CULTO
DicMA
 

SUMARIO: I El culto a María en la iglesia hoy: 1. Problemas socio-culturales; 2. Problemas teológico-religiosos; 3. ¿Crisis mariana o crisis mariológica?; 4. María y la imagen de la mujer; 5. Culto más interior; 6. Actitud de la iglesia hoy - II. El culto mariano a través de las diversas épocas culturales: 1. Los primeros siglos del cristianismo; 2. La época de los padres de la iglesia; 3. La edad media; 4. La edad moderna. 5. Era contemporánea - III. Fundamentos bíblicos y teológicos del culto a María: 1. La enseñanza de la revelación; 2. Los argumentos de la teología - IV. La renovación del culto mariano según la "Marialis cultus": 1. Notas características: a) Nota trinitaria, b) Nota cristológica, c) Nota pneumatológica, d) Nota eclesial; 2. Orientaciones: a) Orientación bíblica, b) Orientación litúrgica, c) Orientación ecuménica, d) Orientación antropológica.


I. El culto a María en la iglesia hoy

Nuestro tiempo, como cualquier otra época de la historia, presenta algunas contradicciones propias que no dejan de aflorar incluso en el ámbito de un fenómeno religioso como es la devoción a la virgen María. Por una parte se asiste al intento generalizado de desmitificación y de rechazo del culto a la personalidad. Este intento tiende a reajustar la posición de la virgen María en la economía de la salvación y a echar agua sobre el fuego de las exageraciones devocionales. Por otra parte, la fascinación que ciertas personalidades siguen ejerciendo sobre la psicología del hombre de hoy explica cómo el culto mariano, al menos a nivel popular, no haya sufrido la inflexión que se ha verificado en el terreno más específicamente mariológico en los años del concilio Vat II y en os inmediatamente posteriores.

1. PROBLEMAS SOCIO-CULTURALES. El primer aspecto de esta realidad contradictoria se configura como un esfuerzo de desmitificación y se basa en una matriz socio-cultural y teológica que se manifiesta bajo formas diversas. Algunos ven en el origen del culto mariano la materialización de una necesidad inconsciente e instintiva de ternura, de afecto y de protección, profundamente arraigada en la psique del hombre. Este instinto encontraría una justificación histórica en el culto que se da en muchas religiones antiguas a una especie de diosa-madre, como sucedía en las religiones de Isis, de Cibeles, de Astarté y de otras divinidades semejantes.

Según las conclusiones del análisis marxista de la historia de la evolución social, el culto de una diosa, madre de los dioses y de los hombres, se habría difundido especialmente entre aquellos pueblos paganos que estaban más interesados por el fenómeno de la esclavitud. Esto explicaría la presencia bastante frecuente de estas figuras de diosas-madres en los antiguos pueblos mediterráneos, caracterizados por una acentuada mentalidad esclavista.

Otros autores sostienen más bien la tesis freudiana de una devoción a la Virgen entendida como el resultado de un proceso de sublimación de la femineidad y de la sexualidad. O bien, siguiendo más de cerca las tesis de C. J. Jung, ven en María, virgen y madre, el arquetipo del espíritu de contemplación, que constituiría lo femenino que subyace en todo ser humano, como elemento integrante y restaurador de los conflictos entre la conciencia y el inconsciente. Por tanto, se le atribuye al culto mariano una especie de función psicoterapéutica.

Evidentemente, estas y otras perspectivas semejantes presuponen el rechazo de cualquier intervención de lo sobrenatural en la realidad y en la historia de nuestro mundo y consideran la exaltación y el culto de la virgen María como el resultado de puros mecanismos culturales '.

2. PROBLEMAS TEOLÓGICO-RELIGIOSOS. De naturaleza distinta son las razones que explican una cierta actitud negativa frente al culto mariano, presente en el catolicismo de los últimos años. Se ha advertido la aparición de una mentalidad neo-iconoclasta que ha intentado frenar el fervor tradicional y el entusiasmo del pueblo cristiano por la persona de María, partiendo de la constatación de que el culto mariano estaba asumiendo de manera cada vez más preocupante formas claramente exageradas y aberrantes. El objetivo de esta crisis provocada quería ser positivo: garantizar la primacía absoluta de Cristo en la fe y en el culto de la comunidad cristiana y restituir a María su lugar exacto en la historia de la salvación, que es el de una total subordinación al Hijo, dentro del ámbito del misterio de la iglesia.

Con esto se quería evitar el peligro de que el culto mariano cayera en una forma de sentimentalismo o de búsqueda inconsciente de una especie de compensación en casos de frustración afectiva.

Pero en esta actitud negativa frente a la piedad mariana no hay que excluir ciertos prejuicios de cuño racionalista respecto a las pretendidas apariciones o milagros atribuidos a la santísima Virgen y que se consideran aptos para favorecer una mentalidad y unas actitudes pietistas e infantiles, en contraste con el ideal del cristiano adulto.

3. ¿CRISIS MARIANA O CRISIS MARIOLÓGICA? El otro aspecto, que contradice a la situación precedentemente expuesta, consiste en el hecho de que la llamada crisis mariana parece ser que interesó casi únicamente a los ambientes teológicos y a los agentes de pastoral, pero que no incidió en la devoción del pueblo cristiano entendido en su globalidad. Más aún, no han faltado nunca ni faltan en la actualidad ciertas reacciones de defensa en favor de un patrimonio devocional recibido de la tradición y asimilado a través de una educación religiosa que, a pesar de todas sus limitaciones, no es posible descalificar en bloque.

El magisterio eclesial, por su parte, no intervino generalmente para frenar los movimientos de devoción popular para con la madre de Dios. Si es verdad que no cierra los ojos frente a las formas exageradas, supersticiosas o erradas del culto mariano, se nota, sin embargo, que sus intervenciones van más bien en el sentido de estimular y fomentar la devoción a María. Es sintomático el hecho de que, incluso en los años de la crisis, fueron apareciendo a un ritmo más o menos acompasado solemnes documentos pontificios para favorecer el incremento del culto ala Virgen. Recordemos el c. VIII de la Lumen gentium, emanada en 1964, y el discurso de Pablo VI al terminar la tercera sesión del Vat II, el 21 de noviembre de aquel mismo año; la exhortación apostólica Marialis cultus, de 1974, que con sus sabias directivas de iluminación y de estímulo ha contribuido a traducir en la práctica la preciosa línea trazada por la LG en cuestión de devoción mariana. Finalmente conviene recordar la extraordinaria frecuencia con que el tema mariano aparece en el magisterio ordinario de Juan Pablo II, cuyo amor a la madre de Dios se vislumbra continuamente en sus discursos y documentos escritos.

A la luz de estas observaciones no parece exacto atribuir la responsabilidad de una crisis mariana, en donde se habría verificado en el mundo cristiano, a una especie de proceso galopante de mariolatría, que habría tocado vértices injustificables y habría hecho precipitar la situación. Una etiología más exacta del fenómeno tiene que buscarse en factores que actualmente influyen más o menos en la religión tomada en su conjunto.

Hay que notar ante todo el condicionamiento tan pesado que ejerció el materialismo contemporáneo y el espíritu de secularización sobre la mentalidad del hombre de hoy; fenómeno que ha provocado profundos cambios en las costumbres sociales, en la psicología de las masas populares, en las formas de la comunicación social, en las expresiones literarias, artísticas y culturales en general. Todos estos factores repercuten en el sentimiento religioso y también en la devoción mariana.

