LEVÍTICO
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SUMARIO: I. El Levítico dentro del Pentateuco. II. Análisis: 1. La ley de los sacrificios (cc. 1-7): a) El holocausto, b) La oblación, c) El sacrificio "pacífico", d) El sacrificio de expiación, e) El sacrificio de reparación; 2. La ley para la consagración y la investidura de los sacerdotes (cc. 8-10); 3. La ley de pureza (cc. 11-15); 4. El "gran día" (c. 16); 5. La ley de santidad (cc. 17-26): a) Prescripciones sobre la inmolación sagrada, b) Prescripciones morales, c) Fiestas anuales, año sabático y jubileo, d) Conclusión; 6. Las tarifas (c. 27). III. Importancia del libro del Levítico.

 

I. EL LEVÍTICO DENTRO DEL PENTATEUCO. El tercer libro del Pentateuco, que los hebreos llaman Wayyiqra (= llamó), a partir de la versión griega de los LXX llevó el título de Levítico, puesto que el tema que trata interesa particularmente a los sacerdotes, que pertenecen a la tribu de Leví.

Concluida la alianza entre Yhwh, el Dios de la revelación, e Israel; promulgadas las leyes civiles y religiosas que habían de gobernar al pueblo teocrático y establecidas y ejecutadas las disposiciones relacionadas con el culto (todo lo cual se narra en los últimos capítulos del Éx), se trata ahora de regular los diferentes aspectos del culto con los diversos ritos y sacrificios para todas las circunstancias de la vida del pueblo y de dar normas precisas para los sacerdotes. Tenemos así en Lev las reglas para el culto ordinario y extraordinario; las normas para la clase sacerdotal, a las que está confiado el santuario, y las leyes que deben regular las relaciones entre el pueblo y los sacerdotes, la comunidad, las fiestas del año, etc.

La conexión de Lev con Ex es muy clara: en principio seguimos aún en la llanura del Sinaí, y todavía por mediación de / Moisés recibe Israel de Dios las leyes que lo diferencian de los demás pueblos. Una parte de este amplio conjunto de leyes relativo al culto podemos leerla en / Ex; la otra tiene su puesto en Lev.

El libro presenta una especie de disposición progresiva y arquitectónica, que no esconde su verdadera naturaleza de obra compuesta, con sus diversas partes ligadas entre sí por una concatenación que se deriva de la unión de varios libritos con un tema similar, pero con una historia redaccional diversa, como diversa es su cronología. De todas formas, no se trata de un conjunto heterogéneo; los diversos elementos están reunidos bajo una denominación única y común e impregnados de un mismo espíritu.

II. ANÁLISIS. 1. LA LEY DE LOS SACRIFICIOS (CC. 1-7). En un cuadro unitario y armónico se van presentando las leyes, el ritual y las ulteriores especificaciones de los tres primeros grandes sacrificios. Es curioso que todo esto ocurra —desde el punto de vista literario— en dependencia de una única proposición principal: "Di a los israelitas: Cuando alguno de vosotros quiera hacer una ofrenda al Señor, podrá hacerla en animales, ganado mayor o menor" (Lev 1,2). Vienen luego tres capítulos con una serie de proposiciones que se vinculan estrechamente con ésta.

