COMUNISMO LIBERTARIO
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1. INTRODUCCIÓN. A través de una evolución no exenta de contradicciones, el pensamiento anarquista resume su concepción básica de la organización social en la fórmula comunismo libertario. Los aportes teóricos más significativos se realizan en España durante el primer tercio del siglo XX, y culminan con algunas decisivas experiencias sociales vividas durante la guerra civil de 193639. Durante el siglo XIX, las corrientes anarquistas comparten con otros grupos socialistas el ideal de alcanzar el comunismo, sistema que implica abolir la autoridad del Estado, y el derecho de propiedad privada, establecer la comunidad de bienes, incluso de uso y consumo, y distribuirlos de acuerdo con el principio de «cada uno según sus posibilidades, a cada uno según sus necesidades». A finales del siglo XIX, en 1898, año fundacional de la Revista blanca, y en sus páginas, se acuña el término libertario, sinónimo de anarquista, por Sebastián Faure, con la pretensión de imponerlo en su uso de tal manera que no quepa duda sobre la preeminencia del principio de libertad, en el marco de la revolución social y económica señalada, y ello para distinguirse de los socialistas de inspiración marxista. Todo lo que coarte la libertad, sea viejo o nuevo, debe ser rechazado: propiedad, Estado, autoridad, política, religión, etc. Ciertamente, pueden señalarse influencias y antecedentes en esta construcción conceptual: Fourier, Proudhon, Kropotkin; pero la conjunción de estos dos conceptos y la evolución de la fórmula comunismo libertario, va a ser un fruto cultivado con especial esmero en tierras ibéricas. Durante varias décadas en multitud de publicaciones anarquistas se reivindica la expresión comunismo libertario, sin discusión sobre su idoneidad, pero en medio de duras polémicas sobre su alcance, contenido y, en especial, estrategia y organización necesarias para imponerlo.

II. LA CORRIENTE COMUNALISTA. Un lugar preminente en este debate es ocupado por la citada Revista blanca, y su fundador y director, Federico Urales (seudónimo de Juan Montseny), defensor de una concepción comunalista y agraria del comunismo libertario. Se trata de identificar a este con una federación universal de municipios, libremente establecida, que implica un retorno al campo y un equilibrio con la naturaleza, como el espacio exacto de la revolución social. Se quieren establecer las condiciones de vida natural de las profesiones y rechazar todo lo contrario a un criterio humanista o a la salud de los hombres. En la comuna no puede existir merma a la plena libertad de sus componentes, y la buena voluntad, la solidaridad, y un imperativo ético, al vincularse nuestro bien al bien de todos, nos hará buenos por necesidad. «Entendemos que, con el tiempo, la nueva sociedad -escribe Urales- conseguirá dotar a cada comuna de todos los elementos agrícolas e industriales precisos a su autonomía, de acuerdo con el principio biológico que afirma que es más libre el hombre (en este caso, la comuna) que menos necesita de los demás». Su obra más significativa es Los municipios libres (Barcelona 1933). En su pensamiento y en el de muchos otros que lo comparten, no sólo hay una preocupación por los aspectos sociales y económicos, sino también de rechazo a cualquier organización que profesionalice el poder y la administración, y por la cultura, la educación, la sexualidad, la salud, la crítica de la religión y la conciencia libre, que hacen del movimiento libertario una profunda corriente antropológica y civilizadora en lo que tiene de más perdurable. Otra figura notable de esta posición es la del médico asturiano Isaac Puente, autor de un folleto de gran éxito: El comunismo libertario. Sus posibilidades de realización en España (Valencia 1933), para quien la comuna libre, complementada por el sindicato, es la institución fundamental de la sociedad comunista libertaria: «Del mismo modo que se articulan entre sí las funciones del ser vivo, lo harían las células municipales de la ordenación libertaria, según el principio general de que cuando aisladamente cada localidad tiene bien administrada y ordenada su economía, el conjunto ha de ser armónico y perfecto el acuerdo nacional». Isaac Puente emplea esa analogía biológica para los comportamientos sociales, muy frecuentes entre los anarquistas, y, sin renunciar a su concepción comunalista, reconoce la importancia de nuevos escenarios y protagonismos sociales y económicos: la industria y los sindicatos, y las cooperativas, para organizar el consumo.