Uno de estos factores ha representado siempre un papel preponderante dentro de la piedad mariana: la imagen que las diversas épocas socio-culturales se han ido acuñando de la Virgen.

4. MARÍA Y LA IMAGEN DE LA MUJER. "Nuestra época, poco simpatizante con una maternidad numerosa, exalta a la mujer en sí misma; construye imágenes de mujeres autónomas, estéticamente longilíneas, económicamente independientes y libres". En la actualidad el mundo femenino se rebela contra la concepción de la mujer como objeto sexual e instrumento de procreación, como ama de casa. La mujer contemporánea está buscando su autonomía, su propio puesto en la sociedad, una posición de igualdad sustancial con el hombre en la vida privada y pública. El movimiento feminista toma forma e impulso en la conciencia que tienen las mujeres de su peso numérico en la sociedad contemporánea, de su capacidad superior de supervivencia respecto a los hombres. La mujer quiere insertarse en la sociedad actual como sujeto que se autorrealiza en todos los sectores de la vida, incluido el religioso, en el cual ella encuentra su propia colocación, aunque no hasta el punto de ser admitida al sacerdocio ministerial, algo que, sin embargo, empieza a llevarse a cabo en alguna confesión cristiana no católica.

Semejante modelo cultural de la mujer de hoy condiciona sin duda alguna los módulos de la religiosidad y también, por tanto, el de la devoción a la Virgen. La posición de Cristo y la de su madre quedan invertidas respecto a como lo eran antes. Si antes la imagen de Jesús era la del Señor y soberano omnipotente y glorioso, frente al cual se veía a su madre en actitud de sierva humilde, obediente, sumisa, ahora es Cristo el que asume el papel del hombre pobre, humilde, sufrido, marginado, mientras que María refleja la imagen de la mujer contemporánea, "en lucha por su liberación radical del consumismo, de la cosificación, del mercantilismo", la mujer fuerte de la biblia, capaz de asumir funciones y responsabilidades, de expresar su propia actitud de independencia, de decisión y de servicio autónomo.

Los fieles, en su compromiso de imitación, tienden a sustituir el modelo de la esclava humilde y obediente del Señor por el de la Virgen del >Magníficat, modelo que presenta la figura de una mujer que. desafiando las 'costumbres y la mentalidad de su tiempo, afirma la dignidad y los derechos inalienables de la persona humana, precisamente en el caso de los pobres, de los marginados, de los perseguidos, de los infravalorados, entre los que por aquellos tiempos estaba también incluida la mujer. La imitación de María, entendida de este modo, lleva a la mujer a solicitar su propia misión específica en la sociedad y en la vida eclesial.

5. CULTO MÁS INTERIOR. Otro factor interesante es la tendencia actual a interiorizar el sentimiento religioso, que contribuyó sin duda a introducir un giro positivo en el culto a María. Con ello han perdido las celebraciones exteriores que, en el caso de la Virgen y de los santos, llegaban muchas veces a intemperancias cultuales que rondaban con la superstición o la herejía, aunque de buena fe. Pero con ello ha ganado el hombre cristiano, que en la reflexión o en la profundización interior de la naturaleza, de los aspectos y de los fundamentos doctrinales del culto mariano se ha hecho más consciente de las relaciones de fe y de piedad filial que lo vinculan a la virgen María y se preocupa más por expresar de manera correcta y adecuada su propia actitud de devoción interior a través de las formas externas del culto.

6. ACTITUD DE LA IGLESIA HOY. Frente a los fermentos innovadores de la piedad contemporánea, el magisterio de la iglesia tiende siempre a conservar una posición de equilibrio que no excluye, sin embargo, la renovación. La MC ofrece indicaciones y normas preciosas para promover el culto mariano en armonía con las instancias más válidas de la espiritualidad cristiana contemporánea. Contra las pasadas tendencias a aislar y a absolutizar el culto a la Virgen, Pablo VI desea que lo acepten cada vez mejor los fieles como parte del único culto cristiano que encuentra su máxima expresión en la liturgia.

El mismo calendario litúrgico renovado, a pesar de que no se olvida de insertar a lo largo del año celebraciones marianas ligadas a razones de culto local o a tradiciones antiguas, o motivadas por las exigencias de la piedad de hoy (MC 8), ha puesto de relieve sobre todo el vínculo personal tan estrecho que une a la figura de María con la del Hijo, así como la función de la Virgen en la obra de la salvación y en la vida de la iglesia.

Pero Pablo VI reconoce también un gran mérito a la teología. Reflexionando sobre los misterios de Cristo y de la iglesia, la teología ha contribuido al incremento y a la renovación del culto mariano, presentando la figura de María bajo su luz genuina de madre de Dios y madre de la iglesia (MC, introducción).

II. El culto mariano a través de las diversas épocas culturales

El culto a la Virgen es en cierta manera antiguo en la iglesia, ya que se relaciona directamente con las indicaciones de alabanza y de admiración que de ella nos ofrecen los evangelios. En los siglos siguientes, ese culto se fue explicitando poco a poco en la vida de los cristianos con actitudes de veneración, de invocación y de imitación, asumiendo expresiones dictadas por las condiciones religiosas y culturales de cada época.

No obstante, desde los primeros siglos de la iglesia hasta hoy es posible señalar ese carácter cristológico que perduró siempre como una constante en la historia del culto mariano de todos los tiempos. La estrecha relación personal de María con el Redentor y con su misterio salvífico siempre se intuyó más o menos conscientemente como la justificación última de la piedad mariana. Por tanto, la relación Cristo-María puede considerarse al mismo tiempo como un principio de continuidad del culto a María y un motivo determinante de sus variaciones, según la perspectiva en donde se encuadre esa relación.

1. LOS PRIMEROS SIGLOS DEL CRISTIANISMO. En los escritos neotestamentarios y en los de los autores cristianos de los primeros siglos las alusiones a María son sumamente parcas, y por eso no es de extrañar que los testimonios directos sobre la existencia de un culto mariano sean muy raros y se presenten con cierto retraso. Sin embargo, se pueden recoger testimonios indirectos de un culto mariano primitivo en algunas indicaciones del NT, donde se expresa una cierta alabanza y veneración a la madre del Señor (Lc 1,45; 1,48-49; 11,27). Además, el creciente interés doctrinal por la figura de la Virgen demuestra indirectamente la existencia de una devoción y de un culto marianos, ya que la historia enseña que la teología nace de la piedad, y no viceversa.

De todas formas, María estuvo presente en el culto litúrgico de la iglesia primitiva. Lo confirman antiguas fórmulas del símbolo bautismal, de la llamada regula fidei y de la anáfora eucarística. Efectivamente, las celebraciones litúrgicas son el memorial del misterio de Cristo que se renueva en la iglesia y para la iglesia, y en este contexto la Virgen es considerada como la primera y la más grande entre los creyentes, según la indicación de Lc 1,45. Su inserción en el misterio de la iglesia (Ap 12,1-18) se comprende como una consecuencia del hecho de que los cristianos veían en la fe de la iglesia una prolongación de la fe de María. Por eso ella está presente en el bautismo y en la eucaristía, en donde se perpetúa el misterio de la misma iglesia.

