TRABAJO
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SUMARIO: I. El trabajo en la cultura de hoy. II. Perspectiva bíblica. III. Antiguo Testamento: 1. Terminología; 2. El trabajo en Gén 1-11: a) El trabajo y el descanso de Dios, b) El hombre es imagen de Dios, c) El trabajo en Gén 2-3, d) Caín y sus descendientes, e) La torre de Babel; 3. El trabajo como mandato de Dios; 4. La predicación profética; 5. Escritos sapienciales. IV. Nuevo Testamento: 1. Marta y María; 2. "El que no trabaje, que no coma" (2Tes 3,10); 3. Aprovechar el tiempo presente (Ef 5,16). V. Conclusión.

 

I. EL TRABAJO EN LA CULTURA DE HOY. El siglo xix se caracterizó, en lo que atañe a nuestro tema, por una exaltación enfática y entusiástica del trabajo, considerado como expresión del dominio del hombre sobre la naturaleza. En nuestro siglo, la división y especialización cada vez mayor del trabajo, el desarrollo de la ciencia, de la técnica, y consiguientemente, de la civilización industrial han puesto cada vez más de relieve los aspectos problemáticos e incluso negativos de la concepción del trabajo del siglo xlx. El tema del trabajo, heredado del siglo pasado, ha entrado expresamente en la reflexión filosófica y teológica sobre todo en nuestro siglo. Pero paradójicamente la noción misma de "trabajo" ha perdido en claridad y en univocidad, hasta el punto de convertirse en una categoría indeterminada, y por tanto necesitada de precisión.

En el terreno de la reflexión cristiana, nuestro siglo ha asistido a un esfuerzo amplio y pluriforme de interpretación de la moderna civilización del trabajo. Baste pensar en las encíclicas de los papas, en la teología francesa de las realidades terrenas, en el documento conciliar Gaudium et spes. Fuera del campo teológico, la filosofía moderna desde Hegel hasta la escuela de Frankfurt, la sociología desde Weber hasta nuestros días, la psicología y la medicina del trabajo, todas las ciencias humanas se ocupan del trabajo bajo aspectos específicos.

Pero continuamente está surgiendo la pregunta radical: ¿Cuál es el sentido del trabajo en la vida del hombre? El trabajo se configura como relación del hombre con la naturaleza, pero crea además una red de relaciones entre los hombres; por otra parte, la dimensión del trabajo está ligada a la dimensión de la corporeidad del hombre, pero también a la tensión humana de conocer el mundo; finalmente, el trabajo es una "región" de la existencia humana que es también fruición y contemplación, juego y fiesta, y, sin embargo, puede convertirse en símbolo del camino existencial del hombre que se fatiga bajo el sol en busca de realización y de cumplimiento.

La Biblia no se ha enfrentado con el tema del trabajo desde la óptica en que ha surgido en la moderna sociedad industrial. No hay en la Biblia ningún término que exprese lo que hoy se entiende generalmente por "trabajo", es decir, no sólo la actividad humana genérica, sino ese tipo de actividad que se considera tanto en su finalidad última como en sí misma, por su contenido operativo, distinta de la fruición de los bienes producidos y de la "contemplación". Sin embargo, para el creyente es inevitable interrogarse por el sentido del trabajo según la Biblia.

II. PERSPECTIVA BÍBLICA. La actividad humana está continuamente presente en los textos bíblicos; pero en ellos el término "trabajo", en el sentido de la moderna sociedad industrial y laboral, se halla realmente ausente. De aquí la dificultad de encontrar un método para la investigación: ¿sobre qué hemos de interrogar concretamente a la Biblia? Por hipótesis, podemos asumir la siguiente acepción del trabajo como categoría eurística: el trabajo es una actividad personal, manual y/ o intelectual, con la cual el hombre "conoce" el mundo y al mismo tiempo se realiza a sí mismo en el contexto de las relaciones con los demás. No se trata lógicamente de una definición bíblica del trabajo, sino de una aproximación que permite una investigación en la Biblia a partir de los interrogantes de hoy.

El tema del trabajo, a pesar de ser casi omnipresente, no tiene especial relieve para el anuncio bíblico, centrado en la proclamación del reino de Dios, y últimamente en el misterio de Jesucristo. El trabajo forma parte de la existencia humana, pero no agota su sentido ni salva al hombre; no santifica al hombre, pero tampoco lo condena. Sin embargo, el trabajo es "expresión" de la existencia humana, de su finitud creatural y de su necesidad de salvación. Por tanto, es lógico que el trabajo sea considerado dentro de la visión antropológica bíblica en relación con Dios.

No podemos pensar en deducir de la Biblia una visión orgánica del trabajo humano o una doctrina bíblica sobre el trabajo. Por consiguiente, el estudio del tema bíblico ha de evitar el peligro de una utilización selectiva de los textos bíblicos sobre la base de una precomprensión inconfesada o no refleja. Una teología del trabajo no puede elaborarse simplemente a golpes de citas bíblicas, ni por simple deducción de los grandes temas de la revelación (creación, redención, escatología), sino que presupone la elaboración previa de una antropología teológica adecuada.

Sería poco fructuoso hacer una simple descripción de los diversos trabajos mencionados en la Biblia. Detendremos nuestra atención en los pasajes que ponen de relieve el sentido del trabajo humano. Solamente así es posible captar la especificidad del mensaje bíblico.

III. ANTIGUO TESTAMENTO. 1. TERMINOLOGÍA. El AT utiliza muchos términos para designar el trabajo: `abodah = trabajo duro y fatigoso, servicio (incluso cultual); mela'lcah = obra, ocupación, tarea; mas = trabajo forzado; sebel = trabajo social, tarea pública; ma`seh = ocupación, faena; naba'= trabajo, servicio, esclavitud, tarea penosa; debar yóm = trabajo diario; `amal = trabajo, cansancio, prestación; yegia`= fatiga, trabajo, salario; `issabón = fatiga, cansancio; mele'ket `abodah = trabajo ordinario, diario...

