HAMBRE
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El sentido etimológico del término hambre proviene del latín vulgarfamen, las acepciones que apunta el Diccionario de la Real Academia plantean una doble interpretación: como necesidad biológica del cuerpo y como acicate del ingenio o del espíritu. María Zambrano utiliza la expresión: «Una desaforada hambre de realidad». En verdad, el hombre necesita tanto el pan como la libertad. Pero en la historia de la humanidad el hambre aparece como una realidad siempre presente. El instinto de supervivencia se manifiesta como exigencia biológica de toda persona y toda comunidad, que instaura un tipo de costumbres y valores en función del ecosistema en el que se desarrolla cada cultura aborigen, sin olvidar que la alimentación influyó notablemente en la biología evolucionista.

I. ESBOZO HISTÓRICO.

Un breve repaso a la historia nos muestra la continua presencia del hambre en la vida de numerosos pueblos. Así, Hesíodo consideraba el hambre como uno de los males endémicos de la humanidad: sale de la Caja de Pandora, aunque nos deja en su fondo la esperanza de remediarlo. El poeta relaciona el hambre con el zángano, cuando dice: «Así, recuerda mis advertencias y trabaja, Perses, vástago divino, para que el hambre te aborrezca y te ame la bella y casta Deméter y llene con abundancia tus graneros». También Jesús, en la cuarentena del desierto, pasó hambre; Satanás le tentó para que convirtiera las piedras en pan; y en el Sermón del Monte, Jesús dice: «Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados». Y en la descripción del juicio final, del Evangelio según san Mateo (Mt 25), dar de comer al hambriento es una señal inequívoca de pertenencia al Reino: «Porque tuve hambre y me disteis de comer».

El hambre fue considerada en el Imperio Romano como un fenómeno marginal. Las crucifixiones colectivas eran, en realidad, una tortura elemental: dejarles morir de hambre y sed. A los cristianos los utilizaban en el circo para saciar el hambre de los leones, y servía de aviso para las rebeliones de esclavos, que eran los únicos que pasaban hambre.

En el Imperio Carolingio, los campesinos libres apenas subsistían, pero había una clase dentro de ellos, los libres pobres, que padecían hambre. En el siglo XI, hubo en Europa épocas de hambre y casos de canibalismo. Epidemias como la peste negra devastaron Europa, causando miles de muertos por hambre. En el siglo XIV el hambre asoló la península Ibérica y murió cerca de la cuarta parte de la población. En El Quijote, Sancho Panza es un personaje emblemático respecto al hambre, y en una plática con su mujer Teresa, esta le dice: «La mejor salsa del mundo es el hambre, y como esta no falta a los pobres, siempre comen con gusto».. Don Quijote, no menos emblemático que su escudero, lo es en otro sentido, pues tiene hambre de inmortalidad. Y en el pasaje de la Cueva de Montesinos, Cervantes afina: «¿Y ha comido vuesa merced en todo este tiempo, señor mío? —preguntó el primo—. No me he desayunado de bocado ni aún he tenido hambre, ni por pensamiento. Y los encantados, ¿comen? —dijo el primo—. No comen, —respondió Don Quijote...—»; al final del diálogo se queja de los que dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir; «echándolos de casa con el título de libres, quedan como esclavos del hambre, y de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte». También en El Lazarillo de Tormes se habla de pura hambre, al igual que en El Buscón de Quevedo. En 1900 decía Leopoldo Alas, Clarín: en Andalucía «el terrible problema del hambre continua planteado, la solución se espera».

En la Edad Moderna, tras 1492 y la expansión de Europa en las colonias, se sitúa el origen histórico de la tragedia del hambre en los pueblos indígenas. Los mayas creen que «la guerra que se aproxima será a causa del hambre... Porque no existe la justicia... Al hombre pobre no le queda nada... Se derramará sangre... en todas las naciones». Se les confiscan sus tierras y con ellas su libertad, y se les condena al hambre. Y no extrañará que recientes investigaciones sobre el hambre en la época moderna consideren que las hambrunas africanas pudieron ser un factor del crecimiento de la esclavitud, pues algunas tribus optaron por vender algunos de sus miembros para salvar al resto de la muerte por inanición. En la misma época, entraron en vigor las poor laws, que eran, en realidad, leyes contra los pobres. La carestía de los cereales en toda Europa en los siglos XVII y XVIII provocaron grandes rebeliones campesinas en las ciudades, a causa del hambre. Muchos ignoran que el Siglo de las Luces fue también denominado el Siglo del Hambre. Así, Feuerbach decía: «¿Quiere Ud. que las personas sean mejores? Pues entonces, en vez de predicar contra el pecado, proporcióneles una mejor alimentación. El hombre es según lo que come. La alimentación es la base de su cultura y de su orientación». La vorágine economicista de especular con el hambre, jugando con la carestía de los alimentos, nació en el siglo XIX, y así creció injustamente la riqueza de muchas naciones europeas, generando la deuda externa que ha empobrecido al /Sur, hasta el punto de que Josué de Castro identifica el mapa del hambre con el mapa de la colonización europea, y considera el hambre como el iran descubrimiento del siglo XX. Africa sufre en el siglo XX las consecuencias del reparto de su continente en la Conferencia de Berlín de 1885. Tras la II Guerra Mundial, el planeta giró en torno a los EE.UU. y la URSS con la Guerra Fría. Con ella crecieron los imperialismos de uno y otro sentido, así como el hambre.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