SACRIFICIOS RITUALES
a) El holocausto.
El primer sacrificio es el holocausto (1,3-17). Holocausto es el término clásico griego para indicar el sacrificio cruento en el que todo se ponía sobre el altar para ser quemado íntegramente en honor de la divinidad. El sentido de "totalidad" (expresado por el sustantivo holocausto que en griego significa "totalmente quemado") no está contenido en la palabra hebrea correspondiente `olah, que sólo indica "lo que sube". Las dos explicaciones —lo que sube al altar y lo que sube al cielo— son igualmente aceptables. El holocausto era el más noble de los sacrificios del AT, y precisamente por eso ocupa el primer lugar en la codificación sacerdotal de Lev. Se requiere una víctima de sexo masculino, ya que en el macho se veía la representación de la fuerza y de la / belleza. Tenía que ser un macho perfecto (sin defectos), cualidad que suponía, además, un buen aspecto y que se pone de relieve en todos los sacrificios de animales, mientras que en los demás sacrificios y ofrendas la perfección requerida es la totalidad de la ofrenda en el sentido de que esté libre de compromisos y de reservas (cf Gén 17,1; Job 12,4; Sal 37,18). El oferente, es decir, el fiel, tenía una notable participación en la inmolación de la víctima (matar, desollar, lavar la víctima). Esto según el ritual presente; pero se piensa, quizá con razón, que se trata exclusivamente de un aspecto literario arcaizante, y que en realidad aquellas acciones las llevaban a cabo personas especializadas y vinculadas al templo. El acto ritual que siempre hacía el oferente en todo sacrificio de animales consistía en "poner la mano derecha sobre la cabeza de la víctima"; con ello el oferente clarificaba el objetivo de la ofrenda y la pertenencia de la víctima a la esfera de su propiedad. De aquí se derivaba el aspecto tan importante de comunión y de solidaridad entre el oferente y la víctima.

Para los holocaustos de aves, Lev reconoce válidas solamente las tórtolas y las palomas; no ciertamente por que no hubiera otras aves en Palestina, sino por motivos que se nos escapan.

b) La oblación. El segundo sacrificio cuyo ritual se nos presenta es la oblación (2,1-16), sacrificio incruento que consistía en la ofrenda de productos vegetales. Según la lengua hebrea, la oblación (minhah) entra con todo derecho en la categoría de sacrificio, que no está limitado a la ofrenda cruenta de víctimas. La oblación iba siempre acompañada de la ofrenda de aceite, de vino y de incienso. Puesto que también la oblación era quemada en parte sobre el altar, estaba prohibido ofrecer sustancias preparadas con fermento; también estaban prohibidos los sacrificios con miel. En este capítulo se recoge un aviso (2,13), que por lo visto valía para todos los sacrificios: "Echarás sal en todas las oblaciones que ofrezcas; no dejarás nunca de echar en la ofrenda la sal de la alianza con tu Dios; todas tus ofrendas llevarán sal". El texto subraya cómo todas las relaciones entre Yhwh y el pueblo —especialmente la que se expresa en el culto— tienen que valorarse sobre la base de la / alianza del Sinaí. Este simbolismo de la sal (derivado de la comida tomada en común para estrechar una amistad) tenía que seguir estando vivo; por eso la sal era uno de los ingredientes para la composición del incienso sagrado (Ex 30,35). También la alianza entre Yhwh y los sacerdotes es llamada la alianza de sal (Núm 18,19; alianza inviolable = alianza de sal); sobre la sal cf también Mc 9,49-50.

C) El sacrificio "pacífico". El tercer sacrificio mencionado y reglamentado por nuestro texto (3,1-17) es el "pacífico": Designa el sacrificio cruento en el que sólo una parte de la víctima subía al altar, mientras que la otra parte servía para el banquete sagrado característico, en que "se comía y bebía delante de Dios". Se ofrecía en las más variadas circunstancias, y antes de la deportación a Babilonia era quizá el más común. Muy probablemente la especificación "sacrificio pacífico" intentaba poner de relieve que se trataba del sacrificio de comunión entre el fiel y su Dios en recuerdo y en confirmación de la alianza; por eso este sacrificio no se llama nunca "pacífico" antes de la alianza sinaítica. Se dividía en tres clases —de agradecimiento, espontáneo y votivo—, de las que se habla más adelante (7,12-18).

