ÉTICA NARRATIVA
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO: I. Narración de la historia e historia de la narración en teología. II. ¿Teología de la narración? III. Condiciones de la ética narrativa. IV. Narraciones ejemplificativas.

 

I. Narración de la historia e historia de la narración en teología

Cuando A. Danzo publicó su Analytical Philosophy of History (Cambridge 1968) desde luego no pensó que algunas de sus intuiciones habrían de ser asumidas en teología y que conseguirían desarrollarse dentro de las distintas disciplinas teológicas. Su propuesta de narrar la historia surgía de la imposibilidad de describir totalmente cada acontecimiento histórico concreto, sus causas determinantes y sobre todo sus repercusiones en los acontecimientos futuros. Aun cuando fuese posible recoger todas las relaciones de un acontecimiento histórico del pasado con los precedentes y consecuentes, no seríamos capaces de prever su relación con los acontecimientos que ocurrirán más tarde. La historia es pasado, presente y futuro; es difícil describir en su totalidad los acontecimientos pasados y presentes; es imposible describir su nexo de unión con los acontecimientos futuros, aunque las repercusiones de un acontecimiento ya realizado puedan incidir mucho en los acontecimientos todavía no realizados. Por esto, afirma Danto, la historia sólo puede ser narrada.

 Su filosofía de la historia contiene, desde luego, algunos elementos de verdad. Aun procediendo de teorías filosóficas de tipo decisionista, inaceptables desde otras perspectivas e insostenibles si se aplican a otros aspectos del saber [l Metaética], señala la incapacidad humana de anudar todos los hilos conductores de la historia: se escapan los acontecimientos pasados, presentes y, con mayor razón, los futuros; se nos escapa la relación que da origen a los distintos acontecimientos y su relación entre ellos.

La propuesta de Danto suscita un gran interés en la teología y es asumida como una propuesta de narrar el acontecimiento de Cristo y su inagotable repercusión dentro de la historia humana, por el hecho de que es humanamente imposible describir, haciéndonos eco de Ef 3,18, "la anchura, altura y profundidad" del amor de Cristo.

La narración se convierte así en el vehículo lingüístico para la transmisión de la inmensidad del acontecimiento Cristo. Se elaboran cristologías que tienden no tanto a reflexionar teológicamente sobre el misterio de la persona de Cristo cuanto más bien a transmitir, a partir de unas visiones teológicas precisas, de un modo accesible al hombre de hoy -creyente y no creyente-, el sentido de este misterio para la existencia terrena y no sólo terrena.

También en el campo de la teología moral la propuesta filosófica de Danto suscita un gran interés y promueve reelaboraciones análogas a las del contexto puramente teológico. Desde esta perspectiva ética no se piensa tanto en la imposibilidad de transmitir los contenidos morales como especialmente en la mayor capacidad incisiva que adquieren cuando se presentan en lenguaje narrativo.

La propuesta de una ética narrativa se traduce en concreto en una nueva lectura, interpretación o representación del pensamiento ético de un autor o del mensaje ético que está presente en una obra literaria o cinematográfica. Descubrimos que hasta Cristo, por no remontarnos al AT, utilizaba el lenguaje narrativo para transmitir mensajes de tipo teológico o simplemente moral. Las parábolas, las alegorías, las imágenes que enriquecen y adornan sus discursos son lenguaje narrativo. A partir de esto resulta fácil luego plantear una propuesta, ya no de una simple reformulación de los contenidos morales, sino más bien de una teología de la narración ética (J más adelante, II).

Fascinados por la fuerza seductora de la orientación narrativa, algunos teólogos moralistas reproponen el mensaje ético de obras literarias medievales, aunque no prestan mucha atención a la posibilidad de "volver a repetir otra vez algunas etapas... de la historia de la moral". Más bien parecen pensar en volver a recorrer "la historia de la literatura y del arte, para redescubrir cómo muchas veces estas disciplinas han dialogado provechosamente con la ética filosófica o la teológica, marcándose objetivos éticos" y dedicándose a "identificar los distintos modelos éticos presentes en la poesía, en la pintura, en la escultura, etc. del pasado" (S. PRIVITERA, Da itinerario estetico..., 110).

