DECÁLOGO
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. Historia de la tradición. 

II. Análisis. 

III. Significado: 
1. Decálogo, historia y pacto; 
2. En el judaísmo tardío; 
3. En el Nuevo Testamento 
4. En la Iglesia antigua; 
5. Para el creyente de hoy.

 

El decálogo trae su denominación de la tradición patrística (el término griego dekálogos aparece por primera vez en IRENEO, Adv. Haer. 4,15,1, y en To1.011150, Ep. ad Floram 3,2), mientras que en la Biblia se usa la expresión "las diez palabras" de Yhwh (cf Éx 34,28; Dt 4,13; 10,4: textos analizados a fondo por M. LESTIENNE, Les dix "paroles" 484-492). En los textos bíblicos se presenta la lista de los diez mandamientos, que constituyen la base de la alianza de Dios con su pueblo en el Sinaí. El número no se justifica por un pretendido valor simbólico; parece más bien tener una función pedagógica, pudiéndose numerar los mandamientos con los dedos de las manos (así H. GUNKEL, Die altorientalischen fiteraturen, 75).

I. Historia de la tradición

Hoy poseemos dos redacciones escriturísticas del decálogo en Éx 20,217 y en Dt 5,6-21. El texto de Éx se encuentra incluido en la narración elohísta de la revelación divina del Sinaí (cc. 19-24), que se remonta al siglo vlii. El decálogo de Dt forma parte del código deuteronómico, que comprende los capítulos 5-26 del libro, y que se remonta al siglo vii. Poniendo los dos textos en paralelo se pueden notar fácilmente algunas diferencias, unas más significativas que otras; en total, 20. Entre las más importantes hay que destacar la del descanso sabático, que en Éx se basa en la acción creadora de Dios, que trabajó durante seis días y descansó el séptimo, mientras que en Dt se evoca la estancia de las tribus israelitas en tierra de Egipto y la esclavitud. El mismo mandamiento del descanso sabático es introducido de manera distinta: Éx obliga a "acordarse" del sábado, mientras que Dt añade "observar" el día séptimo. En el último mandamiento, la redacción de Dt pone delante a la mujer del prójimo respecto a su casa como objeto de "concupiscencia", mientras que Ex enumera a la mujer entre los bienes que pertenecen al prójimo. No es el momento de tomar nota de otras diferencias.

Dejando de lado las características de cada una de las dos redacciones y las ampliaciones del Dt, es posible reconstruir un texto del decálogo que constituya el fondo común de las redacciones bíblicas (Grundfoxm en alemán). Pero no conseguiremos una versión del decálogo que pueda reivindicar ser la matriz de nuestras dos redacciones, porque es fácil encontrar en el fondo común la impronta del lenguaje típico de la tradición deuteronomista a la que se remonta Dt 5,6-21, y que posteriormente ha reelaborado el texto de Éx 20,2-17. Mucho menos se podría conjeturar que tenemos la forma original del decálogo (Urform en alemán). Además, se nota que Éx 20,2-17 ha sido incluido de modo forzado en la narración elohísta de la alianza del Sinaí (Éx 19-24), porque no es continuación de lo anterior. Efectivamente, la conclusión del capítulo 19 tiene su continuidad lógica en el capítulo 24. Nuestro decálogo y el llamado código de la alianza (Ex 20,22-23,33) son inclusiones en la trama de la narración. Lo que significa que la redacción del decálogo de Éx 20,2-17, aun perteneciendo a un bloque de origen elohísta del siglo vln, no es elohísta en la forma en que nos ha llegado a nosotros. Tanto la redacción del Dt como la del Ex en su forma actual se remontan no más allá del siglo vil, y propiamente son un texto de tradición deuteronomista. Estamos, por lo tanto, muy lejos de los tiempos del Sinaí y de Moisés. Sin embargo, no es imposible remontarse en el tiempo y trazar la larga historia que hay detrás del decálogo presente en Éx 20,2-17 y en Dt 5,621. Esto nos permitirá también ver cómo la historia del decálogo no acabó con la redacción deuteronomista del siglo vn, sino que continuó con la existencia de Israel hasta la interpretación última y definitiva en Cristo. El decálogo ha sido una realidad dinámica, en continua evolución según las exigencias del tiempo y la fe del pueblo.

El texto del decálogo común a Éx y Dt aparece poco homogéneo desde el punto de vista formal; mientras los dos primeros mandamientos (prohibición de adorar a otros dioses y de hacerse estatuas de la divinidad) son presentados en primera persona como expresados por Dios, todos los demás son propiamente sólo palabra profética, anunciadora de la voluntad de Dios, que aparece en tercera persona. Además, sólo dos mandamientos (el del descanso sabático y el de honrar a los padres) están expresados en forma positiva; los demás aparecen en forma negativa, es decir, como prohibiciones. Una tercera constatación: algunos mandamientos son enunciados en forma breve y sintética (p.ej., "No matarás", "No cometerás adulterio", "No robarás', mientras que otros tienen una formulación más analítica y llena de motivaciones (p.ej., el mandamiento del descanso sabático y la última prohibición de "desear" la casa del prójimo, la mujer del prójimo, su esclavo, su esclava, su buey, su asno).

1) Por estos aspectos formales, una corriente de especialistas, como, por ejemplo, J.J. Stamm, E. Nielsen y últimamente A. Lemaire, creen poder afirmar que la forma positiva y la formulación desarrollada y analítica son resultado de elaboraciones y actualizaciones sucesivas de un decálogo más antiguo, expresado de un modo uniforme en una serie de prohibiciones absolutas, incondicionales, muy breves, del mismo tiempo, por ejemplo, que el mandamiento "No matarás". Sobre la datación de un Urdekalog así no faltan quienes lo hacen remontar al tiempo de Moisés, o al menos a la época de la primera sedentarización de las tribus israelitas en la tierra de Canaán (cf, p.ej., G. Botterweck, G. von Rad, A. S. Kapelrud), mientras otros, como S. Mowinckel, se inclinan por una época más reciente, por ejemplo, en tiempo del profetismo clásico.

En particular, los defensores de la hipótesis de un decálogo original piensan en una Urform como la siguiente: -No adorarás a otro Dios; -No te harás ninguna imagen de Dios; -No nombrarás a Dios en vano; -No trabajarás en sábado; -No maldecirás a tu padre y a tu madre; -No matarás; -No cometerás adulterio contra tu prójimo; -No secuestrarás a tu prójimo; -No serás falso testigo contra tu prójimo; -No "desearás" la casa de tu prójimo.

