AKÁTHISTOS
DicMA

 

SUMARIO: 

I. El nombre 

II. Importancia 

lll. Estructura métrica

IV. Presentación temática: 
1.
Las dos partes del himno; 
2. Metodología mistagógica; 
3. Tres palabras-clave 

V. Teología 

VI. Autor y tiempo de la composición 

VII. Arte y piedad popular 

VIII. Valor ecuménico.

 

I. El nombre

El Akáthistos (palabra que a menudo pasa al español con el término acátisto) es un gran himno litúrgico de la antigua iglesia griega, una larga composición poética estudiada orgánicamente para celebrar el misterio de la madre de Dios.

Lleva un nombre singular: una rúbrica litúrgica transformada en nombre propio. En griego, el término akáthistos (de a privativa y el verbo kathistomai, "sentarse' quiere decir: no sentado, es decir, puesto de pie. Se trata, pues, de un himno que, a diferencia de los demás de la liturgia bizantina, se debe cantar y escuchar por completo estando de pie, como el evangelio, en señal incluso externa de atención reverente.

Con este nombre de repertorio, que sustituyó al título original, la iglesia de oriente, unida todavía por aquellos tiempos a la de occidente, quiso hacer suyo este himno, considerándolo como expresión privilegiada de su propia doctrina y piedad secular hacia la madre de Dios.

 

II. Importancia

El Akáthistos no está sacado de los archivos y nunca estuvo sepultado en las bibliotecas; lleva ya quince siglos viviendo en el corazón de innumerables generaciones, que sacan de él alimento y verdadera devoción a la Virgen. No cabe duda de que es el himno mariano más hermoso de la antigüedad y de todos los tiempos, monumento literario de primerísima calidad, obra maestra litúrgica de importancia eclesial. En el rito bizantino ocupa un lugar privilegiado; efectivamente, goza de su propia fiesta litúrgica el sábado 5.° de cuaresma, llamado precisamente por eso sábado de Akáthistos; más aún, se celebra también parcialmente en los precedentes cuatro sábados de cuaresma o en la tarde del viernes, para mayor comodidad de los fieles, con oficio propio, entrelazado de salmos y plegarias y con el canon de José el Himnógrafo (composición poética del s. IX).

En muchas ocasiones sirvió, y sirve todavía, de himno de acción de gracias. La ciudad de Constantinopla, consagrada a María, cuando se veía asediada por los bárbaros recurría a su protección; y después de haber experimentado casi sensiblemente su poder, le daba gracias con vigilias y cánticos en su honor. Según el relato del Sinaxario, el Akáthistos habría tomado su nombre precisamente de estas celebraciones nocturnas de agradecimiento a María: "Celebramos esta fiesta en recuerdo de las prodigiosas intervenciones de la inmaculada madre de Dios. Este himno fue llamado Akáthistos, como privado de espacio para sentarse, ya que todo el pueblo estuvo la noche entera cantando en pie este himno a la madre de Dios; y mientras que en todas las demás estrofas se acostumbra estar sentados, en ésta de la madre divina todos nos ponemos de pie para escucharla" (PG 92,1354).

Como recuerdo de estas liberaciones inesperadas de Constantinopla, que todos indistintamente atribuían a la Virgen, queda el solemne proemio (probablemente del s. VIII), que sirve de introducción al Akáthistos:

¡A la invicta estratega 
el himno de victoria!
Liberada de cruel desventura, 
este canto de gracias
a ti te dedico, yo, tu ciudad, 
¡oh Madre de Dios!
Tú, que gozas
de un poder invencible, 
líbrame de toda clase de peligros, 
para que te aclame:
¡Ave, Virgen y Esposa!

Cuando el imperio bizantino cayó en 1453 bajo los turcos, no se derrumbó esta confianza, sino que se elevó al orden de la gracia: el patriarca Jorge Scholarios decía a María que ya no la importunarían para que salvase a la ciudad, pero que les conservase siempre en la fe de los padres. El Akáthfstos sigue siendo el testimonio seguro de la fe de los padres, perla celosamente guardada en el corazón de los fieles de oriente, duramente probados hasta el día de hoy en su fidelidad a Cristo.