Es característico de la lengua hebrea bíblica designar el trabajo con términos que indican al mismo tiempo bien sea el desarrollo de una actividad, bien el resultado o la obra producida, bien la fatiga inherente al mismo. La actividad laboral se capta concretamente, bien en el sujeto que la cumple con fatiga y con dolor, bien en sus características intrínsecas (p.ej., en cuanto servicio o creatividad), bien en las relaciones sociales que crea (dependencia, servidumbre). La polivalencia semántica del léxico bíblico deja vislumbrar la falta de una elaboración teórica y revela una aproximación más bien indiferenciada a la "realidad del trabajo". Quizá esto se deba al hecho de que la Biblia no considera el trabajo en sí mismo como un segmento aislado de la existencia humana, sino en la trama viva y compleja de la vida del hombre.

2. EL TRABAJO EN GÉN 1-11. En Gén 1-11 no tenemos una narración "histórica" basada en documentos y testimonios, sino relatos poéticos y religiosos, narraciones simbólicas con elementos míticos, que intentan afirmar lo que vale para cada uno de los hombres siempre y en todas partes. Se trata de una interpretación inspirada de la existencia humana [/ Génesis].

a) El trabajo y el descanso de Dios. En el himno al Creador de Gén 1, el Dios creador es un Dios que trabaja y descansa. El trabajo divino se distribuye en el marco de una serie de días, dentro de una estructura septenaria. La polaridad rítmica del tiempo (día y noche) y la sucesión ordenada y numerada de los días (6+ 1) sugieren que la actividad creadora-ordenadora de Dios es perfecta y el resultado es armonioso. El ritmo, la armonía y la belleza de lo creado, que solamente Dios puede valorar en su totalidad, son exaltados por Dios mismo: "Vio Dios que esto estaba bien (tób)" (Gén 1,3.10.12.18.21.25. 3í). El mundo es siete veces bello, bueno, es decir, plenamente armonioso.

Pero tanto la actividad de Dios como las obras creadas llegan a su cumplimiento el día séptimo. Así pues, el día séptimo es el "cumplimiento" de todas las obras y actividades de los seis días. Dios descansa el día séptimo porque todo ha llegado a su etapa definitiva. Hay, por tanto, en los seis días un dinamismo hacia el cumplimiento total y hacia el orden de todo, que se alcanzan plenamente el séptimo día. Si Dios descansa es porque el mundo ha alcanzado su plenitud como totalidad ordenada.

El Dios bíblico no es un "deus otiosus", como los dioses de Mesopotamia; trabaja y descansa, se da, y sigue estando en sí mismo. El trabajo-reposo es un ritmo divino vital. Evidentemente, aquí se emplea un lenguaje metafórico, antropomórfico, ya que el "descanso" de Dios no es un "dulce no hacer nada". En efecto, el día séptimo Dios actúa: consagra para sí aquel día y lo bendice. El descanso de Dios es una cifra simbólica para decir que todo lo que Dios ha hecho está perfectamente cumplido. Y es un descanso fecundo, porque la bendición divina hace fecundo al séptimo día consagrándolo para sí. Por tanto, hay una fecundidad divina que brota de su actividad laboral y una fecundidad que está ligada a su bendición. Dios no trabaja para poder descansar ni descansa para trabajar más.

Gén 1 no trata ni del trabajo humano ni del sábado del hombre al ordenar el texto según el esquema de siete días. Lo que quiere es presentar a Dios como el que trabaja y descansa, es decir, como aquel que incluye en sí tanto el trabajo como el descanso. El I "mito" no demuestra ni argumenta, sino que "representa": aquí estamos leyendo precisamente una representación.

b) El hombre es imagen de Dios. Ya la literatura mesopotámica presentaba al hombre como imagen de Dios, pero indicaba también cuál era el destino del hombre: ser creado para trabajar al servicio y en provecho de los dioses. Para el pensamiento babilónico (cf, p.ej., el mito de Atrahasis), el trabajo determina esencialmente la existencia humana; la libertad es un privilegio exclusivamente divino, alcanzado mediante la esclavitud del hombre. El ser imagen de Dios no libera al hombre de la sumisión al trabajo.

La Biblia, por el contrario, le concede al hombre un puesto privilegiado en el universo. La creación del hombre es distinta y está separada de la creación de los demás seres mediante una deliberación de Dios: "Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gén 1,26). El ser imagen depende de un "hacer" intencional de Dios: la intención divina es que el hombre esté constituido esencialmente por la relación con él. Esta relación queda precisada por la "imagen de Dios": el hombre es, por tanto, como su Dios, un ser que trabaja y descansa. Tanto el "trabajo" como el "descanso" corresponden a la imagen de Dios.

Además, "Dios bendijo al hombre y a la mujer y les dijo: `Sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y cuantos animales se mueven sobre la tierra'" (Gén 1,28). El hombre recibe, no una orden o un mandato, sino una bendición que es garantía de éxito. Su futuro está "protegido" por la bendición de Dios. El hombre se multiplicará, es decir, dará origen a varios pueblos, de forma que llenará la tierra. Cada uno de esos pueblos tomará posesión de su territorio (el hebreo usa aquí el término kabas = tomar posesión de un territorio). Además, la humanidad con la bendición divina logrará "gobernar" (en hebreo, radah) el mundo. Este gobierno humano sobre el mundo no es una explotación brutal ni un sometimiento arbitrario, un gesto de despotismo anárquico y destructor, sino que se inserta en el marco de una voluntad divina de orden en el mundo y de victoria sobre las fuerzas del caos. La bendición de Dios es sobre el hombre que trabaja y engendra. El ser imagen no abre un abismo entre el hombre y las demás criaturas; lo distingue en cuanto apertura y capacidad de encuentro con Dios, pero lo une al cosmos que el hombre gobierna con su trabajo. El trabajo humano no es una maldición, pero tampoco un fin en sí mismo. Está bajo la bendición divina, condición de su nuevo nacimiento. La "calidad" del trabajo humano está definida de antemano por la relación del hombre con Dios, en cuanto que él es "imago Dei", y por la bendición divina.