Se cree que la diferencia formal entre los dos primeros mandamientos (expresados en primera persona) y los otros (en tercera persona) indica un origen distinto. Los dos primeros serían la expresión más original y típica de la fe de las tribus israelitas en Yhwh, que no admite junto a sí culto ni adoración de otros dioses y que no tolera ser encerrado en una estatua. Se trata de prohibiciones que constituyen un caso único en la historia de las religiones y, especialmente, desconocidas en el área cultural del Medio Oriente antiguo. De ahí que sea necesario buscar su fuente en la fe israelita (cf G. von Rad). No así, en cambio, para los otros mandamientos del decálogo. De la literatura egipcia, especialmente del Libro de los Muertos, hay paralelismos muy significativos, que se remontan a una época muy arcaica, premosaica. Además, analizando las prohibiciones del decálogo, parece probable que se trata de expresiones éticas típicas de los clanes, en concreto de los clanes israelitas que se fueron.uniendo para formar el pueblo de Israel (cf E. Gestenberger). No es, pues, arriesgado, según la hipótesis de G. Botterweck, aunque él lo haga dando rienda suelta a su creativa imaginación, pensar que fuera el mismo Moisés, educado en las escuelas de los escribas egipcios, quien diera forma a la ética propia de los clanes israelitas y, uniendo estas prohibiciones a las exigencias fundamentales de la exclusiva adoración de Yhwh y de la prohibición de las imágenes, haya marcado el nacimiento del decálogo, entendido globalmente como expresión de la voluntad de Yhwh en el pacto sellado con el pueblo de Israel. La ética de los clanes pasó, de esta forma, a ser mandamiento del Dios de la alianza.

A partir de este remoto momento, el decálogo entró a formar parte de la vida y la historia de Israel, no quedando como una ley inmutable, sino desarrollándose según las situaciones nuevas que surgían y según el progreso de la fe del pueblo (cf, p.ej., H. Haag). Ámbito privilegiado de esta vida del decálogo fue el culto. Cada siete años las tribus israelitas, unidas en la federación religiosa en torno a la fe de Yhwh, renovaban el pacto con su Dios (cf Dt 31,10-13), proclamando y actualizando siempre los mandamientos. La predicación profética (p.ej., Os 4,2) exhortaba a la fidelidad a las exigencias del pacto del Sinaí y encontraba nuevas aplicaciones de los mandamientos de Dios a la realidad cambiante. La llamada predicación deuteronomista de los círculos levíticos del reino del Norte incluyó en la tradición judía la riqueza propia del culto y de la fe de las tribus del Norte. Se originó así el código deuteronomista (Dt 5-26), que se caracteriza por su teología desarrollada de la ley entendida como palabra viva de Yhwh. A esta corriente de espiritualidad, que podemos fijar en los siglos vn y vi, se deben las precisiones contenidas en los mandamientos sobre las imágenes de Dios, sobre el descanso sabático y sobre el respeto a la propiedad del prójimo, la reelaboración del primer mandamiento convertido ahora en la prohibición de la adoración y del culto a los ídolos, la motivación de la prohibición de invocar a Dios para un testimonio falso, la referencia al período egipcio de esclavitud como base del mandamiento del descanso sabático, la promesa de larga vida a los hijos respetuosos con sus padres.

Tampoco hay que olvidar la influencia de la corriente sapiencial, a la que se puede atribuir la formulación positiva de los mandamientos que se refieren al descanso sabático y al honor debido a los padres, cambio introducido con la intención de ampliar el ámbito de los mandamientos (cf E. Nielsen). La tradición sacerdotal puesta por escrito durante el exilio en Babilonia (siglo m), no estuvo al margen; es seguro que a ella se debe la motivación del descanso sabático propia del texto del decálogo en la formulación de Éx (cf 20,11).

2) Sin embargo, hoy prevalece otra orientación en la investigación histórico-literaria, que considera de escaso o nulo valor científico la reconstrucción de una Urform del decálogo, puesto que se basa en presupuestos subjetivos, como la conjetura de que haya existido un Urdekalog, es decir, una lista original de los diez mandamientos, formulados de manera apodíctica, negativa y sobre todo muy breve, y la suposición de que las formulaciones positivas y desarrolladas de los mandamientos del decálogo son resultado de un desarrollo posterior que tendría su punto de partida lejano en un decálogo formal y literariamente homogéneo y sintético (cf, p.ej., A. Jepsen, G. Fohrer, N. Lohfink, H. SchüngelStraumann, L. Perlitt, F.L. Hossfeld, C. Levüi). Se limita intencionadamente a explicar las dos recensiones del decálogo de Ex 20 y de Dt 5, sus numerosas y marcadas semejanzas y sus importantes y no pocas- diferencias. Una concordia discors semejante a la que se realiza en los evangelios sinópticos y que admite dos explicaciones fundamentales: la existencia de una Grundform común del decálogo, fuente de Éx 20 y Dt 5, como mantienen muchos especialistas pertenecientes a las dos tendencias indicadas antes (cf en particular para la primera y la segunda, repectivamente, A. Lemaire y N. Lohfmk), o también la hipótesis de la dependencia de un decálogo respecto al otro, de Éx 20 respecto a Dt 5 (más exactamente respecto a la tradición deuteronomista), como sostiene con fuerza F.L. Hossfeld, o de Dt 5 respecto a Éx 20 (cf C. Levin).

En la investigación histórica con esta segunda orientación, iniciada recientemente, se distinguen normalmente el decálogo como lista de diez mandamientos, formado en un tiempo relativamente reciente, y las microunidades literarias que ahora lo componen y que marcaron su prehistoria. Desde esta perspectiva, la atención se ha centrado rápidamente en los tres mandamientos expresados en forma negativa, breve e idéntica de Éx 20 y Dt 5: "No matarás", "No cometerás adulterio", "No robarás". La particularidad que los distingue y el hecho de estar seguidos parecen reclamar un origen distinto (¿y anterior?) al de todo el resto del decálogo. Tanto más que esta tríada de verbos se halla presente también en Os 4,2 y en Jer 7,9, aunque como forma de enumerar las infidelidades del pueblo. También los dos primeros mandamientos forman un bloque unitario, caracterizado por la expresión directa de Dios en primera persona (yo-tú), bloque atestiguado en el llamado "decálogo" cultual de Éx 34 (cf w. 14ss). La pareja formada por los mandamientos del descanso sabático y del respeto a los padres está atestiguada en otros textos bíblicos, exactamente en la ley de santidad (Lev 19,3). Por otra parte, en Jer 7,9, junto al trío antes mencionado, encontramos los motivos temáticos del primer mandamiento y de la prohibición del perjurio. El descanso sabático aparece también en Éx 23,12 (código de la alianza) y en Éx 34,21 ("decálogo" cultual).

Pues bien, nuestro decálogo habría surgido de la combinación de estas unidades preexistentes y de la añadidura de este o aquel mandamiento, que faltaría en la lista de los diez. Sería, por lo tanto, un decálogo reciente, no anterior al siglo vli, como lista de las "diez palabras", mientras que sus elementos constitutivos serían más antiguos. También sería reciente su inclusión en la narración histórica de la teofanía del Sinaí, entre los capítulos 19 y 24 del actual libro del Éxodo (cf, p.ej., Hossfeld, Perlitt, SchüngelStraumann). En cambio, otros mantienen que la primitiva narración de la teofanía no podía faltar en un "decálogo", aunque estuviera todavía incompleto, porque es factor esencial en la estipulación del pacto, como dice Éx 24,3 (cf Levin).

