INSPIRACIÓN
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

SUMARIO:

1. Una mirada a la historia (AT; NT; época patrística; escolástica; el magisterio y los teólogos);
2. La novedad del Vaticano II (identidad del autor; precomprensión de "verdad"; inspiración y revelación)

R. Fisichella

 

El tema de la inspiración de la Escritura va profundamente unido al contenido de la revelación, hasta el punto de constituir un elemento esencial del mismo. La decisión libre de Dios de comunicarse con la humanidad ha encontrado en la persona de Jesús de Nazaret la expresión plena y culminante; sin embargo, su manera de expresarse, mediante la acción de los autores sagrados, ha alcanzado también en la Escritura un momento calificativo y esencial de su autoco-municacíón.

La Escritura es una expresión privilegiada de una narración de Dios a través de las formas de la comunicación humana.

Ya en una ojeada primera y sumaria se puede advertir que con esta expresión se inicia la dinámica de la revelación. Lo que es asumido como instrumento de comunicación es en sí mismo bueno, apto para expresar a Dios, aunque de una forma kenó= tica; en efecto, el lenguaje humano es continuamente inadecuado para expresar en plenitud la realidad divina.

El tema de la inspiración de la Escritura pertenece de manera peculiar a la esfera de una investigación interdisciplinar; la teología fundamental cualifica su impacto en relación con. la revelación. Se estudiará, por tanto, de qué manera la verdad contenida en el texto sagrado es tal verdad, en cuanto acto de revelación por parte de Dios. Habrá que mostrar además de qué manera esa única verdad, puesta una vez por todas en la historia a través de los límites del saber y de la expresión humana, puede ser verdad también hoy para el destinatario de la revelación y fuente de conocimiento de sí mismo y del misterio de Dios.

El estudio que la teología fundamental hace de la inspiración es la valoración final del acto revelativo: la pretensión de la revelación de ser acogida y comprendida históricamente en el arco de los siglos, a través de una verdad dada a la historia -y mediante los instrumentos humanos de un momento histórico particular. Se trata, por tanto, del estudio del hecho de la inspiración en la Escritura, que no debe hacer perder de vista las implicaciones que lleva consigo: la posibilidad de una expresión histórica de la verdad y su capacidad de llegar a los hombres de todos los tiempos (! Verdad).

1. UNA MIRADA A LA HISTORIA. La historia del tema ha pasado por diversos momento de interés.

a) El Antiguo Testamento no posee una terminología específica, prefiriendo recurrir a formas sinónimas y más fluidas, aunque describe de forma explícita la realidad de la inspiración. Se la comprende como acción del espíritu de Yhwh que toma posesión del hombre, provocándole a realizar gestos o expresiones destinados a comunicar su voluntad.

Gestos sencillos, como la unción con el óleo (1Sam 16,13), expresan una realidad más profunda: la posesión por parte de Yhwh de su "elegido" para que, "consagrado" de ese modo, pueda ser signo de revelación. Los profetas, en virtud de su misión, expresan más directamente la realidad de la inspiración. De Oseas se dice expresamente que está "inspirado" (Os 9,7); esta misma persuasión puede encontrarse en Miqueas (Miq 3,8); también Nehemías proclama que los profetas son la boca del Espíritu (Neh 9,30).

Los profetas mayores han dejado en los relatos de su vocación los signos evidentes de su conciencia de que, actúan proclamap y escriben en nombre de Yhwh (cf Is 6; Jer 1; Ez 2). Las palabras del profeta no parecen distinguirse ya de lasAel propio Yhwh; expresiones como "oráculo de Yhwh", "palabra del Señor", "así dice el Señor", atestiguan para todo el AT que, a través de la asunción de simbologías y de lenguajes humanos por parte del profeta, Dios mismo se comunica con su pueblo.

b) El Nuevo Testamento ofrece el único caso en que el término "inspiración" (theópneustos) es asumido como expresión técnica para explicar el acto particular con el que Dios inspira la Escritura; es el texto de 2Tim 3,16: "Pues toda la Escritura divinamente inspirada (theópneustos) es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, dispuesto a hacer siempre el bien".

