FEDERALISMO
DicPC


I. SIGNIFICADOS DEL TÉRMINO.

Asumiendo el significado social teórico, se conviene que por federalismo (del latín foedus = pacto, alianza) se entiende el conjunto de concepciones que privilegian la cooperación a la subordinación, la reciprocidad al privilegio, la persuasión a la orden y la ley a la fuerza. Fundamento del federalismo es la concepción pluralista, su dirección y armonía, el principio regulativo y la solidaridad. Podemos distinguir entre el significado social-teórico y el práctico-político; se refiere a una teoría jurídica o política del Estado federal y que indica una visión global de la sociedad de carácter metahistórico. Uno de los errores más frecuentes, aquí, es la reducción del federalismo a la teoría del Estado federal. En líneas generales, frente a la tendencia hacia una unidad compacta, el federalismo se califica como un principio de oposición. Desarrolla el acuerdo entre la persona y las instituciones por mutuo consenso, sin el sacrificio de la identidad individual, como forma ideal de organización social universal que quiere realizar la libertad con espíritu de fraternidad, sin constricción. En el plano práctico-político, por federalismo se entiende también la forma de gobierno, útil para unir a un pueblo ya vinculado por enlaces nacionales, a través de la distribución del poder político entre la unidad que constituye la nación. También se entiende por federalismo un medio político para unificar diversos pueblos, por propósitos importantes, sin destruir la individual identidad /política. En los dos sistemas descritos percibimos, en parte, la distinción alemana entre Staatenbund (confederación) y Bundesstaat (federación), términos desarrollados en la mitad del siglo XIX. Permanece todavía hoy una cierta confusión, porque los términos han sido usados indiscriminadamente durante muchos años. En resumen, mientras en la federación el Estado es soberano y tiene poder directo sobre los individuos y la participación de estos a la formación democrática de la representación, la confederación es un conjunto de Estados que conservan su soberanía (poderes legislativo, ejecutivo y judicial) y ejercitan un poder exclusivo sobre los individuos. En la federación los Gobiernos de los Estados están subordinados al central; en la confederación el Gobierno central depende de la unanimidad de los Estados confederados. En presencia de conflictos, en la federación se puede recurrir a un tribunal federal; en la confederación, a su vez, vuelve a prevalecer la fuerza de cada Estado singular y se excluye de hecho la voluntad popular, porque la voluntad negativa de un solo Estado puede impedir la decisión y el consiguiente eventual recurso a la fuerza (el ejemplo yugoslavo es iluminador al respecto). Las confederaciones son una variedad de las alianzas, que concilian las controversias a través de los órganos diplomáticos. La actualización de un determinado modelo de federalismo, entre las diversas variantes, depende de la complejidad de la situación histórico-geográfica y político-económica de cada Estado. Una posible confusión es la que existe entre las instituciones federales y la descentralización de poderes locales.

Cuando las instituciones federales reservan a las regiones sólo los poderes residuales, operan sobre todo una descentralización y no propiamente un federalismo. Por eso nos preguntamos ahora si el federalismo puede resolver los problemas surgidos por los conflictos que se extienden a los países multilingües y multiculturales. En principio; el federalismo puede ser una solución, a condición de que cada comunidad nacional evoque para sí el control de las decisiones sobre los problemas particulares que le conciernen y, al mismo tiempo, se remita a la decisión federal en lo que concierne a problemas de orden general (como las referidas a los asuntos de la defensa, los grandes resortes económicos e industriales y el aparato diplomático). En el plano económico, en particular, la posibilidad de un gran mercado sin rémoras constituye un factor de remolque para un /Estado federal. Los sistemas federales operan mejor en una sociedad con una cierta homogeneidad en los intereses fundamentales, que atribuyen la máxima importancia a la colaboración voluntaria. Finalmente, el hecho de la dualidad de poderes, centrales y regionales, constituye un factor de /democracia, con mayores garantías de libertad, de estabilidad y de eficacia.

