3. MARÍA, TESTIGO, INTÉRPRETE Y FUENTE DE INFORMACIÓN SOBRE EL NACIMIENTO DE JESÚS (LC 2, 19)

"María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas (= confrontándolas, interpretándolas) en su corazón". Es lo que afirma Lc 2,19. Aunque sobria en apariencia, esta mención de la Virgen tiene un valor excepcional. Para mostrar la riqueza de sus contenidos, aunque sea de forma no exhaustiva, es preciso en primer lugar situar el v. 19 dentro del marco de los vv. 8-20, de los que forma parte estructuralmente —es la perícopa claramente delimitada por los pastores que abren (v. 8: "Había en la misma región unos pastores...") y cierran la escena (v. 20: "Los pastores volvieron...")—, y además examinarlo a la luz de la teología lucana en su conjunto (evangelio-Hechos). En segundo lugar pasaremos a analizar el esquema literario lucano de la admiración-temor-incomprensión. Finalmente nos ocuparemos de la doctrina de Lucas sobre el testimonio, con las debidas aplicaciones al caso de María, primer eslabón de la tradición sobre el nacimiento del Salvador; se trata de una convicción que aflora en la reflexión cristiana ya desde el s. iv y que alcanza su punto más alto en el s. xii 37.

a) La figura de los pastores en Lc 2,8-20. Para determinar con aproximación menos incierta la figura y el papel de los pastores que acuden al pesebre de Jesús, es necesario tener en cuenta sobre todo los motivos pascuales que están presentes en la escena narrada por Lc 2,8-20. En ella el evangelista anticipa lo que la iglesia comprenderá y vivirá solamente a partir de la resurrección de Jesús. Se diría que los fulgores de la pascua iluminan hacia atrás la cuna de Belén. He aquí algunas de las resonancias pascuales presentes en Lc 2,8-20.

1) "La gloria del Señor —escribe Lucas (2,9)- los [= pastores] rodeó de luz". Será útil indicar que en el vocabulario lucano "la gloria de Dios (de Cristo)" guarda siempre cierta relación con la glorificación pascual de Jesús (Lc 9,26.31.32; 21,27; 24,26; He 7,55; 22,11).

2) Los títulos de Salvador y Cristo Señor. Al aparecerse a los pastores, el ángel les dice: "Os ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David" (v. 11). Se sabe que, según una norma de la teología lucana, tan sólo a partir de la pascua es como se reconoce y se confiesa a Jesús como Salvador (cf He 5,31; 13,23) y Señor-Cristo (cf He 2,36). Por tanto, no es verosímil que los pastores de Belén pudieran saludar en Jesús recién nacido al Salvador-Cristo-Señor y que anunciasen luego a todos un mensaje cristológico tan pleno.

Por otra parte sabemos que el mismo Jesús, durante su predicación pública, prohibió a los discípulos que esparcieran la noticia de que él era el Cristo de Dios (Lc 9,20-21; cf Mc 8,30; Mt 16,20) y les ordenó que no dijeran a nadie lo que habían visto en el monte de la transfiguración hasta que él resucitara de entre los muertos (Mc 9,8; Mt 17,9; cf Lc 9,36). Evidentemente (por lo que se refiere a Lc 2,8-20) estamos en presencia de una inverosimilitud, de un anacronismo, que manifiesta la influencia de la revelación pascual.

3) El vocabulario kerigmático de Lc 2,8-20. La estructura y el vocabulario de Lc 2,8-20 tienen grandes semejanzas con aquellos pasajes del NT (especialmente de los Hechos) en que se describe la acción de la iglesia apostólica que predica y vive el misterio de Cristo resucitado. Lo demuestra un interesante estudio de L. Legrand 39. Lo que hacen los pastores de Belén —argumenta este autor— es lo mismo que hacen los pastores de la iglesia primitiva.

¿Y qué es lo que hacen los pastores de Belén? Hablan (v. 18: laléo), es decir, dan a conocer (v. 17: gnorízo) a todos los que escuchan (v. 18: akoúo) la palabra-acontecimiento (vv. 15.17: réma) que han oído (v. 20: akoúo) y visto (vv. 15.17.20: oráo); y es el Señor el que les ha hecho conocer (v. 15: gnorízo) todo esto mediante lo que su ángel les dijo (vv. 17.20: laléo). Todos los que escuchan (v. 18: akoúo) se maravillan (v. 18: thaumázo), mientras que María por su parte conservaba (v. 19: synteréo) todas estas cosas.