Este himno fue traducido y se canta en todas las lenguas del rito bizantino, tanto de la rama ortodoxa como de la católica, antiguas y recientes. También se tradujo al latín por el año 800, por obra de Cristóbal, obispo de Venecia, ejerciendo así una notable influencia en la himnografía medieval. Hoy es cada vez más conocido y estimado en occidente; son muchas las traducciones a las lenguas modernas, muchas las celebraciones comunitarias y eclesiales en que se utiliza convenientemente. Merece una especial mención la solemne conmemoración del 1.550 aniversario del concilio de Éfeso, que tuvo lugar por expreso deseo del papa Juan Pablo II en Santa María la Mayor el 7 de junio de 1981, con la presencia de muchos obispos católicos de todo el mundo y representantes de las iglesias ortodoxas y de otras confesiones cristianas; entonces fue cantado el himno entero por el coro y por la asamblea de fieles. También el catecismo de adultos (Señor, ¿a quién iremos?, 1982) en el capítulo dedicado a María recoge dos estrofas junto a la Salve Regina, demostrando así que lo considera como patrimonio común de todas las iglesias.

 

III. Estructura métrica

El Akáthistos pertenece al género himnográfico antiguo llamado kontákion, que se basa no en la cantidad de sílabas breves y largas como la poesía clásica, sino en el acento tónico que anima los versos. Poema destinado a las asambleas litúrgicas con finalidades catequético-pastorales, el kontákion se desarrolla con frescura de inspiración y vivacidad de escenas, en una secuencia de estrofas métricamente idénticas entre sí, como si se quisiera componer una sagrada representación de los misterios celebrados en el año litúrgico. El Akáthistos es el único kontákion que ha permanecido en uso en el rito bizantino hasta nuestros días de forma entera.

La estructura métrica del texto original es de una precisión inverosímil: organizadas arquitectónicamente las estancias, bien encajados los versos, predispuestos debidamente los acentos, numeradas convenientemente las sílabas, fijadas las pausas: un perfecto tapiz, embellecido de un entramado elegantísimo, de lo más variado que se puede pensar, con rimas perfectas, asonancias, aliteraciones y contrastes homofónicos. Su estructura parece apoyarse en el número 12: las veinticuatro estancias, que siguen el acróstico del alfabeto griego, se presentan intencionadamente divididas en dos partes, de doce estancias cada una, histórica la primera y teológica la segunda. La diferente hechura de las estancias impares y de las pares subdivide el himno en otros dos grupos de doce: doce estancias más largas -las impares-, que después de una presentación histórica o temática se prolongan con doce aclamaciones a la Virgen y se cierran con el efimnio repetido doce veces: ¡Ave, Virgen y Esposal; doce estancias más cortas -las pares- que terminan con la aclamación: ¡Aleluya! Más todavía, la media de los versos de dos estancias emparejadas, impares y pares, que proceden en un estrecho binomio complementario, es también de doce; el conjunto de versos que forman el himno es también cuadrado de doce. Llevando más a fondo el examen, he podido descubrir que también el número de sílabas de dos estancias emparejadas y el de todo el himno es igualmente múltiplo de doce. Alguien ha leído en esta acentuación del doce una referencia implícita a la misteriosa Mujer del Apocalipsis, coronada de doce estrellas. Pero ponderando atentamente cada uno de los elementos y el procedimiento binario y ternario de las estancias y de los versos, creo que en la raíz del doce, número que recuerda las tribus de Israel y los apóstoles de Cristo, es decir, la historia de la salvación que pasa a través del pueblo elegido y de la iglesia, están los números sagrados de la fe cristiana, el 2 y el 3, símbolo de los dogmas definidos en Nicea y en Éfeso: la trinidad de las Personas divinas y las dos naturalezas unidas hipostáticamente en el Verbo encarnado. Así pues, María, como figura y presencia, surge e irradia a partir del misterio del Verbo engendrado por ella Hijo único y consubstancial con el Padre según la divinidad, consubstancial con nosotros según la humanidad; pero se adentra en el misterio trinitario, fuente primera y término último de la salvación humana.

 

IV. Presentación temática

El Akáthistos se proyectó en dos planos superpuestos, el de la historia y el de la fe, y con dos perspectivas trabadas y complementarias, la cristológica y la eclesial, en las que se dibuja y se ilumina el misterio de María, la madre de Dios; más aún, sobre el trasfondo de este plan de salvación, está escrita como en filigrana la historia del hombre, de cada uno de los hombres, llamados a convertirse en transparencia y en presencia divina, como lo fue y lo es María.

