OPRESIÓN
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I. LA OPRESIÓN SE DICE DE MUCHAS MANERAS.

Difícilmente encontraríamos un término al que se pudiera atribuir una polisemia más abundante; a su antónimo, el término libertad, corresponde una polisemia equivalente. Imitemos a Aristóteles cuando habla del ser: el ser se dice de muchas maneras; de modo semejante podemos afirmar: la opresión se dice de muchas maneras. Cada hombre, si fuera lúcido, podría escribir su biografía como una narración de las múltiples opresiones vividas. Y la historia de cada pueblo podría ser escrita como la historia de una lucha contra las opresiones que nunca, de una manera u otra, dejó de sufrir. ¿Qué concepto de opresión podría dar cuenta de esa polisemia, atestiguada por la vida del hombre y de los pueblos? Comencemos con la significación etimológica: op-primere (ob, confrontación; premere, ahogar, destruir) significaría destruir algo considerado como hostil. Lo que es ahogado, destruido, en este caso, es la persona. Como la /persona significa individualidad inteligente y libre, subsistencia, autonomía, peculiaridad incomunicable, base de la autenticidad, correspondiéndole por ello un nombre propio, hay que añadir que, con la opresión, se priva al hombre de su autonomía, de su condición de propietario de sí mismo, de su libertad. Una de las intuiciones más geniales de Hegel consistió en concebir la vida del hombre —y la historia de la humanidad— como una conquista de la libertad y atribuir al /Estado, detentador de la eticidad, la posibilidad, para el hombre, de ser concretamente, realmente, efectivamente libre. La opresión impide esa posibilidad. En una interesante reflexión, S. Weil coloca la explotación capitalista como una forma más de la opresión, con lo que está sugiriendo que existen otras clases de opresión: desaparecida la explotación económica, aún podríamos seguir sufriendo la opresión1. Otra reflexión interesante es la de M. Walzer, que hace consistir la justicia no en la igualdad, sino en una desigualdad sin dominación. No se trataría de eliminar las diferencias, sino de que en estas no exista dominación u opresión2. He ahí cómo la dominación o su alternativa, la libertad, se expresan en múltiples formas. Pero el problema también está ahí: ¿es posible evitar la dominación?

II. OMNIPRESENCIA DE LA OPRESIÓN: LA OPRESIÓN SE PRACTICA DE MUCHAS MANERAS.

El poder permea toda la existencia de la sociedad. Foucault lo ha subrayado con lucidez: el poder no se agota en su vertiente política; pero, además, la forma represiva (poder-ley y poder-prohibición) en que se le suele ver, no es la única. Por otro lado, el poder no es visible, como supone la teorización que cae en las anteriores limitaciones. Sólo se le ve en sus efectos. No es algo trascendente, sino inmanente; y no posee carácter negativo, sino positivo y productor. El poder no es esencia, ni principio; está en todas partes y actúa mediante redes: «Hay que ser nominalista: el poder no es una institución, no es una estructura, no es una cierta potencia de la que estarían dotados algunos: es el nombre que se le presta a una situación estratégica compleja en una sociedad determinada». Esos rasgos hacen invulnerable al poder. El poder está en todas partes, y una de sus capacidades consiste en enmascararse, como en el /lenguaje, que, desprendido de su relación con la vida, con el deseo y con los otros, puede convertirse en un poder mortífero. Pero existe, en nuestras sociedades, una forma muy sutil de opresión: se aporta la satisfacción de las necesidades en un apenas perceptible sistema autoritario y represivo –¿no es también la represión una forma de opresión?–. Esa represión se lleva a cabo mediante diversos instrumentos, el más importante de los cuales es el de los mass-media. Este control represivo, para consumir lo que se produce y no al revés, se lleva a cabo mediante estudios y planificación, con auxilios técnicos. Por eso, ha podido escribir Marcuse que «uno de los aspectos más perturbadores de la civilización industrial avanzada es el carácter racional de su irracionalidad»3.