¿Y qué es lo que hacen los pastores de la iglesia primitiva? Ellos, después de que el Señory sus ángeles les han concedido conocer (gnorízo) y ver (oráo) el acontecimiento de la resurrección, se ponen a hacer conocer (gnorízo) a todos lo que ellos mismos han visto (oráo). En efecto, proclaman-anuncian (laléo) el hecho (réma) a los oyentes (alcoúo). Ante este anuncio, todos se maravillan (thaumázo), mientras que la iglesia persevera (proskarteréo) en la palabra escuchada y explota en un himno de alabanza al Señor 39.

Estas analogías entre la acción kerigmática de los pastores de Belén por una parte y de los pastores de la iglesia primitiva por otra parecen estar muy bien condensadas en He 4,20 y Lc 2,20. Según He 4,20, Pedxo y Juan declaran ante el sanedrín: "Nosotros no podernos dejar de decir (laléo) lo que hemos visto (orá o) y oído (akoúoVuelve a aparecer aquí la tríada de los verbos "hablar-ver-oír", ya presentes en Lc 2,20: "Los pastores volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto (oráo) y oído (akoúo), según se les había dicho (laléo)': La revelación (laléo) tiene por objeto las cosas vistas (oráo) y oídas (akoúo).

4) Un hilo que enlaza la navidad y la pascua. Los ecos pascuales presentes en Lc 2,8-20 se hacen manifiestos igualmente en las diversas analogías que aparecen entre esta perícopa y el relato de Lc 23,53 y 24,1-35, relativo a la sepultura y a la resurrección del Señor. Estas analogías consisten en numerosos paralelismos de vocabulario y de temas entre los dos cuadros. Aquí me limitaré a señalar la presencia de un signo acompañado de una palabra que lo explica, tanto en Lc 2,8-20 como en Lc 23,53; 24,1-35. Más claramente: tanto para el nacimiento como para la resurrección llega desde el cielo un mensaje de revelación, que consta de una palabra y de un signo o, viceversa, de un signo y una palabra.

• Con ocasión del primer nacimiento, el de Belén, la palabra reveladora del ángel suena de este modo en su contenido esencial: "Os ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señoer, en la ciudad de David" (v. 11). -Así pues, el ángel manifiesta quien es ese 'recién nacido, su origen divino. Viene luego el ofrecimiento del signo en los siguientes términos: "Esto os servirá de señal: Encontraréis un niño envuelto" en pañales, reclinado en un pesebre" (v. 12). Los vv. 15-11 dicen de qué manera los pastores acuden presurosos a verificar el signo que les da el ángel.

• El segundo nacimiento, el de la resurrección, se caracteriza también por un signo., aclarado por una palabra.

El signo. La verdad es que en ninguno de los versículos de Lc 24 aparece el término signo (griego: séméion). Pero la ausencia de esta palabra es tan sólo material, no formal. En efecto, también Lucas conserva la frase de Jesús cuando hablaba de su resurrección como de un signo. Decía Jesús: "Esta generación es perversa; pide un signo, y no se le dará. otro que el signo de Jonás" (Lc 11,29; cf Mt 1 2,39-40).

El signo esta vez está en contraposición con el del nacimiento: no es ya un niño que yace en un pesebre, envuelto en pañales, sino una tumba vacía, en la que tan sólo quedan las fajas funerarias.

En cuanto al signo visible de la tumba vacía, he aquí algunos de los resultados de los textos lucanos, que (acordes con otras tradiciones evangélicas y como sirviendo de contrapunto) nos ayudan a reconocer la situación diferente de los dos nacimientos.

En efecto, en Belén los pastores encuentran al niño (Lc 2,12.16), lo ven (2,17). Pero en el sepulcro las mujeres, Pedro y el otro discípulo "no encuentran" el cuerpo del Señor (Lc 24,3.23.24), "no ven" al Señor.

En Belén, además, María envuelve en pañales al niño y lo pone en un pesebre (Lc 2,7). Para la sepultura, también José de Arimatea envuelve el cuerpo de Jesús en una sábana y lo pone en un sepulcro abierto en la roca (Lc 23,53).

Y he aquí el paralelismo antitético entre los dos nacimientos. Si en Belén el niño yacía envuelto en pañales (Lc 2,7.12), en pascua están sólo los lienzos (Lc 24,12), no ya el cuerpo de Jesús, como en el momento de la sepultura (Lc 23,53). Tal es la constatación de Pedro.

