CALVINISMO
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

El calvinismo se puede describir como un complejo de reflexiones teológicas sistemáticas sobre la palabra de Dios (Sagrada Escritura) según fueron interpretadas y propuestas por Juan Calvino. Habría que estudiar todas las obras teológicas de Calvino para captar las precisiones y los matices de su pensamiento; sin embargo, la fuente clásica en la que se encuentra expuesta su teología es el texto Institución de la religión cristiana, obra constantemente revisada por Calvino entre la primera edición, de 1536, y la edición final, de 1551.

Juan Calvino nació en Noyon, Francia, el 10 de julio de 1509. Su padre, Gerar Cauvin, era notario, y fue procurador del cabildo de la catedral de Noyon. De su madre, Jeanne Le Franc, se sabe muy poco; murió cuando Juan contaba unos tres años. El padre de Calvino deseaba que su hijo recibiese una educación universitaria; por eso Juan, a la edad de catorce años, fue inscrito en la universidad de París, en el Collége de la Marche. Aquí fue dirigido por Mathurin Cordier, un sacerdote conocido por su interés por el latín y por las investigaciones humanistas. Muy pronto el joven Calvino se trasladó al Collége de Montaigu para iniciar los estudios teológicos, que siguió bajo la dirección de un cierto John Major, conocido como abogado de formación nominalista. En este período recibió el influjo del pensamiento reformista de su primo Pierre-Robert Olivetan. En este mismo colegio comenzó a estudiar las obras de san Agustín y de otros antiguos padres de la Iglesia.

En 1528 recibió el grado de magister artium, orientándole su padre hacia el estudio del derecho en la universidad de Orléans. En esta ciudad entró en contacto con el profesor luterano Melchor Wolmar, con el cual mantuvo una amistad duradera. Después de la muerte de su padre en 1531, Calvino volvió a París; aquí continuó los estudios de griego, latín y hebreo. Hacia finales de 1533 o comienzos de 1534 experimentó lo que él mismo llamó una repentina conversión, que le llevó a alejarse de la Iglesia católica. Lamentablemente para la posteridad, Calvino no ha dejado ninguna descripción detallada de los factores internos y externos que le llevaron a abrazar los principios fundamentales de la teología evangélica. Con mucha probabilidad, su familiaridad con la doctrina de Lutero, los crueles tratos impuestos (cárcel o muerte) a contemporáneos que aspiraban a la reforma de la Iglesia católica, las prácticas supersticiosas que abundaban en la Iglesia y la vida mundana del papa y los obispos le impulsó todo ello a buscar en otra parte una expresión más pura del evangelio.

ENSEÑANZA CALVINISTA. Doctrina sobre Dios. En el libro I, capítulo 13, de su Institución, expone Calvinola doctrina tradicional sobre Dios uno y trino, explicando de modo ortodoxo la distinción de las personas divinas en la Trinidad. El Dios bíblico es eterno, misericordioso y justo, omnipotente, etc.; pero el atributo divino en el que insiste de modo particular es la voluntad de Dios. Ésta es absolutamente soberana y funda todo lo que existe: "Porque su voluntad es y debería ser justamente la causa de todo cuanto existe... Por ello, cuando nos preguntan por qué Dios ha obrado así, debíamos responder: porque así lo ha querido" (Inst. 3.23.2).

Aunque la creación y la Sagrada Escritura afirman que Dios es el creador, sin embargo sólo la Sagrada Escritura atestigua con certeza que es redentor (cf Inst. 1.10.1; 2.9.1). Aunque Dioses indudablemente trascendente y excelso (un Dios oculto), es también el que se revela al elegido como misericordioso y lo reviste con la justicia y los dones salvíficos de Cristo (cf Inst.1.17.2; 3.24.5).

