PACÍFICO/VIOLENTO
DicEs
 

SUMARIO: I. Presencia de la paz y la violencia - II. Partir de la paz: 1. Paz desprivatizada: 2. Una paz arraigada en el amor - lll. El amor que todo lo supera: 1. El amor supera la cobardía; 2. El amor supera la justicia: 3. El amor supera el orden - IV. Amor y violencia: 1. ,Amor compasivo: a) Amor medicinal; b) Amor militante; e) Amor provocativo; 2. Amor provocativo y lucha de clases: 3. Amor universal y lucha de clases: a) Medios no violentos; b) Medios violentos: e) Nuestra opinión: d) Concilio Vaticano II. Conclusiones.


La espiritualidad no es un reino de abstracciones, ni un recodo del camino donde todos sestean. Afortunadamente, en los últimos años se ha tomado conciencia de la unión entre espiritualidad y vida en cualquiera de sus facetas, porque es en ella donde nace y donde crece. Ya es normal escribir: "Nuestro proceso de conversión, y por lo tanto nuestro crecimiento espiritual, se ve afectado por el entorno socioeconómico, político, educacional, cultural y humano en que tiene lugar". Esto justifica que hablemos aquí sobre la paz y la violencia.

No prestaríamos, sin embargo, quizá ningún servicio los espirituales a la causa de la única y al mismo tiempo plural vida cristiana si quisiéramos invadir otros campos, o mejor las metodologías de otros campos o ciencias. Por eso, nuestra metodología, sin erigirse en única y menos aún en descalificadora de cualquier otra, debe seguir un camino propio. Porque la paz y la violencia pueden ser estudiadas desde diversas perspectivas.

La complejidad del tema puede sospecharse con sólo tener en cuenta esta observación acerca de uno de los miembros del binomio que vamos a estudiar: "Agresión y violencia (por no referirnos a otras palabras, como hostilidad, conficto, lucha, agresividad, agonístico, ataque, amenaza, etc.) no significan lo mismo para genetistas, neurólogos, fisiólogos, endocrinólogos, etólogos, psicólogos, sociólogos, antropólogos, etc."La muestra de la complejidad resulta bastante clara y probativa.

En estas páginas, después de unas palabras sobre la presencia actual de la paz y la violencia en el mundo (I). partiremos de la paz (II), que es una dimensión del amor (III), de un amor que puede verse abocado al uso de la violencia como último recurso (IV).

I. Presencia de la paz y la violencia

Aun sin precisar ahora los conceptos de paz y violencia, que irán decantándose a lo largo de estas páginas, es evidente que nuestro mundo es un mundo en el que la violencia tiene su asiento. Y lo tiene tanto la violencia estructural como la institucional y la revolucionaria'. Los datos estadísticos, la preocupación del pueblo, de los gobernantes, de los escritores, etc., están ahí, y esto no puede ser desmentido.

Resulta ya más dificil decir si aumenta la violencia en el mundo, porque el mundo no es homogéneo, y tenemos el peligro de juzgar toda la geografía en bloque. En América Latina, sobre todo en América Central y en el Cono Sur, parece que sí ha aumentado la violencia en los últimos años. Luchas intestinas y civiles destrozan vidas humanas y sentimientos con la constancia de lo que no tiene descanso. La III Conferencia general del Episcopado latinoamericano, reunida en Puebla a principios de 1979, reconocía: "En los últimos años se advierte un deterioro creciente del cuadro político-social en nuestros países. En ellos se experimenta el peso de crisis institucionales y económicas y claros síntomas de corrupción y violencia"` Oriente Medio es otra de las zonas en conflicto permanente. Huelgan datos con sólo mirar a Líbano, imagen últimamente la más patética en cuanto a violencia armada se refiere. En los países del Este, el silencio impide probar estadísticamente lo que todos sospechan. El mundo llamado "libre" conculca. fría y calculadamente según el Este. unos derechos sociales que engendran no sólo una violencia estructural, sino también una violencia revolucionaria que encuentra así ciertos visos de legitimidad. Y en todo el mundo existen grupos minoritarios violentos, que ejercen el terror de manera fría y sarcástica, atemorizando a la humanidad'. Todo esto difícilmente podría ponerse en duda, porque está demasiado visible y cualquier persona puede comprobarlo a través de un medio o de otro.

Pero seríamos injustos si nos detuviéramos ahí a la hora de captar la realidad sociológica. Hay que afirmar también que la paz está ahí. Y que están sobre todo los pacíficos. los que trabajan por la paz, los que hacen la paz. aunque sea a costa de sus propias vidas. Organismos, instituciones y personas que promueven y reconocen públicamente los valores de la paz, no pueden pasar desapercibidos en el mundo. Se escribe menos de la paz: pero está más presente que la violencia. Sólo un pesimismo congénito, la ignorancia elemental o la personal experiencia de un acto violento traumatizante. podría explicar el juicio contrario. Es laudable la preocupación por la violencia, pero no la obsesión. De ahí que hayamos de preocuparnos por la paz y dirigirnos a los pacíficos. Más aún, en nuestra metodología vamos a comenzar por ahí.