Ahora podemos intentar comprender mejor la imagen mitológica del descanso divino el séptimo día. El mito del trabajo y del descanso de Dios intenta evitar presentar a Dios como ocioso o imaginarlo esclavo del trabajo. Sin embargo, parece plausible suponer que el autor judío del siglo vi que escribió Gén 1 tenía ante los ojos el ritmo septenario de la semana hebrea. Al decir que el hombre fue creado a imagen del Dios que trabaja y que descansa, el texto bíblico quiere decirnos que también la semana hebrea está modelada sobre la divina. Sobre la creación entera se cierne la bendición divina, que da origen a los días feriales, laborales y fecundos, y a los días "séptimos" igualmente fecundos y fructuosos. Más aún, todo llega a su cumplimiento el día séptimo, el sábado. El séptimo día del hombre se une al séptimo día de Dios, se hace "fiesta" y encuentro con Dios. Los seis días del hombre que trabaja se unen con los seis días del trabajo creador de Dios para luchar contra la amenaza del caos. El trabajo del hombre no es tanto colaboración o participación en el trabajo creador de Dios, sino más bien custodia y "cultivo" del sentido puesto por Dios en el cosmos armonioso creado por él. Gén 1 es un programa que debe desarrollarse y realizarse; también el trabajo humano se sitúa en la línea de la ejecución de ese programa; lo mismo significa Gén 2,15: "El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivase y lo guardase". La orientación al trabajo forma parte de la situación paradisíaca del hombre y es un aspecto de la iniciativa creadora divina. El "jardín" es el Lebenswelt ideal para el hombre querido por Dios.

c) El trabajo en Gén 2-3. El hombre fue sacado de la 'adamah (= tierra), que es la base material para la formación del hombre, de los seres vivos y del jardín. De la 'adamah saca Dios un jardín que el hombre tiene que custodiar y cultivar; se da, por tanto, una perfecta integración del hombre en la ádamah, "transformada" en jardín. El hombre se encuentra en perfecta armonía con Dios y con la "tierra"; lo mismo ocurre con su trabajo. En el jardín, el hombre "impuso nombre a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todas las bestias del campo" (Gén 2,20). "Dar nombre" no indica un poder arbitrario e indiscriminado, ya que con la imposición del nombre el ser humano no hace más que descubrir, definir y ordenar su propio nombre. "Dar nombre" corresponde al "someter" de Gén 1,28: significa reconocer un orden, descubrir la plenitud de sentido puesta por Dios en el jardín. Solamente "nombrándolo" puede el hombre hacer al mundo humano; en el lenguaje nace el mundo del hombre. También el trabajo es dar un sentido a las cosas, conocerlas.

Viene luego, en Gén 3, el relato del intento de usurpación humana de la prerrogativa divina de competencia absoluta y universal. El hombre quiere arrogarse la competencia de señalar lo que es importante y lo que no lo es para su propia existencia ("árbol del conocimiento del bien y del mal"). La intención de Dios y su obra, es decir, la entrega amorosa de Dios al hombre, queda pervertida y es entendida —siguiendo el mensaje de la serpiente— como voluntad de dominio avaro y egoísta. La consecuencia es una serie de restricciones de la existencia humana (Gén 3,14-24): cansancio, dolor, fracaso, violencia, falta de armonía entre el hombre y Dios, entre el hombre y la 'adamah. En Gén 3,17 Dios maldice la 'adamah por culpa del hombre, lo cual cambia el ambiente de existencia del hombre, que luego es expulsado del jardín y se ve obligado a cultivar la 'adamah maldita, que produce cardos y espinas. La 'adamah, de la cual Dios había sacado un paraíso para el hombre, vuelve a aparecer ahora como limitación e impedimento, y no como base óptima para la construcción de la existencia humana y de su ambiente vital. La 'adamah se opone, se resiste al hombre, que tiene que cansarse y sufrir para arrebatarle el pan. No es que se haya añadido al trabajo un poco de fatiga y de dolor, sino que ha cambiado toda la existencia humana. El hombre sigue siendo el "cultivador" y el "guardián" de la 'adamah, como quiso el Creador; pero su trabajo se ha hecho ambiguo y precario, inseguro del propio sentido y de la propia finalidad. Toda la creación se ha visto sometida a la "vanidad" (Rom 8,20), o sea, al poder de la nada, y aguarda una liberación.

d) Caín y sus descendientes. Con Caín continúa la oposición de la 'adamah al hombre. Caín es "agricultor" (Gén 4,2); pero Dios le dice: "Cuando cultives la tierra, no te dará ya sus frutos" (Gén 4,12). La progresiva hostilidad de la tierra acompaña a un progresivo alejamiento de Dios y a la violencia contra el hermano.

Caín aparece como padre de la cultura. En Gén 4,17-24 se sucede la serie de sus descendientes con el desarrollo de la "civilización". Detrás del agricultor viene el "constructor de una ciudad" (4,17); al lado del campesino aparece el nómada "habitando tiendas y criando ganado" (4,20); el hermano de Yabal inventa los instrumentos musicales (4,21), y, finalmene, se descubre la forja de los metales (4,22). No es optimista la visión del progreso del trabajo humano, que da origen a la cultura y a la técnica.

Las noticias sobre el desarrollo de la "civilización" en Gén 4 hay que verlas en el contexto de la genealogía de los cainitas, la cual culmina en el canto salvaje de Lamec, que quiere disponer arbitrariamente de la vida de sus hermanos. Estas noticias sobre la cultura no se presentan como fruto de la bendición, ni se menciona la iniciativa y la obra de Dios. En el contexto yahvista, el progreso de la cultura mediante el trabajo no tiene un relieve especial, ya que sin Yhwh todos los esfuerzos del hombre son baldíos. La cultura no ha sabido hacer mejor al hombre, porque no ha sabido dominar el pecado; en efecto, esa cultura culmina en la ciega violencia de Lamec.

e) La torre de Babel. En Gén 11,1-9 el sujeto de la acción humana es "toda la tierra" o "todos los hombres" (vv. 1.5). La humanidad quiere construirse una sola ciudad (símbolo de la unidad política), una sola torre-templo (símbolo de la unidad religiosa que se exalta a sí misma), hacerse un nombre, es decir, alcanzar éxito y riqueza (unidad económica). Se trata, por tanto, de la búsqueda humana de unidad mediante los productos del trabajo y con vistas a su propia glorificación. Efectivamente esos hombres no "construyen" con Dios, sino sin Dios. La unidad que buscan es uniformidad, negación de las diferencias, y por tanto últimamente violencia.