Cristología. Calvino enseña que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, encarnado con el único fin de llevar a cabo nuestra redención. De modo particular acentúa la función de Cristo como mediador. Con ello enseña que Cristo, en cuanto mediador, debe ser perfecto Dios y perfecto hombre: "En resumen, puesto que si hubiese sido sólo divino no hubiera podido padecer la muerte, y si hubiese sido sólo hombre no hubiera podido vencerla, unió la naturaleza humana con la divina, de modo que para expiar el pecado pudiese someter la debilidad de la una a la muerte, y luchando contra la muerte con el poder de la otra consiguiese la victoria para nosotros" (lnst. 2.12.3). La reconciliación del hombre con Dios se verifica a través de la muerte y la resurrección de Cristo: "En su muerte tenemos el cumplimiento perfecto de la salvación, porque a través de ella somos reconciliados con Dios, se satisface a su justo juicio, se suprime la maldición y la pena queda completamente expiada. Sin embargo, se dice de nosotros que "hemos sido regenerados... para una viva esperanza" no mediante su muerte, sino "mediante su resurrección" (I Pe 1,3). En efecto, así como él al resucitar salió victorioso de la muerte, así la victoria de nuestra fe sobre la muerte está sólo en su resurrección" (Inst. 2.16.13).

Pneumatología. Calvino cita muchos pasajes del NT que afirman la divinidad del Espíritu Santo. Defiende también la divinidad del Espíritu basándose en su función en la creación: "El Espíritu, en efecto, que está difundido por todas partes, sostiene todas las cosas, las hace crecer y las vivifica en el cielo y en la tierra. A1 no estar circunscrito por límite alguno, no entra en la categoría de las criaturas; en cambio, transfundiendo su energía a todas las cosas y haciéndolas partícipes del ser, la vida y el movimiento, demuestra claramente su naturaleza divina" (Inst. 1.13.14).

El Espíritu Santo, además de la acción que ejerce en la creación y en la providencia, garantiza también la inspiración de la palabra de Dios, la hace fructificar en el corazón del creyente y produce para él los beneficios de la acción salvífica de Cristo.

Sagrada Escritura. Según Calvino, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están inspirados por el Espíritu Santo y tienen a la persona de Cristo como centro focal: "Las Escrituras deberían leerse con la idea de descubrir a Cristo en ellas" (Comentario a san Juan 5.38.39). En cuanto palabra de Dios, pues, las Escrituras le comunican al creyente el mismo Jesús y su don de salvación. De éste nos adueñamos a través del don de la fe conferido por el Espíritu Santo, don que abre el corazón del creyente a la verdad salvífica de la Escritura: "Porque, del mismo modo que Dios da idóneo testimonio de sí mismo con su Palabra, así tampoco la Palabra puede ser acogida en el corazón del hombre sin el sello del testimonio interior del Espíritu" (Inst. 1.7,4.). Para Calvino, la palabra de Dios, la fe del creyente y la acción del Espíritu Santo hay que mantenerlas indisolublemente unidas.

Iglesia y sacramentos. Para Calvino, la verdadera Iglesia universal está constituida por todos los creyentes de todo tiempo y lugar, y esta Iglesia es invisible. Sus miembros son los elegidos, que solamente Dios conoce. Esta Iglesia única tiene también un aspecto visible y "designa a la multitud de los hombres esparcidos por toda la tierra que profesan la adoración del Dios único y el único Cristo" (Inst. 4.1.7.). En esta comunidad hay santos y pecadores. En armonía con Lutero, Calvino afirma que esta Iglesia de Dios puede ser reconocida o se hace presente: 1) allí donde la palabra de Dios es predicada y escuchada con pureza, y 2) allí donde se administran los sacramentos según la institución de Cristo (cf Inst. 4.1.9).

Los sacramentos a los que se refiere Calvino son el bautismo y la eucaristía, instituidos por Cristo según lo afirma el NT. Ellos son instrumentos del Espíritu Santo y sirven para hacer más actual y visible la auténtica palabra de Dios: "Por lo cual hay que retener como principio seguro que los sacramentos tienen la misma función que la palabra de Dios: ofrecernos y expresarnos a Cristo, y en él los tesoros de la gracia celeste. Pero no aportan ninguna ayuda y provecho si no se los recibe con fe" (Inst. 4.14.17). Por tanto, a través del bautismo la persona de fe tiene la certeza de que sus pecados son perdonados, en el sentido de que su condición de pecado no le será imputada; además recibe la confirmación de que vive como renacido en Cristo (cf Inst. 4.15.6). En la cena del Señor, Cristo se comunica al creyente en los signos del pan y del vino, que, aunque permanecen lo que son, producen eficazmente en el que los recibe dignamente "... redención, justicia, santificación y.vida eterna, junto con todos los demás beneficios que nos da Cristo" (Inst. 4.17.11).

