PATRIARCAS
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

"Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, n0 Dios de los filósofos y de los sabios": así se expresaba Pascal en su Memorial. ¿Confirma la Biblia su intuición? Para responder a esta cuestión, hay tres puntos que llaman nuestra atención: 1) la historicidad de los relatos patriarcales; 2) el género de estos relatos, y 3) la evolución de la teología en el interior de estos relatos.

I. HISTORICIDAD. Algunos autores niegan todo valor histórico a los relatos del Génesis. Otros lo defienden contra viento y marea. Los más prudentes dicen que no es imposible encontrar el trasfondo histórico de los relatos, sobre todo en lo que se refiere al patriarca Jacob. Sin embargo hay una conclusión que se impone cada vez más: los relatos patriarcales no son historiográficos en el sentido moderno de la palabra. Los escritores sagrados tenían preocupaciones diferentes de las de los escritores modernos, y en sus obras borraron, por así decirlo, todas las huellas que pudieran conducir directamente a los personajes y a los hechos históricos. Aunque los textos bíblicos contienen elementos de este tipo, estos últimos están puestos al servicio de un proyecto más amplio que la historia pura y simple.

Así pues, una encuesta seria no puede partir más que de los textos. La reconstrucción hipotética de los hechos es demasiado arriesgada y los resultados de los trabajos históricos son demasiado magros para poder ofrecer una base sólida a un estudio sobre la religión de los patriarcas. ¿Pero a qué tipo literario pertenecen entonces estos textos?

2. EL GÉNERO DE LOS RELATOS PATRIARCALES. Las tradiciones patriarcales se presentan como relatos. Por tanto, conviene analizarlos en función de las categorías del género narrativo. ¿Es posible ser más precisos? Ya hemos excluido la posibilidad de ver en ellos una especie de "biografías", basadas en unos documentos y en unos testimonios cuya veracidad puede probarse y que refieren acontecimientos de interés público. Podemos también eliminar de antemano la imposibilidad de ver en ellos unos mitos, incluso disfrazados. El lector no se ve transportado a los orígenes, antes del tiempo, en un mundo totalmente regido por las normas de lo sagrado. Por otra parte, tampoco puede tratarse de "cuentos populares". En los cuentos los personajes son anónimos, el tiempo y el espacio son indefinidos, las leyes de la verosimilitud quedan en suspenso, reina la imaginación. El primer objetivo de los cuentos es divertir, no ya engendrar convicciones; en general, revelan los deseos y los temores del inconsciente en una cultura determinada. Pero no es ése el caso de los relatos patriarcales: los patriarcas tienen un nombre, los relatos ocupan un marco preciso, que encierra indicaciones de tiempo y de lugar; la narración raras veces franquea la frontera de lo verosímil, y eso únicamente en circunstancias muy particulares; finalmente, el narrador bíblico no se contenta con fascinar a su auditorio, sino que quiere ser creído.

Otras veces se ha propuesto colocar los relatos patriarcales en la categoría, de "leyendas", en el sentido concreto de unos relatos sagrados a propósito de los personajes célebres del pasado, con la finalidad de edificar (algo así como la Leyenda dorada de Jacques de Voragine) o de explicar el origen de un lugar, de un culto, de una costumbre o de un nombre (leyenda etiológica). Pero esto tiene sus dificultades. En primer lugar, los relatos no siempre presentan a los patriarcas como modelos de virtud, ni mucho menos (véase, sin embargo, Gén 18,18-19; 22,15-18; 26,5). Además, no se centran en los personajes como tales para destacar su irradiación espiritual, sino más bien en la riqueza de los acontecimientos que vivieron. Una comparación con las Florecillas de san Francisco bastaría para destacar las diferencias. Finalmente, si los patriarcas fundan santuarios (Gén 12,7.8; 13,4.18; 21,33; 22,14; 26,25; 28,12-22; 32,31; 33,20; 35,14-15) y están en el origen de algunas costumbres (Gén 22 33), este aspecto es más bien secundario y la mayor parte de los relatos se salen de ese marco.

