RACISMO
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La palabra racismo está incorporada al mare mágnum de términos que describen situaciones de conflicto violento entre los seres humanos, por razones de pertenencia a grupos o etnias diferentes. Sin embargo, su equivalencia con la xenofobia, el antisemitismo, la discriminación, etc., induce a imprecisiones y equívocos, por lo que conviene puntualizar cuáles son sus rasgos definitorios. Los problemas existentes para señalar en qué consiste el racismo, provienen de los múltiples aspectos que presenta el término: ¿se trata de una ideología o de un comportamiento? Existen discursos racistas y conductas racistas que, si bien pueden ir entrelazados, igualmente pueden existir por separado. ¿Predominan los criterios biologicistas o etnicistas a la hora de describir sus argumentaciones? El racismo biologicista y el racismo étnico son fenómenos que surgen en diferentes circunstancias históricas y, aunque produzcan los mismos resultados, no manejan su discurso justificativo de la misma manera. ¿Afecta a individuos o grupos aislados, o constituye un sistema organizado de dominación? Dependiendo de las circunstancias de cada espacio o sociedad, el racismo puede concretarse en hechos puntuales sin conexión entre sí u organizar todo un régimen político, económico y cultural, como el caso del nazismo alemán o el apartheid surafricano. ¿Se trata de un fenómeno antiguo o reciente? Algunos expertos defienden la idea de que el racismo ha existido desde las primeras formaciones sociales, mientras que otros lo sitúan de manera específica en el mundo contemporáneo. ¿Se trata de un hecho universal, o particular? Si la construcción de todas las sociedades presenta rasgos inequívocamente etnocéntricos, el eurocentrismo, forma específica de etnocentrismo, que está en la base ideológica y cultural del racismo, pertenece al mundo occidental y se desarrolla en los tiempos modernos.

I. EL RACISMO EN LA HISTORIA.

Centrándonos en la historia del término, el racismo, en sentido estricto, comienza a partir del siglo XVIII, en el mundo occidental. Antes, ni las civilizaciones clásicas, que veían al otro como bárbaro en sentido etnocéntrico, pero no racista, y que apenas justificaron la esclavitud por razones de inferioridad biológica; ni la época medieval, cuyas posiciones antisemitas y antimusulmanas se reforzaban mediante argumentos religiosos, políticos y sociales; ni la conquista y colonización del continente americano, justificada por razones religiosas, no por superioridad racista, suponen la implantación del racismo tal como lo entendemos hoy. A lo largo de todos esos siglos, existen prácticas que podemos considerar racistas, pero en casi ningún caso se alude al determinismo biológico como justificación de las mismas. La palabra raza no se difunde en textos literarios y científicos hasta el siglo XVIII. Desde 1750 hasta 1945, se construyen y difunden las principales teorías del racismo biologicista. Se trata de clasificar y explicar a los seres humanos a partir de la existencia de razas diferentes, con características que las convierten en inferiores o superiores, y que transmiten genéticamente dicha condición.

A partir de mediados del siglo XIX, cuando Gobineau publica su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, texto clave para la sistematización de las tesis racistas, tanto el racismo científico como el evolucionismo cultural sirvieron de base para defender la esclavitud, el colonialismo y las desigualdades clasistas. La aplicación de estos argumentos a los cálculos políticos se generalizó en la época del imperialismo: los conflictos interestatales se desarrollaban de la misma manera que los organismos vivos, en su lucha por la supervivencia de los más aptos. Así, había naciones vivas, en plena expansión vital, formadas por razas fuertes, y naciones moribundas, que estaban agotando su ciclo biológico, debido a las razas debilitadas que las habitaban. Su paroxismo llegó en el período de entreguerras, cuando el estado nacional socialista alemán adquirió un inequívoco componente racista, tanto en su ideología como en su práctica antisemita, que culmina en el holocausto de los campos de exterminio durante la II Guerra Mundial.

Desde 1945, el racismo biologicista ha experimentado un descrédito progresivo, tanto por la derrota de los experimentos criminales que lo sustentaban, como por la difusión de teorías científicas que han puesto en evidencia las falacias de una supuesta racionalidad fundamentada de la superioridad o inferioridad racial: el color de la piel, la estructura corporal o determinados antígenos sanguíneos resultan criterios muy poco fiables, que a menudo han sido manipulados para alcanzar los resultados que previamente se determinaban. Los estudios de las diferencias genéticas entre los seres humanos, han demostrado que tales diferencias no son mayores ni más significativas que los parecidos, de manera que las clasificaciones raciales son arbitrarias y nulas desde el punto de vista científico. El monogenismo, es decir el punto de partida común de todos los seres humanos, parece hoy indiscutible. A partir del Horno Sapiens Sapiens, los grupos humanos se fueron separando desde el punto de vista geográfico, adaptándose a diversos climas y formas de vida, hasta transmitir hereditariamente los resultados de dicha adaptación. El aspecto físico externo y la estructura orgánica interna es, pues, un fruto de la historia, y no una esencia fuera del tiempo y del espacio.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