II. Partir de la paz

Cuando el teólogo espiritual asume como evidente que él debe partir del Espíritu —no del espíritu, con minúscula—, se impone a sí mismo partir de los frutos del Espíritu. Y entre éstos no encuentra la violencia y sí la paz. Parte así de una convicción que se le hace evidente: la violencia no existe como algo Positivo. Lo positivo es la paz, y si la violencia no puede casarse con la paz. o toda aquella violencia que no pueda casarse con la paz que es fruto del Espíritu, será una violencia que deberá ser rechazada por un cristiano que quiere vivir conforme al Espíritu.

En toda reflexión crítica que se proyecte sobre la praxis de la violencia, el cristiano encontrará que la primera luz debe ser siempre la luz de la paz. El cristiano cree en la paz y es esencialmente pacífico, y antes de renunciar a la paz hará los esfuerzos posibles e imposibles por no dejarla escapar y tenerla por compañera.

Qué sea esta paz que se nos muestra como fruto del Espíritu, de su presencia entre los hombres, es algo que iremos viendo progresivamente. De momento nos interesa dejar bien clara la metodología a seguir: partir de la paz. Y añadir aquello que debe unirse ya desde un principio y como elemental a la paz, unas cualidades que pueden ser éstas:

1. PAZ DESPRIVATIZADA - Se puede estar de acuerdo con que "la paz de Cristo, en su realización más íntima e inquebrantable, pertenece al mundo futuro", y en qu' la paz "se manifiesta en la vida terrena sólo en la medida en que las realidades ultramundanas arraigan e influyen en el pensamiento y la acción de los cristianos". Pero hay que estar atentos a no exagerar ni poner de tal manera en primer plano esta dimensión de la paz que lleve a posponer, olvidar o menospreciar la dimensión terrena de la misma y su consecución. De lo contrario, habríamos dado el primer paso y quizá definitivo— en una concepción abstracta de la paz, que nos llevaría irremediablemente a pensarla como si fuera un concepto más de los que nunca lograron vitalizar la existencia, la historia. En la consideración de la paz debe, pues, superarse un tipo de acento ultraterreno que mate o ponga en peligro una consideración integral de la misma. absorbida por valores particulares.

Pero la paz debe ser ante todo desprivatizada. Con frecuencia se tiene la impresión de que la paz se presenta como la tonta útil, como un opio religioso, crecido en geografías calculadamente labradas en aradas de muerte. Sus camperos han logrado burlar todos los controles establecidos y la han introducido en los mercados del mundo para adormecer sentimientos humanos que les eran contrarios. Esto no es paz; es abominación. De esta paz no se puede partir.

La espiritualidad quiere coadyuvar a encontrar los caminos por los que vaesa droga mortífera. La teología política, en una brillante operación, sencilla y fundamental a la vez, ha dado con esa servidumbre por donde pasaba todo el mundo, la servidumbre de la privatización de la fe. Privatizar es reducir al "círculo de lo privado". Desprivatizar es poner la fe en contacto con el mundo social, haciendo que las promesas escatológicas, entre ellas la paz, no sean gozadas sólo en el interior de la persona'. Para ello es decisivo que, "sin abandonar sus intuiciones decisivas", se superen todavía algunas direcciones teológicas que corren el riesgo de una innata desprivatización. Nos referimos a las teologías trascendental, existencial y personalista

2. UNA PAZ ARRAIGADA EN EL AMOR - Hay otro aspecto de la paz que se hace también importante en su mismo origen: su relación con el amor. Más aún, la paz cristiana no tiene otro camino viable que el camino del amor. Encarnada en esta categoría, la paz gana toda la importancia que tiene el amor en cualquier concepción de la vida. Con ello entramos en un mundo insospechado, porque la ganancia y juicio del amor está siempre por descubrir del todo.

Si queremos ser fieles al Espíritu, entonces tenemos que leer todos sus frutos desde la caridad, como ramas o dimensiones de la misma. Ya san Francisco de Sales consideraba los frutos del Espíritu Santo de que habla la Carta a los Gálatas (5,22) como un solo fruto, la caridad o el amor, con unas dimensiones que estarían representadas en los que aparecen como frutos distintos 10. Es una interpretación que no solamente no desmiente, sino que canoniza la exégesis más moderna y autorizada ". No existe propiamente la paz, sino el amor pacífico. La paz y la violencia tienen que vérselas, en definitiva, con el amor". Ello ensancha el campo de lectura y de vida, con tal que hagamos del amor el interlocutor que debe ser. Partir, pues, de la paz es partir del amor.