Desde la instauración del denominado Nuevo Orden Económico Internacional, propugnado por la ONU en 1974, el hambre no ha hecho más que aumentar, pues fallaron las previsiones de la FAO en 1974: pensaban que en una década se habría erradicado el hambre en el mundo. La resolución del 0,7% del PIB de los países enriquecidos, para el Tercer Mundo, fue una falsa esperanza. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la OTAN han salvado la paz de los países libres a costa del hambre. Además, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, de 1948, motivada principalmente por el holocausto de los judíos a manos de los nazis, no consiguió evitar el otro holocausto del siglo XX: el hambre, el otro Muro de la Vergüenza, que es la causa de la muerte de varias decenas de millones de personas cada año. Por esto, en el umbral del siglo XXI no hay otro reto mayor que la /solidaridad entre el Norte y el Sur. Ya decía Gandhi que los ricos no pueden hacer fortuna sin la colaboración de los pobres. Si los pobres se convencieran de esta verdad, tomarían medidas y aprenderían a liberarse ellos mismos, según medios no-violentos, de las desigualdades que les han llevado al hambre.

Cuando Unamuno afirmaba que «la ciencia no satisface nuestras necesidades afectivas y volitivas, nuestra hambre de inmortalidad, y lejos de satisfacerla, contradícela», tocaba con el dedo en la llaga de nuestro tiempo: ¿Cómo es posible que, con la ciencia y la tecnología actuales, exista todavía hambre en nuestro mundo, en una proporción devastadora que padecen 3/4 partes de la humanidad? El Manifiesto de B. Russell y A. Einstein en 1955 contra la utilización de la bomba atómica nos advirtió del peligro de la carrera de armamentos. El Nobel de la Paz de 1995, el físico J. Rotblat y el Movimiento Pugwash, consideran que la eliminación de la pobreza y el hambre en el mundo es una prioridad internacional. En la década de los 80 también se elaboró un Manifiesto contra el Hambre y el Subdesarrollo, firmado por científicos-humanistas y escritores galardonados con el Premio Nobel.

Es indudable que muchas veces el hambre es provocada por las catástrofes naturales, pero también es incuestionable que, en mayor medida, el hambre es provocada por el hombre. La /ecología humana es el nuevo enfoque del problema del hambre. Se ha dicho con razón que «el principal problema ecológico es el hambre». La hambruna generalizada en África está creando un problema de deforestación, y se convierte en un obstáculo para cultivar la tierra. Además, en diferentes informes de organismos internacionales (la Cumbre de la Tierra, de 1993, la Cumbre sobre Población, de 1994, la Cumbre sobre el Desarrollo Social y sobre la Mujer, de 1995), así como en los Informes de Naciones Unidas sobre el Desarrollo Humano (PNUD), se constata la preocupante feminización de la pobreza (las mujeres y los niños son los principales hambrientos de la humanidad) y el crecimiento del abismo entre el Norte y el Sur. El hambre se ha convertido en un problema central, no periférico, de las naciones desarrolladas. Y en la Declaración de Barcelona sobre los Derechos Alimentarios del Hombre, el presidente de la FAO reconocía que la indiferencia es el mayor enemigo del hambre. El hambre es, entonces, un problema ético, pues en buena medida está en las manos del hombre solucionarlo; ni los neomalthusianismos, ni el neoliberalismo aportan razones convincentes en sentido contrario. Y la responsabilidad es hoy mayor que nunca, pues a nuestros antepasados, acostumbrados a la penuria y la escasez, no les extrañaba el hambre. Pero hoy esta plaga del siglo XX, y probablemente del siglo entrante, debe consternarnos, al comprobar que el hambre es un fenómeno técnicamente suprimible. Técnicamente; porque hace falta que también sea un imperativo moral incuestionable para todos nosotros.

