PROMETEÍSMO
DicPC
 

I. CONSIDERACIONES HISTÓRICAS.

Prometeo emerge de la mitología griega. En esta, que para todo parece tener respuesta, el titán Prometeo pasa por ser el benefactor de la humanidad: él modela a los hombres con arcilla, les enseña luego a retener para sí la mejor parte de las víctimas que se sacrifican a los dioses, intenta robar a Zeus el fuego para socializarlo, entregándoselo a los humanos, y por último enseña a su hijo Deucalión a construir una enorme arca con la que salvar a la humanidad del diluvio enviado por Zeus. Así las cosas, indignado el olímpico Zeus por todo ello, hace encadenar a Prometeo en el monte Cáucaso, donde todas las mañanas un águila vendrá a roerle el hígado, ese órgano de la fuerza necesaria para romper las cadenas, aunque volvía a crecerle durante la noche para alentar eternamente ese juego de /esperanza y desesperanza; a pesar de todo lo cual, Prometeo soportaba con dignidad y altivez el suplicio, sabedor de un secreto que podría costar a Zeus su trono. Por fin, Heracles da muerte con sus flechas al águila y libera a Prometeo, el cual, a cambio, revela el secreto a Zeus indicándole que no se despose con Tetis, porque esta engendrará hijos más poderosos que su marido. Un segundo estadio prometeico surge durante el período de la /Ilustración: la ciencia y el progreso tornarán innecesaria la presencia divina, pues la humana criatura habrá de alcanzar con sus solos medios aquellas potencias o facultades anteriormente reservadas en exclusiva a la divinidad, a saber, la fuerza, la providencia, la inteligencia. Trátase de un prometeísmo epistemológico de doble naturaleza: por un lado, intelectual (el hombre llegará a saberlo absolutamente todo, sin ningún límite), y por otro, moral (el hombre es bueno por naturaleza, como asegura Rousseau; no se olvide que por este motivo la discusión en torno al pecado original constituyó una pieza clave durante toda la Ilustración). Emancipado, pues, de la divina tutela, que le tendría supuestamente infantilizado, el hombre asumiría sus funciones adultas, que habrían de agigantarse con el tiempo hasta tocar el cielo con sus propias manos, lo mismo que el titán Prometeo. El tercer estadio prometeico adviene con Karl Marx, quien ya desde su tesis doctoral se reclamará seguidor de Prometeo, ahora identificado con el proletariado, que espera obtener su desencadenamiento definitivo, lo que habría de llegar después de haberse enfrentado a todos los poderes de este mundo y a todos los poderes de un más allá, supuestamente aliado con los poderes de este mundo, a saber, el /capitalismo, enemigo frontal de la clase trabajadora. Este nuevo prometeísmo proletario resultará durante el siglo XIX bastante común al / marxismo y –sobre todo– al /anarquismo de signo bakuninista. De hecho, constituye una de las herencias más firmes de toda la Ilustración, y se ha mantenido en buena medida hasta nuestros días en ciertos sectores, a pesar de la caída del Muro de Berlín.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

El prometeísmo, así las cosas, constituye la pretensión de sustituir a Dios por la humanidad, arrebatándole a Dios sus atributos exclusivos para socializarlos tras habérselos entregado a la humanidad, que de este modo también quedaría divinizada. El asunto, de todos modos, viene de muy antiguo. En efecto, ya Sócrates preguntaba a Eutifrón si es justo un acto por estar ordenado por los dioses, o si, por el contrario, está mandado por los dioses porque es justo. Eutifrón se adhiere a la primera alternativa, alegando que la piedad es lo que resulta querido a los dioses y la impiedad lo que no les resulta querido.

Frente a Pelagio, san Agustín, al plantearse la cuestión de si cabría el bonum morale sin la /gracia, afirmaba que el hombre que se sitúa fuera de Cristo se sitúa asimismo fuera del hombre, aunque a lo más pueda cumplir la ley natural. El propio santo Tomás asegurará que existen virtudes naturales verdaderas, aunque imperfectas, y que sin la gracia de Dios el hombre deviene capaz de llevar a cabo el bien moral, aunque con grandes dificultades y a niveles bastante pobres, toda vez que el peso del apetito inferior resulta tan fuerte, que malogra hasta las intenciones más nobles, pues «no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rom 7,19). Por su parte Tomás Moro pone en los habitantes de /Utopía, entre quienes se cultiva la tolerancia y el pluralismo religioso, la exigencia de tres verdades: la inmortalidad del alma, la existencia de Dios, y la sanación en el más allá, con premios y castigos. Desconfíase de este modo de que el ateo esté en posesión de la moral suficiente como para cumplir las leyes civiles, hallándose más bien, por el contrario, dispuesto a quebrantarlas si de ello se derivase algún beneficio, en línea de lo que más tarde afirmara Dostoievski: si Dios no existe, entonces todo está permitido. El mismo Kant, tras fundar una ética autónoma, añade que aun así cree razonable esperar en el allende la sanción correspondiente a nuestras acciones; esperanza que postula, a su vez, estos tres considerandos: que Dios exista, que nuestra alma sea inmortal, y que habrá sanciones. En la misma línea, por fin, se mueve el frankfurtiano M. Horkheimer, al menos en lo referente a la idea de que la mente del hombre no puede soportar la idea de que el criminal triunfe siempre sobre su víctima, demandando por ello un más allá en que las injusticias perpetradas reciban su pena y las padecidas su compensación.

