VOCACIÓN
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SUMARIO: I. Metodología: 1. Observación inicial; 2. Autonomía vocacional; 3. Diferencias vocacionales; 4. En la raíz del problema; 5. Dos consecuencias importantes - II. Camino de la vocación: 1. El Dios que llama: a) La voz de la sangre, b) El ambiente, c) La historia; 2. El hombre que responde: a) Dificultad de la respuesta vocacional. b) Apertura a los demás, c) Dominio del ambiente, d) Acompañar la respuesta.


Las páginas que siguen hablan de la vocación o llamada en general. Esta palabra puede ser en estos años un "test" importante. En el enfoque que se dé al estudio de esta palabra se manifestarán posturas encontradas de no escasa importancia para la espiritualidad. Seremos breves en la exposición por razones obvias, que entenderá en seguida el lector.


I. Metodología

Al abordar el tema de la vocación, quizá lo más importante sea la metodología. Es ésta la que parece debe ser cambiada radicalmente. Todo lo demás dependerá de aquí. Dependerán tanto los temas como su desarrollo. En los siguientes puntos puede quedar reflejada la problemática metodológica de la vocación mirada desde el punto de vista cristiano, ángulo al que, lógicamente, no queremos renunciar.

1. OBSERVACIÓN INICIAL - Ojeando diversos diccionarios de ciencias eclesiásticas, el lector puede observar estas distintas posturas ante la palabra vocación: o que no estudian la palabra, o que en su desarrollo cuentan sólo o muy particularmente la llamada vocación sagrada, encarnada en la consagración religiosa y en el ministerio jerárquico. Puede incluso observarse que cuando ha sido ampliado el campo de los ministerios, dando nacimiento a ministerios laicales, éstos parecen ministerios jerárquicos de segunda clase. Introducen casi en un estado personal distinto y relacionan con unos contenidos típicamente sacrales.

Estas diferencias insinúan que algo sucede en la metodología del estudio vocacional. Porque la situación, una situación tan diferente, es realmente anómala.

2. AUTONOMIA VOCACIONAL - En una primera observación, lo que se capta es que la vocación no tiene autonomía, sino que desaparece ante ciertas vocaciones, concretamente ante la vocación religiosa y sacerdotal. Y esto es grave. Siempre que una realidad es enunciada con un sustantivo y un adjetivo, tal realidad tiene en el sustantivo su fuerza fundamental y la dirección radical de sí misma. El sustantivo se convierte en nodriza que alimenta al adjetivo. Cuando sucede al revés, las cosas no funcionan. Pongamos el ejemplo de la palabra y realidad hombre: cuando en el hombre blanco-negro, ilustrado-ignorante, pobre-rico, etc., es el adjetivo el que configura al sustantivo, entonces nacen los racismos y la destrucción del hombre. Cuenta sólo o principalmente aquello que es separable del hombre, no el hombre mismo. La naturaleza humana es postergada, olvidada y desnaturalizada.

Desde esta concreción —que no simple ejemplo— podemos comprender lo que sucede en el mundo de la vocación. Cuando el acento (=la importancia, metodología, dirección, etc.) recae en el adjetivo (religiosa, sacerdotal) y no en el sustantivo (vocación), entonces tiene lugar la destrucción de la vocación. Cualquier desarrollo que se haga estará radicalmente viciado.

3. DIFERENCIAS VOCACIONALES - Si no debe acentuarse el adjetivo en detrimento del sustantivo, sí debe, no obstante, enunciarse y pronunciarse. En psicología diferencial es precisamente esto lo que se recuerda y estudia. Lo que parece no tener importancia capital puede tener, sin embargo, importancia provincial. El sexo, la edad, la geografía, etc., tienen innegable incidencia sobre la configuración de la persona. Si no tuviéramos en cuenta estas diferencias, estaríamos ante un personalismo impersonal.

Lo mismo sucede con la vocación. No por acentuar la vocación se niegan las vocaciones. Todo lo contrario. Al menos así debería ser. La vocación no existe más que en supuestos concretos y no es una entelequia.

4. EN LA RAIZ DEL PROBLEMA - ¿Dónde radica el problema de la manipulación del concepto de vocación? Dicho con palabras más claras: ¿por qué los adjetivos religiosa, consagrada, ministerial, han anulado prácticamente el concepto de vocación?