Los contenidos morales, como los teólogicos y culturales en general, no han esperado al siglo xx para estar representados narrativamente. En la Biblia como en las obras de Hornero, en las fábulas de Esopo o en la pintura de Miguel Ángel, en los mosaicos normandos como en la producción cinematográfica contemporánea es posible captar un mensaje moral. Más aún: muchas veces los autores de estas obras de arte se comprometen explícitamente a la transmisión de tales mensajes. Pero es que, aunque el autor no se plantee explícitamente su transmisión, es muy difícil encontrar una obra de arte que sea totalmente neutra desde el punto de vista moral. El mismo hecho de la transmisión de un ideal de belleza a través de la escultura o la pintura se realiza siempre en el conjunto de una jerarquía de valores estéticos que tiene su repercusión en el planteamiento moral.

Que el teólogo moralista, por no hablar del teólogo en general, piense quizá que debe dedicarse más a la producción de reflexiones teológicas que a transmitirlas de un modo accesible a los no habituados a los trabajos de reflexión, no significa que otros no se preocupen de transmitir narrativamente los contenidos elaborados por el teólogo. ¿Cómo infravalorar, por ejemplo, la teología ilustrada (quizá narrada) por medio de la misma arquitectura de las iglesias góticas o normandas? ¿Y cómo no tomarse muy en serio el mensaje moral del Juicio universal de Miguel Ángel o el de la Divina comedia de Dante? En cuanto obras maestras, estos trabajos alcanzan la cima de la unión entre elementos estéticos y elementos éticos, aunque también en otras muchas obras está presente, si bien de un modo más tenue, el mismo mensaje religioso o moral.

La ética narrativa no es un descubrimiento de hoy. El teólogo moralista puede, pues, servirse también del lenguaje narrativo, pero respetando siempre las características propias de este lenguaje y las condiciones que lo aconsejen (t más adelante, III).

II. ¿Teología de la narración?

El teólogo moralista puede verse inducido a pensar que hace teología moral sólo porque, siguiendo el modelo de Cristo, narra algunos contenidos morales. Puede ser inducido a esto precisamente por el teólogo, es decir, por quien debería disuadirlo de tal propósito.

Se da el caso, en efecto, de que la fórmula "narración de la teología" la considere algún teólogo equivalente a "teología de la narración", y que sobre la base de este principium subreptionis piense que puede fundamentar semejante reflexión teológica.

"La teología de la narración se esfuerza en resaltar el amor partícipe de Dios que se ha manifestado en Jesús; un amor que crea, sostiene y lleva a su culminación todas las historias parciales, incompletas e imperfectas que los hombres y las mujeres se cuentan entre sí" (J. NAVONE y T. COOPER, Narratori della Parola, 14).

No creo que sólo la teología de la narración trate de hacer evidente el amor de Dios por los hombres. Más bien creo que toda la teología se esfuerza en hacerlo. En este sentido toda la teología debería ser considerada "teología de la narración"; y la categoría de la narración, si es que admitimos que se trata de categoría, debería ser aplicada a toda reflexión teológica.

Si además la reflexión teológica se hace "teología de la narración" precisamente porque hace evidente el amor de Dios, entonces sólo se dará auténtica narración en teología y se podrá decir también que lo específico de la teología y de la narrativa coinciden en último análisis.

El problema no es de difícil solución. Como tantos otros problemas, éste nace de los equívocos sobre la polivalencia de algunos términos cuando son utilizados con diferencias semánticas. La fórmula "narración de la teología", en efecto, no indica lo mismo que "teología de la narración". En el primer caso "teología" no significa "estudio de las verdades sobre Dios", sino "verdades sobre Dios". El genitivo objetivo remite a los contenidos de la reflexión teológica y, por lo tanto, deja bien claro que se trata de "narrar" dichos contenidos. En el caso de la "teología de la narración", en cambio, "teología" indica "lo específico" de la reflexión, su carácter "teológico", y da a entender claramente la dimensión específicamente teológica de la narración en cuanto tal; esta dimensión teológica se referiría menos a los contenidos o al objeto de la narración y más a las modalidades narrativas con la que estos contenidos se transmiten.

La solución del problema, que además constituye el planteamiento auténtico en el que se puede y se debe encuadrar la reflexión sobre la teología narrativa, consiste en distinguir el objeto narrado de las modalidades narrativas con las que se transmite; en pensar no en las modalidades narrativas de hacer teología, sino en las modalidades narrativas para transmitir los contenidos teológicos; en comprender lo de hacer teología narrativa no en el sentido de fundamentar narrativamente la reflexión teológica, sino en el sentido de comunicar narrativamente las reflexiones elaboradas en él a partir de las propias fuentes.