Dios hace fracasar ese sueño inhumano e impío. "Dispersa" a los hombres por toda la tierra, según su proyecto expresado en Gén 10,5: "Se hizo la repartición de las naciones: cada uno con su tierra según su lengua y su nación, según su familia". De los hijos de Noé "se hizo la repartición de las naciones sobre la tierra después del diluvio" (Gén 10,32). La "dispersión" significa pluralidad y variedad política, económica, cultural, sin negación de las diferencias. El plan de Dios se señala en Gén 1,28: pluralidad de pueblos y de territorios como fruto de la bendición divina. El trabajo humano para construir Babel responde, por el contrario, al mito del progreso humano ateo y prometeico. En Gén 12,1-3, Dios comienza de nuevo una unidad que es fruto de su bendición a Abrahán, para que desde él se difunda sobre todas las gentes. La verdadera unidad es don y variedad.

3. EL TRABAJO COMO MANDATO DE Dios. El mandamiento divino se refiere no sólo al trabajo, sino también al descanso sabático y lleva también la motivación del descanso: "Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y en ellos harás todas tus faenas; pero el séptimo día es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que habita contigo. Porque en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, y el séptimo descansó. Por ello bendijo el Señor el día del sábado y lo santificó" (Ex 20,8-11; cf Dt 5,12-15). El hombre vive y trabaja en el tiempo; pues bien, este tiempo sólo puede hacerse liberador si culmina en la santificación del sábado, en el encuentro con el Dios que "descansa" en el día séptimo. El descanso del sábado tiene la finalidad de llevar a un descanso que relacione con Dios. Los seis días de trabajo no deben ser un círculo que se cierre sobre sí mismo y se repita indefinidamente; encuentran su finalidad y su sentido en el descanso/encuentro del séptimo día con Dios.

Dios "bendijo el día del sábado" (Éx 20,11): esto quiere decir que Dios puso en la creación una fuerza vital capaz de producir siempre de nuevo "días séptimos", días de descanso y de comunicación con él. El sábado no es pura abstención del trabajo con vistas a la recuperación del vigor para seguir trabajando, sino que es "santificación", acogida del sentido de la vida y del trabajo. El sentido último del trabajo se encuentra en la celebración del sábado.

En Dt 5,15, el mandamiento del sábado va ligado a la memoria del éxodo. En la perspectiva productivista del faraón, la fiesta es un tiempo vacío, estéril: "Son unos holgazanes; por eso dicen: `Déjanos ir a ofrecer sacrificios a nuestro Dios (Ex 5,8). Para el Dt la fiesta es memorial de la liberación del éxodo, es decir, de la liberación de la esclavitud del trabajo alienante, sin sentido. El faraón es el equivalente de los dioses babilonios, que crean al hombre para trabajar; es también el homo oeconomicus, que sólo atiende a la producción y al beneficio. Al liberar a su pueblo de Egipto, Dios lo libera de la esclavitud del trabajo absorbente y de la pura lógica de la productividad. La fiesta da al trabajo el sentido último, y por tanto lo redime [/ Éxodo].

4. LA PREDICACIÓN PROFÉTICA. Tampoco en los profetas se encuentra ninguna teoría sobre el trabajo. Denuncian la supravaloración de la "cultura", del trabajo y del progreso por sí mismos, separados de los valores con que deberían ir unidos. Isaías proclama el derrumbamiento de las obras del orgullo humano (Is 2,6-22); / Jeremías acusa al rey que edifica su palacio pisoteando la justicia y el derecho, haciendo trabajar al prójimo gratuitamente y sin salario (Jer 22,13-17); / Amós grita contra los ricos que explotan el trabajo de los pobres; Miqueas amenaza con el juicio divino a los que adoran al dios dinero y sólo se mueven por la codicia de poseer. Habacuc proclama que ninguna obra del trabajo humano vale nada si está construida sobre la violencia: "¡Ay de quien edifica una ciudad sobre la sangre y funda una ciudad sobre el crimen" (Hab 2,12). Contra la celebración abstracta y la exaltación teórica del trabajo y de sus productos, los profetas recuerdan continuamente la ambigüedad y la violencia en que está inmerso el trabajo humano.

Al anunciar el juicio de Dios en la historia contra la "cultura" del hombre que cree en una salvación derivada del trabajo y del progreso humanos, los profetas proclaman que la salvación viene de Dios y no del trabajo del hombre. Los profetas denuncian el "esquema sacrificial" según el cual se concibe y se vive el trabajo: el hombre ofrece a la naturaleza una parte de sus energías y de su cansancio y recibe de ella en compensación lo que sirve para su existencia. Así pues, el trabajo es una obra sacrificial ofrecida a la naturaleza. "Sacrificio" significa intercambio por medio de una restitución parcial. Pues bien, si toda la energía humana se invierte en el trabajo, el hombre sacrifica su existencia a la naturaleza, haciéndose esclavo suyo. Los profetas, por el contrario, recuerdan la primacía de Dios, la necesidad de no convertir el trabajo en un ídolo al que sacrificar. Leamos Is 58,13-14: "Si te guardas de profanar el sábado, de tratar tus asuntos en mi día santo; si llamas al sábado delicia, glorioso al día consagrado al Señor; si lo glorificas evitando los viajes, no tratando negocios ni arreglando asuntos, entonces encontrarás en el Señor tus delicias; yo te subiré triunfante a las alturas del país y te alimentaré de la heredad de tu padre Jacob. Ha hablado la boca del Señor". El sábado es la "condenación" humanizante del trabajo: el hombre es responsable de su supervivencia, que debe garantizarse con el trabajo; pero que no puede gozar de su trabajo sino más allá de la fatiga de producir, en el "descanso" sabático.