La palabra. Es la del ángel, que explica el motivo por el que en el sepulcro no está ya el cuerpo del Señor. El cambio de tenor en la situación (la cuna y el sepulcro) modifica sensiblemente el acento de la palabra respectiva.

En Belén, la presencia del recién nacido envuelto en pañales y reclinado en el pesebre planteaba este interrogante: ¿Quién es este niño? La respuesta, desconocida para los hombres, es dada por el cielo, por los ángeles.

En el sepulcro, la ausencia del cuerpo de Jesús y la presencia de sólo los lienzos suscitan otra pregunta: ¿Dónde está el Señor? La respuesta, desconocida para los discípulos, también procede esta vez del cielo, de los ángeles, que dicen: "No está aquí; ha resucitado" (Lc 24,6). Jesús de Nazaret, el crucificado, no tiene que ser buscado ya entre los muertos; está vivo (Lc 24,5.23; He 1,3). Adónde ha ido Jesús es algo que revela el mismo Jesús a los dos discípulos de Emaús: "¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria?" (Lc 24,26).

Así pues, podemos afirmar que, en analogía con el nacimiento en Belén, también para la resurrección se da un signo, que es el sepulcro vacío, y la palabra que lo explica, es decir, la de los ángeles y la del mismo Señor.

5) La confirmación de la tradición. La perícopa de Lc 2,8-20 ha sido objeto de preciosos comentarios ya incluso desde la antigua predicación cristiana. Tenemos textos, por ejemplo, de Orígenes (+ 253/254), de Ambrosio (+ 397), de Cromacio de Aquileya (+ 407/408), de Jerónimo (+ 419/420), de Cirilo de Alejandría (+ 444), de Gregorio Magno (+ 604), de Beda (+ 735), de un anónimo irlandés del s. viii, de Esmaragdo (+ h. 835), de Teofilacto de Bulgaria (+ 1108), de Bruno de Asti (+ 1123)40...

Ante todo, los mencionados padres y escritores eclesiásticos reconocen un sentido literal, es decir, histórico, subyacente a la escena de Lc 2,8-20. La intención del evangelista es la de narrar un hecho sucedido realmente, es decir, la visita de los pastores al niño recién nacido.

En segundo lugar, con el sentido literario-histórico de fondo ellos relacionan un segundo significado, llamado alegórico-místico-espiritual, términos bastante conocidos en la exégesis patrístico-medieval. 'Y al determinar cuál es este segundo sentido alegórico, los padres y los escritores eclesiásticos muestran un acuerdo sorprendente en cuanto a la sustancia de sus homilías. Los pastores de Belén —enseñan-- son figura de otros pastores, o sea, de los pastores de la iglesia, de todos aquellos que tienen la tarea de instruir y de gobernar las almas de los fieles. Por consiguiente, para ellos los pastores de Belén son mucho más que unos simples pastores. Estos, según el espíritu de los comentarios citados, son ya los precursores de la misión evangelizadora que incumbe a los futuros pastores de la iglesia después de pascua. Con razón observaba san Ambrosio: "No creas que es despreciable la figura de los pastores... y que tienen poca importancia sus palabras... Incluso María aprende la fe de sus labios; son ellos los que reúnen al pueblo en la alabanza de Dios" (Expositio evangelii sec. Lucam, 1. II, 50,53-54: CCL 14/ IV, 54).

6) Conclusión sobre el género literario de Lc 2,8-20. Tomando como base los escritos de Lucas y los testimonios de la tradición, hemos intentado destacar algunos temas pascuales que es posible reconocer en Lc 2,8-20. Ahora, precisamente para comprender mejor la figura de los pastores de Belén, intentemos trazar una definición de su género literario. ¿Cuál podría ser? ¿Solamente historia? ¿Solamente doctrina? ¿O bien las dos cosas juntamente?

Como respuesta, yo diría que Lc 2,8-20 es un midrash finamente elaborado; dentro de él podemos discernir un fondo exiguo de crónica, sobre el que el evangelista pone algunos elementos catequéticos de clara inspiración pascual.