La respuesta, en el fondo, parece bastante sencilla: a mi modo de ver, ha sido el P. M.-D. Chenu quien mejor la ha formulado desde su misma raíz: "Por un equivocado sobrenaturalismo, algunos teólogos —católicos y protestantes, éstos en mayor número— escindieron la realidad al reducir la profesión a la naturaleza para enaltecer la vocación como una gracia"*. Aquí parece radicar el núcleo del problema. Mientras no se supere esta dicotomia tan arraigada en el mundo (incluso la mayoría sacralizada de nuestro mundo desacralizado), continuaremos encarnando la vocación en realidades "religiosas", dejando para las "profanas" (por más dignas e ineludibles que sean) la profesión.

5. DOS CONSECUENCIAS IMPORTANTES - Asumido en su raíz el problema, se pueden enfrentar cuestiones importantes. Por ejemplo, la ampliación del campo de la vocación. Ahora puede y debe aumentar considerablemente este campo. Vocación viene a identificarse con profesión, y ésta con presencia del hombre en el mundo, respondiendo al puesto que en él debe ocupar. Cualquiera que sea ese lugar y esa tarea que el hombre asume consciente de que es la suya, es vocación. El carácter sagrado o profano no es constitutivo de la vocación; y, por lo tanto, tampoco destructivo de la misma. Según se entienda de una manera o de otra, podrá ser diferencial de un tipo concreto de vocación, pero no de la vocación en sí.

También se despejan las relaciones entre consagración y destino. La vocación ha sido considerada como proveniente de Dios y destinada a él directa e inmediatamente. Esto implicaba una consagración. Era una reserva que Dios se hacía de una persona, como parecía hacérsela de una cosa (un cáliz, un lugar, etc.). Aquella persona quedaba desligada de cualquier otro destino; la santidad de Dios ponía instintivamente el veto a relacionarlo con realidades profanas. En cambio, la profesión parecía venir de la naturaleza, como si fuera de otra galaxia, y era destinada directa e indirectamente a la tierra. El mundo se dividía en dos partes muy diferentes, por no decir contrarias, y cada una de ellas explicaba la presencia de una parte de la humanidad.

En esta nueva visión hay que llamar la atención sobre el origen común de toda vocación (cualesquiera que sean las mediaciones, como veremos después) y sobre el destino terreno de toda vocación. Los carismas, los dones, las vocaciones se dan para común utilidad de los hombres que viven en la tierra, cualquiera que sea la dimensión humana a la que va a afectar una determinada vocación o profesión.

II. Camino de la vocación

Haciendo camino se conocen y descubren las cosas. Caminando se encuentran rincones que no aparecen más que en el acercamiento a la realidad tal y como es. Aquí queremos utilizar este método para entrar en lo que es la vocación: ver cómo nace y cómo crece esto que llamamos vocación, ya en el sentido y extensión que tiene en estas páginas.

Vocación suele identificarse con llamada. Pero quizá esta identificación no sea exacta. Aunque no vamos a detenernos en probar lo contrario, sí puede decirse que la vocación es el resultado de una llamada y una respuesta. Y por más que la llamada sea lo primero y principal, no puede, sin más, identificarse vocación y llamada. Por eso continuamos utilizando la palabra vocación.

1. EL DIOS QUE LLAMA - Para un cristiano es claro que quien llama es Dios. Sólo Dios puede entrar en la vida del hombre con una voz imperiosa; sólo él puede arrogarse proponer al hombre un destino que afecta a toda su vida. Para un cristiano, Dios es Padre del hombre, con una paternidad muy cercana al hijo, pero también muy distante a la vez: inmanente y trascendente al mismo tiempo. Y por eso la llamada se hace necesaria, porque la distancia es siempre larga. Voz y vocación tienen la misma raíz y ambas palabras se unen en Dios que llama.

Pero no todo está dicho con ello. Se hace preciso descubrir los caminos en los que Dios se encuentra apostado para vocear al hombre que pasa por ellos. Porque al afirmar que Dios está en el principio de la vocación, no lo entendemos como si Dios llamase siempre directa e inmediatamente. Es cierto que Dios puede llamar así, y que la historia puede testificar variadas vocaciones que tienen su origen en ese lenguaje no formado de Dios. Pero también parece indiscutible que el sobrenaturalismo se ha convertido en una obsesión cristiana y ha cerrado prácticamente otros muchos caminos a Dios, como si Dios no tuviese otros senderos por los que acercarse al hombre. Se hace preciso rescatar en el mapa vocacional estos senderos, porque, además, parece que son los más transitados.

