AMÓS
DicTB
 

SUMARIO

I. El rugido del león. 

II. "Decir-escuchar-ver':- una trilogía estructural: 
1. "Esto
dice el Señor..." (cc. 1-2); 
2. "Escuchad" (ce. 36); 
3. "El Señor Dios me hizo ver esto" (cc. 7-9). 

III. Amós, el profeta de la justicia y de la fe: 
1. Por la justicia; 
2. Por la fe; 
3. Por "el día del Señor"; 
4. Por la esperanza.


 

I. EL RUGIDO DEL LEÓN. "Dijo (Amós):.El Señor ruge desde Sión y hace oír su voz desde Jerusalén; los pastizales de los pastores están de luto y la cumbre del Carmelo se seca" (1,2). El rugido del león es como el símbolo de este profeta tempestuoso, que irrumpe en la escena del reino del norte, en Israel, el siglo viii a.C. Sin embargo procedía del reino del sur, ya que había nacido en Técoa, una aldea a 16 km al sur de Jerusalén, donde poseía una finca para criar ganado (1,1) y cultivar sicómoros (7,14). Su profecía reflejará plásticamente este horizonte de su vida, aunque su poesía refleje cierta madurez y cierta instrucción cualificada; obtenida quizá en la "escuela" de algún santuario. Su nombre es prácticamente la abreviatura de su antagonista Amasías (7,10), el sacerdote oficial del santuario real de Betel; significa "Yhwh lleva"; como él mismo recuerda en la página dedicada a su vocación (3,3-8), fue precisamente el Señor el que lo "llevó", lo lanzó a una vocación no deseada. A través de una secuencia de imágenes muy vivas, Amós recuerda el carácter irresistible de la vocación profética. Puesto que no se da un efecto (caminar juntos, rugido, caída en tierra) sin una causa previa (ponerse de acuerdo, presa, asechanza), y viceversa, como no puede concebirse una causa sin su efecto (cebo-presa, trompeta-alarma, rugido-terror), así también si Amós habla es porque el Señor le ha hablado, y si el Señor habla, Amós no puede menos de profetizar (3,8). Es lo que repetirá él mismo al burócrata del culto, el sacerdote Amarías: "Yo no soy profeta ni hijo de profeta; yo soy boyero y descortezador de sicómoros. El Señor me tomó de detrás del rebaño, diciéndome: Vete, profetiza a mi pueblo Israel" (7,14-15).

La situación política en que resuena el "rugido" de la palabra profética es la situación más bien inestable del reino del norte. Los continuos golpes de Estado han liquidado en menos de dos siglos hasta cinco dinastías; el poder oculto de los militares sanciona frecuentes regicidios, con su cortejo natural de desastres y alborotos. La política exterior se mueve al capricho de las esferas de influencia de las dos superpotencias, la occidental de Egipto y la oriental de Asiria. Los partidos políticos opuestos convierten al reino de Samaría, como dirá Oseas (7,11) en "una ingenua paloma, falta de inteligencia: llaman a Egipto, acuden a Asiria". Y los relativos tratados de asistencia técnico-militar se convierten en protectorados político-fiscales, acogidos por soberanos hebreos que a veces ni siquiera llegan a durar una estación, como Zimrí (¡siete días!), Zacarías (seis meses), Salún (un mes). Este reino en decadencia, antes de llegar a ser "como una torta a la que no se le dio la vuelta" (Os 7,8), devorada por el imperialismo asirio en el 721 a.C., goza de cierto intervalo de bienestar que lo embriaga de nacionalismo. Es el período del largo gobierno de Jeroboán II (786-746), heredero del boom económico iniciado con Ajab y con su mujer fenicia Jezabel. La expansión económica, aunque tiene tan sólo la consistencia de unos fuegos artificiales, entusiasma y engendra macroscópicas injusticias sociales y un laxismo ético-religioso. El orgullo nacionalista, el capitalismo desenfrenado, el paganismo generalizado esconden, en realidad, una enorme inestabilidad, impotencia y debilidad. En esta atmósfera de consumo es donde resuena la voz de Amós como un clarín de guerra. Derrama a oleadas su franqueza, su energía y su condena de la "dolce vita" de la alta sociedad opresora de Samaría.