III. LA CORRIENTE ANARCOSINDICALISTA. El desarrollo industrial viene acompañado de la emergencia del movimiento obrero urbano y sus organizaciones de defensa, los sindicatos. En 1920, se constituye la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), de inspiración anarquista. De su seno nace una orientación que, sin renegar de su origen libertario, e incluso manteniendo la fidelidad a la fórmula comunismo libertario, no acepta reducirse al simple esquema de la comuna agraria y propone adecuar la estructura organizativa antiautoritaria de la economía y de la sociedad a las complejidades de la industria y la agricultura. En el marco de esta posición, existen también matices entre los más sindicalistas, que erigen a los sindicatos como los órganos fundamentales y casi exclusivos de la nueva estructura económica libertaria, y los que tienen visiones más complejas para la transformación social. Todos ellos, sin embargo, surgen en esa corriente que podemos definir como anarcosindicalista y en prácticas de acción y lucha sindical, vinculadas a la CNT. Dirigentes como Juan Peiró, Ángel Restaña, Valeriano Orobón, Alfonso Martínez Rico, Higinio Noja, Diego Abad de Santillán, Gaston Leval, forman parte de este universo complejo. Sobre esta corriente ejercieron influencia considerable algunos autores libertarios extranjeros contemporáneos, de arraigada doctrina sindicalista, cuyas obras se tradujeron y difundieron. El francés Pierre Besnard, el holandés Christian Cornelissen, el italiano Luigi Fabri, el alemán Rudolf Rocker, etc. La disputa entre estas dos corrientes, comunalista y anarcosindicalista, no sólo se centraba en cuál era el órgano básico del comunismo libertario (la comuna o el sindicato) sino también en el reproche, un tanto despectivo, de estos últimos hacia los calificados agraristas, sobre el error de su falta de programa y plan para implantar el comunismo libertario, dejándolo todo en un espontaneismo revolucionario. Era necesaria una estrategia revolucionaria y un conocimiento de las condiciones en las que se pretende instaurarla para fijar los medios que la hagan perdurable. Tres figuras sobresalen en este conjunto, asumiendo posiciones doctrinales más complejas y definidas.

Higinio Noja, que afirmaba que la estructura social evoluciona como cualquier ser vivo. La capacidad productiva extraordinaria hay que adecuarla a las exigencias de la igualdad social de los trabajadores. El comunismo libertario debe combinar un alto grado de eficiencia productiva y de auténtica libertad individual. Noja propone la eliminación del Estado y del capitalismo, la colectivización de la propiedad privada, y el control de la distribución y el consumo por la comunidad. La segunda figura es Gaston Leval, francés vinculado desde 1914 al movimiento obrero español, que publica Problemas económicos de la revolución social española (Valencia 1933) y Precisiones sobre el anarquismo (Barcelona 1937), saludados como hitos doctrinarios por muchos de sus compañeros. En la primera obra hace un diagnóstico riguroso de los condicionantes estructurales para alcanzar un objetivo revolucionario en España, y las medidas a adoptar para conseguirlo. En la segunda define al /anarquismo como teoría científica sobre la organización social y económica, que trata de implantar una estructura basada en las relaciones de apoyo mutuo, creadas por los hombres para su pervivencia, pero lo que no implica la necesidad de autoridad, ni de aparatos políticos y gubernamentales y se concreta en el comunismo libertario. Leval rechazó la idea de una 'libertad absoluta, ya que existe una moral social, basada en el sentido solidario fundamental del anarquismo, y considera el equilibrio entre libertad y organización, sobre la base del federalismo. Organiza la producción y servicios a partir de un esquema de Federaciones Nacionales de Industria, y la distribución, mediante una red de cooperativas. La tercera de estas figuras singulares es la de Diego Abad de Santillán, crítico radical de las arcadias felices, basadas en el comunalismo, y que resume y sistematiza en su obra las ideas fundamentales sobre la organización libertaria de la sociedad de inspiración anarcosindicalista. En su obra El organismo económico de la revolución (Barcelona 1936), plantea un método de planificación económica a ultranza, a partir de núcleos básicos de organización productiva: los consejos de fábrica o granja, que, a su vez, deben coordinarse en las secciones de sindicatos de industria. Por encima de ellos, se establecen diecisiete Consejos de Ramo nacionales, por especialidades, y consejos locales que aúnan los distintos ramos, y tienen también una coordinación en el Consejo Nacional de Economía. El Consejo Federal aúna ambas líneas y coordina al máximo la producción y el comercio internacional. El valor de este esquema, además de ser un excelente resumen del estado de la cuestión desde esta corriente, se produjo por las inmediatas circunstancias de guerra, y la posibilidad de aplicarlas a la realidad.