Sin embargo, hay que centrarse en la persona de Jesús de Nazaret para comprender plenamente el valor de la enseñanza neotestamentaria en cuestión.

En efecto, para la Iglesia primitiva existe la certeza de que toda la Escritura está dirigida a Cristo y sólo en él encuentra su pleno significado. Los profetas hablaron de él y anticiparon los motivos de su existencia (Lc 24,27). Puesto que los apóstoles compartieron con él este acontecimiento de-revelación, también ellos están movidos por el Espíritu del Señor resucitado para anunciar al mundo la realización de la promesa antigua.

La suya es una experiencia de gratuidad que los pone en línea directa con la experiencia profética antigua. Dentro de este horizonte debemos leer dos textos programáticos de Pedro. El primero anuncia la centrafdad de Cristo (1 Pe 1,10-12); el segundo, la acción directa del Espíritu sobre los autores sagrados (2Pe 1,20-21).

Además, dentro de la comunidad primitiva, la presencia del ministerio profético (t Profecía) hace visible de dos maneras la acción de la inspiración. Durante la acción litúrgica algunos hombres y mujeres, bajo la acción del Espíritu, formulan oraciones por la comunidad con una referencia directa a la palabra del maestro (He 15,22.32; 1Cor 12,7-8). Por otra parte, algunos profetas están, junto con los apóstoles, implicados más directamente en el crecimiento de la comunidad. Su tarea peculiares la transmisión de la palabra de Jesús, iluminando y releyendo las peripecias y las exigencias de la comunidad (Ef 4,11; 2,20; 3,5; 1Cor 12,28).

Su autoridad es aceptada por la comunidad porque son reconocidos como hombres movidos por el Espíritu e inspirados directamente en el momento en que crean una relación entre el anuncio de la palabra del Señor y la vida de la comunidad (2Pe 3,2).

Los evangelios y las cartas de los apóstoles constituyeron además, desde el principio, el testimonio privilegiado de la acción del Espíritu que realiza la permanencia de la palabra del Señor en medio de la comunidad (Ef 4,11; 2Pe 3,15-16).

c) Para la época patrística, marcada por una profunda fe, que acepta naturalmente la Escritura como palabra de Dios, la inspiración no constituye ningún,problema especial. Un texto del venerable Beda, comentando el prólogo,de Lucas, nos hace percibir cómo pensaban los padres en este punto: "En cuanto al hecho de que al evangelista le pareció bien escribir, esto no debe entenderse como si esto le hubiera parecido sólo a él, ya que también lo que le pareció bien estaba bajo la inspiración del Espíritu" (PL 92,307).

Las intervenciones de los t apologetas Justino, Orígenes y Cirilo de Alejandría tienden a presentar la verdad de la Escritura contra los- ataques de los paganos. Agustín y Jerónimo serán los primeros en introducir las distinciones necesarias y, más positivamente, ofrecerán las motivaciones para el encuentro de la verdad salvífica en los textos sagrados.

d) Con la escolástica, y más directamente con Tomás, el tema de la inspiración comenzará a tener una primera sistematización teológica. Estudiando el tema de la profecía (cf S. Th. II-II, 171-174), Tomás la interpreta como aquel carisma que permite ver en una profunda unidad la revelación y la inspiración. La primera, por ser conocimiento de verdades divinas, exige la elevación sobrenatural del espíritu, y por tanto una inspiración. Así pues, la inspiración profética debe considerarse como un aspecto complementario de la revelación; mediante ella el profeta se ve elevado, por obra del Espíritu, a un nivel superior de conocimiento y de este modo puede comunicar y transmitir la revelación divina.