III. El amor que todo lo supera

Hablar del amor, y más aún del amor pacífico, es exponerse a caer en romanticismos o en tópicos. Incluso es exponerse a caer en un lenguaje objetivamente serio, pero que hoy no dice nada. Por otra parte, sin embargo, no se puede renunciar a lo que es raíz de una vida como la cristiana y de todos sus aspectos. Lo importante es dar con el sentido del amor. Y en este caso concreto dar con el sentido del amor en su relación precisamente con todo el mundo de la paz y la justicia, que tan unidas parecen.

Dos son las dimensiones del amor que queremos destacar precisamente por su vinculación con esa paz y justicia:

1. EL AMOR SUPERA LA COBARDíA - El amor no se identifica con la disposición a perder siempre, renunciando a una confrontación seria que permita el triunfo de la verdad. El amor dispuesto siempre a perder esconde, bajo capa de desinterés y pobreza espiritual, una grave desconfianza en aspectos fundamentales del Evangelio. No cree, v. gr., que la verdad nos hace libres (Jn 8,32).

Al amor que no quiere conflictos se le ha bautizado como amor capitalista". Este bautismo puede ser partidista o inexacto; pero lo es no por lo que dice, sino por lo que oculta. Habría que decir, para ser menos inexactos, que el amor que prescinde de los conflictos es un amor propio de los totalitarismos, entre los que está el capitalismo, aunque éste no sea el único totalitarismo que existe. Los totalitarismos imponen, en nombre de la convivencia y del bien común (digamos en nombre del amor), un silencio que será garantizado por todos los medios, sean los que sean.

Superarlo todo no significa, pues, aguantarse con todo, pasando incluso por la implacable dictadura de los que drásticamente, con ley o sin ella, quieren demostrar poderlo todo. Superar quiere decir aquí vencer; y concretamente vencer la cobardía.

La cobardía se identifica existencialmente con el miedo a emprender una acción, a enfrentarse con quienes impiden cualquier acción. Y ambos, cobardía y miedo, se esconden bajo capa de humildad y resignación. La humildad y resignación, por su parte, atraen hacia su área a las así llamadas virtudes pasivas, refugio de la virtud, sin más, durante mucho tiempo". El amor aparecería así como pasivo; y no ciertamente en cuanto pasivo significa sentirse amado y acoger el amor, sino en cuanto significa no atreverse a emprender una acción arriesgada. Esta trastienda impedía prácticamente el cambio de las situaciones, viniendo a identificarse paz e inmovilismo histórico.

La teología de la esperanza —y las teologías que se han familiarizado con ella— ha prestado aquí un servicio inestimable. Ella ha repetido que en el catálogo de pecados del Apocalipsis (21,8) el primer lugar le cabe a los cobardes ". El cielo nuevo y la tierra nueva no sólo no deberán nada a los cobardes, sino que ambos se construirán a sus espaldas y no se les espera allí corno habitantes de futuro. Recordarlo no está de más. porque sucederá lo mismo con todos los bienes escatológicos, uno de los cuales es la paz. Los cobardes nunca construirán la paz. Ni la disfrutarán. Sólo el amor que logre vencer la cobardía tiene algo que ver con la paz.

2. El AMOR SUPERA LA JUSTICIA - Quizá uno de los más insidiosos equívocos que padecemos consista en vincular paz y justicia sin más. Prefiero hablar de equívoco, no de error, por lo que en seguida se verá.

El equívoco radica en que, por una parte, tomamos la justicia como virtud moral, en el sentido de dar a cada uno lo suyo, mientras que en diversas ocasiones en que se la junta a la paz, la palabra justicia no debe tomarse estrictamente como virtud moral, sino en un sentido mucho más amplio y profundo. Por otra parte, la misma justicia cuando es asumida como virtud moral necesita ser reequilibrada. Justicia no puede significar, sin más, dar a cada uno lo suyo. Pensar así sería estancarse en un concepto de sociedad, que no permitiría más que una renovación muy superficial de la misma.

José María González Ruiz ha explicado esto perfectamente: "La justicia es dar a cada uno lo suyo: lo `suyo' de cada uno supone evidentemente un sistema social previamente dado. En la sociedad esclavista, dar a cada uno lo suyo consiste en dar al esclavo lo suyo, y al amo lo suyo; en la sociedad burguesa dar al patrono lo suyo y al obrero lo suyo; en el sistema neocapitalista dar al magnate lo suyo y al proletario lo suyo". No es extraño que ante esta trampa calculada y virtuosa añada el autor: "El amor exigido por Cristo supera con mucho la justicia". Porque los que no tienen nada, nada pueden exigir, a ellos nada se les debe, y nada pueden reclamar. Mientras que los que tienen mucho, es mucho lo que pueden reclamar bajo capa de justicia. No piden más que lo suyo, que resulta que es todo el mundo.