11. "DECIR-ESCUCHAR-VER": UNA TRILOGÍA ESTRUCTURAL. El texto de Amós se presenta sustancialmente homogéneo y bien coordinado. Tan sólo hay algunos pequeños fragmentos escritos por otra mano. Quizá la narración del encuentro con Amasía$ sea un relato externo, debido a un discípulo (7,10-17); casi con seguridad es posterior el oráculo de restauración, con un trasfondo mesiánico, que sella el volumen (9,11-15); no faltan tampoco algunas huellas deuteronomísticas, que se deben quizá a intervenciones redaccionales (2,4-5; 2,10ss; 3,7; 5,25-26). Para algunos autores, también las tres estrofas del himno esparcido dentro del libro (4,13; 5,8; 9,5-6) deben atribuirse a otra mano; se trata de un delicioso himno litúrgico (con la antífona que cierra el final de cada estrofa: "Su nombre es el Señor', que exalta la grandeza desplegada por el Señor en la creación y en la historia.

Pero la estructura del escrito de Amós está presidida por una trilogía verbal de gran relieve, distribuida estratégicamente en las tres partes de la obra. En las siete escenas de la primera sección (cc. 1-2) resuena la "fórmula del enviado": "Esto dice el Señor... ", seguida por el oráculo divino. En los capítulos 3-6, por el contrario, los discursos van introducidos por tres "escuchad" (3,1; 4,1; 5,1), que a menudo se entrecruzan con los "¡ay!" del juicio divino (5,7, contra los grandes propietarios de tierras; 5,18, para el "día del Señor"; 6,1, contra los políticos). La tercera parte (cc. 7-9) está ocupada por cinco visiones, cuatro de ellas afines entre sí y una autónoma, narradas todas en primera persona; van introducidas por la fórmula: "El Señor Dios me hizo ver esto" (7,1.4.7; 8,1).

1. "ESTO DICE EL SEÑOR..." (cc. 1-2). En la primera sección del volumen profético de Amós se introduce el género literario de los "oráculos contra las naciones", donde el autor se esfuerza en definir algunas leyes morales que se refieren a todo el pueblo. La moral no es un privilegio exclusivo de Israel, sino que tiene su origen en el Señor del universo. La sección, dedicada a este grandioso examen de conciencia de las naciones, está construida sobre un septenario de pueblos escandido bor una introducción constante: "Esto dice el Señor: Por tres crímenes de... y por cuatro" (1 ,3; 1,6; 1,9; 1,11; 1,13; 2,1; 2,4; 2,6). La expresión numérica, apreciada igualmente en la literatura sapiencial (Prov 30,15.18.21.29), expresa la plenitud de los delitos de las naciones, que están ya colmando el cáliz de la ira divina. La humanidad entera está envuelta por el pecado "sin distinción alguna, porque todos pecaron" (Rom 3,22s). Todo el septenario contiene la misma escena dentro del cuadro. Un incendio inmenso rodea a cada una de las capitales: es el Señor mismo el que prende fuego a los palacios de los soberanos y a los muros de las ciudades.

En Damasco, que se muestra tan feroz como un trillo de hierro que lo tritura todo, "prenderé fuego a la casa de Jazael y devoraré los palacios de Ben Hadad" (1,4); en Filistea "prenderé fuego a los muros de Gaza y devoraré sus palacios" (1,7); en Fenicia "prenderé fuego a los muros de Tiro y devoraré sus palacios" (1,10); en Edón "prenderé fuego a Teman y devoraré los palacios de Borra" (1,12). Los crueles amonitas, para eliminar de raíz la vida de los galaaditas, abrieron en canal a las mujeres encinta: "Prenderé fuego a los muros de Rabbá y devorará sus palacios" (1,13-14). También contra Moab, que deshonró sacrílegamente con la cremación los huesos del rey de Edón, "enviaré fuego que devorará los palacios de Queriot" (2,2): Edón es el enemigo mortal de Israel, pero el delito cometido contra él es intolerable, y la moral no tiene patria. Antes de pronunciar el juicio sobre Israel, la tierra a la que ha sido enviado, el profeta ataca a Judá, el reino del sur, "por haber despreciado la ley del Señor y no haber guardado sus decretos, extraviándose por caminos falsos, que recorrieron ya sus padres: prenderé fuego a Judá, que devorará los palacios de Jerusalén" (2,4-5). Al término de esta reseña, Amós lanza su flecha más puntiaguda contra Israel, la tierra de su predicación (2,615). La lista de las apostarías es desoladora y las imágenes son violentas. El pobre es vendido por el precio de un par de sandalias (cf 8,6), la avidez de los ricos no tiene límites, la prostitución sagrada (o el abuso contra las esclavas: 2,7 es oscuro) cunde por doquier, se violan las normas sobre las prendas (Éx 22,25-26; Dt 24,1213), los santuarios son lugares de corrupción, los profetas se ven reducidos al silencio... La palabra del Señor no se detiene frente a nadie en esta vigorosa denuncia.

