ORACIÓN
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SUMARIO: I. Definición de la oración - II. El carácter específicamente cristiano de la oración: 1. Abba, Padre: 2. Oración en Cristo y a Cristo; 3. Creo en el Espíritu Santo - III. Oración: presencia y escucha de Dios: 1. La iniciativa divina; 2. El papel de la Sagrada Escritura; 3. El papel de la comunidad de fe: 4. El papel del pobre - IV. La centralidad de la eucaristía: 1. Dar gracias siempre y en todo lugar; 2. Oración y sacrificio de sí mismo; 3. La eucaristía: Oración y evangelización; 4. El papel de los demás sacramentos - V. Tradición sacerdotal y tradición profética: 1. El papel del sacerdote; 2. Las desviaciones del sacerdotalismo; 3. La tradición profética - VI. Las devociones.


La historia de la salvación comienza en el momento en que el hombre se hace capaz de recibir la revelación en la respuesta y en la oración. Para nosotros el hombre no se define a partir del uso de ciertos instrumentos o desde la posibilidad de cambiar el ambiente en que vive. Ni siquiera es suficiente la definición de homo sapiens. Se define como homo orans, en cuanto que adora, escucha y responde a Dios, confiriendo verdad a su propia existencia.

Sin oración el hombre no llega a la verdad ni descubre su nombre. Nuestra existencia es un don. Somos llamados por la palabra creadora de Dios, y esta palabra es una invitación a vivir conscientemente en su presencia. Viviendo a través de la llamada que nos da la vida, podemos encontrarnos en la escucha y en la respuesta a quien nos da un nombre único y todo lo que somos. No podemos encontrar nuestra identidad más que volviéndonos a Dios, que es origen y fin de nuestra vida.

I. Definición de la oración

No nos es posible definir al hombre sin recurrir al entendimiento de la oración. Y, del mismo modo, no podemos comprender la verdadera naturaleza y la meta de la oración sin comprender la vocación total del hombre. ¿Quién es el hombre que reza? ¿Es oración el reflexionar sobre el misterio del propio ser? ¿Es oración el acto de quien admira la grandeza del universo o intenta comprender el significado de su propia existencia? Ciertamente estos actos son fundamentales en el hombre, pues en ellos expresa su dignidad y su dinámica hacia lo verdadero y lo bueno; pero no se puede definir todo eso como oración.

Las tres notas indispensables con que se caracteriza la estructura interna de quien experimenta la realidad de la oración son: "La fe en un Dios personal, vivo. La fe en su presencia real. Un dramático diálogo entre el hombre y Dios, al que se sabe presente" Será útil que reflexionemos sobre cada uno de estos tres elementos.

a) Fe en un Dios personal, vivo. No se habla a una idea, a una cosa o a una fuerza impersonal. Quien hace oración sabe que se encuentra frente a la sabiduría suprema, que lo conoce. No basta una fe en el significado de la vida o en una persona humana, sino que es necesaria la fe en Dios, en el Amor.

b) Fe en la presencia real de Dios. El que hace oración tiene fe en la presencia real y activa de Dios, que se revela y nos invita de esta forma a que le respondamos. "Una presencia verdadera es posible tan sólo como respuesta a la revelación real de Dios. La fe vive de la oración. Realmente la fe viva en su esencia no es otra cosa que oración. En el momento en que creemos de veras, nos expresamos con la oración; y allí donde cesa la oración cesa también la fe viva".

c) Confianza en que el Dios que nos ha hablado y sigue revelándose escuchará nuestra oración. La oración supone, por lo tanto, una relación tú-yo y yo-tú. La fe que da fuerza a la oración se puede condensar de la siguiente forma: "Tú eres y yo soy gracias a ti y tú me invitas a vivir contigo". El creyente que piensa que no debe despertar a Dios se expresa drásticamente en el profeta Elías: "Elías comenzó a burlarse de ellos, dándoles este consejo: '¡Gritad más fuerte, pues es Dios! Pero está cavilando, o retirado, o se encontrará de viaje; tal vez esté durmiendo, y tenga que despertarse'" (1 Re 18,27).

Estas tres condiciones constitutivas de la oración se dan allí donde existe religión auténtica. Pero esto no excluye el que la conceptualización pueda no ser así de clara. Puede suceder que una persona determinada se declare panteísta, mientras que en realidad hace oración y considera a Dios como un "tú". Allí donde se hace oración con confianza y con fe viva, allí está la presencia del Espíritu de Dios. Y la gracia de Cristo no está ausente, aunque quien hace oración no conozca ni a Jesús ni el misterio de la Trinidad.