No hay razón para que sea de otra manera. Y hay razones fundamentales para que sea así. Dios utiliza los medios normales, y está presente en ellos como instigador y conductor de los hombres. El cristianismo es una religión de >mediaciones. Es ésta una verdad que, siendo central, con frecuencia no ha llegado siquiera a ser periférica.

Entre los principales caminos vocacionales, o en los que Dios deja oír su voz, cabe destacar los siguientes:

a) La voz de la sangre. ¿Por qué la voz de la sangre va a ser mirada instintivamente como contraria a la voz de Dios? Las palabras carne y sangre arrastran una contradicción histórica con el Espíritu y, sea cual sea el significado que demos a estas palabras, parece que siempre las enfrentamos. En este sentido, quizá no sean muchos los que instintivamente asocien la llamada de Dios con la voz de la carne y la sangre.

Entendemos aquí por voz de la sangre la tendencia instintiva, el deseo íntimo y profundo que empuja hacia un modo de ser y estar, o que rechaza otro. Normalmente, aquí está la base de toda vocación, porque ni siquiera a regañadientes suele seguirse una vocación que rechaza la naturaleza en su más honda y decisiva tendencia.

Suele haber en el fondo de la persona una pulsión esencial hacia formas de ser y vivir fundamentales, encarnadas en variables no muy distintas, pero tampoco rígidamente separadas. Es como una primera zona amplia, no desdibujada, pero tampoco cerrada, dentro de la cual brotan distintas posibles vocaciones con aspectos comunes o al menos no opuestos radicalmente. Podríamos decir que es precisamente en esa zona donde se juegan las cinco o seis vocaciones fuertemente distintas que existen en la humanidad. No hablamos de vocaciones contrarias, sino de vocaciones distintas; porque es evidente que un mismo origen divino no se contradice, pero sí se ramifica y encarna en realidades diversas.

Este fondo y esta zona son el camino en que se oye la primera palabra vocacional. Más aún, ella misma es la primera palabra a ser persona vocacionada, cualquiera que sea el contenido o señalación que indique esa palabra. Por eso, pocos serán los que no encuentren obvio que cualquier llamada que choque frontalmente con los deseos más íntimos de una persona sana es'falsa alarma, en lugar de voz amiga e invitante. En la determinación de la naturaleza de la vocación y en el descubrimiento de las vocaciones, este camino debe ser explorado. Quizá actualmente lo sea más en las profesiones que en las vocaciones. Para nosotros, después de las consideraciones metodológicas que hemos hecho, tal diferencia debería desaparecer.

b) El ambiente. Todos, o la inmensa mayoría, nos sentimos impulsados a vivir en una dirección, pero de manera vaga e imprecisa. Inicialmente gozamos de diversas posibilidades indefinidas que esperan del tiempo una precisión concreta. ¿Qué es lo que hace que esas posibilidades múltiples vayan reduciéndose en beneficio de una concreta, que crece y se impone a la conciencia inquisidora de la persona?

En la respuesta a esta pregunta deben entrar muchos factores; pero parece que uno de los que más influye es el ambiente. El ambiente es una de las mediaciones más concretas y a la orden del día. Quizá porque el hombre es un ser social, que no puede pensarse al margen de la realidad humana que le configura como persona (y nadie se configura como persona sin haber descubierto y seguido, al menos en buena parte, la propia llamada).

Por ambiente entendemos aquí las relaciones personales que frecuenta el sujeto. La familia y la escuela, como primarios conocedores y configuradores de la persona, son quienes a veces de forma instintiva, a veces de manera buscada —y hasta un poco rebuscada o trabajosamente buscada—, van despertando y potenciando aspectos concretos, o concreciones determinadas, de la llamada general a que aludíamos antes. Si el ambiente juega limpio, ayudando a dar este segundo paso, se habrá prestado un servicio particularmente delicado y difícil. La persona no suele tener el suficiente grado de madurez como para que pueda por sí misma tomar una decisión que casi siempre resulta ser de por vida. Y menos aún cuando se decide en la niñez o la adolescencia. Discernir una voz en un coro de voces no es algo que logre cualquiera. Es tarea que logra un profesional con suficiente formación y casi maestría en la captación y distinción de sonidos.