De todas formas, para concluir, se puede decir que, según esta tendencia, el decálogo no se formó de pronto ni tuvo un origen autónomo e independiente, sino que se fue constituyendo progresivamente y en dependencia de distintas fuentes y tradiciones. En "expresión plástica", tomada de Hossfeld se puede decir que tiene una "biografía , con antepasados (Os 4,2; Jer 7,9), nacimiento (la primera enumeración de mandamientos), crecimiento y madurez (lista de las diez palabras).

II. Análisis

El decálogo está introducido por una autoproclamación de Yhwh, que se presenta como el Dios liberador del pueblo de su esclavitud en Egipto: "Yo soy Yhwh, tu Dios, que te he hecho salir del país de Egipto, de la casa de esclavitud" (cf W. ZIMMERLI, Ich bin Jahwe). Se especifica, desde el comienzo, que los mandamientos son expresión de la voluntad del propio Dios salvador.

El primer mandamiento: "No tendrás otros dioses frente a mí", afirma el exclusivismo de Yhwh para Israel (cf G vorr Ra.n,Teología del AT I, 237-246). No es que se niegue la existencia de otras divinidades, incluso se admite implícitamente; Toque se excluye es que otros dioses sean objeto de culto y de adoración por parte del pueblo. Más que de monoteísmo habría que hablar de monolatría: el único Dios que puede entrar en la existencia de Israel es Yhwh;para la comunidad el único que cuenta es él. La .expresión "frente a mí" quizá alude al culto en que Yhwh se hacía presente (M. Noth en su comentario al libro del Éxodo); o también, según otros especialistas, significa "contra mi derecho", derecho de exclusividad de Yhwh basado en la acción histórica de liberación de Egipto (cf W.L. MORAN, Adnotationes in librum Dt., 60).

El segundo mandamiento: "No te harás ídolos ni imagen alguna" (cf ZIÑihÍER1.1, Das Zweite Gebot; G. vorr RAD, 246-254), prohibe representar en estatuas a la divinidad. Se refería originariamente a representaciones de Yhwh. El precepto contrastaba con la costumbre de los pueblos vecinos, que consideraban la estatua como el medio del encuentro con Dios y con su revelación. El sentido del mandamiento no es el de salvaguardar la espiritualidad de Yhwh,preocupación ésta ausente en Israel y ajena a la linea del significado que revestía la estatua en los ambientes circundantes. Se quería, con ello, proteger la libertad de Yhwh, que no es un Dios que el hombre pueda aferrar ni sometido a la limitación de sus fieles. Por medio de la estatua, en la que se consideraba presente a la divinidad, se pretendía dominarla para someterla a los propios deseos. Medio exclusivo de revelación de Yhwh al pueblo y ámbito único de encuentro es su palabra y su acción en la historia.

La posterior ampliación deuteronomista del mandamiento: "No te postrarás ante ellos y no les servirás", constituye claramente una repetición del tema del primer mandamiento, en cuanto que en él ya estaban prohibidos la adoración y el culto dedicados a los ídolos. Lo que significa que para la interpretación deuteronomista posterior, la prohibición de hacer estatuas, originariamente aplicada a las representaciones de Yhwh, se refiere a los ídolos de los dioses extranjeros y a su culto. Y por lo tanto, según esta interpretación, la prohibición de las imágenes no constituye ya un segundo mandamiento distinto del primero, sino más bien la continuación y el desarrollo de este último. Tendríamos así una numeración distinta de los diez mandamientos según la actualización deuteronomista, que, como veremos más adelante, para restablecer el número de diez desdoblará el último mandamiento.

Sigue después la motivación del exclusivo reconocimiento de Yhwh: "Porque yo, Yhwh, soy tu Dios, un Dios celoso, que castiga la culpa de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación para los que me odian pero que demuestra su favor en mil generaciones con quienes me aman y observan mis mandamientos". Yhwh es un Dios celoso, atento con todas sus fuerzas y su energía a afirmar su derecho frente al pueblo y a no tolerar a ningún otro como Dios de aquéllos a quienes él ha liberado de Egipto, dispuesto a castigar la culpa de la infidelidad, pero infinitamente benévolo con quienes lo aman y le son fieles.

La prohibición siguiente: "No pronunciarás en vano el nombre de Yhwh, tu Dios", es entendida de varios modos. Según una primera línea de interpretación, que tiene nuestra preferencia, se prohibiría solamente el perjurio, es decir, el falso testimonio, hecho, como era habitual, en nombre de Dios (cf A. JEPSEN, Beitrüge, 221-222). Lo que les importaba resaltar no era tanto el nombre divino, sino la mentira. Según otros especialistas (cf. M. Noth, G. von Rad en sus respectivos comentarios a Éx y Dt), en cambio, el mandamiento intentaría proteger el nombre de Yhwh no sólo del perjurio, sino de cualquier tipo de abuso, como la magia, la adivinación, los ritos supersticiosos. La motivación "porque Yhwh no considera inocente a quien pronuncia su nombre en vano" hay que atribuirla a la tradición deuteronomista. Es también probable que, para esta última, el mandamiento en su contenido original (prohibición del perjurio) se haya ido extendiendo a cualquier tipo de abuso del nombre de Yhwh.

El cuarto mandamiento se refiere al descanso sabático. Ni en su forma original ni en las dos redacciones de Éx y Dt tiene connotaciones cultuales. Se prohibe simplemente el trabajo y se manda descansar. La motivación que se da en Dt: "Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto, y que Yhwh, tu Dios, te hizo salir de allí con mano potente y brazo extendido", es más psicológica, mientras que teológicamente es mejor la del Ex, que procede de la tradición sacerdotal: "Porque en seis días hizo Yhwh el cielo y la tierra y el mar y todo lo que hay en ellos, pero el día séptimo descansó".

N. Lohfink ha analizado con precisión la versión de este mandamiento tal y como lo presenta Dt 5,12-16, destacando en él su construcción literaria tan precisa de tipo concéntrico y con claras referencias a la introducción del decálogo y al último mandamiento. El párrafo se abre y se cierra con el motivo "como te mandó el Señor, tu Dios"/ "El Señor tu Dios te ordenó". La motivación del mandamiento: el Señor te hizo salir de la tierra de Egipto, remite a la autoproclamación que encabeza el decálogo: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto". Finalmente, la serie "esclavo, esclava, buey y asno", beneficiarios del descanso sabático, vuelve a aparecer en el último mandamiento, precisamente en la lista de las propiedades del prójimo, contra las que no se debe atentar. El especialista deduce, por tanto, que nos hallamos ante una reelaboración intencionada del mandamiento, hecha con el objetivo principal de convertirlo en el centro del decálogo, y hay que atribuirlo a la época del exilio, cuando el descanso sabático se convirtió en el rasgo distintivo de la identidad religiosa de los israelitas en tierra extranjera.