Siempre en esta perspectiva eclesial, María era considerada como un testigo privilegiado e importante de la economía de la salvación, a cuyo cumplimiento contribuyó entonces desde cerca mediante su adhesión total a la voluntad de Dios. Ella se presenta además como testigo del cumplimiento de las profecías veterotestamentarias sobre la salvación mesiánica (Lc 1,46-55). Fueron los dos títulos de primera entre los creyentes, que superó con su fe todas las pruebas y obstáculos, y de testigo privilegiada del misterio de Cristo los que justificaron e incrementaron quizá el culto mariano en una comunidad de creyentes tan sensibles a estas dos cualificaciones, como demuestra el culto antiquísimo de los mártires, venerados como campeones de la fe y como testigos especialísimos del Señor, sobre todo de su pasión y de su muerte, en las que ellos participaron visiblemente. Esto explica cómo nació el culto a los mártires, cuyo mérito los hacía particularmente agradables a Dios y estaban por tanto en disposición de hacer valer sus plegarias de intercesión, incluso mientras vivían aún en la tierra°. En esta misma línea se le reconoció también muy pronto a la Virgen un papel de intercesión ante el Señor. San Ireneo la llama "advocata Evae", es decir, la considera capaz de interceder por la progenitora del género humano.

En época muy antigua, ya a finales del s. 1, algunos escritos >apócrifos se ocupan con interés y con abundancia de detalles de la vida y de la persona de María, intentando remediar la escasez de noticias que nos proporcionan los textos auténticos de la revelación. Destituidos de todo valor histórico-revelado, estos libros no influyeron en la progresiva explicitación del dogma mariano, al haber sido discutidos y rechazados por los padres y por el magisterio eclesial, pero sí que ejercieron influencia notable en el arte religioso, en el culto, en la predicación y especialmente en la devoción popular. La relación única y privilegiada que une a María con su Hijo divino se veía, en términos de fe popular, como una fuente de grandeza y de poder para ella y casi como un título que la habilitaba para administrar la gracia y la misericordia divinas.

Las exageraciones populares no parece que interfirieran en el culto oficial de la iglesia; más aún, debieron entrar muy pronto dentro de los cauces de una devoción más sobria y esencial, si es posible sacar una conclusión en este sentido del análisis de la célebre plegaria Sub tuum praesidium, que se remonta al s. III o todo lo más tarde a comienzos del IV [>Oración mariana III]. Los sentimientos expresados en esta fórmula antiquísima, que por otra parte no tiene huellas de un texto litúrgico, ya que se eleva directamente a María y no a Dios, a pesar de reflejar el alma popular, que habla el lenguaje de la confianza, del amor y del abandono, no se sale, sin embargo, de la línea de la ortodoxia cultual. La plegaria expresa la confianza de los fieles de verse escuchados ("no deseches nuestras súplicas") por aquella que se encuentra en una posición privilegiada y que goza por eso mismo de una especial fuerza de intercesión ("santa madre de Dios"). Se le pide un favor que no excede de la voluntad de Dios ("líbranos de todos los peligros"), sino que más bien está conforme con lo que el mismo Jesús nos enseñó a pedir (Mt 6,13). Además, los dos títulos de madre de Dios y de virgen que se utilizan en esta plegaria corresponden a la más antigua tradición evangélica y eclesial. Este ejemplo clásico permite poner de manifiesto cómo la devoción popular tiende siempre a sintonizar con las exigencias del culto litúrgico. Las fantásticas noticias de los apócrifos se limitaron a satisfacer la natural curiosidad del hombre, pero sus intuiciones positivas repercutieron en el desarrollo del culto mariano.

En cuanto al compromiso ascético, la devoción mariana de los antiguos cristianos se expresaba en la imitación de un modelo de persona, caracterizado no tanto por las prerrogativas individuales de la Virgen como más bien por su actitud fundamental tipológica en la vida de fe y en la apertura total al don y a la acción del Espíritu Santo. La disponibilidad completa de la Virgen a la moción del Espíritu resultaba más fácilmente legible en su compromiso por una vida de perpetua virginidad. Ya Orígenes la presentaba como el modelo por excelencia de virginidad a las mujeres, al lado de Cristo, modelo de virginidad para los hombres; y será importante el influjo de este gran escritor cristiano en el movimiento monástico del s. iv, que verá en María el modelo clásico de las vírgenes consagradas.

2. LA ÉPOCA DE LOS >PADRES DE LA IGLESIA. A partir del s. iv, la devoción a María, acompañada de un adecuado desarrollo doctrinal, denota un incremento progresivo que conducirá al grandioso florecimiento del siglo siguiente.

En este período surgen las primeras herejías mariológicas históricamente verificables. Es conocida la reacción de san Epifanio contra los antidicomarionitas, que oscurecían la gloria de la madre del Señor negando su perpetua virginidad, y contra las distorsiones cultuales de una secta femenina llamada de las coliridianas, que ofrecían en sacrificio a la Virgen una especie de torta de harina. San Epifanio establece con claridad la distinción entre el culto de adoración que hay que rendir a Dios y el honor que se debe a María.

Más tarde, algunas obras apócrifas del s. v, llamadas Apocalipsis de la Virgen, atestiguan la existencia de una forma diversa de exageración cultual, que tendía a ampliar más de lo debido los límites de la bondad y de la misericordia de María, hasta el punto de atribuirle intervenciones de intercesión en favor de los condenados. Estas desviaciones, más allá de sus aspectos religiosos negativos, atestiguan que ya entonces existían ciertas tendencias populares en busca de formas espontáneas de culto mariano que se colocan, aunque sin oposición, en un plano distinto del plano litúrgico.

Que los cristianos invocaban directamente a María en sus plegarias personales lo confirma san Gregorio Nacianceno, que cita el ejemplo de dos vírgenes, Justina y Tecla, las cuales, viéndose en una necesidad particular, suplicaron a la madre del Señor que acudiera en su ayuda.

A este periodo se remontan las primeras noticias de >apariciones de la Virgen. Sozomeno nos informa de que en una pequeña iglesia de Constantinopla cierto poder divino distribuía gracias entre los enfermos y los necesitados. El historiador añade que era convicción común de que se trataba de la madre del Señor. A su vez, san Gregorio Niseno habla de una aparición de la Virgen a san Gregorio Taumaturgo. Prescindiendo de la cuestión de la historicidad de estas narraciones, conviene tener en cuenta el hecho de que ya por aquella época las apariciones de la Virgen no se consideraban como fenómenos imposibles o anormales.

Siempre por este período se ven aparecer otras formas de culto que se harían tradicionales en la historia de la piedad mariana. Se trata del culto a las imágenes, que, según san Basilio, estaba en conformidad con la tradición apostólica y no estaba prohibido en las iglesias; y de las peregrinaciones, atestiguadas por abundantes fuentes históricas y literarias.

A comienzos del s. iv cambia también la forma del compromiso ascético. Con el edicto de Milán (313), que concede a los cristianos la libertad de profesar su fe, llega a faltar la posibilidad del testimonio del martirio. En esta nueva situación asume gran importancia el testimonio de una nueva vida ascética radical, en cuyo contexto la virginidad se presenta como la respuesta más plena a las exigencias del evangelio del reino. María es venerada como modelo excelso de este tipo de testimonio. San Atanasio, refiriéndose a una exhortación dirigida a las vírgenes por Alejandro de Alejandría, escribe: "Tenéis además el género de vida de María, que es el modelo y la imagen de la vida propia del cielo". La virginidad llega a significar, en la iglesia de entonces, el compromiso mismo del cristiano entendido en su totalidad y radicalidad y se convierte prácticamente en sinónimo de santidad. Esta mentalidad hace que se superen definitivamente las pocas reservas que había enunciado algún padre de la iglesia a propósito de la santidad de María. Su título de virgen se encuentra cada vez más frecuentemente combinado con la calificación de santa.