¿Cuál es ese fondo de la crónica? Podría ser simplemente éste. Belén, ya en la tradición antigua, era una zona de gente dedicada al pastoreo (cf ISam 16,4). Por eso no es extraño que en los alrededores del lugar donde nació Jesús (una cueva, como quiere la tradición ya desde el s. II), hubiera algunos pastores guardando el rebaño; quizá se trataba de los mismos propietarios de la cueva-establo, como piensan algunos 41. Al enterarse del nacimiento de un niño cerca de ellos, acudieron a hacer una visita de cortesía a los padres y al recién nacido. Y también de aquel episodio quedó un recuerdo indeleble en el ánimo de María. Por tanto, lo que realmente aconteció en la cuna de Jesús parece que tiene que restringirse en sustancia a los vv.8.16.19: "Había en la misma región unos pastores acampados al raso y velando sobre sus rebaños... Fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño reclinado en el pesebre... (Y) María guardaba todas estas cosas... en su corazón".

Partiendo de este núcleo de crónica el evangelista desarrolló hábilmente un sugestivo comentario, denso en resonancias que procedían sobre todo del misterio pascual, conocido, predicado y vivido en la comunidad para la que escribía. Y a propósito de esos ecos, hemos de decir que Lucas sabe muy bien hablar in medio ecclesiae, es decir, a unos hermanos iluminados por la fe en la resurrección. Por eso, en este punto del relato del nacimiento de Jesús, los toma de la mano, por así decirlo, los conduce al pesebre y allí los introduce en el corazón del acontecimiento que acaba de narrar. Y para conseguir su objetivo, anticipa en la cuna de Belén los esplendores de la pascua.

Los efectos de esta transposición son evidentes. Los pastores de Belén, rodeados en la gloria del Señor con la aparición del ángel (v. 9), se convierten en figura de otros pastores, a saber: los pastores de la iglesia (los apóstoles y los discípulos colaboradores suyos). Apareciéndoseles el Señor mismo (o sus ángeles), les ha dado a conocer el gran acontecimiento de la resurrección (cf Lc 2,15 y Heb 2,3). Las palabras del ángel a los pastores son en realidad la iluminación que el misterio pascual proyecta hacia atrás sobre el nacimiento de Jesús según la carne, en la ciudad de David.

Con el hoy de la pascua, Cristo pasa de su sepulcro a la gloria (cf Lc 24,26; He 2,24). El Padre manifestó de esta manera que él es Señor-Cristo, es decir, un mesías divino. Por consiguiente, he aquí el interrogante que se le plantea a la iglesia. Si fue ése el éxodo de Jesús desde el sepulcro hasta el cielo, ¿cuál fue su entrada desde el cielo a este mundo? ¿Cómo fue su nacimiento? ¿Cuáles fueron sus orígenes humanos según la carne? ¿Cesó quizá de ser Dios cuando se hizo hombre? Ésta parece haber sido la serie de interrogantes, compendiada en la exhortación que los pastores se dirigen mutuamente: "Subamos de nuevo [diélthomen] 42 a Belén y veamos... "(Lc 2,15). O sea, como consecuencia de la pascua hay que volver a Belén con ojos nuevos, para confesar la verdadera identidad del niño recién nacido y la función que representan María y José a su lado.

En realidad, ahora que Cristo ha entrado en su gloria (cf Lc 24,26), los pastores de la iglesia saben que ese niño es el Salvador-Cristo-Señor (v. 11; cf He 5,31; 13,23.30; 2,36). Es un mesías divino, de origen celestial; sin embargo, dice el ángel, "os ha nacido" (v. 11), ha nacido para vosotros. El que ese mesías celestial haya entrado realmente en nuestro mundo "para todo el pueblo" (v. 10), lo demuestra la presencia de dos personas en el pesebre (v. 16): María, que lo revistió de carne humana en virtud del Espíritu Santo, y José, su padre legal (Lc 3,23), que, al ser descendiente de la casa de David (Lc 1,27; 2,4), sitúa al niño en un grupo humano bien definido. Si además ese niño une en su persona a Dios y al hombre, es lógico que su aparición entre nosotros sea motivo de alabanza a Dios en lo más alto del cielo y de paz en la tierra a los hombres que él ama (v. 13b-14).