e) La historia de la Iglesia, después de este período, ve empeñados a los autores y al magisterio en diversos-niveles. Tras el concilio de Trento, que, modificando la formulación del concilio de Florencia "Spiritu Sancto inspirante"(DS 1334), se había expresado en este caso con "Spiritu Sancto dictante" (DS 1501), las interpretaciones de los teólogos se mueven sobre bases diferentes. Para algunos, entre los que destaca Báñez, la acción del Espíritu Santo respecto al hagiógrafo llega hasta las "singula verbá"; para otros, que seguían la tesis de Lessio, había que distinguir entre revelación e inspiración, por lo que un libro podía haber sido escrito la asistencia del Espíritu Santo; pero si posteriormente el Espíritu atestiguaba que no había nada falso contenido en él, entonces se convertía en un libro sagrado, y por tanto inspirado.

En 1870 apareció el libro de J.B. Franzelin Tractatus de divina traditione et Scriptura, que influyó notablemente en las declaraciones del Vaticano I: La tesis de Franzelin es que Dios es autor de los libros sagrados en virtud de una acción sobrenatural sobre los escritores. El autor es aquel que concibe y produce personalmente el escrito con su mente; pero Dios cumple su acción actuando sobre el entendimiento y la voluntad del autor, haciendo que éste conciba en su mente y escriba voluntariamente sólo aquellas cosas que él quiere comunicar. Así pues, la inspiración se concibe no como el conocimiento de unas verdades (que el autor podría tener por conocimiento propio), sino como su redacción por escrito. Por tanto, se concibe a Dios como causa principal y autor verdadero del texto, mientras que el hagiógrafo es la causa instrumental que actúa bajo su acción para aquello que es la parte formal del texto, aunque sigue siendo libre de utilizar las formas expresivas en conformidad con su tiempo.

El Vaticano I constituye un momento de síntesis en lo que se refiere al tema de la inspiración. Rechazando algunas tesis minimalistas que querían reducir la inspiración a una acción de reconocimiento sucesivo por parte de la Iglesia o a una asistencia que preservaba de escribir errores, se afirmaba un principio fundamental: "Los textos sagrados... tienen a Dios por autor y han sido como tales confiados a la Iglesia" (DS 3006).

Posteriormente, la Providentissimus Deus de León XIII (DS 32913293), y la Divino afflante Spiritu, de Pío XII (DS 3826-3830), marcan las intervenciones ulteriores del magisterio tendentes a centrar la problemática. Una exégesis más atenta y una metodología renovada favorecían una comprensión mayor tanto de los géneros literarios como de la personalidad del hagiógrafo.

Es sin embargo el Vaticano 11 el que ha dado un impulso a la búsqueda de nuevas soluciones. El capítulo III de la Dei Verbum parece tan sólo a primera vista remitir a la doctrina tradicional sobre la inspiración; en realidad, en los sólo tres números que constituyen ése capítulo es posible ver realizado un auténtico progreso en la enseñanza sobre la inspiración.

En efecto, el concilio recibe una serie de provocaciones a las que se había llegado en los estudios del decenio anterior. En dos frentes distintos, tanto los biblistas como los dogmáticos habían desbrozado el terreno de los diversos reduccionismos en que estaba atascada la problemática y habían señalado nuevas y prometedoras pistas de solución. Por parte bíblica, McKenzie, McCarthy, Coppens, Lohfink y Alonso Schdkel habían emprendido reflexiones relacionadas más directamente con el tema del hagiógrafo y de la verdad; por parte teológica, Rahner, Grelot, Benoit habían propuesto útiles teorías para una relectura sobre la mediación eclesial, la función del hagiógrafo y el valor lingüístico de las mediaciones escritas.

2. LA NOVEDAD DEL VATICANO II. Hay tres aspectos que pueden sintetizar la novedad de la enseñanza del Vaticano II.

a) La identidad del autor. El autor sagrado queda separado del horizonte de un simple ejecutor pasi= vo o de un instrumento en manos de Dios, como lo había definido la teología anterior. El "Spiritu Sancto dictante" del concilio de Trento es sustituido por un lenguaje más positivo y bíblico, que ve al hagiógrafo "elegido", "escogido" por Dios, que escribe como un "verdadero autor" del texto.

