FINITUD
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El término finitud es la sustantivación de los atributos del ser o de los seres finitos, cuya existencia es presupuesta como su condición. Que los seres son finitos es evidente, como lo muestra su multiplicidad, diversidad y limitaciones, tanto entitativas como operativas; de no ser finitos, no podría predicarse de ellos ninguna de tales propiedades. La finitud es, pues, categoría atribuible a todo /ser, excepto a aquel que, teológica u ontológicamente, sea afirmado como realidad autosuficiente, esto es, absoluta en ser y perfección, mayor que la cual no pueda ser pensada otra (san Anselmo). La finitud puede hacer referencia también a aspectos espaciales y temporales para designar aquello que está delimitado y circunscrito. Sin embargo, el concepto tiene particular vigencia en la filosofía y en las ciencias antropológicas, para designar la singular configuración del ser humano al que se reconoce como constitutivamente limitado: ontológicamente contingente, gnoseológicamente circunscrito, afectivamente desigual. A estas categorías antropológicas se aplica, sobre todo en la actualidad, el concepto finitud.

Siguiendo la tradición aristotélica, la finitud de los seres se hace derivar de su carácter compuesto, según la interpretación de raíz más tomista1, o de su /contingencia, según la tradición más agustiniana, seguida por los comentarios suarecianos (Disputationes metaphisicae). En todo caso, contingencia y composición se reclaman mutuamente. Específicamente atenderemos a su sentido en el contexto antropológico, en sus dimensiones ontológica, gnoseológica y existencial.

I. FINITUD ONTOLÓGICA.

Desde Platón, aunque con formulaciones diversas, las filosofías entienden la finitud ontológica como consecuencia de la /naturaleza finita (compuesta, contingente) del hombre, que se singulariza y especifica en su carácter temporal e histórico. Esta condición hace posible la vinculación naturaleza-mal (san Agustín, Kant, Rousseau): el /mal no parece naturalmente esencial al hombre, sino histórico, pero desde el origen. Para Kierkegaard, en la finitud radica la culpabilidad misma. En Heidegger, la finitud antropológica se radicaliza, puesto que el Dasein o ser-en-el-mundo queda condicionado por el propio mundo, y el hombre, por tanto, esencializado por la finitud (Ser y tiempo). De forma menos radical, la finitud se manifiesta por el carácter faciendum del ser humano, en cuanto que él es más historia que naturaleza, en lo que insiste Ortega y Gasset al hacer de la vida la realidad radical2. Feuerbach, sin embargo (La esencia del cristianismo), afirma la infinitud de la esencia humana, esto es, de la humanidad, sin que por ello sea posible negar la finitud del hombre individual. Lo que, con otra formulación, reaparece en Nietzsche, afirmando el carácter temporal y terrenal del hombre, si bien le atribuye la posibilidad, sólo esperable, de su superación.

II. FINITUD GNOSEOLÓGICA.

Esta se manifiesta, subjetivamente, como limitación de las posibilidades y alcance de la facultad de conocer, derivada de las condiciones del propio sujeto, que no permiten extender el conocimiento hasta más allá de ciertos límites. A su vez, objetivamente es experimentada como perspectiva, en cuanto que, si partimos de las cosas, no podemos adquirir de ellas más que aspectos parciales. Descartes señala tal limitación3 y Kant culmina una larga tradición, originada ya en Grecia, según la cual todo conocimiento está circunscrito a las condiciones derivadas de la intuición sensible (Crítica de la razón pura). Lo que confirma la /fenomenología de Husserl, para quien los actos de conocimiento se constituyen por la síntesis subjetivo-objetiva (noesis-noema), dependiente de la intuición sensible. Santo Tomás no es menos riguroso al establecer los límites del conocimiento, si bien reconoce como legítimo también el conocimiento analógico de las realidades no sometibles a la intuición sensible, como es la de Dios4. Las /hermenéuticas actuales, motivadas por Heidegger (Gadamer, Ricoeur), expresan esta misma finitud al hacer a la verdad feudataria del trabajo de interpretación de la tradición, de los lenguajes, de la cultura en general. El carácter finito de la facultad de conocer, no impide descubrir en ella misma la tendencia a su propia superación, puesto que todo acto concreto de conocimiento lleva implícita una exigencia de totalidad, presumida por los aspectos parciales conocidos. Los actos intelectivos, en consecuencia, tienden, por sí mismos, a integrar las perspectivas, a sobrepasar lo conocido (la ilusión trascendental kantiana) y a buscar lo incondicionado o el infinito (Descartes) que se presuponen como condición de toda limitación o perspectiva. Eso convierte la finitud en mediación entre lo limitado, realmente conocido, y lo ilimitado, a lo que tiende el conocimiento como tal5.

