modalidades e intensidades diferentes. En la ética de la escolástica la perspectiva del seguimiento/imitación de Cristo queda algo marginada. Más que la lectio divina, se establece como predominante la indicación ética propuesta por la filosofía aristotélica. La confianza primera se coloca en la razón con su proceder científico. El hombre adquiere el dominio del bien y del mal. Confortado por la presencia de la gracia de Dios, obra por sí, juzga por sí, se encamina de modo autónomo` por los caminos de la justicia. El seguimiento/ imitación de Cristo se deja a la espiritualidad, situada en un grado que está por encima del esfuerzo moral; se la caracteriza como vía iluminativa de los adelantados. Como supuesto del seguimiento/imitación de Cristo se coloca la libre elección del alma para un estado de perfección [/ Consejos evangélicos (del cristiano)].

En la época contemporánea se ha sentido la necesidad de remitir la ética a la perspectiva cristiana de la imitación/ seguimiento de Cristo. El Vat. II lo ha confirmado de modo auténtico: "Téngase especial cuidado en perfeccionar la teología moral, cuya exposición científica, nutrida con mayor intensidad por la doctrina de la Sagrada Escritura, deberá mostrar la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo y su obligación de producir frutos en la caridad para la vida del mundo" (OT 16).

V. Cómo actualizar en moral el seguimiento/imitación de Cristo

Enfocar la ética cristiana según el seguimiento/ imitación de Cristo significa poner a Cristo Jesús en el centro de la vida propia. Isabel de la Santísima Trinidad se expresaba así: "No quiero vivir mi vida propia, sino ser transformada en Jesucristo, para que mi vida sea más divina que humana, de modo que el Padre -inclinándose sobre mí- pueda reconocer la imagen del `Hijo querido en el cual he puesto todas mis complacencias' (2Pe 1,17), una imagen viva, expresiva del primogénito, del Hijo eterno, de aquel que ha sido la perfecta alabanza de la gloria de su Padre".

Jesucristo, al darnos la posibilidad de insertarnos en su misterio pascual (Rom 6,i-I l), quiso que tuviéramos como guía no una moral a manera de condensación de prescripciones y leyes, sino sus actitudes virtuosas. La imitación pascual de Cristo es posible, ya que el Espíritu nos otorga participar en la vida mistérica de Cristo mismo mediante los sacramentos y la escucha de la palabra de Dios. El sacramento nos hace convivir en la pascua de Cristo (Rom 6,111), nos constituye ontológicamente en nuevas criaturas (2Cor 5,17; Ef 2,15) y miembros de su cuerpo místico (ICor 12,13), nos permite seguir a Jesús llevando nuestra cruz a su lado (Mc 8,34; Mt 10,38; Lc 14,27).

He ahí por qué Pablo podía sugerir: "Sed imitadores de Dios, como hijos muy amados. Vivid en el amor, siguiendo el ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros a Dios como ofrenda y sacrificio de olor agradable" (Ef 5,1-2). E insistía: "Tened en vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Flp 2,5).

El seguimiento/ imitación está arraigado en el designio de Dios Padre de actualizar el pléróma de Cristo (Ef 1,23). El Señor resucitado está completo únicamente al pneumatizar (en el sentido de la caridad pascual) toda carne diseminada en la historia humana. Todo cristiano no es más que un rasgo del rostro de Cristo, y este rasgo es contemporáneamente un nuevo esplendor del Señor.

¿En qué comportamientos principales se traduce el seguimiento/imitación personal de Cristo en el Espíritu? Ante todo en la participación en la liturgia eclesial, en la cual se celebran y reactualizan los misterios del mismo Cristo. En y mediante la liturgia, el Espíritu nos constituye en el seguimiento de Cristo, imprimiéndonos sus rasgos espirituales. En segundo lugar mediante la lectio divina, ya sea meditando palabras, sentimientos y acciones de Cristo descritos en el evangelio, ya al contemplar los misterios del Verbo encarnado, que en él permánecen como estados interiores y disposiciones perennes. En tercer lugar uniformando nuestra actividad con el estado pneumático de Cristo, uniformización que los sacramentos de la Iglesia realizan en nosotros y en los cuales la Palabra meditada nos ilumina. Estos tres comportamientos, en efecto, no pueden ser independientes el uno del otro; producen sus frutos mejores sólo si actúan conjuntamente.

Ciertamente nadie puede pretender encarnar en sí mismo toda la espiritualidad de Jesús y de modo auténtico. El mismo discípulo santo queda siempre ofuscado por sus límites. Sólo Jesucristo es la norma absoluta. El seguimiento/imitación de Cristo se traduce no en hacer cosas, sino en uniformarse a Cristo hasta el punto de ser viva memoria suya; en ser hombres y mujeres proféticos en el hoy de su pascua; en hacernos miembros cada vez más profundamente introducidos en su cuerpo integral mediante la oración y la ascesis.

[/Ascesis y disciplina; /Consejos evangélicos (del cristiano); /Conversión; /Gracia; /Ley nueva; /Parénesis; /Santificación y perfección].

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T. Goffi