AISLAMIENTO
DicPC

Existe un aislamiento necesario que, lejos de separar, catapulta más tarde hacia lar comunidad; es el tiempo del retiro y de la meditación, que habrá de fundar profundas comunidades. Pero hay un tiempo (el de Narciso) en donde la soledad resulta electiva voluntad de incomunicación y decisión de no salir de la propia pompa de jabón en que la mónada del ego ha decidido encerrarse absurdamente. La nómina de pensadores aislacionistas, encerrados en su aristocrática y altiva torre de marfil, es bastante más extensa de lo que parece, y podríamos citar muchísimos textos de F. Nietzsche o de A. Schopenhauer como este: «En general, no se puede estar al unísono perfecto más que con uno mismo; no se puede estar con el amigo, no se puede estar con la mujer amada, porque las diferencias de la individualidad y del >carácter producen siempre una disonancia, por débil que sea. Cuando el >yo es elevado y exuberante se disfruta de la situación más feliz que puede encontrarse en este mundo mezquino. Sí, digámoslo francamente: por íntimamente que la amistad, el amor y el matrimonio unan a los hombres, no quiere uno plenamente y de buena fe más que a sí mismo o a su hijo. Por consiguiente, cuanto menos necesidad se tenga, a causa de condiciones objetivas o subjetivas, de ponerse en contacto con los hombres, tanto mejor se encontrará uno. Porque la sociedad es insidiosa». Mal carácter parece tener Narciso; nada de extraño, por tanto, que sus matrimonios duren poco. Así las cosas, aquí sólo queremos referirnos a un ejemplo históricamente antonomásico al respecto, el más ultra de cuantos conocemos, el de Max Stimer, que en su libro EL Único y su propiedad escribe en 1844: « Mi Yo no es vacuidad, sino la Nada creadora, la Nada a partir de la cual Yo creo todo. ¡Al diablo, pues, toda causa que no sea pura y simplemente la Mía! Si Yo fundo mi causa en Mí, el único, ella descansa entonces en su creador mortal y perecedero, su creador que se consume él mismo, y Yo puedo decir: He basado mi causa en nada». A partir de este momento, quien demuestre que ha sido capaz de hacerse a sí mismo (tras la pauta de las sociologías burguesas del self made man) se creerá facultado para deshacer a los demás.

I. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA

. Ahora bien, ¿se puede vivir real y verdaderamente en el aislamiento total? Al menos, y mientras Narciso Stimer ejerce la apología del aislamiento espiritual, intenta sobrevivir cotidianamente (en realidad vivir sobre los otros) nada menos que ¡con asociaciones de egoístas! funcionales y pragmáticas: «En tanto que egoísta, el bienestar de esa sociedad humana no Me interesa en absoluto, Yo no sacrifico nada a ella y no hago otra cosa que utilizarla; pero a fin de poder utilizarla plenamente Yo la transformo en Mi propiedad y en Mi criatura, es decir, que Yo la destruyo para crear en su lugar una asociación de egoístas». No hay que tomarlo a broma, pues los economistas de última hora nos proponen abiertamente una racionalidad moral basada en el egoísmo asociativo, de una moral por conveniencia, de una ética de los negocios, y a eso reducen el negocio de la ética. En realidad la «asociación del egoísta» (llamémosla así) no tiende de ninguna manera hacia el ser, sino, decididamente, hacia el >tener: « La historia antigua se cierra virtualmente el día en que Yo consigo hacer del mundo Mi propiedad. Con la ascensión del Yo a poseedor del mundo, el egoísmo consigue su primera victoria, y una victoria decisiva; ha vencido al mundo y lo ha suprimido, confiscando en su provecho la obra de una larga serie de siglos». Si le llevamos al oculista, en el fondo del ojo de Narciso siempre se divisa al unidimensional husmeador de tenencias, al teniente/terrateniente: « No te basta ser libre, debes ser más, debes ser propietario. La individualidad, es decir, mi propiedad, es toda mi existencia y mi esencia, es Yo mismo»;. Fuera de su Yo, oh torpe Narciso unidimensionalizado, sordo, teniente, no ve Narciso salvación, cuando lo único que cualquiera descubre allí es horror, ausencia de relación: incomunicación, desencuentro. Torcida o corrompida la posible reciprocidad de las conciencias, en el absurdo de la mala relación el Yo tiende a alterar al Tú, alterándose (sin alterificarse, sin hacerse alter) asimismo ese Yo. De esta guisa la intencionalidad es vivida no como "gracia sino, muy por el contrario, como des-gracia, como ajenación y como enajenación; la relación con el extraño es percibida entonces como extrañamiento; la relación con el ajeno es tomada como ocasión para una alienación sádica, infemalizante o destitutiva (Jean Paul Sartre). En ese clima el bello «todos los hombres son iguales» se torna agresivo y lamentable: «¡Todos los hombres sois iguales!». Alterarse, enajenarse, alienarse constituirán, así las cosas, la entraña del fracaso relacional que se salda cosificadoramente: el 'sujeto (para sí) pretende apropiarse de la persona del "otro, pero tropieza con él porque le considera una mera cosa (un en sí). Irreductibles el en-sí y el para-sí, incomplementables e inacoplables en un imposible ser en-sí-para-sí, en lugar de la dialéctica nos topamos con el muro de la dualéctica, con el dualismo y el duelo. Así pues, donde pudo haber encuentro, hete aquí, sin embargo, que se alza ahora el muro del desencuentro, la crónica de un desamor, la eterna historia de una muerte relacional anunciada. Y donde pudo haber comunicación se da a partir de ahora incomunicación e interferencia, ruido comunicativo, mala vibración, disangelio. De este modo se lleva al terreno de las relaciones éticas humanas el fracaso que Protágoras pronosticó universalmente cuando afirmara aquello de «nada existe»; « si algo existiera sería incognoscible»; < si algo existiera y fuera cognoscible resultaría incomunicable». Desde luego Protágoras no podría ser nombrado patrono de la racionalidad comunicativa.