II. CONSIDERACIONES HISTÓRICAS.

Destaquemos primeramente el federalismo nacional de los antiguos judíos que, en el siglo XIII a.C., realizaron la primera experiencia por mantener unida su nacionalidad, a pesar de las diversas tribus. Muchos siglos después, la polis griega experimentó la oportunidad de las instituciones federales como medio de cooperación armónica, sobre todo en el plano defensivo, a través de las asociaciones de las ciudades-estado (como la Liga peloponesa y la Liga corintia), que dejan entrever lo que más tarde será la definitiva confederación. Los griegos experimentaron también el Estado federal como resultante de asociaciones de más zonas. Los límites de estos sistemas fueron siempre la hegemonía fáctica de alguna ciudad (Atenas, Esparta, Tebas) o de algunas naciones como Macedonia. En lo referente al mundo moderno, la idea federal sirvió a los intereses de la defensa (como la Unión de Utrecht de 1570, entre las provincias protestantes de Holanda). Reformulada en la teoría mutualista de origen bíblico, se reasume por los teólogos federales ingleses del siglo XVII, que acuñaron el término federal (covenant) en 1645 para describir el triple pacto de alianza entre Dios y el hombre (foedus operum, gratiae, iustitiae), fundamento de su visión del mundo. Cuando los padres fundadores del Estado norteamericano decidieron fundar un Estado federal, la empresa no era fácil. La revolución americana, en efecto, sopesaba la posibilidad de la extensión del principio democrático entre diferentes Estados que conservaran una coexistencia pacífica; se contraponían dos corrientes de pensamiento: la unitarista y la federalista, que debieron llegar a la Convención de Filadelfia de 1787, por la revisión del sistema federal de gobierno. El compromiso consistió en reunirse bajo el sistema de representación: los unitaristas querían una representación proporcional y los federalistas deseaban una representación igual para todos los Estados. Se convino aceptar el primer criterio para la Cámara de Representantes y el segundo para el Senado. Tal compromiso, querido sobre todo por A. Hamilton, permitió llegar a la Constitución del primer Estado federal de la historia moderna. En Europa, los viejos Estados, casi todos de origen dinástico, fueron engrandecidos por sucesivas conquistas. Las tendencias federalistas se hicieron evidentes en los tiempos de la revolución francesa (los girondinos), aunque no trajeron el éxito pretendido, sino que tuvieron resultados contradictorios: se afirmó la tendencia centralista (los jacobinos y Napoleón) y burocrática, especialmente con el Congreso de Viena (1815). Tal tendencia francesa influyó en Rusia bajo Pedro el Grande, en Prusia bajo Federico Guillermo I y en Austria bajo José II. Con el surgimiento de las ideas nacionalistas de los siglos XIX y XX, el federalismo adquirió un particular significado y devino más complejo. Las diferencias nacionales eran representadas por las diferentes lenguas y en los países con colonias la diferencia racial vino a ser un factor peligroso para el principio de la igualdad civil. En el período entre las dos guerras, el éxito autoritario y el surgimiento del fascismo y del nazismo, así como del stalinismo, hizo resurgir la idea federal como un movimiento de oposición, mientras los movimientos de opinión en favor de los Estados Unidos de Europa militaban en la resistencia en clandestinidad.

III. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA: EL FEDERALISMO COMO PROBLEMA TEÓRICO DE LA UNIDAD-DIVERSIDAD.