El quinto mandamiento, según la hipótesis de varios especialistas, ha pasado de una formulación negativa, original, que prohibía maldecir o maltratar a los padres (cf Éx 21 17; Lev 20,9, y Dt 27,16), a la actual forma positiva, que se preocupa de ampliar el contenido y alcance del mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre". Pero otros son de parecer distinto. En todo caso su comprensión depende de la situación familiar israelita, distinta de la nuestra. En la gran familia vivían los ancianos padres junto con las familias de sus hijos. Era muy fácil que surgieran problemas delicados de relación hacia la autoridad de los ancianos. El verbo "honrar" de la actual formulación es el mismo que se utiliza en la Biblia para indicar el honor que hay que rendir a Dios (cf E. PAX, Come dei giusti 92). La promesa de una larga vida, de origen deuteronomista, indica la bendición divina impartida a los hijos devotos.

El mandamiento siguiente suena así: "No cometerás homicidio". El verbo usado en otros pasajes bíblicos se extiende hasta abarcar el homicidio por imprudencia. Por lo tanto, no se refiere sólo a la muerte voluntaria y premeditada. Y esto es muestra de indudable arcaísmo del mandamiento. Se excluyen, en cambio, basándonos siempre en el verbo usado, los casos de las muertes en la guerra, del suicidio y de la ejecución Capital por sentencia de tribunal. Se prohíbe el homicidio ilegal, que en lugar de ayudar a la comunidad la mutila. Se trata, pues, de no verter sangre inocente.

La prohibición del adulterio no presupone concepción del matrimonio alguna, ni monogámica ni poligámica. Se prohíbe la acción que viola el matrimonio del prójimo. Se tutela únicamente el derecho del marido sobre la mujer. Si un hombre, aunque estuviera casado, se unía a una mujer no casada ni prometida, no incurría en el crimen prohibido por este mandamiento.

El mandamiento "No robarás", formulado en las dos redacciones de Éx y Dt en términos generales, sin especificar nada, según una hipótesis ampliamente compartida en el pasado pero ahora no aceptada, no se referiría al derecho de propiedad del prójimo que está protegido en el último mandamiento, sino al secuestro de una persona libre para reducirla a esclavitud (cf A. ALT, Das Verbot des Diebstahls ¡ni Dekalog). Ése es el sentido de leyes mucho más antiguas que nuestro decálogo del Pentateuco (cf Éx 21,16; Lev 19,11). El mandamiento, pues, prohibía cualquier atentado contra la libertad del prójimo. Pero si en el fondo tenemos a Os 4,2 y Jer 7,9 entonces queda claro que el sentido de la prohibición es otro, precisamente un auténtico y verdadero atentado a la propiedad ajena.

El mandamiento "No dirás falso testimonio contra tu prójimo" prohíbe la declaración falsa hecha ante un tribunal contra el prójimo. En Israel era frecuente el hecho de ser llamados a declarar a favor o contra el acusado. La causa tenía lugar en las puertas de la ciudad o del pueblo. Y el testimonio de personas que conocieran al acusado tenía un peso determinante en la sentencia. El mandamiento, pues, pretende tutelar el buen derecho del prójimo.

El último mandamiento ha sufrido modificaciones, precisiones y ampliaciones. Originariamente, la prohibición debía ir dirigida al "desear" la casa del prójimo. El verbo hebreo utilizado (hamad) no expresa sólo un movimiento interior de concupiscencia, sino que sugiere también el intento externo de efectiva apropiación. Se trata, pues, de voluntad interior, que se traduce en acción externa. Con la expresión casa del prójimo se entendía todo lo que pertenece al prójimo. Por eso las puntualizaciones posteriores sobre el esclavo, la esclava, el buey y el asno están en perfecta sintonía con el sentido genuino y original del mandamiento. En la redacción del Éx, la lista enumera en primer lugar a la mujer, entendida como propiedad del prójimo, del mismo modo que los esclavos y los animales. En una palabra, como precisa también la formulación del decálogo, todo lo que el prójimo posee es de su inviolable propiedad y tiene en el mandamiento una firme protección. En la redacción del Dt se distingue claramente entre la mujer del prójimo y sus propiedades, anteponiendo a la prohibición de cualquier atentado contra la propiedad la prohibición de "desear" la mujer del prójimo. El último mandamiento ha sido, pues, dividido en dos: prohibición del "deseo" de la mujer del prójimo y prohibición de "desear" lo que pertenece al prójimo. Este cambio ha supuesto, además, una nueva comprensión del contenido del mandamiento: el deuteronomista pretende poner en relación estos dos mandamientos, suyos últimos con las prohibiciones anteriores del adulterio y el robo, Si en los anteriores se vetaba una acción externa, precisamente el adulterio y el robo, en los dos mandamientos últimos se prohíbe incluso el solo deseo interior de la mujer y de las cosas del prójimo. Se ha realizado una espiritualización del último mandamiento, distinto de las prohibiciones de la acción externa del adulterio y del robo (cf W.L. MORAN, Adnotationes, 69-71).

III. Significado

1. DECÁLOGO, HISTORIA Y PACTO. El decálogo (cf J. L'HOUR, La morale de l Aliance; J. SCHREINER, Die zehn Gebote, y, sobre. todo, M. NOTH, Die Gesetze im Pentateuch) es presentado, lo primero de todo, como las diez palabras que Yhwh, Dios de Israel, dirige a su pueblo, a quien ha sacado de la esclavitud. Es muy significativa la introducción: "Yo soy Yhwh, tu Dios, que te ha hecho salir del país de Egipto, de la casa de la esclavitud". El decálogo, por una parte, emana de la voluntad del Dios de la alianza y está en estrecha relación con la salvación del pueblo que tuvo lugar en Egipto; por otra, es, a la vez, palabra dirigida al pueblo unido a Yhwh por la alianza. Su única razón de ser es el pacto. No es, pues, un código de ley natural válido universalmente, un resumen de las exigencias éticas que brotan de la conciencia moral de la humanidad. Tampoco es propiamente una ley -y es significativo que nunca en el AT sea llamado así-, porque se trata de indicaciones carentes de cualquier tipo de sanción y expresadas casi todas en forma negativa. Son, en efecto, prohibiciones y preceptos positivos de carácter apodíctico, incondicionalmente válidos y sin ningún "si" o "pero". En realidad constituyen los límites rigurosos del marco en el que Israel puede subsistir como pueblo del pacto en comunión con su Dios. Fuera del decálogo, el israelita deja de ser miembro de la comunidad de la alianza e Israel deja de ser el pueblo de Dios. Esto explica el minimalismo de las exigencias del decálogo, que no ha de entenderse como una especie de compendio de las supremas exigencias de Dios en relación con su pueblo.