d) El sacrificio de expiación. Los dos últimos sacrificios son algo más complicados: son el sacrificio de expiación y el de reparación. El primero (4,1-5,13) se ofrece por los pecados preterintencionales relativos a las llamadas impurezas levíticas o faltas de otro género cometidas siempre inadvertidamente o que pueden reducirse a una inadvertencia. Es un sacrificio más bien complejo, tanto por las motivaciones como por los ritos, entre los que tiene un especial significado el ritual prescrito para la sangre de la víctima. En la ejecución del sacrificio se establecía una cuádruple distinción que suponía modificaciones rituales de cierta importancia: sacrificio expiatorio por los pecados del sumo sacerdote (4,3-12), por los pecados de toda la comunidad (4,13-21), por los pecados de un jefe de la comunidad (4,22-26), por los pecados de un simple fiel (4,27-35). El principio sacerdotal que regía los ritos y las distinciones de sacrificios era la creencia de que una falta grave del sumo sacerdote y de toda la comunidad interrumpía la posibilidad de comunicación moral-espiritual entre el templo (residencia de Dios y fuente de vida para toda la nación) y la nación; poR tanto, tenía el poder de interrumpir radicalmente la relación profunda y necesaria entre el Dios de la alianza y sus fieles. El rito de la sangre estaba muy desarrollado en el caso del sumo sacerdote y de toda la comunidad, y aquí evidentemente este rito tenía carácter purificatorio y carácter unitivo.

e) El sacrificio de reparación (5, 14-26). No tenía una fisonomía tan marcada como el anterior; por eso la interpretación de su ritual presenta muchas dudas. Parece cierto que sus elementos distintivos eran los siguientes: tenía lugar cuando había habido una o varias lesiones del derecho de propiedad o faltas materialmente valorables; para el ritual no era necesaria la presencia del pecador; en los casos en que se habían vulnerado más claramente los derechos de propiedad, el elemento dominante era la restitución completa de lo sustraído, con la añadidura del provecho obtenido, más la multa de un quinto del valor total; y esto debía hacerse antes de llevar a cabo los sacrificios requeridos.

Los capítulos 6,1-7,18 son una colección de normas rituales sobre los sacrificios de los que se habló en los anteriores capítulos, pero revisadas ahora desde el punto de vista de los sacerdotes. Por esta razón la perícopa va dirigida a Aarón y a su dinastía sacerdotal.

2. LA LEY PARA LA CONSAGRACIÓN Y LA INVESTIDURA DE LOS SACERDOTES (CC. 8-10). Es el segundo de los libros que componen el Lev. En él se da una detallada descripción de la ejecución de las órdenes divinas dadas a Moisés en Ex. Todos los ritos de consagración e investidura son realizados por Moisés para Aarón o bien para los otros sacerdotes. Después de este complejo y largo ritual, "la gloria del Señor se apareció a todo el pueblo" (9,23). El ritual contiene además tres advertencias fundamentales para el sacerdocio: Dios es santo y se demuestra tal en todo el que se le acerca; el sacerdote tiene la misión de educar al pueblo; cuando tenga que ir a cumplir sus funciones, el sacerdote no debe beber vino ni otra bebida embriagante (10,9-11).

3. LA LEY DE PUREZA (CC. 11-15). Este tercer libro tiene cinco capítulos realmente característicos de la ley del antiguo Israel. Tratan de la impureza de ciertos animales, de estados particulares, de contactos que privan a los fieles de aquella pureza que han de tener siempre y de los medios necesarios para recobrarla cuando se la ha perdido. Los motivos de estas leyes se nos escapan de ordinario; sólo para algunas leyes se puede sugerir una hipótesis, aun cuando aparecen analogías bastante amplias con otras culturas. De todas formas, es interesante observar que unas normas de purificación tan extrañas para nosotros se ponen en relación con la santidad divina, sustrayendo así su observancia de toda posible creencia mágica: "Vosotros seréis santos, porque yo soy santo" (11,45).