Uno de los problemas clave de la sociedad multirracial y del crecimiento de la complejidad, consiste en atreverse a pensar el mejor modo de hacer convivir la unidad, y por tanto la gobernabilidad, con la diversidad, y por tanto con la autonomía. El problema es capital para la sociedad contemporánea, pero de difícil solución política, así como de difícil articulación teórica. El problema de lo uno, vinculado a la reflexión sobre el /ser, ha fascinado a los pensadores de todos los tiempos, y está en el trasfondo de las concepciones políticas realizadas por ellos. La recurrente disputa entre parmenidianos y heraclitianos pone sobre el tapete la dificultad de conjugar la unidad y la multiplicidad, el ser y el no ser, lo /absoluto y lo relativo. El pensamiento humano, en efecto, advierte la exigencia de evitar la multiplicidad dispersa, fragmentada y privada de memoria (que políticamente se traduce en la anarquía), y de evitar al mismo tiempo la concepción monolítica de la unidad. Los que consideran la pluralidad de la realidad y de la persona como doxa (opinión), como engaño, como situación contingente no admiten la diversidad y hacen confluir todo en sí. Cuando el uno absoluto aplasta la diversidad y su mundo vital, en el plano político el poder se refuerza y se afirma en el /Estado absoluto o en el Estado-nación, presto a anular la fuerza disgregante que puede poner en crisis su dominio. Sobre el problema de la relación entre la unidad y la pluralidad, el /personalismo ha ofrecido preciosas claves hermenéuticas, aunque no soluciones políticas plenamente satisfactorias. El mismo concepto de /persona está propiamente caracterizado en la convivencia de antinomias como la unicidad y la universalidad. Para el personalismo, en efecto, la pluralidad de la persona no puede estar escondida al margen de la exterioridad y del /otro, en tanto que la unidad no puede ser una simple expresión nominal. En el clima cultural y político de los años 30 era indispensable reconducir las disquisiciones sobre el /individuo y la sociedad hacia una categoría que consintiera la comunicación, como realidad de la unidad, y valorase la multiplicidad para dar razón a lo específico y a lo distinto, reconocido en la riqueza irreductible e inagotable del ser. Para evitar que se desembocara en el individualismo y en el colectivismo, necesitó hacer referencia a un concepto que expresara la com-presencia de los dos aspectos, manteniendo viva la dinámica de la /relación interpersonal, para salvar la unidad y la diversidad, sin construir artificialmente la mediación. Cuando Maritain escribe Distinguir para unir, el concepto de distinción sirve para contrastar las tentativas de unidad artificiosa y recuperar el valor de la /diferencia y de su fuerza unitiva, tratando que no deteriore jamás en distancia o fractura incolmable. El problema del federalismo es todavía hoy el de evitar toda distancia de la relación al justo medio, mediación, cuando en la práctica se ha dado la absorción de la realidad marginal en la más central, o sea, tiene lugar el surgimiento de una tercera realidad, en la cual los dos extremos confluyen, cediendo y anulando la propia particularidad. Se trata de habilitar instrumentos e instituciones de unidad que consientan, en la medida de lo posible, la valorización de toda persona y de todos los grupos en su unicidad irrepetible, libremente dada al reclamo de la /comunicación. La pluralidad, a su vez, para no desembocar en la anarquía, defecto cualitativamente igual y contrario a la masificación, debe reconocer la crucialidad de la relación unitaria. En otros términos, la cuestión filosófica de la unidad y de la pluralidad es, en el plano político, el problema mismo del federalismo. Desde esta óptica «se afrontan dos realidades humanas antinómicas —escribe D. de Rougemont en L'Un et le Divers—, pero igualmente válidas y vitales, de tal modo que la solución no puede ceñirse a una reducción de uno de los términos, ni a la subordinación de uno en el otro». Una unidad tal es característica de la persona y de un /mundo construido a su medida, ya que ella es universal y también individual, capaz de asumir y comprender el punto de vista del otro, pero inevitablemente constreñida a estar en una parte, a expresar una prospectiva, una particular y única /mirada sobre el mundo. Y precisamente en la comprensión del límite y en la posibilidad de trascenderlo consiste la continua investigación de los procesos de unificación de tipo sinfónico-orquestal, en el cual la disonancia no hace sino contribuir a la armonía del mismo. «La actitud personalista —escribió Denis de Rougemont en 1940 en Mission ou démission de la Suisse— puede resolver el conflicto permanente en el seno de cualquier federación: la que opone el poder central a la autonomía de las regiones federadas... La filosofía de la persona es, por otra parte, la única filosofía aceptable para el federalista». La dificultad está en traducir en términos de estructura política esta unidad en la cultura no unitaria y diversificada, recurriendo al módulo teórico de