«Nada humano me es ajeno». La sentencia clásica expresa la realidad del hambre, que configura una nueva significación global, en la que se aglutinan un conjunto de acepciones de orden histórico, político, económico, demográfico, ecológico, científico, tecnológico, religioso y cultural, constituyéndose en un eje transversal que atraviesa —nunca mejor dicho— la tierra de Norte a Sur. La raíz de esta tragedia evitable es de índole moral, hasta tal punto que hoy el referente para enjuiciar el Estado de Derecho de las naciones, no es sólo la libertad de sus ciudadanos, sino que el pueblo no pase hambre. Se habla, por ejemplo, en Iberoamérica, de las democracias con hambre (como en el estado mexicano de Chiapas, región empobrecida a pesar de ser rica en materias primas y culturas indígenas). El hambre ha sido aliada de muchas revoluciones en la historia; pero tal vez ahora provoque La Primera Revolución Global, como plantean King y Schneider en el último Informe del Club de Roma, en el que denuncian el hambre como escándalo y vergüenza de la humanidad.

Esta reflexión sobre el concepto de hambre muestra el carácter histórico-sistemático de su contenido más que ninguna otra realidad. Un ejemplo paradigmático es la huelga de hambre de Lucho Espinal, jesuita asesinado en Bolivia por defender a los pobres, quien decía: «El hambre me resultaba un magnifico rito religioso de solidaridad y comunión». Otro jesuita, mártir de la paz, Ignacio Ellacuría, muestra la raíz cultural de esta lacra del hambre y la injusticia que asola desde hace siglos al continente de la esperanza (América); según él, debemos ir hacia una cultura de la pobreza, como los primeros cristianos. Además, la Iglesia católica, en la encíclica Sollicitudo rei socialis denuncia la estructura de pecado del capitalismo salvaje (Juan Pablo II).

En el refranero español, sedimento de la cultura popular, encontramos expresiones como «es más listo que el hambre» o «pan para hoy, hambre para mañana». En efecto, la primera pulsión del hombre no es, según Bloch, ni la libido de Freud, ni la voluntad de poder de Adler, ni el Dionisos de Jung, sino el hambre. Y Unamuno decía que nuestro mundo sensible es «hijo del hambre», y que «el hambre es el origen del conocimiento», que la esencia del hombre es tener sed de inmortalidad; en definitiva, hambre de Dios. Antonio Machado también habla del hambre por boca de Juan de Mairena, en referencia a la India: «Habla su maestro de un influjo atávico de la viejas razas de Oriente, donde no sólo el ayuno propio de las personas distinguidas, sino el hambre general y periódica, es la manera más natural de morirse», porque «el hambre no se engaña más que comiendo». Finalmente, sentencia Machado: «El hombre, para ser hombre, necesita haber vivido, haber dormido en la calle y, a veces, no haber comido».

III. ALGUNAS PAUTAS PARA LA ACCIÓN.

La lucha contra el hambre exige un compromiso con la realidad, desde distintos frentes:

1. La persona. No estamos solos en nuestro universo interior, somos libres con los demás o no lo somos en absoluto. El sujeto es la comunidad del /yo-tú, y juntos somos uno. Sentirme unido con los otros seres humanos es la solidaridad de la persona: unidad en la diversidad. El lema sería: espera en ti mismo, con una esperanza comunitaria que empieza en el hombre y acaba en Dios.

2. La familia. La familia es la primera escuela de la solidaridad; por activa o por pasiva, a ser solidario se aprende o no, en familia. También la austeridad o el despilfarro se descubren en la infancia. Los hábitos alimenticios conllevan hábitos de gran importancia social. Y mientras en el Sur la familia constituye la unidad básica de supervivencia, a veces en el Norte es la unidad primaria del consumo.

3. La escuela. El entorno educativo es fundamental para educar en la solidaridad y en la lucha contra el hambre. Aquí se da una violencia silenciosa que comienza con la indiferencia. Muchos educadores, enclaustrados en la cultura ilustrada del individualismo (/individuo) moderno, carecen de horizontes de esperanza en sus ideales educativos, sean laicos o religiosos. Urge, pues, una sensibilización de la solidaridad que vaya desde la escuela infantil hasta el mundo universitario.

4. Asociaciones intermedias. Vemos cómo crece el voluntariado social: grupos de solidaridad en barrios, colegios, institutos, parroquias. Se crean asociaciones solidarias desde todos los ámbitos profesionales. La Plataforma 0,7% es un movimiento que ha sensibilizado a la sociedad civil. Hay comisiones del 0,7% y + en toda España. Son señas inequívocas de esperanza para los /pobres.