Esta circunstancia y la conciencia cada vez mayoz de la importancia del papel representado por María dentro del misterio central de la encarnación hacen que el culto mariano evolucione hacia las dimensiones de un fenómeno grandioso que en el s. v está ya difundido por todas partes en oriente y en occidente.

Algunas solemnidades del Señor se convierten muy pronto en fiestas conjuntas (cf MC 6.7), en las que la celebración de la Virgen entra a formar parte de los esquemas litúrgicos [>Año litúrgico]. Es lo que ocurre en la segunda mitad del s. iv con las fiestas de Navidad y de la Presentación de Jesús en el templo (Ypapanté). El misterio de la Anunciación, antiguamente asociado al de Navidad, se convierte en el s. vi en objeto de una festividad autónoma. Aproximadamente por el año 431 vemos a la iglesia de Jerusalén celebrar el 15 de agosto el día de María Theotókos. Un siglo más tarde esta celebración asume otro significado. Bajo la influencia de escritos apócrifos que describen el tránsito de María de esta tierra al cielo, el 15 de agosto pasa a ser en oriente la fiesta de la Dormición y quiere conmemorar el dies natalis de la Virgen, análogo al que antiguamente se celebraba para los mártires y luego para los santos en general. Esta solemnidad pasó más tarde a occidente por diversos caminos y tomó la denominación de Asunción de María a los cielos [>Asunción].

Más adelante en el tiempo se fueron introduciendo otras festividades. A mediados del s. vi nos consta de la celebración de una fiesta de la >Natividad de María el 8 de septiembre, traída a occidente en el s. vii por los monjes bizantinos que emigraron a Roma. También en el s. vi nació históricamente la fiesta de la >Presentación de María en el templo, que pasó igualmente a occidente a través de los monasterios griegos de la Italia meridional. Lo mismo ocurre con la festividad de la Concepción, celebrada en oriente el 9 de diciembre y que surge más bien como fiesta de la concepción activa de santa Ana que como concepción pasiva de María [>Inmaculada].

Encontramos además a la Virgen inserta en las anáforas litúrgicas, que aparecen en gran número en oriente, a partir de las más antiguas de san Basilio v de san Gregorio Nacianceno.

El desarrollo histórico del culto mariano tiene al mismo tiempo como causa y como consecuencia un extraordinario florecimiento en la literatura litúrgica, sobre todo de himnos celebrativos y de homilías, que ven comprometidos los nombres más prestigiosos de la patrística tanto oriental como occidental.

3. LA EDAD MEDIA. Con la separación progresiva del imperio de oriente del mundo occidental, el culto mariano sufre una evolución distinta en la iglesia bizantina y en la occidental.

En oriente el cuadro histórico-social y cultural se presenta estable a lo largo de los siglos. El interés por la Virgen permanece ligado a la función que desarrolla en la encarnación y está siempre condicionado por el tipo de relación que se le atribuye respecto a su Hijo. La tendencia efesina la aleja, rodeándola de una especie de aureola de trascendencia y de divinización, mientras que la calcedonense exalta su vinculación a la persona del Salvador, que asumió la forma de siervo en condiciones de rebajamiento y de humildad. En los dos casos, su especial relación personal con el Hijo de Dios estimula cada vez más el recurso de los fieles a su oración de intercesión.

En occidente, por su parte, tenemos una sociedad que sufre profundas transformaciones. Las condiciones de inseguridad social, los peligros, las guerras provocadas por las invasiones y el proceso de asimilación de las poblaciones bárbaras en el territorio del imperio romano y de su inserción en la mentalidad y en la civilización clásica favorecen el culto de fuertes personalidades que se imponen y que consiguen conquistarse una posición de privilegio y de prestigio en el entramado social. En oposición a la afirmación de individuos fuertes en sentido personalista se sitúa la masa de la mayoría popular, que se esconde tras el anonimato y tiene necesidad de los primeros para que defiendan sus derechos elementales.

Este estado de cosas tiene su proyección en la vida de la iglesia, en donde las relaciones entre jerarquía y fieles evolucionan también en sentido personalista. Estos últimos se consideran cada vez menos como miembros vivos y activos de la iglesia, con una tarea propia y una responsabilidad peculiar, y tienden a ampararse tras la responsabilidad colectiva de la institución y a considerarse como simples súbditos. Los pastores y los ministros del culto, en lugar de ser servidores del pueblo de Dios, se presentan más bien como cabezas del mismo. En este contexto se llega a perder el sentido de la naturaleza maternal de la iglesia y se la considera ante todo como una sociedad jerarquizada.

De aquí nace una clara tendencia a sustituir a la iglesia por María, la maternidad eclesial por la de María. Se difunde de este modo una piedad mariana con características típicas de la conciencia medieval. Se advierte un fuerte individualismo en la práctica de la vida cristiana en general. en el que se consideran los valores personales como valores absolutos. También son sintomáticas la interpretación moralizante de las verdades de fe y la valoración preferentemente ética del obrar del hombre, considerado en sus aspectos privados. La concepción del misterio de la salvación es francamente individualista y los problemas que se plantean al cristiano en sus relaciones con Dios y con los demás se resuelven en una aproximación puramente intimista y sentimental.

En un clima religioso de este género, la Virgen queda envuelta para cada uno de los cristianos en una relación fuertemente individualista. Pero su imagen no es la de la madre humilde, obediente, servicial, ya que la gracia extraordinaria y las singulares prerrogativas de María no se consideran en ella como dones recibidos con vistas a un servicio en favor del pueblo de Dios, sino como una prerrogativa personal, consecuencia de sus relaciones únicas y privilegiadas con el Señor. A la exaltación de la sagrada jerarquía corresponde la exaltación de la Virgen, de la que se ponen de relieve la grandeza, la dignidad, la santidad y el poder. Como madre de Cristo, cabeza de la iglesia, María tiene un poder propio y verdadero y una autoridad sobre los fieles, que pertenecen al cuerpo de Cristo como miembros.

Sin embargo, esta posición de grandeza en la que quedó situada la Virgen no perjudica a la posibilidad de tener con ella unas relaciones personales. Los fieles sienten la necesidad de modelos de comportamiento religioso y los encuentran en la Virgen y en los santos. Su atención se desplaza de la consideración de su papel en la encarnación a la contemplación del misterio de su participación en el sacrificio redentor de Cristo, es decir, de Nazaret al Calvario. En el s. xu la piedad cristiana se complace en meditar en la presencia de María al pie de la cruz y atribuirle el ofrecimiento de un verdadero y propio sacrificio al eterno Padre, que la sitúa al lado del Hijo en la posición de una mediadora de la salvación. Por tanto, se la considera menos como madre del Salvador y más como su cooperadora. Esto explica el creciente interés por sus privilegios, por las cosas que se refieren a su persona y por las circunstancias de su vida.

Una actitud semejante podía llevar a manifestaciones de exagerada curiosidad por indagar sobre su existencia, actividad, pensamientos, convicciones y sentimientos. El arte y la literatura religiosa de aquella época demuestran lo fácil que era caer en esta tentación. El arte mariano del s. xii exhibe graciosas figuras de jóvenes vestidas con gusto y elegancia, según la moda de la época, o bien representaciones dramáticas de una Virgen al pie de la cruz., quebrantada por el dolor o a punto de desvanecerse. Los libros de devoción, de predicación y de teología se plantean cuestiones que interesan a las características somáticas de María, a sus reacciones psicológicas y emotivas.