La orientación profesional —hay que hablar de ella al recordar la vocación—ejerce aquí un servicio de inapreciable valor. Afortunadamente, en los últimos años este campo se ha visto primado de una manera poderosa. Es algo que va al ritmo del desarrollo de los pueblos. La orientación profesional no es la imposición de un camino concreto; es la presentación de los varios caminos posibles, con la ayuda necesaria, según los casos, para que la persona conecte con el que le es más connatural. La orientación profesional no intenta hacer un primer ministro ni un papa. Trata de que la persona asocie su vida a la política, economía, agricultura, filosofía, religión, etc., de acuerdo con lo que desde dentro pide cada naturaleza. Normalmente, un primer ministro o un papa son personas que no han equivocado su vocación radical, porque, de lo contrario, no habrían llegado al puesto que han subido. Pero la vocación no implica esos niveles, porque tampoco con sólo ellos se harían las cosas de la política y de la religión.

c) La historia. Al hablar aquí de la historia nos estamos refiriendo a los gozos y esperanzas... de los hombres de un tiempo determinado. Queremos decir que las necesidades y posibilidades de un tiempo determinado pueden concretizar la tendencia-compromiso-vocación de una persona. La historia se convierte así en importante mediación.

Es la historia la voz que quizá más y más cerca clama. Es quizá también la mediación que mejor puede ser constatada y la que mejor puede deshacer una especie como de mala conciencia o conciencia puramente naturalista que a veces atormenta a quienes estiman y proclaman la necesidad de las mediaciones humanas como camino de Dios.

En efecto. Si alguien piensa que estos criterios —concretamente el de la historia— son puramente naturales, en los que no aparece la presencia de Dios que llama, no olvide recordar vocaciones concretas y muy sonadas en la historia de la salvación, de las que testifica la misma Sda. Escritura. El caso de Moisés es paradigmático y no debería ser olvidado con facilidad. En él aparece la historia como lugar no sólo en el que Dios se revela, sino incluso en el que se ve una especie como de exigencia y compromiso para el mismo Dios. "El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto, además, la opresión con que los egipcios los oprimen. Ahora, pues, ve; yo te envio..." (Ex 3,9-10).

Habría que dar un paso más y constatar que la vocación de Jesús de Nazaret tiene esta misma explicación: la situación de los hombres y la inviabilidad de otros caminos por los que solucionar esos problemas le hace presentarse al Padre y decirle: "Heme aquí, envíame".

Las mejores vocaciones, pues, han funcionado desde la historia, o teniendo en la historia un lugar de revelación y llamada. Dios ha hablado a través de ellas. Pocas voces más reales y concretas, de las que no se suben por las nubes, sino que afianzan al hombre en los problemas que Dios trae entre manos.

2. El HOMBRE QUE RESPONDE - La palabra "acogida" está superando a la palabra respuesta. Es una palabra más moderna y con un claro sentido evangélico. Merece la pena mantenerla y no dejarla pasar antes de que haya sensibilizado al cristianismo, aunque sea en una mínima parte.

La respuesta a Dios que llama y se manifiesta no puede hacerse más que mediante la fe, que es obediencia o hacedora de la verdad de la palabra ("veritatem facientes in caritate", Ef 4,15). La llamada señala o indica un camino, despierta o invita a caminar, fortalece la congénita debilidad humana. La acogida consiste en abrir la puerta a esa invasión de fuerza para que disponga y empuje a la persona hacia donde dicha fuerza impulsa.