Estas evidencias no han hecho desaparecer el racismo, aunque han traído consigo un significativo cambio de argumentos a la hora de justificarlo. El nuevo racismo, presente hoy en las realidades políticas, sociales y culturales de numerosos lugares del mundo, tiene unas características etnicistas, cuyo discurso podría resumirse en los siguientes postulados: 1) Es necesario definir, defender y preservar la identidad cultural interna, frente a los peligros y amenazas procedentes del exterior; 2) Las culturas no deben mezclarse, dada su incapacidad para asimilarse entre sí, y la degradación que sufren cuando se producen situaciones de mestizaje, en especial por parte de la cultura superior; 3) La homogeneidad étnica y cultural es la mejor de las situaciones posibles, tanto para los individuos como para la organización de los Estados. ¿Cómo se ha llegado a esta formulación del racismo centrada en la etnia, entendida como grupo humano diferenciado desde el punto de vista cultural? Una rápida visión de los problemas contemporáneos más relevantes, nos permitirá entender este cambio de perspectiva. Vivimos en un mundo global e interdependiente en el que, tras la /guerra fría, los referentes ideológicos generadores de significado en el terreno político, social y cultural han perdido su simplicidad —comunismo frente a capitalismo—, haciéndose más complejos y difíciles de afrontar: el mercado, en el plano económico, con sus intereses centrados en la búsqueda del máximo beneficio a lo largo y a lo ancho de todo el planeta, y los medios de comunicación social, que a diario difunden, a través de sus canales audiovisuales, una cultura uniforme y descontextualizada, buscando su aceptación universal en términos de niveles de audiencia, parecen ser los dos grandes símbolos trasnacionales del nuevo orden mundial. Esta globalización, que muchos califican de caótica, se enfrenta cotidianamente a una serie de conflictos que los actores clásicos de las relaciones internacionales —Estados nacionales, instituciones supranacionales—, no son capaces de gestionar de acuerdo con los principios teóricos de /paz, justicia y seguridad. El creciente abismo de la pobreza arroja a las personas, a los pueblos y los países perdedores a la búsqueda desesperada de soluciones, que a menudo pasan por los enfrentamientos armados o la adhesión a /fundamentalismos culturales o religiosos de diverso signo.

Los fenómenos migratorios /Sur-Norte son otra de las respuestas frente al callejón sin salida del hambre y del conflicto social. Estos procesos actuales son una respuesta de largo plazo a la expansión demográfica, política, económica e ideológica de los europeo-occidentales desde el siglo XVI, pero, sobre todo, desde finales del siglo XIX. Los procesos migratorios Este-Oeste, tras la descomposición de los regímenes comunistas del antiguo bloque soviético, se han unido a los procedentes de los países tradicionalmente situados dentro del denominado Tercer Mundo. Estas migraciones coinciden con el proceso de integración europea, que pretende construir un espacio común para los Estados del viejo continente, que a su vez se constituyeron mediante procesos de intercambio y conflicto entre diferentes culturas, lo que pone en evidencia, una vez más, la debilidad interesada de la memoria histórica a la hora de entender el presente. De todas formas, conviene precisar que las migraciones masivas se producen, sobre todo, en el interior de los países del Sur y entre dichos países, a causa de las guerras, las hambrunas, o las epidemias. El porcentaje que logra llegar al mundo occidental es pequeño, si lo comparamos con estas otras realidades menos presentes en los medios de comunicación de masas. La aparición de sociedades multiétnicas y multiculturales coincide, por tanto, con una época de crisis global, que se refleja claramente en las grandes aglomeraciones urbanas y en sus poblaciones periféricas. La ausencia de respuestas a las manifestaciones más inmediatas de esta crisis –desempleo, desmantelamiento del tejido industrial, degradación de la vida cotidiana, etc.–, está en la base de la aparición de un malestar social y cultural, caldo de cultivo para la justificación de determinadas ideologías populistas, xenófobas, cuando no abiertamente parafascistas, o para la extensión de una cultura de la violencia, que tiene como objetivos inmediatos de su furia irracional y compulsiva, todo lo que ponga en peligro la identidad, tribal y alienante, de los grupos que la practican. Aunque también existen factores endógenos en esta abundancia de integrismos ultranacionalistas e intolerantes. De la misma manera, la proliferación de bandas juveniles violentas en las ciudades industrializadas, europeas o norteamericanas, presenta causas específicas en cada país o en cada zona.