Del mismo modo, los pastores de Belén que, después de constatar el signo, dan a conocer todo lo que les habían dicho de aquel niño (v. 17), son una vez más figura de la actividad evangelizadora de los pastores de la iglesia. La pascua les ha hecho comprender la identidad profunda de Jesús desde su nacimiento según la carne. Así pues, para dar testimonio íntegro y veraz, no pueden callarse lo que han visto y oído (He 4,20 y Lc 2,20). Obedeciendo por tanto al mandato del Señor resucitado (Lc 24,48; He 10,42; cf Mc 16,15; Mt 28,18-20, y Heb 2,3-4), predican a todos que él, ya a partir de sus orígenes humanos, es el Salvador (cf He 5,31; 13,23.30, y Lc 2,11a), Cristo Señor (cf He 2,36 y Lc 2,11 b). El niño de Belén, nacido de María esposa de José, es el mismo que al resucitar de entre los muertos se revela como Cristo Señor, es decir, mesías divino.

El anuncio es de tal categoría que supera toda comprensión humana; por tanto, es natural que la gente se sienta llena de asombro y de desconcierto (cf He 2,6-8.12-13.15; 3,10. 11.12; 9,21; 10,45-46..., y Lc 2,18). Sin embargo, no basta con esta primera reacción epidérmica. Es necesario recordar toda la vida histórica de Jesús de Nazaret, comenzando por la encarnación, para interpretarla en consecuencia de la gran iluminación pascual; así es como lo hace María (cf He 2,14ss; 3,12ss; 9,22..., y Lc 2,19). Y entonces los apóstoles, llenos de gozo por la revelación que la pascua proyecta también sobre Belén (cf Lc 2,15d-20b), entonan un himno de alabanza al Señor por todas las cosas que ha hecho (cf Lc 2,20 y Lc 24,53; He 4,21.23; 11,18; 13,48; 21,20).

En una palabra, resulta difícil sustraerse a la impresión de que Lc 2,8-20 pertenece más bien a los Hechos que al tercer evangelio. En esta perícopa parece reflejarse la catequesis sobre el nacimiento de Jesús, tal como se le comprendía y se le anunciaba en la iglesia apostólica de los orígenes, a la luz de la resurrección. La pascua orienta hacia la navidad: "Volvamos a Belén y veamos..." (Lc 2,15). Del éxito de esta comprensión retrospectiva nacerán los evangelios de la infancia.

b) El esquema lucano de la "admiración-temor-incomprensión". Casi todos los comentadores observan atinadamente que Lc 2,19 está unido mediante la partícula griega al v. 18, en donde se afirma: "Todos los que lo oían se admiraron (etháumazan) de lo que decían los pastores". Y luego el v. 19 prosigue diciendo: "María, por su parte (dé), guardaba todas estas cosas, interpretándolas en su corazón".

Por consiguiente, la meditación de María se ambienta en un contexto de admiración, causada por la predicación de los pastores.

Este hecho no es de poca importancia para comprender el estilo de Lucas. Efectivamente, en el tercer evangelio y en el libro de los Hechos hay otros muchos episodios en los que se concede un énfasis especial al concepto de admiración. Este sentimiento de asombro se expresa en primer lugar mediante el verbo thaumázo (maravillarse) y además por otros trece términos afines que aparecen en paralelismo con dicho verbo 43.

Si hacemos un examen cuidadoso de los textos en que se emplea el verbo maravillarse y otras voces análogas, vemos que dichos pasos (hemos señalado unos veinte) están estructurados según un esquema constante, que se articula por así decirlo en cuatro momentos 44.

1) Un gesto fuera de lo ordinario. En primer lugar se describe un hecho no común, que tiene algo de sensacional. Se trata en la práctica de episodios en donde está en juego normalmente una revelación, como la aparición de uno o de varios ángeles, o bien del Señor resucitado, la predicación del Bautista, la predicación de Jesús con los prodigios que la acompañaban, el milagro de pentecostés, las curaciones realizadas por Pedro, por Pablo...

2) La admiración-estupor. Frente a estas manifestaciones de carácter extraordinario, los destinatarios o los testigos de las mismas se sienten captados por el sentimiento de lo maravilloso, por la sorpresa que los llena de asombro. De forma directa o equivalente, la admiración tiene como objeto la identidad, el misterio de la persona que realiza esos gestos, o por la cual se realizan éstos. La mayor parte de los casos se refiere a Jesús: su figura, sus acciones...