5. Las Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo. Cuando las asociaciones intermedias se constituyen jurídicamente de una manera más efectiva, promovidas por grupos sociales de diverso signo, es un síntoma esperanzador de que la sociedad civil reacciona ante la injusticia; aunque también conlleva riesgos de manipulación económica, política e ideológica. Su ayuda se canaliza directamente entre los pueblos, no a través de los Gobiernos. Ellas muestran el vigor naciente de una sociedad civil frecuentemente dormida.

6. Los medios de comunicación. La verdad de la realidad debería ser la máxima de los mass media; pero un muro de silencio se levanta contra las verdaderas causas del hambre. Se cocinan las noticias del hambre para generar impotencia, cuando no miedo, y anular aquellas noticias que generen esperanza. Por ello, hay que fomentar la sensibilización en los mass media como un derecho, y se debe acabar con la actitud mendicante de las ONG hacia ellos.

7.Es necesario comprometer a los partidos políticos, sindicatos y empresarios. Sólo la presión social mueve a los políticos de oficio. La inclusión de la lucha contra el hambre en los programas de los partidos ha seguido a los temas medioambientales que ya constituyen una referencia sólida de los Gobiernos. Sin embargo, el compromiso real en este tema es más complejo y desvela con mayor profundidad la corrupción que reina en el mundo de la economía. El mundo empresarial tiene una gravísima responsabilidad en este tema: no se puede comerciar con la /dignidad humana a cualquier precio, sobre todo cuando la pobreza que genera el sistema produce la muerte de millones de personas por intereses económicos.

8. La implicación de los Gobiernos. La responsabilidad moral de los partidos que gobiernan es muy grave. Las estructuras políticas y financieras internacionales atrapan a los gobernantes en la red de intereses históricos, de cuya inercia es difícil salirse. Los gobiernos del Norte que mantienen a los gobiernos del Sur, son cómplices de la violación de los /derechos humanos, y el primero es el derecho a la vida. UNICEF pide 25.000 millones de dólares para erradicar la mortalidad infantil en el mundo en 5 años, y tiene muchos problemas para conseguir esos medios.

9. Los organismos internacionales. La ONU tiene que ser reformada urgentemente, pues uná compleja tela de araña de intereses la tiene atenazada. El Consejo de Inseguridad permanente, que acumula todo el poder, constituido por los 5 países con mayor peso en la industria militar, es el mejor modo de administrar la /guerra en la organización mundial para la /paz, hipotecada económicamente. Lo mismo decimos del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OTAN, el G-7, la Comisión Trilateral, etc. La presión de los ciudadanos del mundo es difícil que llegue a estas oligarquías modernas, ya que disponen de una defensa nueva: las tecnologías de la información.

10. El ecumenismo de las religiones universales. El papel de las Iglesias y los líderes religiosos en esta cuestión es particularmente importante; su unidad sería solidaridad firme ante otros poderes avezados en la organización de la injusticia y en la administración de la miseria, como los antes mencionados. Las Iglesias deberían ser más beligerantes ante los poderes fácticos, económicos y políticos, internacionales, para defender a esas legiones de cristianos que se juegan la vida por los pobres.

11. El mundo de la ciencia y la cultura. La comunidad científica internacional ha de reaccionar con gallardía ante tanta inhumanidad, y dejar de prestar servicios a la industria militar y al mundo financiero, orientando sus acciones hacia un desarrollo solidario. Y también el mundo de la /cultura debería ser más solidario; recordemos la sentencia aristotélica: «El amor a la vida es una de las perfecciones de la humanidad».

BIBL.: BEsSIS S., El hambre en el mundo, Talasa, Madrid 1992; DE FELIPE A.-RODRÍGUEZ L., Guía de la solidaridad, Temas de Hoy, Madrid 1995; DE SEBASTIÁN L., Mundo rico, mundo pobre. Pobreza y solidaridad en el mundo de hoy, Sal Terrae, Santander 1992; DÍAZ SALAZAR R., Redes de solidaridad internacional. Para derribar el muro, HOAC, Madrid 1996; MAYOR ZARAGOZA F., Mañana siempre es tarde, Espasa-Calpe, Madrid 1987; PREMIOS NOBEL, Manifiesto contra el hambre en el mundo, IEPALA, Madrid 1985; RoTBERG R. 1.-RABB T. K. (eds.), El hambre en la historia, Siglo XXI, México 1991; SÁEZ P., El Sur en el aula. Una didáctica para la solidaridad, Centro Pignatelli, Zaragoza 1995; SAMPEDRO J. L., Conciencia del subdesarrollo, Salvat, Barcelona 1972.

J. M. Callejas