Además, los cristianos de aquella época invocan a María como auxiliadora en las dificultades de la vida, sobre todo en su esfuerzo por garantizarse la salvación eterna, que representa el problema fundamental para el hombre de la edad media. Fiel a Jesús, incluso durante los días oscuros de su pasión y de su muerte, María sola era la iglesia de aquellos días. Por esto surge naturalmente en los fieles el instinto por colocar a la Virgen en una posición superior a la de la iglesia, casi entre la tierra y el cielo, entre la iglesia y Cristo, dispuesta según la doctrina de san Bernardo a interceder y mediar en favor nuestro. De aquí se sigue que María aparece como una verdadera madre espiritual de los creyentes, como la madre de misericordia, el socorro de los cristianos, títulos todos éstos muy comunes en la espiritualidad cluniacense.

Así pues, resulta que ha cambiado la perspectiva respecto al período patrístico. María no es considerada ya en su presencia al lado del Cristo terreno, sino al lado del Cristo celestial, en donde actúa en favor nuestro; no ya en sus intervenciones en la vida de Jesús, sino en su acción en la vida de la iglesia; no ya como madre de Dios, sino como madre de los hombres. El elemento cristológico sigue siendo constante en el sentido de que los cristianos, aunque menos conscientes de la relación entre María y el Cristo físico, consideraban las relaciones de María con la iglesia a la luz de la concepción de ésta como cuerpo místico del Señor.

4. LA EDAD MODERNA. En los últimos siglos de la edad media se deteriora notablemente la piedad mariana del pueblo cristiano. Los fieles encuentran en ciertas formas que rondan con la superstición, con el pietismo o con el sentimentalismo, una compensación de su incapacidad para comprender el significado y el valor de una liturgia que habla un lenguaje arcano e incomprensible.

Sin embargo, en este clima mariano de cierta decadencia la primera reacción protestante no fue de hostilidad y de rechazo. Lutero se situó entre los partidarios del privilegio de la inmaculada concepción y su comentario al Magníficat es sin duda una obra de auténtica devoción mariana. La oposición de los reformadores se limitó a ciertas aberraciones de la piedad mariana, que también denunciaban algunos católicos, como Erasmo. Estas aberraciones tienen su explicación en una mentalidad ampliamente difusa en la iglesia del tiempo. Se trata de la negativa a aceptar un mundo que se está renovando profundamente, bajo el impulso del progreso que afecta a gran parte de los valores humanos culturales, económicos y sociales. Pero puesto que ni siquiera en la iglesia faltan las ansias y los anhelos inconscientes de progreso, éstos tienen que replegarse en un proceso de involución frustrante. De aquí se deriva, para la conciencia, una normativa moral dictada por complejos de culpabilidad y por una necesidad obsesiva de rescate y de liberación. La ética jansenista ofrece un ejemplo significativo de esta mentalidad de rechazo.

La devoción mariana se siente también condicionada por este sustrato cultural. La grandeza moral de María y su santidad gravan casi como un peso aplastante sobre la miseria espiritual del hombre; esto no impide, sin embargo, que los cristianos la intuyan como un elemento compensatorio y reparador del mal humano. En esta línea se desarrolla una especie de escalada en la exaltación de sus méritos y en una devoción que asume a veces formas alienantes. Este fenómeno adquiere vastas proporciones especialmente en los países extraños a la reforma protestante, como Italia, Francia y España. Se difunden expresiones aberrantes de piedad mariana, de las que nos ofrece inequívocos testimonios la literatura devocional de la época. Se le atribuye a la Virgen en cierto sentido el título de diosa, se la señala como una especie de cuarta persona de la Trinidad. En España se difunde la práctica del llamado voto de sangre entre los defensores de la doctrina de la inmaculada concepción, que consistía en el compromiso de defender esta verdad incluso con el holocausto de la propia vida.

En muchos lugares se constituyen grupos denominados "Asociaciones de los esclavos de María". El culto a la Dolorosa es objeto de interpretaciones equívocas: se funda, por ejemplo, un movimiento de sacerdotes-víctimas, que se proponen revivir la agonía de la Virgen al pie de la cruz.

Por el contrario, en los países interesados por el fenómeno de la reforma, las exageraciones del culto católico a la virgen María tienen la consecuencia de favorecer en los protestantes un distanciamiento progresivo de la piedad mariana. Pero actúa también en este sentido un factor interno a la propia reforma; el principio de la sola Scriptura, interpretada individualmente a la luz del Espíritu, favorece la tendencia a la afirmación de la propia personalidad y a la autonomía, a una actitud de activismo y de iniciativa que contrasta con una cierta actitud pasiva y de renuncia, ligada al culto mariano de la época.

De todas formas, el esfuerzo por alejar a la Virgen de Jesucristo, junto al cual ella se presentaba como un modelo singular de colaboración subordinada, tiene efectos negativos tanto en la mentalidad protestante como en la católica. El solus Christus de los protestantes fue alejando poco a poco a la Virgen de su culto, como si se tratase de una persona inútil y de un elemento de perturbación. Por el contrario, la Virgen de los católicos, elevada indebidamente a cimas casi trinitarias, hace entrar en crisis un culto planteado así de forma incorrecta, bajo el peso de sus evidentes exageraciones. Llegamos de esta manera a un período de estancamiento a finales del s. xvnt [>Anglicanos; >Protestantes; >Reforma].

5. ERA CONTEMPORÁNEA. En la primera mitad del s. XIX se verifica una consistente recuperación de la piedad mariana a escala mundial, bajo el impulso de fenómenos carismáticos y prodigiosos. En 1830 tienen lugar las apariciones de la Virgen a santa Catalina Labouré, que llevan a la afirmación de la devoción a la medalla milagrosa; en 1846 la Virgen se aparece en La Salette; en 1854 se define el dogma de la inmaculada concepción; en 1858, en Lourdes, la Virgen se aparece a santa Bernardita.

Los principales temas marianos que polarizan la piedad de los fieles son la inmaculada concepción y la mediación. Pero el impulso devocional de los creyentes no se ve sostenido por una adecuada profundización doctrinal. Si se exceptúan unos pocos nombres absolutamente válidos, como los de Carlo Passaglia, Matthias Josef Scheeben y John Henry Newman, la mayor parte de la teología mariana de este período adolece de decadencia.

Pero el culto a la Virgen se desarrolla casi por reacción contra la mentalidad crítica de la época, que en el campo religioso se expresa en las tesis de la teología liberal protestante y del modernismo católico. Los fieles se aferran tenazmente y de forma acrítica a las enseñanzas y directivas del magisterio eclesial, que se muestran claramente favorables a la piedad mariana.

En el s. xx vemos surgir un verdadero y auténtico movimiento mariano, rico en objetivos e iniciativas. Los congresos mariológicos y marianos, que surgieron a finales del siglo anterior, se multiplican a escala nacional e internacional. El congreso de Lyon lanza en 1900 un movimiento que se propone obtener de Roma la definición dogmática de la asunción. Otro movimiento en favor de la definición de la mediación de María fue iniciado en 1921 por el cardenal Mercier, arzobispo de Malinas.

Con el pontificado de Pío XII la piedad mariana recibe un vigoroso impulso. En 1942, mientras se desata el segundo conflicto mundial, el papa consagra el mundo entero al inmaculado corazón de María. Toma de nuevo en consideración la cuestión de la asunción y llega a su definición dogmática el 1 de noviembre de 1950. Con la encíclica Fulgens corona, del 8 de septiembre de 1953, proclama año mariano el 1954 para conmemorar el primer centenario de la definición dogmática de la inmaculada concepción. Con la encíclica Ad coeli Reginam, del 1 1 de octubre de 1954, queda instituida la fiesta de María reina, que habría de celebrarse el 31 de mayo. El 8 de diciembre de aquel mismo año el pontífice corona en la basílica de san Pedro el célebre cuadro de María Sahrs populi roniani, venerado en la capilla Borghese de la basílica de Santa María la Mayor. También se recordó con especiales celebraciones, el año 1958, el primer centenario de las apariciones de Lourdes.