IV. DOS SUPERVIVIENTES Y ALGUNAS REFLEXIONES FINALES. A continuación de esas dos grandes conmociones universales que fueron la guerra civil española y la II Guerra Mundial, parecería que todo el mundo anterior hubiera quedado trastocado. De nuestro viejo mundo libertario, dos figuras notables han sobrevivido como espíritus creadores. De una parte Gaston Leval siguió escribiendo hasta su muerte en 1978. En 1959 publica Pratique du socialisme libertaire, en donde analiza las posibilidades de transformación revolucionaria en la Francia y la Europa de aquel momento, y las condiciones para consolidar la sociedad revolucionaria. Sigue siendo fiel al modelo de las colectividades libertarias y a la estructura de las Federaciones Nacionales de Industria, Agricultura y Servicios Públicos, que culminan en una Confederación General de la Economía. Hace un llamamiento especial a la productividad de los trabajadores para sostener el esfuerzo transformador. Ya no considera imprescindible la abolición del dinero, e incluso concibe una etapa de transición en la que convivan diferentes formas de propiedad. Hace hincapié en lo realizable de inmediato, mediante una alianza del movimiento cooperativo y ->mutualista, de experiencias autogestionarias y comunitarias de distinta índole. Y especialmente subraya el trasfondo ético de todo cambio social, y una concepción de civilización nueva... que es, ante todo, un humanismo práctico, una forma de civilidad..., reconociendo a las relaciones intelectuales del arte y del pensamiento, el carácter de superioridad,
elementos verdaderamente propios de pueblos civilizados. Se puede y se
debe constituir, desde ahora, una ->comunidad superior que, en el dominio de la cultura, de la moral aplicada a las relaciones materiales, constituirá un ejemplo de ->socialismo libertario. Pero no es del todo seguro que lo contrario sea posible: no es del todo seguro que la transformación económica engendraría automáticamente la transformación moral, la aptitud para superar la sociedad de clases y de Estado. Al igual que Leval en su última etapa, Abrahán Guillén -fallecido en 1993-, se refiere en sus últimas obras al socialismo libertario, no por suavizar el rigor y radicalidad de sus propuestas, sino por desechar un término, comunismo, que ahora tiene connotaciones históricas que lo desnaturalizan y desprestigian. Abrahán Guillén, periodista y analista de la economía mundial y de cuestiones estratégicas internacionales, vivió intensamente las vicisitudes del movimiento libertario español antes, durante y después de la guerra civil, y fue un teórico de los movimientos revolucionarios y sus estrategias en América Latina, después de la II Guerra Mundial. En sus obras realizó un formidable repaso a las condiciones de la economía mundial, tanto en su versión capitalista como de socialismo/capitalismo de Estado, para concluir que en la superación de todas sus contradicciones económicas y sociales, tienen su alternativa liberadora y desalienante, en virtud de la revolución científicotecnológica, en esa fórmula de liberación del hombre: Automatización del trabajo + autogestión = socialismo libertario.

Más allá de estas dos reflexiones teóricas, llenas de vitalidad y en gran medida prospectoras de acontecimientos venideros, creo que la cultura libertaria segregada del pensamiento analizado ha influido profundamente, desde la década de los sesenta hasta ahora, en la reivindicación de la idea de libertad y autonomía personal; pero también en las formas solidarias, voluntarias y de organización autónoma de experiencias sociales y comunitarias, en las convicciones antiautoritarias y descentralizadoras, en la reivindicación del espacio inmediato y entrañable. Más recientemente podríamos encontrar su modelo en la búsqueda del equilibrio con la naturaleza y el respeto al entorno, de las corrientes ecológicas.

Muchas de estas tendencias han recorrido una filiación neo-anarquista o libertaria, incluso desde su propia independencia actual. Tal vez queda aún por reflejarse esta influencia enun cierto rechazo de lo superfluo e innecesario, en un cierto estoicismo ético, más exigente si comparamos tantas sociedades del despilfarro con las carencias agónicas de personas y pueblos que coexisten en un mismo planeta y tiempo, pero que parecieran vivir en mundos tan distantes como las galaxias.

VER: Anarquismo, Autogestión, Comunidad, Comunitarismo, Liberación, Libertad, Marxismo y persona.

BIBL.: ABAD DE SANTILLÁN D., El anarquismo y la Revolución en España. Escritos 1930/ 38, Ayuso, Madrid 1976; BERNECKER W. L., Colectividades y revolución social, Crítica, Barcelona 1982; BRADEMAS J., Anarcosindicalismo y revolución en España, Ariel, Barcelona 1973; GUILLÉN A., Socialismo libertario, Madre Tierra, Móstoles 1990; LEVAL G., Las colectividades libertarias en España, Proyección, Buenos Aires 1974; ID, Práctica del socialismo libertario, Madre Tierra, Móstoles 1994; MINTZ, F., La autogestión en la España revolucionaria, La Piqueta, Madrid 1977; PANIAGUA X., La sociedad libertaria, Crítica, Barcelona 1982; PÉREZ BAR6 A., Treinta meses de colectivismo en Cataluña, Ariel, Barcelona 1974.

A. Colomer Viadel