3) La explicación interpretativa. Viene luego una respuesta clarificadora sobre los hechos, sobre las palabras que han causado esa admiración-estupor. En orden al tema que nos ocupa en estos momentos, hemos de prestar atención a un fenómeno constante en este tercer momento del esquema. A saber: quien ofrece la explicación iluminadora será el mismo ángel que se les aparece o bien la persona misma que ha realizado un prodigio o que ha pronunciado palabras de revelación, de doctrina nueva. Por lo que se refiere a la resurrección de Jesús, que es fruto únicamente del poder divino, serán los ángeles o el Señor resucitado. Como diremos más ampliamente a continuación, la única excepción que se da en este sentido es precisamente la de Lc 2,17-19, el paso que estamos examinando.

4) La reacción última de los destinatarios. Como conclusión de la intervención explicativa se describe la actitud de los que escuchan. Puede ser de tres géneros: acogida del mensaje, rechazo o bien (es el caso de las profecías de Jesús sobre su muerte y resurrección) la ignorancia-incomprensión, que perdura a pesar de las palabras del Señor.

Una vez hecha esta premisa sintética sobre el esquema lucano de la admiración-temor-incomprensión, citemos como ejemplo dos de estos pasos, subdividiéndolos en los cuatro puntos señalados. Añadiremos luego un tercer pasaje, el de Lc 2,17-20, debido a su especial conformación.

Lc 1,26-38: 1) El ángel Gabriel, como enviado de Dios, se aparece a María (vv. 26-38). 2) María se queda turbada y se pregunta qué clase de saludo sería aquél (v. 29). 3) El ángel explica a continuación a María el sentido de su anuncio (vv. 30-33); María plantea una pregunta y el ángel la ilumina de nuevo (vv. 34-37). 4) María consiente gozosa en la propuesta de Dios (v. 38).

Hechos 3,1-4,4: 1) Pedro cura al cojo que estaba sentado en la puerta del templo, llamada Hermosa, pidiendo limosna (vv. 1-8). 2) Todo el pueblo se queda asombrado y maravillado (v. 10); y mientras el pobre hombre, curado, se mantiene junto a Pedro y Juan, todos corren hacia ellos, fuera de sí por el asombro (v. 11; cf el v. 12). 3) Pedro, al ver aquello, se dirige al pueblo y se preocupa en primer lugar de deshacer una falsa interpretación de lo ocurrido (v. 12); luego revela su sentido oculto: no ha sido el poder o la piedad de los dos apóstoles lo que ha devuelto el vigor a aquel cojo (v. 12), sino la fe en el nombre de Jesús resucitado (vv. 15-16). 4) La reacción es doble: los sacerdotes, el capitán del templo y los saduceos encarcelan a los dos apóstoles (4,1-3); pero muchos creen "y el número de los creyentes llegó a unos cinco mil" (v. 4).

Lc 2,17-20: una excepción al esquema. En este punto recogemos, para profundizar en ella, la observación que hacíamos hace poco. Lc 2,17-20 pertenece a esa serie de pasajes lucanos (evangelio-Hechos) que están estructurados según el género literario de la admiración-temor-incomprensión. He aquí los cuatro pasos del mismo: 1) Los pastores, después de ver el signo, dieron a conocer la palabra reveladora que habían oído del ángel (vv. 17,18b). 2) Todos los que escuchaban se llenaron de admiración (griego: etháumazan) por las cosas que decían los pastores. 3) Pero María conservaba estas cosas, intentando interpretarlas en su corazón (v. 19). 4) Los pastores vuelven dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había anunciado.

Pues bien, mirando atentamente las cosas, Lc 2,17-20 parece un hecho singular, que presenta una excepción respecto a los otros pasajes de la misma categoría. La anomalía consiste en lo siguiente. El tercer momento del esquema ilustrado anteriormente se dedica de ordinario a la explicación del hecho extraordinario que ha suscitado el asombro. Se trata de una propia y verdadera interpretación, y la persona encargada de esta función explicativa es normalmente la persona misma que ha realizado el gesto sensacional. Pero en este caso Lc 2,17-20 se sale del esquema. Los pastores proclaman lo que se les ha revelado sobre el niño (v. 17). Todos los que escuchan este mensaje se llenan de admiración por lo que les dicen los pastores (v. 18). En este punto, el esquema exigiría que fueran los mismos pastores los que ofreciesen nueva luz sobre lo que habían predicado; así lo hicieron el Bautista, Jesús y los apóstoles. Pero el evangelista pone aquí en escena la figura de María, que "conservaba todas estas cosas, interpretándolas en su corazón" (v. 19). ¿A qué se debe esta excepción? La razón de la misma tiene que buscarse probablemente en el concepto que tiene Lucas del testimonio.

c) La doctrina lucana sobre el "testimonio". En breves palabras, el argumento puede enunciarse así. Dar la explicación debida de los hechos de la vida de Jesús es una forma de testimonio. Pues bien, en la teología de Lucas el testimonio requiere, entre otras cosas, la condición indispensable de haber visto personalmente aquellos mismos hechos, desde el principio. Intentemos, pues, aclarar el doble elemento de este requisito acudiendo al tercer evangelio y a los Hechos, para hacer luego la debida aplicación al caso de María.