En el estudio de la vocación es tan importante la respuesta como la llamada. Y, desde luego, mucho más preocupante, porque es la dimensión o aspecto que más suele fallar. Sobre la llamada, que al acercarse a la libertad del hombre deja de ser un indicativo o un imperativo para convertirse en un interrogante o, más correctamente, en un desiderátum, se cierne constantemente la debilidad humana, que hace de la libertad una ambigüedad muy a tener en cuenta. Tomar conciencia de la dificultad de la vocación y potenciar las posibilidades de una respuesta digna, así como desenmascarar sus impedimentos, es una tarea digna y necesaria en la penetración de la vocación.

a) Dificultad de la respuesta vocacional. A veces se tiene la impresión de que la respuesta a ciertas vocaciones es relativamente fácil. Hay quienes pueden pensar, y lo piensan sin duda, que ciertas respuestas son agradables y envidiables. Como también se piensa que hay vocaciones difíciles, que atemorizan. Lo normal es, ciertamente, que no todas las vocaciones o llamadas se presenten de la misma manera, ni afecten igualmente a los hombres, ni generen idéntica actitud en ellos. Pero resultaría muy sospechoso que identificásemos vocaciones fáciles con vocaciones profanas (profesiones) y vocaciones difíciles con vocaciones sacras (vida religiosa o ministerial jerárquica). Estaríamos de nuevo ante una dicotomía que no se sostiene. Es preciso superar ciertos clisés que impiden una vida más normal y un acercamiento correcto a la existencia de los hombres. De lo contrario, estaremos abriendo cada vez más la fosa que divide a la Iglesia y al mundo sin fundamento (otra cosa es cuando exista el fundamento de una separación que tiene que reconocerse tal en virtud de la concepción y realización de la existencia humana).

La distinción no debe hacerse (al hablar de dificultad) entre vocación profana y vocación sagrada, sino entre vocación falsa y vocación auténtica. Los auténticos profesionales (profesiones o vocaciones profanas) han sido hombres que han dudado en su respuesta, a veces se han rebelado contra la llamada y en ocasiones han abandonado seguir (palabra muy vocacional) en la tarea comenzada (en ese hacer la verdad al que se sentían llamados). En todo caso, en la permanencia y en el desaliento que abandona, esas vocaciones auténticas son muy difíciles. Son vocaciones mantenidas en el acoso, la zancadilla, la envidia incluso de sus íntimos colaboradores, el recorte profundo de su libertad y de su tiempo, la dureza de las circunstancias externas, que alcanzan incluso a la familia. Y cuando esa respuesta o compromiso se asume conscientemente, en la independencia de poderes fácticos claramente satánicos (seamos duros aquí), entonces la vivencia de esa vocación concreta es menos que envidiable. Puede ser un verdadero martirio.

Nos hemos detenido en la dificultad que comporta lo que suele llamarse profesión (político, economista, juez, etc.), porque es preciso introducir lenta pero inexorablemente la vida real de tantos cristianos —y tantos hombres—en el ruedo de la vocación, y con el fin de ayudar a superar esa dicotomía a que antes aludíamos, y que dificulta radicalmente la recuperación del concepto y extensión de vocación, que es uno de los puntos que más nos interesa.

Hay que añadir, sin embargo, que la dificultad de la vocación no debe convertirse en un fantasma maligno y trágico. Hay que afirmar con la misma fuerza que toda vocación cuenta con una facilidad importante. Hay en toda persona vocacionada una serenidad interior que viene de fondos no siempre bien identificados y distinguidos, pero reales. Algo empuja desde dentro a realizar una tarea en la que se cree y en cuya entrega y realización va cobrando conciencia de plenitud o al menos de vida importante. Hay una especie de tensión de fuerzas entre algo que pugna por salir y expresarse en la vida y algo que se retrae ante el paso decisivo. Para constatarlo y darlo a entender, ahora recurriendo a un auténtico profeta (también los hubo falsos, con una componente distinta), acudamos a la experiencia de Jeremías. La suya, creo yo, es una experiencia vocacional que se repite más o menos abiertamente en todos los hombres sinceros: "La palabra de Yahvé ha sido para mí oprobio y befa cotidiana. Yo decía: `No volveré a recordarlo ni hablaré más en su nombre'. Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía" (Jer 20,8-9). Con diversos matices y referencias distintas, ésta puede ser la tensión que se crea en una persona que asume responsable y comprometidamente una vocación.