Pero a finales de los años cincuenta el magisterio de la iglesia manifiesta cierta vacilación y perplejidad frente a la reaparición de ciertas exageraciones evidentes en el culto mariano. Particularmente parecen estar fuera de lugar ciertas presiones por obtener la definición dogmática de la mediación y de la corredención de María. Algunos sectores católicos albergan un extraño temor de que disminuya la grandeza de la Virgen, al colocarla dentro de la iglesia y al venerarla como un miembro, aunque sea supereminente, de la misma. Ponen un celo inoportuno en procurar a la Virgen un puesto por encima de la iglesia, pareciéndoles insuficiente la afirmación de que ella pueda ejercer su función de representante de la humanidad redimida y de tipo de la iglesia, poniéndose dentro de la misma iglesia. El contraste entre estas dos posturas hará su aparición histórica en los debates de las asambleas del >concilio Vat II.

III. Fundamentos bíblicos y teológicos del culto a María

La legitimidad de un culto especial a la madre del Señor ha sido solemnemente reafirmada por el Vat II. Este culto se coloca por encima del que se le rinde a cualquier otra criatura, ya que María "fue exaltada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y los hombres" (LG 66); pero al mismo tiempo "difiere esencialmente del culto de adoración que se presta al Verbo encarnado, así como al Padre y al Espíritu Santo" (ib).

Este culto especial a María nació espontáneamente de la fe y del amor filial del pueblo de Dios y se ha convertido en un "elemento intrínseco del culto cristiano" (MC 56), formando "parte integrante" del mismo (MC 58). Así pues, su sujeto y su autor es el pueblo cristiano, que actúa bajo el impulso misterioso y eficaz del Espíritu Santo, causa última de todo acto sobrenatural.

Pero también al magisterio eclesial y a la teología corresponden competencias propias en este terreno. La iglesia tiene la misión de regular, guiar y estimular la piedad de los fieles; los teólogos pueden justificarla y asentar sus bases bíblicas y científicas.

El objetivo de la reflexión bíblico-teológica sobre la piedad mariana consiste en ayudar a los creyentes a captar en la persona de la Virgen la presencia de una relación maravillosa entre la realidad terrena y la fuerza sobrenatural; a ver actuada en su maternidad una de las más hermosas potencialidades humanas, es decir, la disponibilidad a la acción del Espíritu; a admirar y adorar en la concepción virginal del Verbo encarnado la intervención extraordinaria e inefable de aquel Dios que, haciéndose hijo suyo, quiso establecer una relación totalmente privilegiada con la madre. En cierto sentido María comparte la función del Padre celestial, engendrando ella sola, temporalmente, a aquel Hijo que en la eternidad es engendrado sólo por el Padre. Con el Verbo hecho hombre la Virgen contrae un vínculo indisoluble que la compromete de manera única en la economía de la salvación y que sitúa en términos de universalidad sus intervenciones en la vida del pueblo cristiano de todos los tiempos.

María se convirtió en el dócil instrumento del Espíritu Santo tanto para la generación carnal del cuerpo físico de Jesús como para la regeneración espiritual de su cuerpo místico. Por eso los fieles la reconocen y la veneran como verdadera madre de Dios y madre de los hombres.

Estas nociones, que el pueblo cristiano llega a comprender más a nivel intuitivo que racional y bajo la luz de la fe, pueden ser formuladas por la teología y por la exégesis bíblica en términos de argumentos capaces de manifestar el sólido fundamento sobre el que reposa el culto especial que rinde la iglesia a María.

1. LA ENSEÑANZA DE LA REVELACIÓN. La Sagrada Escritura nos ofrece pocas pero significativas afirmaciones que sitúan a la Virgen en una luz de excepcional grandeza y dignidad.

El evangelio nos dice que el ángel Gabriel no se limita a referir a la Virgen la propuesta divina de la que es legado, sino que le dirige unas breves y desconcertantes palabras de admiración y alabanza: "Salve, llena de gracia, el Señor es contigo... No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios... El Espíritu Santo bajará sobre ti, te cubrirá con su sombra la fuerza del Altísimo" (Lc 1,28-35). En labios de Isabel es el mismo Espíritu el que exalta la persona y la conducta de María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿A qué debo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, el niño saltó de gozo en mi seno. ¡Dichosa la que ha creído que se cumplirán las palabras del Señor!" (Lc 1,42-45). En estas palabras de Isabel, Pablo VI ve también una anticipación de la futura veneración de la iglesia (MC 56). Hay que añadir además la voz de una mujer anónima, que se quedó asombrada ante las obras y las palabras de Jesús: "¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!" (Lc 11,27). En este versículo la exaltación de la madre de Jesús es solamente indirecta y está fuera de las intenciones de la mujer; pero resulta más significativa precisamente por el hecho de que brota de la exaltación del Hijo, lo cual constituye el verdadero motivo de la exclamación de aquella mujer desconocida. Este providencial texto de Lucas es una confirmación anticipada de la verdad, que siempre ha sostenido el magisterio de la iglesia, de que la alabanza de María se resuelve en una alabanza a Dios, ya que los oficios y los privilegios de la santísima Virgen "siempre tienen como fin a Cristo, origen de toda verdad, santidad y devoción" (LG 67). Tenemos finalmente el testimonio profético de la misma virgen María, muy consciente de las grandiosas consecuencias que se derivarían de la intervención de Dios en su humilde existencia: "En adelante me llamarán bienaventurada todas las generaciones" (Lc 1,48). También el Vat II cita este texto para justificar el culto de la iglesia a la Virgen (LG 66).

En los evangelios encontramos dos afirmaciones que refuerzan más todavía la validez y la legitimidad del culto mariano. El primer evangelio nos presenta a María como la virgen madre del Emmanuel (Is 7,14), que ha venido a salvar a los hombres de su pecado (Mt 1,21-23). Como madre del Dios salvador, tiene derecho a una alabanza y veneración especial. El cuarto evangelio refiere el episodio de María al pie de la cruz, cuando Jesús la confió como madre al apóstol Juan (Jn 19,25-27). La tradición cristiana ha vislumbrado en las palabras del Redentor moribundo su voluntad de confiarle, en la persona de Juan, a todos los creyentes como hijos suyos espirituales. Por consiguiente, en atención a la voluntad de Jesús es como el cristiano ha de sentirse estimulado a establecer una relación cada vez más profunda de devoción y amor filial a la santísima Virgen.

Los argumentos bíblicos no son numerosos ni se expresan en términos apodípticos, pero tienen el mérito incomparable de situarnos frente a la voluntad y el comportamiento del mismo Dios para con su madre.

2. Los ARGUMENTOS DE LA TEOLOGÍA. El >magisterio eclesial y la reflexión teológica han proclamado siempre el principio de que entre la lex orandi y la lex credendi tiene que haber una completa y perfecta armonía. Este principio ha sido aplicado a la devoción mariana en los últimos documentos oficiales del magisterio de la iglesia. Pablo VI remachaba explícitamente el axioma de que el culto singular que se rinde a la madre del Señor corresponde al puesto singular que ella ocupa en el plano de la redención de Dios (MC, introducción). Citando la Lumen gentium, el pontífice expone algunos "sólidos fundamentos dogmáticos" del culto a la virgen María (MC 56).