II. El carácter específicamente cristiano de la oración

"Ante Dios no hay acepción de personas" (Rom 2,11). Al hablar, por lo tanto, del carácter específico de la oración cristiana no debemos vanagloriarnos frente a los que no son cristianos. Se impone, sin embargo, la meditación sobre los muchos motivos de reconocimiento por la vocación que se nos ha reservado, y la consecuencia de dar testimonio atractivo y convincente de nuestra oración. El cristiano que reza sabe qué es la vida eterna: conocer a Dios como padre del Señor Jesús, conocer a Cristo como verdadero Dios y verdadero hombre, mediador entre nosotros y el Padre, y creer en el Espíritu Santo, que ora en nosotros.

1, ABBA, ¡PADRE! - Todas las oraciones de todos los tiempos alcanzan su culminación en Cristo, el cual llama a Dios omnipotente "Padre" de forma única: su "Abba, ¡Padre!" resuena en los corazones de los apóstoles, y con este nombre Jesús nos invita y nos enseña a dirigirnos a Dios. El Resucitado dice a María Magdalena: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, Dios mío y Dios vuestro" (Jn 20,17). No creemos solamente en un Dios personal, creador, omnipotente, sino que lo adoramos y lo amamos como Padre, nuestro y del Señor Jesús. Esto nos da una confianza única; pero no olvidemos que él está "en los cielos", es decir, que se trata del Dios santo, mientras que nosotros somos las criaturas, no pocas veces, lamentablemente, pecadoras. Cuanto más conscientes seamos del pecado, tanto mayores serán no sólo nuestro temor, sino también la gratitud, la alegría y la felicidad en la oración.

Cristo ha hecho visible al Padre. Pero nuestra oración no podrá unirse a la suya cuando invoca al Padre, si no nos unimos también al amor que ha manifestado a todos los hombres.

Cada uno de nosotros está delante de Dios con un nombre irrepetible; mas para encontrar ese nombre debemos vivir la solidaridad de la salvación, que expresa nuestra fe en nuestro Padre y en Cristo; solidaridad de salvación encarnada.

2. ORACIÓN EN CRISTO Y A CRISTO - En Cristo se nos hace más cercano el Padre y se manifiesta como "Dios con nosotros". Sólo en Cristo podemos atrevernos a decir "Padre nuestro". Es Cristo quien nos da el valor de orar con confianza; de él aprendemos a adorar a Dios en espíritu y verdad, y esta adoración tiene valor en tanto en cuanto se une a la suya y se ofrece en su nombre. La oración cristiana tiene como base no sólo la fe en Cristo, sino también su conocimiento'.

En la liturgia, nuestra oración suele dirigirse al Padre por medio de Cristo nuestro Señor. El, verdadero hombre, asume nuestras oraciones y les da el valor de la suya. Pero Jesús es también verdadero Dios; por eso nuestra oración litúrgica comunitaria, y con mayor razón nuestra oración personal, puede dirigirse directamente a él. No se piense que de esta forma se deja relegado al Padre; antes bien, en Cristo se fortifica la unión con Dios en el Espíritu Santo. A Cristo puede ofrecerse un culto latréutico.

En la invocación de la Virgen, de los santos y,de los ángeles, la cuestión es distinta. No se trata ya de culto o de adoración, sino de la comunicación que manifiesta nuestra fe en la comunión de los santos. La invocación de los santos vivifica también nuestra unión con Cristo, recordándonos que en él somos una sola familia.

3. CREO EN El, ESPIRITE SANTO - La oración específicamente cristiana expresa una fe viva en la Trinidad. Creemos en el Espíritu Santo, dador de vida y que es adorado juntamente con el Padre y con el Hijo. Podemos adorar a Dios en espíritu y en verdad precisamente porque somos hijos de Dios guiados por el Espíritu. "Porque no recibisteis el espíritu de esclavitud para recaer de nuevo en el temor, sino que recibisteis el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: Abba, ¡Padre! El mismo Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios" (Rom 8,15-16).

Es el Espíritu Santo quien nos da la sabiduría y el gusto de una oración correcta. Nos hace vigilantes en la espera del Señor y atentos a los signos de los tiempos, que son los signos de la presencia de Dios. Y así se hace posible gracias al Espíritu la oración, que es integración entre fe y vida.

III. Oración: presencia y escucha de Dios

Dios está siempre presente, pero esta presencia suya es recibida y transforma nuestra vida sólo si oramos. Por medio de la oración se cumple la reciprocidad de las conciencias y la presencia recíproca. La presencia divina es fuente de vida y de luz. En la oración tomamos conciencia de ella y nos abrimos a la vida y a la luz. En ella vivimos con intensidad el momento presente, porque encontramos al Señor de la historia en el reconocimiento y en el agradecimiento por cuanto nos ha dado en el pasado y en la espera de la transfiguración final.