5. ESCRITOS SAPIENCIALES. El trabajo es un acto de sabiduría; nosotros diríamos de razón aplicada. El sabio es activo, laborioso, diligente. De aquí las numerosas sentencias de los sabios contra la pereza y las exhortaciones a la laboriosidad (cf Prov 6,6-11; 12,11-17.24-27; 24, 30-34 y passim). Aquí recordaré sólo un proverbio: "Anda a ver a la hormiga, ¡perezoso!; mira sus costumbres y hazte sabio" (Prov 6,6).

El trabajo es un medio para procurarse riqueza; pero no hay una conexión necesaria entre laboriosidad y riqueza. Siempre puede ocurrir un suceso imprevisible. Por eso el sabio exhorta a buscar sobre todo la seguridad en el Señor: "La bendición del Señor es lo que enriquece, nuestro esfuerzo no le añade nada" (Prov 10,22). Es inútil trabajar si no contamos con la bendición del Señor; no sólo porque los resultados sin él serían inciertos, sino porque resulta imposible darle un sentido a ese obrar.

Para el sabio no hay ningún mito del progreso y del trabajo. El hombre ha de estar dispuesto a la intervención imprevisible de Dios, cuyos proyectos se le escapan al hombre en su totalidad: "Propio es del hombre hacer planes, pero la última palabra es de Dios" (Prov 16,1). Tampoco el trabajo humano, en cuanto que es proyecto del hombre, conduce necesariamente a resultados calculables de antemano; es un "hacer" sujeto siempre a la ambigüedad y al posible fracaso.

Sin embargo, la intervención divina no dispensa al hombre de su trabajo. Léase lo que se dice a propósito del médico: "Hijo, en tus enfermedades no te impacientes, sino suplica al Señor y él te curará... Después recurre al médico, porque también a él lo creó el Señor; y no se aparte de ti, porque necesitas de él, pues hay veces que la salud depende de sus manos" (Si 38,1-15). Dios le asigna al médico su tarea, hace crecer las hierbas medicinales, da acierto al diagnóstico médico. Sin embargo, el arte de la medicina tiene sus reglas, sus leyes; no es un oficio sagrado, sino un trabajo profano.

En el mismo capítulo 38 del / Sirácida se presenta una lista de artes y de oficios manuales: se describen los trabajos del campesino, del artesano, del carpintero, del ceramista: "Todos éstos confían en sus manos, y cada uno es maestro en su oficio. Sin ellos es imposible edificar una ciudad, ni vivir o andar por ella" (Si 38,31-32). Esas personas "aseguran el funcionamiento del mundo ocupados en el trabajo de su oficio" (Si 38,34).

"Distinto es el que se aplica a meditar la ley del Altísimo" (Si 39,1). Ese estudia, reflexiona, investiga el sentido oculto de las cosas, participa en las reuniones de los grandes, viaja; es el sabio ideal. Quizá aquí Ben Sirá esté escribiendo su propia biografía. Ciertamente describe las funciones del sabio. Mas no hay ningún desprecio ni infravaloración del trabajo manual respecto al trabajo intelectual del escriba sabio. Por lo demás, el AT no conoce nunca una infravaloración del trabajo manual respecto al trabajo intelectual, como ocurría en el ambiente helenista. Y es bien sabido que Ben Sirá polemiza con la cultura helenista de su tiempo (escribe por el 180 a.C.).

También es verdad que Ben Sirá escribe: "La sabiduría del sabio crece en las horas libres, y el que no tiene ocupaciones llegará a sabio. ¿Cómo va a llegar a sabio el que sostiene el arado y se gloría de blandir la aguijada; el que conduce los bueyes se ocupa de estos trabajos y sólo habla de novillos?" (Si 38,24-25). Pero lo que quiere decir aquí Ben Sirá es que el hombre no está ni mucho menos hecho solamente para producir, para transformar el mundo, sino también para conocerlo. Y la ley del Señor es la única que puede darle al hombre el conocimiento y la sabiduría que todos necesitan. El trabajo no debe absorber al hombre entero.

Otro pensador judío que establece un diálogo con la cultura helenista de su tiempo (siglo III a.C.) es / Qohélet... Elabora conceptos filosóficos utilizando el lenguaje comercial del hombre de la calle, pero sin aceptar una visión utilitarista de la vida. Qohélet se pregunta por el sentido del hombre colocado en el mundo y de las relaciones trabajo-riqueza. ¡Es el problema del sentido lo que angustia al Qohélet! He aquí sus interrogantes: "¿Qué provecho saca el hombre de todo trabajo con que se afana bajo el sol?" (1,3); "¿Qué provecho saca el obrero de tanto trabajar?" (3,9). Más allá del aparente lenguaje comercial, el problema para Qo es el del "ser", no el del "tener". Y lo que le interesa es la pregunta sobre el sentido, no sobre el beneficio.

Qo llega a admitir que el beneficio puede ser nulo: "Luego reflexioné sobre todas las obras que mis manos habían hecho y sobre la fatiga que me había tomado por hacerlas, y he aquí que todo es vanidad, andar a caza del viento, y no queda provecho alguno bajo el sol" (2,11). El trabajo y el deseo de poseer no es creador de sentido; más aún, con frecuencia el hombre intenta llenar el vacío de sentido con el tener y el poseer, tanto en el plano de las riquezas como en el plano de las ideologías. La misma sabiduría, entendida y vivida como conquista y posesión, es fuente de dolor y de tristeza (1,18).

El trabajo no produce necesariamente felicidad. A veces el trabajo es lucha del hombre contra el hombre, envidia de los demás, competencia despiadada que crea infelicidad y opresión: "He visto que todo trabajo y toda empresa con éxito no es más que envidia de uno contra otro"(4,4). Sin embargo, Qohélet no llega a proponer el ideal helenista de la esyjía (ocio), aunque con fina ironía recoge dos proverbios populares (4,5.6), en los que se dice que el holgazán vive mejor que el que se esfuerza en trabajar. Como si dijera: incluso respecto al trabajo la moderación sigue siendo una norma de sabiduría.