Podemos resumirlos de la siguiente manera:

Sobre estas motivaciones que legitiman el culto a la santísima Virgen se está creando en la actualidad un consenso cada vez mayor entre los cristianos de las diversas confesiones. Es verdad que la aceptación de los motivos no coincide necesariamente con la práctica misma del culto; sin embargo, esto puede constituir un paso importante hacia la unidad de todos los cristianos en la devoción y alabanza de la madre de Dios. El temor que todavía sigue estando más difundido en diversas confesiones cristianas es que el honor que se rinde a la madre pueda en cierto modo disminuir u oscurecer el que hay que tributar al Hijo divino. La mariología católica, confortada por la enseñanza tradicional de la iglesia, defiende apasionadamente la tesis opuesta: cualquier forma correcta y legítima de culto que se dirija a María no puede menos de ser ad majorem Dei gloriam.

IV. La renovación del culto mariano según la "Marialis cultus"

El Vat I I asentó las bases para una amplia reforma litúrgica, que se introdujo en los años posteriores por obra de Pablo VI. En el ámbito de esta reforma también se ha visto directamente afectado el culto a la Virgen. En el nuevo calendario se han dispuesto las fiestas marianas de tal manera que contribuyen a poner de relieve las etapas más significativas de la historia de la salvación, en donde la figura central de Cristo se impone como el eje de la existencia cristiana. De este modo la celebración de la persona de María se revela como un reflejo del culto que se le rinde al Salvador,, con el que su madre está estrechamente asociada.

Pero es sobre todo con la exhortación apostólica Marialis cultus como Pablo VI se enfrenta expresamente con la cuestión del culto mariano en su conjunto. Su renovación constituye el tema de la segunda parte del documento pontificio, que comienza precisamente con un claro planteamiento de los términos del problema: "Sin embargo, como es bien sabido, la veneración de los fieles hacia la madre de Dios ha tomado formas diversas, según las circunstancias de lugar y de tiempo, la distinta sensibilidad de los pueblos y su diferente tradición cultural. Así resulta que las formas en que se ha manifestado dicha piedad, sujetas al desgaste del tiempo, parecen necesitar una renovación que permita sustituir en ellas los elementos caducos, dar valor a los perennes e incorporar los nuevos datos doctrinales adquiridos por la reflexión teológica y propuestos por el magisterio eclesiástico. Esto muestra la necesidad de que las conferencias episcopales, las iglesias locales, las familias religiosas y las comunidades de fieles favorezcan una genuina actividad creadora y, al mismo tiempo, procedan a una diligente revisión de los ejercicios de piedad a la Virgen; revisión que querríamos fuese respetuosa para con la sana tradición y estuviera abierta a recoger las legítimas aspiraciones de los hombres de nuestro tiempo" (MC 24).

Como todo fenómeno humano, el culto a María consta de expresiones dictadas por las circunstancias históricas, por la sensibilidad y la psicología de los creyentes, por las diferentes tradiciones culturales de los pueblos. Estos elementos pueden variar con el cambio de los tiempos, y a veces es necesario que sea así por diversas razones. Ante todo porque el culto puede caer en formas falsas o aberrantes. Pablo VI recuerda explícitamente algunas de estas desviaciones: la vana credulidad, el sentimentalismo estéril, la manía por curiosas novedades, la búsqueda de efectos milagreros, la mezcla de intereses personales, de aspectos comerciales y de beneficios económicos (MC 38; LG 67). En estos casos se hace urgente la renovación a fin de conseguir que las formas de piedad respondan a la verdadera naturaleza y a la auténtica finalidad del culto cristiano.

Además, sigue en pie la exigencia de adecuar las formas de la piedad a las instancias legítimas del pueblo de Dios, a sus justas aspiraciones, dictadas por la fe y por la devoción interior, ya que el culto es rendido por el hombre concreto, histórico, y no puede quedar subordinado a los dictámenes de una normativa puramente abstracta.

1. NOTAS CARACTERÍSTICAS. Por las razones indicadas, el culto mariano debe ponerse al día en conformidad con las actuales circunstancias de la vida cristiana. Sobre la base de estos principios, Pablo VI señala cuatro notas que deben caracterizar a una válida devoción a María en la iglesia de hoy y que "surgen de considerar las relaciones de la virgen María con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo— y con la iglesia" (MC 29).

a) Nota trinitaria. Está íntimamente exigida por el hecho de que el culto mariano es parte intrínseca del único culto cristiano. Efectivamente, éste "es por su naturaleza culto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo o, como se dice en la liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu" (MC 25). Por eso mismo todo honor que se le atribuya a María no puede detenerse en su persona, sino que tiene que resolverse en última instancia en una alabanza y en una acción de gracias al Dios trino, que exaltó a la virgen María a tan altas cumbres de santidad [>Trinidad].

b) Nota cristológica. María tuvo una inserción única y privilegiada en la economía salvífica, en donde la primacía de Cristo es absoluta y todo guarda relación con él, incluida su madre: "En la virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de él; en vistas a él, >Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu que no fueron concedidos a ningún otro. Ciertamente, la genuina piedad cristiana no ha dejado nunca de poner de relieve el vínculo indisoluble y la esencial referencia de la Virgen al Salvador divino. Sin embargo, nos parece particularmente conforme con las tendencias espirituales de nuestra época, dominada y absorbida por la "cuestión de Cristo", que en las expresiones de culto a la Virgen se ponga en particular relieve el aspecto cristológico y se haga de manera que éstas reflejen el plan de Dios, el cual preestableció "con un único y mismo decreto el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría" (MC 25; cf LG 66). El texto continúa recordando las ventajas que se derivarán de esta renovación cristológica de la devoción mariana: una consolidación de la piedad misma por la madre de / Jesús y un crecimiento del culto a Cristo, para que, "al ser honrada la madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas y en el que plugo al eterno Padre que habitase toda la plenitud, sea debidamente conocido, amado, glorificado y que, a la vez, sean mejor observados sus mandamientos" (LG 66).

c) Nota pneumatológica. Redescubrir la importancia de la intervención del >Espíritu Santo en María significa poner de manifiesto una riqueza teológica y espiritual incomparable de la tradición cristiana y subrayar un momento culminante de la acción del mismo Espíritu santificador en la historia de la salvación (MC 26). Por eso el pontífice exhorta a todos, pero "en especial a los pastores y a los teólogos, a profundizar en la reflexión sobre la acción del Espíritu Santo en la historia de la salvación y lograr que los textos de la piedad cristiana pongan debidamente en claro su acción vivificadora; de tal reflexión aparecerá, en particular, la misteriosa relación existente entre el Espíritu de Dios y la virgen de Nazaret, así como su acción sobre la iglesia; de este modo el contenido de la fe más profundamente meditado dará lugar a una piedad más intensamente vivida" (MC 27).

d) Nota eclesial. El lugar que María ocupa en el seno de la >iglesia no puede ser ignorado por los fieles, que deberán reconocerlo también en los actos en que expresan su culto para con ella (MC 28), que "en la iglesia santa ocupa, después de Cristo, el puesto más alto y más cercano a nosotros" (LG 54). Es ésta una riqueza que los latinos pueden recuperar ulteriormente del cristianismo oriental, entre quienes incluso los elementos arquitectónicos e iconográficos contribuyen a ponerla de relieve. El mismo Vat II, ilustrando la naturaleza de la iglesia como familia, pueblo y reino de Dios y como cuerpo místico de Cristo, abre un camino más fácil a la comprensión del papel de María en la misma iglesia y de su lugar en el misterio de la comunión de los santos. En efecto, María y la iglesia son dos realidades que poseen muchos elementos en común: las dos son fruto de la acción santificadora del Espíritu, las dos son madres de Cristo que colaboran en la regeneración y en la formación espiritual de sus miembros, las dos están unidas en una acción apostólica que tiende a hacer continuamente presente el reino de Dios en las realidades del mundo.