1. LA INICIATIVA DIVINA - En la oración específicamente cristiana se manifiesta una gran conciencia de la iniciativa divina. Dios nos ha amado antes de que nosotros existiéramos y nos llama antes de que hayamos dado el más mínimo paso hacia él. Esta iniciativa del Señor la subraya toda nuestra fe. La justificación, es decir, la justicia que nos salva, la paz mesiánica, la reconciliación, todo se concibe como don gratuito e iniciativa de Dios. "Todo viene de Dios, que nos reconcilia con él por medio de Cristo" (2 Cor 5,18) ,La experiencia mística de los santos se caracteriza por la conciencia de esta iniciativa, y tanto mayor será el progreso de la vida espiritual del hombre cuanto más atento y agradecido esté al don que se le hace.

Sería un error atribuir la iniciativa y el carácter gratuito solamente a los fenómenos sobrenaturales. Para el hombre de oración todas las cosas llevan la marca de la iniciativa divina e invitan a la alabanza, a la gratitud y a la adoración. Dios habla mediante las realidades creadas. Todo ha sido creado en el Verbo: todas las obras de Dios son palabras, mensajes, dones e invitaciones para darle gracias y alegrarnos. Sabemos que el acto de admiración ante la belleza de lo creado no puede llamarse oración; no obstante, es indispensable para su desarrollo. De hecho, cuanto más progresa una persona en la oración, tanto mayor es su admiración por lo creado, porque todo le habla de la grandeza, de la majestad, de la sabiduría y de la bondad de Dios. Todas las cosas son palabras de un Padre que con sus dones nos llama a la solidaridad, a la justicia y a la caridad fraterna. Por ello el cristiano disfruta al contemplar la evolución del mundo, pues todo aparece y se convierte en mensaje mediante el Verbo eterno y con vistas a la encarnación.

"Los cielos narran la gloria de Dios y la obra de sus manos pregona el firmamento" (Sal 19,2). Especialmente la presencia de Dios se manifiesta en el hombre creado a su imagen. Dios está presente en nosotros mismos y en el prójimo como creador, redentor y artífice que lleva adelante, para acabarla, la obra que tan maravillosamente ha comenzado. Esta obra maestra es una invitación a colaborar con él; debemos ser coartífices y correveladores de su amor. Todo hombre está llamado a convertirse en signo visible, en sacramento de la presencia de Dios, para recordar su activísima presencia e invitar a la alabanza, a la acción de gracias y a la intercesión. La escucha de la palabra de Dios, presente en lo creado y sobre todo en el hombre, se convierte en oración si adoramos y alabamos a Dios, al tiempo que demostramos, frente a toda realidad que nos circunda, la responsabilidad, que constituye una auténtica respuesta al Creador.

La iniciativa más inaudita del Padre es la encarnación del Verbo eterno en Cristo Jesús. Este Verbo resuena en toda obra creada, en todos los acontecimientos de bondad, de justicia, de belleza y de auténtica alegría. "El Verbo se hizo carne y habitó con nosotros y nosotros vimos su gloria, gloria cual de unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). Esta iniciativa del Padre exige tanto más nuestra gratitud y nuestra adoración cuanto más conscientes somos de nuestra dignidad. Dios nos ha amado el primero cuando éramos pecadores; su iniciativa inmerecida imprime un tono preciso a la oración de los fieles; ésta es amor agradecido, amor que debe ser digno de aquel con que Dios nos ha precedido en la encarnación, en la muerte y en la resurrección de Cristo. La presencia del Verbo eterno hecho carne es una gracia y una llamada a imbuir toda idea y toda acción de un amor capaz de corresponder de alguna forma al amor de Dios. Todas las palabras y obras de Dios adquieren esplendor y fuerza atractiva si se consideran con vistas al Verbo encarnado. "Porque por él mismo fueron creadas todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra, lo invisible y lo visible..., todo fue creado por él y para él; y él mismo existe antes que todas las cosas y todas en él subsisten" (Col 1,16-17).

Cristo no es solamente la palabra definitiva y completa del Padre —palabra en la que se nos da el significado de toda obra—, sino que también es la respuesta perfecta. En su humanidad, unida al Verbo eterno, Cristo responde en nombre de toda la creación y también en nuestro nombre. Y así se convierte él en gracia para nosotros y en obligación de unirnos a él y de transformar nuestra vida para darle una respuesta auténtica y total, reconocida y solidaria en la salvación, a la medida de su respuesta, que, en la sangre, fue la expresión suprema de la solidaridad.