III. FINITUD EXISTENCIAL.

Es la versión afectiva de la finitud ontológica y gnoseológica, manifestadas en las múltiples limitaciones: afectivas, espirituales y prácticas inherentes a la vida real del hombre. Acentuada en el pensamiento contemporáneo, la finitud existencial está presente en toda la historia del pensamiento, desde la antigüedad. Todos sus aspectos pueden resumirse bajo el concepto general de inadecuación del hombre respecto a sí mismo o desajuste entre su querer y su poder.

1. La finitud afectiva. La literatura trágica primero (Prometeo encadenado, Antígona), y Platón de modo más explícitamente reflexivo, inician una tradición en la que aparece la existencia en el trance de un querer y no poder vitalmente problemático, sólo superable por la /muerte (Fedón, Fedro, República). San Agustín es un ejemplo muy ilustrativo de la finitud puesta en evidencia por el afecto: el ansia de /felicidad y de verdad absolutas, pretendidas por la plenitud del afecto que anima al corazón del hombre, contrasta con su detención y confinamiento en el placer, limitado siempre por un objeto concreto. Tal es el sentido del «inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti, Señor» (Confesiones). Pascal, a través de los sentimientos de miseria, desazón, insatisfacción y carencia6, acentúa esto mismo situando al hombre entre su real pequeñez y la anhelada totalidad7, con lo cual la inadecuación aparece como desproporción. Toda la obra de G. Marcel es testimonio de la finitud originada en la condición itinerante y misteriosa del ser del hombre, que solicita la participación afectiva en su propia existencia, con la convicción de que el orden, el amor y la esperanza triunfarán sobre el mal y la desesperanza. Una versión muy específica de la inadecuación antropológica aparece en la obra de Unamuno, para quien el hombre es la mostración de la finitud, vivida y experimentada como paradoja conflictiva, surgida entre la razón y el sentimiento, entre el ansia de inmortalidad y la experiencia segura de la muerte. A la vida le acompaña el sentimiento trágico por no poder superar tan esenciales contradicciones (Del sentimiento trágico de la vida).

Las filosofías existencialistas contemporáneas acentúan todos los aspectos de la finitud afectivo-existencial. Kierkegaard sitúa al hombre ante la exigencia de superar su propia inadecuación, pasando de los sentimientos estéticos a los éticos y de estos a los religiosos. Itinerario fracasado, porque sólo concluye, existencialmente, en la angustia y la desesperación (El concepto de la angustia, enfermedad mortal). En Jaspers, el /absoluto se manifiesta por cifras, que van de lo problemático a lo trágico, y testifican una finitud existencial insuperable. En Sartre, la finitud aparece más como negatividad que como inadecuación, en cuanto que ella es falta, falla, hueco o defecto, nada irrestañable que anida en la entraña misma del ser, cuya manifestación real es la vivencia de la existencia como /angustia, falta de sentido y ausencia de /esperanza (La náusea), puesto que la superación de la /nada supondría también la del ser, en cuanto que ambos se coimplican (El ser y la nada).

2. La,finitud espiritual. Reponiendo este concepto en el contexto hegeliano, aparece de modo explícito en las filosofías idealistas y románticas, en pleno siglo XIX. Para Hegel, la naturaleza, esto es, los seres en su totalidad, están transidos por la finitud y la limitación, en cuanto que son sólo una manifestación del absoluto que en ellos se exterioriza o aliena (Filosofía de la naturaleza). El espíritu consiste, precisamente, en el movimiento incesante por el que cada ser pretende superar su propia finitud para realizarse, aunque sin lograrlo, como el absoluto del que es sólo determinación (Filosofía del espíritu). Motivado específicamente por Schelling (El sistema del idealismo trascendental), el romanticismo, sobre todo el estético (Hólderlin, Novalis, Wagner, Espronceda), pone en ejercicio todos los recursos afectivos en pos de un infinito, cuya incesante búsqueda corre pareja con su permanente fracaso. La finitud existencial aparece así en forma de incapacidad espiritual, para cubrir la distancia y colmar la tensión entre lo finito y lo infinito.

