Filosofía Analítica
DicFI

También llamada «análisis filosófico», es el conjunto de tendencias de filosofía del lenguaje, resultado del giro lingüístico producido en las primeras décadas del s. XX, que como característica común sostienen que los problemas filosóficos consisten en confusiones conceptuales, derivadas de un mal uso del lenguaje ordinario y que su solución consiste en una clarificación del sentido de los enunciados cuando se aplican a áreas como la ciencia, la metafísica, la religión, la ética, el arte, etc. Por lo general, los autores que siguen estas tendencias entienden que la filosofía es una actividad -para unos terapéutica, para otros clarificadora- cuyo objeto es esclarecer el significado de los enunciados. En palabras de Habermas, se produce un cambio de paradigma, al pasar de una filosofía de la conciencia, o de una epistemología, -en la que importan las relaciones entre el sujeto y el objeto- a una filosofía del lenguaje, en la que importan las relaciones entre el enunciado y el mundo, esto es, a una teoría del significado. Una cuestión tan clásica, por ejemplo, como la que puede formularse en teoría del conocimiento acerca de «qué es conocer» se reformula y reinterpreta como una cuestión sobre el significado, referente a «qué se quiere decir cuando se dice que conocemos algo». 

La actividad dilucidatoria de los enunciados, característica fundamental de todo el movimiento analítico, comienza con las tareas de fundamentación lógica de la matemática, emprendidas por Russell y Whitehead con la publicación sobre todo de Principia mathematica (1910-1913), obra que, siguiendo los estudios iniciales de G. Frege, funda el lenguaje riguroso de la lógica que permite evitar las ambigüedades y confusiones del uso del lenguaje ordinario; a esta obra se añade la de Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus (1921), dedicada también a la estructura lógica del lenguaje y centrada en la cuestión de lo que «se puede decir»; Russell y Wittgenstein comparten una misma perspectiva lingüística de la realidad, la del atomismo lógico, según el cual mundo y lenguaje muestran una misma estructura común o «figura lógica» (ver gráfico); por ser el lenguaje el espejo del mundo, en él se refleja su naturaleza. De ahí surge la idea fundamental de que la realidad sólo se comprende a través del lenguaje, porque éste es el reflejo de la realidad (teoría especular del lenguaje, que sustituye a la teoría especular de la idea del s. XVII) y que el conocimiento no consiste más que en el análisis del lenguaje. En un primer momento, el análisis del lenguaje se confía a la lógica sistematizada en los Principia mathematica, esto es, a un lenguaje formal de lógica de enunciados y de predicados, con el que Russell reduce los enunciados compuestos a enunciados simples a fin de descubrir en ellos los elementos simples que se corresponden con los hechos simples del mundo o con los hechos atómicos (Wittgenstein); también el Tractatus sigue por la senda de descubrir la estructura lógica del lenguaje.

A esta fase inicial de la filosofía del análisis, sigue una segunda fase de decisivo influjo del Tractatus sobre el Círculo de Viena, de donde surge el neopositivismo. Éste añade al movimiento analítico una clara postura antimetafísica, al establecer la verificabilidad como criterio de significado, considerando que todo enunciado metafísico carece de sentido, una vez sometido al análisis lógico (tal como sostiene Carnap en La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje, 1931). W.V.O. Quine ha atribuido a esta fase el procedimiento, que él denomina «ascenso semántico», mediante el cual en vez de hablar de cosas y objetos, hablamos del lenguaje con que hablamos de las cosas para evitar las engorrosas cuestiones que se refieren a la existencia de las cosas. Es también el período más significativo de la filosofía analítica.

Sigue una tercera fase que corresponde a la vuelta de Wittgenstein a Cambridge, en 1929, y al cambio de su filosofía, que se conoce como «segundo Wittgenstein», expuesta sobre todo en Investigaciones filosóficas (publicadas póstumamente en 1952) y que se centra, no en el análisis lógico del lenguaje, sino en los usos cotidianos del llamado lenguaje ordinario. Son también los años de las críticas de Gödel al formalismo lógico. Esta filosofía analítica, llamada del «lenguaje ordinario» tiene en cuenta la pragmática del lenguaje y contempla el lenguaje, no en su aspecto de reflejo especular de la realidad, sin en una perspectiva más amplia como una actividad y hasta una «forma de vida»; el análisis del lenguaje no busca su reinterpretación según una sintaxis lógica rigurosa -un cálculo lógico-, sino su esclarecimiento a través del reconocimiento de las características naturales del lenguaje vivo, que integra múltiples «juegos del lenguaje», diversas funciones del lenguaje, y la pluralidad de usos y contextos lingüísticos. En los años cincuenta esta filosofía analítica influida por el «segundo Wittgenstein» se desarrolla sobre todo, pero no exclusivamente, en la llamada escuela de Oxford. 

Richard Rorty, siguiendo críticas hechas a la filosofía analítica por Quine, Putnam y Davidson, entre otros, considera ya periclitado el supuesto fundamental en que se funda la filosofía analítica y la filosofía del lenguaje en general, esto es, el carácter representacional del lenguaje mismo, como si éste fuera en sustancia un esquema de lo que es el mundo, y que determina que la principal cuestión filosófico-lingüística sea la relación del lenguaje con el mundo: el significado. Así desaparecen, según este autor, por la fuerza de los acontecimientos, las ambigüedades y los problemas lingüísticos filosóficamente no resueltos, irresolubles incluso por mal planteados, y se afirma el sentido de una filosofía que, en general, ya no se atribuye la misión de fundamentar el conocimiento, sino simplemente la de describir, para un ámbito determinado de personas, determinados problemas y escribir acerca de ellos sin un perfil excesivamente definido, y con una misión no más esencial que la de las demás especialidades humanísticas (historia, crítica literaria, poesía, periodismo, etc.): participar, como una más, en lo que denomina la «conversación de Occidente» o «conversación de la humanidad».