La oración específicamente cristiana está marcada por el hecho de que Dios no se expresa nunca con palabras vacías, sino que su palabra es eficaz, es acontecimiento y es obra visible. Así pues, la oración del cristiano jamás puede disociarse de la historia de la salvación y de los acontecimientos, sino que debe integrarse como palabra que lleva frutos de caridad, de justicia, de creatividad y de fidelidad.

Una forma de presencia activa de Dios la constituyen los >signos de los tiempos (cf especialmente SC 43; GS 4; UR 4). Para quien no cree y se niega a prestar su propio corazón a la escucha de la palabra, el libro de la historia es un libro sellado y carente de sentido. Mas para el cristiano que conoce a Cristo y reconoce en él al señor de la historia, los acontecimientos históricos se convierten en una palabra poderosa, que requiere una respuesta solidaria. Esta dimensión de la vida cristiana queda delineada en el Apocalipsis. "Vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera. sellado con siete sellos. Vi un ángel poderoso, oue exclamaba con fuerte voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y de romper los sellos?" (5,1-2). Y la apertura de los sellos se describe a continuación en términos dramáticos y solemnes: "Un cordero en pie, como degollado, tenía siete cuernos y siete ojos (éstos son los Siete Espíritus de Dios, enviados por todo el mundo). Se acercó y tomó el libro de la derecha del que estaba sentado en el trono. Cuando hubo tomado el libro, los cuatro animales y los veinticuatro ancianos se prosternaron delante del cordero, teniendo cada uno en la mano un arpa y copas de oro llenas de perfumes (las oraciones de los santos). Ellos cantaban un cántico nuevo. Tú eres digno de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque has sido degollado y has rescatado para Dios con tu sangre a los hombres de toda tribu. lengua y pueblo y nación. Tú has hecho para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes reinando sobre la tierra" (5,6-10). Así pues, cuando el cordero abre los sellos no aparecen cartas escritas, sino acontecimientos de la historia, que manifiestan un significado profundo y ofrecen "las oraciones de los santos".

En la sensibilidad a los signos de los tiempos y en la vida solidaria y responsable radica el carácter propio de los cristianos, reino de sacerdotes. Esta dimensión hace evidente la imposibilidad de que la oración cristiana se reduzca a una simple recitación de fórmulas. Ante el creyente se abre siempre la perspectiva y el programa del "Padrenuestro". El es vida: integración entre fe y vida por la vigilancia frente a los signos de los tiempos y por la prontidud de una respuesta personal y solidaria.

2. EL PAPEL DE LA SAGRADA ESCRITURA - La Sagrada Escritura es palabra de Dios de forma privilegiada. Sin una actitud de disponibilidad a la respuesta, no se la puede meditar ni resulta provechosa. No olvidemos que la Escritura narra la historia de las relaciones de Dios con el género humano y de este género humano —formado de santos, profetas y pecadores— con Dios. Por eso habla a cuantos permanecen integrados voluntariamente en esta historia y están dispuestos a ser coagentes de la misma junto con Cristo y con los santos.

El estudio científico de la Escritura presta un servicio precioso a la misma oración [>"Experiéncia espiritual en la Biblia; >Palabra de Dios; >Salmos] y a una vida inspirada en ella, porque ayuda a comprender la dinámica de la historia de la salvación y las circunstancias concretas en las que Dios habla y solicita una respuesta existencial y orante. Quien lee la Biblia esperando únicamente recibir consuelo de ella sin estar dispuesto a corresponderle como coautor de la historia salvífica, quebranta la dinámica de la palabra divina y ve esfumarse su propia meta. Pero tampoco el que estudia el texto sagrado con actitud crítica sin espíritu de oración se encuentra en la longitud de onda que permite captar su auténtico significado.

Todos, al menos una vez en nuestra vida, deberíamos sentir la exigencia de leer la Biblia entera con especial atención, porque ella nos enseña a escuchar y a responder con toda nuestra vida. Entonces sería para nosotros lo que debe ser: una escuela de oración.