3. La finitud práctica. Se manifiesta en la dificultad misma para establecer o reconocer, en toda moral pensada o racional, una norma que, a la par que garantice la vida interhumana, salvaguarde la identidad y responsabilidad individuales. La incertidumbre sobre el criterio último de moralidad pone en evidencia las ambigüedades de la conciencia en relación con su propia realización; la finitud toma aquí la versión de inseguridad práctica y falta de clarividencia moral. Pero todos los aspectos de la finitud práctica, se evidencian con la aparición del cuerpo que acompaña y compendia todas las dimensiones subjetivas y objetivas del ser humano. El cuerpo, en cuanto tal, es necesidad, involuntariedad, /carácter, oscuridad psíquica, punto de vista, en fin, limitación y finitud. Pero es también medida de capacidades, en cuanto que, todo lo que en el hombre puede ser llamado espiritual, lo es en y por el cuerpo, estableciéndose, por su mediación, una causalidad circular, regulada por la finitud, entre operaciones más espirituales y otras más naturales. El /existencialismo (Sartre, Camus) acentuó, en esta circularidad, el peso de lo corporal. Pero también las psicologías actuales y fenomenologías como las de Merleau-Ponty (Fenomenología de la percepción) y Ricoeur (Le volontaire et l'involontaire) ven en el /cuerpo, y todo lo que él representa, un principio esencial de finitud. Por su parte, el psicoanálisis de Freud radicaliza la finitud al situar en el ello, fuera del alcance de la conciencia y de la actividad reflexiva, el origen de todo sentido y valor (El yo y el ello, ensayo sobre el inconsciente).

En la actualidad, la finitud práctica se reconoce de forma unánime, pero con formulaciones no idénticas. El llamado pensamiento débil de la /posmodernidad, llevando al extremo a Heidegger, parece hacer coincidir la finitud con la disolución de la responsabilidad. En las filosofías de la alteridad, se reformula como insuficiencia del /sí mismo para realizar aisladamente su propio ser moral; el otro se erige así en condición de mi propia identidad, quedando de manifiesto la finitud práctica y moral8. Del mismo modo, la filosofía de Ricoeur se vertebra en torno a una subjetividad transida por la dialéctica arqueología-teleología, de tal modo que el yo y la conciencia son tareas a realizar (El conflicto de las interpretaciones, sí mismo como otro). La finitud queda, sin embargo, balanceada por la capacidad de afirmación y responsabilidad del hombre respecto a sí mismo y a su mundo.

La evidente experiencia de despersonalización y dependencia del hombre actual respecto al ámbito instrumental, provoca la aparición de una doble finitud, en parte puesta ya de manifiesto por Heidegger. En primer lugar, la autonomía del ámbito tecno-científico es tal, que su poder se escapa, en gran medida, al control humano, hasta el punto de inducir una cierta redefinición /técnica del hombre. En segundo lugar, no es pequeña la sospecha, provocada por la cibernética, sobre si las operaciones propiamente subjetivas (cogitativas, volitivas, incluso afectivas y estéticas) no pudieran ser reducidas, todas o en parte, a una combinatoria computacional. En la medida en que eso fuese así, iría apareciendo una nueva finitud antropológica esencial, desvelada precisamente por las propias capacidades humanas.

NOTAS: 1 De ente et essentia, VI. — 2 Historia como sistema, VI; El tema de nuestro tiempo. — 3 Meditaciones metafísicas, IV. -4 S. Th., 1, 2, 12-13. — 5 P. RICOeuR, Finitud y culpabilidad 1: L'homme faillible. -6 B. PASCAL, Pensées, Ed. La Fuma, 1953, 118ss. —7 ID, 147. —8 E. LÉVINAS, De otro modo que ser, o más allá de la esencia.

BIBL.: HEIDEGGER M., El Ser y el tiempo, FCE, México 19714; KANT 1., Crítica de la razón pura, Alfaguara, Madrid 1978; LÉVINAS E., De otro modo que ser o más allá de la esencia, Sígueme, Salamanca 1987; MARCEL G., El misterio del ser, Sudamericana, Buenos Aires 1953; RICOEUR P., Finitud y culpabilidad, Taurus, Madrid 1969; SARTRE J. P., El ser y la nada, Alianza, Madrid 1984; UNAMUNO M. DE, Del sentimiento trágico de la vida, Espasa-Calpe, Madrid 1980; ZuBIRI X., Sobre el hombre, Alianza - Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid 1986.

M. Maceiras