El trabajo y los frutos del trabajo pueden darle al hombre un poco de alegría y de felicidad: "He comprobado que lo mejor y más conveniente para el hombre es comer y beber y gozar del bienestar en todo el trabajo en que se afana bajo el sol durante los días de su vida que Dios le ha dado, porque ésta es su parte" (Qo 5,17). En esta felicidad se hace perceptible y experimentable el obrar de Dios en su "belleza" escondida al hombre (3,11). Pero la felicidad no es producida por el hombre y por su trabajo, sino que es don de Dios; nadie puede gozar sin que sea Dios el que le da la felicidad: "No hay más felicidad para el hombre que comer y beber y gozar él mismo del bienestar de su trabajo. Y yo considero que esto viene de la mano de Dios" (2,24). Qohélet pone en guardia contra la ilusión de poder crearse cada uno su propia felicidad (2,3) con el trabajo. La existencia humana no es un duro trabajo, sino un don de Dios. Y aunque el hombre no comprende perfectamente el sentido de las cosas, la fe le dice que Dios "lo hizo todo bien y a su tiempo" (3,11). En las obras de Dios, y en primer lugar en la existencia humana, hay una belleza y una armonía divinas, dada por el Creador. Qohélet critica la sociedad "del trabajo a ultranza" en nombre de la fe en Dios que da e invita a gozar de sus dones.

Hay un último texto sapiencial importante para una teología del trabajo: Job 28. Se trata de un himno a la sabiduría imposible de encontrar. Un estribillo, repetido dos veces (vv. 12.20), divide el himno en tres estrofas. En la primera (vv. 1-11) domina el esfuerzo técnico del homo faber que desemboca en el fracaso, ya que no consigue encontrar y sacar a la luz la verdadera sabiduría. En la segunda estrofa (vv. 13-19) se ponen en parangón todos los productos y las riquezas acumuladas por el hombre con la sabiduría, pero ésta resulta impagable e incomparablemente superior. Por tanto, ni la técnica ni los productos del trabajo humano sirven para descubrir la sabiduría. Sin embargo, ella está intrínsecamente presente en el mundo y es su ley constitutiva esencial. En efecto, Dios conoce la sabiduría y fundó el mundo no sólo mediante la sabiduría, sino en la sabiduría (vv. 21-28). La "sabiduría" es el orden original divino inmanente al mundo; podríamos decir que es el "sentido" de la realidad. Pues bien, sólo el que respeta a Dios y evita el mal, es decir, el que actúa como "hombre religioso", encontrará la sabiduría y se hará verdaderamente sabio.

IV. NUEVO TESTAMENTO. La concepción específica del NT sobre el trabajo no puede deducirse del léxico, que es el que se usa comúnmente en el ambiente helenista, pero sin las connotaciones propias de la filosofía griega, en particular la depreciación del trabajo manual y el ideal estoico de la liberación de la esclavitud del trabajo. La libertad cristiana no es simplemente la liberación de la condición servil del trabajo manual, ni tampoco se identifica con la vida contemplativa o "teorética".

Por otra parte, no se encuentra en el NT una exposición explícita del tema del trabajo, como tampoco hay en él un desarrollo sistemático de otros temas morales. Solamente de algunos textos que hacen referencia a la actividad laboral del hombre, en el contexto del anuncio del mensaje cristiano, se pueden sacar algunas indicaciones para captar el sentido cristiano del trabajo. Jesús era "carpintero" o "hijo del carpintero" (Mc 6,3; Mt 13,55); pero este dato, junto con el hecho de que los discípulos de Jesús eran pescadores o hacían otros trabajos, no basta para sacar consecuencias sobre el significado cristiano del trabajo. Con todo, ciertamente podemos decir que el trabajo cotidiano entra en el misterio de la encarnación. Vivir como Jesús no supone tener que rechazar el trabajo.

1. MARTA Y MARÍA. El relato de Lc 10,38-42 pone en escena a dos hermanas: Marta está absorbida por la faena de preparar una buena acogida a Jesús, mientras que María permanece sentada a los pies del Señor escuchando su palabra. Jesús no plantea una alternativa: o el trabajo de Marta o la contemplación de María. Dice: "Marta, tú te preocupas y te apuras por muchas cosas, y sólo es necesaria una" (10,41). Jesús constata que el trabajo de Marta está lleno de preocupaciones y de apuros por muchas cosas; es un trabajo que quita el gozo y la serenidad, que lleva a la dispersión y que tiende a nivelarlo todo como igualmente importante. Sólo hay una cosa necesaria, que puede dar sentido a toda la existencia y también al trabajo: escuchar la palabra de Jesús. Por tanto, María ha escogido la parte mejor, porque ha optado por lo que es más radicalmente fundamental. María está en actitud de "escucha", es decir, de recepción y de acogida, no en actitud de búsqueda afanosa de la realización de sí a través de la actividad. Ella vive su vida como "don" y como "gracia".

Este mismo tema se desarrolla en el sermón de la montaña de Mateo. Jesús dice: "No os angustiéis por vuestra vida, qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo, qué vais a vestir. Porque la vida es más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido" (Mt 6,25). El discípulo de Jesús ha encontrado a un Padre providente del que se puede fiar: "No os inquietéis diciendo: ¿qué comeremos?, o ¿qué beberemos?, o ¿cómo vestiremos? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que las necesitáis. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura" (Mt 6,31-32). Solamente si hay una familia de Dios, o sea, una comunidad que confía verdaderamente en el Padre celestial, es posible que los miembros de esa familia vivan sin afanarse ni preocuparse del vestido o de la comida. Así pues, el trabajo se convierte en afán y en alienación cuando el individuo vive su actividad en soledad, sin poder contar con la solidaridad fraterna de una comunidad-familia que lo acoja y lo reciba.