1. LAS DOS PARTES DEL HIMNO. La primera parte del himno (estancias 1-12), siguiendo el evangelio de la infancia del Señor (Lc 1-2; Mt 12), propone y comenta la teofanía, es decir, la aparición y la primera revelación histórica de Dios en carne humana, con los efectos salvíficos que de ella se derivan. Las seis primeras estancias (1-6), de cuño cristológico, escenifican y cantan el descendimiento del Verbo y su manifestación a los primeros testigos: la Virgen-madre, el Bautista e Isabel-José. Las otras seis estancias (7-12), de cuño eclesial, muestran la epifanía de Dios en el mundo portadora de luz y de gracia para todos: sus protagonistas y beneficiarios son los pastores, los magos, los redimidos de la esclavitud de los ídolos, es decir, los pueblos paganos, y el justo Simeón, tipo de las esperanzas de Israel.

La segunda parte del himno (estancias 13-24) propone la teología de la iglesia antigua, es decir, la profesión de los dogmas de fe que se refieren a María: las seis primeras estancias (13-18) la contemplan sumergida en el misterio de Cristo, mientras que las seis últimas (19-24) la celebran presente en el misterio en acto en la iglesia. Parece ser que esta segunda parte del himno se concibió como superpuesta y complementaria de la primera, ya que a las estancias marianas de la primera parte -las impares- les corresponden temáticamente las marianas de la segunda, que prolongan su intuición. He aquí la secuencia de los cuadros, leídos en la perspectiva mistagógica del himno:

1) Dios envía el ángel a transmitir el saludo; el misterio se cumple en María; desborda la alegría, cesa la condenación, se renueva la creación entera: "Ave, por ti resplandece el gozo; ave, rescate del llanto de Eva. Ave, por ti se renueva la creación; ave, por ti el Creador es niño". 

2) El asombro de María: la criatura se encuentra ante la misteriosa iniciativa de Dios: "Tu singular mensaje -dice María a Gabriel- le parece incomprensible a mi alma..." 

3) Ante un acontecimiento arcano surge espontánea la pregunta: "¿Cómo?" María le pregunta ansiosa: "¿Podrá mi seno virginal dar a luz alguna vez a un niño? ¡Dímelo!" El ángel en su respuesta le revela que ella sola está tan profundamente iniciada en la experiencia de lo divino, que se convierte en guía para que el hombre suba: "Ave tú, guía hacia el supremo consejo; ave tú, prueba de arcano misterio. Ave, oh escala celestial por donde bajó el Eterno; ave, oh puente que llevas al cielo a los hombres". 

4) El Espíritu Santo, al bajar, cubre con su sombra a la Virgen, cambiando su seno en virgen-tierra fecunda de gracias: "Aquel seno, fecundado de lo alto, se convierte en campo fértil para todos". 

5) La visitación: ante el saludo de María, el misterio se le revela a Juan y le toca en su intimidad: florece el perdón y se derrama la misericordia; María es mediadora y altar: "Ave tú, mesa que lleva plenitud de dones. Ave, incienso agradable de súplicas. Ave, perdón suave del mundo. Ave, clemencia de Dios con el hombre. Ave, confianza del hombre con Dios". 

6) El misterio se le revela a José, el testigo virginal: "Cuando supo que eras madre por el Espíritu Santo, exclamó: ¡Aleluya!" 

7) La adoración de los pastores: prefiguración de los apóstoles, de los pastores y de los mártires que a lo largo de los tiempos anuncian y confiesan a Cristo nacido de la Virgen, la cual reviste de gloria a los fieles lo mismo que vistió de carne al Señor: "Ave, por ti exultan los cielos con la tierra; ave, por ti con los cielos brinca de gozo la tierra. Ave, tú eres la voz perenne de los apóstoles; ave, tú eres el entusiasmo indómito de los mártires. Ave, por ti nos vestimos de gloria". 

8) La llegada de los magos: tras el anuncio de fe predicado por los pastores, el hombre que lo acoge se encamina en busca de Dios; comienza el itinerario catecumenal, que termina en María, de la que se hizo carne la palabra del Padre: "Llegados al Dios inalcanzable, la aclaman los bienaventurados: ¡Aleluya!" 

9) La adoración de los magos: el camino catecumenal del hombre termina con la renuncia a Satanás y a los vicios y con la adhesión gozosa al único Señor; su artífice y su estrella es la madre de Dios: "Ave, resplandeciendo conduces al Dios verdadero. Ave, eres tú la que rescatas de los ritos crueles; ave, tú eres la que nos salvas de las obras de barro. Ave, tú eres la guía de ciencia para los creyentes; ave, tú eres el gozo de los pueblos todos". 