La categoría más apta para definir los relatos del Génesis parece ser la de "relatos religiosos populares". Por algunas de sus características están cerca de las leyendas; pero su primera finalidad no es la de edificar o la de justificar un culto o una práctica. Relatan ante todo unas experiencias de lo sagrado. Los relatos del Génesis parecen corresponder bien a esta definición. Se pueden citar cuatro razones principales: 1) Describen los efectos de la irrupción de lo divino en la conciencia y la existencia de los patriarcas; se trata sobre todo de describir su encuentro con el mundo numinoso, el momento en que pasan la frontera que separa este mundo del de Dios (cf Gén 28,12-22; 32,23-33); estos encuentros dan una orientación inopinada a su vida (véase sobre todo Gén 12,1-3; 22, I-2). 2) La experiencia prevalece sobre los personajes (en contra de la leyenda). 3) Los personajes son populares, y los destinatarios de los relatos pueden fácilmente identificarse con ellos. No se trata de héroes ni de aventuras fuera de lo común (como en la epopeya o en la leyenda sagrada), sino de acontecimientos ligados a la vida cotidiana, y ordinariamente a la vida privada de la familia. 4) El elemento extraordinario se ciñe al mundo de lo sagrado, al mundo de las realidades y de los valores últimos. Esto lo diferencia de lo maravilloso de los cuentos, que florece en el reino de lo imaginario y hunde sus raíces en los impulsos del inconsciente.

En resumen, los relatos quieren ante todo hacer compartir una experiencia de Dios de tipo particular, ya que fundamentan la existencia del pueblo de Israel como pueblo creyente. Por tanto, hay que tomar en serio los relatos como relatos. Sólo la lectura atenta de las narraciones permitirá trazar los contornos del mensaje que intentan dar.

3. LA EXPERIENCIA RELIGIOSA DE LOS PATRIARCAS. Podríamos decir de forma esquemática que la fe de los patriarcas es la de un itinerario y un descubrimiento. "Sal de tu tierra... y vete al país que yo te indicaré", dice Dios a Abrahán (Gén 12,1; cf 22,12). La aventura de Abrahán es la de una marcha hacia lo desconocido con la única garantía de una promesa de Dios. Ulises, en la Odisea, vuelve a su hogar. Los argonautas regresan con el vellocino de oro. El ideal de Grecia es volver, volver a la verdad escondida de cada uno ("Conócete a ti mismo", dice el oráculo de Delfos a Sócrates) o volver a la unidad perdida (reunión de Ulises con Penélope, retorno del alma al mundo de las ideas de Platón, p.ej.). Este ideal cíclico se encuentra en la mayor parte de las religiones naturales. Abrahán, por su parte, marcha hacia el descubrimiento de algo absolutamente nuevo. Conoce el punto de partida, pero no el punto de llegada, que sigue siendo el secreto de Dios. Así pues, el relato bíblico presenta dos niveles: por un lado, un Dios omnisciente; por otro, un hombre que intenta orientarse a partir de las indicaciones que le vienen de arriba. Este aspecto hace a Abrahán muy moderno, en el sentido de que tiene que encontrar su camino a tientas, alternando los ensayos y los errores, mientras que Dios se muestra muchas veces silencioso. Por otra parte, Dios puede intervenir de improviso para darle a su vida una dirección totalmente insospechada.

Este aspecto se subraya mucho en la historia de Abrahán. Va errando por Egipto (Gén 12,10-20), por Filistea (Gén 21). La promesa de una descendencia numerosa tarda en realizarse. Abrahán se queja sinceramente, y la visión nocturna de Gén 15 refleja algo más que un estado de espíritu: Abrahán vive en la oscuridad de la fe (Gén 15,5.6.12.17). Entonces, en lo más profundo de la noche, Dios establece con el patriarca una relación gratuita, unilateral e incondicional (`juramento" más bien que "alianza": Gén 15,18; cf 17; 35,915), que pone de relieve la trascendencia de la gracia divina. Cuando Dios surge, la conciencia tropieza con sus límites. La promesa divina supera siempre el entendimiento (cf sobre todo Gén 18,1-IS). Finalmente, apenas nace Isaac, Dios lo pide en sacrificio (Gén 22,1-19). Abrahán aprende a someterse, en las tinieblas de la prueba, al "Dios que ve" (22,9.14).

Este mismo aspecto se advierte en la historia de Jacob. La lucha con Dios, en medio de la noche, es una de las imágenes más impresionantes (Gén 32,23-33; cf Gén 28,10-20). Tan sólo al amanecer, Jacob, herido en el muslo, podrá identificar a su adversario, al que acaba de arrancar una bendición. En cuanto a la historia de José, llevará a su término esta experiencia, ya que Dios no le hablará jamás. Encontrará él solo el designio de la providencia que da sentido a sus aventuras (cf Gén 45,5-8; 50,1921). En definitiva, los relatos patriarcales no nos enseñan quizá mucho de la historia de los patriarcas, pero nos dicen cómo descubrieron el sentido de la historia, de la que Dios es el único Señor.

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J.-L. Ska