TELEOLOGÍA
DicPC


I. NOCIÓN DE TELEOLOGÍA.

El término teleología proviene de los dos términos griegos Télos (fin, meta, propósito) y Lógos (razón, explicación). Así pues, teleología puede ser traducido como «razón de algo en función de su fin», o «la explicación que se sirve de propósitos o fines». Decir de un suceso, proceso, estructura o totalidad que es un suceso o un proceso teleológico significa dos cosas fundamentalmente: a) que no se trata de un suceso o proceso aleatorio, o que la forma actual de una totalidad o estructura no es (o ha sido) el resultado de sucesos o procesos aleatorios; b) que existe una meta, fin o propósito, inmanente o trascendente al propio suceso, que constituye su /razón, explicación o sentido. En términos de cierta tradición filosófica, esto equivaldría a decir que dicha meta o sentido son la razón de ser del suceso mismo, lo que le justifica en su ser. Como se ve, el carácter teleológico de un suceso se opone a su carácter aleatorio. Sin embargo, de ahí no podemos deducir que teleológico y necesario (en su acepción epistemológica de legaliforme), sean coincidentes. Un suceso es necesario relativamente a un cierto marco de referencia si, dadas ciertas condiciones, es lógicamente imposible que dicho suceso no tenga lugar en la estructura ontológica de dicho marco. No obstante, decir de un suceso que es teleológico relativamente a un marco de referencia, significa que existe una tendencia, propensión, etc. en tal marco a desarrollar ciertas formas o estructuras que ceteris paribus (i.e., manteniendo ciertas variables constantes) tendrán lugar, y respecto a las cuales tal suceso es una fase, etapa o momento de su desarrollo.

Obsérvese, finalmente, que mientras lo necesario es lógicamente incompatible con la indeterminación, lo teleológico es compatible en cierto grado con la indeterminación, aunque un suceso o proceso teleológico no es, en sí mismo y en relación a su fin, indeterminado. De ahí que en ocasiones se haya hablado de distinguir dos tipos de necesidad: la necesidad física y la necesidad teleológica.

Fuera del ámbito ontológico, la teleología se dice de la acción humana y, así, de los denominados proyectos, planes, decisiones futuras, objetivos globales vitales, etc. En este caso, el carácter teleológico de un suceso o acontecimiento (la acción humana) cumple las notas anteriormente mencionadas: la acción teleológica no es la acción arbitraria, la que responde a intenciones momentáneas, a caprichos o deseos del momento sin ninguna articulación superior; por el contrario, responde a una intencionalidad (fin), conscientemente explicitada, del agente y articulada generalmente dentro de un sistema teleológico (fines últimos e intermedios) que constituyen su proyecto vital. Ahora bien, para que una acción sea teleológica no es suficiente con que responda a un fin consciente del agente; es preciso también que dicho fin haya sido asumido consciente y críticamente. De otro modo, la estructura teleológica de un proyecto vital personal se opone, en tal caso, a las formas de vida miméticas, inerciales, irreflexivas y alienadas.

II. EXPLICACIÓN TELEOLÓGICA VERSUS EXPLICACIÓN CAUSAL.

De las cuatro causas que, según Aristóteles, se necesitaban para explicar exhaustivamente un fenómeno, hay dos que nos interesa especialmente destacar en relación a la cuestión que nos ocupa, a saber: la causa eficiente y la final. La causa eficiente la constituye el agente (o agentes) que en su acción (interacción) determinaron el suceso actual a explicar, y corresponde a lo que usualmente hoy entendemos como causa en sentido estricto. La causa final, por su parte, la constituye el fin (o meta) al que el suceso se halla destinado. Esta diferenciación es importante, dado que ha venido a constituirse históricamente en dos modelos paradigmáticos de explicación de la naturaleza, con sus respectivas ontologías: el modelo causalista (con su respectiva ontología de individuos, sucesos y relaciones legaliformes entre los mismos, ajena por completo a postular propósitos o finalidades en lo que acontece) y el modelo finalista (que asume sólo parcialmente el modelo causalista, esto es, sin el postulado de cierre ontológico según el cual «eso es todo lo que hay»).