No todas las oraciones del Antiguo Testamento representan para el cristiano una respuesta adecuada a Dios. La situación del Antiguo Testamento es distinta de la nuestra. Algunas de aquellas oraciones muestran todavía la penumbra de la época de la espera. Pero la imperfección misma de aquellos sentimientos debe transformarse en motivo de gratitud por el don de la luz que hemos recibido en Cristo. Y no se olvide que aquella imperfección refleja la lenta trayectoria de la conversión de cada hombre, incluso del hombre de hoy. El hecho de que nuestra imperfección pueda compararse de alguna forma con la de los santos del Antiguo Testamento, debe ser motivo de confusión y de humilde propósito ante la gracia superabundante de Cristo; debemos aprender a orar como Cristo nos ha enseñado y como los grandes santos de la nueva alianza lo han experimentado. Antes de leer la Escritura pongámonos en presencia de Dios con plena conciencia y recordemos que por medio de ella quiere el Señor hablarnos e invitarnos a dar una respuesta en todas las circunstancias en que se encuentre nuestra vida. Si no reflexionamos sobre el significado de la palabra que nos es dirigida y sobre las exigencias que implica para nuestra vida, no es una lectura y escucha auténticas.

3. EL PAPEL DE LA COMUNIDAD DE FE - El creyente no parte de cero en su oración. Es siempre un ser que ha renacido en la comunidad de fe, de esperanza, de amor y de alabanza de Dios. También ésta es una iniciativa gratuita de Dios; una invitación al reconocimiento y a la docilidad. A la comunidad nos unimos en la escucha de la palabra de Dios, en la búsqueda de los signos de los tiempos, en la respuesta cultual y existencial. Tanto más eficaz será para nosotros el apoyo de la comunidad cuanto más dispuestos estemos a dar nuestra aportación a su vida de fe y de compromiso total, y a su culto, recordando que en la comunidad se manifiesta para nosotros la plena comunión de los santos. Esta comunión no se olvida precisamente en la eventualidad de que la comunidad visible se manifieste como comunidad débil y pecadora.

La conciencia de la unión con todos los santos aumenta nuestra confianza en la oración y al mismo tiempo nos impele a la solidaridad tanto en la oración como en la vida. La gratitud por la intercesión de los santos será una razón para interceder por todos los hombres.

4. El. PAPEL DEL POBRE - En la tradición profética, la oración es un descubrimiento de la palabra que Dios dirige mediante el pobre. La acogida humilde, agradecida y generosa del pobre es un progreso en el conocimiento de Dios y en la verdadera oración.

El hombre, imagen de Dios, nos revela el rostro divino, si nos acercamos al prójimo con un amor generoso y desinteresado. Si aceptamos al otro esperando de él una posible recompensa, no se dará verdadera trascendencia del yo hacia el otro. En cambio, si servimos humildemente al pobre reconociendo su derecho a nuestra solidaridad en su dignidad y en su miseria, entonces escuchamos verdaderamente la voz de Dios, la cual procede tanto de lo alto como de lo bajo. Este es uno de los pensamientos centrales de la filosofia y de la teología de Manuel Levinas: "El otro, que en tanto otro se sitúa en una dimensión de altura y de abatimiento —glorioso abatimiento—, tiene la cara del pobre, del extranjero, de la viuda y del huérfano y, a la vez, del Señor llamado a investir y a justificar mi libertad''.

Quien reconoce en el pobre la dignidad y el derecho de ser amado y ayudado supera el propio yo y se hace persona en diálogo, mientras el otro se formula la invitación más gloriosa y urgente a responder. Respondiendo de esta forma al pobre se responde a Dios y se llega a un conocimiento más profundo de la trascendencia divina, condición necesaria para una oración específicamente cristiana. Y es sumamente conveniente que recordemos siempre que esta oración es posible a todo hombre de buena voluntad.

IV. La centralldad de la eucaristía

Lo que hemos dicho hasta aquí sobre la oración específicamente cristiana, encuentra su punto central en la eucaristía. En ella adoramos al Padre en Cristo, con Cristo y por Cristo; en ella recibimos el don del Espíritu, que al mismo tiempo nos hace capaces de acoger tal don supremo y de transformarnos nosotros mismos en don.

La eucaristía es el centro del culto de la Iglesia; ella crea siempre de nuevo la comunión de fe, de esperanza, de caridad y de adoración en espíritu y verdad.

1. DAR GRACIAS SIEMPRE Y EN TODO LUGAR - Eucaristía significa acción de gracias. Jesús, tomando el cáliz de la salvación, aceptando su suprema vocación de Sumo Sacerdote y de víctima, "dio gracias". Al celebrar la eucaristía entramos en la misma dimensión. Toda perversión y alienación entró en el mundo porque el género humano no quiso dar gracias y se negó a honrar a Dios como Dios. "Ellos son inexcusables, porque habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, se oscureció su insensato corazón" (Rom 1,21). En la acción de gracias y en la adoración en espíritu y verdad ofrecida por Jesucristo al Padre se cumple nuestra redención. Entrando en esta dimensión de gratitud, el hombre se hace partícipe de la redención y coartífice con Cristo.