En el fondo, el problema se juega en la prevalencia que ha logrado la historia sobre la persona. Por eso se habla de derechos históricos y se los reclama en nombre de la justicia, aunque esos derechos históricos supongan un aplastamiento o, al menos, una manifiesta discriminación de los derechos personales de quienes, al no tener más que su naturaleza humana, su persona, parece que nada pueden exigir y nada se les debe.

Es evidente que una paz que surgiera así y así se mantuviese sería no una paz amada, sino una resignación y pasividad odiadas.

3. EL AMOR SUPERA EL ORDEN - Cualquier orden histórico no puede aspirar a ser considerado un bien absoluto. Y cuando ese orden se levanta sobre el desorden de unos pocos, que quieren el mundo tranquilo para campar a sus anchas en el propio desorden, menos aún. Estaríamos ante un orden deleznable y mezquino. El amor —que tiene que pensar en todos— no apoya ni justifica este orden, tanto en la vida ciudadana como en la económica, social o política.

Lo mismo que en el apartado anterior veíamos cómo hay un amor que supera la justicia más injusta, también aquí puede afirmarse que el amor supera un orden esencialmente desordenado. La argumentación seguiría el mismo camino que en el apartado anterior, y no es preciso repetirlo, aunque sí afirmarlo.

IV. Amor y violencia

Cuando el amor supera la máscara de un tipo de justicia y orden que algunos han logrado introducir y moralizar, pero que es perverso, estamos a las puertas del conflicto, porque quienes introdujeron ese concepto, y sus actuales beneficiarios, se encuentran muy contentos con él, y quienes lo sufren no lo soportan durante más tiempo. Y ni los primeros van a soltar por las buenas los billetes o la estaca, ni los segundos están dispuestos a prolongar indefinidamente, en un tiempo de reivindicaciones y de conciencia de las mismas, la miseria en que viven. Y en este conflicto quizá ya nadie sabe adónde se puede llegar o dónde está el límite. Lo normal es que surja incluso la violencia.

Lo que sí debe quedar claro en nuestro planteamiento es que si surge el problema ideológico y material de la violencia, éste debe surgir únicamente desde el amor, no desde otro ángulo distinto. En la metodología inicial estoy de acuerdo con Gandhi: "Siempre que surge la discordia, que choca uno con la oposición, hay que intentar vencer al adversario con el amor''. El amor será quien presida su propia actividad, incluso si llega —ahora hablamos hipotéticamente— a la violencia en su dinámica. Seguimos, pues, con la metodología del amor.

1. AMOR COMPASIVO - Porque el amor pone en el centro la persona sobre cualquier otro criterio de derechos históricos y adquiridos, el amor constata que hay muchas personas —tantas que son amplia mayoría en el mundo— privadas de elementales derechos personales. Las estadísticas sobre el hambre y el lujo, la ignorancia y los suspensos académicos, el miedo y la represión, el salario infrahumano y la disparada plusvalía, los informes de Amnesty international se han quedado con frecuencia en simple información de periódico, siendo como son sangrantes para el sentimiento humano.

Y aquí entra el amor compasivo, no en el sentido paternalista, sino en el sentido activo de un amor que padece con, que se mueve y se conmueve con y frente al dolor y la pasión de los demás. El amor compasivo se hace también patético y simpatético. Es un amor que tiene tres expresiones progresivas:

a) Amor medicinal. Trata de curar las llagas producidas por la miseria. Se acerca al necesitado, al que se ha visto afectado ya por la violencia de otros. Madre Teresa de Calcuta es la expresión hoy más palpable y laudable de este tipo de amor. Todos lo reconocen, incluso los que están en una línea distinta.

b) Amor militante. Trata de concienciar a los hombres para que miren sus bienes como bienes comunes y tengan el valor y la vergüenza mínima de compartir el pan, la cultura, la libertad, etc. No sería tampoco correcto pensar que éste es un amor que se queda sólo en palabras. Es posible que en él domine la palabra; pero la palabra no es negativa, ni hipócrita, si ayuda a configurar personas de criterios y actitudes distintas.

c) Amor provocativo. Se sitúa en las causas del mal, no en el efecto del mismo. Es el que más relacionado está conla violencia física armada, tipo de violencia hacia el que parecen dirigirse todas las demás formas como desembocadura de un río. Por eso nos detenemos en él un momento.