Jesús pide a sus discípulos que hagan "la voluntad de Dios" (Mc 3,33-35; Mt 6,9-10) y que busquen primero el reino de Dios y su justicia, porque entonces todas las demás cosas se les darán por añadidura (Mt 6,33). Pues bien, el reino de Dios y la voluntad de Dios son la preocupación paternal con que Dios, mediante su Hijo, quiere hacer de nosotros su familia, reunir al verdadero Israel. Como miembro de la nueva familia de Dios, el hombre que trabaja se ve libre de la dispersión alienante y deshumanizarte, y también del afán angustioso del poseer y del producir. El sermón de la montaña, la misma propuesta de Jesús, resulta utópica e irrealizable si de su palabra no nace una comunidad nueva, alternativa a las otras sociedades del mundo.

La única cosa necesaria, de la que Jesús hablaba con Marta, es creer en el reino de Dios, y consiguientemente realizar una comunidad de hermanos y hermanas que vivan libremente de escuchar la palabra de Jesús, se ayuden y sostengan mutuamente con la fuerza que Dios les da. El trabajo no es creador de dicha comunidad; más aún, sólo adquiere un sentido cristiano si se inserta en este horizonte de significado.

En este mismo sentido hay que entender la frase de Jn 6,27: "Trabajad no por el alimento que pasa, sino por el que dura para la vida eterna: el que os da el Hijo del hombre". El trabajo y el fruto del trabajo están ligados a la dimensión caduca y precaria del mundo; si se cierra en sí mismo y no se abre a la "vida eterna" pierde significado y se convierte en desilusión y en soplo de viento. El sentido de la existencia no es un trabajo interminable, sino la vida eterna, que sólo Dios puede dar.

La oración del Padrenuestro expresa la convicción del discípulo de Jesús, o sea, que el hombre no vive de su trabajo, sino del don de Dios: "Danos hoy nuestro pan de cada día" (Mt 6,11). El cristiano, que acoge como un niño el reino de Dios (Mc 10,13-16), le pide al Padre el pan que necesita cada día, proclamando así el "ocaso de los padres-amo" de este mundo, que intentan explotar y dominar. El cristiano trabaja y "sirve", pero sin hacerse esclavo de ningún "padre" de la tierra, ya que uno solo es su Padre, el Padre celestial (Mt 23,9).

2. "EL QUE NO TRABAJE, QUE NO COMA" (2TES 3,10). Pablo recomienda a los tesalonicenses: "Queremos exhortaros, hermanos, a que progreséis todavía más y a que con todo empeño os afanéis en vivir pacíficamente, ocupándoos en vuestros quehaceres y trabajando con vuestras propias manos, como os lo tenemos recomendado. Así llevaréis una vida honrada a los ojos de los de fuera y no tendréis necesidad de nadie" (lTes 4,10-12). Pablo no propone una nueva ética del trabajo, en la que surja el trabajo como un deber moral por ser un valor. Ni mucho menos piensa Pablo en el trabajo como motor propulsor del progreso moral de la humanidad. Según Pablo, el cristiano debe vivir en su condición su trabajo como discípulo de Cristo. La comunidad cristiana debe comportarse con una "vida honrada a los ojos de los de fuera", los no cristianos, no dándoles lugar a que los acusen de holgazanería y de pereza. Además, cada cristiano ha de procurar no necesitar de la ayuda de los no creyentes, sino encontrar apoyo dentro de la comunidad. Y, a ser posible, debe vivir en una cierta autonomía, fruto de su trabajo y de una prudente sobriedad.

Pablo dio ejemplo de ello: "Recordad nuestros trabajos y fatigas: cómo trabajábamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros mientras os anunciábamos el evangelio de Dios" (1Tes 2,9). Es interesante observar que Pablo no justifica su decisión de trabajar para mantenerse más que sobre la base de la oportunidad de no ser una carga para la comunidad, lo cual sería un estorbo para su predicación del evangelio. Como la comunidad se cuida de cada uno, por eso está constituida de la contribución de todos sus miembros, que tienen que procurar no ser un peso para los demás. Ningún cristiano, por el hecho de formar parte de una comunidad solidaria y fraternal, debe sentirse con derecho a no trabajar y a vivir a costa de los demás. Este me parece que es el sentido de la afirmación de Pablo: "El que no trabaje, que no coma" (2Tes 3,10).

Para Pablo, la comunidad cristiana tiene la tarea de edificarse con el trabajo como sociedad contrapuesta a la civil. Además, por muy amplio e importante que pueda ser el trabajo de los cristianos por el orden, la justicia y el progreso de la sociedad civil, no es ésta la misión específicamente cristiana de la comunidad de los discípulos de Jesús. Es en este contexto donde podemos releer la frase de Jesús: "¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?" (Mc 8,36). Ni siquiera el progreso más extraordinario "salva" al hombre, el cual vale siempre más que todos los éxitos del trabajo humano y que sus productos. Decía Ignacio de Antioquía: "Para mí es mejor morir por Jesucristo que ser rey de toda la tierra".

El vivir desordenado, alborotado y despreocupado de todo de los tesalonicenses (cf 2Tes 3,10-12) es condenado por Pablo no tanto a partir de una ética del trabajo, sino porque es nocivo a la vida ordenada, tranquila y fructuosa de la comunidad cristiana. El apóstol exhorta a trabajar para poder socorrer a los que se encuentran en necesidad (Ef 4,28); el trabajo es una manera de vivir el mandamiento del amor al prójimo.

