PACIFISMO
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Existe un uso vulgar del término pacifismo, que expresa el conjunto de actividades que una o varias personas realizan, encaminadas a conseguir la /paz. Esta apreciación deriva del pacifismo entendido como corriente de acción, en orden a hacer la paz. Ahora bien, para tener una visión más completa de este vocablo, es preciso profundizar más en el sentido del término paz. Occidente es heredero de la pax romana, entendida como orden social y jurídico impuesto desde el poder; desde esta perspectiva, la paz se ha caracterizado por ser la cara opuesta de los conflictos bélicos, y de ahí ha nacido el pacifismo como la contestación más o menos organizada contra las /guerras. Las insuficiencias de contenido que muestra esta manera de entender el pacifismo obligan a rescatar el sentido original del mismo. Para ello, beberemos de las fuentes orientales y de la tradición judeocristiana.

I. FUENTES DEL PACIFISMO.

1. La tradición filosófica oriental. a) La Filosofía china. Mo Ti entiende el pacifismo desde la perspectiva del /amor universal (Kien ngai), que hace frente al dominio del egoísmo, fuente de todo mal y generador de apropiaciones indebidas. El pacifismo de Confucio se inscribe en el ámbito del amor a la vida, en todas sus manifestaciones, alcanzando en el hombre su máxima expresión. Pacifismo será el espejo del verdadero /humanismo, y el amor al /prójimo la base de toda moral. Por su parte, Mencio establece la afirmación de que el hombre es bueno por naturaleza. El pacifismo será, ante todo, la tarea educativa de hacer salir a la luz y que fructifiquen las buenas disposiciones y capacidades humanas, en orden a la humanización de su entorno. Por último, Lao-Tsé impulsa el retorno a la naturaleza, situándose frente a las leyes que limitan y empobrecen la acción humana; entiende el pacifismo desde la vertiente del dominio de las propias pasiones y la visión inteligente de los efectos de las acciones violentas: con las guerras se conquistan cosas insignificantes, en comparación con los recursos internos insospechados de cada persona. En resumen, la filosofía china precede a Occidente en muchas de las ideas pacifistas que hoy se defienden; ha sido la primera en propagar el /amor universal, la igualdad entre los hombres, la conciencia como motor de la conducta y la renuncia a la violencia (Víctor García).

b) Hinduismo. El pacifismo hinduista brota de su negación a toda clase de violencia (ahimsa) y su absoluto respeto hacia toda forma de vida humana, animal o vegetal. Gandhi será'quien personifique en este siglo el ahimsa, transformándolo en acción personal y comunitaria, liberadora de la violencia que nace de la injusticia. Gandhi obrará el milagro de aunar en su persona el sumo respeto hacia la vida y la tolerancia hinduistas con el amor al enemigo cristiano, con lo que convertirá el ahimsa en principio regulador de un /talante y de una manera de ser: el pacifismo. Este talante ofrecerá dos caras complementarias: una, amable, mansa y no-violenta; la otra, rebelde contra la injusticia, audaz e intolerante frente a la violencia. El pacifismo de Gandhi se orienta hacia la /liberación del hombre; no encierra el ahimsa en una suerte de /virtud monacal, que asegure exclusivamente la paz interior, sino que la propone como modo de conducta necesaria para vivir en sociedad. Su no-violencia se sitúa no contra la violencia, sino más allá de esta, superándola. La pretensión de Gandhi al encabezar el movimiento de independencia de la India frente a Gran Bretaña es la liberación de su país no sólo con el objetivo de formar un nuevo Estado con personalidad jurídica propia, sino con la intención de configurar una auténtica fraternidad entre gentes de distintas etnias, credos e /ideologías. El hinduismo, en especial en la persona de Gandhi, hace de la paz la tarea de constituir una /fraternidad universal con todo lo vivo.

2. La tradición judeocristiana. En esta tradición no se menciona el término pacifismo: aludiremos al significado de la paz como concepto clave. En el Antiguo Testamento el término que más frecuentemente se emplea para designar la paz es shalom. Este vocablo alude a la noción de totalidad, plenitud o bienestar integral que alcanza todos los ámbitos de la vida humana personal, social y política. Complementariamente, designa el estado del hombre que vive en armonía con la naturaleza, consigo mismo y con Dios. Más tarde, el profetismo proyectará una visión histórica de la paz situándose frente a los que se oponen al proyecto liberador de Dios; en esta línea utópica se enmarca la paz mesiánica; los cielos nuevos y la tierra nueva constituyen la expresión de la necesaria transformación que erradicará los distintos tipos de violencia; será la nueva expresión de la paz.