1) El testimonio ocular. Están en posesión de este requisito las diversas personas que llevan el anuncio de la resurrección, a la luz de la cual es posible entender el sentido de todo lo que Jesús hizo y dijo durante su ministerio prepascual. He aquí cuáles son esas personas: a) las mujeres que, al volver del sepulcro, dicen a los Once y a los demás que Jesús está vivo (Le 24,9.10.23); b) los dos discípulos de Emaús, que refieren a los Once y a los demás lo que les ha ocurrido en el camino (Le 24,13-35); c) los Doce en general (He 1,21-22) y Pedro en particular, el cual habla también en nombre de los Once en varias ocasiones, como el día de pentecostés, cuando la curación del cojo, ante el sanedrín o en casa de Cornelio (He 2,14-40; 3,12-26; 4,8-12; 10,34-43).

Todos ellos han seguido a Jesús, desde que comenzó su ministerio público. En efecto, las mujeres que descubren la tumba vacía "habían venido con Jesús de Galilea" (Le 23,55; cf 8,1-3). Los discípulos de Emaús están entre aquellos a los que el Resucitado "se les apareció durante muchos días (y) que habían subido con él de Galilea a Jerusalén" (He 13,31); y ellos, en realidad, se consideran como formando parte del grupo de "los nuestros" (Le 24,24), es decir, de las mujeres (Le 24,22), de los Once y de todos los que estaban con ellos (Le 24,9.10.33). Además, los apóstoles, a quienes corresponde el testimonio primero y fundante de la resurrección, estuvieron con Jesús durante todo el tiempo que él vivió en medio de ellos, "a partir del bautismo de Juan hasta el día en que fue: elevado a lo alto" (He 1,21-22).

2) "Desde el principio': Con esta última formulación de He 1,21-22 (que acabamos de citar), Lucas delimita los dos polos dentro de los cuales se desarrolla la historia de "lo de Jesús de Nazaret, un hombre que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo" (Lc 24,19). El punto de partida, el principio de estos acontecimientos, es designado por Lucas con la expresión adverbial "desde el principio" (Le 1,2), y luego mediante el verbo "comenzar" (Lc 3,23; 23,5; He 1,22; 10,37: "comenzando"; He 1,1: "comenzó"). En la práctica, el extremo inicial de estos acontecimientos está marcado por el bautismo de Juan (He 1,22; 10,37; cf Lc 3,21-23; 4,14-15.18ss). Y el extremo final coincide con la resurrección-ascensión del Señor (He 1,2.22; 10,40-41). Dentro de estos límites se encierra —como dice san Pedro— "todo el tiempo en que el Señor Jesús vivió (literalmente, entró y salió) en medio de nosotros" (He 1,21).

El área geográfica o (por así decirlo) el teatro de la acción en que se mueve Jesús se designa con la expresión: "Por toda Judea (= Palestina), empezando por Galilea" (He 10,37), "en la región de los judíos y en Jerusalén" (He 10,39), "por toda la Judea, es decir, desde Galilea hasta aquí" (= Jerusalén; He 13,31). El tercer evangelio, como es sabido, configura el ministerio público de Jesús como un gran viaje que parte de Galilea (Le 4,14; cf He 10,37) para acabar en Jerusalén (Le 18,31).

Pues bien, los testigos enumerados anteriormente, los que gozaron de las visiones del Resucitado durante muchos días, son precisamente los que subieron con Jesús desde Galilea a Jerusalén (He 13,31). Es decir, son los que presenciaron personalmente el ministerio público de Jesús, "desde el principio".

Por tanto, la conclusión es patente. Para dar la justa interpretación de los gestos de salvación realizados por Jesús, para ser testigos verdaderos de esos acontecimientos que suscitan tanta admiración, hay que haberlos visto con los propios ojos desde su comienzo (cf Lc 1,2). Éste es seguramente uno de los requisitos para convertirse en exegetas de la economía salvífica que se nos ha ofrecido en Jesucristo.