Mientras para Aristóteles, familiarizado principalmente con la explicación de los fenómenos biológicos y sociales, ninguna explicación natural podía considerarse satisfactoria, de no enunciar sus cuatro causas, a partir de Galileo el recurso a la explicación finalista se considerará un error metodológico y un obstáculo en la investigación de la naturaleza. El modelo finalista admite que existe un sentido o finalidad en lo que hay, y esto de dos formas: a) en cuanto que dicho sentido o finalidad está, por así decir, incardinado en la esencia o naturaleza de cada ser particular o de algunos seres particulares; b) en cuanto que dicho sentido o finalidad es una razón trascendente al ser de la totalidad. Este último modo es el que aparece ejemplificado en la quinta vía tomista en la que, tomando al ser en su totalidad y no en la horizontalidad de su devenir, sino en la verticalidad misma de su devenir, se muestra la inviabilidad de la causalidad eficiente como modelo explicativo satisfactorio de la razón de la totalidad misma.

Resumiendo, el modelo finalista no niega el modelo explicativo causalista, sino que lo subsume. Lo que no se acepta es que la explicación por causas eficientes se constituya en un principio metodológico y ontológico absoluto. Su éxito en ciertos ámbitos (r ciencias físicas y naturales) se debe exclusivamente a la especificidad de dichos ámbitos; pero su extrapolación a cualquier otro ámbito sería una inferencia falaz: trivialmente observable en las ciencias humanas y sociales, donde los fines (intenciones, intencionalidad) son parámetros irrenunciables en la explicación de la acción individual o colectiva; menos trivialmente, aunque problemáticamente aceptable, en lo que respecta a ciertas áreas teóricas de las ciencias biológicas (por ejemplo, teoría de la evolución) donde, para algunos autores, la suposición de que la aparición de la inteligencia y la consciencia pueda y/o deba explicarse como resultado del azar y la legalidad fenoménica ciega, es, cuando menos, resultado de un desideratum metodológico y no una /verdad experimental o un dato de observación.

III. ÉTICAS TELEOLÓGICAS VERSUS ETICAS DEONTOLÓGICAS.

Teleológico y Teleología aparecen también asociadas a problemas relacionados con la Filosofía Práctica o /Ética como el siguiente: ¿cuáles son los criterios, en virtud de los cuales decidir la bondad moral de nuestras acciones o modos de acción? Se trata de analizar si las acciones son siempre buenas o malas dependiendo de sus resultados y de las circunstancias en que se llevan a cabo, o si hay acciones que son moralmente buenas independientemente de sus resultados, etc.

Básicamente, hay dos respuestas lógicamente incompatibles a dicha cuestión. a) Primera: la bondad moral de nuestras acciones o modos de acción, dependerá de la bondad moral de sus consecuencias en una situación dada (una de cuyas consecuencias, al menos prevista, es el fin mismo de la acción). b) Segunda: el valor de nuestras acciones o modos de acción es una cualidad intrínseca de la acción misma, independientemente no sólo de las consecuencias de la acción, sino también de cualquier circunstancia en la que esta tenga lugar. A la primera tesis la denominamos criterio teleológico; a la segunda, criterio deontológico. Según el criterio teleológico, el modo de acción consistente en mentir, por ejemplo, no debe ser calificado de moralmente malo o inaceptable sin más, es decir, al margen de las circunstancias y/o consecuencias a las que una realización concreta de ese modo de acción pudiera dar lugar. Según el criterio deontológico, por el contrario, cualquier realización concreta de ese modo de acción será moralmente inaceptable y, en consecuencia, será moralmente inaceptable el modo de acción mismo.

En ocasiones se ha acusado injustamente de que la adopción de un criterio teleológico conlleva necesariamente la adopción de una ética relativista, tecnócrata y egoísta. Vamos a intentar mostrar que esto es incorrecto, enumerando y analizando algunas de las dificultades de la adopción de un criterio teleológico y algunas réplicas a las mismas.

Las dificultades del criterio teleológico parecen ser las siguientes:

1. Imposibilidad de una estimación completa de todas las consecuencias de nuestras acciones en una situación dada. Esta primera objeción señala la inviabilidad práctica del criterio teleológico dado que, como parece exigir el criterio, una valoración completa de una acción en una circunstancia particular, requeriría la previsión completa de todas sus consecuencias. Y esto, la mayor parte de las veces, por no decir todas, resulta práctica o teóricamente imposible. De otro lado, referir la bondad de una acción a la bondad de sus consecuencias parece indicar la existencia en tal criterio de una especie de circularidad insoslayable.