Es fácil advertir la dimensión eucarística en todas las partes de la misa y su manifestación en todos los momentos de la vida y de la oración de los fieles.

El rito penitencial del comienzo y sus evocaciones durante la misa son una confesión de alabanza, un alabar al Señor porque es bueno. Podemos recordar nuestros pecados sin desesperación ni frustración, porque conocemos al Redentor y reconciliador; porque sabemos que estamos redimidos y, reconociendo esta redención, obtendremos la liberación del egoísmo.

Durante la misa ofrecemos oraciones, súplicas e intercesiones en espíritu de gratitud (cf Flp 4,6), conscientes de que van unidas a las de Cristo y de los santos.

Al escuchar la palabra de Dios, respondemos: "Damos gracias a Dios", o bien "Gloria a ti. Señor". No es posible recibir la bendición de la palabra de Dios sin escucharla y acogerla con espíritu de gratitud.

La profesión de fe en la recepción gozosa y grata de la buena nueva transforma la vida en una fe agradecida que da fruto en la caridad y la justicia.

En el ofertorio afirmamos que todo lo que somos y lo que poseemos es don de Dios. Este don tiene una dimensión social, y a él debe asociarse el hombre en el servicio del reino de Dios y del prójimo, y solamente entregándose en respuesta a Dios puede gozar de su presencia.

Con estas disposiciones podemos entrar en la gran oración eucarística, que nos muestra como vía de salvación el dar gracias siempre y en todo lugar. En la proclamación de la muerte y de la resurrección del Señor se profundiza la fe en la redención del sufrimiento y de la muerte. La acción de gracias debe estar, por tanto, presente en el momento del sufrimiento y de la muerte, unidos al sufrimiento y la muerte de Cristo para alabanza del Padre.

2. ORACIÓN Y SACRIFICIO DE Sí MISMO - Cristo se hace presente y se entrega en la eucaristía. Ungido por el Espíritu Santo, se entregó para gloria del Padre y por la salvación de los hombres en toda su vida, y de forma particular en el momento de la muerte. Cristo resucitado está presente en el poder del Espíritu Santo y continúa dándose y enviando este mismo Espíritu a los hombres para que sepan entregarse a la gloria de Dios Padre en el servicio del prójimo. Tan sólo de esta forma el hombre participa verdaderamente en el sacrificio eucarístico y recibe la comunión que permite a Cristo continuar su obra salvífica en él y por su medio. También así aceptamos nosotros nuestra misión maravillosa: ser mensajeros de paz y de reconciliación.

3. LA EUCARISTÍA: ORACIÓN Y EVANGELIZACIÓN - La eucaristía es acción de gracias que responde a la proclamación solemne y central del mensaje evangélico. Si los fieles y los sacerdotes supieran celebrar y vivir el memorial de la muerte y resurrección de Cristo, su vida se transformaría bajo todos los aspectos en testimonio gozoso y agradecido de la salvación. Será, por tanto, la celebración eucarística lo que decida el porvenir de la evangelización.

A la Iglesia se le ha prometido, precisamente con vistas a la evangelización, la presencia particular y la asistencia del Señor. Esta presencia tiene su punto culminante en la eucaristía; en una comunidad que da gracias por el Evangelio y que vive en él hasta el punto de hacer de sus miembros un evangelio viviente. No habrá nunca una crisis peligrosa para las vocaciones sacerdotales y religiosas cuando se sepa celebrar la eucaristía, proclamar el Evangelio y responder con gratitud; quien vive de esta forma sabe que la consagración al servicio de la buena nueva es uno de los dones más grandes de Dios.

4. EL PAPEL DE LOS DEMÁS SACRAMENTOS - Referidos a la eucaristía, también los demás sacramentos son esenciales para la oración específicamente cristiana. Los sacramentos son proclamación de la buena nueva en una forma muy concreta y en un ambiente cultual. Son una intercesión en la comunión de los santos. Son oración de súplica expresada ante los signos de la promesa. Son puntos de encuentro entre la palabra de Dios, que toca y transforma al hombre, y su respuesta con Cristo en la comunidad de fe.

En el bautismo, el Padre, que proclamó hijo suyo a Cristo en el bautismo del Jordán, nos llama solemnemente para ser hijos suyos en Cristo. Confirmados por la palabra sacramental, podemos atrevernos a llamar con la misma confianza "Padre nuestro" al Dios omnipotente. La inserción en el cuerpo místico de Cristo no nos permite olvidar la solidaridad que caracteriza a nuestra vida; por ello siempre debemos decir explícita o implícitamente "Padre nuestro". En el bautismo celebramos precisamente aquello que Cristo recibía en la sangre de la alianza nueva y eterna. De esta forma la oración, que se apoya en él, nos dirige constantemente hacia la eucaristía, celebración central y culminante de la nueva y eterna alianza, que une entre sí a todos los bautizados.