la unidad en la diversidad, y al federalismo como régimen que puede encarnar en la práctica tal teoría. Se trata primeramente de indagar qué se entiende cuando se utiliza el término unidad. La unidad no es sino dictadura si resulta de un proceso forzado de uniformización, de nivelación y de exclusión de lo que es distinto; al contrario, debe aglutinar y unir de una manera siempre más compleja en el curso de los siglos, valores muy frecuentemente antinómicos, provenientes de orígenes múltiples, cuyo contraste y combinación comportan tensiones renovadas. En /política, como en antropología, se trata de pensar por antinomias. Tal política y tal /antropología traducen una forma de pensar, una estructura de la relación bipolar, cuyo modelo ha sido ya elaborado por los fundadores de la filosofía occidental, que en el /diálogo siempre opuso a los Eleatas con los Jonios, a propósito de la antinomia fundamental entre lo Uno y lo Diverso, en la antinomia que se desarrolló paralelamente en el plano de la política y en el plano metafísico. Occidente, desde los albores de la reflexión griega, ha buscado mantener los dos términos, pero no en un equilibrio neutro, sino en una tensión creadora, y es el éxito de este esfuerzo siempre renovado, aunque siempre amenazado, el que indica el buen estado de salud del pensamiento europeo, su justo camino, su equilibrio conquistado en el caos de la /masa indistinta, como acontece en la anarquía de la separación puramente conflictiva. Tal búsqueda de un equilibrio precario, pero insustituible, favorece el movimiento sobre la estaticidad, la vitalidad sobre la muerte, en profunda sintonía con el fragmento de Heráclito: «Lo que se opone coopera a la lucha de los contrarios, de donde brota la más bella armonía». Todo concurre a nutrir esta paradoja que viene a ser la ley constitutiva de nuestra historia y el recurso del pensar: la antinomia entre lo Uno y lo Diverso, la unidad en la diversidad y la coexistencia fecunda de los contrarios; paradoja que es, por su propia naturaleza, apuesta contra la caducidad de la anarquía y de la dictadura, pero que queda como un fermento contra el adormecimiento de la laceración de nuestra historia. El mismo retraso en la formación de la unidad europea es la expresión de la conciencia de la dificultad de defender, sin mutilar, el uno y el otro polo, de concretar la actuación de instituciones fuertes y flexibles, centrales y regionales. Por eso D. De Rougemont veía al hombre europeo como «el hombre de la contradicción, el hombre dialéctico por excelencia». El trato distintivo de la unidad europea será ahora el de la Europa como patria de la diversidad: «Europa debe significar sobre todo unión en la diversidad y respeto de la diversidad» (De Rougemont). Era la misma aspiración de Mounier que, en L'Europe contre les hégémonies, escribía en 1938: «No es sólo Francia... lo que debemos defender contra la hegemonía de Berlín: es la realidad federal de Europa». Hacía la llamada a una Europa federal, libremente querida por los pueblos, que se fundase sobre una federación de personas dispuestas a hacer del humanismo cristiano el eje espiritual del Renacimiento europeo. En el plano teórico, había sostenido ya en el Manifiesto al servicio del personalismo, de 1936: «Los distintos aspectos del estatismo dibujan variantes ideológicas alrededor de una realidad maligna que corresponde a la patología social: el desarrollo canceroso del Estado sobre todas las naciones modernas, sea la que sea su forma política. Cuando, por añadidura, se haya anexionado la economía, este Estado-nación, con o contra el capitalismo, con o contra la democracia, llegará a ser la amenaza más temible que el personalismo deba afrontar en el terreno político (...). El Estado no es una /comunidad espiritual, una persona colectiva en el sentido propio de la palabra. No está por encima de la patria ni de la nación ni, con mayor razón, de las personas. Es un instrumento al servicio de las sociedades y, a través de ellas –contra ellas si es preciso–, al servicio de las personas. Instrumento artificial y subordinado, pero necesario». Para actualizar estos principios sigue siendo válida la máxima que Proudhon trae en Du Principe fédératif de 1863: «El siglo XX abrirá la era de las federaciones, es decir, la humanidad recomenzará un purgatorio de mil años».

BIBL.: AA.VV. Du personnalisme au fédéralisme européen. En hommage de D. de Rougemont, Ginebra 1989; ALBERTINI M., Il federalismo. Antologie e definizione, Bolonia 1979; ARON R.-MARC A., Principes du fédéralisme, París 1948; BRUGMANS H., La pensée politique du fédéralisme, Leyden 1969; DANESE A., Unitñ e pluraiitá. Mounier e il ritorno della persona, Cittá Nuova, Roma 1984; ID, Cittadini responsabili, Roma 1992; ID, Federalismo personalista e solidale, Roma 1995; DUCLOS P., L'étre Fédéraliste, Logouu 1968; MORIN J. Y., Le, fédéralisme: théorie et critique, Montreal 1964; MOUNIER E., L'Europe contre les hégémonies, Esprit 74 (París 1938) 147-165; SPINELLI A.-Rossi E., Problemi della federazione europea, Roma 1944.

A. Danese