La experiencia de siglos, perceptible también en nuestros días, manifiesta claramente que existe una ley de resistencia social, por la que el hombre de posibilidades y recursos no está dispuesto a renunciar a sus beneficios y compartirlos con quienes no tienen esas posibilidades y recursos, sea por las razones que sea. Es más, existe otra ley complementaria, la ley del ataque social, según la cual el hombre pone sus posibilidades al servicio de un mayor incremento de las desigualdades sociales. Así, el rico tiende por su propio dinamismo a ser más rico, y el pobre, por su propia impotencia, a ser más pobre. Estas dos leyes. precisamente por apoyarse en innegables posibilidades, garantizan que. de no suceder algo muy raro, el éxito de arriba está asegurado.

Y es aquí precisamente donde el amor provocativo tiene que intervenir: "Durante mucho tiempo se ha pensado que la caridad evitaba los conflictos. Luego, se ha comprendido que podía nacer en los conflictos. Un paso más y se puede ver que, en determinadas circunstancias, los provoca". "Hace falta no sólo pasar de una caridad medicinal a una caridad militante, sino de una caridad militante al amor inventor, profético, anticipador, creador. El amor sólo es verdadero a partir del momento en que se sitúa a nivel de la inteligencia de las causas".

Este paso ha llevado a muchos a afirmar que la "lucha de clases [es] consecuencia del amor", y que los que han luchado hasta la muerte "no murieron envenenados por el odio. Dieron la más sublime muestra de amor: entregaron sus vidas por la causa de los pobres".

2. AMOR PROVOCATIVO Y LUCHA DE CLASES - Damos un paso adelante en la dialéctica del amor y la violencia. El análisis marxista de la historia —probablemente en uno de sus éxitos— concluye que no son los marxistas quienes han inventado la lucha de clases: son sencillamente quienes la han descubierto, porque ha estado presente a lo largo de toda la historia de la humanidad. Más aún, en la medida en que el hombre es más consciente de su situación y de la vida real, en esa misma medida aumenta la lucha, quizá con medios más sofisticados, y por eso también más disimulados cuando interesa, pero no menos importantes. Utilizar medios primitivos es muy llamativo, y a veces estremecen por la brutalidad que insinúan, pero es poco rentable, y es la rentabilidad la que se busca en la lucha de clases (o al menos no prescindir de ella, porque también aquí la rentabilidad o eficacia es la prueba intrínseca de la bondad del método adoptado).

Así. para muchos, la lucha de clases no sólo no se opone al amor, sino que es el amor quien la suscita, o en todo caso quien se enfrenta irremediablemente con una lucha de clases que siempre ha existido y continúa existiendo, de manera palmaria, o de manera sorda; pero continúa existiendo.

3. AMOR UNIVERSAL Y LUCHA DE CLASES - Da la impresión, por lo menos a primera vista, de que el amor provocativo es un amor reducido y excluyente: se pone en comunión con unos, pero en ruptura con otros, lo cual sería grave en un amor que o es universal o no es cristiano, y por lo tanto no puede presentarse como adecuado en la metodología que aquí estamos siguiendo.

La teología reivindicativa acepta sin más este reto u objeción, porque es real: "Es innegable que la lucha de clases plantea problemas a la universalidad del amor cristiano". Y el cristiano ha de buscar una respuesta que no sea una evasiva.

Para un cristiano esta solución no puede radicar en dar marcha atrás, porque está convencido de que el Evangelio no aprueba el estado de cosas que la lucha de clases trata de remediar partiendo de una ilusión instintiva y buena del hombre que quiere salir de la miseria y explotación. La cuestión estará, pues, en saber cómo es posible mantener esta reivindicación elemental con el amor hacia esa persona contra la que no puede no luchar.

Un problema tan importante, ya que toca el centro de la vida cristiana, no podía no haber sido estudiado y meditado en el contexto moderno en que se ha hecho apremiante. Y parece que la solución es relativamente fácil a nivel teórico, aunque tampoco aquí se hayan superado todas las dificultades: "Amar a todos los hombres no quiere decir evitar enfrentamientos; no es menester una armonía ficticia. Amor universal es aquel que en solidaridad con los oprimidos busca liberar también a los opresores de su propio poder, de su ambición y de su egoísmo" . En cristiano esto no puede juzgarse como una salida fácil, palabrera y demagógica. Porque si la ambición y el egoísmo no es una esclavitud para el cristiano, entonces es que una vez más el cristianismo ha bajado a una sima insalvable.

Pero las palabras que preceden, y las que van a seguir, pueden considerarse como la síntesis, al menos inicial, de la respuesta que unánimemente presenta la teología reivindicativa: "Hay que amar a todos, pero no es posible amarlos a todos del mismo modo: se ama a los oprimidos, liberándolos; se ama a los opresores, combatiéndolos. Se ama a unos liberándolos de su miseria, y a los otros de su pecado".