En el santo crisma recibimos el sello del Espíritu Santo. La oración específicamente cristiana se expresa en el credo: "Creemos en el Espíritu Santo". La tercera persona de la Trinidad es un don personal. La oración que corresponde a este don superabundante es sobre todo la oración de acción de gracias y de alabanza. Esta espiritualidad encuentra su traducción concreta en el descubrimiento del bien en nosotros y en los demás, en el recíproco reconocimiento que nutre a la oración de alabanza y de acción de gracias.

La celebración del sacramento de la reconciliación nos prepara a gozar de la comunión. Quien ha cometido un pecado mortal no puede ser digno de celebrar la eucaristía sin haber gozado antes del perdón y de la reconciliación de Dios. Pero aun en el caso de que un cristiano no corneta normalmente pecados que provoquen la muerte, no por esto debe olvidarse del sacramento de la reconciliación; ha de celebrarlo como confesión de alabanza y de acción de gracias. Celebrar este sacramento —y así lo subraya el nuevo rito— significa orar, tanto por parte del sacerdote como por parte del penitente, en un diálogo que nos abre a nuevas dimensiones personales y sociales. El sacerdote alaba y adora la misericordia divina mientras proclama en la absolución y en el diálogo de fe el don de la paz. La recepción de este don por parte del pecador no puede dejar de expresarse en alabanza y acción de gracias.

La ordenación sacerdotal es especialmente una efusión del Espíritu para que el ordenado tenga un recuerdo reconocido y pueda celebrar y vivir cada vez más dignamente la eucaristía, con una vida que la refleja de continuo. La vocación sacerdotal es en primer lugar una vocación a ser hombre y maestro de oración, para que todo el pueblo sacerdotal de Dios pueda llegar a la adoración en espíritu y verdad.

El matrimonio entre cristianos es sacramento de forma distinta, porque los esposos reciben la certeza de la presencia de Cristo siempre que están unidos en su nombre: "Porque así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale alencuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos con su mutua entrega se amen con perpetua fidelidad, como él mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella" (GS 48). El recuerdo agradecido, que honra la presencia eficaz de Cristo, une a los esposos, a los padres y a los hijos de tal forma que cada vez los hace más conscientes de Dios y más abiertos entre sí. Es, por lo tanto, fundamental la oración de la familia. Compete a los padres iniciar a los hijos en la oración, que es integración entre la fe y la vida.

V. Tradición sacerdotal y tradición profética

1. EL PAPEL DEL SACERDOTE [>Ministerio pastoral] - El sacerdote participa de la misión profética de Cristo sumo sacerdote. Se define como hombre de oración, adorador de Dios en espíritu y verdad, hombre espiritual que puede proclamar el misterio de la salvación en el culto y en la vida, maestro de oración específicamente cristiana.

Quien haya penetrado en el sentido de la precedente reflexión sobre el carácter central de la eucaristía y de los sacramentos, podrá comprender fácilmente el carácter central del papel sacerdotal para que todos los creyentes sepan vivir una oración auténtica y sepan qué es una oración auténtica. Por ello creo que los seminarios deberían tener como misión primordial la de ser una escuela de oración, de forma que los sacerdotes puedan siempre vivir en ella como hermanos y testigos visibles de su misión solidaria de promover el espíritu y la práctica de la oración.

2. LAS DESVIACIONES DEL SACERDOTALISMO - Ya en el Antiguo Testamento y en la misma historia de la Iglesia, se puede ver con frecuencia una típica desviación: el sacerdotalismo. No se trata, evidentemente, aquí de lo que es nota característica en el sacerdote que participa del sacerdocio profético de Cristo. Se trata, por el contrario, de aquellos que no son hombres plenamente espirituales o que, reunidos en grupo, se consideran como clase privilegiada y tienden a mantener a los laicos en una posición subordinada como seres inmaduros, provocando así una grave desviación de la oración. En estas situaciones es fácil encontrar sacerdotes muy escrupulosos en la observancia de las rúbricas más minuciosas (que en el pasado se habían multiplicado de forma impresionante y estaban respaldadas por penas exageradas) o en la pronunciación de ciertas palabras, mientras que se olvidan de la misión principal: la adoración de Dios en espíritu y verdad. Esta desviación tiene como consecuencia el reducir la oración a una recitación sin contacto con las alegrías, las esperanzas, la angustias y los sufrimientos de los seres humanos. De esta forma viene a faltar una de las notas esenciales, cual es la integración entre fe y vida.