Con la persona de Jesús la paz se visibiliza en dos clases de signos que han de vivirse en tensión dialéctica: en primer lugar, la actitud de mansedumbre, de no-/violencia activa, de superación del ojo por ojo judío, de perdón y amor al enemigo; pero, en segundo lugar, ese mismo amor al enemigo se expresa también en rebeldía frente a la injusticia, en lucha activa contra los distintos tipos de violencia. El pacifismo de Jesús no intenta vencer sino convencer, buscando no la victoria de uno sobre otro, sino la doble victoria: la propia y la del /otro. Es un pacifismo que desea romper la lógica interna de la violencia, caracterizada por la destrucción.

Podríamos concluir parcialmente afirmando que la paz, desde las tradiciones orientales y judeocristianas que nos preceden, constituye la suma de todas las virtudes, de modo que el pacifismo tiene carácter de globalidad, equilibrio y armonía, tanto en el interior de la persona, como en las relaciones sociales, como en la relación del hombre con la naturaleza.

3. Raíz antropológica del pacifismo. El pacifismo es una forma de hacer que se deriva de una forma de ser. Esta forma de ser integra, en primer lugar, un talante y actitud global ante la vida, equilibrado, donde el encuentro del hombre consigo mismo, con los demás y con la naturaleza está transido de armonía. Pero la forma de ser pacifista conlleva igualmente la opción moral por la paz, como categoría ética con la que construir la propia persona y la sociedad en la que uno vive. Esta opción nace de la siguiente constatación antropológica:

a) El hombre esfuerza. Y la fuerza pertenece a la esfera biológica del hombre. Tendencialmente, la fuerza se torna fácilmente en agresión al otro, en defensa violenta de lo propio, en principio de destrucción. Ahora bien, el hombre puede transfigurar el sentido de su fuerza; puede concentrarlo y canalizarlo en una dirección creativa y liberadora.

b) La fuerza del hombre es inteligencia. En virtud de su inteligencia, el hombre puede gobernar la fuerza bruta. El poder del hombre radica en su implantación inteligente en la realidad que le abre a la autoposesión de sí mismo y a situarse desde una conciencia personal de la que puede brotar una nueva fuerza.

c) La fuerza del hombre es amor. El amor lo entendemos aquí como fuerza de liberación (Lanza del Vasto). Es la fuerza del coraje que nace frente a los conflictos y situaciones violentas, superándolas con la acción pacificadora, esto es, con la fuerza del amor que denuncia el /mal y libera. Desde el ámbito del amor, el pacifismo no sólo se enfrenta al odio y a la violencia sino también a la indiferencia que, creciendo en universalidad y cronicidad, tolera y consiente la violencia. La acción pacificadora como fuerza de amor, sitúa al pacifista en la superación de la dialéctica violencia (abuso de fuerza). cobardía (anulación de toda fuerza), creando modos de vida más humanizadores.

No se puede, pues, disociar la paz y la fuerza. Separar ambos términos ha sido uno de los errores que ha cometido el pacifismo europeo, según Lacroix. Por esta razón conviene detenernos en la denuncia que el personalismo comunitario realiza hacia el falso pacifismo.

4. Crítica personalista al falso pacifismo. Igual que Bonhóffer habla de una gracia cara y una /gracia barata, en referencia a las posibles vivencias del cristianismo, así cabe hablar en este caso de un pacifismo caro (al que apuntan las fuentes judeocristianas y orientales antes citadas) y un pacifismo barato o blandopacifismo (C. Díaz) que Occidente ha empobrecido y rebajado de contenido en el transcurso del presente siglo. Mounier, de modo especial, y Lacroix, en menor medida, han denunciado este falso pacifismo. Mounier critica el pacifismo europeo que se desarrolló en el período comprendido entre las dos Guerras Mundiales. La crisis de civilización que asoló a Europa tras comprobar los horrores de la I Guerra Mundial no se tradujo en una acción pacifista militante. Al contrario, se asiste a la elaboración de un pacifismo barato caracterizado por:

a) La reducción del pacifismo a una suerte de sentimientos loables en sí mismos, pero carentes de operatividad. Es un pacifismo de rostro amable, dulce y prudente, que encubre la tibieza en las decisiones personales y la falta de valentía y audacia, al tiempo que configura un pacifismo claramente evasionista por cuanto se recluye en los grupos de opinión y no salen a la calle a construir la paz desde la justicia.

b) Se trata de un pacifismo que se limita a reclamar la paz desde arriba y desde fuera, como simples espectadores. La paz es algo que otros traerán. La pasividad está unida a un fuerte apoliticismo. Es un pacifismo juridicista, encubridor del desorden establecido y, en el fondo, opresor de la /persona.

c) Este modelo de pacifismo es propio de quienes adoptan como máxima de su existencia la tranquilidad; el miedo a vivir y el miedo a morir impide cualquier tipo de entrega y compromiso. Es el pacifismo de los satisfechos, temerosos y dóciles que, instalados en la mediocridad, sólo pueden construir la Ciudad de los prudentes, ciudad de almas muertas y de seguridades viles, como subraya Mounier.