Sin embargo, en su relación con el pacto, el decálogo no se puede entender como una cláusula o condición previa sine qua non (cf H. Gese). Se lo ha dado Yhwh junto con el estado gratuito del pacto. Israel es ya pueblo de Dios desde la salvación de la esclavitud de Egipto. El Dios de la liberación, que ha unido a Israel consigo como pueblo suyo, le expresa su voluntad para que pueda continuar en la situación de gracia en la que ha sido colocado. Es significativo, en relación con esto, que en la interpretación del Dt se una explícitamente la obediencia al decálogo con la bendición divina y la infidelidad con la maldición (cf Dt 28). En otras palabras, se quiere decir que para Israel es cuestión de vida o muerte como pueblo de Dios. El decálogo ha de entenderse como tutela de la realidad de comunión del pueblo con Dios. Su centro de interés está, pues, en la relación dé pertenencia mutua entre Yhwh y el pueblo; la fórmula expresiva de la alianza en la Biblia es "Yo soy tu Dios y tú mi pueblo".

La consecuencia es que el primer mandamiento, al expresar la pertenencia exclusiva de Israel y Yhwh, refleja aquello en lo que encuentran validez y sentido todos los demás mandamientos. Y hasta el antiguo y primitivo eehos de los clanes israelitas ha sido asumido cómo forma de concretar el imperativo fundamental consistente en el exclusivo reconocimiento de Yhwh como único Dios. Israel es llamado a vivir su relación de alianza con Yhwh, evitando su destrucción directamente con la idolatría y la representación de Dios en estatuas, e indirectamente con el perjurio, el rabajo en sábado, el desprecio de los padres, el adulterio, el secuestro de personas libres o el robo, el falso testimonio y los atentados contra la propiedad del prójimo.

Por su parte, el pacto y el decálogo están en estrecha relación con la historia de salvación: el Dios de los mandamientos ha liberado anteriormente a Israel de la esclavitud. Inicialmente hay un gesto de gracia y de amor de Yhwh hacia las tribus. El decálogo va precedido por el evangelio de la liberación. No se trata de una cuestión puramente cronológica, sino de una relación intrínseca de dependencia del decálogo respecto al acontecimiento de la salvación y de la iniciativa de gracia por parte de Dios. Aceptando el decálogo, Israel reconoce a Yhwh como su salvador en la historia, acepta la gracia divina y confiesa que es el pueblo de los liberados. No se trata sólo de obediencia ética a una voluntad exigente de Yhwh, sino también y sobre todo de aceptación, en la fe y en la praxis, de la voluntad y de la actuación liberadoras del propio Dios. El decálogo trasciende los límites de un código ético para elevarse, en- su significado profundo, a confesión de fe de la salvación realizada por Yhwh, confesión que postula su traducción al culto y a la praxis familiar y social.

La tradición elohísta de la revelación del Sinaí nos testimonia claramente la libre aceptación y la decisión por Yhwh de las tribus israelitas a la conclusión del pacto: "Después Moisés tomó el libro de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo. Dijeron: Haremos todo lo que manda el Señor y obedeceremos. Moisés tomó el resto de la sangre y roció con ella al pueblo diciendo: Esta es la sangre del pacto que el Señor hace con vosotros a tenor de estas palabras" (Éx 24,7-8). Con la conclusión del pacto el pueblo entró cómo sujeto de decisión libre y de elección a favor de Yhwh como su Dios y de su voluntad como guía de su existencia. La actuación histórica de salvación realizada por Yhwh reclamó de las tribus su respuesta en la fe obediente. En este marco dialogal de iniciativa divina y de respuesta positiva de Israel se hace el pacto. El decálogo es la concreción de la respuesta positiva del pueblo a la gracia liberadora de Yhwh.

Finalmente, no carece de significado que la respuesta de Israel encarnada en el decálogo no posea una cualificación cultual. Los diez mandamientos tienen un marcado carácter ético. Esto quiere decir que Israel continúa en su estado de gracia de pueblo de Dios no por sus acciones cultuales particulares, sino por un criterio de actuación moral. Yhwh pide de su pueblo una respuesta a nivel de vida "profanó", sobre todo en las relaciones con el prójimo.

Según una corriente históricocrítica que tuvo mucho auge en los años cincuenta y sesenta, liderada por G. E. Mendelhail y K. Baltzer, los círculos deuteronomistas habrían comprendido el pacto del Sinaí, y según W. Beyerlin también el decálogo, según el modelo del esquema cultural de los tratados hititas de vasallaje del segundo milenio, conocidos ahora por las recientes excavaciones arqueológicas de Bogazkoi. Los puntos del tratado entre el rey de Hattusha, la capital de la federación hitita, y los reyes vasallos eran éstos: -a) autopresentación del rey principal (p.ej.: "Así habla el sol Suppiluiuma, el gran rey, rey del país de los Hatti, el héroe"; -b) prólogo histórico evocador de las gestas realizadas en favor dei vasallo y con carácter de justificación del derecho a la obediencia; -c) exposición de las estipulaciones del pacto, distinguiendo entre estipulación principal, que reclamaba del vasallo obediencia exclusiva, y estipulaciones particulares; -d) enumeración de las sanciones en caso de infidelidad; -e) redacción del contrato por escrito, que se depositaba luego en el templo para que fuera leído periódicamente; -f) llamada de los testigos que lo garantizaban. Los principales elementos del contrato hitita eran el prólogo histórico, las cláusulas y las sanciones.

Todo el Dt, en su estructura, sigue de hecho los tres grandes puntos de la conclusión del pacto según el esquema de los tratados hititas, es decir, el prólogo histórico, las cláusulas y las maldiciones como sanciones (Cf L'HOUR, o.C., ó-lO; N. LOHFINK, Il "comandamento primo'): Efectivamente, en el capítulo 28 está la sección de las maldiciones reservadas a los infieles; los capítulos 12-26 contienen las cláusulas particulares del pacto, y los capítulos 1-11 son una continua alternancia de retrospectivas históricas evocadoras de lo que Yhwh ha hecho por Israel y de presentaciones en tono exhortativo y parenético de la cláusula fundamental, descrita de forma muy variada. Nuestro decálogo de Dt 5,6-21-lo mismo se puede decir dei decálogo de Ex 20,x-17-repite a escala más reducida el mismo esquema: -a) áutapresentación de Yhwh (",Yo soy Yhwh, tu Dios'; -b),prólogo histórico en forma muy breve ("Que te saqué de Egipto'; 0 c) cláusula fundamental expresada de forma variada ("No tendrás otros dioses frente a mí"; "No te harás ídolos ni imagen alguna"; "No te postrarás ante ellos ni les servirás"); -d) cláusulas particulares (los otros mandamientos).