A este razonamiento ha prestado su apoyo la teología mariana —al menos así lo piensan algunos—, quizá la teología donde mejor se percibe la actitud de Dios con los hombres, criterio último del discernimiento cristiano. Esta teología [>María IV, 3b] se centra en el Magnificat como canto de liberación", que recoge la tradición de las mujeres "peligrosas" del AT y manifiesta de una manera elocuente —y no suficientemente tenida en cuenta— la acción de Dios. Si el Magnificat es un canto que define a Dios como amor y es el amor universal el que canta María", entonces es claro que a veces el amor toma formas que parecen a primera vista contrarias al amor ("derribó a los potentados de los tronos"), pero que, sin embargo, Dios no ha visto como el único acto al que puede apelar para salvar a esos potentados. Será, quizá, un acto extremo, casi desesperado de Dios; pero difícilmente podrá negarse que sea un acto de amor.

En esta explicación, y con estas referencias, la lucha de clases no se opone —parece— al amor universal, al menos necesariamente. La dificultad entonces vendría de otro ángulo, del tipo de medios utilizados en esa lucha de clases promovida por el amor universal.

¿A qué medios empuja el amor cuando éste es realmente provocativo? Dos son las tendencias fundamentales en la sociedad y teología actual:

a) Medios no violentos. Es decir, no-violencia. La actitud general, y puede creerse en la sinceridad de cuantos la proclaman —que son todos—, es que lo deseable, y por lo que es preciso trabajar con todas las fuerzas, sería conseguir una revolución, que es necesaria, sin violencia alguna, utilizando los medios pacíficos del diálogo y de la aceptación de la igualdad esencial, o al menos de una no tan descarada desigualdad". Si esto no es posible, entonces habrá que utilizar otros medios no-violentos: denuncia, resistencia pasiva, manifestaciones, huelgas, voto democrático, revolución cultural, etc. Así se realiza una "lucha pacífica, pero segura y válida", "para no quedar en la vaguedad, en la imprecisión, en el vacio" cosa que nadie quiere dentro de su actitud de combate o de lucha (utilícese la expresión "de clases" o no). Todo es cuestión de método, porque conscientemente "la no-violencia no es de ningún modo pasividad y falta de valor", ni desconoce, calla o deja de juzgar las situaciones: "Las injusticias son demasiado grandes y la frialdad y la negligencia de los poderosos que nos explotan son escandalosas".

De aquí la no-violencia dice no pasar, suceda lo que sucediere. Y está convencida de que otro método no se puede pedir a un cristiano, ni él puede utilizarlo. La espera dura irá madurando a los hombres, cambiándoles el corazón con sus más íntimos sentimientos y así podrá hacerse una humanidad nueva, que es el fin que persigue la lucha por la paz.

b) Medios violentos. Quienes admiten, como último recurso, la violencia, no lo hacen como medida deseable y querida per se y directamente: "Si los no violentos me presentaran un lote existencial (realmente vivible y en sentido positivo) en donde no hubiera ningún género de violencia, entonces yo como cristiano me vería obligado a aceptarlo. Pero desgraciadamente ésta es una hipótesis de laboratorio, que por ahora no se prevé que pueda realizarse in rerum natura. La no-violencia parece un movimiento, por una parte, contradictorio y, por otra, ingenuo, dentro de una gran buena voluntad.

Parece contradictorio, porque practica claramente la violencia psicológica, más unida de hecho a la violencia física de lo que sus promotores sospechan. Es muy difícil, por no decir humanamente imposible, calentar un ambiente e impedir después atizarlo con leña: "En este sentido no sé cómo las campañas de Gandhi y de Martin Luther King puedan ser absueltas de haber introducido una enorme violencia psíquica a través de las conciencias, llegando incluso a ser la última causa del desencadenamiento de innumerables violencias físicas que estallaron a consecuencia de aquellos métodos no violentos. La no-violencia no puede ser juzgada exclusivamente por unas personas claramente no violentas, pero excepcionales. Debe ser juzgada por toda la masa que sigue, se acoge o se arropa a su lado, y a la que muy difícilmente se le puede pedir la entereza de ánimo de sus auténticos líderes. Las llamadas de éstos a la moderación llegan a la masa como un eco contradictorio.