Para Mounier, por el contrario, el verdadero pacifismo, el pacifismo caro, es el que reposa en sentimientos fuertes y se enmarca en el compromiso, dimensión constitutiva de la persona. Así, la paz se torna en combate, esto es, en combate pacífico, en actitud de rebeldía y denuncia frente a la injusticia y frente a los injustos. Los auténticos pacifistas serán los combatientes por la paz, de carácter decidido y gesto profético, que hacen de la paz una tarea cotidiana. En este sentido, Lacroix señala, recordando una distinción de Péguy acerca de la paz, que construir la paz (faire la paix) es la fuente de todas las grandezas, mientras que tener paz (avoir la paix) es la fuente de todas las cobardías. La paz por la que trabaja el pacifista no es un estado, es una conquista que supone entrega personal, perseverancia y esperanza.

Continuando esta misma línea argumentativa, entendemos que el personalismo comunitario puede devolver al pacifismo un sentido propositivo y esperanzador, constituyéndose en motor de una auténtica /cultura de la paz en nuestro mundo.

II. LA CULTURA DE LA PAZ.

El /personalismo comunitario asume el pacifismo vinculándolo a un proyecto ético global. La ética de la paz es el esbozo que intenta hacer realidad histórica el ideal utópico de la humanidad pacificada (M. Vidal).

Este proyecto tiene como sujeto prioritario a la sociedad civil y debe traducirse en creaciones culturales que comprometan el significado de la existencia de los hombres y se enmarquen en una verdadera propuesta de civilización. La paz no apunta a cambios parciales, sino que constituye la /utopía que alimenta el deseo de reformular por entero los cimientos de nuestro modo de entender y construir la vida en comunidad, deseo repetidamente planteado por el personalismo comunitario, de manera principal a través del movimiento Esprit. Así entendida, la paz será una forma creativa de construir la historia (Lacroix).

Sin entrar en definiciones que reduzcan en extremo el sentido del término, entendemos que la cultura se articula básicamente como el modo de vida global de una colectividad (modo que incluye /valores, costumbres, creencias y normas socialmente admitidas). En un tipo de cultura donde dominan los hábitos agresivos y el desarrollo de la violencia en todas sus expresiones, la cultura de la paz ha de compaginar la labor de análisis crítico de los procesos de destrucción en marcha, con la tarea de desarrollar planteamientos, actitudes y proyectos creativos que posibiliten la transformación del sistema actual; así, la paz se caracterizaría, en verdad, por plantear una forma de vida alternativa, sin necesidad de encerrarse en cuestiones teóricas, propias de elites exclusivamente reflexivas. A continuación destacamos algunos de los elementos que debe contener una cultura de.la paz desde la óptica personalista:

1. Optimismo antropológico. Las culturas violentas suelen partir del presupuesto de que el otro es un infrahombre —por motivos de raza, sexo, creencias, etc.– al que hay que someter. Cuando el otro deja de ser un ser humano, queda legitimada la peor de las violencias (campos de exterminio, genocidios, torturas, etc). Toda forma de exaltación de lo propio y de denigración de lo ajeno, de exacerbación nacionalista y visión del extraño como agresor, apunta en la misma dirección. El pacifismo ha de crear una cultura que recupere la creencia en la dignidad e igualdad básica de toda persona, esto es, confiar sencillamente en el ser humano. Este elemento de confianza podrá hacer frente al pesimismo antropológico reinante, que se recluye en la incapacidad para el cambio y en la constatación del dominio de unos seres humanos sobre otros.

2. Satisfacción de las necesidades básicas. La cultura ha de estar al servicio de las necesidades del hombre; y no se puede hablar de paz mientras estas carencias no se cubran mínimamente. La cultura belicista ha propiciado un desarrollo económico básicamente injusto, explicitado en un Norte rico y tranquilo y en un Sur pobre y violento (Luis de Sebastián). En esta situación, el desarrollo, entendido como desarrollo del y para el hombre, se convierte en el nuevo nombre de la paz (Pablo VI). Ellacuría denomina a este nuevo modo de desarrollo civilización de la pobreza, según la cual el objetivo prioritario es garantizar la satisfacción de las necesidades básicas (alimento, cobijo, atención médica y educativa), que hacen posible a todo ser humano vivir con dignidad. Esta prioridad conlleva necesariamente la reestructuración económica, en objetivos y medios, en los países del Norte del planeta.