Para la teología deuteronomista, la actuación histórica de Yhwh es la base de la obediencia del pueblo a su voluntad expresada en el decálogo, como los beneficios realizados por el rey principal legitimaban el reconocimiento del vasallo. La relación entre historia de la salvación y decálogo, o entre evangelio y ley, es de necesaria complementariedad: sin la historia salvífica, el decálogo decaería al nivel de código jurídico de normas que se justificarían por sí mismas; y sin el decálogo, la historia salvífica se reduciría a realidad mágica e impuesta al hombre sin su participación libre y personal. Acogiendo el decálogo, el pueblo vive personalmente el estado de gracia y de libertad en el que Yhwh lo ha introducido arrancándolo de Egipto.

El segundo desarrollo realizado por los círculos deuteronomistas se refiere al acento que ponen en la cláusula fundamental del pacto, hecho objeto de una predicación insistente y acalorada en los capítulos 1-I1. Aparece formulada de manera muy diversa: adoración exclusiva de Yhwh (cf Dt 5,6); prohibición de erigirse ídolos y de postrarse ante los dioses cananeos (cf Dt 5,8 y 9); amor total y exclusivo a Yhwh (cf Dt 6,13); prohibición de ir tras otros dioses (cf Dt 6,14); temor de Yhwh (cf 6 13); cuidado de no olvidar a Yhwh (cf Dt 8,11); no atribuirse el mérito de poseer la tierra, que es don de Yhwh (cf Dt 9,4-6). En estas formulaciones es fácil descubrir la influencia cultural del tiempo y, sobre todo, la incidencia de la fe deuteronomista. La pertenencia exclusiva a Yhwh, su seguimiento y amor total son expresiones típicas de los contratos hititas para significar la actitud del vasallo en relación con el rey principal. La prohibición de erigir ídolos y de adorarlos se explica muy bien por la preocupación deuteronomista de hacer frente al peligro de los cultos cananeos para la fe yavista. Temer a Yhwh, y sólo a él, es la expresión de la conducta religiosa fundamental de todo hombre respecto a su Dios. La advertencia de no olvidar a Yhwh encuentra su situación existencial en los períodos de riqueza y de bienestar experimentados por Israel en su historia, con la tentación añadida de creerse autónomo respecto a Dios. Y, finalmente, la exhortación a no hacer prevalecer una pretendida justicia propia frente a Yhwh encuentra su explicación en la tentación de atribuirse méritos y de amontonar pretensiones ante Dios.

De este modo el decálogo, colocado como premisa del código deuteronómico, asume el valor de enumeración fundamental de preceptos dentro de las cláusulas del pacto establecido entre Yhwh y el pueblo. Por otra parte, en un tiempo posterior, durante el exilio, un redactor de los círculos deuteronomistas ha querido realzar el mandamiento del descanso sabático como mandamiento principal dentro de las mismas "diez palabras", según la hipótesis de N. Lohfink.

La variedad de formulaciones de la cláusula fundamental, puestas unas junto a otras, es una prueba de que ninguna fórmula tiene una importancia decisiva o mayor que las otras, sino que pretende ser una continua referencia de Israel en la exigencia fundamental de Dios. Hoy se diría que el pueblo está puesto por el Dt ante una opción de fondo a favor de Yhwh que dé sentido y unidad a toda su existencia. La continua referencia no se hace tanto con mil prescripciones y prohibiciones, sino con la misma voluntad de Dios, que exige una orientación de la existencia y no mil gestos concretos. Y esta voluntad de Dios no puede ser repartida en mil y un preceptos, sino que es exigencia unitaria y global. Por otra parte, la variedad de las formulaciones muestra que Israel es llamado a verificar su orientación fundamental a Dios en las situaciones históricas concretas y diversas y a vivirla con las características típicas que requieran los tiempos. Es además importante la relación con los preceptos concretos expuestos en los capítulos 12-26. Istos obtienen su legitimidad y su valor de la cláusula fundamental, de la que son necesariamente una concreción y encarnación. Sin las cláusulas concretas, la orientación fundamental se vería reducida a ilusionismo o pura veleidad y quedaría relegada a pura y simple teoría. Pero sin la cláusula fundamental, los preceptos particulares concretos terminarían por reducirse a normas legales impersonales.

2. EN EL JUDAÍSMO TARDÍO. Mientras la ley, y con ella el decálogo, estuvo referida a la alianza, evitó caer en una rígida norma impersonal y el pueblo se vio libre del legalismo. Pero en el período posterior al exilio se fue rompiendo progresivamente la unión entre el decálogo y la historia del éxodo, la alianza del Sinaí y la realidad de Israel como pueblo de Dios. Las prescripciones se hicieron rígidas, y con frecuencia asumieron el sentido de normas absolutas e impersonales, que se imponían por sí mismas para una observancia estricta y rigurosa. La persona quedaba así subordinada a la ley. El contacto con la palabra viva de Yhwh se transformó en sumisión a la norma. Se pasó a vivir el principio de la ley por la ley. La observancia sustituyó a la obediencia. El israelita tuvo que enfrentarse con la ley como individuo y no ya como miembro de la comunidad de la alianza.

La violenta disociación entre el decálogo y el pacto llevó a la acentuación farisaica del premio y del castigo: el cumplidor era premiado por su cumplimiento, el infiel castigado. Y se llegó a hacer prevalecer ante Dios los méritos de la propia observancia y a asumir actitudes de vanagloria y de envanecimiento ante la presencia de Yhwh reducido a ser el justo retribuyente del premio merecido por los observantes cumplidores. Lajustificación por la ley impugnada por Pablo encuentra aquí su ambientación histórica. La bendición divina reservada a los fieles en la auténtica tradición no era vista ya como un premio que se añadiese a la realidad del pacto, sino sólo como la permanencia en la gracia del pacto; y la maldición reservada a los de fe frágil no era un castigo exterior, sino la separación del estado de alianza con Dios, un decaer del estado de gracia en que Yhwh había puesto a su pueblo. Tampoco la fidelidad al pacto, en esta tradición auténtica, podía llevar a actitudes de autonomía y autosuficiencia, porque la iniciativa era toda y sola de Yhwh, que había salvado al pueblo poniéndolo en relación de comunión con él (cf M. NOTH, Die Gesetze fm Pentateuch, 112-136).