10) Los magos vuelven a su país; el neófito se convierte con su vida en heraldo de Cristo: "Pregoneros de Dios se hicieron los magos en el camino de su regreso. Te predicaban, oh Cristo a todos". 

11) Cristo entra en Egipto, como había anunciado Isaías (Is 19,1), llevado por María se derrumban los ídolos, y tras ella comienza el éxodo del pueblo nuevo hacia la tierra prometida: "Ave tú, mar que te tragas al gran faraón; ave tú, roca que manas las aguas de la vida. Ave, columna de fuego, que guías en la .oscuridad; ave, amparo del mundo mayor que la nube. Ave, donante del maná celestial; ave, servidora de santas delicias. Ave tú, mística tierra prometida ave, fuente de leche y de miel". 

12) El encuentro con Simeón: la esperanza y la sabiduría del hombre se ilumina en Cristo: "Como niño te pusieron en sus brazos, pero en ti él reconoció al Señor perfecto". 

13) La concepción virginal: con un nuevo prodigio renace la vida; la santidad y la obediencia virginal de la nueva Eva se contraponen a la desobediencia antigua y la borran, reconciliando al mundo con Dios: "Ave, oh flor de vida no libada. Ave, tú revelas la vida de los ángeles. Ave tú, súplica al Juez justo; ave, perdón para todos los extraviados. Ave vestido para los desnudos de gracia; ave, amor que vences toda codicia". 

14) El hombre vuelve en Cristo a sus orígenes; en el Verbo encarnado se le abren los cielos: "Admirando ese parto nos apartamos del mundo y dirigimos al cielo nuestra mente" 

15) La divina maternidad, vértice supremo, trono de Dios y único camino para que el hombre perdonado se haga dios: "Ave tú, sede de Dios, el Infinito. Ave, oh trono más santo que el trono de los querubines. Ave, por ti se perdonó la culpa; ave, por ti se abrió el paraíso; Ave esperanza de tesoros eternos". 

16) También para los ángeles el misterio del Verbo encarnado es una nueva luz de conocimiento y de éxtasis: "Al Dios invisible para todos lo veían hecho accesible, hombre". 

17) El parto virginal, abismo de sabiduría divina; la luz de la sabiduría humana rechaza el misterio; la fe de los sencillos es la verdadera sabiduría, que encuentra en María su luz: "Ave, sagrario de eterna sabiduría. Ave, tú revelas la ignorancia de los doctos. Ave, por ti son necios los sutiles doctores. Ave, nos levantas de la honda ignorancia; ave, eres faro de ciencia para todos". 

18) Nunca habríamos podido acercarnos a Dios, si él no hubiera bajado humilde hasta nosotros para salvarnos y atraernos suavemente hacia sí: "Como Dios, era pastor nuestro; pero quiso aparecer entre nosotros como cordero; con lo humano atraía a los humanos, como Dios lo aclamamos: ¡Aleluya!" 

19) La virginidad perpetua de María, comienzo de la iglesia santa, modelo sublime para las vírgenes: María, que en su seno desposó con Dios al hombre, conduce ahora a las vírgenes y las desposa con el Verbo de Dios: "Ave, columna de sagrada pureza. Ave, comienzo de nueva estirpe. Ave, diste sabiduría a los privados de cordura. n Ave tú que nos das al autor de los castos. Ave tú, regazo de bodas divinas. Ave, alma madre de vírgenes; ave tú, que llevas las almas a su Esposo"

20) El primer deber de las vírgenes es el culto a Dios; el hombre, aunque prolongue su alabanza, es incapaz de celebrar dignamente los beneficios divinos: "Aunque te ofreciésemos tantos himnos como granos de arena hay, Señor, nunca igualaríamos a tus dones". 

21) La maternidad espiritual de María: la madre de la iglesia, lo mismo que engendró a la cabeza según la carne, tampoco deja de regenerar en él a los miembros con los sacramentos que infunden la luz y la vida y que nacen de su seno y de su corazón: "Ave, para nosotros eres la fuente de los sagrados misterios; ave tú eres el manantial de las aguas abundantes. Ave, quitas las manchas de nuestros pecados. Ave, oh fuente que lavas las almas; ave, oh copa que derramas delicias; ave tú, vida del sagrado banquete".

22) Nuestra regeneración nace del misterio pascual, que tiene sus raíces en el seno virginal; efectivamente, Cristo bajó del cielo y se encarnó de la virgen María: "Queriendo perdonar toda deuda antigua, el Redentor del mundo bajó y habitó personalmente entre nosotros". 

