POTENCIA OBEDIENCIAL
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

Con la expresión "potentia oboedientialis" la teología intenta definir, a la luz del dato revelado, la posibilidad de relación entre Dios y el hombre: Estamos ante un problema de la relación naturaleza y gracia. Por una parte, la reflexión deberá ser capaz de salvaguardar la libertad del hombre en su situarse ante la revelación de Dios; por otra, tendrá que defender la prioridad, la gratuidad y la trascendencia del obrar de Dios mismo.

Sólo ingenuamente se puede pensar que semejante cuestión nó tiene nada que ver con 1a teología fundamental. Con la "potentia oboedientialis" estamos ante una de esas temáticas omnipresentes, aunque no siempre explicitadas, que regulan toda la tradición teológica. La encontramos ante todo en el tema de una fundamentación antropológica, más tarde pomo factor interno de la revelación y de la encarnación, luego en las problemáticas sobre el conocimiento "natural" de Dios y la fe, en la relación fe-razón y, finalmente, en las cuestiones de soteriología. Por tanto, no se trata de un tema marginal para la teología, sino que constituye uno de sus elementos cualificativos.

Desde el punto de vista formal, como elemento que es ya de uso común, con "potentia oboedientialis" se designa genéricamente la posibilidad (potentia) que tiene el hombre de poder recibir una determinación que de suyo no posee, pero que puede sólo obediencialmente acoger como don de Dios.

La legitimación de este dato viene sólo como reflexión teológica. En efecto, se acepta como ya constitutiva la relación creatural. El sujeto se concibe como criatura, es decir, en una diferencia ontológica con Dios y en dependencia de él; en la autoconciencia de no poder encontrar su cumplimiento en sí mismo, sino sólo en su relación con el Creador. Más aún, la reflexión, que es de genuina lectura católica, se lleva a cabo a la luz del acontecimiento de la encarnación, por el que se ve históricamente realizada la relación arquetipo entre Dios y el hombre en la vida de Jesús de Nazaret; que se convierte en el lugar de la llamada a la participación del hombre en la vida divina:

Así pues, en Cristo se tiene la totalidad de la gracia que es otorgada al hombre; por tanto, toda gracia es considerada como crística, pero en él se verifica también de qué manera el hombre es capax Dei.

Toda la reflexión patrística está marcada positivamente por esta precomprensión. Se dice que el hombre queda "divinizado", es decir, llamado a participar de la vida de Dios que se ha actuado ya históricamente en Cristo. Agustin ofrece una primera pista de investigación cuando trata de la relación entre el libre albedrío y la gracia. El hombre es libre, pero para obrar por el bien tiene que ser liberado; su disponibilidad a la gracia debe ser completamente obediencial.

Es más bien en Tomás donde por primera vez nos encontramos con la terminología técnica de "potentia oboedientiae" o "potentia oboedientialis" (De Ver. 3,3,3) para indicar una potencia pasiva del alma humana: "En el alma humana, como en toda criatura, está presente una doble potencia pasiva: una que puede atribuirse a los agentes naturales, la otra que se hace presente por el primer agente, el cual puede llevar (potest reducere) a cualquier cristiano a acciones superiores a las que es llevado por los agentes naturales. Y esta potencia suele llamarse en la criatura potencia obediencial (potentia oboedientialis)" (S. Th. 111, 11,1).

Posteriormente, el tema sufrió interpretaciones diversas, sobre, todo por obra de Molina y de su escuela. Más directamente, como un resultado que llega hasta la teología contemporánea, se puede intentar ver la "potentia oboedientialis" a la luz de la intuición tomista. En efecto, según Tomás, el cumplimiento esencial de la criatura y la gratuidad del don para su cumplimiento no pueden ser considerados como conceptos contradictorios dentro de un sujeto.

Por tanto, hay que valorar ante todo' la unidad del sujeto humano que se expresa en su cualidad de ser persona. Más allá de todo dualismo (espíritu-cuerpo, con la consiguiente división de trascendencia-inmaneneia o finito-infinito), la realidad de la persona es la que favorece más que cualquier otra, desde el principio, la unidad y la no contradictoriedad de los conceptos y de las características ligadas a ellos.