Y parece ilusoria la no-violencia, porque insiste en una referencia menos que probativa: la referencia al Evangelio. Para muchos "es inútil utilizar este o aquel pasaje del Nuevo Testamento para justificar un método u otro; tomada así la problemática, las objeciones y las contraobjeciones se sucederían indefinidamente, engendrando sin duda una violencia completamente inútil". "El problema para un cristiano no se plantea sobre si el NT aprueba o condena la violencia, sino sobre si la violencia —siempre mala en sí misma— puede ser asumida como una necesidad inevitable, exigida incluso por el primero de todos los imperativos evangélicos: amar al prójimo".

c) Nuestra opinión personal en un tema tan delicado puede sintetizarse en dos consideraciones:

• En Occidente. Occidente está en condiciones sociológicas de optar con éxito por una escala de reivindicaciones progresivas y profundas, sofisticadamente eficaz a la hora de debilitar la raíz del egoísmo personal y las estructuras de violencia institucionalizada sin necesidad de llegar a la violencia física de personas o grupos particulares. Si no lo hace es porque no quiere, o porque aún tiene miedo, un miedo que podía haber superado ya, dadas sus condiciones sociales y políticas.

• En otros lugares. En otros lugares serán los propios protagonistas quienes tendrán que interrogarse y decidir. El Occidente civilizado —tan precipitada y ligeramente proscrito por cándidas utopías— condena cada vez más todo lo que huela a sangre humana. Y esto es un paso objetivamente positivo, del que nosotros no queremos dudar. Quizá, desgraciadamente, otros lugares no posean unas estructuras similares, en las que puedan ser reivindicadas con éxito ni siquiera las mínimas condiciones de vida. y tengan que acudir —desgraciadamente, pero todavía sin posible alternativa a la subversión y a la muerte. Es una posibilidad que resulta siempre estremecedora, pero quizá no más estremecedora que las violencias diarias de otro signo, cada vez más afianzadoras de situaciones insoportables. Por eso, en nuestra opinión, no en todos los lugares deben rechazarse los métodos violentos radical y absolutamente, con tal que no se trate de métodos indiscriminados.

Lo que a nosotros sí nos resulta más es justificar esta actitud en el amor al prójimo. Pudiéramos estar cayendo en un "fariseísmo de izquierdas'. El amor al prójimo —entendido ahora como tal el enemigo— no se le puede imponer a éste. El Evangelio no es más que proclamación e invitación. No pasa de ahí, no se impone violentamente a quien no quiera acogerlo.

La justificación, pues, deberá seguir otro camino, abandonando una especie de nueva guerra de religión, de la que tan difícilmente logran desligarse los cristianos. Mi argumentación sería ésta: no un amor a los enemigos, a quienes incluso, si es necesario, hay que obligar a convertirse, sino un amor a los oprimidos, a quienes estamos dispuestos a defender, incluso si necesario fuera con la fuerza bruta y armada, para que nadie pueda impune y eternamente reírse de ellos y subyugarles hasta tenerles convertidos en animales de carga a su antojo y servicio sarcástico.

No acudimos a otros argumentos. Creemos que es suficiente el que precede. Sin embargo, no dejamos de estimar la actitud de tantos hombres de la Edad Media, también cristianos —¡quién no era entonces cristiano!— frente al tirano. Es fácil decir en contra que la Edad Media ha pasado y que nosotros hemos logrado purificar y sobrepasar conceptos y actitudes entonces quizá comprensibles, pero insostenibles en otros momentos de la historia como los nuestros. Ciertamente esto es fácil de decir; pero no es del todo convincente. Porque esa forma de argumentación es típica de quienes aceptan un pluralismo cronológico —de manera que en diversos tiempos se pueda pensar y actuar de diversa manera—, pero no admiten un pluralismo geográfico —de manera que la actitud y conducta de los hombres pueda ser diversa en distintas geografías, pecado del que ha sido acusado claramente el cristianismo en nuestros días". Porque, efectivamente, hay ambientes en los que etapas pasadas deben quedar superadas; pero probablemente esas etapas, ya superadas en ciertos ambientes por la existencia de estructuras distintas y el avance de los tiempos, quizá se ven ahora encarnadas en otras latitudes que bien podrían denominarse medievales, porque hay geografías que no han superado la Edad Media. De aquí que no quepa un juicio único al hablar de los medios a utilizar en las reivindicaciones.

d) Concilio Vaticano II. La paz y la violencia han sido argumento interesante en el Vat. II. El hecho de que este argumento haya sido seleccionado para ser considerado entre otros muchos, dice no poco a favor del interés que suscitaba en los Padres y en la Iglesia católica en general. Gaudium et spes presenta, sobre el tema, algunos aspectos que no pueden pasar en silencio. Entre ellos los siguientes:

• Paz y amor. "La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo..." (GS 78). Para quienes hemos partido de la paz que es fruto del amor, esto nos parece importante.

• Amor y justicia. Hemos insistido en este aspecto, que nos parece de particular interés, ya que puede deshacer un peligroso equívoco. En este sentido, suenan bien estas palabras del concilio: "La paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar" (GS 78).