23) La mediación celestial: María es templo y arca que acompaña y protege a la iglesia peregrina en la santa conquista de la patria celestial; y es refugio y esperanza de todos los fieles: "Ensalzando tu parto, el universo te canta como templo viviente, oh Theotókos. Ave, oh tienda del Verbo de Dios. Ave tú, arca dorada por el Espíritu. Ave tú, noble honor de los sacerdotes. Ave, tú eres para la iglesia como torre esbelta. Ave, por ti levantamos trofeos; ave, por ti caen vencidos los enemigos. Ave tú, medicina de mis miembros; ave, salvación de mi alma". 

24) Nuestra abogada: ¡que la madre de Dios nos salve de todo peligro y del último castigo!

Como se ve, el Akáthistos se articula en torno a dos centros: el Cristo de la historia y el Cristo de la fe o, mejor aún, en torno a la teofanía y a la teología; pero el misterio, en donde está siempre presente y operante María, es único. Nos encontramos frente a la primera síntesis de la doctrina mariana, que sigue siendo válida después del Vat II.

2. METODOLOGÍA MISTAGÓGICA. La disposición tan estudiada del himno no atiende sólo a la estructura métrica o a la poesía lírica, sino que es una liturgia maravillosa de alabanzas, compuesta para vivir un momento eclesial de experiencia mística, celebrando a María. En efecto, la liturgia es experiencia de lo sagrado, que afecta a todo el hombre, alma y sentidos, mente y corazón, para llevarlo a la comunión sobrehumana con lo divino. Por eso el Akáthistos procede proponiendo a la mente, estancia tras estancia, unos cuadros plásticos que atraen la atención e introducen poco a poco en el misterio: de lo sensible a lo inteligible, de lo narrado a lo creído, de la historia que cuenta el evangelio a la fe que vive y profesa la iglesia. Además, la sucesión de figuras y de imágenes para comentar los temas se hace, según el método espiritual de oriente, escala y velo que deja vislumbrar en el símbolo las realidades celestiales. El gozo íntimo que nace del contacto con el misterio intuido programa el grito del alma antes aún que la aclamación de los labios. Cantar, entonar, aclamar, pero sobre todo gritar, son los verbos que introducen el Ave a María, como imitando a Isabel, que la llamó a grandes gritos bienaventurada, y el Aleluya al Señor. En cada una de las estancias las imágenes van recogidas por temas; así, por ejemplo, cuando el himno habla de la visitación (estancia 5) se inspira en las imágenes de los campos y del culto; cuando escenifica la huida a Egipto (estancia 11), en las imágenes del éxodo; cuando canta la concepción virginal (estancia 13), se refiere al paraíso terrenal; cuando celebra los sacramentos pascuales (estancia 21), usa las imágenes de la luz; para vestir de palabras la incomprensibilidad de los designios divinos (estancia 17), escoge las imágenes del mar...

Bajo esta trama tan perfilada se advierte una atenta exégesis de tipo alejandrino, que busca dentro de la envoltura de la historia y del dogma el significado divino encerrado allí. Efectivamente, en cada estancia todo está dispuesto inteligentemente para invitar a una lectura de transparencia o de superposición, que actualice el pasado y haga eterno el presente. Así, por poner un ejemplo, en la estancia 7, donde los pastores acuden a adorar a su pastor hecho cordero, la cueva de Belén y el pesebre se convierten en el redil del rebaño de Cristo, que es su iglesia; el canto alegre de los ángeles se mezcla con los himnos de los hombres y es un preludio del canto trisagio de nuestras liturgias; los pastores representan a los apóstoles que ofrecen el pan del cielo, anunciando a Cristo al mundo, y a los mártires, que dan testimonio de él no con la palabra, sino con su sangre. Pues bien, María está en el corazón y en la raíz del misterio de Cristo que salva. Las estancias 8-9-10, que ponen en escena la adoración de los magos, corresponden a este primer kerigma de fe; es decir, nace en el corazón del hombre la acogida luminosa de la palabra y comienza entonces el camino de su conversión; los magos, que llegan al verdadero Dios siguiendo la estrella y lo adoran postrados ante él, renunciando a la idolatría y a los vicios, son el símbolo de los catecúmenos que caminan hacia la fuente, en donde el hombre renuncia definitivamente a las seducciones del mundo y profesa la fe bautismal que ilumina la mente y llena de gozo el corazón de los que renacen a Dios. María está también en el origen y en el término de este misterioso camino: es la estrella que señala el itinerario de fe y de vida nueva. Así pues, todo el himno se desarrolla en pianos superpuestos, en donde la figura de María es al mismo tiempo imagen y revelación plena de lo que habrá de ser todo hombre y toda la iglesia.