Por su parte los cristianos no tratan en modo alguno de discutir si ellos son, o han sido, o habrán de ser en la historia, mejores o peores que los in-creyentes; la cuestión es otra. En efecto, para un cristiano, lo que está en juego no es el prometeísmo del yo soy mejor que tú, sino el deseo de caminar hacia el amor, reconociendo el pecado y compartiendo el perdón. El cristiano se reconoce en los pequeños, pues todo hombre es pequeño al necesitar ser amado, y grande para reclamarse de lo Grande de donde el /Amor brota. De esta manera, lo natural lo es porque enraíza en lo sobrenatural, que se nos ha manifestado en el Hijo. Precisamente porque todos nos encontramos naturalmente pequeños ante el Señor, es por lo que accedemos a lo sobrenatural compartiendo, orando y dejándonos salvar. Gozosamente, gratuitamente, agradecidamente. Con palabras de Marcelino Legido: «El amor de Jesús, he-cho gracia, engendra la conversión. Los hombres no se preparan con sus obras para el encuentro de la acogida; es el encuentro de la acogida lo que les capacita para dejarse acoger. Convertirse es ser encontrado. El Reino se lo regala el Padre únicamente a los pobres y a los pecadores, que han llegado a ser tan pobres, que ni siquiera se quieren justificar y tan sólo esperan el don de quien sabe que les ama. No los justos, sino los pecadores (Mc 2,17); no los sabios, sino los incultos (Mt 11,25). Sólo los que, como niños que, siendo pequeños, desvalidos y egoístas, se dejan querer y acoger (Mt 10,14). Esta ternura de la acogida de los últimos, como único acceso para todos, cumple la vieja esperanza (Ez 34,16; Is 29,19; Sab 3,17) en este instante de gozo indescifrable (Mt 11,25; Lc 10,21). El esfuerzo de los fariseos y el de los zelotes, la integración y la revolución, desconocen la gracia, la única fuente desde donde la tierra puede convertirse en el paraíso, es decir, en mesa compartida de gozo y de alabanza. Por eso Jesús dedica la mayor parte de su tiempo a anunciar el Reino a los pobres, testimoniándolo con la cercanía misericordiosa de su amistad... Los hombres, o renuncian a sí mismos o tienen que abandonar a Jesús. Por eso, en la disyuntiva, prefieren eliminarlo y colgarlo del madero. El Bautista acepta a los pecadores después de que se hayan arrepentido. Jesús, en cambio, ofrece a todos, y sobre todo a los pobres, el perdón y la gracia, antes de que se arrepientan (Lc 19,1-10)».

III. CONCLUSIONES PARA LA VIDA PRÁCTICA.

Difícilmente podrá el humano ignorar su finitud y acallar la voz de su nostalgia, recordándole que él no se encuentra a la altura de su querer, de su poder, de su saber, o de su esperar, cerrado sobre sí mismo o abierto a una historia meramente inmanente, mera suma de finitudes y de fragilidades quebradizas, necesitadas de apertura a lo Totalmente /Otro que funda y salva, y que lejos de despotenciar a las virtudes naturales, las ensancha y fortalece y vivifica desde una perspectiva teologal. Por eso, la relación de apertura de la naturaleza a la gracia, sigue siendo una de las cuestiones más importantes y actuales de la antropología persona-lista comunitaria.

BIBL.: DÍAZ C., Contra Prometeo. Una contraposición entre ética autocéntrica y ética de la gratuidad, Encuentro, Madrid 1980; ID, En el jardín del Edén, San Esteban, Salamanca 1991; ID, Un poco más y no hay impío, San Esteban, Salamanca 1994; GARCÍA-CUAL C., Prometeo: mito y tragedia, Hyperión, Madrid 1979; GARIBAY K. A. M., Mitología griega. Dioses y héroes, Porrúa, México 1989; SECHAN L., El mito de Prometeo, Eudeba, Buenos Aires 1964.

C. Díaz