Por otra parte, toda opción —que esto es la respuesta vocacional— exige muchas renuncias. Renuncias a posibilidades que se veían cercanas, y que basta que sean verdaderas renuncias como para que estén constantemente ilusionando a quien las ha hecho con el señuelo de su nostalgia. Una opción se enuncia en forma positiva, ya que se escoge libremente un camino; pero no hay dificultad alguna en admitir realistamente que implica muertes. Quien elige (acto positivo de opción) ser médico renuncia —aunque no lo pronuncie o escriba ante notario— a ser abogado, ingeniero, militar, sacerdote, filósofo, etc. Es mayor la renuncia que la opción. Y todas estas vocaciones, como no han dado ningún disgusto, pueden ocasionar que se las mire desde lejos y sean eternos espejismos para quien eligió una vocación determinada. Es ésta una dificultad que se encuentra en el principio del camino y a lo largo del caminar. Es la dificultad de la limitación humana y. contra la nostalgia, una de las peores y más tercas tentaciones que sufre el hombre.

b) Apertura a los demás. Para hacer posible una respuesta o acogida que redondee la vocación, es preciso abrir radicalmente el hombre a los demás. Distintas filosofías propugnan un individualismo en el que difícilmente puede crecer esta apertura a los demás. Y sin apertura no es posible vocación alguna, que es don o carisma que se recibe para común utilidad (1 Cor 12,7). Desde una perspectiva cristiana, esto es indispensable en cualquier tipo de vocación posible.

Más que insistir en el libertinaje como abuso de la libertad, hay que insistir en el egoísmo, egocentrismo y egolatría como destrucción de toda posible conciencia de donación. Crecer desde el propio yo se identifica con frecuencia con crecer hacia el propio yo. Y esto no parece cristiano, aunque en el mundo de hoy exista el riesgo de que tal teoría se vea envuelta y presentada en una oferta agradable y cultural.

En cambio, las filosofías del yo-tú y la teología del encuentro tratan de convencer a la persona de que es precisamente en la apertura a los demás, en el servicio y en los roces normales que se suscitan en la convivencia donde la persona se va configurando. No existe realización vocacional donde no se dé una apertura a los demás (habría que precisar los diversos caminos de encuentro y relación para no condenar determinadas vocaciones que parecen aisladas del mundo, siendo en verdad una forma particular —a veces más difícil, pero posible— de relación con él).

Probablemente, no es conveniente insistir demasiado en esta misma filosofía, porque se correría el riesgo de hacer de ella monopolio; y también aquí los monopolios tiranizan y en el fondo pueden desaparecer, dejando un hueco insalvable. Pero sí debe hablarse de ella y potenciarla sustancialmente. Un mundo que se mueve en gran medida por criterios de codicia y ambición, y que recibe en esa misma línea la educación, no puede resultar cristiano. Hace mucho más dificil la de por sí arriesgada decisión de aceptar o acoger una vocación, una profesión, que se presenta como camino difícil.

c) Dominio del ambiente. Quien se preocupa de la respuesta a dar a quien llama, no puede quedarse o limitarse a las filosofías reinantes. Junto a la atención que se presta a las filosofías del yo exaltado (verdadero problema) y del yo-tú (solución de ese problema), es preciso insistir también en algunos aspectos preocupantes del ambiente, porque éste vincula demasiado al joven. La sociología reconoce algunas calas negativas, especialmente peligrosas, en la juventud que se deja llevar: pasotismo, abandonismo, apatía, hedonismo insolidario, síndrome babélico y sisifismo. Todo ello dificulta, cuando no anula, la respuesta.

Frente a ello es preciso despertar una militancia activa e ilusionada (no ilusa), trabajadora y altruista. Es una actitud que prepara a la donación comprometida.

d) Acompañar la respuesta. A lo largo de la vivencia de la vocación es preciso que ésta sea acompañada. Discernir la vocación no se agota en los comienzos de la misma. Es algo que continúa a lo largo de toda la vida, aunque en dimensiones distintas. También es acto de discernimiento precisar si un paso a dar va en el camino de la vocación asumida o se sale de él.

El discernimiento resulta prácticamente imposible para una sola persona [>Discernimiento]. Distinguir adecuadamente la voz de la Verdad en el inmenso concierto de voces que con frecuencia amenazan ahogarla (y así puede ser definido el discernimiento, es obra sólo de músicos muy aventajados o de directores muy expertos, no del común de los aficionados. La mayor parte de los hombres necesita de los demás para que en un mecanismo relativamente complicado y sobre todo prolongado —por no decir permanente—cada uno pueda responder con visos de acierto.

J. Manuel Cordobés

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