3. TRES PALABRAS-CLAVE. La trama del himno se mueve en torno a tres palabras: el saludo del ángel, Ave, que pone ritmos a todas las estrofas, y los dos efimnios Ave, Virgen y esposa y Aleluya.

Ave: el Akáthistos se abre mientras el ángel baja del cielo, enviado por Dios para traer el anuncio de gozo a la Virgen y por su medio a la tierra entera: "El más excelso de los ángeles fue enviado del cielo para decir ave a la madre de Dios". El término griego jaíre ("alégrate', traducido impropiamente al latín y al español por "ave", es el leit-motiv sobre el que se desarrollan las aclamaciones y los conceptos marianos; parece como si toda la trama del himno y su escenario estuvieran envueltos por el gozo del cielo. Se trata realmente de un evangelio de gozo que se abre para el mundo en María: el anuncio de que Dios se ha hecho hombre.

¡Ave, Virgen y esposa!: esta aclamación, escogida adrede para cerrar las estancias marianas, uniendo en el canto al coro y a la asamblea, fija la mente de los fieles en la Virgen madre inmersa en el misterio de Dios; criatura tan íntimamente unida con el Padre que es llamada esposa, con un término literario elegante que da a entender su virginal entrega a la divinidad, para ser vivo instrumento suyo en el misterio que une en Cristo personalmente lo divino y lo humano. Desposada con Dios pero no desposada con el hombre (en griego: nymphi anympheute): posesión personal exclusiva del Padre, Hijo y Espíritu, pero "virgen" de toda posesión de pertenencia humana. De esta forma el efimnio sitúa la figura de la Virgen en el mismo límite entre lo creado y lo increado, como el vértice supremo de la ascensión humana que se introduce en el esplendor divino y queda enteramente revestida por él, sin perder sus propiedades de criatura.

Aleluya: el efimnio de las estancias pares, escogido también intencionadamente para cerrar la sucesión binaria de las estrofas, refiere la gloria solamente al Señor, de quien parte la iniciativa, brota la vida, comienza la historia, se derrama la gracia; en donde termina, abismado en Cristo mediante el Espíritu en la contemplación de la divinidad, el itinerario espiritual de cada ser humano y el itinerario cósmico. María, realidad fundida en el Hijo, es ella misma su camino y su cántico.

 

V. Teología

El Akáthistos hace suya y prolonga la intuición teológica de los padres de Éfeso, en particular la de Cirilo de Alejandría, que durante el concilio saludaba de este modo a María: "Ave de parte nuestra oh María, madre de Dios, venerable joya de toda la tierra, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, cetro de la ortodoxia, templo indisoluble, madre y virgen. Ave tú, que en la santa matriz virginal contuviste al Incontenible. Por ti fue santificada la Trinidad; por ti fue dicha digna de adoración la cruz y se la adora por toda la tierra; por ti exultan los cielos; por ti se regocijan los ángeles y los arcángeles; por ti son expulsados los demonios; por ti el hombre caído es exaltado a los cielos; por ti el mundo entero, esclavo de la idolatría, llegó al conocimiento de la verdad; por ti el santo bautismo se ha dado a los creyentes; de ti viene el óleo de la exultación; por ti se han fundado iglesias por toda la tierra; por ti las gentes llegan a la conversión; por ti predijeron los profetas; por ti los apóstoles anuncian a las gentes la salvación; por ti resucitan los muertos..." (PG 77,991-996). Y mucho antes de Éfeso, en el s. II, Ireneo, juntando en una sola cosa a Cristo salvador y a la Madre virgen, afirmaba: "Los que lo anunciaron de antemano como Emmanuel de la Virgen, manifestaban la unión del Verbo de Dios con su criatura: o sea, que el Verbo se haría carne y el Hijo de Dios sería hijo del hombre. El puro que de forma pura abriría aquel seno puro que regenera a los hombres para Dios: el seno que él mismo hizo puro" (PG 7,1080).