• Una cierta ingenuidad. No que estemos en contra de las palabras que vamos a citar; pero sí nos parecen algo ingenuas (aunque sean ingenuas evangélicamente): "Esta paz en la tierra no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual" (GS 78). Desgraciadamente, "la comunicación espontánea" no es propia de esta tierra.

• No-violencia. "No podemos dejar de alabar a aquellos que, renunciando a la violencia en la exigencia de sus derechos..." (GS 78). Por cierta relación puede citarse aquí también cuanto precisó el Consejo ecuménico de las Iglesias: "Deberíamos dedicar especial atención a las estrategias no-violentas que tratan de conseguir los cambios necesarios".

• ¿Violencia? Parece indudable que las preferencias conciliares van a favor de la no-violencia. Sin embargo, podemos preguntarnos si hay algo así como una canonización y un rechazo frontal de la violencia. He aquí una página-comentario autorizado a Gaudium et spes: "El Concilio, sin pretender anexionar la no-violencia al catolicismo, ha querido decir que la Iglesia de Cristo reconoce positivamente la consonancia de este tipo de conducta humana con las enseñanzas del Evangelio, y que se congratula de ver que esta forma de la acción humana ha adquirido hoy cierta eficacia, tanto en el plano objetivo como en el de una nueva educación de las conciencias.

El Concilio no ha pensado en hacer de la no-violencia la regla imperativa de la conducta cristiana en cualquier momento. El hecho humano de la violencia es de naturaleza muy compleja, y resulta imposible juzgarlo en abstracto. Porque mientras la humanidad pueda ser presa de la violencia, la violencia misma debidamente controlada, cierto es, por el hombre en posesión de sí mismo— podrá (y en ciertos casos deberá) ser empleada como instrumento de razón y como remedio de la injusticia. Pero, ante la facilidad con que la humanidad actual cede a la violencia del odio, apasionada e irracional, por más que trate de encubrirse con una multitud de aparentes justificaciones, el Concilio ha considerado que la no-violencia podía, en muchos casos, jugar útilmente el papel de antídoto de lo que sigue siendo con mucho la propensión más común en el seno de nuestro mundo. De todas formas, no se trata aquí de apoyar o prestar una caución cualquiera a las exageraciones o incluso al irrealismo que envuelven a veces tales o cuales actitudes que invocan la no-violencia. Por eso se dice, en el texto conciliar, que el sistema de la no-violencia ha de tener en cuenta lo mismo los derechos que los deberes del otro, así como los de la comunidad. Pero, si se da por supuesta la observancia de estas condiciones, no es sólo un reconocimiento tolerante lo que la no-violencia merece por parte del Concilio y éste le concede. Es una alabanza muy positiva y un estimulo real los que le llegan, de parte de la Iglesia, en el nombre mismo del Espíritu Santo. La no-violencia es el testimonio, a veces llevado hasta el heroísmo, de una fermentación espiritual de la humanidad. Esto rinde homenaje al Espíritu de caridad que Cristo ha extendido entre los hombres. Esto contribuye a reavivar este Espíritu también dentro del alma cristiana contemporánea".

Conclusiones

Podríamos sintetizar el método y contenido de cuanto precede en las siguientes conclusiones:

1. La patente actualidad de la violencia, tanto estructural como institucional y revolucionaria, hace de la paz un bien añorado y anhelado por la gran masa de los hombres, y un aspecto de la vida al que hay que prestar cierta prioridad, también desde la espiritualidad.

2. La paz se identifica con el amor pacífico. La paz entra así en la categoría cristiana del amor. en el que todo se resume. El que ama es pacífico; y toda paz que no tenga como fundamento el amor, no puede ser llamada paz cristiana.

3. Amor pacífico que no realice la fraternidad efectiva entre los hombres no es amor. Todo amor tiene que ponerse a fraternizar. Es una tarea no sólo difícil, sino también una tarea que parece no tener visos de realidad, a no ser que de hecho acepte enfrentarse con las fuerzas personales y estructurales que la impiden. Es un enfrentamiento en el que indudablemente surge la resistencia más tenaz al cambio. Y, por lo tanto, es un enfrentamiento que puede cuajar en una no deseable, pero quizá inevitable, violencia física como única y desesperada defensa de bienes que nunca debieron ser monopolizados, pero que de hecho lo han sido y continúan siéndolo, y todo ello en una sociedad que se endurece en sus propios y sofisticados mecanismos de supervivencia y de aumento constante. Será en cada momento la estrategia bien estudiada la que decidirá sobre la conveniencia o no de llegar a este extremo y cómo desarrollarla en concreto, no se vaya a dificultar aún más una mínima posibilidad de subsistencia y de paz social. Difícil discernimiento y más difícil realización.

Augusto Guerra

 

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