Por los ulteriores desarrollos que alcanzaron y también por su importancia se pueden recordar algunas normas de purificación de la madre que acaba de dar a luz y de la circuncisión del niño, ritos a los que se alude en los textos del NT en el nacimiento del Bautista y de Jesús (Lc 1,59; 2,21-22). Fue precisamente en esta ocasión cuando María y José ofrecieron la ofrenda de los pobres (dos tórtolas: Lc 2,22s).

También es amplia e interesante por su aspecto social la preocupación que muestra Lev por una de las plagas de entonces, la lepra; su diagnóstico y sus cuidados elementales se confiaban a las personas más cualificadas con normas minuciosas (cc. 1314).

También las disposiciones sobre las impurezas sexuales del hombre y de la mujer se sustraen a las muchas creencias populares que observamos en culturas vecinas, considerándolas, en cambio, en su importancia social y moral y manteniéndolas bajo aquella capa de arcano que rodea a la fecundidad y a la reproducción.

4. EL "GRAN DÍA" (C. 16). El ritual del gran día de la expiación (en hebreo, Yóm ha-kippurím) lo leemos de forma extensa y completa sólo en este capítulo. Tiene lugar en una fecha concreta: el día 10 del mes séptimo, es decir, el mes de Tisri (septiembre-octubre). El personaje oficial es siempre y sólo el sumo sacerdote; es la única vez que entra en el "santo de los santos", es decir, en el lugar más sagrado del templo (donde antes de la destrucción de Nabucodonosor se encontraban el arca, las tablas de la alianza, la kapporet o "cubierta" de oro del arca, los querubines de oro). El ritual constaba de cinco partes: el sumo sacerdote recibía dos machos cabríos, sobre los que se echaban suertes: uno para Yhwh y el otro para Azazel (quizá un demonio: / Angeles/Demonios II,1); recibía además un carnero, que ofrecía como sacrificio expiatorio por él y por su familia; inmolaba por el pueblo el macho cabrío sobre el que había caído la suerte "para Yhwh", repitiendo el mismo solemne rito expiatorio que había realizado con el carnero. Terminados estos ritos, quedaba aún el más espectacular: el sumo sacerdote imponía las manos sobre la cabeza del macho cabrío sobre el que había caído la suerte "para Azazel", confesaba al mismo tiempo las culpas del pueblo, descargándolas sobre él, y luego encargaba a una persona que se llevase el macho cabrío al desierto. Finalmente, el sumo sacerdote, realizada esta parte extraordinaria del rito, se cambiaba las vestiduras usadas hasta entonces y se ponía el traje de fiesta para ofrecer holocaustos tanto por sí mismo como por el pueblo. El día era de descanso solemne; nadie podía trabajar y todos tenían que hacer penitencia; se insiste particularmente en esta obligación de hacer penitencia: "Será para vosotros ley perpetua; una vez al año se hará sobre los israelitas el rito de absolución por todos los pecados" (16,34).

5. LA LEY DE SANTIDAD (CC. 17-26). Este libro ha llamado siempre la atención de los estudiosos del AT y es considerado sustancialmente como uno de los más antiguos códigos de Israel. La designación "ley de santidad" está sugerida por la expresión que a menudo aparece en estos capítulos: "Vosotros seréis santos, porque yo soy santo". Basada en el principio mosaico de la trascendencia de Yhwh, ulteriormente desarrollado por los profetas, la ley de santidad insiste en la distinción de lo sagrado y lo profano y, de forma suave y penetrante, subraya la necesidad de la observancia de las leyes morales y cultuales para la relación necesaria entre el Dios de la alianza y el pueblo. Podemos descubrir en ella cinco secciones.

a) Prescripciones sobre la inmolación sagrada (17,1-16). La matanza de los animales reviste siempre un carácter sagrado, que es preciso regular; por ningún motivo es posible alimentarse de sangre; tampoco es lícito comer de un animal que se ha encontrado muerto.