3. Afrontamiento del conflicto. La cultura de la paz no aboga por la desaparición de los conflictos, pues son inherentes a la condición humana; lo que impulsa es su afrontamiento con todos los recursos disponibles. Entendemos por conflicto la oposición entre grupos e individuos por la posesión de bienes escasos o la realización de valores mutuamente incompatibles (R. Aron). Como tales, los conflictos son necesarios y, en parte, constituyen el motor del cambio social histórico. La cultura de la paz ha de procurar que el afrontamiento personal o colectivo del conflicto se realice desde la lucidez y el convencimiento de que el hombre es eminentemente creador e impulsor de formas nuevas de estar en la realidad. Esta convicción se refleja mejor en aquellas personas que Fromm caracteriza como biófilas, es decir, que apuntan siempre al futuro, aportan soluciones creativas, confían en las posibilidades humanas y utilizan medios no-violentos en la resolución de conflictos.

4. Articulación de estrategias de acción no-violenta. El movimiento pacifista se ha distinguido históricamente en generar estrategias de acción creativas y provocadoras, partiendo del ejemplo de Gandhi y Luther King, entre otros. La cultura de la paz debe profundizar y actualizar acerca de las posibilidades eficaces de la huelga de /hambre, la desobediencia civil, la objeción de conciencia fiscal y la objeción de conciencia al servicio militar, la insumisión, las campañas ciudadanas puntuales, etc. Estas y otras estrategias de acción deben perseguir sacar a la luz las contradicciones de la cultura de la violencia y configurarse como medios alternativos no-violentos en orden a la resolución de los conflictos sociales planteados. La adopción de este tipo de estrategias debe ir acompañada de un proceso personal y colectivo de concienciación y análisis objetivo de la realidad, y la libre aceptación de las consecuencias que conllevan las opciones tomadas.

5. Perspectiva planetaria. La enfermedad que asiste a nuestro mundo, en términos de violencia, en todas sus manifestaciones, no contempla soluciones parciales. La cultura de la paz, expresión de universalidad, totalidad y armonía, debe impulsar: a) Un enfoque geopolítico de los problemas y de las soluciones mundialmente globalizado, superando el nivel del enfoque Estado-Nación; b) El establecimiento de objetivos operativos que propicien un cambio en lo básico, no conformándose con el conocimiento de los problemas; c) La adopción de objetivos políticos en términos de garantizar el mínimo bienestar humano y la satisfacción universal de las necesidades básicas, y no en términos de maximalización del poder y de la riqueza nacional.

III. CONCLUSIONES.

El personalismo comunitario tiene en el movimiento por la paz, articulado en diversidad de colectivos, un campo de acción teórico-práctica enormemente fecundo.

El pacifismo es propio de inconformistas. La tarea que le compete al movimiento pacifista está marcada por la inadaptación creadora de la minoría inconformista que lo constituye (Luther King).

El pacifismo entiende, con Gandhi, que el fin es a los medios como el árbol a la semilla. En una cultura donde impera el divorcio entre valores y hechos, el pacifismo contempla la coherencia entre los valores que plantea (fines) y los hechos que practica (medios) como uno de los signos de credibilidad más destacados. En este sentido, la no-violencia es el medio más inofensivo y más eficaz para hacer valer los derechos políticos y económicos de todos los que se encuentran explotados (Gandhi).

BIBL.: ÁLVAREZ VERDES L.-VIDAL M., Paz, en VIDAL M., Conceptos fundamentales de ética teológica, Trotta, Madrid 1992; FISSAS V., Introducción al estudio de la paz y de los conflictos, Lerna, Barcelona 1987; GANDHI M., Todos los hombres son hermanos, Sígueme, Salamanca 1974; GARCÍA V., La sabiduría oriental, Cincel, Madrid 1988; LACROIX J., Faire la paix, Esprit 177 (París 1951) 326-332; LANZA DEL VASTO, La fuerza de los no-violentos, Mensajero, Bilbao 1993; LUTHER KING M., La fuerza de amar, Aymá, Barcelona 1975; MOUNIER E., Revolución personalista y comunitaria y Los cristianos ante el problema de la paz, en Obras completas 1, Sígueme, Salamanca 1992; ID, Las certidumbres difíciles, en Obras completas IV, Sígueme, Salamanca 1988.

L. A. Aranguren Gonzalo