Ya la progresiva y, en tantos sentidos, portentosa modernidad conlleva un malestar, que Charles Taylor llama «el malestar de la modernidad», ofreciendo estas tres formas: a) El valor del individuo es una conquista de la modernidad: la democracia moderna es su mejor reflejo. Pero el individualismo constituye una enfermedad, que genera la cultura del /narcisismo y un aislamiento, de que habla Tocqueville, como amenaza de la igualdad democrática. b) La /razón instrumental ha provocado una serie de mecanismos impersonales, que Weber describe como «jaula de hierro»; supone «una gran pérdida de libertad». c) La razón política instrumental genera un «despotismo blando» (Tocqueville), sólo contrarrestable con la participación política. Esos tres fenómenos de malestar suponen: la pérdida de /sentido, el eclipse de los fines y pérdida de libertad4. Pero hablar hoy de despotismo blando es insuficiente. La historia de la racionalidad política instrumental es también la historia de una opresión y va más allá de la época moderna. Foucault delata «un lazo entre racionalización y abuso de poder». Tal abuso de poder se manifestó primeramente en forma de poder pastoral –el gobernante como pastor del rebaño humano– y posteriormente en forma de razón de Estado5. Fijemos ahora nuestra atención en la variedad incontable de clases de dominación, escojamos unos ejemplos paradigmáticos, visitemos los lugares más importantes de la opresión.

III. CLASES DE OPRESIÓN.

1. El mercado. El Mercado es la opresión más visible y es fuente y causa de otras. Para amortiguar la gravedad de la opresión económica, se ha insistido en el mejoramiento de la condición de los trabajadores; se ha señalado que, desaparecida la explotación económica, aún puede darse la opresión, tecnócrata y burócrata; y se nos recuerda que el socialismo y el comunismo han fracasado en el intento de erradicar tal explotación. Ninguno de esos hechos, por respetables que sean, nos impiden reconocer la realidad y la gravedad de la vida que llevan muchos obreros. Otros van más lejos sosteniendo que existe la alternativa del mercado socialista, porque –argumentan– no hay que identificar el mercado con el /capitalismo. El mercado es anterior al capitalismo, es coetáneo de la actividad económica desde antiguo. Pero cuando nace el capitalismo, este se apodera del mercado, no pudiendo vivir sin él. El mercado es una competencia sin limitaciones –lo que propone el /liberalismo económico–. Una economía de mercado es una economía donde triunfan los más fuertes. Que el socialismo se haya propuesto ser un socialismo de mercado ha acomplejado a muchos socialistas, que se resisten, con razón, a que el socialismo se contamine de la identificación que el liberalismo establece entre economía y mercado: economía de mercado, sin arbitraje alguno, sin corrección alguna. El llamado / socialismo de mercado intenta introducir en la economía de mercado ese arbitraje y esa corrección. Pero ya conocemos los resultados. Por otro lado, ¡qué ingenuidad proponer «una economía no de mercado, sino con mercado»6 Tal sugerencia es un contrasentido. ¡Qué fuerza se atribuye a las preposiciones! –cambiar de por con haría del capitalismo un fenómeno inofensivo–; pero el mercado tiene mayor fuerza que las preposiciones. No existe, hoy, más que un mercado: el capitalista; si existen otros, el mercado capitalista los absorbe o los neutraliza. Y el capitalismo identifica la economía con el mercado. La explotación capitalista es la negación de todas las libertades. Es verdad que el capitalismo mejoró las relaciones de los patronos con los obreros, pero al precio de que el movimiento obrero se comprometiese a respetar el orden –el desorden– establecido: era el pacto socialdemócrata. Y el socialismo, interpretándose a sí mismo como socialismo de mercado en lugar de con mercado, se dedicó a reparar las averías del capitalismo: ¡qué historia! Pero es que, además, en el haber negro del capitalismo figura todavía la injusticia de apoyar su bienestar y sus beneficios en la miseria de muchos pueblos: el poder de una minoría de países privilegiados deja en la miseria a una mayoría de pueblos, cuya miseria es la condición estructural del bienestar de aquellos. Y, dentro de los mismos países ricos, el bienestar de los ricos implica, por necesidad estructural, el paro y la /marginación de muchos, generando una pobreza nueva.