Sobre esta urdimbre, que une al Hijo y a la madre, es decir, a la causa principal divina y a la causa instrumental humana, en la realización de la única salvación, se desarrolla toda la teología del himno. Su centro de gravedad, qué saca sus aguas de la fuente pura de la palabra de Dios y de los grandes padres de oriente, es el misterio del Verbo, término último del camino de los hombres, llamado a hacerse dios en el Dios Verbo humanado. Por consiguiente, un misterio que compendia la salvación: lo histórico y lo transhistórico, lo ultratemporal y lo temporal, lo inmanente y lo trascendente, todo ello completado ya en Cristo, pero esperando en el mundo su cumplimiento en él reino. En ello se encuentran afectados los hombres y los ángeles, el mundo creado y los mismos demonios. Pues bien, María, en la perspectiva del himno, está presente y operante en toda la extensión del misterio: donde la humanidad de Cristo es fuente de vida, allí está María, que le ha dado su carne; allí está escrita su figura de virgen y su acción de madre.

Su virginidad fue la embajada de paz que el Señor acogió en favor del mundo caído y lo movió a hacerse uno de nosotros; su divina fecundidad dio a los que andaban errantes el Redentor, anuló la antigua condenación, despojó de su presa al infierno, abrió las puertas del cielo, reunió en una sola alabanza a los ángeles y a los hombres. Lo mismo que fue "escala celestial por donde bajó el Señor", también es "puente que lleva a los hombres al cielo".

Hoy como ayer, la Virgen es presencia operante en la iglesia que camina: sostén de su fe, palabra a los apóstoles, fuerza de los mártires; porque todos y en todas partes anuncian y atestiguan a Cristo, que ella nos ha dado. Presente en la iglesia desde su nacimiento en los misterios pascuales -como fuente que contiene el agua saludable, esencia olorosa que compone el santo crisma, vida del banquete eucarístico-, está siempre presente a su lado en su peregrinación hacia la patria: columna luminosa que le señala el camino, nube propicia que le protege en su andadura, fuente viva que le restaura con el agua de la vida, mesa que le ofrece el pan del cielo, tierra a la que se dirige el pueblo santo; puerto en donde aborda la ruta de los hombres.

Ésta es en síntesis la teología estupenda del himno, que envuelve en el misterio a la Virgen, uniendo juntamente el dogma y la contemplación, la profesión de fe y la liturgia.

 

VI. Autor y tiempo de la composición

La vasta tradición manuscrita transmite casi siempre el Akáthistos como anónimo; los libros litúrgicos lo recogen siempre anónimo. Solamente algún códice, debido quizá a los acontecimientos históricos que recuerda el Sinaxario sobre las noches que el pueblo pasó en vela dando gracias a la madre de Dios, lo atribuye al patriarca Sergio (s. vi¡) o al patriarca Germán (s. viii). Pero un himno tan elaborado no se compuso ciertamente en una noche; más que un momento y un arte, expresa una vida. Algunos estudiosos han propuesto como autor probable a Román el Melode, príncipe de los himnógrafos del s. VI. Pero ni Román ni ningún otro himnógrafo sagrado alcanza la sublimidad y la profundidad del Akáthistos. Su autor fue ciertamente un gran poeta, un insigne teólogo, un contemplativo consumado; tan grande, que supo traducir en síntesis orante lo que la fe profesa; tan humilde, que desapareció su nombre. Dios conoce su nombre, pero el mundo lo ignora. Conviene que así sea; de esa forma el himno es de todos, porque es de la iglesia.

La fecha de composición del Akáthistos, según los estudios más recientes, oscila entre la segunda mitad del s. v y los primeros años del s. VI. En efecto, es posterior a una homilía de Basilio de Seleucia (s. v), de quien depende verbalmente una estrofa, y anterior al kontákion de Román el Melode sobre el patriarca José, inspirado en el Akáthistos. Además, desde el punto de vista litúrgico parece anterior a la institución de la fiesta de la Anunciación, instituida bajo el emperador Justiniano en torno al año 535: efectivamente, el himno no sigue el formulario de la Anunciación, sino el de la única fiesta primitiva de la Madre de Dios, que caía el día después de Navidad o en el ciclo natalicio. Así pues, el Akáthistós expresa una situación cultual arcaica; y también en este aspecto tiene un valor inmenso, ya que nos remite a las primeras expresiones del culto a María.