Doctrina sobre el hombre. Antes de recibir el don de la fe, la persona humana pertenece a la massa damnata y, bajo el peso del pecado original, se encuentra delante de Dios condenada y juzgada (cf Inst. 2.1.8). El pecado original corrompe todas las partes del hombre y produce ulteriores frutos de pecado que Calvino, siguiendo a san Pablo, llama "obras de la carne" (Gál 5,19). En esta condición el hombre es incapaz de emprender ninguna iniciativa apta para restablecerlo en la amistad con Dios. Aunque la persona todavía no regenerada se encuentra infinitamente distante de Dios, Calvino admite que, por medio del uso de razón, puede ejercer un cierto poder sobre las "cosas terrenas", y por tanto contribuir a su buen gobierno, al progreso de las ciencias y de las artes liberales (cf Inst. 2.2.13).

La fe en Cristo. El hombre es liberado de su condición de pecado mediante el don de la fe. Sólo la fe justifica y tiene como objeto propio el abrazo de Cristo "encerrado en sus promesas" (Inst. 2.9.3). Así lo explica Calvino: "Decimos que la fe justifica, no porque nos obtenga por su mérito la justicia, sino porque es un instrumento con el que conseguimos gratuitamente la justicia de Cristo" (Inst. 3.18.8). Esta fe justificante no hace que el hombre esté sin pecado, pero establece una nueva relación entre Dios y el creyente. En esta nueva relación con Dios, en cuanto juez, no le imputa al hombre su pecado, sino que más bien le atribuye o pone en su cuenta la justicia de Cristo.

A la justificación acompaña la santificación, de la que Calvino habla muy claramente en los términos siguientes: "¿Porqué, pues, somos, justificados por la fe? Porque a través de la fe nos apropiamos la justicia de Cristo, por la cual solamente somos reconciliados con Dios. Mas no podríamos hacer nuestra la justicia sin apropiarnos también la santificación. Pues él nos es dado como `sabiduría, justicia, santificación y redención' (1Cor 1,30). Por lo cual Cristo no justifica a nadie sin santificarlo al mismo tiempo" (Inst. 3.16.1). Esta santificación hay que expresarla tanto en la vida personal del creyente como en la sociedad más amplia, de modo que la vida toda del hombre se convierta en un incesante himno a la gloria de Dios.

Predestinación. Puesto que la voluntad de Dios es causa de todas las cosas, es también causa de salvación y de reprobación. "Llamamos predestinación al eterno decreto de Dios por el cual ha convenido consigo mismo lo que cada hombre debía llegar a ser. Pues no todos son creados en iguales condiciones; mientras que para algunos ha sido preordenada la vida eterna, para otros ha sido preordenada la condenación eterna" (Inst. 3.21.5). Con su doctrina de la doble predestinación intenta Calvino salvar la soberanía de Dios y la total incapacidad del hombre para procurarse su propia salvación. Ésta se apoya solamente en la decisión (voluntad) de Dios, y no se sigue ni de las buenas obras ni del llamado. mérito adquirido mediante las buenas obras. En el fondo, la predestinación es un misterio. Con la fe, dice Calvino, debemos considerar el decreto de reprobación como justo y como manifestación de su gloria (cf Inst. 3.21.7).

Las posiciones doctrinales de Calvino, indicadas antes a grandes rasgos, estaban destinadas a experimentar modificaciones y variaciones al encontrarse ante sucesivos factores de orden intelectual, cultural e histórico. Esta o aquella enseñanza del maestro ginebrino -bien la inspiración de la Biblia o la predestinación, etc.- sería modificada ante el impacto de movimientos tales como la ortodoxia protestante, el pietismo, el racionalismo ilustrado, la aparición de la teología del protestantismo liberal, etcétera. En los últimos decenios, el influjo de K. Barth y el diálogo ecuménico han conseguido reavivar el interés por las posiciones teológicas de Calvino en orden a la soberanía y a la gloria de Dios, así como a la índole central de la teología y de la vida cristiana.

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K McMorrow