2. El criterio teleológico hace imposible el aprendizaje moral. Las normas y valores morales deben ser aprendidos. Sin embargo, si siguiésemos una concepción teleológica, el aprendizaje de lo que es moralmente correcto se haría imposible, dado que no pueden preverse todas las circunstancias en las que la otra persona deberá actuar, ni tampoco los resultados de sus acciones posibles, por lo dicho anteriormente. Por otro lado, una regla general como «actúa de modo que aumentes al máximo el beneficio o utilidad esperada», se haría inoperante en la práctica. A falta de una regla a priori que me indique lo que es bueno o malo hacer, podría confundir mis intereses personales con lo que es moralmente correcto hacer.

3. El criterio teleológico pone en peligro el principio de cooperación en el que se basa toda la vida social. Y esto básicamente porque, en unos casos, es preciso actuar sin necesidad de conocer las intenciones de las demás personas; y en otros, es preciso poder confiar en que los otros actuarán de una forma concreta. La vida social sólo es posible si cada individuo espera que los demás vayan a comportarse o a respetar ciertos principios, normas o convenciones con carácter general, y no que vayan a comportarse según estimaciones de consecuencias.

4. El criterio teleológico carece de una escala de valores humanos. Según las Éticas Teleológicas, como no hay actos buenos o malos en sí, sino dependientes de las circunstancias y de las consecuencias, no hay derechos inviolables. Y esto parece llevarnos inexorablemente a la conclusión de que, en ciertas circunstancias, podría considerarse legitimado el sacrificio de los intereses (o de los /derechos fundamentales, como el de la vida o la libertad) de algunas minorías, en función de considerar los intereses de ciertas mayorías más deseables en general.

No obstante, aunque dichas dificultades pudieran parecer decisivas, no es así. Las posibles réplicas a las mismas pueden enunciarse como sigue:

1. La cuestión no consiste en disponer de un conocimiento completo de la situación, a la hora de tomar decisiones moralmente correctas, sino en disponer del mejor conocimiento posible. En segundo lugar, no existe tal pretendida circularidad. Se ha argüido, por ejemplo, que tenemos un conocimiento intuitivo de los fines o resultados que son buenos y, no obstante, ello no implica que nuestro juicio práctico acerca de nuestro deber vaya, por ello, a ser evidente. Por otro lado, se ha dicho que el valor de un fin o resultado no indica una cualidad del mismo, sino que está en relación a la estructura del ser humano, a sus necesidades básicas y a sus intereses legítimos.

2. Pueden ser enseñados como acciones moralmente correctas aquellas que, en la práctica y de modo general, han mostrado dar los mejores resultados. Por ejemplo, ser responsable con los deberes propios, valorarse a sí mismo por lo que se es y no por lo que se tiene, ser solidario con los demás, etc., son acciones que tienen, por regla general, mejores resultados que sus acciones contrarias o que el no llevarlas a cabo. Por consiguiente, son valores o acciones que pueden considerarse correctos o válidos a priori.

3. El criterio teleológico no niega la utilidad de ciertas convenciones, ni cuestiona su moralidad. No obstante, las convenciones no pueden considerarse en sí mismas el fundamento de la moralidad: antes que fundamentar, las convenciones deben ser fundamentadas teleológicamente.

4. La ética teleológica no implica necesariamente que no existan derechos inviolables. Lo único que enuncia es que, en una situación determinada, la acción moralmente correcta es aquella que produzca los mejores resultados. El punto de vista teleológico puede aceptar perfectamente derechos inviolables (a la vida, a la intimidad...). Para ello basta mostrar que, en cualquier circunstancia, o en la mayoría de las circunstancias, dichos resultados son los mejores resultados posibles. Por ejemplo, mentir tiene, por regla general, malas consecuencias morales.

Por consiguiente, según la tesis teleológica, no es moralmente correcto mentir (en general). La insolidaridad, por regla general, tiene malas consecuencias morales. En consecuencia, no es moralmente correcto ser insolidario.

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S. Sánchez Saura