 

VII. Arte y piedad popular

E( Akáthistos tuvo desde su origen su propio revestimiento musical, en el que se inspiró Román el Melode en la composición de un kontákion. Ha llegado hasta nosotros una notación neumática, no sabemos si primitiva o ya posterior, en un códice de los ss. x-xiii. No cabe duda de que el himno se cantó siempre en la liturgia bizantina, aunque se tradujo a otras lenguas; actualmente poseemos varias melodías, griegas, eslavas y árabes. Recientemente se le ha puesto también música a las traducciones italiana y española; a los franceses y alemanes les gusta adoptar la melodía ucraniana.

También es importante la iconografía del himno. Desde la edad media hasta hoy, en muchísimos monasterios e iglesias de oriente las veinticuatro estancias del Akáthistos cubren paredes enteras del pronaos, de los refectorios y de otros ambientes comunes; también aparece bordado en las vestiduras sacerdotales y está representado en objetos de uso litúrgico. Según el método pedagógico de oriente, esas representaciones sirven para introducir a los monjes y a los fieles en el misterio de Cristo, que se celebra en el altar.

Merece al menos una alusión aquella "moda himnográfica", bastante común en Rusia en tiempos recientes, que se mira en el Akáthistos para plagiar sus formas y asumir impropiamente su nombre; son célebres sobre todo los acátistos de la Dormición, alguno de los cuales se remonta al s. vii. Esto indica hasta qué punto acogieron con cariño los fieles este himno, que para ellos ocupa el lugar de nuestro rosario y alimenta una piedad popular sana y genuina.

 

VIII. Valor ecuménico

El Akáthistos es común a los hérmanos ortodoxos y a los católicos de rito bizantino; es un puente vetusto y solemne hacia la plena comunión de fe con las iglesias de oriente. Pero también para los hermanos evangélicos de occidente, para quienes el culto a María sigue siendo piedra de escándalo, podría constituir un auténtico valor y una base de diálogo: por su antigüedad; por la forma de alabanza, que redunda -bien comprendida- en gloria del Señor; por el sustrato cristológico-eclesial; por la doctrina rica y sobria, exenta de exaltaciones, que se deriva del misterio mismo de la encarnación, es decir, del primer artículo de fe cristológica que profesan todas las iglesias.

E. Toniolo
DicMa 64-74

 

BIBLIOGRAFIA: EDICIONES DEL TEXTO GRIEGO: Triodion, edición oficial ortodoxa, Atenas 1960, 296-302; Horologion lo Mega, edición oficial ortodoxa, Atenas 1963, 512-532; Anthologion, edición romana católica, v. ll, Roma 1974, 1587-1606; PG 92, 1336-1348; Cantarella R., Poeti bizantini, v. 1, Milán 1948, 8693; Del Grande C., L inno acatisto in onore della Madre di Dio, Fussi, Florencia 1948, 3697 (con versión italiana). TRADUCCIONES: Meersseman G.G., Der Hvmnos Aknthistos im Abendland, v. I, Universitátsverlag, Friburgo 1958, 101-129 (antigua versión latina); Hvmnos Akáthistos, Universitátsverlag, Friburgo 1958 (versión alemana, francesa e inglesa con texto griego); Castellano Cervera J. Akáthistos. Canto litúrgico mariano; Centro di cultura mariana, Roma 1979 (versión española). EDICIONES MUSICALES: Wellesz E., The Akáthistos Hymn, Ejnar Munksgaard, Copenhague 1957 (música antigua y transcripción en notación moderna); Akáthistos. Antico inno olla Madre di Dio. Per recitativo o dectamato e Schola a 1 v.s. e Assemblea, trad. métrica de E.M. Toniolo, música del M° Luigi Lasagna, Centro di cultura mariana, Roma 19821. ESTUDIOS FUNDAMENTALES: De Meester P., LSnno acatisto, en Bessarione, año VII¡, serie I1, v. VI, 2." semestre (enero-junio 1904) 9-16, 159-165, 252-257; año IX, serie 11, v. VII, 1.11 semestre (julio-diciembre 1904) 36-40, 134-142, 213-224 (estudio histórico-litúrgico); Toniolo E.M., L'Inno Acatisto monumento di teología e di culto mariano nella chiesa bizantina, en De cultu mariano saeculís VI-XI, v. 1V. Pontificia Academia mariana internationalis, Roma 1972, I-39 (discusión crítica sobre el texto, ediciones, estudios, autor y teología); Ortiz de Urbina l., Eh los albores de la devoción mariana: "Akáthistos': en EstMar 35 (1970) 920; Molina Prieto A., María, Madre de la Reconciliación, en el himno Akáthistos, en EstMar 50 (1985) 1 I 1-138.