Es, sin duda, sorprendente que en la literatura bíblica y apócrifa posterior al deuteronomista no aparezca nunca el decálogo como tal. Sin embargo, el papiro de Nash y las filacterias encontradas en las grutas de Qumrán atestiguan que "las diez palabras" eran combinadas con el pasaje de la Shema; que se recitaban ambos en la oración cotidiana. Por otra parte, es cierto que Filón, Flavio Josefo y el Liber Antiquitatum del Pseudo-Filón prestaron una gran atención al decálogo. Para el gran hebreo de Alejandría, que escribió una obra dedicada al tema, los mandamientos del decálogo son Képhalai nómou (=los preceptos más importantes de la ley); en ellos resuena, sin mediación humana alguna, la palabra de Dios. Según Flavio Josefo, en el decálogo tenemos ta kállista y ta hosiótata (= los preceptos más bellos/buenos y santos) de cuanto Dios ha enseñado en la ley (Ant. 15,136). El Liber Antiquitatum afirma que el decálogo es lumen mundo, testamentum (alianza) cum filiis hominum, lex testamenti sempiterni filiis Israel, catálogo de praecepta aeterna (11,1 y 5). En realidad, en la catequesis de los prosélitos del judaísmo helenista fue donde el decálogo desempeñó un papel importante. Y también en la tradición samaritana se le reconoció al decálogo el papel de compendio de la ley divina. Más tarde se incluyó en el Talmud el decálogo dentro del conjunto de los 613 preceptos, de los que se asegura que estaban inscritos en las dos tablas de la ley (cf K. Berger y S. Schreiner).

3. EL NUEVO TESTAMENTO. Los libros bíblicos del AT posteriores (aunque lo mismo sucede en los anteriores) a la corriente deuteronomista, tampoco los libros del NT se refieren nunca a la totalidad del decálogo. Se citan, en uno y otro sitio, uno o más mandamientos, y nunca los primeros, sino sólo los de carácter ético-social. Ya esta simple constatación prueba que "las diez palabras" no han tenido un papel significativo en la predicación de Jesús y en la apostólica de la Iglesia primitiva. Pero todavía más elocuente es el hecho que el NT, normalmente, los trata con una cierta libertad interpretativa y, a veces, incluso en términos de superación (Cf SCHÜNGEL-STRAUMANN, Decálogo 14-19; Theologische Realenzyklopúdie VIII, 415ss; sobre todo el art. de G. Müller).

La cita más importante de Pablo es sin duda, Rom 13,9-10, en donde afirma que la agapé, que es el amor al prójimo, constituye el pleno cumplimiento de la ley y su compendio: A nadie le debáis nada, sino el amor. El que ama al otro cumple plenamente (pepléróken) la ley. Porque, en efecto, no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no desearás...; y cualquier otro mandamiento se resume (anakephalaioutai) en estas palabras: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor, desde luego, no produce ningún mal al prójimo por lo tanto, la plenitud (pléróma) de la ley es el amor". En resumen, el decálogo, pero también cualquier otro mandamiento divino, se resume en el mandamiento del prójimo de Lev 19,18, interpretación presente en la tradición sinóptica, y especialmente en Mt. Siguiendo en Pablo, el décimo mandamiento (citado antes en forma abreviada, es decir, sin objeto: "No desearás" ouk epithymeseis) aparece como en Rom 7 7, donde el apóstol rechaza la objeción que le hacen a su teología de que la ley fuera pecado, pero al mismo tiempo precisa que el pecado se experimenta a través de la ley; en concreto, por medio de la prohibición "No desearás". Hay que notar que, eliminando el complemento directo del verbo "desear", Pablo universaliza el mandamiento y llega a hacer del deseo anhelante (epithymía) el equivalente del pecado humano; pero de este modo le da al verbo epithymein un valor intrínsecamente negativo que no tiene en el verbo hebreo hamad, utilizado en las dos versiones veterotestamentarias del decálogo. Todavía más: el decálogo, como la ley divina del Sinaí en general, es interpretado por Pablo en clave negativa: instrumento en manos del pecado para esclavizar a los hombres y conducirlos a la ruina eterna. Sin embargo para evitar equívocos, será bueno hacer notar que para el apóstol el verdadero responsable de esta degeneración de la ley es el hombre, no la ley o el decálogo en sí mismos: un hombre rebelde a la voluntad de Dios es continuamente provocado por los mandamientos divinos a rebelarse.

En la triple tradición evangélica recogida en los sinópticos destaca, sobre todo, la narración del rico que Jesús, preguntado sobre los requisitos para entrar en la vida eterna, remite a la observancia de los mandamientos, que enumera así: "No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio. No estafarás. Honra a tu padre y a tu madre" : Y ante la respuesta del joven que afirma haber sido fiel desde su juventud, el maestro tiene una reacción emotiva muy positiva: lo mira con amor, pero luego le pide la extrema decisión de vender cuanto posee, darlo a los pobres y decidirse a seguirle (Me 10,17-21). En las versiones paralelas de Mt (19,16-22) y de Lc (18,18-23) se olvida el precepto "No estafarás", que, a diferencia de los otros mandamientos citados, no forma parte del decálogo, como también la emotiva respuesta de Jesús al testimonio de fidelidad personal del rico. Por su parte, Mt concluye la enumeración de los mandamientos; por boca del rico, con el mandamiento del amor al prójimo citado por Lev 19,18: "... y amarás a tu prójimo como a ti mismo". Aquí demuestra el primer evangelista su reconocido interés especial por este precepto, considerado por él como el vértice de los mandamientos de la ley (cf 7,12; 22,36-40) y del mismo decálogo. En cualquier caso, la tradición sinóptica atestigua una cierta insuficiencia del decálogo, necesario, sin duda, pero no suficiente para la "perfección" que Jesús pide a sus discípulos, como enseña Mt: "Si quieres ser perfecto (téleios)..."(19,21; cf 5,48): "Sed perfectos [téleioa] como es perfecto vuestro Padre celestial'.

En Mc 7,9-13 y en el pasaje paralelo de Mt 15,3-6 se narra cómo Jesús denunció el método rabínico y fariseo de sus adversarios, consistente en vaciar la exigencia del mandamiento divino, al que se le antepone la tradición interpretativa de las escuelas; y a manera de ejemplo se cita el precepto de honrar al padre y a la madre, anulado en la práctica por el uso del Korban. Brevemente, la ley escrita, y en especial el decálogo, prevalecía, sin discusión, sobre la ley oral, que el farisefsmo, en cambio, equiparaba a aquélla.

El aspecto crítico de la posición de Jesús ante los mandamientos del decálogo aparece a propósito del descanso sabáticb, por otra parte nunca expresamente citado en el decálogo. Los tres sinópticos coinciden en la conclusión de un párrafo en que Jesús ha tenido una controversia: "El Hijo del hombre es señor (también) del sábado" (Mc 2 28 y par.). En cambio, sólo a Mc debemos el dicho colocado inmediatamente antes: el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado (Mc 2,27). Esta afirmación se contrapone aquí en cierto modo al precepto del descanso sabático, al menos en la interpretación de los fariseos, pero que reproduce exactamente el sentido original del mandamiento del decálogo. Por su parte, Mt antepone al dicho final la cita de Os 6,6, puesta en boca de Cristo: "Misericordia (éleos) quiero y no sacrificio" (Mt 12,7), y esto para decir que una praxis con gestos de amor compasivo vale mucho más que la observancia escrupulosa del descanso sabático. Algo análogo aparece también en Mc 3,16 y par., donde hacer el bien al prójimo está, como exigencia, por encima del mandamiento del sábado. Cf también Lc 13,10-17.