3. APROVECHAR EL TIEMPO PRESENTE (Ef 5,16). Si la verdad de la vida dependiera de lo que el hombre hace y realiza, esa verdad sería siempre incierta e insegura. Así sucede que el fariseo no está nunca seguro de haber hecho todo lo que tenía que hacer y de haber cumplido suficientemente la ley para superar el juicio de Dios: se condena a un esfuerzo prolijo e incansable para hacer siempre más. Es lo que ocurre con el trabajo farisaico. Vale entonces el dicho de Jesús: "No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen y donde los ladrones socavan y roban" (Mt 6,19). Cuando el trabajo es el fundamento de la existencia, entonces la vida es siempre algo futuro; el presente no es ya el tiempo de la existencia, sino un tiempo nunca agotado de preparación a la vida a través del trabajo. El trabajo, en esta perspectiva, se convierte en un medio para cambiar marxianamente el mundo y alcanzar el fin esperado. Pero en este horizonte florece la angustia desesperante de no haber trabajado útilmente.

El apóstol Pablo, por el contrario, exhorta a "aprovechar el tiempo presente", a no despreciar el pasado para vivir tan sólo del futuro soñado. El cristiano vive el presente como "tiempo propicio..., día de la salvación" (2Cor 6,2). El mismo Jesús dijo: "No os inquietéis por el día de mañana, que el mañana traerá su inquietud. A cada día le bastan sus problemas" (Mt 6,34). Poniendo en manos de Dios su propio pasado y su propio futuro, el cristiano puede vivir sabiamente el presente, no como preparación para el futuro, sino como don actual de su Dios. Pero el que trabaja y produce para construirse él solo su propio futuro es como el hombre de la parábola (Lc 12,13-21), que no duerme proyectando construir nuevos almacenes para recoger en ellos todos sus bienes; pero entonces oye a Dios que le dice: "¡Insensato, esta misma noche morirás!; ¿para quién será lo que has acaparado? Así sucederá para el que amontona riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,21-22). La fatiga humana, interminable de suyo, se transforma en desesperación al acercarse la muerte, cuando la vida se piensa y se vive como realidad fundamentada y construida sobre el trabajo.

Para el apóstol, aprovechar el tiempo presente no significa construir la "civilización del trabajo", sino la "civilización del amor", como él mismo dijo en su testamento espiritual: "De nadie he deseado plata, oro o vestidos. Vosotros mismos sabéis que estas manos han provisto a mis necesidades y a las de los que andan conmigo. En todo os he mostrado que se debe trabajar así para socorrer a los necesitados, recordando las palabras de Jesús, el Señor: `Hay más felicidad en dar que en recibir"' (He 20,33-35). Las "obras de las manos" no se arraigan en la codicia de poseer o en la voluntad de enriquecerse, sino en la fe, que se hace operante por medio de la caridad (Gál 5,6). La fuerza y el ideal que mueve al cristiano y lo impulsa a la entrega en el trabajo no es una utopía social ni el mito del progreso técnico y económico, sino una comunidad animada por el amor de Cristo. Cuando se trata de las obras del hombre y de sus productos no está en juego el hombre mismo, la verdad y el fin mismo del mundo, sino una verdad penúltima. Esto no exonera a la comunidad cristiana de la responsabilidad y del compromiso en los problemas concretos y cotidianos de la actividad humana, pero indica la medida y el criterio para un ejercicio auténticamente humano del trabajo. El trabajo y sus productos no son "la única cosa necesaria" de la que Jesús hablaba con Marta, no han de elevarse al rango del bien absoluto, sino de los bienes penúltimos. De aquí la exhortación de Jesús: "Guardaos bien de toda avaricia; que, aunque uno esté en la abundancia, no tiene asegurada la vida con sus riquezas" (Lc 12,15). También en el trabajo se puede concretar la búsqueda del sentido de la vida, pero el trabajo no puede identificarse con el sentido de la existencia.

V. CONCLUSIÓN. No podemos identificar el concepto de trabajo que se deduce de la Biblia con el concepto elaborado en la época moderna. Efectivamente, las dos épocas, la bíblica y la moderna, tienen del trabajo una experiencia diferente. Sin embargo, la Biblia ofrece un cuadro de pensamiento significativo para la elaboración de una "teología" del trabajo. En un intento de señalar la dirección para una síntesis bíblica sobre el trabajo, podríamos considerar esenciales dos categorías bíblicas: don y deseo. En primer lugar, la Biblia critica la concepción de la civilización del trabajo a ultranza, porque afirma que el hombre se recibe a sí mismo y al mundo como don de las manos de Dios. También la "naturaleza", con la que el hombre entabla unas relaciones fabriles para la satisfacción de sus necesidades, es don de Dios al hombre. El trabajo entonces, en la perspectiva bíblica, es actividad para el descubrimiento y para el gozo no sólo de la "materialidad" del don, sino también de su sentido. A través de la manipulación del don, el hombre se realiza a sí mismo en la medida en que descubre el sentido del don y puede gozar de él cada vez más plenamente. En esta perspectiva, la Biblia no ve alternativa entre la acción y la contemplación, entre el trabajo y el "descanso", entre días laborables y fiesta. El trabajo es manipulación en busca de sentido precisamente porque el hombre es deseo, intencionalidad abierta al absoluto y nunca "satisfecha" con los bienes particulares y finitos. Sin embargo, el deseo puede identificarse con las necesidades del hombre, de forma que la satisfacción de las necesidades se identifique con el cumplimiento del deseo. Jesús puso en guardia contra este peligro en el sermón de la montaña, cuando afirma que la "vida" no se agota en la satisfacción del hambre, del vestido, del atesoramiento en los graneros. La perversión del deseo es la codicia, el afán de poseer y de tener para sí sin consideración con los demás. La codicia produce la violencia, la alienación, la injusticia. El trabajo prueba la finitud del deseo humano junto con su apertura al sentido absoluto al que orienta la "naturaleza" como don; pero el trabajo es también prueba del deseo de vivir para sí y para los demás, que se concreta en la edificación de relaciones humanas comunitarias y, por tanto, en la entrega de uno mismo a los demás. Sin embargo, el deseo está siempre bajo la amenaza de convertirse en codicia de posesión y en acción violenta destinada a la vacuidad. Arraigado en el "don" del Creador de la "naturaleza" y en el "deseo" del hombre, el trabajo —liberado por Cristo de su ambigüedad siempre amenazadora— puede convertirse en mediación de comunión con Dios y entre los hombres.

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A. Bonora