Así pues, cuando el ego quiere dominar al alter y entonces reducirlo a idem, identificarlo o hacerlo idéntico a sí propio, ya sea pretendiendo tomar al sí mismo como otro, o al otro como a sí mismo, entonces adviene la exclusión de su diferencia (de su identidad diferencial y diferenciada), el avasallamiento del otro en su calidad de irreductible a mi identidad definidora, la antítesis del tú-y-yo, esto es, la opción desgarradora del o-tú-o-yo, y las mil y una formas de reduccionismo avasallador que van desde el racismo y la xenofobia hasta la barbarie militarista e imperialista de cualquier índole como bien sabemos por desgracia. Dicho de otro modo, es ahora -en la egolatría fagocitadora- cuando estamos viendo producirse la apoteosis del principio de identidad anonadante sobre el principio de diferencia anonadado. Y en su forma atemperada, el principio de diferencia, abandonado a su propio infortunio, se torna principio de indiferencia, primer paso hacia el principio-exterminio antementado. Un poco más, y ni siquiera hay impío, como reza el Salmo 36.

«Hoy la tierra y los cielos me sonríen; hoy llega al fondo de mi alma el sol; hoy la he visto, la he visto y me ha mirado. ¡Hoy creo en Dios!». Desde luego el Narciso stirnerianizante de hoy no podría entender en absoluto a ese poeta -Bécquer- enamorado del rostro de la amada casi idolatrada, para la cual conserva todos sus sentidos alerta tras las huellas del Dante.

Para Narciso, Sociedad Limitada a Uno Solo, sin embargo, el amor se resuelve en filautía; la amistad en egofilía; hasta en el paisaje y en la naturaleza encuentra únicamente Narciso el reflejo y el eco de sí mismo. Y aunque Sigmund Freud afirmaba que, dada nuestra condición relacional, < el sufrimiento nos amenaza por tres lados: desde el propio cuerpo, desde el mundo exterior y, por último, desde las relaciones con los otros seres humanos», sin embargo la respuesta a esas amenazas es respondida por Narciso desde la reclusión en el propio ego de avestruz.