3) La situación de María. Hecha esta premisa, son fáciles de intuir las consecuencias para la reflexión sobre la Virgen. Si los apóstoles, los discípulos y las mujeres fueron testigos oculares y partícipes del ministerio público de Cristo, ¿quién pudo serlo para los años oscuros de la infancia más que María, su madre? Efectivamente, ella, y también esta vez por delante de los discípulos, siguió a Jesús en aquel período desde Galilea (cf Lc 1,26) hasta Jerusalén (cf Lc 2,5la). Por eso, solamente ella, frente a la admiración que suscitaba el anuncio de la resurrección transmitido por los pastores de la iglesia, podía pensar de nuevo en las circunstancias del nacimiento de Jesús, "interpretándolas en su corazón" (Lc 2,19b), como escribe Lucas utilizando el participio symbálloúsa (de symbállo).

La acepción básica de este verbo es la de compulsar dos o más realidades, tanto si se trata de personas como de cosas 45. En la liturgia griega profana, desde la época de Píndaro (s. vi a.C.) symbállo designa muchísimas veces la actividad de la mente que, comparando entre sí diversos aspectos de un acontecimiento o de una situación, llega a formular una interpretación bien definida, una visión clara, una exégesis (se diría) de los hechos en torno a los cuales se ejercita la mente, con la intención de encontrarles una explicación. Y todo ello es el resultado de una reflexión que tiene en cuenta muchos elementos e indicios.

Esta semántica de symbállo adquiere un relieve más marcado todavía, por ejemplo, en el caso de los oráculos transmitidos de parte de los dioses en los respectivos santuarios. Esos oráculos contienen con frecuencia aspectos oscuros, enigmáticos, que suscitan perplejidad, admiración, asombro... Es función del intérprete de oráculos (llamado cresmólogo) descodificar el sentido genuino de aquellas respuestas. Y la sentencia del cresmólogo, que ofrece la explicación exacta de lo que ha dicho la divinidad en términos velados, es lo que expresa puntualmente el verbo symbállo.

Así pues, para terminar con la exposición de este párrafo relativo al esquema lucano de la admiración-temor-incomprensión, podemos decir que Lc 2,17-20 pertenece a ese género de pasajes, pero con la excepción que antes señalábamos. La razón plausible de esta diferencia en Lc 2,17-20 se debe al hecho de que María —y no los pastores— estaba en disposición de penetrar la primera el misterio del nacimiento, después de que Jesús resucitó de entre los muertos. Entre los miembros de la iglesia apostólica ella era la única que había sido protagonista de la encarnación del Hijo de Dios.

Efectivamente, a partir del s. 4 v, los padres y los escritores eclesiásticos señalan en María la fuente adonde fue a beber la comunidad de los primeros cristianos para las noticias relativas al origen humano y a los primeros años del Salvador. María "conservaba todas estas cosas en su corazón", para transmitir luego a la iglesia los frutos de su larga meditación contemplativa.

Hasta el s. xii (es éste el período más rico de los mencionados testimonios) se pueden señalar las voces de Efrén (+ 372), Ambrosio (+ 397), el "Chronicon pascale" (s. vii), Beda el Venerable (+ 735), Aimón de Alberstadt (+ 835), Pascasio Radberto (t h. 859), Herberto de Losingen (t 1119), Bruno de Segni (+ 1123), Eadmero (+ 1124), Ruperto de Deutz (+ 1130), Zacarías de Besan-Ion (+ 1155), Guerrico de Igny (+ 1157), Amadeo de Lausanne (+ 1 159), Elredo de Rielvaux (+ 1167), Henrique de Marcy (+ 1189), Honorio de Autún (s. xii), Randolfo el Ardiente (+ 1200), Pedro de Blois (+ 1204) 46.

CONCLUSIÓN. Se puede afirmar que las consideraciones elaboradas en torno a Lc 2,19 convergen todas en este punto. La iglesia apostólica (en la persona de sus pastores) tomó conciencia de que María era un trámite obligado para llegar a conocer los albores de la encarnación. Solamente ella tuvo una experiencia directa de aquellos hechos y los recordó asiduamente hasta conseguir la plena inteligencia de los mismos, gracias sobre todo a la revelación pascual.

A. Serra
DicMa 323-333