Pero, por encima de la superposición de situaciones diferentes, hay algunas claves comunes que permiten clarificar el sentido general del proceso. Esta oleada de intolerancia étnica se manifiesta en las sociedades occidentales, frente a los emigrantes extraeuropeos que, según los estereotipos socializados intelectual y popularmente, cumplen todas las condiciones para convertirse en los chivos expiatorios del malestar social y cultural mencionado: quitan puestos de trabajo a los nacionales, sus pautas de conducta son /bárbaras o peligrosas, están relacionados con las prácticas sociales más degradadas, como la /violencia, la droga, la prostitución, etc. En este contexto aparecen los nuevos rostros del racismo: ideas, actitudes y actos que afirman la inferioridad de otros grupos étnicos, a los que agreden, discriminan y segregan sin más razón que sus rasgos culturales. Es evidente que ambos racismos, biológico y cultural, se relacionan estrechamente. Ni el primero ha desaparecido del todo, aunque su discurso se haya edulcorado un tanto, ni el segundo ha surgido de manera repentina: la larga historia de marginación del pueblo gitano es una buena muestra de un racismo étnico de largo plazo.

A la hora de interpretar tales fenómenos, además de plantearse su profunda inmoralidad, su carácter acientífico, o las consecuencias políticas y sociales de la barbarie que los representa y define, hay que indagar las causas materiales que los consolidan como sistemas de dominación de unos grupos humanos sobre otros, con el fin de explotarlos en su beneficio. Desde esta perspectiva, el racismo es una de las manifestaciones más graves de la injusticia con que se construyen determinadas estructuras de poder, y como tal debe ser afrontado, si queremos contribuir a su destierro definitivo.

En conclusión, el racismo, como la xenofobia, el militarismo y otras ideologías afines, no se pueden analizar exclusivamente como meras actitudes reactivas frente a acontecimientos externos a la cultura en que aparecen. Dichas reacciones no son coyunturales y aisladas, sino que se sedimentan sobre raíces más profundas, que van construyéndose y socializándose en los procesos educativos, hasta impregnar por completo la forma de vivir y de pensar de los individuos. Así, la difusión de una cultura eurocéntrica, cuyas proyecciones cartográficas convierten a Occidente en el centro del mundo; cuya cronología oficial se circunscribe a los sucesos de Occidente y de su órbita; o cuyas claves interpretativas aparecen dominadas por el crecimiento económico como excelencia de civilización, el arquetipo viril como modelo de persona, el Estado-nación como destino final de los procesos políticos, o las elites como referencias exclusivas de las sociedades, consolida unos profundos estereotipos sobre los que se construyen los esquemas racistas de interpretación de la realidad.

El descubrimiento del mestizaje como necesidad imprescindible para la construcción de cualquier identidad, permite, sin renunciar a las pautas identificativas que ayudan a reconocernos, cuestionar la presentación de dichas pautas como algo eterno e inmutable, que surgió de la nada como por encanto, y que jamás ha sufrido ni sufrirá modificación alguna, puesto que tiene un destino que cumplir; lo que justifica y legitima cualquier aberración: limpieza étnica, violencia terrorista, genocidio planificado, etc. Las posturas antirracistas deben considerar no sólo la resistencia frente a las agresiones o los actos vandálicos, cometidos bajo la bandera del integrismo étnico, sino también la transformación de las posturas de aceptación implícita y culpable de tales actos, que se difunden a través de los códigos culturales masivos.

BIBL.: CALVO BUEZAS T., Los racistas son los otros. Gitanos, minoría y derechos humanos en los textos escolares, Popular, Madrid 1989; ID, El racismo que viene. Otros pueblos y culturas vistos por profesores y alumnos, Tecnos, Madrid 1990; ID, ¿España racista? Voces payas sobre los gitanos, Anthropos, Barcelona 1990; ID, Crece el racismo, también la solidaridad. Los valores de los jóvenes en los umbrales del siglo XXI, Tecnos-Junta de Extremadura, Madrid 1995; HIDALGO TUÑÓN A., Reflexión ética sobre el racismo y la xenofobia. Fundamentos teóricos, Popular-Jóvenes contra la Intolerancia, Madrid 1993; LEWONTIN R. C.-RosE S.-KAMIN L. J., No está en los genes. Racismo, genética e ideología, Crítica, Barcelona 1987; LUCAS J. DE, El desafío de las, fronteras. Derechos humanos y xenofobia. frente a una sociedad plural, Temas de Hoy, Madrid 1994; WIEVIORKA M., El espacio del racismo, Paidós, Barcelona 1994.

P. Sáez Ortega