b) Prescripciones morales (cc. 18-20). Tenemos aquí un conjunto de prohibiciones que contraponen la moral del antiguo Israel a la de otros muchos pueblos de la antigüedad, sobre todo de los pueblos vecinos: "No haréis lo que se hace en Egipto..., ni haréis lo que se hace en Canaán...; no seguiréis sus costumbres; practicaréis mis mandamientos y cumpliréis mis leyes" (18,3-4). Los hebreos tienen que respetar a sus padres, abominar de los ídolos; en los trabajos del campo tienen que pensar también en los pobres y necesitados; no deben vengarse ni guardar rencor; tienen que respetar a los ancianos, no robar, no defraudar, no mentir; tienen que respetar al sordo y al ciego. "No guardarás odio a tu hermano, antes bien lo corregirás para no hacerte cómplice de su pecado. No serás vengativo ni guardarás rencor hacia tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo: yo, el Señor, vuestro Dios" (19,17-18). Estamos en el ámbito de las exigencias religioso-morales más sublimes del AT, y por eso se hace con frecuencia referencia a ellas en el NT (cf Mt 5,43s; Mc 12,31; Jn 13,34). Los capítulos 21-22 se dedican exclusivamente a prescripciones relativas a los sacerdotes y a su oficio.

c) Fiestas anuales, año sabático y jubileo (cc. 23-25). En el capítulo 23 tenemos uno de los cinco calendarios del Pentateuco (Ex 23,14s; 34,18-23; Dt 16; Núm 28-29); pero ninguno es completo. En todos los calendarios, el año litúrgico gravita sobre tres fiestas estacionales que suponen una peregrinación al santuario: pascua y ácimos, en primavera; la fiesta de las semanas (o pentecostés), en verano; fiesta de la cosecha (o de las chozas), en otoño; las tres fueron adquiriendo con el tiempo un significado cada vez más profundo e israelítico.

Las festividades que aquí se mencionan son: el sábado (23,3), la pascua y los ácimos (23,4-14), pentecostés (23,15-22), principio de año y día de la expiación (23,23-32) y chozas (vv. 33-36.39-43).

Se dedica un capítulo a diversas prescripciones que tienen aquí la formulación tradicional: la llama que tiene que arder perenne en el candelabro del santuario (24,1-4), las doce hogazas de la presencia o panes de la proposición (24,5-9), la ley contra los blasfemos (24,10-16.23), la ley del talión (4,17-22).

El penúltimo capítulo de la ley de santidad está dedicado a dos temas de alto valor social y que se mencionan luego a menudo: el año sabático (25,1-7) y el jubileo (25,8-55) [I Ley/ Derecho VII, 2-3]. En las legislaciones del antiguo Oriente no se encuentra nada análogo.

d) Conclusión. Con el capítulo 26 termina la ley de santidad y, como era costumbre tanto en la Biblia como fuera de ella, el epílogo está constituido por un texto singular de "bendiciones y maldiciones" (véase, p.ej., Ex 23,30-33; Dt 28,1-68). La observancia de las leyes de la alianza garantiza la presencia benéfica de Yhwh y es prenda de prosperidad; la inobservancia no aleja simplemente de la divinidad, sino que hace experimentar su presencia punitiva. Sin embargo, lo mismo que la alianza no tuvo su origen en el hombre, tampoco será la infidelidad del hombre la que tenga la última palabra. La alianza se basa en la benevolencia divina. De aquí el aspecto fundamental positivo (a pesar de la primera apariencia) de los castigos divinos contra los transgresores. No se trata de penas vindicativas, sino medicinales; no de maldiciones (en el sentido ordinario de la palabra), sino de advertencias que atestiguan en el fondo la benevolencia divina. Y precisamente a partir de los sentimientos que inspiraron estas composiciones se desarrolló la idea de la eternidad de la alianza sinaítica.

6. LAS TARIFAS (C. 27). Un apéndice habla de las tarifas y evaluaciones para el rescate de las personas y de las cosas: animales, campos, primogénitos, etc., consagrados a Dios, que pueden rescatarse pagando al templo lo señalado.