2. ORIENTACIONES. Para introducir y reforzar las mencionadas notas características del culto mariano, la exhortación apostólica expone algunas orientaciones que debe seguir la obra de renovación de la iglesia en la cuestión del culto mariano.

a) Orientación bíblica. La renovación bíblica es un fenómeno que interesa a casi todos los sectores de la vida cristiana y de la teología y, en el caso específico de la piedad, la >biblia se ha convertido por así decirlo en el "libro fundamental de oración" (MC 30). Esta afortunada situación es el resultado de un importante progreso de la exégesis y de la teología bíblica, de la difusión de la biblia entre el pueblo cristiano y seguramente de una misteriosa intervención del Espíritu Santo. De esta renovación bíblica el culto a la Virgen no podrá menos de sacar profundas ventajas. Efectivamente, "la biblia, al proponer de modo admirable el designio de Dios para la salvación de los hombres, está toda ella impregnada del misterio del Salvador y contiene, además, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, referencias indudables a aquella que fue madre y asociada del Salvador" (MC 30). Esta orientación no debe llevar solamente a una utilización literal de los textos, de los símbolos y de las imágenes de la Escritura, sino que debe conducir a sacar de los libros revelados la inspiración necesaria para componer oraciones, cánticos y textos que sirvan para la liturgia y para la devoción mariana. Pero es preciso sobre todo que el culto mariano "esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano" (ib), que encuentran en la biblia su inspirada elaboración. Los frutos de la aplicación de esta orientación son evidentes: los fieles, al rezar a María, se sentirán iluminados por la luz de la palabra divina y estimulados a comportarse según las enseñanzas y los ejemplos de la Sabiduría divina, encarnada en el seno de María, abandonando elementos puramente anecdóticos y numinosos en la piedad mariana, para afirmar los contenidos centrales y tradicionales y poner su vida cristiana en relación con ellos.

b) Orientación litúrgica. Después de que el Vat II reafirmase la posición privilegiada de la >liturgia en la vida orante de la iglesia, Pablo VI volvió sobre el mismo principio para remachar que "la liturgia, por su preeminente valor cultual, constituye una norma de oro para la piedad cristiana" (MC 23). Por eso hoy la iglesia, aunque estimula las prácticas marianas de piedad, recomienda que éstas "se organicen de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierta manera deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo cristiano, ya que la liturgia, dada su naturaleza, está muy por encima de ellas" (SC 13). Por tanto, la oración litúrgica debe cumplir una función educativa de la devoción popular. Hay dos prácticas marianas populares que se prestan mejor a dejarse impregnar de espíritu litúrgico: se trata del >Ángelus y del >rosario (MC 40-45); las dos se muestran eficaces y saludables también en la actualidad por su inspiración cristológica y bíblica [>Año litúrgico].

c) Orientación ecuménica. Si ya el Vat II aconseja a los fieles que en el culto a María eviten todo lo que pueda crear malentendidos con los hermanos separados (LG 67), la exhortación de Pablo VI, después de inculcar este consejo (MC 32), da un paso más considerando la impronta ecuménica del culto mariano como una consecuencia del carácter eclesial de este culto. Como tal, tiene que reflejar las preocupaciones de la iglesia, "entre las cuales sobresale en nuestros días el anhelo por el restablecimiento de la unidad de los cristianos" (ib). El papa no deja de destacar las preciosas aportaciones que otras confesiones cristianas siguen ofreciendo a la piedad mariana. Por consiguiente, el >ecumenismo debe entenderse no sólo como un empeño por hacer que los hermanos separados acepten la doctrina y el culto católicos, sino también como disponibilidad para acoger todo lo que ellos tengan de rico y de positivo en su devoción a la madre del Señor. Reconocer estos puntos positivos no supone que haya que cerrar los ojos a las divergencias que todavía nos separan, especialmente en lo que atañe a "la función de María en la obra de la salvación" (UR 20). Sin embargo, la MC confía que estos obstáculos no sean insuperables: "Como el mismo poder del Altísimo que cubrió con su sombra a la virgen de Nazaret actúa en el actual movimiento ecuménico y lo fecunda, deseamos expresar nuestra confianza en que la veneración de la humilde esclava del Señor en la que el Omnipotente obró maravillas, será, aunque lentamente, no obstáculo, sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en Cristo" (MC 33).

d) Orientación antropológica. Una renovación eficaz del culto marrano no puede prescindir de las adquisiciones seguras y comprobadas de las ciencias humanas. En particular, ha de tomar en consideración la difusa mentalidad moderna que pone al hombre y a la mujer en el mismo plano de la vida familiar, en la acción política y en el campo social y cultural. Un cierto tipo de devoción se limitaba a presentar a María como modelo sólo por su vida de retiro, de humildad y de pobreza. La MC hace observar que María es modelo no ya por el tipo de vida que llevó, sino porque en su situación concreta "se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios" (MC 35). Es normal que los creyentes hayan expresado siempre sus sentimientos de devoción a la Virgen "según las categorías y los modos expresivos propios de su época" (MC 36). Pero la devoción no está de suyo ligada a los esquemas representativos y a las concepciones antropológicas de una determinada época cultural; por eso sus expresiones concretas tienen que estar sometidas a una iluminada evolución. Si se compara la figura de María con las concepciones antropológicas y los contenidos culturales que condicionan a la mentalidad religiosa de hoy, será fácil ver, a la luz del Espíritu, cómo María se presenta verdaderamente como "espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo" (MC 37). En este orden de ideas, el papa cita como particularmente actual y significativo el comportamiento de María en el misterio de la anunciación, en donde da un ejemplo admirable de consentimiento activo y responsable a la encarnación del Hijo de Dios y de elección valiente del estado virginal como consagración total al amor de Dios. En el Magníficat se manifiesta como mujer que no tiene nada de "aceptación pasiva o de religiosidad alienante", sino que se muestra valiente a la hora de proclamar las preferencias de Dios por los pequeños y los oprimidos. En el Calvario, María se presenta como la mujer fuerte en las pruebas de la vida; una madre que no tiene nada de posesiva, abierta a una dimensión maternal universal [>Antropología; >Mujer].

Por encima de todas estas orientaciones, Pablo VI vuelve a confirmar la validez de un principio que ya había formulado el Vat II (LG 67): evitar "tanto la exageración de contenidos y de formas que llega a falsear la doctrina como la estrechez mental que oscurece la figura y la misión de María" (MC 38). Un sabio equilibrio entre estos dos extremos negativos hará que el culto a María sea cada vez más genuino, más sólido y vigorosamente dirigido a su meta final, que es "glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en una vida absolutamente conforme a su voluntad" (MC 39).

Así pues, el culto mariano, cuando es entendido y practicado rectamente, se convierte en un itinerario de gran crecimiento espiritual para los creyentes. No puede haber vida cristiana auténtica que no sea también mariana. Es una regla que vale para todos los tiempos.

L. Gambero