2. Las instituciones y la burocracia-organización. Otra gran intuición de Hegel se refiere a la necesidad de la mediación en la conquista y ejercicio de la libertad: es la lección que extrajo del Terror en que derivó la Revolución Francesa. El sueño de A. Negri apela a una /democracia directa, sin mediaciones, inspirada en Spinoza. Pero la mediación y la organización se vuelven inevitables en las sociedades contemporáneas: ahí radica el surgimiento de los partidos políticos. Ahora bien, ya conocemos en qué acabaron las mediaciones de los partidos, hoy abrumados de corrupción y desfasados. Los movimientos sociales nacieron para movilizar a los ciudadanos en una participación /política activa. También las instituciones religiosas acaban ahogando el espíritu religioso; en definitiva, el protagonismo del espíritu. Es verdad que las relaciones humanas requieren organización y mediación. Y, en tal sentido, cualquier organización social conlleva dominación, como ha señalado Max Weber: «En rigor, no toda acción comunitaria ofrece una estructura de este tipo. Sin embargo, la dominación desempeña en casi todas sus formas, aun allí donde menos se sospecha, un papel considerable».

Ello se debe a que la dominación' es un factor de racionalización, «permite convertir una acción comunitaria amorfa en una asociación racional»7. Pero, paradójicamente, puede contribuir a procesos irracionales. ¿Qué diría S. Weil si asistiera a la complejidad de nuestras sociedades? Su diagnóstico sigue vigente: «En tanto haya sociedad, esta encerrará la vida de los individuos en límites muy estrechos y les impondrá sus reglas. Pero esta presión inevitable no merecerá llamarse opresión sino en la medida en que, por el hecho de que provoca una separación entre los que la ejercen y los que la soportan, pone a los segundos a discreción de los primeros y acentúa, de ese modo, la presión de los que dirigen sobre los que ejecutan»8.

3. La tecnocracia. La tecnocracia sustituyó a la explotación económica en poder y en capacidad de oprimir. No desapareció el problema del poder, no desapareció el monopolio, persistieron la injusticia y los privilegios. S. Weil se refirió con énfasis a la opresión producida por la tecnocracia, que no desapareció al introducirse la producción socialista. A renglón seguido, advierte que Marx mismo había reconocido, de alguna manera, en la técnica, un plus de opresión, añadido a la representada por la venta de la fuerza de /trabajo, según reflejan aquellos pasajes famosos: «En el artesanado y en la manufactura el trabajador se sirve de la herramienta, en la fábrica está al servicio de la máquina... En la fábrica existe un mecanismo muerto independiente de los obreros y al que se los incorpora como engranajes vivientes». Weil califica estos pasajes como «la terrible fórmula de Marx». Lo que ocurre es que ella fuerza su significado llevándola a su terreno. De ahí su observación, que tergiversa un tanto el planteamiento básico de Marx: «Ya en Marx se ve que el fenómeno que define al capitalismo, a saber: la compra y venta de la fuerza de trabajo, con el desarrollo de la gran industria, se ha convertido en un factor secundario para la opresión de las masas laboriosas; el instante decisivo, en cuanto al avasallamiento del trabajador, no consiste en que en el mercado del trabajo el obrero vende su tiempo al patrón, sino en que, apenas franqueado el umbral de la fábrica, es atrapado por la empresa»9. A esta observación Marx respondería, y con razón, que la opresión de la función, de la máquina y de la organización es el resultado de la opresión básica y primera que es la venta de la fuerza de trabajo. Marx veía como posible que en otro contexto productivo –el socialista– se podría evitar la opresión de la técnica, poniéndola al servicio del hombre. Desgraciadamente, no se cumplió su previsión. Pero, al margen de la polémica, la observación de S. Weil es correcta: aun en el caso de que desaparezca la explotación económica, puede haber opresión y pueden persistir las clases sociales. Se suprimió la propiedad privada, pero no la división del trabajo ni su tecnificación: y en tal sentido, el trabajo siguió siendo inhumano, por opresor.