II. LA AÑORANZA Y LA UTOPÍA

Dos de las manifestaciones más evidentes (para todos, menos para Narciso) del carácter alterizante del ser humano son, desde luego, la añoranza y la utopía. 1. Desde el fondo de su añoranza constitutiva e incesante, la finitud abre al ser humano hacia el mundo, hacia los otros, hacia el Totalmente Otro. Así las cosas, ¿cómo no añorar?: ¿Cómo no añorar la contemplación del más allá de los límites físicos de la Tierra, ese Finisterre o fin de la tierra, cuanto más pulverizado con cada nuevo descubrimiento geográfico y científico tanto más reinstaurado en ellos, ya que lo descubierto por el haz a su vez se encubría por el envés? ¿Cómo no añorar un tiempo humano nuevo y completo con proyección de futuro perfecto a partir de este otro tiempo humano finito y caduco, sometido a erosión y a desgaste y a desaparición? ¿Cómo no añorar una vida definitivamente reestablecida y restaurada, en donde los rostros amados puedan ser contemplados para siempre? ¿Cómo no añorar una ,'justicia plena que no puede, sin embargo, ser perfectamente cumplida en nuestra mera historia finisecular, finita y secular, mediocre, incapaz de redimir las injusticias perpetradas en su cotidianidad, de devolver justicia a todas las malaventuras pasadas, presentes y futuras conforme a lo que demandaría la utopía de la subjetividad humana? ¿Cómo no añorar aquello otro que por ser Totalmente Otro habrá de restañar y de reinstaurar lo que le falta al ser humano en cuanto «parcialmente este», aquella existencialidad Totalmente Otra que respondería del todo a la estructura de la subjetividad? ¿Cómo no añorar desde la propia precariedad e itinerancia aquella otra Plenitud que atrae y funda y encamina asimismo al ser humano hacia la superación del propio sí mismo en cuanto que humano limitado? 2. En la antítesis del típico tópico, tópico que no es sino incapacidad de superar la determinación topológica de la tierra, la "persona se manifiesta como generadora de utopía, es decir, como manifestación evidente del instinto de >alteridad, de intencionalidad, de proyecto comunional: « La gran misión de la >utopía -escribe E. Cassirer- es la de abrir el horizonte de lo posible, en oposición a la pasiva aquiescencia del actual estado de cosas. Gracias a la "esperanza, el hombre no se ajusta al mundo carente y limitado que le rodea y se abre a un mundo de posibilidades inéditas. El deseo del hombre de ir más allá, bien a través de la utopía, bien a través de la esperanza en una dimensión trascendente, otorga a la existencia humana un sentido de paso, de despedida y de incesante superación». Ay, Narciso: ¿Dónde está tu añoranza, dónde tu utopía? Para el ser humano no existen más que dos posibilidades, o el aislamiento que conlleva enemistad y desafecto, o la comunicación que, por la apertura del amor, nos hace cada vez más libres. Max Stirner, esencia y quintaesencia del narcisismo callejero duro y puro, lo sabía también con meridiana claridad y, sin embargo, opta absurdamente por el aislamiento que conduce a la pugnacidad que habría de destruirle a él mismo. El texto que sigue no puede ser más revelador: «Vencer o ser vencido, no existe ninguna otra alternativa. El vencedor será el amo y el vencido será el esclavo, como en la conocida dialéctica de Hegel; el vencedor gozará de la soberanía y de los derechos del señor, en tanto que el vencido cumplirá con veneración sus deberes de súbdito. Pero ambos son enemigos y no deponen las armas; cada uno de ellos acecha las debilidades del otro, los hijos las debilidades de los padres y los padres las de los hijos, por ejemplo su miedo. O el palo es superior al hombre, o el hombre es superior al palo». He ahí el camino que, desde la infancia, nos conduce a la >liberación: tratamos de penetrar en el fundamento de las cosas o detrás de las cosas, y para eso acechamos las debilidades de todos, en lo cual los niños desarrollan precisamente un instinto que no les engaña.

VER: Comunicación, Diálogo, Donación, Lenguaje, Sufrimiento.

BIBL.: BUBER M., Yo y Tú, Caparrós, Madrid 1993; KIERKEGAARD S., Temor y temblor, Editora Nacional, Madrid 1975; RICOEÜR P, Soiméme comme un autre, Seuil, París 1990 SCHOPENHAUER A., El mundo como voluntad y representación, en Obras I, El Ateneo, Buenos Aires 1959; STIRNER M., El único y su propiedad, Labor, Barcelona 1984; UNAMUNO M. DE, El otro, Espasa-Calpe, Madrid 19926.

C. Díaz