Esto vale para la teología en general y vale también, obviamente, para la teología moral. Con la teología narrativa no se ha descubierto -como indica claramente el título de algún trabajo- un método nuevo de hacer teología moral o teología en general, sino que se ha recuperado, si se puede hablar de recuperación, un modo antiguo de trasladar y transmitir lingüísticamente el mensaje teológico o moral.

Los mismos autores antes citados escriben en la misma página que "la teología de la narración utiliza la categoría de narración para dar nueva vitalidad a la verdad teológica a través de una comprensión nueva, actual, de la realidad personal y social en toda su concreción".

Esto no significa carácter teológico de la narración, sino carácter narrativo de la reflexión teológica; ya no unicidad narrativa de la teología, sino su transmisión narrativa; no identificación de los contenidos con las modalidades de su transmisión, sino distinción de la teología en cuanto reflexión sobre el misterio del amor de Dios hacia el hombre de la teología en cuanto narración o vehículo lingüístico de transmisión del objeto sobre el que ha reflexionado.

Dentro de este planteamiento nada prohibe que el mismo teólogo se proponga transmitir narrativamente el contenido teológico que él mismo u otros teólogos han elaborado. La teología, especialmente si se entiende como reflexión sobre el amor de Dios al hombre, no es patrimonio exclusivo del teólogo, sino que es y debe llegar a ser cada vez más patrimonio del hombre amado por Dios o fe vivida por y en la Iglesia.

Al marcarse este objetivo, en sí mismo loable, el teólogo no debe dejar de tener en cuenta las perspectivas en las que se encuadra su reflexión.

III. Condiciones de la ética narrativa

Si en el párrafo anterior hemos visto la perspectiva estrictamente teológica, que por vía de analogía puede aplicarse fácilmente a la reflexión teológica, ahora nos adentramos en la perspectiva ético-teológica, y podemos decir que, manteniendo la misma analogía, las reflexiones que aquí se elaboran podrían ser aplicadas también al contexto teológico.

Reformular o representar en términos narrativos los contenidos morales es posible siempre, con tal de que se tenga en cuenta sobre todo el contexto, más o menos científico, en el que se habla y se escribe. El uso del lenguaje narrativo en un contexto científico tiende a la clarificación de los conceptos que se están elaborando y de las diferencias que se introducen, o a servir de modelo ejemplar de cuanto se está afirmando. En un contexto científico, la finalidad del lenguaje narrativo no puede ser hacer más comprometedor el mensaje que se pretende transmitir, sino hacerlo lo más claro posible a la percepción intelectual de quien escucha o lee. En este sentido la narración se puede utilizar todas las veces que se considere que, mediante el uso de imágenes, parábolas o cuentos que sirven de ejemplo, se aclara mejor lo que se quiere decir.

Este uso de la narración es exclusivamente intelectual; se habla a la inteligencia del otro y nos servimos de la narración para explicitar mejor los propios argumentos y reflexiones teóricas. Se puede recurrir a él tanto en un contexto de fundamentación de las normas morales [l Ética normativa], como en un contexto de explicatio terminorum y del tratamiento de los problemas de segundo grado [l Metaética].

Obviamente, el contexto aclarativo de los términos usados o de la reflexión no es exclusivo del planteamiento científico. Continuamente en los diálogos cotidianos tenemos que aclarar, explicar mejor, explicitar lo que estamos diciendo; y para conseguir ese objetivo con la misma frecuencia, recurrimos al poema, a una imagen artística o a un proverbio popular.

Pero el diálogo interpersonal no se compone sólo de intercambio de ideas con pretensión intelectual. En la relación interpersonal pretendemos también comunicar al otro algo que afecta a su voluntad más que a su inteligencia, no pretendemos hablar a su razón, sino a su corazón [1 Parénesis]. Pues también en este ambiente puede utilizarse el lenguaje narrativo. En este caso la imagen poética, la narración popular o la máxima y el proverbio sirven para interesar plenamente a quien escucha; no se pretende explicar o aclarar, sino estimular la disposición interior de quien escucha para que se adhiera profundamente a lo que ya conoce y que de nuevo le es presentado con esa imagen o esa narración.

En otras palabras, se puede decir que el uso del lenguaje narrativo en un ambiente académico tiene una finalidad distinta del uso que se hace de él en la homilía del domingo, precisamente porque la reflexión del aula universitaria está estructurada y orientada de modo intelectual sobre todo (si no exclusivamente), mientras que el de la homilía dominical tiene como finalidad la conversión del corazón, la exhortación a un compromiso moral y religioso más coherente y auténtico.