Con este análisis, S. Weil descubre una tercera gran etapa de la opresión, la opresión por la función: «Puede decirse, en resumen, que la humanidad ha conocido dos formas principales de opresión: una, esclavitud o servidumbre, ejercida en nombre de la fuerza armada, la otra en nombre de la riqueza, transformada así en capital; se trata de saber si en este momento no está por sucederle una opresión de especie nueva, la opresión ejercida en nombre de la función»10. Los /comunismos suprimieron la propiedad privada, pero se doblegaron a la producción tecnificada. La tragedia consistió en que la eliminación de la propiedad privada no trajo la /justicia: los obreros no se apropiaron nada. Se aspiraba a la técnica y a la justicia: lo que quedó fue la tecnocracia sin justicia, y el capitalismo derivó en neocapitalismo, pero, al fin, capitalismo.

4. Los medios de comunicación. J. Le Mouél ha observado la confusión que se ha establecido entre comunicación e información: confusión semántica. Se los entiende como sinónimos y no lo son. Informar es transmitir un mensaje; es hacer pasar, y hasta persuadir. Comunicar es repartir, intercambiar: «Y da la casualidad de que dentro de intercambiar está cambiar. Comunicar es asumir el riesgo de tener que cambiar, (de tener que) cambiar de opinión, de punto de vista; comunicar es aceptar el encuentro de otro, su diferencia, su libertad. La información lo que produce es orden, sumisión, su uso es jerárquico, cuando no autoritario o militar; la información es monólogo. Los ministerios de Información han sido siempre ministerios de propaganda. Por el contrario, la comunicación es diálogo, reparto e interacción, comunión y conflicto; la comunicación es vida»11. La televisión es, en nuestras sociedades, un medio de comunicación; pero es, sobre todo, un medio de diversión y espectáculo en el peor de sus sentidos. La televisión contiene dispositivos liberadores cuando nos exhibe la miseria y la opresión a que viven sometidos todavía muchos pueblos y, a la vez, exhibe a estos cómo vivimos nosotros y podrían vivir ellos. Esos dispositivos liberadores son nada comparados con los elementos anestesiantes que impiden al hombre pensar y comunicarse, realizar una existencia personal. El aspecto negativo de la información —el aspecto de sumisión— se vuelve trágico cuando se producen, como ocurre hoy, en el contexto de la monopolización de la información y de la aplicación de la cibernética a la información. Más grave es el tema de la publicidad, especialmente la televisiva, que resulta un bloqueo, una opresión, en mayor medida que la información: inunda de tiniebla el alma humana, en tanto que condiciona sobremanera nuestra existencia y nuestras opciones. Nunca la existencia del hombre presentó un aspecto tan gregario, tan poco personal.

5. El desarraigo. ¿Se piensa en la opresión a que viven sometidos los obreros cuando tienen que vivir fuera del lugar natural donde nacieron y crecieron? Del campo, del pueblo y de la ciudad habitable, fueron trasplantados a ciudades-dormitorio, a un medio opresor. Es una opresión que hay que añadir a la que ya sufren por la alienación económica y por las derivadas de esta. Pero pensemos en otro desarraigo más grave: pensemos en los desarraigados de su patria, trasladados a un medio hostil y xenófobo, en busca de trabajo mal remunerado, cuando lo encuentran, o huyendo de la persecución política.

Como afirma S. Weil: «El arraigo es quizá la necesidad más importante y más desconocida del alma humana»12.