Precisamente en esta decadencia —verdadera desintegración— se manifiesta la fuerza del pecado original, es decir, de la sarx (como llamaba Pablo al egoísmo encarnado y a la tendencia decadente del hombre). Allí donde falta la espontaneidad y la creatividad en la oración, la "carne" toma la delantera. Este sacerdotalismo, tendencia de la clase sacerdotal demasiado preocupada por su propia superioridad, comprueba la verdad de las afirmaciones de Pablo: "No es que seamos capaces por nosotros mismos de pensar algo como proveniente de nosotros, pues nuestra capacidad viene de Dios, que nos ha capacitado para ser ministros de la Nueva Alianza, no de la letra, sino del Espíritu, pues la letra mata, pero el Espíritu da vida" (2 Cor 3,5-6).

3. LA TRADICIÓN PROFÉTICA - Contra la degeneración sacerdotalista, Dios en su misericordia envió a los profetas. También había entre ellos sacerdotes, pero no eran mayoría. Cristo es el profeta. Y no pertenece a la clase sacerdotal. La oración profética brilla por la integración de la fe en la vida. Todo su ser se expresa ante Dios en la aceptación: "Aquí estoy, Señor, llámame; aquí estoy, envíame".

Modelo de sacerdote y de todos los miembros del pueblo sacerdotal de Dios lo es siempre Cristo profeta, el adorador del Padre en espíritu y verdad. Jesús nos enseña la síntesis entre oración y vigilancia, entre amor de Dios y del prójimo.

Debemos estar reconocidos y agradecidos por la bondad de Dios, que continúa mandando profetas, hombres y mujeres que se distinguen por su espontaneidad y por la creatividad de su oración, por el sentido del presente, por la meditación orante. Allí donde se vive la tradición profética no existe el penoso complejo de inseguridad. La oración profética es el distintivo del pueblo de Dios peregrinante, que camina tras el Señor de la historia. Sobre todo en tiempo de profundas transformaciones culturales y sociales, debemos recurrir a Cristo como profeta y comprobar nuestra continuidad con la historia profética de la Iglesia.

VI. Las devociones

Sería una pérdida el olvidarnos de las devociones que la piedad popular ha hecho tradicionales. En ellas, si se celebran con espíritu adecuado, se encuentra la riqueza de la oración.

Para un católico contará siempre con su estima la visita al Santísimo Sacramento. La renovación litúrgica nos ha hecho más conscientes del carácter central de la misma celebración eucarística, en la que no deberá faltar la comunión. Pero esto no ha de ser motivo para que olvidemos la visita al Santísimo Sacramento. La presencia humilde y continua de Cristo en el tabernáculo, siempre dispuesto a recibir y visitar a los enfermos, podrá refrescar nuestra memoria agradecida. La mera presencia ante aquel que se queda con nosotros puede traernos paz, alegría y muchas veces un gran entusiasmo, que se expresa en la oración afectiva. La visita al Santísimo Sacramento es una continuación contemplativa de la celebración eucarística y nos prepara a la siguiente. Del mismo modo debe estimarse la bendición eucarística: en ella alabamos la encarnación, la muerte y la resurrección de Cristo en espera de su venida, fuente de toda bendición.

Desde los tiempos de san Francisco, el vía crucis ha dado frutos abundantes en la vida de muchos cristianos. Es una devoción fácil y atractiva, que radica también de forma contemplativa en la celebración eucarística.

Entre las devociones más agradables de los cristianos —especialmente de los católicos y de los ortodoxos— se cuenta la veneración de la Virgen María mediante la meditación o el canto del Magnifica', oración magistral de María, reina de los profetas. También el rosario, si se lo recita meditando verdaderamente los misterios principales de nuestra salvación, patentiza su relación con la eucaristía. Pero es importante que no sea una recitación mecánica de padrenuestros y avemarías. Debe haber tiempo suficiente para leer el relato evangélico del misterio y tiempo suficiente para la meditación y la oración espontánea, que nos lleven a la recitación recogida de las fórmulas tradicionales de oración. El Vat. II afirma: "La participación en la sagrada liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto: más aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol" (SC 12). Además, el concilio añade normas directivas para la profundización y la renovación de todas las devociones y de los ejercicios piadosos: "Se recomiendan encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, con tal que sean conformes a las leyes y a las normas de la Iglesia... Ahora bien, es preciso que estos mismos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia por su naturaleza está muy por encima de ellos" (SC 13) [>Ejercicios de piedad].

B. Häring

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