2. "ESCUCHAD" (cc. 3-6). Es éste el núcleo del mensaje de Amós y de la profecía en general. Maldice con ironía casi blasfema el culto hipócrita de Betel y de Guilgal, los dos grandes santuarios del reino del norte. Los sacrificios, las fiestas, los diezmos, las oblaciones de ácimos (Lev 2,11)' y todas "vuestras" farsas religiosas son un cúmulo de pecados: "Id a Betel y pecad; a Guilgal y pecad más aún; por las mañanas ofreced vuestros sacrificios, y cada tres días vuestro diezmo..., pues eso es lo que os gusta, israelitas" (4,4-5). "Buscadme y viviréis. No busquéis a Betel, no vayáis a Guilgal, no paséis a Berseba; porque Guilgal irá ciertamente al destierro y Betel será aniquilada. Buscad al Señor y viviréis" (5,4-6). Amós introduce aquí un principio teológico muy apreciado por el profetismo: la religión no tiene sentido si se la priva de justicia, el culto es magia si no lo sostiene un compromiso social por la justicia. Ya Samuel había recordado a Saúl: "¿Se complace tanto el Señor en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a sus palabras? La obediencia vale más que el sacrificio, y la docilidad más que las grasas de los carneros"(1Sam 15,22). La negación del culto es aparentemente absoluta, pero en realidad es sólo paradójica y dialéctica. Se esfuerza en restituir al culto su función de núcleo de toda la existencia. Sobre la secuencia central de estos capítulos volveremos luego, al analizar el mensaje general de Amós [l infra III].

3, "EL SEÑOR DIOS ME HIZO VER ESTO" (cc. 7-9). l Ezequiel es el maestro de las visiones; pero también Amós sabe construir cinco "visiones" de gran intensidad. Recordemos entre paréntesis que, como "vidente" es sinónimo de "profeta", también la "visión" es un equivalente simbólico del oráculo profético. Las dos primeras visiones tienen en común la figura del profeta como intercesor: "¡Señor Dios, perdona, te ruego! ¿Cómo podrá subsistir Jacob, siendo tan pequeño?" (7,2-3.5-6). El centro de las dos visiones está ocupado por un episodio trágico para la agricultura: la invasión de las langostas y la sequía (7,1-3.4-6). También en Joel se nos ofrece un duplicado de estas dos visiones cuando nos describe minuciosamente estas dos plagas fatales para los cultivos, viéndolas como un paradigma de los ejércitos invasores (JI 1,4-12; 2,3-9). Esta misma eliminación del mal presente en Israel es lo que sirve de tema a la tercera visión (7,7-9). La plomada puede aludir tanto a los desequilibrios que el Señor encuentra en el edificio social y religioso de la nación hebrea como a la demolición radical de todas las estructuras socio-políticas injustas. "La cuerda del caos y la plomada del vacío" (Is 34,11; cf 28,17; 30,13) traerán la ruina de modo especial sobre las alturas idolátricas, sobre los santuarios y sobre la dinastía de Jeroboán II, rey de Samaria.

Siguiendo siempre el mismo esquema literario ("El Señor Dios me hizo ver esto', la cuarta visión recoge un anuncio idéntico de juicio y de castigo (8,1-3). En la pronunciación de los israelitas del norte, la palabra "fruto maduro" (qes) y "fin" (qajs) tenían el mismo sonido; el fruto sabroso indica que la estación está a punto de terminar y que el invierno se perfila ya en el horizonte. La madurez es preludio de la vejez y de la podredumbre. El gozo se transformará en llanto, el canto en silencio, la vida en cadáveres (cf Jer 24). Así pues, el juicio de Dios es inminente. La misma desgarradura violenta y dolorosa de la vida acompaña a la quinta visión (9,1-4), que contempla el hundimiento del santuario de Betel, símbolo de un culto impuro y sin vida. La ruina y la destrucción son el binomio sobre el que se articula la visión: se derrumban arquitrabes y capiteles, la sangre se derrama en abundancia. El juicio divino es implacable; es inútil todo intento de sustraerse a una presencia que acecha por todas partes.

III. AMÓS, EL PROFETA DE LA JUSTICIA Y DE LA FE. El mismo recorrido de las tres secciones en que se articula la obra de Amós nos ha hecho ya vislumbrar las directrices fundamentales de su pensamiento, ligadas a una vigorosa pasión por la justicia y a la recuperación de una religiosidad genuina y no hipócrita.