Muy importante es además la cita de dos (quizá tres) mandamientos del decálogo en la antítesis del sermón de la montaña. "Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y si uno mata será condenado por el tribunal; pues yo os digo: todo el que trate con ira a su hermano será condenado por el tribunal" (Mt 5,2122a). "Habéis oído que se mandó: No cometerás adulterio; pues yo os digo: todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior" (Mt 5,27-28). La enseñanza de Cristo representa, pues, una superación de los límites que marca la letra de los mandamientos del homicidio y del adulterio; él prohibe la cólera del mismo modo que el homicidio, equiparando aquélla a éste; y, según su valoración, el adulterio consumado en el interior del hombre equivale por su gravedad al consumado carnalmente. Y si la prohibición del decálogo de no nombrar en vano el nombre del Señor se debiera interpretar como prohibición del perjurio, según una opinión no carente de razones, entonces también la cuarta antítesis de Mt (5,33-34a) entraría en esta lista y con el mismo significado de superación que hemos indicado antes, porque Jesús no sólo excluye el perjurio, sino todo juramento.

Para completar, citemos también Ef 6,1-3 y Sant 2,10-I 1. En el primer pasaje Pablo (o un discípulo suyo) motiva la propia exhortación a obedecer a los padres citando extensamente el mandamiento correspondiente del decálogo: "Honra a tu padre y a tu madre... para que hagas el bien y vivas mucho en la tierra". El texto de la carta de Santiago cita dos mandamientos del decálogo: No cometerás adulterio y No matarás, como ejemplos concretos del principio según el cual transgresor de la ley se es con la sola transgresión de un único mandamiento.

4. EN LA IGLESIA ANTIGUA. San Agustín marca en la historia del cristianismo de los primeros siglos un cambio decisivo (cf sobre todo E. Dublanchy). Hasta él, el decálogo se citaba poco o nada, al menos como lista de los diez mandamientos; y la enseñanza catequética prescindía de él, basada normalmente en el esquema de las dos vías de la vida y de la muerte (cf Didajé). Con el obispo de Hipona, el decálogo comenzó a tener un puesto de primera importancia en la exposición de la doctrina cristiana.

A partir también de san Agustín, el interés se centrará en la determinación de la naturaleza de los mandamientos del decálogo, de los que se afirma, por lo general, su carácter de ley natural (con la excepción del mandamiento del descanso sabático, ahora ya dominical), por lo tanto accesible por sí mismo al conocimiento racional del hombre, que, sin embargo, encuentra en la revelación divina positiva una ayuda indispensable para poder superar las dificultades y bloqueos impuestos por la naturaleza humana caída. El decálogo tiene, pues, valor universal; es síntesis de los deberes religiosos y morales para todos los hombres.

Igualmente encontró el gran doctor africano muchos seguidores en su clasificación de los diez mandamientos, caracterizada por el emparejamiento de las prohibiciones de los dioses falsos y de las imágenes en un solo mandamiento, el primero, y con la separación, al final, de la prohibición de "desear" la mujer (noveno mandamiento) y las cosas del prójimo (décimo mandamiento). Es la clasificación que todavía hoy está en vigor en las Iglesias latina y luterana. En cambio, los padres griegos y las Iglesias modernas griegas y reformadas adoptaron la división de Filón: primer mandamiento, la prohibición de los dioses falsos; segundo, prohibición de las imágenes; décimo, prohibición de "desear" lo que pertenece al prójimo, mujer y bienes. Como complemento diremos que los judíos modernos elevan la introducción del decálogo: "Yo soy el Señor, tu Dios...", al rango de primer mandamiento; en el segundo-puesto tenemos la prohibición del politeísmo y de las imágenes; el décimo mandamiento consiste en la prohibición general de "desear" mujer y bienes del prójimo.

5. PARA EL CREYENTE DE HOY. Es necesario distinguir con cuidado, en el decálogo, la profunda percepción religiosa de un único Dios que interviene en la historia como liberador y salvador y la afirmación de algunos valores éticos fundamentales que afectan a la vida en común de los hombres. El sentido religioso queda invariable como base de la fe, tanto del hebraísmo ortodoxo como del cristianismo en todas sus variantes de carácter confesional. Se trata de la misma intuición que tuvo Pascal en su famosa noche mística, en que él percibió, grabada en su corazón y no en su mente, esta evidencia de fe: el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, no el Dios de los filósofos y de los intelectuales. En resumen, la fe judía y la cristiana tienen como referencia esencial e insustituible un Dios personal y que interviene en los acontecimientos de este mundo, no un motor inmóvil de marca aristotélica ni lo divino que se presenta en formas muy variadas y diversas.

En cambio, las exigencias morales enumeradas en el decálogo no pueden dejar de estar sometidas al criterio interpretativo y evolutivo de la historicidad. Se desarrollan con el mismo desarrollo del hombre. Quiere decirse que la cultura antropológica de aquellos tiempos remotos que vieron sus primeras formulaciones ha influido en ellas de manera considerable, y no podía ser de otro modo. Así, por ejemplo, el adulterio es valorado en ellas éticamente como atentado contra el derecho de propiedad del marido sobre la mujer. El creyente de hoy en las sociedades occidentales altamente desarrolladas y opulentas, pero a la vez llenas de contradicciones, está llamado a interpretar estas normas según la situación y la cultura que está a la base de su presencia en la sociedad. Piénsese en las estructuras sociales modernas, en la organización moderna de la t familia, en la red de relaciones interpersonales creadas por la extraordinaria movilidad que caracteriza los tiempos actuales. Sin hablar de los datos nuevos de las ciencias humanas y de las ciencias aplicadas. Se trata, ciertamente, no de vaciar los preceptos del decálogo de sus valores profundos, sino de asumir los valores propiamente humanos como personas de hoy. Además, actualmente, el problema del bien y del mal, visto en las decisiones concretas y cotidianas, aparece en términos mucho más complejos que ayer o en otros tiempos pasados. Las exigencias éticas del decálogo, por ejemplo: "No matarás", "No cometerás adulterio", "No robarás", requieren un complejo trabajo de aplicación a situaciones diversas y cambiantes.

Brevemente, la palabra de Dios pide que se la proclame cada vez en palabras humanas capaces de expresar la verdad profunda que encierra y que le hable al hombre que está en actitud de escucha. Una tarea difícil, ciertamente, que reclama creatividad en el Espíritu de las comunidades cristianas y la ductilidad cultural de todos los creyentes; pero precisamente en este proceso hermenéutico, corno muy bien ha dicho René Marle en su pequeño volumen sobre El problema teológico de la hermenéutica (Queriniana, Brescia 1969), consiste en la vida de la Iglesia en el tiempo.

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G. Barbaglio