6. Otras opresiones. Sigue existiendo la esclavitud. Siguen existiendo las guerras. Los estados de sitio y de excepción ponen en entredicho las constituciones, garantía de la /libertad. Siguen existiendo los secuestros, que —si no acaban en asesinatos inexplicables— roban la libertad a la víctima y sumen en la inseguridad —otra forma de opresión— a la ciudadanía. Existen los /nacionalismos tribales, basados en el racismo más irracional, generando guerras innecesarias e injustas, generando el exterminio: situaciones que recuerdan, de alguna manera, los delirios nazis. Existe el control que se esgrime en nombre de la seguridad: los temores intuidos por Huxley y Orwell están insinuándose en la realidad. Por la injusticia que padecemos en el presente, hacemos que el futuro se vuelva oprimente. El futuro, asociado siempre con la esperanza, deviene motivo de angustia y de opresión. Por no hablar del pasado, del destino, de la vejez. Se trata de limitaciones derivadas de la condición finita del hombre: deberían formar parte de lo que Guardini llama «la aceptación de sí mismo».

IV. ¿QUÉ HACER?

No es fácil responder. Los grandes poderes se muestran hoy capaces de digerir y metabolizar todas las resistencias y todas las rebeliones. Nos limitamos a señalar dos recursos que constituyen dos reductos irreductibles —valga el juego de palabras—. Las religiones, de manera especial la judeocristiana, contienen un recurso de gran fuerza: la apelación a la esencial /dignidad de la persona humana, emparentada con la divinidad —en el cristianismo, con un Dios tripersonal—. Esa apelación, esgrimida por los profetas y, luego, por Jesús, ayudó a resistir frente a la opresión venida de diversos frentes. Si nos situamos en un planteamiento laico, disponemos del recurso kantiano, que se refiere a nuestra conciencia de sujetos morales: somos fines en sí y absolutos y no medios ni fines relativos. De una manera u otra, con ese planteamiento enlaza Foucault cuando recomienda, desde una actitud anárquica, luchar contra las totalidades y los sistemas. Ese planteamiento es el único que puede alimentar la lucha contra todas las opresiones.

NOTAS: 1 Cf S. WEIL, Opresión y libertad. – 2 M. WALZER, Esferas de justicia, FCE, México 1993, 11-13. – 3 H. MARCUSE, El hombre unidimensional, Seix Barral, Barcelona 1969, 39. – 4 C. TAYLOR, Ética de la autenticidad, Paidós, Barcelona 1994, 44-45. – 5 M. FouCAULT, Tecnologías del yo, 48, 96, 140. – 6 Cf J. VIDAL BENEYTO, El País (Madrid, 16-IX-1995). – 7 M. WEBER, Economía y sociedad II, FCE, México 1977, 695. - 8 S. WEIL, o.c., 71-72. – 9 ID, 20-21. – 10 ID, 20. – 11 J. LE MOUEL, Crítica de la eficacia. Ética, verdad y utopía de un mito contemporáneo, Paidós, Barcelona 1992, 58. - 12 S. WEIL, Raíces del existir, 58.

BIBL.: FOUCAULT M., Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid 1979; ID, Tecnologías del yo, Paidós, Barcelona 1990; ID, Vigilar y castigar, Siglo XXI, 1969; ID, Historia de la sexualidad 1, Siglo XXI, Madrid 1987; GARCÍA MARTÍNEZ R., Opresión y revolución, Zyx, Madrid 1965; HANDKE P., Gaspar, Alianza, Madrid 1982; MARX K., Manuscritos económico-filosóficos, Crítica, Barcelona 1978; MARX K.-ENGELS F., Manifiesto comunista, Crítica, Barcelona 1978; WEIL S., Opresión y libertad, Sudamericana, Buenos Aires 1957; ID, Raíces del existir, Sudamericana, Buenos Aires 1954.

R. García Martínez