Por consiguiente, se da del hagiógrafo una definición plenamente positiva: es aquel que estudia, reflexiona, busca y comunica con su escrito aquella experiencia salvifica de la que fue protagonista. Cada uno de los autores sagrados es considerado en su plena libertad ante la acción gratuita de Dios; tiene el peso de una misión con vistas a la construcción de la Iglesia. Esta misión se realiza a través de la peculiaridad de su escrito; es él el que lleva el peso de su propio trabajo y la carga de su propia originalidad, en la que expresa su personalidad.

Dios es ciertamente autor (Urheber), puesto que es él el que crea la historia de la salvación en sus diversos actos revelativos. Por tanto, él está en el origen del texto sagrado, tanto en cuanto libro singular como en su globalidad; en efecto, es él y su acción lo que el hagiógrafo intenta expresar, pero dentro de la lógica de la revelación misma.

b) Precomprensión de "verdad" : Una segunda novedad es la que nos ofrece la comprensión de "verdad". Mientras que los textos preconciliares apuntaban hacia la inerrancia, y por tanto hacia la ausencia de todo error en la Escritura, como consecuencia de ser una revelación dada por inspiración, el concilio inaugura un uso más bíblico de "verdad", comprendida ante todo como una comunicación fiel y misericordiosa de Dios, que tiende a la salvación de la humanidad.

Así pues, la verdad de la Escritura es la verdad del plan salvífico de Dios sobre el hombre y para el hombre: La expresión de DV 11: "Los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra (nostrae salutis causa) "marca ciertamente un progreso teológico.

c) Inspiración y revelación. La tercera novedad que hay que observar procede de la recuperación que se hace de la unión de la inspiración con el tema de la revelación.

No se puede negar que entre los dos concilios Vaticanos el tema se había llegado progresivamente a plantear como una realidad autónoma. El Vaticano II vuelve a situar la inspiración en su cauce natural, es decir, dentro de la realidad más omnicomprensiva que está constituida por el acontecimiento de la revelación.

Así pues, también para la inspiración se seguirán aquellas líneas directivas que marcan el nuevo recorrido de la teología en el estudio de la revelación. En primer lugar, el carácter central de Cristo. Jesús de Nazaret, como palabra de Dios, es también la verdad del hombre: él es el verdadero libro inspirado para comunicar y dar la salvación.

Además, la gratuidad del carisma. El hagiógrafo vive la experiencia de haber sido escogido y elegido por el Espíritu; él es plenamente autor, pero al mismo tierhpo es consciente de estar en una relación íntima cosí Dios a quien se entrega, acogiendo libremente la misión que él le confía de comunicar por escrito su voluntad.

Finalmente, la historicidad de este acontecimiento. La inspiración no destruye las características del autor; al contrario, las eleva. Pero también se realiza un procedimiento contrario, el de un Dios que se abaja para poder comunicar. Dentro de la historia es donde se realiza el acontecimiento de la inspiración; para ello, la verdad que se da totalmente en el texto sagrado sólo se, alcanza, sin embargo, escatológicamente. Se da una maduración progresiva de la Iglesia que relee ese texto descubriendo en él un sentido cada vez más profundo, creando así una tradición viva según la analogía de la fe (DV 12).

Por consiguiente, la inspiración se presenta como una característica de aquella forma escrita asumida por la palabra de Dios. Tan sólo en la medida en que permanece plenamente ligada al acontecimiento de la revelación adquiere su sentido más denso y significativo. La plasticidad de la expresión de Hugo de San Víctor puede definir el significado profundo del valor y de la realidad de la inspiración: "Omnis Scriptura unus liber est et ille unus liber Christus est".

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R. Fisichella