Una vez que hemos aclarado que la ética narrativa, análogamente a la teología narrativa, consiste en el modo de presentar -por medio de la narración precisamente- los contenidos morales, y no en la fundamentación narrativa de la ética; y teniendo en cuenta que el lenguaje narrativo puede utilizarse para transmitir contenidos dirigidos tanto a la inteligencia como a la voluntad, el uso de este lenguaje no tiene por qué constituir un problema para la ética y puede ser de gran ayuda en cualquier proceso de transmisión conceptual o exhortativa.

La narración, tanto en ética como en teología, crea problemas cuando se usa fuera de lugar y en momentos inoportunos. Lo mismo que no nos gustaría que un teólogo en clase, en lugar de explicarnos el misterio de las dos naturalezas y de la única personó de Cristo; se dedicase a exhortarnos para que pos dejásemos abarcar por este misterio para vivirlo en la existencia cotidiana, tampoco a otros les gustaría que el teólogo moralista en vez de argumentar y utilizar'el lenguaje narrativo para aclarar más sus argumentos lo utilizase para exhortarlos a vivir moralmente.

IV. Narraciones ejemplificativas

Las ejemplificaciones del uso del lenguaje narrativo en ética, como en teología, son múltiples. Basta pasar las páginas del NT para darse cuenta de cómo el mismo Cristo se servía de las imágenes y parábolas para presentar del modo más accesible posible a sus oyentes las verdades de fe, para aclarar el significado de los términos usados o para estimularlos a vivir de un modo moral y religiosamente irreprensible. ¿Para qué, si no, la imagen de la vid y los sarmientos sino para hacer comprensible, en lo posible, a la inteligencia el misterio de la unión de los bautizados con quien les ha salvado? ¿Para qué sirve la parábola del buen samaritano sino para explicar al interlocutor que quería poner a prueba a Jesús el significado del término "prójimo"? ¿Para qué sirve esta misma parábola sino para preparar la exhortación final: "ve y haz tú lo mismo"? ¿Para qué sirve la parábola del hijo pródigo sino para dar a conocer intelectualmente el amor misericordioso del Padre celestial, y después estimular, aunque sin exhortación verbal explícita, a confiar siempre en el perdón de Dios?

Como en el evangelio, también en la realidad cotidiana de los distintos contextos lingüísticos se puede recurrir al lenguaje narrativo elaborando una narración nueva, volviendo a proponer lo que otros ya habían elaborado antes o releyendo el mensaje moral de algunas obras literarias, cinematográficas, etc., para luego explicitarlo y mostrar toda su importancia. Y todo esto puede hacerse lo mismo para una aclaración intelectual de lo que se quiere decir que para animar la voluntad de alguien.

En definitiva, el problema de lá ética narrativa, como el de la teología narrativa, no es un problema ético-filosófico, como tampoco lo es ético-teológico. Es sólo un problema narrativo, es decir, un problema del lenguaje que se ha de utilizar o del modo de transmitir los contenidos teológico-morales. Si lo que se quiere es volver a presentar el mensaje moral de algunas obras literarias o artísticas en general o de las mismas parábolas del evangelio, hay que remitirse al problema hermenéutico de la interpretación que habrá de dar a este mensaje; si se quiere volver a proponer en términos narrativos el mensaje elaborado por las distintas materias y actualizarlo para la cultura contemporánea, el problema entonces es el de saber inventar la narración más apropiada para la transmisión del mismo mensaje o el de saber ser poetas, novelistas, pintores, escultores o directores de cine. La necesidad de usar el lenguaje narrativo tanto en teología como en la ética teológica nace fundamentalmente al servicio de esta actualización del mensaje religioso o moral. No hay que considerarlo el único lenguaje de la teología, moral o no, y ni siquiera el más apropiado, ni tampoco como el único lenguaje humano. Es, y sigue siendo, uno de los posibles lenguajes de las ciencias teológicas, junto a tantos otros lenguajes que caracterizan las relaciones de comunicación interpersonal.

No hay que olvidar, finalmente, que el mensaje religioso y el moral se testimonia y transmite sobre todo mediante su encarnación en la vivencia histórica de cada una de las personas, y que esta encarnación es su mejor actualización. La narración más bella que podamos inventar es la de ser con nuestra propia vida "narradores de la Palabra".

[/Epistemología moral; /Ética descriptiva; /Ética normativa; /Parénesis].

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S. Privitera