El ser persona, para el sujeto humano, significa autocomprensión de sí y capacidad de autorrealización mediante actos de libertad. Hay una apertura infinita en el sujeto, una dinámica constante de apertura, que está marcada par el deseo de poder alcanzar el objeto del propio conocimiento. Pues bien, precisamente esta tensión y este deseo hacen tomar conciencia de una finitud del propio acto de ser.

Esta misma característica está también impresa en la libertad del sujeto, que percibe en sí mismo el deseo. de una libertad cada vez mayor y de una apertura a la libertad infinita. Esta dimensión le permite autodescubrirse como un sujeto disponible para poder desear y realizar actos de libertad y sobre todo el acto supremo de libertad por el que logra su autorrealización.

La persona es esencialmente libertad; ésta se expresa como acto supremo precisamente en el momento en que se sitúa ante la opción radical de aceptación de una libertad mayor que no le pertenece y que no puede pretender, sino sólo recibir. Es esto lo que caracteriza al ser personal como aquel que puede realizar hasta el extremo y en correspondencia con su naturaleza unos actos que le pertenecen.

Se dirá, en otras palabras, que la autocomprensión última que puede tener el sujeto, teológicamente, es la de un ser creado; esto implica que se da una comprensión de una distintio realis con el Creador. El ser creatural, por consiguiente, se encuentra siempre en una condición de relacionalidad, que es visible en su disponibilidad para acoger. En cuanto criatura, no puede pretender, sino sólo recibir. Existe, por tanto, a nivel creatural una disponibilidad propia (potentia) para acoger la gracia, y por tanto para entrar en posesión (oboedientia) de una cualidad y característica que de suyo no posee ni puede pretender poseer en virtud de su propia naturaleza creada.

Hacerse consciente de lo que se ha dado ya en la creación es también gracia, llamada a la acogida obediencial que se debe a Dios. En efecto, sólo de esta manera es posible ver aquella disponibilidad radical del sujeto ante la revelación. En resumen, Dios al crear pone el deseo natural dentro de la criatura para que pueda reconocerlo; pero la contingencia del ser creado, que constituye su esencia, requiere que este deseo aparezca en un nivel personal para hacerse totalmente nato pleno de un sujeto histórico. Esto es necesario para que se realice plenamente la paradoja de la relación entre la trascendencia de Dios y el conocimiento humano. En efecto, Dios puede ser siempre y solamente el primero de esta iniciativa; pero la libertad del hombre no podrá estar nunca en disposición de relacionarse personalmente con Dios en virtud de su estructura ontológica, sin que Dios imprima en ella la capacidad tanto para concienciarla como para realizarla.

La condición creatural, asumida al principio como un a priori de la reflexión teológica, supone también necesariamente que hay que mantener viva la regla de la l analogía también en este caso.

Esta dimensión no le quita nada a la fuerza de la libertad del sujeto, ya que él la realiza precisamente en el momento en que toma conciencia y en que, como persona, se realiza plenamente a sí mismo.

Finalmente, la persona se autocomprende en una realidad histórica. Creemos que no se le quita nada a la densidad del concepto de "potentia oboedientialis" si se le inserta en una dinámica de devenir del ser humano. En el acto creativo de Dios se ve ya el acto de una "potentia oboedientialis" que se le da al sujeto como criatura; pero en el desarrollo de su existencia, éste toma cada vez. mayor conciencia de su propio ser, hasta llegar a la plenitud de la visión beatífica. Pues bien, la "potentia oboedientialis" no es extraña a esta dinámica, porque el creyente sabe ante todo que ante la trascendencia de la gracia permanece el estado de pecado y que, a pesar de ello, crece en él el deseo de Dios.

Así pues, la plenitud de la autorrealización será la de la visión beatífica; es allí donde se tendrá el cumplimiento de la participación en la vida divina, en la que la criatura descubrirá la bondad de su opción y verificará el grado más alto de su libertad, pero viendo al mismo tiempo la gratuidad de la llamada con la que se le dio lo que ella no podía hacer otra cosa más que desear.

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R. Fisichella