III. IMPORTANCIA DEL LIBRO DEL LEVÍTICO. A un libro heterogéneo como Lev no es posible asignarle una fecha de composición, sino sólo una época de redacción y de recogida sistemática de las diversas partes. Los .autores están de acuerdo en señalar en Lev un material ciertamente antiquísimo, otro antiguo y otro posterior al destierro; generalmente fijan su composición actual después del exilio.

El libro tuvo poco éxito entre los lectores y entre los mismos comentadores antiguos. Su contenido legal, la singularidad de muchos de sus ritos y prescripciones, la monotonía estereotipada de las expresiones técnicas no favorecen su lectura. A ello se añadieron también algunas exageraciones de ciertos ambientes judíos en la observancia de determinadas prescripciones legales (véase, p.ej., Mt 9,11s; 12,1-12; 15,2-20; 23,1-37; etc.), que favorecieron una actitud negativa frente a ellas. No cabe duda, sin embargo, de que Jesús, María, los apóstoles, etc., siguieron estas prescripciones levíticas. La Iglesia, en sus libros rituales, tomó relativamente mucho de nuestro libro, al menos hasta la reforma litúrgica que llevó a cabo el Vaticano II: por ejemplo, el sagrario, la bendición de la mujer que acaba de dar a luz, la ofrenda de los primeros frutos y de los diezmos, el uso de la lámpara ante el santísimo sacramento, etc., para indicar sólo los más llamativos.

Entre los principios doctrinales más interesantes señalemos algunos. La importancia y la santidad del servicio litúrgico intenta imprimir en los fieles el sentido de la santidad de Yhwh, al que va orientado todo el culto. En Lev los sacrificios se caracterizan por la idea fundamental del don, cuyo valor no está tanto en el aspecto material como en el hecho de que es un medio para realizar la comunión con la divinidad, aspecto que fue muy subrayado luego por la misma tradición judía. El concepto altamente moral del pecado se presenta como transgresión de una ley conocida (concepto que no era nada común en aquel tiempo), que aleja de Dios, contamina el templo, la tierra y la persona. Además, el pecado es considerado bajo el aspecto doble de voluntario e involuntario. La imitación de Dios es la condición indispensable de la verdadera religión: el fiel tiene que ser santo porque su Dios es santo. Se trata de una santidad un tanto distinta de la neotestamentaria, pero no puede ciertamente restringirse a una simple pureza exterior. La insistencia en los deberes de justicia, de respeto y de amor a los compatriotas va acompañada de la acentuación de ciertos deberes incluso con los extranjeros. Nótese también la insistencia en la dignidad del matrimonio (18,6-23; 20,10-22), en el deber de respetar a los padres y a los ancianos (19,9.32); tampoco hay que infravalorar el valor ético, social y religioso de los capítulos 25-26.

En el Lev se encuentran muchos textos que dan la impresión de una valoración más bien exterior que interior de los sacerdotes y de los fieles, pero se trata de una impresión equivocada. En estos casos nos encontramos frente a un complejo de protección de la fe y la praxis religiosa; para los más superficiales este complejo podía tener mayor valor que lo demás, que era la sustancia; pero se trataba de casos que, aunque numerosos, como sucede en toda religión, nunca llegaron a sofocar la fe veterotestamentaria.

BIBL.: CAVALLETTI S., Levitico, Ed. Paoline, Roma 19843; CORTESE E., Levitico, Marietti, Turín 1982; FOURNELLE G., El Levítico, Sal Terrae-Mensajero, Bilbao 1970; MORALDI L., Espiazione sacrificale e riti espiatori nell'ambiente biblico e nell AT, Pontificio Istituto Biblico, Roma 1956; RENDTORFF R., Studien zur Geschichte des Opfers im Alten Israel, Neukirchen-Vluyn 1967.

L. Moraldi