1. POR LA JUSTICIA. La palabra de Amós derriba las lujosas residencias de la aristocracia, "que acumulan la violencia y la opresión en sus palacios" (3,10). La casa de la ciudad y del campo, los salones tapizados de marfil que siglos más tarde descubrirían los arqueólogos en Samaría, los espléndidos divanes de Damasco (3,12) son denunciados con violencia como una auténtica vergüenza cuando mucha gente se muere de hambre (3,11.15). La palabra de Amós ataca a las nobles matronas de la alta sociedad, lustrosas como "vacas de Basán" (4,1-3): el cuadro grotesco suscita toda la náusea del campesino frente a aquellos abusos. Los vulgares labios de aquellas matronas son vistos por el profeta como teñidos de sangre cuando sobre las ruinas de la devastada Samaria los deportados vayan atados unos a otros con argollas insertas en el labio inferior. Amós es una antena sensible a todas las violaciones de los derechos humanos. Su poesía va derecha a la raíz de los Problemas sin lirismos gratuitos, comunicando a sus lectores la misma indignación y la misma ansia de justicia.

2. POR LA FE. El kérygma profético, que ya habían demostrado Samuel (1Sam 15,22-23) y Elías (1Re 21), se fija en un dato fundamental que ya hemos registrado anteriormente [l II, 2]: el de la vinculación indisoluble entre la fe y la vida, entre el culto y la existencia. Es éste un tema que vuelve teológica la defensa de la justicia, y no sólo un compromiso social. Seguido por Oseas (6,6), por Isaías (1,5), por Miqueas (6,6-8), por Jeremías (6,20; 7,21-23), Amós pone de manifiesto sin piedad alguna la hipocresía del culto oficial: "Odio, aborrezco vuestras fiestas, no me agradan vuestras solemnidades. Si me ofrecéis holocaustos y ofrendas, no los aceptaré; no me digno mirar el sacrificio de vuestros novillos cebados. Aparta de mí el ruido de tus canciones; no quiero oír el sonido de la lira" (5,21-23). Este rechazo es bien patente y prepara el de Jesús: "¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta y de la ruda y de todas las legumbres, y olvidáis ¡ajusticia y el amor de Dios! ¡Hay que hacer una cosa sin descuidar la otra!" (Lc 11,42). La invitación a la justicia y a la conversión (4,6-11) es la única expresión de la fe auténtica, que derriba las falsas defensas de una religiosidad sacral y cómoda.

3. POR EL "DIA DEL SEÑOR". Amós introduce una categoría teológica que tendrá una gran importancia en la teología sucesiva, la del yóm-Yhwh, el "día del Señor". Sirve para designar el acontecimiento decisivo y resolutivo de la historia humana, con el que Dios establecerá su reino de justicia y de paz en un mundo renovado. Las perspectivas actuales, que exaltan a los poderosos y a los hartos, se verán invertidas en favor de los pobres y de los hambrientos (cf Lc 6,20-26). Amós proclama esta inversión como inminente en 2,13-15 con ocho imágenes bélicas llenas de viveza. Los carros armados se hundirán en el barro, la infantería ligera quedará paralizada, los soldados veloces no podrán huir, a los fuertes les faltarán las fuerzas, los arqueros no podrán resistir, las tropas de asalto fallarán, los jinetes se verán aniquilados y los más valientes se entregarán a una huida vergonzosa. Otra representación inolvidable del "día" inexorable del Señor ya en acción dentro de la historia se nos traza en el pasaje de 5,18-20. A espaldas de los fugitivos se oyen los pasos del león, pero tienen que detenerse ante la presencia de un oso; una vez esquivado el peligro exterior y cerrada la puerta a las espaldas, se apoyan cansados con una mano en la pared; pero una serpiente venenosa muerde la mano.

4. POR LA ESPERANZA. Amós ha hecho desbordar su indignación y ha condenado a una sociedad injusta y una religiosidad artificiosa. Pero su última palabra no es de maldición. He aquí su sueño: "Vienen días, dice el Señor Dios, en que enviaré el hambre al país; no hambre de pan, no sed de agua, sino de oír la palabra del Señor" (8,11). Su volumen de oráculos de juicio se cierra actualmente con un cuadro luminoso (aunque quizá no sea auténtico, sino redaccional). En 9,11-15 resplandece el reino davídico, sede de la presencia divina en la historia(2Sam7): reducido a una choza caída y lleno de brechas, volverá a ser un imperio poderoso y una ciudad santa (cf He 15,14-18). También en 9,11-15 resplandece el campo de Palestina bajo el signo de la bendición, que es fertilidad espontánea de la tierra. Los ritmos de la agricultura (arar, segar, vendimiar, sembrar) adquieren una aceleración inaudita. Las imágenes fantásticas del reino mesiánico que fue soñando el sucesivo judaísmo se anticipan ya en esos montes y colinas que parecen derretirse en arroyos de mosto. Resplandece, finalmente, de felicidad, en 9,11-15, el pueblo hebreo, que vuelve a su tierra, a sus viñas, a sus ciudades, de las que ya no se verá jamás desarraigado.

G. Ravasi